visión de Rogelio Agrasánchez - El

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domingo 23 DE marzo de 2014 / IDENTIDAD
Un pionero del cine nacional en la
visión de Rogelio Agrasánchez
Por Gabriel Trujillo Muñoz
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E
l cine es pasión de muchos.
Encarna en el aficionado que
no se pierde un estreno de
su director favorito, en el
creador que quiere aportar algo al
séptimo arte y en el investigador que
desea descubrir el tesoro de películas perdidas de la historia de este
medio de comunicación. De estos
últimos personajes, de los investigadores que no cejan hasta encontrar lo
que buscan, es Rogelio Agrasánchez,
heredero de una familia íntimamente
ligada a la producción del cine nacional, actualmente se desempeña como
director y curador del archivo fílmico Agrasánchez en Harlingen, Texas,
considerado la más grande colección
privada sobre el cine mexicano en
el mundo. Pero Rogelio también es
investigador minucioso, por eso hoy
nos entrega Guillermo Calles. A
Biography of the Actor and Mexican
Cinema Pioneer (McFarland, edición
británica de 2010, estadounidense de
2014), una obra que es, ante todo,
un regalo para todos los que nos
interesamos en la arqueología cinematográfica, específicamente de las
cintas de los inicios del cine mudo
mexicano y de una de sus figuras
señeras de la primera mitad del siglo
XX, Guillermo el Indio Calles (nacido en Chihuahua en 1893 y muerto
en 1958), actor que lo mismo trabajó
como extra (casi siempre de indio
piel roja) en el cine de Hollywood que
en nuestro país en cuanto proyecto
pudo impulsar como actor o como
director. Calles fue, en su momento,
especialmente en los años veinte y
treinta del siglo pasado, una figura
legendaria que tuvo impacto nacional antes de la época de oro del cine
nacional. Ya el autor de este libro
señala que Calles “se convirtió en
el primer actor mexicano en aparecer en cintas hechas en California.
A pesar de sus limitados recursos,
Calles empezó a dirigir y producir
sus propias películas” y fue “pionero
como productor de cintas sonoras en
español desde 1929. Sus mayores trabajos, entre ellos los filmes perdidos
hasta ahora El indio yaqui y Raza de
Bronce, ambos de 1927, representan
la cruzada infatigable de Calles por
restaurar la imagen de los mexicanos
y de los indios en una era dominada
por los estereotipos de Hollywood”.
El libro de Agrasánchez estudia,
con detenimiento, con perspicacia,
con clara empatía, los avatares y percances de una carrera como la suya
cuando apenas empezaba a consolidarse la industria cinematográfica
tanto en el país vecino como en el
nuestro. La importancia de este libro
para la frontera norte salta a la vista a
través de las películas en que intervi-
no y que fueron hechas en el Distrito
Norte de Baja California. Para ello,
Rogelio nos explica, con una bien
documentada iconografía, la relación
entre su biografiado y Rafael Corella,
el famoso productor de cine que creó
su propio estudio de cine en Mexicali,
la capital de Baja California, entre
1922 y 1927. En este sentido, esta obra
nos muestra algunas fotos fijas de
Raza de bronce nunca antes vistas,
entre ellas fotos de locaciones exteriores (en un puente sobre el Río
Nuevo, en el barrio de Pasadina) o
del interior del set cinematográfico
que estuvo en la avenida Obregón. Y
se nos hace ver que Raza de bronce
fue un éxito al otro lado, donde
llegó a exhibirse en varios cines de
California, donde se presentó en
español con subtítulos en inglés,
teniendo considerable éxito entre la
población de origen mexicano, que
vio a esta película como un filme
patriótico, que destacaba los valores
de la identidad nacional.
Esta obra biográfica es un arcón
de los tesoros para cualquier interesado en esta saga artística entre
México y los Estados Unidos y en la
conformación del cine como instrumento de propaganda en filmes propatria. Es, también, un recuento de
los esfuerzos, hoy casi olvidados,
de unos mexicanos fronterizos que,
viviendo a ambos lados de la línea
internacional, utilizaron la ventaja de su cercanía con Hollywood
para allegarse actores, técnicos,
escenografías e incluso directores
estadounidenses con tal de ver convertidos sus sueños en una realidad
visual, en películas que trataban de
mostrar lo que era ser mexicano,
lo que era ser indio desde sus propias mitologías personales, desde
la recreación de sus leyendas fronterizas. Lo que hizo un hombre como
Guillermo Calles fue recordarle a los
mexicanos que la historia, nuestra
historia, debemos contarla nosotros
mismos si no queremos que otros se
queden con el monopolio de lo que
se presenta, en la industria del cine,
como mexicano, como indígena.
En todo caso, la labor de Rogelio
Agrasánchez es de agradecerse en
todo lo que vale. Y vale mucho, se
los aseguro, para todos los cronistas
e historiadores del cine como espejo
de nuestra sociedad, para todos los
que investigan este arte en movimiento como expresión de una colectividad que, en aquellos tiempos,
iba creando su propia identidad en
la periferia misma de nuestro país.
Un libro como éste, como el propio
autor lo indica, es una exploración
por “un territorio virgen” y es resultado de un trabajo paciente y de un
anhelo por rescatar lo nuestro y a los
nuestros por más olvidados que estén
hoy en día. Los casos de Guillermo
Calles y de Rafael Corella lo demuestran con creces: por más ocultos
que se encuentren sus cintas, desde
Baja California a Raza de bronce,
nada está perdido para siempre si
hay quien se empeña en rastrear las
huellas que dejaron, las obras que
hicieron para todos nosotros hace
ya casi cien años.
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