El grumete

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El grumete
Cuento corto por Sergio Pellizza
Asesoramiento literario y corrección profesor Raúl Ordóñez
En los primeros minutos no sintió nada, su cuerpo estaba insensible,
pero pronto el dolor fue tan intenso que creyó que iba a desmayarse
En cuanto pudo calmarse un poco abrió los ojos y se vio rodeado de
sogas, madera, herramientas. Tomó conciencia de que estaba en el
taller de carpintería de la nave. Había caído desde la escotilla abierta al
lado del camarote del capitán. Arriba en el puente se escuchaban gritos,
maldiciones, lamentos de dolor. Entre tanto ruido solo reconoció una
potente voz ordenando, que no era la del capitán de su nave la San
Antonio. Era la voz gruesa inconfundible del capitán Quezada, a quien
sirvió no hacía mucho.
De repente volvió el dolor, intenso, lacerante que se fue de golpe
montado en un piadoso desmayo. Se despertó con la cabeza vendada y
en tierra sobre unas lonas y cubierto por un viejo capote. Las aguas de
la bahía estaban oscurecidas. Las penumbras del atardecer anticipado
dieron paso de golpe a las tinieblas. No podía mover el cuerpo. Sus
manos exploraron hasta donde pudieron llegar y notó que estaba
firmemente amarrado a una tabla. Luego se enteró que el médico lo
había asistido y que esa posición se debía para evitar cualquier
complicación ante una posible fractura en su cuello o columna vertebral.
En medio de la lobreguez nocturna que alcanzaba densidad casi
tangible, las estrellas, allá arriba brillaban intensamente. Estaba muy
cansado, tanto que se derrumbó en un sueño inquieto, febril con
espacios cortos de semiinconsciencia. Escuchaba voces, sentía que le
daban de beber con una cuchara, que lo atendían. Su cuerpo joven y
sano comenzó a reponerse rápidamente, más por la sabia mano
reparadora de la naturaleza que por las medicinas o los cuidados. En
unos días se recuperó lo suficiente como para comprender en parte lo
que había ocurrido.
Así fue como se enteró todo sucedió en Semana Santa en San Julián.
Semana de odio, que fructificó en violencia, en vez de semana de amor,
en que florece la paz. Fue una semana de pasiones en pugna, de
contrapuestas decisiones y de tremendos desbordes, de faltas graves y
terrible justicia. El capitán Quezada y otros oficiales porque eran
hombres de la nobleza debían ser ejecutados con todas las
formalidades. Fue así como el capitán Quezada en su hora postrera se
arrodilló ante el improvisado madero. El hacha la empuñaba su fiel
camarero y criado a quien se le prometió perdonarle la vida si
ajusticiaba a su amo. Hubo un redoble de tambor y el criado levantando
el hacha con fuerza y exactitud, la hizo caer cortándole de cuajo el
cuello.
Estos hechos sucedieron en los primeros días de abril de 1520. Fue la
primera semana roja violenta vivida por el hombre blanco bajo el cielo
azul de San Julián. Junto a la tierra grisácea sobre aquel mar verde, en
el que solo debió haberse escrito un mensaje de esperanza. El 24 de
Agosto cuatro naves al mando de Hernando de Magallanes dejaron la
bahía de San Julián rumbo al sur. Recién alcanza el estrecho que llamó
de Todos los Santos y que después llevara su nombre el primero de
noviembre.
Entre tanto nuestro grumete que no figura en la historia, continuó su
viaje acompañando la Aventura. Nos gusta imaginar que aprendió a leer
y escribir de la mano de Antonio Pigafetta, cronista oficial de la
expedición de Magallanes. En la batalla de Mactàn (Filipinas) en que
Magallanes perdió la vida, Pigafetta fue también herido. Sin embargo,
logró reponerse y formó parte de los 17 que acompañaron a Juan
Sebastián Elcano con nuestro grumete a bordo de la Victoria, única
nave sobreviviente, cumpliendo así el primer viaje alrededor del mundo.
Llegando de regreso a Sevilla es el lunes el 8 septiembre de 1822. Dos
días antes, la nave entró en el puerto de Sanlúcar (Cádiz)) cuando se
habían cumplido tres años del viaje, y nuestro imaginario grumete
festejaba su cumpleaños número 17.
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