1 imperialismo vigilante. Los diplomáticos

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£1 imperialismo vigilante.
Los diplomáticos estadounidenses y la reelección
del general Alvaro Obregón. 1926 -1928*
Francisco Javier Meyer Cosío
El Colegio de Michoacán.
La
s u c e s ió n p r e s id e n c ia l d e
1928.1
En este país [dijo Obregón a Vasconcelos]
si Caín no mata a Abel, Abel mata a Caín.
Héctor Aguilar Camín “Obregón, un
acercamiento al hombre” en: Alvaro
Obregón. Hombre, vida y obra, pp. 60-61.
Formalmente, una de las causas básicas de la lucha contra el porfirismo
en 1910 fue la reelección indefinida de lo más connotado de la política
mexicana, comenzando por el presidente de la república. El reclamo
no era nuevo, el mismo Porfirio Díaz lo usó como un elemento más
para llegar a la presidencia de la república. La fórmula “Sufragio
Efectivo, No Reelección” era y es parte central del nuevo credo
político emanado de la revolución. Uno de los elementos primordiales,
definitorios de la política revolucionaria, era ayer como hoy la no
reelección.
Sin embargo, el general Alvaro Obregón Salido, quien fue presi­
dente de 1921 a 1924, decidió romper con el principio revolucionario
de la no reelección, y presentó su candidatura para el período presi­
dencial sexenal 1928-1933. Este escrito trata de la visión de los
principales diplomáticos estadounidenses en México, sobre este im­
portante capítulo de la política mexicana, la reelección
posrevolucionaria.1
*Agradezco la revisión de este trabajo hecha por Alicia Gojman, Berta Ulloa y Lorenzo Meyer.
El período presidencial de Plutarco Elias Calles (1924-1928) resul­
ta sumamente interesante para la politología mexicana, y decisivo en la
historia política del país. Algunas primeras piedras en el edificio de la
democracia mexicana —pletórica de adjetivos— se colocaron en esta
temporalidad. Para nadie es un secreto que Elias Calles debía su lugar
como presidente de México principalmente a Alvaro Obregón, uno de
los más brillantes militares de la revolución, poderoso caudillo, hábil
político intuitivo, pragmático e inescrupuloso. Durante la primera
mitad de la presidencia elías-callista, Obregón mantuvo una actuación
política marginal, dedicado la mayor parte del tiempo a sus dinámicos
negocios sonorenses.
La influencia de Obregón sobre Elias Calles se recrudeció en 1926,
cuando el militar invicto y vencedor de las batallas del Bajío vio que su
deseado retorno a la presidencia no iba a ser fácil. Como muestra de la
coacción de Obregón hacia la presidencia encabezada por Elias Calles,
tenemos que Obregón llegó a la ciudad de México el 1 de marzo de
1926 con el pretexto de organizar a los consumidores de gasolina.2 El
propio presidente Plutarco Elias, además de una multitud de delega­
ciones, dio la bienvenida a Obregón en la estación de ferrocarril.
Obregón se hospedó en el castillo de Chapultepec, residencia oficial
del presidente. Por esta época, el de Siquisiva declaró públicamente
que si el “partido conservador” seguía presionándolo, lo forzaría a
regresar a la política; ésta fue una clara alusión a su reelección pues no
existía tal partido, se trataba de un nombre genérico e infundado con el
que los revolucionarios calificaban a sus enemigos, pero nadie presio­
naba políticamente a Obregón. No se puede afirmar de manera
categórica, como lo hicieron algunos contemporáneos suyos, que
Obregón haya tenido la firme intención desde que dejó la presidencia
de reelegirse, pero en 1926 era innegable el deseo de Obregón de
ocupar nuevamente la silla presidencial.
Otro aspirante a la presidencia era el general Arnulfo R. Gómez,
sonorense que participó en la huelga de Cananea en 1906, quien fue
antirreeleccionista en 1909 y se unió a la revolución maderista de
1910. A raíz del golpe de Estado huertista se sublevó en contra del
gobierno, en 1914 formaba parte del contingente del coronel Plutarco
Elias Calles. Sucesivamente Gómez fue carrancista, seguidor del Plan
de Agua Prieta y antidelahuertista. En marzo de 1926, cuando Obregón
declaró que no había problemas legales para su candidatura a la
presidencia de 1928 Gómez hizo patente su antirreeleccionismo3. El
general Gómez creyó que el presidente Elias Calles apoyaría su
candidatura, así que abandonó Veracruz, donde ocupaba la jefatura de
la zona militar y se dirigió a la ciudad de México para evaluar sus
posibilidades presidenciales.
La diarquía Obregón-Elías Calles cobró fuerza desde abril de 1926
en adelante. Para esas fechas había mucha gente trabajando en favor de
la candidatura de Obregón, cuyo organizador principal era Aarón
Sáenz.
Otro aspirante a la silla presidencial de 1928 era el general
Francisco R. Serrano, de origen sinaloense, quien en 1912 fue
secretario del gobernador de Sonora José María Maytorena. Obregonista
desde 1914, se mantuvo leal a su jefe contra el villismo y el carrancismo,
fue firmante del Plan de Agua Prieta y para principios de 1926 volvió
de Europa a México y aceptó el cargo de gobernador del Distrito
Federal, mostrando así su identificación con el gobierno de la diarquía.
En julio de ese 1926 hizo crisis el viejo conflicto gobierno
revolucionario-iglesia en México. Durante el mes de febrero anterior
unas declaraciones hechas tiempo atrás por el arzobispo de la
arquidiócesis de México, José Mora y del Río contra la constitución de
1917 fueron publicadas en El Universal. El proceso que condujo a la
crisis todavía no está claro, la versión más difundida es que el prelado
no había autorizado la reproducción de sus opiniones con respecto a la
constitución de 1917, pero que ante el apremio personal de un
periodista a punto de perder su empleo, imprudentemente reafirmó la
validez de sus declaraciones. Sea como fuere el hecho, el gobierno
reaccionó de inmediato, la legislación anticatólica por años inactiva se
echó a andar; conventos, monasterios y escuelas católicas fueron
clausurados, poniéndose sus inmuebles a disposición del gobierno.
Sacerdotes y monjas extranjeros fueron expulsados del país y las
declaraciones de Mora y del Río se consideraron sediciosas por el
nuevo secretario de Gobernación, Adalberto Tejeda.4
Dentro de su campaña contra el catolicismo romano, el gobierno
alentó un cisma eclesiástico que se llamó Iglesia Católica Apostólica
Mexicana. Fuera de un zafarrancho de consideración entre católicos
romanos y seguidores de la nueva Iglesia, el pretendido cisma no tuvo
importancia. Para julio el asunto religioso estaba al rojo vivo, pues
entre los días 20 y 23 Mora y del Río fue consignado y Rafael
Ceniceros, René Capistrán y Luis G. Bustos, dirigentes de la Liga
Nacional Defensora de la Libertad Religiosa (en adelante l n d l r ) ,
fueron encarcelados. Para finales del mes, la mitra anunció la suspen­
sión de cultos en todo México. Obregón desde Nogales, Sonora, opinó
en agosto que la solución al conflicto religioso era la subordinación de
la Iglesia al gobierno. Éste fue un tiempo de habladurías; hubo quien
afirmó la existencia de un complot para asesinar al presidente Elias
Calles. Alguien más atribuyó el viaje del embajador de los Estados
Unidos en México James R. Sheffield a su país como el antecedente a
una intervención norteamericana en el conflicto religioso. No faltaron
los que vieron fantasmas en la catedral metropolitana, cerrada al culto
y bajo custodia del gobierno.
A mediados de septiembre de ese 1926, el tren donde viajaba el
general Obregón fue sitiado por 1 000 yaquis armados en Vicam,
Sonora. Este hecho fue suficiente para declarar que la tribu-nación
yaqui estaba nuevamente en guerra, y se reinició la campaña federal
contra ella, así llegaron a la comarca sonorense 19 batallones al mando
indirecto del general Obregón. En 1926 Sonora volvía a ser una región
armada, con contingentes que llegado el caso Obregón podía utilizar.
Ya las cartas políticas estaban sobre la mesa; Obregón buscando ser
reelecto presidente, Gómez y Serrano decidieron romper con sus jefes
y trabajar por su cuenta, y los otros aspirantes a la silla presidencial
plegaron sus intenciones políticas por inviables o peligrosas. Por la
actitud del secretario de Industria, Comercio y Trabajo, Luis Napoleón
Morones y el silencio de Elias Calles en torno a la reelección
obregonista, se puede interpretar que el presidente no deseaba el
regreso de Obregón al poder, pero que se vio obligado a aceptarlo.
Los días 20 y 21 de octubre reafirmaron los diputados los cambios
constitucionales referentes a la reelección.5 Al llegar el turno a la
Cámara de Senadores, los cambios para permitir la reelección en los
artículos 82 y 83 constitucionales fueron debatidos con insistencia.6
Con la controversia senatorial en pleno auge, y su comité de
campaña presidencial organizado, Obregón siguió posponiendo el
anuncio oficial de su candidatura, manteniendo en expectativa a la
maquinaria política del país.7 Serrano no esperó más,8 rompió violen­
tamente con su jefe Obregón al ver que éste no le daba apoyo en sus
aspiraciones presidenciales, y se lanzó a la lucha por la gran silla de
1928.
Para presionar en la resolución de las reformas a los artículos 82 y
83 Obregón mismo se presentó en la ciudad de México,9 y un senador
antirreeleccionista, Enrique Henshaw, murió violentamente en no­
viembre y su deceso se atribuyó a la política que se seguía en la cámara
alta. El 19 de ese mes el senado aprobó las reformas constitucionales,
tan ansiadas por Obregón y sus seguidores.10 El triunfo obregonista
fue total pues las cámaras no sólo aprobaron la reelección, sino que
ampliaron a seis años el período presidencial, y los seguidores de
Obregón controlaron la Comisión Permanente del Congreso de la
Unión. Casi 16 años después de que Madero llamó al pueblo de
México a rebelarse en contra de un presidente perpetuo en la práctica,
quedó claro que Obregón no escatimaría ningún esfuerzo por reelegir­
se presidente de México.
Recién instalada la XXXII legislatura, los diputados obregonistas
consiguieron reformar los artículos 82 y 83 de la constitución. Con
esos cambios se permitía la reelección siempre y cuando no fuera
continua. La Confederación Regional Obrero Mexicana (en adelante
crom),
que afirmaba tener dos millones de afiliados, apoyó sin
entusiasmo los cambios constitucionales.
La mayoría del movimiento obrero organizado, específicamente la
c r o m , respaldó a Elias Calles en la pugna gobierno-iglesia y pidieron
al presidente que expulsara del gobierno a todos los empleados de
lealtad dudosa. El domingo primero de agosto, más de 40 000 obreros
se presentaron en la Plaza de la Constitución para manifestar su apoyo
a Elias Calles. La lucha de los católicos buscando la anulación de los
artículos 3, 25, 27 y 130 constitucionales prosiguió, condenando estas
leyes “[...] ante Dios, ante la humanidad civilizada, ante nuestro país
y ante la historia [...]” .11 La naturaleza claramente autoritaria del
gobierno mexicano quedó bien evidenciada en este asunto de las
reformas a los artículos constitucionales, pues mientras que a Obregón
con sus pocos pero poderosos seguidores les fue sencillo modificar la
constitución con fines electoreros, a la aplastante mayoría católica le
fue imposible cambiar el texto constitucional.
La suspensión de los servicios religiosos católicos continuaba en
todo el país, la l n d l r llamó a sus seguidores a realizar un boicot en
contra del gobierno. Dicho boicot consistía en limitar la actividad
económica nacional al comercio de subsistencia, no asistiendo a
escuelas laicas, teatros, cines o bailes; con el boicot la l n d l r esperaba
desestabilizar al gobierno sin violencia, para que reformara los citados
artículos (3, 25, 27 y 130) junto con sus leyes reglamentarias. Como
respuesta al boicot, el gobierno dio una carácter más radical a la
legislación anticlerical y la pugna creció. El conflicto religioso se
debió a que el gobierno emanado de la revolución y la Iglesia en 1926
todavía no llegaban a un modus vivendi y midieron fuerzas, llegando
hasta la lucha armada.
José Mora y del Río, Leopoldo Ruiz y Flores, Pascual Díaz y otros
altos eclesiásticos protestaron enérgicamente a través del congreso por
las leyes anticlericales promovidas por el gobierno, solamente el
obispo José de Jesús Manrique y Zárate alentó a los católicos a
levantarse en armas contra el gobierno. Con o sin consentimiento de la
jerarquía católica, la rebelión cristera no se hizo esperar y para fines
de 1926 partidas de rebeldes al gobierno operaban en los estados de
Jalisco, Guanajuato, Colima y Michoacán.12 Con el lema de “Viva
Cristo Rey” y una constitución cristera que rechazaba a la de 1917 no
sólo en los artículos anticlericales, sino también en la tenencia de la
tierra, los cristeros se dedicaron a combatir al gobierno.
La trasformación del ejército federal, obra de Joaquín Amaro, se
entorpeció por la rebelión cristera y por el combate a la nación yaqui,
aunque la profesionalización de los jefes y oficiales continuó.13 En el
sector agrario, el presidente Elias Calles fomentó la creación de
cooperativas agrícolas, las comunidades agrarias celebraron un con­
greso en noviembre del que resultó la creación de la Confederación
Campesina de la República Mexicana, que dio al traste con el proyecto
cromista de organizar a los campesinos.
Dentro del plano internacional México-Estados Unidos, la contro­
versia petrolera tomó auge en marzo de 1926, el secretario de
Hacienda y Crédito Público, Alberto J. Pañi y la Asociación de
Productores de Petróleo en México no llegaron a ningún acuerdo en
sus negociaciones, tendientes a la consonancia en las leyes orgánicas
de los párrafos I y IV del artículo 27 constitucional.14 Los petroleros
deseaban que sus derechos adquiridos antes de la legislación de 1917
fueran respetados, exponiendo el principio jurídico de la no
retroactividad.
Las cosas parecían mejorar en abril, es decir cuando las notas entre
México y Estados Unidos fueron amigables y se firmó un tratado entre
estos países sobre contrabando, pesca, extradición y migración.15
Además, las comisiones de reclamaciones por los daños causados a
extranjeros durante la guerra revolucionaria ya funcionaban, y México
se anotó tantos a su favor cuando logró que estas comisiones aceptaran
la doctrina Calvo como criterio a seguir. Esta establecía que todo
individuo propietario en un país extranjero, renunciaba a la protección
que su país de origen pudiera darle. Desde el siglo XIX cuando el
diplomático argentino Carlos Calvo emitió su cláusula, los Estados
Unidos se mostraron en contra de ella, invalidándola para el derecho
internacional.
Para junio de ese 1926 las relaciones México-Estados Unidos
empeoraron por la presión que ejercían en el plano internacional los
intereses petroleros en México con miras a imponerle al gobierno
mexicano sus puntos de vista, y el embajador Sheffield, como el
encargado de negocios Arthur Schoenfeld, presionaron al Departa­
mento de Estado para que amenazara nuevamente a México con la
intervención militar.16El secretario de Estado Kellogg no hizo caso de
la sugerencia.
Cuando hizo crisis el conflicto religioso, René Capistrán Garza, de
la l n d l r trató de establecer contactos con las compañías petroleras y
con Washington, pero sus esfuerzos de vincular estas fuerzas no
fructificaron, con lo que se demuestra que los Estados Unidos presio­
naban a Elias Calles para obtener concesiones de su gobierno, pero
que no estaba dentro de sus planes desestabilizar a México.
En julio de 1926 el periódico Excélsior publicó algunas considera­
ciones sobre el embajador Sheffield. Sin abandonar la cortesía, el
diario afirmó que el embajador estaba ligado con los intereses petrole­
ros,17 los cuales, aunque no se mencionó en el artículo, exasperaban al
gobierno de México con su rebeldía, al no acatar las leyes mexicanas
sobre hidrocarburos. En el mismo mes circuló el rumor, muy insisten­
te, de que Sheffield dejaba el puesto de embajador, pero se desmintió
oficialmente y partió a los Estados Unidos para hacer unas consultas.
Durante ellas, influyó sobre el secretario Kellogg para que afirmara
que México era una base bolchevique para insurreccionar a toda
América Latina.18 A esto se vino a sumar la crisis nicaragüense
liberales-conservadores, y México apoyó a Juan Sacasa, contrariando
los deseos estadounidenses. Ya para fines de año, México y los
Estados Unidos estaban próximos a un enfrentamiento. La situación
fue tan grave que el presidente Elias Calles ordenó al general Lázaro
Cárdenas que dinamitara los pozos petroleros de la zona de Tampico,
para hacerlos estallar en caso de un desembarco estadounidense.
Para el gobierno mexicano que vio en 1926 complicarse los
problemas internacional, religioso, económico, agrario y político
(incluyendo en éste la reelección de Obregón) la superposición
cronológica de la crisis con los Estados Unidos y el estallido del
problema cristero significó una conspiración en contra del gobierno.
Con esta interpretación en mente, las respuestas del régimen presidido
por Elias Calles ante estos problemas se hicieron más agresivas, pues
creía pelear por su supervivencia. Obregón aprovechó la crisis genera­
lizada e interpuso varias veces —algunas sin éxito— sus buenos oficios
e intervino en problemas nacionales.
E l e m b a ja d o r Ja m es R ockw ell S heffield
Y EL IMPERIALISMO CLÁSICO
Hay muy poca sangre blanca en el gabinete —es decir, es
muy delgada— Calles es armenio e indio; León es casi
totalmente indio y torero aficionado; Sáenz, ministro de
Relaciones Exteriores, esjudío e indio; Morones tiene más
sangre blanca, pero no por ello es mejor, Amaro, el
secretario de Guerra, es un indio pura sangre y es muy
cruel. Sheffield al rector de la Universidad de Columbia,
17 de noviembre de 1925.
James R. Sheffield fue nombrado embajador estadounidense en Méxi­
co el 26 de agosto de 1924, por el presidente Coolidge.19 Sheffield era
un político republicano sin experiencia diplomática, pero con buenos
contactos dentro del partido. El 15 de octubre presentó sus cartas
credenciales al presidente Obregón.
Sheffield nació en 1864 en Dubuque, Iowa. Estudió en las univer­
sidades de Yale y Harvard, consiguiendo el título de abogado.
Profesionista con éxito, Sheffield alternó su actividad en la firma
Sheffield y Betts, con la política republicana, ocupando cargos de
mediana importancia en su partido.
Para reemplazar a Charles B. Warren como embajador en México,
Sheffield recibió la propuesta del secretario de Estado, Charles Evans
Hughes. Sheffield titubeó para aceptar el cargo, pues significaba dejar
a los clientes de su próspero bufete: General Electric, Westinghouse y
Radio Corporation of America, entre otros. Ante la insistencia del
propio presidente Coolidge, Sheffield aceptó el puesto.20
De tendencias políticas conservadoras, miembro de la vieja guardia
del Partido Republicano, Sheffield promovió la línea dura en su
diplomacia para México, no trató de conciliar intereses, sino de hacer
respetar los propios mediante la amenaza directa y, llegado el caso,
por la fuerza. Los petroleros, por el carácter mismo de su actividad,
eran los que principalmente apoyaban la política inflexible con Méxi­
co, de la que Sheffield era partidario.21 Ya en México, Sheffield
reafirmó su idea de la superioridad anglosajona, considerando que los
mexicanos eran una raza “indiolatina” que, en sus propias palabras,
“no reconocen más argumento que la fuerza”.22 Creía Sheffíeld que los
Estados Unidos, modelo de organización, tenía el deber moral de
ayudar a los pueblos atrasados, por la fuerza, si era necesario.
En un principio, Sheffield fue bien recibido por la opinión pública
mexicana, pues hizo unas declaraciones exponiendo la igualdad de
derechos entre México y los Estados Unidos. El embajador tomó como
residencia la casa de Eman Beck, presidente del Banco Americano,
quien no le cobró alquiler.23 Los funcionarios mexicanos vieron en
Sheffield un hombre cortés sin llegar a la jovialidad, se comportaba
rígidamente en sociedad y rara vez se reía en público. Su posición
política conservadora, los nexos con intereses petroleros, su racismo y
su formalismo, indujeron a Sheffield a llevar una diplomacia jurídica,
agresiva e impersonal que entre 1926 y 1927 llevaron a la tirantez las
relaciones México-Estados Unidos, y estuvieron cerca de una crisis
diplomática extrema.
Si bien la admiración de Sheffield por los mexicanos en general no
era mucha, a los sobrevivientes de la élite porfirista les tenía en buen
concepto. Tras su llegada a México, el matrimonio Sheffíeld ofreció
un baile donde se reunieron las viejas familias aristocráticas del
porfirismo con las del nuevo régimen revolucionario. A la hora de las
comparaciones, Sheffield declaró en privado su gusto por conocer a
gente tan culta como los antiguos porfíristas, sin comentar nada sobre
la gente recién llegada al privilegio social.
El acercamiento de Sheffield con miembros del antiguo régimen
creó desconfianza en el gobierno mexicano. Al ver a Sheffield cerca de
los enemigos de la revolución,24 las nuevas castas dirigentes recorda­
ron a Henry L. Wilson, que tan triste memoria dejara para el México
revolucionario.
Cuando el novel embajador había presentado varias quejas en torno
a los daños sufridos por intereses estadounidenses debidos a políticas
agrarias revolucionarias, tuvo que abandonar el país en diciembre de
1924 para dirigirse a los Estados Unidos donde se sometió a un
tratamiento médico.25 Esta fue la primera de sus muchas ausencias,26
pues desde mayo hasta noviembre de 1925 permaneció en Washing­
ton, nuevamente abandonó México en junio de 1926, se ausentó del
país desde agosto de 1926 hasta enero de 1927 y quedó relevado de su
cargo en junio de 1927.
Como ya se vio en el epígrafe, Sheffield tenía una forma extrema­
damente subjetiva y prejuiciada en sus conceptos sociales, basada en
las características étnicas —reales o atribuidas por él mismo— del
individuo. Con intención peyorativa, tachó al presidente Elias Calles
de armenio e indio, a Aarón Sáenz de judío e indio, etcétera. Creía el
embajador, y con razón, que el secretario de Hacienda Alberto J. Pañi,
y el de Relaciones Exteriores, Aarón Sáenz eran el ala moderada del
gabinete y que se opondrían a medidas que pudieran afectar negativa­
mente las relaciones México-Estados Unidos.27
Con respecto a la reglamentación del artículo 27 constitucional,
Sheffield intentó en mayo de 1925 que el presidente Elias Calles se
sujetara a los precedentes establecidos por la Suprema Corte en el
período obregonista. En una discusión un tanto agria, el presidente
señaló al embajador que las decisiones de la Suprema Corte se habían
basado en la política gubernamental 1920-1924 y que no sentaron
jurisprudencia. Para junio Sheffield y el secretario de Estado Kellogg
creyeron que el momento político era propicio para ejercer presión
extraordinaria sobre México, pues según su interpretación, Elias
Calles se estaba debilitando como presidente. Kellogg y Sheffield en
una nota conjunta, declararon que “el gobierno de México está ahora
sometido ajuicio ante el mundo”.28 Desde junio de 1925 hasta mayo de
1927 predominó la tirantez diplomática entre México y los Estados
Unidos, viéndose envueltos en un duelo de notas, declaraciones y
amenazas.
La nota de junio de 1925 tenía un tono poco común. En ella, velada
pero inequívocamente, se anunció que de no cumplir el gobierno de
México con sus “obligaciones” internacionales hacia los Estados
Unidos —respeto a los intereses estadounidenses, pago de indemniza­
ciones, desincautaciones y pago de la deuda externa— Norteamérica
alentaría una rebelión contra el gobierno.
Nuestras relaciones con el gobierno de México son amistosas, pero no
enteramente satisfactorias, y estamos tratando de que el gobierno
mexicano, y así lo esperamos, devuelva las propiedades ilegalmente
tomadas e indemnice a los ciudadanos estadounidenses [...] Creemos
que es el deseo del gobierno mexicano hacer cumplir la Convención.
Mientras estemos convencidos de que está cumpliendo con sus obliga­
ciones internacionales, ese gobierno tendrá el apoyo del de los Estados
Unidos. He visto informaciones publicadas en la prensa acerca de que
otro movimiento revolucionario puede estarse preparando en México,
y abrigo esperanzas de que esto no sea verdad. Este gobierno continua­
rá apoyando al de México solamente mientras proteja las vidas e
intereses estadounidenses y cumpla con sus compromisos y obligacio­
nes internacionales. El gobierno de México está ahora a prueba ante el
mundo. Hemos sido pacientes, y nos damos cuenta, naturalmente, de
que requiere tiempo instituir un gobierno estable, pero no podemos
apoyar la violación de sus obligaciones y que no se otorgue protección
a los ciudadanos estadounidenses.29
Entre diciembre de 1925 y enero de 1926 el régimen presidido por
Elias Calles emitió leyes reglamentarias agrarias que restringían la
capacidad de los extranjeros para poseer tierras en México. Los
forasteros no podían ser propietarios de fincas en una franja de 50
kilómetros en las costas, o 100 kilómetros a lo largo de las fronteras.
Como la constitución de 1857 no preveía esta disposición, los Estados
Unidos consideraron inaceptable esta medida por tener la característi­
ca de retroactividad.30 Otro asunto serio y controversial en el tema de
la tenencia de la tierra, era el de las compañías agrícolas, en las que
según el nuevo reglamento los extranjeros no podían tener una
participación mayor al 49 por ciento.
Sheffield y Kellogg protestaron enérgicamente contra estas medi­
das nacionalistas y las calificaron de confiscatorias y retroactivas,
contrarias a la esencia de los Acuerdos de Bucareli de 1923. El
gobierno de México respondió que lo firmado en Bucareli no era un
tratado oficial, y que de ningún modo se admitiría algo en contra de la
constitución de 1917. El enfrentamiento llegó al punto en que se habló
de la ruptura de relaciones diplomáticas México-Estados Unidos,
alegando violación al derecho internacional. México respondió apo­
yándose en la cláusula Calvo,31 y la controversia siguió.
Para suavizar las asperezas surgidas, entre otras razones, Elias
Calles concertó un convenio con el banquero Thomas Lamont, que
invalidó el tratado De la Huerta-Lamont y se conoce como la Enmien-
que es el deseo del gobierno mexicano hacer cumplir la Convención.
Mientras estemos convencidos de que está cumpliendo con sus obliga­
ciones internacionales, ese gobierno tendrá el apoyo del de los Estados
Unidos. He visto informaciones publicadas en la prensa acerca de que
otro movimiento revolucionario puede estarse preparando en México,
y abrigo esperanzas de que esto no sea verdad. Este gobierno continua­
rá apoyando al de México solamente mientras proteja las vidas e
intereses estadounidenses y cumpla con sus compromisos y obligacio­
nes internacionales. El gobierno de México está ahora a prueba ante el
mundo. Hemos sido pacientes, y nos damos cuenta, naturalmente, de
que requiere tiempo instituir un gobierno estable, pero no podemos
apoyar la violación de sus obligaciones y que no se otorgue protección
a los ciudadanos estadounidenses.29
Entre diciembre de 1925 y enero de 1926 el régimen presidido por
Elias Calles emitió leyes reglamentarias agrarias que restringían la
capacidad de los extranjeros para poseer tierras en México. Los
forasteros no podían ser propietarios de fincas en una franja de 50
kilómetros en las costas, o 100 kilómetros a lo largo de las fronteras.
Como la constitución de 1857 no preveía esta disposición, los Estados
Unidos consideraron inaceptable esta medida por tener la característi­
ca de retroactividad.30 Otro asunto serio y controversial en el tema de
la tenencia de la tierra, era el de las compañías agrícolas, en las que
según el nuevo reglamento los extranjeros no podían tener una
participación mayor al 49 por ciento.
Sheffield y Kellogg protestaron enérgicamente contra estas medi­
das nacionalistas y las calificaron de confiscatorias y retroactivas,
contrarias a la esencia de los Acuerdos de Bucareli de 1923. El
gobierno de México respondió que lo firmado en Bucareli no era un
tratado oficial, y que de ningún modo se admitiría algo en contra de la
constitución de 1917. El enfrentamiento llegó al punto en que se habló
de la ruptura de relaciones diplomáticas México-Estados Unidos,
alegando violación al derecho internacional. México respondió apo­
yándose en la cláusula Calvo,31 y la controversia siguió.
Para suavizar las asperezas surgidas, entre otras razones, Elias
Calles concertó un convenio con el banquero Thomas Lamont, que
invalidó el tratado De la Huerta-Lamont y se conoce como la Enmien­
da Pañi.32 Con esta enmienda México replanteó el pago de su deuda
externa. Para el cumplimiento de sus obligaciones exteriores, México
intentó una jugada hábil cuando prometió a los banqueros el pago de
sus obligaciones con recursos obtenidos con impuestos al petróleo,
con el propósito de dividir los grupos del capital extranjero.
Con todo, el Departamento de Estado advirtió al embajador mexi­
cano en los Estados Unidos, Manuel Téllez, su desacuerdo con la ley
petrolera e insistió en la firma del Tratado de Amistad y Comercio que
ya había presentado a los mexicanos en 1920. “Amistad y Comercio”,
mezcla sin duda extraña. El proyecto del tratado era tan leonino para
México que el en aquel entonces presidente Obregón, a pesar de estar
urgido del reconocimiento diplomático, lo rechazó varias veces y en
1925 nuevamente no fue admitido por México.33
Al llegar el momento de reglamentar la ley del petróleo, el
secretario de Hacienda Pañi calmó los ánimos del embajador estado­
unidense diciéndole que de todos los proyectos de reglamento someti­
dos al congreso, el auspiciado por Obregón, Sáenz y el propio Pañi era
el más moderado y tenía muchas probabilidades de ser aprobado.
Cuando el senado aceptó un proyecto nacionalista radical, obra de
Morones, el embajador protestó enérgicamente y se dijo engañado.
Diciembre de 1925 fue el tiempo de los “duros”; Kellogg y Sheffield
por un lado, Elias Calles y Morones por otro, parecían llevar el
conflicto hasta el rompimiento de relaciones diplomáticas.
Tratando de dorar la píldora del petróleo, el senado aprobó
rápidamente los tratados binacionales sobre contrabando, pesca, extra­
dición y migración, pero esta táctica no suavizó en nada la reacción
estadounidense.
Fue en lo más intenso del conflicto petrolero, en febrero de 1926,
cuando el arzobispo Mora y del Río emitió las ya vistas declaraciones
criticando la constitución de 1917; al parecer se trató de una
superposición cronológica de dos problemas diferenciados, pero el
gobierno de Elias Calles creyó que ambos conflictos estaban relaciona­
dos.
Es probable que el Departamento de Estado debió sospechar alguna
irregularidad en Sheffield, tanto así que el ex embajador en México
Warren, quien tenía una visión de los hechos más serena que la de
Sheffield, fue consultado entre enero y febrero de 1926 por el
secretario de Estado, de aquí que la política norteamericana en esta
temporalidad fuera más prudente. El radicalismo mexicano desprestigió
a Warren y devolvió credibilidad a Sheffield; para abril el embajador
en México expuso al presidente Coolidge un modelo que se conoce con
el nombre de dominó; cualquier movimiento en el tablero, repercute
directamente en la disposición de las otras fichas, cualquier error en el
asunto mexicano afectaría las relaciones de los Estados Unidos con
otros países latinoamericanos.
Este principio está en juego no sólo en México, sino en otros países
latinoamericanos y tal vez en otros países, y llegará a ser cada día más
importante ya que el excedente de capitales para inversión en Estados
Unidos impele a nuestros ciudadanos a buscar nuevas salidas a tales
inversiones; en resumen, con nuestro desarrollo como nación acreedo­
ra. Del total de las inversiones norteamericanas en el extranjero en
1924, un 44% se hizo en América Latina. Cualquier debilidad de
nuestra actitud aquí se reflejará sin duda casi inmediatamente en otros
países extranjeros.34
Se dirimía una cuestión de principios perfectamente vinculados con
intereses materiales. Nacionalismo revolucionario, independencia y
constitución mexicanas frente al imperialismo, poderío económico y
derecho internacional de los Estados Unidos. Los mexicanos aprove­
charon para hacer valer sus puntos de vista, la momentánea incoheren­
cia de la política exterior norteamericana, debida a los desacuerdos
Sheffield-Warren y a las relaciones positivas de Morones y la c r o m
con la Federación Norteamericana del Trabajo (American Federation
of Labor).
La diferencia básica entre Warren y Sheffield consistía en que el
primero representaba a los comerciantes e industriales estadouniden­
ses, a quienes se les entorpecerían sus actividades en caso de rompi­
miento diplomático; mientras que a Sheffield lo respaldaban los
petroleros y los propietarios de tierras, que veían sus intereses
afectados por las leyes mexicanas, específicamente por el artículo 27
constitucional y su radical reglamentación.35
Sin embargo, los titubeos diplomáticos estadounidenses duraron
poco y para agosto de 1926 Kellogg sugirió al presidente Coolidge
levantar el embargo de armas a México. Esto significaba que cualquie­
ra que tuviera los fondos para ello, podría adquirir armas legalmente
en los Estados Unidos. Con el número de enemigos que tenía el
gobierno mexicano, esta medida le crearía un problema militar serio.
Coolidge decidió no aceptar la sugerencia del secretario de Estado.
Los ánimos se calmaron bastante en septiembre, por la moderación
del informe presidencial de Elias Calles y unas declaraciones concilia­
torias de Coolidge del día 8. Al finalizar el mes, Aarón Sáenz afirmó
que se respetarían los derechos de las compañías petroleras adquiridos
antes de 1917.36
En noviembre terminó abruptamente el buen entendimiento mexi­
cano-estadounidense por las actitudes opuestas que tomaron los países
ante el problema de Nicaragua. Los Estados Unidos apoyaban al
conservador Díaz, los mexicanos a su contrincante Sacasa y a ninguno
parece habérsele ocurrido la idea de dejar a los nicaragüenses decidir
su política interior. Los infantes de marina estadounidenses entraron
en Nicaragua y se dio un hecho insólito eti los anales de la política
exterior mexicana: se enviaron de contrabando armas, municiones y
tropas al mando del general Escamilla Garza a un país extranjero,37 en
este caso a Nicaragua. El asunto tenía una gravedad extrema, Was­
hington congeló el envío a México de diez aviones para la guerra del
yaqui. Los Caballeros de Colón y las compañías petroleras desataron
una campaña periodística contra el gobierno mexicano. El conflicto de
religión siguió en ascenso vertiginoso.
En diciembre de ese 1926 México reconoció a Sacasa como
presidente de Nicaragua, la controversia petrolera continuó, comenzó
la guerra cristera y Sheffield aconsejóa Kellogg, sin resultado, firmeza
para México. Como ya se vio, los artículos 82 y 83 de la constitución
fueron reformados para permitir la reelección de Obregón, y el año
terminó con una huelga ferrocarrilera de grandes proporciones.
Durante el primer mes de 1927 se anunció que no habría ruptura
diplomática entre México y los Estados Unidos. Todo el cuerpo
diplomático acreditado en México, el embajador Sheffield inclusive,
felicitaron al presidente Elias Calles por el año nuevo. Sin embargo se
trataba de formas, pues la agresividad mexicano-norteamericana conti­
nuó y se anunció que serían consignadas al procurador general las
compañías petroleras que no acataran la ley reglamentaria. Para
mediados de mes, la amenaza de una intervención armada norteameri­
cana en México cobró fuerza. Con el fin de llegar a un acuerdo
pacífico, Elias Calles recurrió al tribunal internacional de La Haya,
que probó su ineficacia. El freno a una posible invasión a México se
dio en el congreso de los Estados Unidos, donde la fracción demócrata
manejó la solicitud mexicana de arbitraje internacional como los
deseos de una solución negociada, quitándole al gobierno de Coolidge
el pretexto intervencionista.
Obregón para estas fechas se encontraba en Los Ángeles, California,
y declaró que las relaciones México-Estados Unidos no eran cordiales
inculpando a los católicos de ambos países por el distanciamiento. Con
respecto a los hidrocarburos, Obregón apoyó la política de Elias
Calles:
[...] confío en que el gobierno estadounidense reconocerá cuán legíti­
ma es la protección que México está tomando en relación con su
soberanía y sus recursos naturales para garantizar su propio futuro con
previsión que todos los estadistas están obligados a tener.38
México, por otra parte, cubrió el pago semestral de la deuda
externa, esta medida tuvo como resultado que a los banqueros estado­
unidenses no les fuera atractiva la idea de la intervención.
Para febrero las esperanzas norteamericanas de moderación en
México sufrieron un descalabro con la renuncia de Pañi, debida a
Morones. La intervención armada estadounidense en México parecía
inminente y petroleros junto con católicos no estaban ajenos al asunto.
En marzo los rumores de invasión eran tantos que Kellogg se vio
precisado a declarar que los Estados Unidos no habían enviado ningún
ultimátum a México. Para salir de la crisis, Norteamérica insistió en la
firma del Tratado de Amistad y Comercio, idea persistente del
Departamento de Estado. Pero los tiempos no estaban como para
capitular tan fácilmente y México rechazó el tratado. Obregón declaró
que no era el momento oportuno para discutir convenios.39
Un incidente de importancia vino a catalizar los acontecimientos:
fueron robados de la embajada norteamericana en México aproximada­
mente 300 documentos. Con lo extraído de la oficina del agregado
militar de la embajada, se hizo público un plan para invadir México.
Al descubrirse la existencia del plan de invasión, posibilidad que los
estadounidenses habían siempre negado en público, los Estados Uni­
dos cedieron un poco en su presión sobre México.40 Elias Calles
pronunció un discurso conciliatorio, Coolidge siguió la corriente de
moderación y la emergencia pasó.
Sin duda los gobernantes mexicanos estuvieron atentos de lo que
pasaba en el convulsionado lejano oriente, donde los nacionalistas
chinos atacaron en Nankín a fuerzas inglesas de ocupación, las cuales
con el apoyo de la mayoría de Europa occidental y de los Estados
Unidos, se aprestaron en someter a China.
Las noticias de las relaciones México-Estados Unidos eran fluctuantes. Se declaró un día que se estaba a punto de llegar a un acuerdo,
al siguiente fue anunciado que no había cambios en el distanciamiento.
Los presidentes de ambos países afirmaron que el conflicto tenía
solución pacífica. Para finales de ese turbulento abril de 1927, las
compañías petroleras perforaron sin permiso del gobierno mexicano e
independientemente de las sugerencias del estadounidense. Ante la
alternativa de alentar una rebelión contra el gobierno de México, o que
las compañías petroleras acataran las disposiciones previstas por las
leyes mexicanas, el presidente Coolidge, con la inconformidad y
reproche de Sheffield, se decidió por el segundo camino. Cuando la
crisis petrolera llegó a su clímax, los Estados Unidos se encontraban
en plena elección presidencial y no pudieron responder al radicalismo
mexicano, aunque cabe la posibilidad de que se haya llegado a un
acuerdo informal secreto, pues las cosas mejoraron bastante en mayo,
cuando la Suprema Corte retiró al artículo 27 sus cláusulas retroacti­
vas. Se haya acordado algo o no en mayo, en junio Sheffield abandonó
la embajada definitivamente; resulta sumamente sugestiva, aunque no
haya localizado documentos que sustenten un acuerdo extraoficial, la
sucesión cronológica de la posición conciliatoria de Coolidge, el fallo
contrario a la retroactividad del artículo 27 y la renuncia de Sheffield.
Con este contexto en consideración, pasemos a la visión de Sheffield
sobre la contienda electoral mexicana 1926-1928.
En los informes diplomáticos estudiados, ninguno se basó en
actividades de espías o en algún método fuera de las leyes. La fuente
principal de información fueron los periódicos nacionales y locales.
Otra práctica común, fue la conversación directa aunque reservada
entre los enviados estadounidenses y los mexicanos involucrados en
hechos y procesos.
El cónsul estadounidense en Mazatlán, Sinaloa, William P. Blocker
transmitía al Departamento de Estado declaraciones aparecidas en El
Correo de la Tarde y en El Demócrata, ambos diarios publicados en
esa plaza sinaloense. Además Blocker reprodujo para su gobierno
conversaciones privadas que sostuvo con miembros de las que él llamó
“las mejores clases sociales mexicanas”, entendiendo por esto hom­
bres de negocios, banqueros, etcétera.41 Igualmente el embajador
Sheffield citaba en sus mensajes los periódicos capitalinos Excélsior y
El Universal, aunque generalmente sólo mencionaba “la prensa” sin
especificar en que periódico se había basado.42 Otra variante resulta el
caso de que Sheffield telegrafió a Kellogg un informe sobre la
conversación sostenida entre Obregón y el representante en el occiden­
te de la Wells Fargo Express Company in México, John Eagan. La
entrevista Obregón-Eagan llegó a Sheffield a través del presidente de
la citada compañía, Elmer R. Jones.43 El cónsul en Monterrey, Nuevo
León, Whitfield, tradujo y telegrafió para Kellogg artículos del
periódico local El Porvenir.** Una variable interesante, fue la de John
Q. Wood, cónsul en el puerto de Veracruz, pues él se entrevistó
personalmente con Arnulfo R. Gómez y trató de arreglar una reunión
entre Gómez y Sheffield; tal reunión no parece haberse llevado a cabo,
pues no se encontró ningún documento que la describiera.45
Ya directamente en el asunto de la sucesión presidencial de 1928, la
primera alusión encontrada en los informes diplomáticos estadouni­
denses consiste en una comunicación de Sheffield al Departamento de
Estado, fechada en México el 4 de diciembre de 1926, en la que el
embajador dio parte a sus superiores que se habían aprobado las
enmiendas a los artículos 82 y 83 constitucionales. Sheffield añadió
que Obregón estaba siendo presionado para reelegirse al término del
período de Elias Calles.46
El cónsul en Mazatlán se quejó del presidente de México. El
comunicado dice:
Señor:
Tengo el honor de informar al Departamento [de Estado] que el 8 de
diciembre [de 1926] el Correo de la Tarde, el órgano [de difusión] oficial
del gobierno de Mazatlán, publicó una entrevista con el Presidente de
México hecha por reporteros de prensa de la Ciudad de México, en la cual
el Presidente hizo las más insultantes declaraciones acerca del Departa­
mento [de Estado] y del Presidente de los Estados Unidos.47
Creía el cónsul que el 75 por ciento de las “mejores clases de
mexicanos” no estaban de acuerdo con la política gubernamental;
aunque no aclaró la manera con la que llegó a ese porcentaje, tiene
toda la apariencia de ser una idea sin mayor fundamento que el deseo
del diplomático estadounidense de que así fuera la realidad.
Volviendo a la lucha electoral, Sheffield informó a sus superiores
que la campaña obregonista la echarían a andar los partidarios de
Obregón, y no él mismo. El embajador le dio más importancia a la
candidatura de Serrano, afirmando que ésta recibió el apoyo de más de
50 partidos políticos.48 Con respecto a Arnulfo R. Gómez, Sheffield
indicó que los gomistas empezarían a trabajar por la candidatura de su
líder tan pronto como Obregón y Serrano comenzaran sus campañas.
Todos los informes de Sheffield con respecto a las campañas
presidenciales, los transmitía con la convicción de que la fuerza militar
era el elemento decisivo para resolver las pugnas electorales.
Esta campaña presidencial puede mostrar cuál de los candidatos rivales
tiene el control del ejército y pueda ser la chispa que encenderá la
mecha. De ahora en adelante las situaciones militar y política en
México estarán más que nunca en términos intercambiables.49
Para Herbert S. Bursley, cónsul en Guaymas, Sonora, Obregón
tenía a principios de 1927 un doble papel en aquella entidad. Por un
lado —decía el cónsul— Obregón, quien no tenía ningún nombramien­
to oficial, era tácitamente reconocido como representante del gobierno
federal en Sonora; el otro aspecto de Obregón era el de agricultor,
molinero, exportador-importador, etcétera, todo esto en gran escala.
Bursley señaló que aunque Obregón había recibido cuantiosos
créditos de un banco gubernamental mexicano: “la administración
deficiente o algunas otras causas han dado como resultado que conti­
nuamente no pueda cumplir con los pagos [de su deuda]” .50
No hace falta ser muy avezado en la lectura entre líneas para
entender que el cónsul estaba señalando a Obregón como un corrupto.
Los indicios de la bancarrota del de Siquisiva eran inequívocos, a
pesar de la cuantiosa ayuda oficial que le fue otorgada. Bursley
advirtió al Departamento de Estado que, aunque el doble papel de
Obregón no era ningún secreto, el gobierno estadounidense no le había
otorgado a este hecho la importancia que merecía.
El 2 de febrero de 1927 Sheffield informó al secretario de Estado
que unos diputados antirreeleccionistas intentaron presionar a Obregón
para que declarara si iba a ser candidato presidencial o no, y que él
había eludido la maniobra haciendo caso omiso del telegrama enviado
por los diputados. Con la advertencia de que era un rumor, el
embajador dijo a sus superiores que en ese mes de febrero Obregón
haría públicas sus intenciones de ser candidato presidencial.51 Sheffield
añadió que Alberto J. Pañi y Alvaro Obregón se encontraban en Los
Ángeles, California, tratando de llegar a un acuerdo con los petroleros
estadounidenses, cuyas relaciones con el gobierno mexicano se halla­
ban muy deterioradas. La negociación no tuvo ningún resultado, pues
no fue seguida de acciones por parte del gobierno mexicano en favor
de los petroleros.
Para marzo de 1927, el cónsul en Monterrey informó a funciona­
rios del Departamento de Estado que el gobernador de Nuevo León,
Jerónimo Siller, presidía el comité estatal para la campaña política
obregonista. Al mismo tiempo, el cónsul Whitfield afirmó que Siller
seguía instrucciones presidenciales dadas indirectamente desde la
ciudad de México.52
Pocos días después del informe de Whitfield otro cónsul, John Q.
Wood, sostuvo una conversación formal muy interesante con Arnulfo
R. Gómez en el puerto de Veracruz. En privado, Gómez dijo a Wood
que Elias Calles era solamente un “mozo” (en español en el documen­
to) de Obregón, y que juntos trabajaban para engañar al Departamento
de Estado en bien de la causa obregonista, de ahí que Gómez esperaba
que los Estados Unidos no mordieran el anzuelo tendido por el
embajador Téllez. Norteamérica, afirmó Gómez, no debía ceder ante
México en la controversia petrolera que se estaba dando en ese
momento. Aunque no lo dijo explícitamente, resulta claro que Gómez
aseguró a los estadounidenses respetar sus intereses petroleros, con
miras a ganarse su apoyo; para puntualizar bien el asunto, Gómez
solicitó al Cónsul una entrevista formal y privada con el embajador
Sheffield.
Gómez terminó su diálogo con Wood diciéndole que si Obregón
salía electo presidente, una nueva revuelta militar tendría lugar en
México. Arnulfo R. Gómez hablaba de él mismo; ya que en caso de
que Obregón se reeligiera, se levantaría en armas.53 Junto con la
promesa de respeto a los intereses petroleros, Gómez usó la amenaza
de levantamiento militar, en el intento de ganarse el apoyo estadouni­
dense a su candidatura, pues hay que recordar que los Estados Unidos
trataban de evitar una frontera sur inestable a toda costa.
En abril de ese 1927 el cónsul en Guaymas, Bursley, comunicó al
secretario de Estado que los obregonistas estaban haciendo circular de
manera discreta críticas a Elias Calles. Decían los partidarios de
Obregón que su jefe desde el principio detectó lo erróneo de la política
presidencial 1924-1928, especialmente en los rubros petrolero, tenen­
cia de la tierra, religioso y de las relaciones internacionales. Si
Obregón llegaba a la primera magistratura, afirmaron sus seguidores,
todas esas fallas del régimen serían enmendadas.54
Uno de los informes más enriquecedores en el tema tratado, es el
dado por Sheffield el 8 de abril. El embajador afirmó que Obregón
había estado en el castillo de Chapultepec por tres semanas, y que en
este tiempo había “jugado el papel de poder detrás del trono” en los
álgidos problemas del conflicto religioso, las leyes petroleras y la
tenencia de la tierra.
Con respecto a la sucesión presidencial de 1928, Obregón se
mostró tan vacilante al afirmar que no se decidiría a ser candidato
hasta tener asegurado el apoyo del pueblo mexicano, que el embajador
creyó que finalmente Obregón no sería candidato presidencial. Sheffield
pensó que el antirreeleccionismo era tan fuerte, que Obregón buscaría
otra manera de seguir detentando el poder; al ver que el serranismo
cobraba fuerza, el embajador estaba convencido de que Obregón, al
dificultársele el asumir directamente la presidencia, apoyaría a Serra­
no para continuar como el poder detrás del trono. Textualmente:
En caso de que los sentimientos antirreeleccionistas se incrementen,
Obregón permanecerá en segunda fila con una capacidad de consejero
poderoso, como lo ha estado haciendo durante el presente régimen.
También es posible que él [Obregón] prefiera por razones personales
permanecer en segunda fila y Serrano será elegido, usándolo como un
títere para sus propios propósitos.55
La apreciación de Sheffield probó ser errónea, pues Obregón no
titubeaba ante la fuerza del antirreeleccionismo, lo que hacía era
madurar la situación para elegir él los tiempos de lucha, y no sus
enemigos. Obregón presionaba y acorralaba a los antirreeleccionistas,
llevándolos a una rebelión armada. Lo que sí sorprende del análisis
proyectivo de Sheffield —visto desde una perspectiva funcionalista,
que como la mayoría de estas interpretaciones tiene algo de cinism oes la precisión con que quedaron trazados los grandes rasgos del
maximato.
Para mayo lo que llamó principalmente la atención de los estado­
unidenses fue el viaje de Arnulfo R. Gómez a Sonora. El cónsul
Blocker informó en un escueto telegrama fechado el 7 de mayo del
paso de Gómez por Mazatlán en su ruta hacia el Náinari.56 Después de
la entrevista, ya estando Gómez en Torreón, Coahuila, declaró que el
general Obregón no iba a ser candidato presidencial en 1928; cuando
se le preguntó a Gómez su fuente de información, respondió que había
sido el general Obregón en persona.
Sheffield observó y consignó estos hechos, y dijo al secretario de
Estado que todo el proceso era una maniobra de engaños característica
en los políticos mexicanos. Gómez, tan pronto fuera nominado por el
Partido Antirreeleccionista, iba a pedir licencia en el ejército para
dedicarse a su campaña política.57 Con respecto a Obregón, el embaja­
dor dijo que en vista de sus repetidos viajes a la ciudad de México, no
había duda de que si se le presentaba la coyuntura favorable se
reelegiría. En lo tocante a Serrano, Sheffield creía que era un elemento
que complicaba la situación; Serrano había recibido un millón de pesos
como soborno por parte del gobierno para tenerlo fuera de la sucesión
presidencial como candidato, pero esa suma de dinero la destinó para
su campaña política. El embajador esperaba la renuncia de Serrano a la
gubernatura del Distrito Federal en corto tiempo, y suponía que Juan
A. Almazán lo iba a sustituir en el puesto.
Siguiendo con la entrevista Obregón-Gómez de mayo, Sheffield infor­
mó al secretario de Estado que Gómez negó ante la prensa haber tenido un
“pacto de caballeros” con Obregón. Contrariamente a su costumbre,
Sheffield no comentó nada en el comunicado del 21 de mayo, simplemente
se limitó a reproducir las noticias de los periódicos.58
En su mensaje al secretario Kellogg del 23 de mayo, Sheffield continuó
describiendo sarcásticamente, aunque en un tono más mesurado, al
sistema político mexicano. El embajador informó al secretario de Estado
que en la “convención celebrada en Ciudad Victoria, Tamaulipas, de 15 al
17 de mayo inclusive, el así llamado Partido Socialista de los Estados
Fronterizos nominó al general Obregón como su candidato a la presiden­
cia”.59
Sheffield subrayó lo afirmado por Gómez algunos días antes, en el
sentido de que Obregón no sería candidato presidencial, pero se abstuvo
de hacer comentarios.
Es notable el contraste entre los informes del embajador de antes del 21
de mayo y los posteriores. En fechas precedentes al 21 de mayo tenemos
a un Sheffield que intercalaba viscerales y cáusticos párrafos en contra de
los políticos mexicanos en sus escritos; pero después de esa fecha se
vuelve más un informador que un interpretador, aunque la información era
presentada de manera que la corrupción y las contradicciones de los
políticos mexicanos quedaran expuestas sin lugar a dudas.
Con base en la nominación del Partido Socialista de los Estados
Fronterizos y en unas declaraciones de Ricardo Topete, en el sentido
de que Gómez había conscientemente tergiversado su conversación
con Obregón, Sheffield concluyó que tarde o temprano Obregón
anunciaría su candidatura a la presidencia.
En el último informe de Sheffield con respecto a la elección de
1928, tenemos varias cosas interesantes. Obregón había sostenido
pláticas <jon un representante de la Wells Fargo Express Company in
México, el de Siquisiva dijo a su interlocutor que según veía a la
política norteamericana el presidente Coolidge se reelegiría. En tal
caso, continuaba el parecer de Obregón, México no tendría nada que
temer pues la American Federation of Labor (Federación Norteameri­
cana del Trabajo), el senador Borah y los anticatólicos estadouniden­
ses —las tres entidades estaban en favor del gobierno mexicanocontrolarían a Coolidge en su política hacia México.
Eagan a quien Obregón confió sus pronósticos era de la opinión que el
general Obregón será candidato a la presidencia de México si siente
que tiene la más leve oportunidad de salir electo, porque, como lo
declaró Eagan, él [Obregón] estará arruinado financieramente si al­
guien que no simpatice con él o con su política fuera electo presidente
de México.60
Así, dejamos al racista, arrogante, sarcástico y agresivo embajador
Sheffield quien pasó de creer que Obregón haría de Serrano un
presidente-títere para manejar indirectamente el gobierno, a la convic­
ción de que Obregón volvería personalmente como presidente de
México. En ninguno de los tres apellidos que se manejaron como los
aspirantes más viables a la presidencia: Obregón, Serrano y Gómez,
encontró Sheffield a alguien honesto, preocupado fundamentalmente
por los destinos nacionales y no por los propios, como implícitamente
sostenía que deberían ser los políticos; más aún, para Sheffield las
características de los aspirantes a la presidencia de México como
corrupción, falta de escrúpulos, arbitrariedad, abuso del poder para
fines personales, incoherencia, etcétera, se podían extender al resto de
los políticos mexicanos.
A r t h u r S c h o e n f e l d , c h a r g e d ’affaires
La situación como un todo, es la de continuar con los métodos
y tradiciones políticas mexicanas, que la principal impresión
hecha a un observador desinteresado por estas manifestaciones
[la muerte de Serrano y sus principales colaboradores] de
ambición personal, ineptitud y bancarrota moral prevalece,
como lo ha hecho desde hace mucho, una desesperanza comple­
ta de la regeneración política y social de este país. (Fragmento
de un mensaje enviado por Arthur Schoenfeld al secretario de
Estado el 13 dectubre de 1927).
Contrariamente a lo que sucede con los embajadores Sheffield y Morrow,
de Schoenfeld no se tienen referencias biográficas. Esta falta de informa­
ción contrasta con el interesante y copioso material que nos legó el
encargado de negocios Schoenfeld sobre la reelección obregonista. Con
las numerosas ausencias de Sheffield además del tiempo que transcurrió
entre su partida y la llegada de Morrow, el encargado de negocios
Schoenfeld estuvo un tiempo considerable al frente de la embajada,
precisamente durante los momentos más críticos para la lucha electoral
1926-1928.
Los periódicos fueron los principales proveedores de información para
Schoenfeld y su personal. Aquí tenemos ejemplos: “De acuerdo con la
prensa de 5 de julio de 1927, el comité a cargo de la campaña del general
Obregón lanzó el 4 de julio una declaración”. 61 Una cita más, es ésta:
“que la prensa del 28 de julio publica un artículo corto que establece que
los Ferrocarriles Nacionales recibieron 62 mil pesos del Comité Directivo
de la Campaña de Obregón”.62
Otro surtidor de noticias para los diplomáticos estadounidenses de este
tiempo fueron los informantes anónimos, aquellas personas de las que
Schoenfeld no nos dio sus nombres o filiación. Esta omisión del encargado
de negocios parece ser hija del descuido, pues no tiene sentido guardar
anonimatos en documentos que son de por sí secretos y que sólo se leerían
en el Departamento de Estado. Veamos algunos casos: “De acuerdo con
mi informante, el general Calles señaló que el general Obregón se estaba
beneficiando en grado máximo”.63
Aquí tenemos otro párrafo: “En una conversación reciente con mi
informante, quien es extranjero y tiene la confianza del general Obregón”.64
Algunas veces, Schoenfeld consideró suficiente con dar la nacionalidad
de quienes le enteraban respecto a la política mexicana: “de comunicar que
de acuerdo a información confiable recibida de una fuente norteamerica­
na”.65
En dos casos, curiosamente ambos de banqueros, Schoenfeld identificó
plenamente a sus informantes:
[...] el 1 de agosto de 1927, H. Weldon, un canadiense vice-presidente
del Banco de Montreal y gerente en México, sostuvo una conversación
larga con el ex presidente Obregón, lo sustancial de la cual fue relatada
pocas horas después a Winslow, primer secretario de la Embajada.66
El segundo banquero fue nada menos que Agustín Legorreta: “la
confirmación de la existencia de relaciones tensas entre Obregón y Calles
me llegó de una fuente bien informada como el señor Agustín Legorreta,
dirigente del Banco Nacional de México”.67
En una fecha tan temprana como noviembre de 1926, el encargado de
negocios dijo a su país que una minoría parlamentaria lanzó un manifiesto
contra las enmiendas del los artículos 82 y 83, estos cambios eran
apoyados por la mayoría parlamentaria. Lo que Schoenfeld subrayó como
verdaderamente importante, fue el hecho de que el gobierno permitiera la
publicación en los diarios del manifiesto minoritario, interpretando este
suceso como un ataque indirecto de Elias Calles a Obregón.68
Con respecto a los candidatos antirreeleccionistas Schoenfeld transmi­
tió a su país, en junio de 1927, una controversia entre los seguidores de
Serrano y de Gómez. Eugenio Mier y Terán, serranista, desafió al gomista
Enrique Bordes Mangel, para que pospusiera la convención gomista; la
propuesta de Mier y Terán consistía en organizar una convención que
uniera a todos los antirreeleccionistas y quien saliera victorioso en el
cónclave, recibiría el apoyo sumado de serranistas y gomistas. Eugenio
Mier sugirió el 20 de diciembre para celebrar dicha convención, pero no se
volvió a mencionar nada sobre este asunto, por lo que desconocemos con
precisión las razones que no permitieron a los antirreeleccionistas presen­
tar un solo frente.
En el mismo documento,69Schoenfeld dijo que la falta de fondos era la
desventaja principal que tenían las campañas gomista y serranista, revelán­
donos con esto un reduccionismo muy cercano a la candidez en sus
apreciaciones sobre la política mexicana, pues la falta de dinero no era sino
uno de los muchos elementos de toda una situación de marginación política
fomentada por el presidencialismo.
Para finales de junio, Schoenfeld indicó al Departamento de Estado
que Arnulfo R. Gómez trataba de empujar a Obregón hacia la rebelión
contra el gobierno central. El encargado de negocios puntualizó que su
informante, del que solamente dijo que era estadounidense, era un
enemigo de Obregón, así que deberían ser cuidadosos en la credibilidad de
los informes. Según lo dicho por el informante, Gómez planeaba provocar
a Obregón para que éste marchara con las tropas estacionadas en Sonora
hacia la ciudad de México; Joaquín Amaro derrotaría fácilmente a
Obregón en Jalisco y Guanajuato. El plan de los seguidores de Gómez
preveía que serranistas y gomistas junto con las tropas leales al gobierno
combatirían confederadas contra el rebelde Obregón; una vez vencido el
ex presidente, el general Serrano sería presionado para abandonar sus
aspiraciones presidenciales, dejando el camino libre a Arnulfo R. Gómez
a la presidencia de la república. El presidente Elias Calles apoyaría este
plan, pues no deseaba el retorno de Obregón a la presidencia. De acuerdo
con su informante, Gómez declaró: “Si soy elegido, favoreceré al capital
extranjero. Invitaré al capital extranjero a venir a México y le daré todas
las garantías posibles. Especialmente invitaré al capital estadounidense”.70
Para el 1 de julio un obregonista se entrevistó con Schoenfeld, se
trataba del señor Sierra, jefe de alguna dependencia de la Secretaría de
Relaciones Exteriores. Sierra dijo a su interlocutor que nadie en México
tomaba en serio la candidatura serranista. De Gómez afirmó que era un
hombre de palabras y no de hechos, subrayó además que Gómez tenía
fama de deshonesto en el ejército. Si esta declaración no causó admiración
en Schoenfeld, sí lo hace entre nosotros, pues la deshonestidad era muy
común en el ejército mexicano, y sin duda abarcaba a los tres generales en
cuestión, por lo que ninguno tenía calidad moral para acusar a otros de
falta de honestidad, a menos que echara mano del cinismo, como en este
caso. Sierra añadió que la reelección de Obregón resultaría muy conve­
niente desde la perspectiva internacional, pues el ex presidente era mucho
más flexible que Elias Calles.71
El vicecónsul en Mazatlán telegrafió a su país el mal recibimiento que
se le dio a Obregón por toda Sinaloa en su gira electoral. Según el
vicecónsul Winsor Ivés, el anti-obregonismo sinaloense se debía a que
Obregón acaparó tierras y aguas de los valles Yaqui y Mayo, perjudicando
a los agricultores de Sinaloa.72
El 22 de julio de 1927 el Departamento de Estado en un breve mensaje,
comunicó: “Los generales Obregón, Serrano y Gómez ya lanzaron sus
respectivas campañas para ocupar la presidencia de México a pesar de que
las elecciones no se celebrarán hasta septiembre de 1928”. 73
No hubo ningún otro comunicado sobre Serrano o Gómez hasta el 17
de agosto, cuando el cónsul Bursley telegrafió a sus superiores que el
diputado Gilberto Isais hacía proselitismo para Gómez en Baja California.
En esa ocasión, Bursley señaló que en Guaymas no se creía en la
neutralidad de Elias Calles con respecto a la elección presidencial; los
guaymanenses estaban convencidos de que Obregón era candidato apoya­
do por la federación.74
Fue en agosto de 1927 cuando nuevos informes sobre el distanciamiento
Elias Calles-Obregón llegaron a Schoenfeld. El de Siquisiva pidió al
presidente más apoyo para su campaña electoral por parte del gobierno
federal, la respuesta que recibió Obregón fue negativa; Elias Calles dijo al
candidato reeleccionista que la ayuda federal para él había llegado a un
máximo posible y que de ahí no pasaría.75
En el siguiente informe, Schoenfeld atribuyó la pugna entre Elias
Calles y Obregón a que el primero estaba haciendo planes para continuar
en el poder después de terminado su período presidencial. Además, Elias
Calles estaba molesto por la ingratitud de Obregón quien no apreciaba los
esfuerzos presidenciales por ayudarlo.76
Interesante resultó el mensaje del vicecónsul en Nuevo Laredo,
Tamaulipas, Stephen E. Aguirre, quien dijo a su país que, sin asegurar
plenamente la veracidad de los informes, los generales Serrano y Gómez
conjuntamente con Luis N. Morones, habían formado una alianza antiobregonista. Según informaron a Aguirre, esa alianza estaba apoyada por
Emilio Portes Gil, Juan Andreu Almazán y Aarón Sáenz entre otros. La
alianza planeó un complot contra Obregón que se llevaría a cabo cuando el
de Siquisiva llegara a Nuevo Laredo en gira presidencial. Cuando
estuviera Obregón en Nuevo Laredo comenzaría una rebelión en ese lugar
y se aislaría al ex presidente del resto del país; además otros brotes
rebeldes surgirían simultáneamente al movimiento de Nuevo Laredo.77
Con respecto a Obregón, Schoenfeld dijo al Departamento de
Estado que a pesar de no haber lanzado su candidatura, numerosas
asociaciones políticas lo nominaban para presidente. Informó también
que la Liga de Partidos Obregonistas de la República estaba en proceso
de formación y su directiva, probablemente, la constituirían Aarón
Sáenz, presidente, y Luis L. León, vicepresidente. Schoenfeld calculó
que Obregón lanzaría su manifiesto para la presidencia antes de junio.
La pugna política obregonistas-antirreeleccionistas, apuntó Schoenfeld,
iría subiendo en intensidad conforme el tiempo pasara.78
Para Schoenfeld, el general Obregón era el más serio de los
candidatos presidenciales. En un alarde nacionalista, el encargado de
negocios transmitió a su país: “En muchos aspectos él [Obregón]
posee las cualidades de un hombre de negocios estadounidense, en que
él está acostumbrado a planear sus actividades con gran cuidado y
entonces realiza sus propósitos con decisión”.79
Cuando Obregón lanzó su manifiesto como candidato presidencial,
Schoenfeld lo analizó y comentó que el documento estaba escrito en un
tono autoritario, además de que la postulación obregonista revelaba la
grave carencia mexicana de políticos de alto nivel. Las candidaturas de
Serrano y Gómez las clasificó el encargado de negocios como una
tragicomedia después del manifiesto obregonista, pues no tenían
posibilidad de vencer. Una vez sintetizado el documento, Schoenfeld
remarcó la ausencia de alabanzas a Elias Calles; el encargado de
negocios explicó el fenómeno diciendo: “Esto, por supuesto, parece
haber sido innecesario desde el punto de vista del consenso general que
Calles representa poco más que la voluntad de Obregón”.80
Con respecto a los Estados Unidos, Schoenfeld subrayó que:
La flexibilidad muy superior de Obregón sobre Calles puede de alguna
manera facilitar la conducción de las relaciones norteamericanas con su
futuro gobierno, él [Obregón] debería salir electo; pero su falta de
escrúpulos, su blandura, [...] su proclamada antipatía hacia los E.U. y
su inferioridad con respecto a Calles como administrador, todo esto
combinado promete una situación siempre y cuando asuma la presiden­
cia, que continuará poniendo a prueba la paciencia, bajo provocación,
del gobierno y pueblo estadounidenses.81
En otro comunicado, Schoenfeld afirmó que los métodos obregonistas
de campaña presidencial consistían en grandes banquetes y concentra­
ciones políticas. Esta clase de propaganda, puntualizó Schoenfeld, no
la podían hacer Gómez o Serrano por falta de fondos.82
El 14 de julio Schoenfeld dijo al Departamento de Estado que
Morones, a pesar de ser enemigo de Obregón, permitió a la c r o m
nominar al de Siquisiva para presidente porque así se beneficiaría esa
confederación obrera. Más adelante el encargado de negocios afirmó
que todo el peso del gobierno actuaba en favor de Obregón. Así
mismo, Schoenfeld denunció que los líderes obregonistas estaban
haciendo circular el rumor de que los Estados Unidos deseaban la
reelección de Obregón.83
Bursley, el cónsul en Guaymas, insistió en que la zona era antiobregonista, y como ejemplos incluyó en su informe artículos de los
periódicos locales La Tribuna y La Gaceta. El cónsul añadió que un
movimiento revolucionario estaba a punto de desarrollarse en todo el
país.84
Volviendo con Schoenfeld, tenemos que telegrafió al Departamento
de Estado la descripción de un mitin obregonista. Indígenas que fueron
acarreados en carros de ferrocarril ‘ al lugar del mitin y que eran
completamente ajenos a esa población, gritaban ¡viva Obregón! cada
vez que los miembros del comité organizador lo indicaban.85
En otro documento que Schoenfeld envió al secretario Kellogg,
relató un atentado contra la vida de Obregón. Cuando el de Siquisiva
viajaba por tren de Mazatlán hacia Guadalajara, fueron quemados
varios puentes del ferrocarril; un tren carguero que precedía al de
Obregón se descarriló y quedó completamente destrozado. Gracias al
carguero, los ferrocarrileros que conducían a Obregón se dieron
cuenta del sabotaje y consiguieron evitar un desastre.86
Schoenfeld tuvo cuidado en decir al secretario de Estado que de
acuerdo con el semanario antirreeleccionista El Pensamiento dirigido
por Palavicini, el general Obregón bajo la influencia de Soto y Gama
era el responsable de las leyes radicales emanadas del artículo 27
constitucional; así, la crisis petrolera se debía indirectamente a
Obregón.87
Más interesante resultó el informe del 2 de agosto, donde Schoenfeld
relató una conversación sostenida entre el banquero canadiense Weldon
y Alvaro Obregón. Horas después de su entrevista con Obregón,
Weldon transmitió lo más importante de esa conversación al primer
secretario de la embajada, Winslow. De acuerdo con Weldon, Obregón
creía que el problema religioso ya se habría resuelto para la fecha de su
reelección. Respecto al petróleo, el de Siquisiva prometió acabar con
la controversia entre México y los países con intereses petroleros aquí;
no habría conflicto, decía Obregón, puesto que a México el petróleo
no le reportaba ninguna utilidad por la imposibilidad tecnológica de su
explotación. En lo tocante al reparto agrario, el ex presidente afirmó
que seguiría el mismo ritmo de expropiaciones que llevaba Elias
Calles, tales requisas se pagarían con bonos agrarios.
El propósito sustancial de la entrevista Obregón-Weldon, era que el
primero estaba recabando fondos para su campaña política. El Banco
de Montreal dio una contribución grande para la causa obregonista,
aunque no se especificó las condiciones ni el monto del dinero
canadiense. El presidente de la Compañía Mexicana de Luz y Fuerza
que era propiedad británica, George Conway, dijo haber recibido de
Obregón una solicitud similar a la hecha a Weldon, sólo que Conway
se rehusó a cooperar arguyendo que su compañía no se inmiscuía en la
política interna mexicana. Con respecto a la personalidad de Obregón,
Weldon dijo que:
[...] Obregón había cambiado sustancialmente en los últimos tres años,
que su actitud, su visión y comprensión de varios problemas mexica­
nos habían mejorado mucho. Él [Weldon] expresó la opinión de que
este cambio del ex Presidente, se debe probablemente a la experiencia
como Presidente seguida de la experiencia en negocios durante los
pasados tres años, han hecho de él [Obregón] el candidato presidencial
mejor preparado para manejar y resolver los intrincados y difíciles
problemas confrontados por México.88
En un comunicado posterior, Weldon añadió a Schoenfeld que:
[...] Obregón parecía menos seguro de sí mismo y menos cínico en su
conversación que antes y este cambio era atribuible, en opinión de
Weldon, a sus experiencias en tratar con hombres de negocios, espe­
cialmente en los Estados Unidos, desde que dejó la presidencia.89
El 4 de agosto Schoenfeld informó a su país que 165 diputados
junto con 42 senadores habían aprobado las enmiendas a los artículos
82 y 83 constitucionales. Además, el encargado de negocios comunicó
al Departamento de Estado la fusión, bajo la presidencia de Ricardo
Topete, de los bloques parlamentarios nacionalista y obregonista;
Schoenfeld subrayó, sin comentar, que todos los miembros directivos
del nuevo bloque fueron elegidos sin dificultad con excepción del
tesorero, quien terminó siendo elegido mediante un “volado” .90
Días más tarde, Aarón Sáenz fue proclamado gobernador de Nuevo
León, cosa que Schoenfeld interpretó como una confirmación de la
fuerza que tenía Obregón en los estados norteños.91
Con respecto a la convención del Partido Laborista Mexicano
( p l m ) , de la que salió Obregón como su candidato a la presidencia,
Schoenfeld describió el proceso con detalle y sin dar ningún comenta­
rio al respecto, solamente anotó al final del documento:
El apoyo del Partido Laborista a Obregón no es interpretado, en
ningún sentido, como muestra de un cambio fundamental en las
convicciones de Obregón, pero sí demuestra una vez más el extremado
poco número del liderazgo político en este país.92
El 15 de septiembre Schoenfeld describió un complot en contra de
la vida del general Obregón, pero expresó su certeza de que tal
complot no existió y solamente se trató de una maniobra obregonista
para mostrar a su jefe como un héroe que arriesgaba la vida en la
campaña presidencial.93
Al finalizar el mes, Schoenfeld telegrafió a sus superiores que
Obregón, durante una conversación con un extranjero, había declara­
do que México era un país enfermo y necesitaba una purga. Había tres
purgas disponibles: él mismo, Serrano y Gómez; Obregón se conside­
raba a sí mismo como la menos dañina de las opciones. Según el
informante de Schoenfeld, el general Obregón, con el consentimiento
de Elias Calles, había determinado desde hacía mucho tiempo volver a
la presidencia de México.94
Schoenfeld mostró la corrupción de la campaña obregonista dicien­
do que en los periódicos se exageraba la popularidad de Obregón. De
acuerdo con Excélsior el ex presidente Obregón había sido recibido en
Pachuca, Hidalgo, con mucho júbilo por un gran número de lugare­
ños, pero un miembro de la embajada había presenciado los aconteci­
mientos. De acuerdo con el diplomático, Obregón llegó a Pachuca
acompañado de 25 o 30 automóviles, los que transportaban a las únicas
muchedumbres que aclamaron al candidato reeleccionista. También
anotó Schoenfeld la presencia de un gran número de soldados federales
custodiando a Obregón, comentando que Serrano o Gómez no gozaban
de esas prerrogativas del gobierno federal.95
En suma, Arthur Schoenfeld veía la reelección de Obregón como
una demostración más de la grave carencia en México de políticos de
alto nivel; esto llegaba a tal grado según el diplomático, que Elias
Calles apenas significaba algo más que la voluntad de Obregón. Para
los Estados Unidos, en último análisis de Schoenfeld, el regreso de
Obregón a la presidencia no significaba lo óptimo porque el de
Siquisiva era proclive a la corrupción, administrador mediocre y
político falto de escrúpulos. Sin embargo, el que Obregón no fuera un
político modelo, tampoco significaba que los Estados Unidos fueran a
hacer algo al respecto, como con Madero en 1913, en esta ocasión el
poderoso vecino del norte se limitó a observar.
E l e m b a j a d o r D w ig h t W h it n e y M o r r o w
Y EL NUEVO IMPERIALISMO
Las cosas tienen que cambiar, para que sigan igual
(Príncipe Guissepe Tomasi de Lampedusa,
11 Gattopardo, 1958).
Cuando en 1927 los Estados Unidos decidieron cambiar de táctica
diplomática en México, designaron como embajador a Dwight W.
Morrow, socio de la firma J.P. Morgan & Co. El giro de la política
exterior norteamericana fue de los “duros” como Sheffield, quien
apoyó preferentemente a las inversiones en petróleo y tierras, a los
“listos” representados por Morrow, que respondía primordialmente a
intereses banqueros y comerciales.96
Los padres de Morrow fueron James Elmore Morrow, un profesor
rural, capitán del ejército del norte durante la guerra civil, y Clara
Johnson, quien procedía de una familia sureña de tendencias aristocrá­
ticas.97 Dwight fue el cuarto de un total de ocho hermanos y nació el 11
de enero de 1873.
Los Morrow eran una familia sin mucho dinero, pero muy orienta­
da hacia la educación. Aunque Dwight nació en Huntington, West
Virginia, se crió en los suburbios de Pittsburgh. Además de su
educación escolar, en el hogar él y sus hermanos recibieron lecciones
esmeradas e intensivas por parte de su padre. Cuando terminó sus
estudios medios, Dwight ganó un concurso para entrar becado a la
academia de West Point, pero como su hermano Jay ya estaba en esa
institución también como becario —había ganado el mismo concurso
que Dwight pocos años antes— las autoridades de selección determina­
ron que a otro aspirante con menor capacidad que Dwight se le
otorgara la beca; el joven Morrow protestó sin éxito por este fallo.
El colegio Amherst aceptó a Dwight como alumno y fueron muchas
las dificultades que pasó por falta de dinero. Los fondos con que
Morrow pagó su educación media superior fueron proporcionados por
su familia en calidad de préstamo. Fue en Amherst donde Morrow
conoció, aunque sin cercanía, a Calvin Coolidge, quien tan lejos iba a
llegar en la política estadounidense. Al término de sus estudios en
Amherst y de regreso en Pittsburgh, Dwight consiguió un empleo que
no compensaba los esfuerzos educativos realizados. Buscando mejo­
rar, Morrow ingresó a una escuela de leyes graduándose como
abogado.
Ejerció la abogacía en New York, donde además estudió economía,
operatividad bancaria e impuestos. Por ese tiempo, el año de 1903,
contrajo matrimonio con Elizabeth Reeve Cutter. Por varios años
Morrow fue abogado de varias compañías, hasta que en 1914 consi­
guió entrar a la casa financiera J.P. Morgan & Co., donde mejoró en
todos sentidos. Morgan & Co. prosperó mucho con la primera guerra
mundial y al término de ésta envió a Europa a Morrow para concertar
acuerdos con franceses e ingleses sobre el fínanciamiento de posgue­
rra.
De regreso en los Estados Unidos, Morrow siguió trabajando en la
reconstrucción europea. Tan efectiva resultó la participación de Morrow,
que fue hecho socio de la casa J.P. Morgan & Co.
Morrow permaneció en el sector privado hasta que su antiguo
compañero en Amherst, el presidente Calvin Coolidge, lo llamó en
septiembre de 1927 para ocupar el puesto de embajador estadouniden­
se en el México turbulento.98
La llegada del embajador Morrow alarmó a muchos mexicanos, se
creía que después de él vendrían los infantes de marina a invadir
México;99 la realidad era contraria a los rumores que circularon, pues
el presidente Coolidge había indicado a su nuevo enviado:
manténganos alejados de una guerra con México”.100
En contraste marcado con los anteriores diplomáticos estadouni­
denses en México, Morrow mostró un auténtico interés y gusto por lo
mexicano. El novel embajador adquirió una casa de descanso en
Cuernavaca, Morelos, y la decoró con artesanías mexicanas que
compraba personalmente en los mercados.101
Las cosas mejoraron tanto con la nueva diplomacia, que antes de
terminar septiembre de 1927 los bonos mexicanos subieron en Wall
Street. Cuando la rebelión serrano-gomista se presentó, Morrow
apoyó al gobierno mexicano y los Estados Unidos sólo le vendieron
pertrechos. Estados Unidos, por medio de Morrow, anunció que iba a
impulsar económicamente a México y fomentaría la fuerza del gobier­
no para terminar con la anarquía.102
Los rumores de levantamientos armados siguieron hasta que finalmen­
te tuvieron lugar a principios de octubre de ese 1927. Con respecto a los
acontecimientos de los días 2 y 3 de octubre en Cuernavaca y Huitzilac,
Morelos, donde fueron aprehendidos y ejecutados Serrano y sus acompa­
ñantes sin seguir ninguna forma legal, Schoenfeld quien estaba al frente de
la embajada en ausencia de Morrow, dijo que esa eliminación traería un
largo período de paz. Muerto Serrano, vendría la calma pues Gómez no
tenía medios ni popularidad para mantener una rebelión mucho tiempo,
Schoenfeld terminó su informe con un negro vaticinio sobre el futuro de
México, que sorprende por su exactitud proyectiva:
La situación como un todo, es la de continuar con los métodos y
tradiciones políticas mexicanas que la principal impresión hecha a un
observador desinteresado por estas manifestaciones [la muerte de
Serrano y sus principales colaboradores] de ambición personal, inepti­
tud y bancarrota moral prevalece, como lo ha hecho desde hace
mucho, una desesperanza completa de la regeneración política y social
de este país.103
Vale la pena mencionar que la embajada no siempre estaba bien
informada, como generalmente se cree, pues cuando se presentó en
octubre de 1927 un verdadero complot en contra de Obregón y de
Elias Calles, los diplomáticos estadounidenses no sabían nada al
respecto. Así mismo, llama poderosamente la atención que ni Schoenfeld
ni algún otro diplomático estadounidense se haya ocupado de la muerte
de Gómez, acaecida el 5 de noviembre de 1927, cuando fue fusilado en
Coatepec, Veracruz.
El último informe de 1927 sobre las diferencias entre Elias Calles y
Obregón sostenía que debido a la enmienda constitucional de aumentar
el período presidencial de cuatro a seis años, un conflicto entre el
presidente y el candidato reeleccionista podía estallar en cualquier
momento.104
El 29 de octubre se inició la diplomacia que se conoce como la de
ham and eggs (huevos con jamón) pues Morrow aceptó una invitación
hecha por Elias Calles para desayunar en Santa Bárbara, la casa de
campo presidencial. Una parte de la nueva táctica, consistió en que
Morrow no discutió los asuntos de máxima fricción entre los dos
países, sino que escuchó atentamente el plan revolucionario de gobier­
no y los proyectos que tenía Elias Calles para irrigar el campo
mexicano. En esa misma semana, Morrow recibió otra invitación para
desayunar en Santa Bárbara.105 Durante el segundo desayuno, el 8 de
noviembre, Elias Calles y Morrow discutieron el espinoso problema
petrolero. El embajador opinó que la cuestión petrolera debería regirse
con base en el fallo de la Suprema Corte de Justicia, dado en 1921, en
favor de la Texas Oil Company.
Por aquellos días Elias Calles decidió hacer un viaje de una semana
al norte del país para inspeccionar las obras de irrigación. Morrow
acompañó al presidente y durante la travesía sostuvieron pláticas
acerca del programa revolucionario de construcción y reconstrucción
nacional. Con esta táctica mejoraron las relaciones. En diciembre
Elias Calles envió al congreso una legislación que confirmaba los
derechos petroleros por tiempo indefinido, significando esto un nota­
ble triunfo de la diplomacia estadounidense.
Para mostrar las buenas relaciones entre México y los Estados
Unidos, el coronel Charles A. Lindbergh —yerno de Morrow— voló
en The Spirit of St. Louis de Washington a la ciudad de México sin
escalas. El presidente Elias Calles estuvo entre la comitiva que recibió
a Lindbergh en el aeródromo de Balbuena.
Después de su éxito en materia petrolera, ya que la ley de Elias
Calles se puso en vigor el 10 de enero de 1928, Morrow ofreció sus
buenos oficios para solucionar el conflicto religioso. En abril, Elias
Calles celebró una conferencia secreta con el sacerdote John J. Burke;
al término de la entrevista, Burke llevó una propuesta de solución al
conflicto religioso a los dignatarios eclesiásticos mexicanos exiliados
en San Antonio, Texas. El arzobispo Ruiz y Flores discutió con Elias
Calles los pasos para la reanudación del culto católico en México. A
pesar de que el arzobispo viajó a Roma llevando el ofrecimiento del
presidente, no se llegó a ningún arreglo.106 En ese mismo mes, México
y los Estados Unidos concretaron un acuerdo sobre las reclamaciones
bilaterales y Morrow se pudo tomar unas vacaciones de cinco semanas
en los Estados Unidos, lo que demostró que el conflicto con México
había perdido virulencia.107
Morrow intervino muy activamente en la cuestión hacendaría del
gobierno mexicano; el secretario de Hacienda Luis Montes de Oca
recibió del embajador asesoría sobre finanzas. Al decir del agregado
militar estadounidense, el coronel Alexander Mac Nab, el embajador y
Montes de Oca trabajaban los fines de semana en arreglar la hacienda
pública mexicana. En ese año de 1928, México abonó al pago de su
deuda exterior 32 500 000 pesos.108
Respecto al reparto agrario, Morrow logró que se frenara y que
algunas propiedades rurales fueran devueltas a los estadounidenses.109
¿Cómo explicar el fracaso de Sheffield y el éxito de Morrow? Una
parte de la respuesta está en el tiempo. Durante el período de Sheffield
el nuevo régimen tenía un fuerte impulso radical y creía luchar por su
supervivencia al presentarse simultáneamente los problemas religioso
y petrolero; situación que no era nueva cuando Morrow llegó. Por otro
lado, el embajador se dio cuenta que no era conveniente seguir
tratando a México conforme a la escuela del big stick (gran garrote).
Con respeto en las formas y una buena dosis de cooperación el creativo
socio de la casa J.P. Morgan logró un modus vivendi con México
favorable para su país. Los diplomáticos ingleses en México sostuvie­
ron que Morrow era la persona indicada para ocupar el puesto de
embajador estadounidense, y no faltó entre los británicos quien dijera
que la legación inglesa había asesorado a Morrow para conocer la
situación mexicana.110
Llegando al problema de la sucesión presidencial, Morrow y el
personal diplomático a su cargo obtuvieron datos sobre la política
mexicana mediante la observación directa, además de la tradicional de
periódicos e informantes; la manera en que están escritos los documen­
tos así lo indica, se tienen casos muy ilustrativos.
Como la prueba más palpable de que los estadounidenses prefirie­
ron por este tiempo presenciar lo más cerca posible los acontecimien­
tos, tenemos que durante una visita que Obregón hizo a Guaymas,
Sonora, en febrero de 1928, el cónsul estadounidense Herbert S.
Bursley pidió al presidente de la Cámara de Comercio de Guaymas que
lo presentara con Obregón. El cónsul Bursley dijo del ex presidente:
“La presentación se llevó a cabo con mucho tacto; el general [Obregón]
fue muy simpático pero no efusivo. Aparentemente se creó una
impresión favorable por mi petición para la presentación”.111
Otro ejemplo en este caso de informantes, es que Morrow transmi­
tió una conversación entre el agregado militar, coronel Alexander J.
Mac Nab, Jr. y un obregonista no identificado: “una copia del
memorándum de la conversación que tuvo lugar esta mañana entre el
coronel Alexander J. Mac Nab, Jr. agregado militar de esta Embajada,
y un miembro del equipo de colaboradores más cercano al general
Obregón” .112
En el tiempo de Morrow se debe incluir como fuente de informa­
ción a los agentes del procurador general en Washington. Estos
agentes vigilaban las actividades de los mexicanos exiliados en los
Estados Unidos para que no violaran las leyes de neutralidad. Los
empleados del procurador general se enteraban ocasionalmente de
aspectos relacionados con las elecciones presidenciales mexicanas y
pasaban su información al Departamento de Estado.
En materia de la sucesión presidencial, lo primero que atrae la
atención es la insistencia del personal consular en consignar una fuerte
corriente antiobregonista. Por ejemplo, el informe del vicecónsul en
Acapulco, Guerrero: “Hace pocos días representantes del partido de
Obregón en este estado [Guerrero] hicieron una cantidad de carteles de
Obregón para ser colocados en los muros de las casas de Acapulco. A
la mañana siguiente estos carteles habían sido pintarrajeados o destrui­
dos”.113
En Nuevo Laredo, Tamaulipas, la corriente en contra de Obregón
era más virulenta. De acuerdo con el cónsul Walsh: “El sentimiento
anti-Obregón es muy pronunciado y dominante, pero está encubierto
como resultado de los acontecimientos desde la revuelta del 3 de
octubre” .114
Si
bien Walsh no dio ninguna explicación por el rechazo tamaulipeco
a Obregón, tuvo buen cuidado en aclarar que esa corriente no era en
favor de Gómez. Teniendo en cuenta que la región era gomista, la
aclaración del cónsul Walsh es conveniente ya que el tamaulipeco
rechazaba a Obregón por las características de este caudillo, indepen­
dientemente del gomismo regional.
Otra plaza no afecta al ex presidente fue Guaymas. Cuando Obregón
llegó al puerto el 14 de febrero de 1928, invitado por los ricos
empresarios del lugar, el cónsul Bursley anotó en su informe que
Obregón: “fue recibido en la estación del ferrocarril por una multitud
comparativamente grande pero no especialmente entusiasta o afectuo­
sa” .115
Bursley atribuyó la hostilidad guaymanense hacia Obregón al
delahuertismo prevaleciente en la zona. También auguró el cónsul
malos tiempos para la actividad empresarial de Guaymas, pues cuando
Obregón visitó el puerto como posible candidato presidencial
reeleccionista fue blanco de muchos ataques. Para febrero de 1928 era
obvio que el de Siquisiva se reelegiría, así que los grandes agricultores
y comerciantes de Guaymas invitaron a Obregón para congraciarse
con el futuro presidente. Obregón aceptó ir a Guaymas, pero sólo
sirvió para que quedara bien establecido la poca simpatía que tenía por
el puerto sonorense.
La corrupción oficial prevaleciente también fue consignada con
cuidado por los diplomáticos estadounidenses; éstos se escandalizaban
por que los funcionarios gubernamentales abusaban de los bienes
nacionales en favor de Obregón. Los estadounidenses daban mucha
importancia a que en México la ayuda oficial al candidato del gobierno
fuera práctica común e impune.
En Nuevo Laredo se dio un caso más de corrupción cuando
Obregón visitó la población en gira presidencial: “Las autoridades
municipales ayudaron activamente en organizar la recepción y es
sabido de una buena fuente que las facturas por renta de automóviles y
otros gastos fueron pagadas por la Hacienda de la Ciudad”.116
El cónsul en Mazatlán, Blocker, telegrafió a su gobierno que el
[...] general Obregón pasó esta tarde camino a Nogales. Las autorida­
des militares de aquí forzaron a los periódicos a publicar un extra
pidiéndole al pueblo que tuviera un respeto adecuado [para Obregón] y
notificando que automóviles del ejército estaban a su disposición para
transportarlo a la estación.117
Thomas Me Enelly, cónsul en la ciudad de Chihuahua, informó al
Departamento de Estado que en su visita a esa población, Obregón fue
objeto de un recibimiento muy entusiasta. Además, afirmó en su
comunicado que la bienvenida fue organizada por el Partido Liberal
Progresista ( p l p ) , asociación política local. Según Me Enelly, el p l p
buscaba la ayuda de Obregón para impulsar la candidatura para
gobernador de Chihuahua del general Marcelo Caraveo.118
Otro aspecto que llamó poderosamente la atención norteamericana
fue la controversia Obregón-Morones. El embajador Morrow comentó
a mediados de noviembre de 1927 que había fricción entre Obregón y
Morones, y la atribuyó al desagrado con que veía Obregón la política
radical de Luis N. Morones. Esto era importante para los Estados
Unidos, pues hay que recordar los proyectos de legislación petrolera
promovidos por Morones, que lesionaban intereses de los extranjeros
explotadores del petróleo mexicano. A finales de noviembre, el
ayudante del procurador general comunicó al secretario de Estado la
existencia de un acuerdo firmado por Obregón y Morones, en el que se
comprometían a apoyar la candidatura de Francisco R. Serrano a
cambio de controlar algunas secretarías de Estado. El documento
estaba firmado en 10 de febrero de 1926 en Cajeme, Sonora, y se
hallaba en poder de la viuda de Serrano, residente en San Antonio,
Texas.119
Harry L. Walsh comunicó a Morrow que un periódico mexicano
que se publicaba en el exilio texano, sostenía que Elias Calles y
Obregón estaban coludidos para terminar con el laborismo mexica­
no.120
En opinión de Morrow las relaciones Obregón-Morones habían
pasado de una mutua tolerancia a la hostilidad abierta. Durante este
proceso, los rumores de enfrentamiento entre Elias Calles, en apoyo a
Morones, y Obregón, se incrementaron a tal punto que un obregonista
de alto rango se entrevistó con el coronel Mac Nab Jr. para desmentir­
los.121 El mismo embajador telegrafió a su país el 9 de mayo para
informar que Obregón había replicado a una agresión de Morones
diciendo que el Partido Laborista tenía el pleno derecho de retirarle el
apoyo que hasta esa fecha le había dado en su candidatura a la
presidencia.122 Con este rechazo mutuo terminaron los informes res­
pecto al espinoso asunto Obregón-M orones.
En cuanto a la cuestión religiosa, Henry C. A. Damm, cónsul en
Nogales, Sonora, anotó en octubre de 1927 que Obregón visitó su
plaza consular. Durante su estancia en Nogales, el ex presidente dijo
no creer que los altos prelados de la Iglesia apoyaban la revuelta
gomista, pero que consideraba evidente la participación encubierta de
muchos católicos en ayuda de los rebeldes.123
A resultas del atentado sufrido por Obregón en noviembre de 1927,
el embajador Morrow dijo al Departamento de Estado que en algunos
círculos políticos creían que Morones había instigado a los católicos en
contra de Obregón.124
Resulta muy interesante el informe del agente Manuel Sorola,
quien operaba para el procurador general en el Distrito de San
Antonio, Texas. En su comunicado de marzo de 1928, Sorola transmi­
tió a sus superiores que Obregón
Está intentando conseguir un arreglo pacífico en el asunto religioso en
México y restaurar la paz de la República antes de las elecciones de
julio. De otra manera el presidente Calles pudiera no permitir que
tuvieran lugar las elecciones tomando en cuenta la inestable condición
del país y entonces él [Elias Calles] se quedaría en el poder y esto es lo
que Obregón está tratando de evitar.125
Lo transmitido por Sorola contrasta con un mensaje posterior de
Morrow, en el que afirmó que Elias Calles en persona había menciona­
do una o dos veces, de la manera más convincente, su vivo deseo de
retirarse de la presidencia cuando su período concluyera. El embaja­
dor creía lo dicho por Elias Calles. Respecto al distanciamiento
Obregón-Elías Calles, los seguidores del primero lo calificaron de
rumor y lo achacaron a los católicos.126
De las relaciones entre Obregón y los Estados Unidos se mencionó
poco. Con la escasa información que se tiene podemos decir que no
eran muy buenas. A principios de septiembre de 1927, el vicecónsul
Ott subrayó que Obregón y sus colaboradores habían dicho en público
frases como “el imperialismo de allende el río Bravo” o “el intento de
los intereses petroleros extranjeros de introducirse en la soberanía
mexicana”. 127
El cónsul Damm, en Nogales, transcribió a su gobierno una
declaración hecha por Obregón a la prensa: “A otro reportero [Obregón]
declaró que sus principios en política son, respeto por los derechos de
los extranjeros y la insistencia que los derechos de los mexicanos
asimismo deben ser respetados”.128
A Obregón le interesaba sobremanera estar en buenos términos con
los Estados Unidos, como lo demuestra la ya mencionada entrevista
del coronel Mac Nab y un obregonista importante, pero no estaba
dispuesto a supeditar incondicionalmente los intereses mexicanos a los
estadounidenses.
Morrow informó oportunamente de los atentados a la vida del ex
presidente. El primer mensaje129 es del 14 de noviembre de 1927, con
su sangrienta secuela de los fusilamientos de los hermanos Pro Juárez
y sus compañeros de “complot”.130
De finales de junio a principios de julio en 1928, Schoenfeld
transmitió en tres comunicados el plan de Elias Calles para permanecer
en la presidencia dos años más allá del término de su período. Según el
encargado de negocios, basado en informes del agregado militar de la
embajada, Obregón se preparaba para un choque armado con la
federación. El de Siquisiva había armado a 1 200 yaquis del sector
Bacatete y el general obregonista Manzo, jefe de operaciones militares
en Sonora, se rehusó entregarle la jefatura a un militar leal a Elias
Calles, tal como se le había ordenado. Por su lado, el gobierno
movilizó de 12 000 a 15 000 soldados a la plaza estratégica de San Luis
Potosí en espera de que brotara la rebelión.131
Para el 3 de julio Schoenfeld remató su alarma de una nueva
revuelta en México, al decir que Morones y la c r o m agitaban en el país
con el fin de darle a Elias Calles un pretexto para crear una situación
de emergencia, suspender las garantías individuales y continuar
detentando el poder ejecutivo.132
Morrow, que se encontraba en los Estados Unidos, regresó a
México el 3 de julio, y el día 17 tenía una cita con Obregón para tratar
el problema de la reanudación de cultos. Obregón no pudo llegar a la
entrevista, pues fue asesinado ese mismo día por un católico. La
muerte del presidente electo pospuso casi un año la avenencia entre la
Iglesia y el Estado mexicanos.
Para finalizar este apartado, tenemos la transcripción del telegrama
de Morrow anunciando la muerte de Alvaro Obregón Salido.
A las 2:20 de esta tarde el presidente electo Obregón fue tiroteado y
muerto en una comida [dedicada a la] política celebrada en un restau­
rante [ubicado] en los suburbios de la Ciudad de México. El asesino
fue capturado pero su nombre no es conocido por la Embajada.133
L in ea m en to s
El único error grave de Porfirio Díaz, fue envejecer.
(Declaración atribuida a Alvaro Obregón, hecha en 1914).
Para Sheffield, los mexicanos eran una raza indiolatina que en última
instancia sólo entendía las razones a golpes. Los políticos mexicanos
formaban un grupo de truhanes leales sólo a sí mismos o al mejor
postor, y manejaban sus asuntos con base en el engaño.
Sheffield transmitía a su país las peripecias políticas de Obregón,
Gómez y Serrano con la convicción de que la fuerza de las armas
decidiría al futuro presidente. Para él, Obregón controlaba las accio­
nes políticas del presidente Elias Calles. Durante el mes de abril de
1927 creyó que el de Siquisiva no asumiría la presidencia, sino que
haría primer mandatario a Francisco R. Serrano y continuaría —al
igual que hacía con Elias Calles— dirigiendo la política mexicana
detrás de la silla presidencial. Sin embargo, en mayo Sheffield estaba
convencido de que Obregón se reelegiría porque se hallaba en una
profunda bancarrota financiera de la que sólo podría salir si tenía a su
disposición los recursos federales, es decir, siendo presidente de
México.
Es cierto que los políticos mexicanos eran y son corruptos, tanto
que la corrupción era y es parte del funcionamiento estructural del
país, pero difícilmente se puede achacar esa característica a su origen
racial, como hacía Sheffield siguiendo un sistema explicativo muy
usado en esa época. Por otro lado, Obregón sí tenía influencia sobre el
gobierno de Elias Calles, pero no en el grado que pretendía el
embajador. En lo tocante a la bancarrota de Obregón, fuentes británi­
cas coinciden con las norteamericanas; sin embargo esta explicación
resulta insuficiente, la bancarrota fue un elemento importante, pero no
único ni central. La causa primera del deseo reeleccionista de Obregón
era sin duda su ambición personal; su carácter de caudillo indiscutible,
y que tenía la necesidad de seguir ejerciendo ese gran poder que
significaba la presidencia mexicana.
Según Schoenfeld, Obregón era el candidato presidencial más
serio; Gómez y Serrano no habían organizado bien sus campañas ni
tenían fondos para hacerlas. En términos generales podemos afirmar
que a Schoenfeld no le gustaba la idea de la reelección obregonista,
pues la consideraba una desgracia que se debía a la falta de personajes
políticos importantes en México. El encargado de negocios creía que
Elias Calles era un presidente manejado por Obregón; comparando a
estos dos personajes, Schoenfeld concluyó que Elias Calles era mejor
administrador y más confiable que el ex presidente. La aparente buena
voluntad de Obregón hacia los Estados Unidos, en último análisis del
encargado de negocios, no era sino una forma más de la falta de
escrúpulos de Obregón, que lo hacían menos digno de confianza para
los estadounidenses por la inestabilidad que tenía el pragmatismo de la
política obregonista. Schoenfeld subrayó mucho la corrupción reinan­
te en el obregonismo, se escandalizó con la muerte de Serrano, y acabó
por caer en un pesimismo destemplado respecto al futuro de México.
Resumiendo, Schoenfeld creía que la reelección de Alvaro Obregón
sería conveniente a los Estados Unidos, si el nacido en Siquisiva fuera
honesto, pero no era el caso. En esto el encargado de negocios
coincidía con los ingleses, quienes opinaban que Obregón era “el peor
de los seres vivientes”. Ambos, estadounidenses e ingleses,134califica­
ban la reelección obregonista como algo negativo, pero no catastrófi­
co. Washington se resignó a la reelección de Obregón pues no había
políticos de suficiente calidad como para aspirar seriamente a la
presidencia mexicana. Con base en las fuentes consultadas, se puede
ubicar a Schoenfeld en la misma escuela diplomática que Sheffíeld,
aunque el encargado de negocios no fuera tan subjetivo como el
embajador.
Dwight W. Morrow significó un cambio notable en la forma
estadounidense de llevar a cabo la política exterior. Morrow no vio, o
no dijo ver en los mexicanos una raza inferior, sino un país con
problemas graves pero solucionables, y Elias Calles era un interlocutor
digno de crédito. Morrow fue bastante parco en sus opiniones acerca
de la reelección de Obregón; lo que llamó su atención fue el choque
entre Obregón y Morones, y lo atribuyó al radicalismo del líder
cromista, teniendo a Obregón como moderado y razonable. Otro
asunto que Morrow consignó cuidadosamente, fueron los rumores de
un distanciamiento entre Elias Calles y Obregón, ya que de hecho le
interesaba más al embajador la estabilidad del país, que quien pudiera
ser presidente en julio de 1928, dada la presencia única de Obregón en
la contienda electoral durante el tiempo de Morrow. El embajador
también puso atención a las pugnas internas del grupo en el poder,
pues vio con preocupación nublarse el panorama político mexicano
que tanto interés tenía en mantener estable y consignó detalladamente
los atentados que se hacían en contra de la vida de Obregón. Todo esto
se puede explicar, si se toma en cuenta que poco después de su
designación como embajador en México, la reelección obregonista era
un hecho, y que solamente las divisiones en la élite gobernante o el
éxito de algún atentado podrían dar al traste con los planes obregonistas.
Sucedió lo segundo cuando José de León Toral asesinó a Obregón.
Principalmente fueron los cónsules y vicecónsules en el norte,
específicamente en Mazatlán, Guaymas, Nogales, Chihuahua, Monterrey
y Nuevo Laredo, los únicos que se ocuparon del impacto de la
reelección de Obregón. Lo que nos hace pensar que las elecciones de
1928 fueron un asunto principalmente norteño y que en el resto del
país la cuestión se hizo apáticamente a un lado. Como excepciones de
esta apatía tenemos a Veracruz y a Acapulco, donde hubo atisbos
antiobregonistas, pero fueron pálidos frente al antirreeleccionismo
tamaulipeco. Más característico parece ser el caso de Pachuca, donde
la propaganda obregonista fue incapaz de sacar a la población de la
indiferencia cuando Obregón visitó el lugar como candidato a la
capital hidalguense, por lo que hubo necesidad de acarrear personal de
fuera y a sueldo para que alguien asistiera a la manifestación a favor de
Obregón.
Un aspecto que merece subrayarse es que los estadounidenses
fueron cuidadosos y documentados testigos del proceso en la campaña
electoral 1926-1928, pero no trataron de intervenir o siquiera influir
en los acontecimientos; solamente vieron, con mayor o menor preocu­
pación, cómo los mexicanos arreglaban sus asuntos. Esto no quiere
decir que en otras áreas de la vida mexicana no intervinieran los
vecinos de norte; tenemos casos como el religioso, el hacendario, el
militar, etcétera, aparentemente competencia de los mexicanos pero
donde los estadounidenses sí se involucraron. Pero en el asunto de las
elecciones de 1928 no hubo participación directa estadounidense.
Pero, ¿qué es la tan llevada y traída revolución mexicana? Ante
todo hay que notar la diversidad de grupos, tendencias, regiones,
intereses y proyectos que surgieron alrededor de 1910.
Los porfiristas vieron en Madero una nueva Pandora, que impru­
dentemente liberó fuerzas malignas e incontrolables fuera de su medio.
Madero quiso revisar y adecuar el sistema porfírista, pero su proyecto
se enfrentó a una realidad polarizada y resultó inoportuno por el lado
porfírista, e insuficiente según los revolucionarios; con estas fuerzas
en pugna y la activa participación de los Estados Unidos, el presidente
Madero fue eliminado por los porfíristas.
El grupo conservador ya no pudo devolver a su caja las fuerzas
desatadas por Madero, fue derrotado y sobrevino un proceso especial­
mente difícil de captar para los científicos sociales. Desde junio de
1914 hasta enero de 1917 el poder se pulverizó. En este período las
clases acomodadas y medias de México vieron cristalizados sus más
negros temores, pues la mayoría campesina triunfó momentáneamente
sobre sus opresores e impuso su modo de vida en la mayoría del
territorio nacional. Sin embargo, los campesinos representaron tam­
bién la realidad nacional de un país heterogéneo, y si bien era cierto
que la mayoría eran campesinos, también era verdad que las disparidades
regionales eran determinantemente diferenciales. Así, los campesinos
no cohesionados fueron vencidos con dificultad pero contundentemente,
por una clase media con proyecto nacional; a partir de finales de 1916
y principios de 1917, la mayoría campesina quedó supeditada en los
límites faccionales carrancistas-obregonistas impuestos a la revolu­
ción.
Entre 1910 y 1920 distintas clases y grupos sociales o regionales
irrumpieron en el escenario nacional tratando de imponer su modo de
vida, sus intereses, sus proyectos sobre los demás segmentos sociales
o regionales. De ahí que la revolución mexicana no tenga una línea de
desarrollo, sino varias que convergieron erráticamente en la segunda
década del siglo XX. Triunfaron los sectores intermedios, clases
medias, pequeña burguesía, quienes no tardaron en identificarse en sus
características y aspiraciones con el sector superior, clase alta, gran
burguesía, pero manteniendo a voz en cuello —la mayor parte de las
ocasiones sólo allí— su propósito de sacar a los marginados de su
situación. Un mismo resultado de la revolución significaba entorpeci­
miento, triunfo y derrota, según se le vea desde la óptica burguesa,
clase mediera o marginada.
En Querétaro durante 1916-1917 se echaron las bases doctrinales y
jurídicas del nuevo régimen mexicano; un gobierno sui géneris y
contrastante que perm ite, según él mismo, la revolución
institucionalizada, el beneficio del trabajador sin perjuicio del patrón,
la generación de una burguesía política que se reclama defensora de los
marginados rurales y urbanos, etcétera.
Según Héctor Aguilar, ubicando en eje diacrónico a Alvaro Obregón,
éste fue:
[...] general criollo, padre de pueblos, domesticador de indios yaquis
y mayos, labrador antes que campesino, empresario y Presidente,
pionero de estas inmensas cuadrículas de tierra [Huatabampo, Sonora]
tendida sobre las profundas planicies de lo que antes fue desierto, rico
austero, negociante voraz, caudillo indisputado, primer y único Presi­
dente reelecto y asesinado del México revolucionario, político fratricida,
paradigma regional, fundador irrecusable y todavía desconocido de esa
tradición interminable que llegó a visitarlo este medio día todavía con
el nombre que el general conoció: The Mexican Revolution.135
Acaso faltó nacido clase mediero y militar invicto en este buen
resumen.
Dentro de la historiografía oficial, buenos y malos son fácilmente
reconocibles. Las hienas: Félix Díaz junto con Victoriano Huerta. Las
palomas: Madero y Pino Suárez. También dentro de los buenos,
aunque violentos por necesidad, encontramos a Villa, Zapata y Carranza.
Muy poco se habla de Alvaro Obregón, además de ser el vencedor de
Celaya; el pecado mayor del nacido en Siquisiva en 1880 fue el de haberse
reelegido presidente de México, única violación grave que realizó a las nuevas
reglas del juego y que Elias Calles evitó cuidadosa y hábilmente. Las puertas de
la historia de bronce se hallan prudentemente entrecerradas para Alvaro
Obregón Salido.
NOTAS:
1.
2.
3.
4.
5.
MEYER Cosío, Francisco Javier, La reelección del general Alvaro Obregón a través de
los informes diplomáticos estadounidenses. (1926-1928), Tesis inédita de licenciatura en
historia, Universidad Nacional Autónoma de México-Escuela Nacional de Estudios
Profesionales Acatlán, 1984, 276pp.
LOYOLA Díaz, Rafael, La crisis Obregón-Calles y el Estado mexicano, México, Siglo
XXI, 1980, pp. 21-22
MEYER, Jean, Historia de la revolución mexicana. Período 1924-1928. Estado y
sociedad con Calles, México, El Colegio de México, 1977, p. 126
DUELES, John W. F., Ayer en México. Una crónica de la revolución. 1919-1936, Julio
Zapata, trad., México, Fondo de Cultura Económica, 1977, p. 275
La redacción, “En la Cámara de Diputados se presentó una iniciativa de ley para que el
primer magistrado pueda reelegirse”, en Excélsior, 20/OCT./1926, p. 1, cois. 7-8. La
redacción, “La Cámara aprobó las reformas sobre la sucesión presidencial”, en Excélsior
21/OCT./1926, p. 1, cois. 7-8.
6.
La redacción, “Los senadores van a aprobar la reelección”, en Excélsior, 22/OCT./1926,
p. 1, col. 3.
7.
La redacción, “El Gral. Obregón juzga prematuro hablar de la sucesión presidencial”, en
Excélsior, 23/OCT./1926, p. 1, col. 8.
8.
La redacción, “Postulan al Sr. General Serrano”, en Excélsior, 27/OCT./1926, p. 1, col.
8.
9.
La redacción, “Todos los hombres de más relieve en nuestra política recibieron ayer al
general Obregón,” en Excélsior, 28/OCT./1926, p. 1, cois. 7-8.
10. La redacción, “El Senado lia aprobado la reforma de la reelección”, en Excélsior, 20/
NOV./1926, p. 1, cois. 7-8.
11. DULLES, op. cit., p. 280.
12. OLIVERA Sedaño, Alicia, Aspectos del conflicto religioso de 1926 a 1929. Sus
antecedentes y consecuencias, México, Secretaría de Educación Pública, 1987, p. 117.
13. MEYER, Jean, op. cit., p. 74,
14. MEYER, Lorenzo, México y los Estados Unidos en el conflicto petrolero. (1917-1942),
México, El Colegio de México, 1981, p. 240.
15. MEYER, Jean, op. cit., p. 18.
16. SMITH, Robert Freeman, Los Estados Unidos y el nacionalismo revolucionario. 19161932, Ernesto de la Peña, trad., México, Extemporáneos, 1973, p. 350.
17. La redacción, “Sheffield saldrá para los Estados Unidos”, en Excélsior, 05/AGO./1926,
p. 1, col. 5. La redacción, “Kellogg y Sheffield discutieron ayer asuntos MéxicoAmericanos”, en Excélsior, 26/AGO./1926, p. 1, col. 8. La redacción, “La personalidad
actual del embajador de Estados Unidos en México”, en Excélsior, 05/JUL./1926, p. 6.
18. La redacción, “Sheffield nova a renunciara su cargo”, en Excélsior, 15/JUL./1926, p. 1,
col. 7. SMITH, op. cit., p. 353.
19. HORN, James J., “El embajador Sheffield contra el presidente Calles”, en Historia
mexicana, vol. 20, julio 1970-junio 1971, México, El Colegio de México, 1971, p. 266.
20. Ibidem., p. 270.
21. SMITH, op. cit., p. 12.
22. Cit. Sheffield a Butler (rector de la Universidad de Columbia), 17 de noviembre de 1925,
James R. Sheffield Papers, Biblioteca de la Universidad de Yale. Apud SMITH, op. cit.,
p. 347.
23. HORN, op. cit., pp. 268-273.
24. Ibidem., p. 269.
25. Ibidem., pp. 274-275.
26. MEYER, Jean, op. cit., p. 11.
27. MEYER, Lorenzo, op..cit., p. 240.
28. Cit. El secretario de Estado al encargado de negocios en México (Schoenfeld), 12 de junio
de 1925. Apud SMITH, op. cit., p. 349.
29. Cit. New York Times, 16/JIJN./1925, Apud MEYER, Jean, op. cit., p. 11.
30 . DULLES, op. cit., p. 293.
31. Ibidem., p. 294.
32. BAZANT, Jan, Historia de la deuda exterior en México. (1823-1946), México, El
Colegio de México, 1968, pp. 194-198.
33. FRANCO, María Teresa, “Obregón frente al mundo”, en Alvaro Obregón. Hombre, vida
y obra, México, Centro de Estudios de Historia de México, Condumex, 1981, p. 111.
34. Cit. Sheífield a Kellogg, 05/ABR./1926, (En adelante s d r ) 711.12/744, Apud SMITH, op.
,
35.
36.
37.
38.
39.
40.
41.
42.
43.
44.
45.
46.
47.
48.
49.
50.
51.
52.
53.
54.
55.
56.
57.
58.
59.
60.
61.
62.
63.
64.
cii., p. 348.
MEYER, Jean, op. cit., p. 21.
Ibidem., pp. 21-22.
MEYER, Jean, op. cit., p. 23.
La redacción, “Toda América Latina víctima del oro yanqui”, en Excélsior, 02/ENE./
1927, p. 1, col. 4.
La redacción, “No es tiempo oportuno para que se concrete un nuevo tratado con los
Estados Unidos”, en Excélsior, 25/MAR./1927, p. 1, col. 8.
MEYER, Jean, op. cit., pp. 25-28.
National Archives. State Department Records Relating to Intemal Affairs of México,
1910-1929, s d r , De William P. Blocker, cónsul en Mazatlán, Sin., al Departamento de
Estado. Rollo 85, no. 505, 28144, 11/DIC./1926.
s d r . De James R. Sheffield, embajador, al secretario de Estado. Rollo 85, no. 375, 28191,
14/ENE./1927.
Idem. Rollo 86, no. 180, 28452, 31/MAY./1927.
s d r . De James V. Whitfield, cónsul en Monterrey, N .L ., al secretario de Estado. Rollo 85,
no. 841, 28277, 12/MAR./1927.
s d r . De John Q. Wood, cónsul en Veracruz, Ver., al embajador Sheffield. Rollo 85, no.
971, 28302, 17/MAR./1927.
s d r . De James R. Sheffield, embajador, al s d . Rollo 85, no. 124, 28124, 04/DIC./1926.
s d r . De William P. Blocker, cónsul en Mazatlán, Sin., al s d . Rollo 85, no. 202, 28144,
11/DIC./1926.
s d r . De James R. Sheffield, embajador, al s d . Rollo 85, no. 375, 28191, 14/ENE./1927.
Ibidem.
s d r . De Herbert S. Bursley, cónsul en Guaymas, Son., al secretario de Estado. Rollo 85,
no. 515, 28221, 02/FEB./1927.
s d r . De James R. Sheffield, embajador, al secretario de Estado. Rollo 85, no. 568, 28227,
02/FEB./1927.
s d r . De James R. Whitfield, cónsul en Monterrey, N .L ., al secretario de Estado. Rollo 85,
no. 841, 28277, 12/MAR./1927.
s d r . De John W. Wood, cónsul en Veracruz, Ver., al embajador Sheffield. Rollo 85, no.
971,28302, 11/MAY./1927.
s d r . De Herbert S. Bursley, cónsul en Guaymas, Son., al secretario de Estado. Rollo 85,
no. 994, 28309, 05/ABR./1927.
s d r . De James R. Sheffield, embajador, al secretario de Estado. Rollo 85, no. 1014,
28315, 08/ABR./1927. En el original se usó el término “hombre de paja” que se tradujo
como “títere” para conservar la idea original.
s d r . De William P. Blocker, cónsul en Mazatlán, Sin., al secretario de Estado. Rollo 85,
no. 1065, 28393, 07/MAY./1927.
s d r . De James R. Sheffield, embajador, al secretario de Estado. Rollo 86, no. 1065,
28393, 07/MAY./1927.
Idem. Rollo 86, no. 132, 28439, 21/MAY./1927.
Idem. Rollo 86, no. 135, 28440, 23/MAY./1927.
Idem. Rollo 86, no. 180, 28452, 31/MAY./1927.
s d r . De Arthur Schoenfeld, encargado de negocios, al secretario de Estado. Rollo 86, no.
538, 28527, 07/JUL./1927.
Idem. Rollo 86, no. 837, 28609, 30/JUL./1927.
Idem. Rollo 86, no. 1058, 28652, 17/AGO./1927.
Idem. Rollo 86, no. 1472, 28756, 30/SEP./1927.
65.
66.
67.
68.
69.
70.
71.
72.
73.
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95.
96.
97.
98.
99.
100.
101.
102.
103.
Idem. Rollo 86, no. 479, 28512, 30/JUN./1927.
Idem. Rollo 86, no. 850, 28613, 02/AGO./1927.
Idem. Rollo 87, no. 436, 28912, 20/OCT./1927.
Idem. Rollo 84, no. 1556, 28087, 18/NOV./1927.
Idem. Rollo 86, no. 339, 28487, 18/JUN./1927.
Idem. Rollo 86, no. 479, 28512, 30/JUN./1927.
Idem. Rollo 86, no. 502, 28517, 01/JUL./1927.
s d r . De J. Winsor Ivés, vice-cónsul en Mazatlán, Sin., al secretario de Estado. Rollo 86,
no. 715, 28560, 19/JUL./1927.
s d r . Del Departamento de Estado al subsecretario de Estado. Rollo 86, no. 757, 28588,
22/JUL./1927.
s d r . De Herbert B. Bursley, cónsul en Guaymas, Son., al s d , a la embajada y al consulado
general. Rollo 86, no. 968, 28628, 17/AGO./1927.
s d r . De Arthur Schoenfeld, encargado de negocios, al secretario de Estado. Rollo 86, no.
1058, 28652, 17/AGO./1927.
Idem. Rollo 86, no. 28653, 18/AGO./1927.
s d r . De Stephen E. Aguirre, vice-cónsul en funciones en Nuevo Laredo, Tamps., al
secretario de Estado. Rollo 86, no. 1085, 28658, 29/AGO./1927.
s d r . De Arthur Schoenfeld, encargado de negocios, al secretario de Estado. Rollo 86, no.
240, 28465, 09/JUN./1927.
Idem. Rollo 86, no. 339, 28487, 18/JUN./1927.
Idem. Rollo 86, no. 394, 28499, 27/JUN./1927.
Ibidem.
Idem. Rollo 86, no. 538, 28527, 07/JUL./1927.
Idem. Rollo 86, no. 654, 28550, 14/JUL./1927.
s d r . De Herbert S. Bursley, cónsul en Guaymas, Son., al s d , a la embajada, al consulado
general y al cónsul en Nogales, Sonora. Rollo 86, no. 664, 28553, 16/JUL./1927.
s d r . De Arthur Schoenfeld, encargado de negocios, al secretario de Estado. Rollo 86, no.
28590, 25/JUL./1927.
Idem. Rollo 86, no. 768, 28591, 26/JUL./1927.
Idem. Rollo 86, no. 843, 28611, 30/JUL./1927.
Idem. Rollo 86, no. 850, 28618, 02/AG071927.
Idem. Rollo 86, no. 858, 28615, 05/AG071927.
Idem. Rollo 86, no. 870, 28618, 04/AGO./1927.
Idem. Rollo 86, no. 869, 28617, 14/AGO./1927.
Idem. Rollo 86, no. 1266, 28708, 03/SEP./1927.
Idem. Rollo 86, no. 1369, 28729, 15/SEP./1927.
Idem. Rollo 86, no. 1472, 28756, 30/SEP./1927.
Idem. Rollo 87, no. 3, 28767, 04/OCT./1927.
MEYER, Jean, op. cit., p. 8.
Todos los datos biográficos de Morrow están tomados de NICOLSON, Harold George,
Dwight Morrow, New York, Harcourt, Brace and Company, 1935, 409pp.
BAILEY, Thomas Andrew, A diplomatic history ofthe American people, 10a. ed., United
States o f America, Prentice-Hall, 1980, p. 680.
DULLES, op. cit., pp. 296-298.
MEYER, Jean, op. cit., p. 31.
DULLES, op. cit., pp. 296-298.
LOYOLA, op. cit., pp. 98-99.
s d r . De Arthur Schoenfeld, encargado de negocios, al secretario de Estado. Rollo 87, no.
104.
105.
106.
107.
108.
109.
110.
111.
112.
113.
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130.
131.
112, 28814, 13/OCT./1927.
Idem., Rollo 87, no. 436, 28912, 20/OCT./1927.
DULLES, op. cil., p. 298.
Ibidem., pp. 300-301.
MEYER, Jean, op. cit., p. 38.
DULLES, op. cil., p. 301.
LOYOLA, op. cit., p. 99.
MEYER, Lorenzo, Su majestad británica contra la revolución mexicana, 1900-1950. El
fin de un imperio informal, México, El Colegio de México, 1991, p. 406.
s d r . De Herbert S. Bursley, cónsul en Guaymas, Son., al s d . Rollo 88, no. 578, 29125,
18/FEB./1928.
s d r . De Dwight W. Morrow, embajador, al secretario de Estado. Rollo 88, no. 622,
29138, 16/MAR./1928.
s d r . De Harry Pangbum, vice-cónsul en Acapulco, Gro., al secretario de Estado. Rollo
87, no. 468, 28918, 18/OCT./1927.
s d r . De Harry L. Walsh, cónsul en Nuevo Laredo, Tamps., al secretario de Estado. Rollo
87, no. 422, 28908, 21/OCT./1927.
s d r . De Herbert S. Bursley, cónsul en Guaymas, Son., al secretario de Estado. Rollo 88,
no. 578, 29125, 18/FEB./1928.
s d r . De Harry B. Ott, vice-cónsul en Nuevo Laredo, Tamps., al s d . Rollo 86, no. 1179,
28682, 03/SEP./1927.
s d r . De William P. Blocker, cónsul en Mazatlán, Sin., al secretario de Estado. Rollo 87,
no. 154, 28826, 10/OCT./1927.
s d r . De Thomas Me Enelly, cónsul en Chihuahua, Chih., al secretario de Estado. Rollo
88, no. 790, 29177, 22/MAY./1927.
s d r . De Dwight W. Morrow, embajador, al secretario de Estado. Rollo 87, no. 623,
28964, 16/NOV./1927.
s d r . De Harry L. Walsh, cónsul en Nuevo Laredo, Tamps., al embajador Morrow. Rollo
88, no. 219, 291*38, 15/DIC./1927.
s d r . De Dwight W. Morrow, embajador, al secretario de Estado. Rollo 88, no. 622,
29138, 16/MAR./1928.
Idem. Rollo 88, no. 739, 29165, 09/MAY./1928.
s d r . De Henry C. A. Damm, cónsul en Nogales, Son., al s d . Rollo 87, no. 315, 28877,
18/OCT./1927.
s d r . De Dwight W. Morrow, embajador, al secretario de Estado. Rollo 87, no. 623,
28964, 16/NOV./1927.
s d r . Del fiscal general en Washington, D.C., al secretario de Estado. Rollo 88, no. 605,
29133,-05/MAR./1928.
s d r . De Dwight W. Morrow, embajador, al secretario de Estado. Rollo 88, no. 622,
29138, 16/MAR./1928.
s d r . De Harry B. Ott, vice-cónsul en Nuevo Laredo, Tamps., al s d . Rollo 86, no. 1179,
28632, 03/SEP./1928.
s d r . De Henry C. A. Damm, cónsul en Nogales, Son., al s d . Rollo 87, no. 315, 28877,
18/OCT./1927.
s d r . De Dwight W. Morrow, embajador, al secretario de Estado. Rollo 87, no. 543,
28945, 14/NOV./1927.
Idem. Rollo 87, no. 627, 28966, 25/NOV./1927.
s d r . De Arthur Schoenfeld, encargado de negocios, al secretario de Estado. Rollo 88, no.
850, 29191, 22/JUN./1928.
132. Idem. Rollo 88, no. 860, 29199, 03/JUL./1928.
133. s d r . De Dwight W. Morrow, embajador, al secretario de Estado. Rollo 88, no. 897,
29206, 17/JUL./1928.
134. MEYER, Lorenzo, op. cit., 1991, p. 419.
135. AGUILAR Camín, Héctor (Enviado), “Aquí quería verlos, delante de Obregón", en Uno
más uno, 16/NOV./1981 p. 1, col. 4.
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