Hist. cultural - Roger Chartier

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MAESTRÍA EN LITERATURA
SEMINARIO TEÓRICO DE ÉNFASIS II
CATEGORÍAS Y DEBATES DE LA HISTORIA CULTURAL
PROF: AMADA CAROLINA PÉREZ
13.02.13
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EL MUNDO COMO REPRESENTACIÓN
ROGER CHARTIER
Roger Chartier (Lyon, 1945) es un historiador vinculado desde la década de los setenta con
varias instituciones universitarias en Francia. Desde el año 2006, después de haber sido
director de estudios en la Escuela Superior de Estudios en Ciencias Sociales, fue nombrado
profesor del Collège de France, en la cátedra «Écrit et cultures dans l'Europe moderne». Desde
allí continúa estudiando las relaciones entre escritura y cultura en la Historia Moderna,
especializándose en el estudio de los objetos impresos, su recepción y las prácticas que
introducen. Dentro de sus obras se encuentran textos de alto reconocimiento en el medio,
como El libro y sus poderes (siglos XV - XVIII); Inscribir y borrar, cultura escrita y Literatura
(siglos XI-XVIII); El presente del pasado: Escritura de la historia, historia de lo escrito, entre
otros.
Como se deduce de sus publicaciones, Chartier se especializa en la historia del libro y en la
relación entre textos y lectores. Participa en debates que se relacionan con “el lugar que ocupa
la ficción en la narrativa de la historia” 1, como el que fue publicado recientemente por la
revista Fractal (ver referencia), en el que Chartier sostiene que “la unidad fundada en la
filiación a una teoría o en la homogeneidad nacional, que distinguía a las antiguas "escuelas",
ha dejado de existir”2. Su posición, por lo tanto, tiende a ser la de una apertura con relación a
las antes rígidas fronteras entre los tipos de textos (historiográficos, literarios, etc.) que se
producen o se produjeron en tiempos pasados.
Otro tema de debate obligado en torno al libro en la actualidad es el de la injerencia en él del
universo de lo digital. En el Congreso Internacional del Mundo del Libro organizado por el FCE
en México en el año 2009, Chartier afirma que el malestar que genera este tema se debe a que
la mayoría de las personas (él incluido) consideran “no hay continuidad entre el manuscrito, el
libro impreso y lo digital, y que la cultura digital impone mutaciones fundamentales” que no se
pueden ignorar 3.
El artículo titulado El mundo como representación fue publicado por primera vez en francés
por su autor en Annales, en 1989 (Le monde comme représentation). En España el artículo
1
CHARTIER, R. (2013) El malestar en la historia. En: Estudios de Historia Cultural,
http://www.historiacultural.net/hist_rev_chartier.htm, p.1
2
CHARTIER, R. Op. Cit. P.2
3
MELGAR, A. (2013) El gran optimista. Entrevista con Roger Chartier. En:
http://www.justa.com.mx/?p=29513, p.1
había ya aparecido en la revista Historia Social (Número 10) y era ampliamente conocido
cuando fue publicado, en 1992, como parte del libro que añade el subtítulo: Historia cultural:
entre práctica y representación. En este libro se recogen varios textos escritos durante los diez
años anteriores, facilitando a los intelectuales en España el acceso al tema de la Historia
Cultural. Los artículos abordan tres campos temáticos: “Los cuatro primeros establecen un
balance historiográfico y una propuesta metodológica (los Debates e interpretaciones de la
historia cultural francesa a través de la tradición de los Annales); los tres siguientes se refieren
a temas relacionados con la Historia del libro e historia de la lectura (las prácticas de la
lectura, la lectura en voz alta y la fórmula editorial de la Biblioteca Azul) y los dos últimos
describen las representaciones colectivas del mundo social a través de dos ejemplos, los
intelectuales frustrados del siglo XVII y la literatura picaresca”4.
El artículo de Chartier parte de una reflexión que propone Annales a sus lectores en la
primavera de 1988. En ella, dice el historiador, se plantea una situación aparentemente
contradictoria entre las ciencias sociales y la historia, pues mientras por un lado se señala una
“crisis general” de las primeras, por su distanciamiento con respecto a los paradigmas
dominantes que provenían del estructuralismo y el marxismo, por otro lado la historia
mantiene su vigor, aunque con ciertas reservas por el “agotamiento de sus alianzas
tradicionales (con la geografía, la etnología, la sociología) “. La historia, concluye Chartier, se
halla en un estado de indecisión que hace proliferar, por lo mismo, los talleres, debates y
encuentros, los que le dan ese aspecto de aparente vitalidad.
Al explicar esta situación, Chartier evoca el cuestionamiento que se hacían disciplinas más
pujantes durante los años 60 y 70 (como la lingüística, la sociología o la etnología) sobre los
objetos de la historia, es decir, sobre “la prioridad dada al estudio de las coyunturas o a las
estructuras sociales” (p.46). La historia se ve obligada a revisar estos objetos, y, en efecto,
aparecen nuevos objetos de estudio, como las actitudes ante la vida y la muerte, los ritos y
creencias, las estructuras familiares, las formas de sociabilidad, etc. Esto significaba ampliar su
territorio por adición de ámbitos de estudio de otras disciplinas, y el retorno a lo que en la
década de 1930 se denominó “historia de las mentalidades”, que suponía otras metodologías
sacadas de disciplinas vecinas, como las técnicas de análisis lingüístico y semántico, de
estadística, etc. El resultado de esta fusión fue un fortalecimiento de la historia cultural así
entendida, entre cuyas características se encontraban la preferencia por las mayorías (cultura
popular), la confianza en la cifra y en la serie, la preferencia de la larga duración temporal, etc.
Pero “el desafío lanzado a la historia a fines de la década de 1980 es inverso al precedente”
(p.47), continúa Chartier, porque parte del cuestionamiento de las ciencias sociales en sí
mismas. Se vuelve a una “filosofía del sujeto que rechaza la fuerza de las determinaciones
colectivas y los condicionamientos sociales”, al mismo tiempo que se le da una nueva
importancia a lo político como clave para abarcar una totalidad. La historia, pues se ve
obligada a reformular sus objetos, sus “frecuentaciones” y a atender a una filosofía de la
conciencia (p.47).
Los cambios en las prácticas de investigación (metodologías propuestas)
4
PELAYO. Javier Anton. Reseña: El mundo como representación .Historia cultural: entre práctica y
representación. En: http://ddd.uab.cat/pub/manuscrits/02132397n11p283.pdf.
Dentro de los principios de inteligibilidad que habían primado en la historiografía en las
décadas anteriores, tres eran, según Chartier, esenciales: el proyecto de historia global, una
definición territorial de los objetos de estudio (ciudad, país, etc) y la importancia de la división
social, considerada como adecuada para comprender las diferenciaciones. Y estos son,
precisamente, los principios a los que la historia debe renunciar.
En vez de describir una totalidad social, buscar su comprensión a través de “un punto de
entrada particular (un hecho, oscuro o mayor, el relato de una vida)” (p.49), pues cada práctica
social es producida por las representaciones, que no suelen ser ni claras ni unívocas, por las
cuales los seres humanos dan sentido al mundo.
En vez de atenerse a las divisiones territoriales dictadas por la geografía humana, es decir, en
lugar de hacer una “investigación de las regularidades”, concebir una “cartografía de las
particularidades”. Esto significa retomar la tradición de la sociología durkheimiana y pensar en
una morfología social más que en una descripción de singularidades regionales (p. 49).
Por último, en vez de “calificar los motivos, los objetos o las prácticas culturales en términos
inmediatamente sociológicos”, considerar que éstos no se organizan necesariamente según
estratificaciones sociales previas. Tener en cuenta, así, “la pluralidad de divergencias que
atraviesa una sociedad”, sus diferentes códigos y prácticas (p.50).
Problema de investigación: el texto y el lector; la construcción del sentido
Aplicando al estudio de los objetos escritos los principios metodológicos arriba enunciados,
Chartier formula unas proposiciones derivadas de su experiencia en dicho campo.
Propone, en primer lugar, organizar el estudio que lo ocupa en tres aspectos: el estudio crítico
de los textos, la historia de los libros y de todos los objetos que comunican lo escrito y, por
último, el análisis de las prácticas que se apoderan, de diferentes maneras, de los “bienes
simbólicos”. A partir de la investigación que llevó a cabo según estos presupuestos, Chartier
expone varias conclusiones con respecto al tema del encuentro entre el “mundo del texto” y
“el mundo del lector”.
En primer lugar, se constata que la significación de un texto no proviene únicamente del
ámbito de lo semántico, sino que las formas también producen sentido, es decir, que los textos
no son abstractos, alejados de su materialidad, sino que su carácter de objetos y su
organización influyen en la lectura.
En segundo lugar, las formas de leer, en tanto que “prácticas encarnadas en gestos, espacios,
costumbres”, afectan también la lectura (lo que se distancia de una fenomenología de la
lectura, que suprime los modos particulares de leer). Así, no habría una sola lectura de un
texto, sino una multiplicidad de lecturas, según múltiples factores relacionados con la cultura,
la capacidad de comprensión, los intereses de los individuos.
En definitiva, una historia que atienda a las diferentes modalidades de construcción de
sentido, dice Chartier, debe tener en cuenta una historia de prácticas, y una historia de
representaciones. Esto conlleva una aproximación a disciplinas antes disímiles, como la crítica
textual, la historia del libro, la historia sociocultural. Apartándose de otros conceptos de la
apropiación, este nuevo enfoque la concibe como el resultado de “una historia social de usos e
interpretaciones, relacionados con sus determinaciones fundamentales e inscritos en las
prácticas específicas que los producen” (p.53). Esto significa reconocer, en oposición a la
anterior historia intelectual, la materialidad, el origen concreto y situado de las ideas.
De la historia social de la cultura a una historia cultural de lo social
Chartier propone que se tome distancia frente a la postulación tradicional de la historia social
de la cultura de que las diferencias culturales obedecen a una división social preestablecida
(entre élites y pueblo, dominadores y dominados, o entre posiciones jerárquicas según niveles
de fortuna o actividades laborales). En la nueva perspectiva se destacaría, en primer lugar, “el
campo social (a menudo compuesto) donde circulan un conjunto de textos, una clase de
impresos, una producción o una norma cultural” (p.53). Desde esta perspectiva, otros criterios
de clasificación aparecen, entonces, como el género, las creencias, las tradiciones, las
solidaridades territoriales, las costumbres derivadas de una profesión. En sus estudios sobre la
circulación de impresos en el Antiguo Régimen, Chartier observa cómo “los lectores populares
y aquellos que no lo son se apropian de los mismos textos” (p.54). A esto contribuyen factores
como la creación, por parte de unos editores que buscaban ampliar el campo de compradores,
de la llamada Biblioteca Azul, que se ofrecía a los lectores más humildes. Lo importante, dice
Chartier, es “comprender cómo los mismos textos pueden ser diversamente captados,
manejados y comprendidos” (p.54).
Lo anterior conduce a la idea de que la lectura no es sólo una operación intelectual, sino que
involucra al cuerpo, se inscribe en un espacio e implica la relación consigo mismo y con el otro.
Como ejemplo, Chartier recuerda cómo la lectura durante los siglos XVI y XVII era
prioritariamente una oralización, por lo que los textos eran pensados para ser leídos en voz
alta. Así, lo que se constata es que, “contra la representación según la cual el texto existe en sí
mismo, separado de toda materialidad, debemos recordar que no existe texto fuera del
soporte que lo da a leer (o a escuchar) y que no hay comprensión de un escrito cualquiera que
no dependa de las formas en las cuales llega a su lector” (p.55). La distancia entre el texto que
escribe un autor y su transformación en el objeto que el editor decide imprimir es
precisamente el espacio en el que se construye el sentido, dice Chartier, distancia que la
historia debe recuperar como objeto de estudio.
Los nuevos objetos de investigación para un estudio cultural de lo social, serían, pues, no ya
sólo el texto escrito, sino el texto, el libro y la lectura.
A partir de este nuevo enfoque, se espera acabar con los falsos debates, dice Chartier, entre
los enfoques estructuralistas y los fenomenológicos que dividen las ciencias sociales en torno a
la objetividad de las estructuras y la subjetividad de las representaciones. Superar estas
dicotomías implica un retorno a Marcel Mauss y a Emile Durkheim, quienes consideraban las
representaciones colectivas como generadoras de prácticas constructivas del mundo social. En
efecto, más que el concepto de “mentalidad”, la noción de “representación colectiva” permite
comprender, en primer lugar, que “la realidad está contradictoriamente construida por los
distintos grupos que componen la sociedad”; en segundo lugar, que las prácticas “tienden a
hacer reconocer una identidad social, una manera propia de ser en el mundo”, y en tercer
lugar, que existen “formas institucionalizadas y objetivadas” a través de las cuales ciertas
instancias dominantes “marcan en forma visible y perpetuada la existencia del grupo” (p.57).
En todo caso, con el estudio de las luchas de representación, cuyo propósito es la
jerarquización de la estructura social, la historia cultural se distancia de una historia social que
se enfoca de manera insistente en las luchas económicas únicamente.
El concepto de representación utilizado por Chartier se remonta al Diccionario Universal de
Furetière, de 1727. Alude a la sustitución, por una parte, de un cuerpo ausente por una imagen
u objeto parecido; por otra parte, una representación también puede consistir en una imagen
que cumple una función simbólica, representando algo moral, como el león que simboliza el
valor. En el estudio de las relaciones de representación en el Antiguo Régimen, Chartier anota
que su perversión es la que lleva a que se llegue a sustituir la cosa en sí por su imagen, como
en el caso de los magistrados, cuya pompa y ornato causaban la impresión de sabiduría: “al
tener sólo ciencias imaginarias, es necesario que adopten esos vanos instrumentos que
golpean la imaginación; y así, en efecto, consiguen el respeto”, dice Pascal, citado por Chartier.
Así, la representación se convierte en un mecanismo para producir respeto y sumisión, a través
de una “coacción interiorizada”(p. 59). Este es un ejemplo claro de cómo la lucha de las
representaciones implica una lucha por el poder.
El sentido de las formas
Las formas de los textos son determinantes del sentido de los mismos. Por un lado, los
dispositivos formales apuntan a un público específico y por lo tanto se orientan a partir de una
representación de las diferencias sociales. Por otro lado, “las obras y los objetos producen su
campo social de recepción”, más de lo que se puede prever. De lo anterior se deduce que las
diferenciaciones culturales no provienen de divisiones estáticas y fijas, sino que son el
resultado de procesos dinámicos. La variación en las formas de presentación de un texto
ocasiona nuevas recepciones, y esto genera a su vez movimientos en las diferenciaciones
sociales. En su campo de estudio del Antiguo Régimen, Chartier hace referencia a cómo al
principio el sólo hecho de poseer libros era motivo de prestigio; a medida que éstos se
popularizaban, la forma, sus características materiales, devenían cada vez más relevantes. Lo
anterior comprueba que “las disposiciones discursivas y las categorías que fundan (…) modos
de representación no son en absoluto reducibles a las ideas que enuncian o los temas que
presentan” (p.61). La lógica de las representaciones puede incluso resultar contradictoria con
relación a la “letra del mensaje”. De donde se vuelve imprescindible “tratar los discursos en su
discontinuidad y su discordancia”. A partir de este presupuesto, la tarea se complejiza en la
medida en que se deben evitar las generalizaciones o las caracterizaciones universales (la fácil
asignación de un discurso a una “mentalidad”, a una “ideología o a una “visión de mundo”),
atendiendo a la especificidad de los discursos, a su lugar específico de inscripción.
Figuras de poder y prácticas culturales
La última propuesta de este enfoque invita a tomar distancia de las tendencias historiográficas
que se enfocan en la política para dar cuenta de las relaciones de poder, y comprender “a
partir de los cambios en el modo de ejercicio del poder tanto las transformaciones de las
estructuras de la personalidad como las de las instituciones y las reglas que gobiernan la
producción de obras y la organización de las prácticas” (p.62).
PROPUESTAS PARA EL DEBATE
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¿Afirmar que las significaciones culturales están siempre sujetas a las variables y
contradictorias representaciones de los grupos sociales implica una relativización
general de todos los valores humanos?
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“Aun las representaciones colectivas más elevadas no existen, no son verdaderamente
tales sino en la medida en que ellas gobiernan los actos”, afirma M. Mauss, citado por
Chartier. Aunque esta afirmación es de un texto de 1927, ¿no podría relacionarse esta
idea y la sospecha sobre la carencia de libertad real del ser humano con la nefasta
experiencia de la Segunda Guerra Mundial? ¿Hasta qué punto el recuerdo todavía
fresco del Holocausto influye en la concepción del mundo como representación?
-
“La diferencia entre historia y memoria, entre la historia mítica y la historia que se
despliega como un conocimiento universal, es fundamental”, dice Chartier. ¿Es
realmente verificable la historia?
-
¿De qué manera influye la elaboración literaria de la historia, la representación que se
verifica en ella en la consolidación de un saber “universal” (de un pueblo, una
comunidad o un país) sobre la historia? (Por ejemplo, el caso del episodio de las
bananeras en “Cien años de soledad”)
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