EL NUEVO SENTIDO DEL PRINCIPIO DE LA SEPARACIÓN DE PODERES Por Juan Carlos Cassagne En los países en que impera el Estado de Derecho basado en la democracia la separación de poderes constituye uno de los principios fundamentales del respectivo orden constitucional, cuya jerarquía como principio general del derecho público se reconoce en los países que practican la democracia como forma de gobierno. Es cierto que cada escuela jurídica lo interpretó a su manera (empezando por el positivismo) pero sin haberse advertido el cambio profundo operado en el mundo real que exhibe el derecho comparado a raíz del nuevo sentido que se le asigna al principio divisorio. Al apartarse de la mentalidad positivista reinante en el siglo pasado, el mundo jurídico desplaza la prevalencia de la norma jurídica y afirma la primacía de los principios generales sobre las restantes fuentes del derecho (la idea básica de principalidad) en tanto ellos se fundan en la dignidad de la persona y en la naturaleza de las cosas. En rigor, los principios generales constituyen la causa y la base del ordenamiento público (constitucional y administrativo), existiendo con independencia de su reconocimiento legal o jurisprudencial. Ahora bien, buena parte de los principios generales recibieron acogida constitucional o supranacional, en un proceso de positivización que puede llegar a confundir a más de una cabeza doctrinaria todavía anclada en la insistencia de un derecho natural y de los valores morales como ingredientes esenciales y complementarios del fenómeno jurídico, aun cuando no se hallen incorporados al derecho positivo. Hasta un filósofo no sospechado de ius naturalista como Mario BUNGE se ha rendido a su evidencia1. Ese proceso de decantación de los principios generales siempre existió en el derecho administrativo de Europa continental que, a partir de la ejemplar jurisprudencia elaborada por la jurisprudencia del Consejo del Estado francés, dio nacimiento y operatividad a los principios generales, tal como aconteció más tarde en la mayoría de los países europeos e hispanoamericanos que siguieron esas huellas jurisprudenciales. Resulta de alguna manera paradojal que el sistema descripto haya recibido la denominación de neo-constitucionalismo cuando es, precisamente, la culminación de un proceso de signo inverso al positivismo constitucional y legalista. Sin embargo, aun cuando se mantenga la esencia de un Estado de Derecho basado en la separación de poderes y, sobre todo, en el funcionamiento independiente del poder judicial, es evidente que asistimos a una Miembro de Número de la Academia de Derecho de Buenos Aires y Académico Honorario de la real Academia de Jurisprudencia y Legislación de Madrid. Profesor Emérito de la UCA y Titular Consulto de la UBA. 1 Sus primeros trabajos sobre esta cuestión datan de 1945. remodelación del sistema divisorio para garantizar los derechos de los ciudadanos y de las entidades privadas y/o de carácter público no estatal. En ese escenario, la función del Estado ha evolucionado en compás de los cambios económicos y sociales y la necesidad de satisfacer necesidades colectivas que aparecen a raíz de las innovaciones tecnológicas. Si bien no es posible predicar que el Estado liberal se haya abstenido de cumplir funciones sociales básicas, en el campo de la salud y de la educación, ni tampoco que el intervencionismo del llamado Estado Benefactor haya producido la estatización de la totalidad de las empresas privadas, lo cierto es que hoy más que nunca se ha impuesto la concepción de un Estado regulador y garante de prestaciones que están en cabeza de empresas privadas. La gestión estatal solo se justifica frente a la falta o insuficiencia de la gestión privada en la satisfacción de las necesidades colectivas. La generalización de este modelo en la mayoría de las naciones democráticas de Latinoamérica cuyas instituciones encuentran muchas de sus raíces (aparte de los vernáculos) en sus semejantes como europeo continental o anglosajón, nos muestra una nueva concepción sobre el modelo de Estado que viene rigiendo en el mundo que bien puede calificarse como la era del Estado subsidiario que solo legitima la intervención estatal en caso de auténticas carencias sociales y no como forma política de otorgar prebendas o beneficios propios del clientelismo populista. Precisamente, el clásico principio constitucional de la separación de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, ha cobrado una nueva dimensión ya que ahora coexisten en los gobiernos de los Estados democráticos múltiples y diversos poderes. El desarrollo del sistema en poderes compartidos por vez primera en la Constitución norteamericana de 1777 y luego en la francesa de 1791, lejos de limitarse al reparto de competencias entre los órganos de los clásicos poderes, ha visto ensanchado considerablemente su campo de acción con el surgimiento de nuevos poderes, que bajo el control de los jueces o de tribunales administrativos van ejerciendo funciones separadas y autónomas respecto de la Administración o del Congreso (vgr. Consejos de la Magistratura o del Poder Judicial, Defensores del Pueblo, Ministerio Público etc.). Entre esos nuevos poderes hay un fenómeno que no ha recibido mayor tratamiento por parte de la doctrina constitucional ni administrativa argentina. Nos referimos a la acción de autoridades regulatoria independientes los cuales, no obstante, no haber tenido recepción en las diferentes constituciones, se han generalizado de un modo sorprendente en casi todos los sistemas comparados de tal modo que ya puede hablarse de un nuevo principio general que afirma instituciones que precisaban contar con garantes de independencia, imparcialidad y especialización funcional, sacándoles de la órbita de los poderes políticos del gobierno para ponerles en manos de funcionarios idóneos y técnicos que actúen con neutralidad política y eficacia indiferente. Este nuevo principio ha desplazado la noción de autarquía ligada a un control de tutela a cargo del Ejecutivo o de la administración central que junto a las facultades para designar los miembros de los órganos directivos más los poderes de intervención tornaban ilusoria, en muchos chasos, su independencia o autonomía. La tendencia actual en el campo de las autoridades regulatorias es atribuirles plena independencia técnica y funcional y múltiples competencias, incluso de naturaleza 2 jurisdiccional al control amplio y suficiente de legitimidad (legalidad y razonabilidad) por parte de los jueces. En caso de la AFSCA es paradigmático y así lo ha reconocido la Corte en uno de los considerandos del fallo sobre la ley de medios. En fin, tanto en el desarrollo de los principios generales en el derecho administrativo como en los principios y técnicas de interpretación el llamado neo-constitucionalismo se advierte una confluencia de valores basado en la dignidad de la persona humana y en la defensa de sus libertades, que constituye algo así como el soporte de todos los mecanismos de protección de los derechos fundamentales de los ciudadanos y empresas frente al Estado. 3