El mundo material de George Harrison

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SECCIÓN: EN REALIDAD
George Harrison: Living in the Material World, de Martin Scorsese
El mundo material de George Harrison
Por Sandro Romero Rey
Viejos muchachos
Martin Scorsese se ha dedicado a filmar la autobiografía de sus gustos. Y no para. Por
fortuna. Al paso que va, terminará rodando a un director de cine que está pensando en
rodar una película sobre música y termina rodando, qué se yo, una serie sobre mafiosos
abstemios, o un largometraje acerca de las raíces del silencio en el Japón. Vaya usted a
saber. El ritmo de los hiperkinéticos tiene sus ventajas. Y en el caso de Scorsese uno le
agradece de todo corazón cualquier proyecto, porque siempre son fascinantes. Nunca he
salido de una sala de cine o he apagado un televisor, tras ver una obra del buen Martin,
sin quedar feliz. O al menos, satisfecho. En sus –hasta ahora– 22 largometrajes de
ficción hay una mirada, alguna duda, un suspiro, que terminarán encantándote. Cuando
Scorsese se cansa de hacer ficciones, descansa haciendo documentales. Hasta ahora, ha
hecho once. Pero no cualquier documental. Se está encargando de hacer LOS
documentales definitivos, tanto del cine como de la música. Ya son memorables sus
ensayos filmados en torno de la historia del cine norteamericano y su canto de amor a la
historia del cine italiano. Ambos filmes son narrados en primera persona. Sus trabajos
sobre la música, que son cinco, no tienen grandes arabescos formales pero son, sin lugar
a dudas, definitivos: The Last Waltz (sobre el fin de una generación con el concierto de
despedida de The Band), Feel Like Going Home (sobre las raíces africanas del blues),
No Direction Home: Bob Dylan (tres horas sobre el nacimiento del mito de Dylan en los
años sesenta), Shine a Light (sobre los Rolling Stones modelo 2006) y, ahora, se
desgrana con un fresco inobjetable de casi cuatro horas sobre el exbeatle George
Harrison titulado, como su álbum de 1973, Living in the Material World.
Cuando supe de la existencia de ese proyecto pensé, muy para mis adentros, qué más se
podría mostrar sobre un grupo y sobre un mito del que, en apariencia, ya se ha dicho
todo y, por lo demás, ya se ha visto todo. ¿Qué más podría sorprendernos que no
hubiéramos videado ya en la célebre serie Anthology? Pues, así como John Lennon ha
tenido su Andrew Solt y su Yoko Ono, asimismo el desaparecido George Harrison
también ha tenido su Martin Scorsese y su Olivia Harrison que le han cuidado la
espalda. El resultado es para dejar con la boca abierta a los chicaneros que creíamos
saberlo todo y para dar una luz de sabiduría a los jóvenes que descubren la obra de uno
de los grandes genios de la música del siglo XX. Porque todos sabemos, de alguna
forma, la historia de los Beatles. Lo que sí no saben muchos es la historia de los
exbeatles a partir de 1970. Y aquí, si me lo permites, oh, paciente y benévolo lector,
dejadme ser, por algunas líneas, un tanto autobiográfico.
Creo que una de las cosas más importantes que me han pasado en la vida ha sido tener
el ritual de la musicofagia rockera con mis primos. Yo descubrí la música rock en la
lejanísima Cali y ellos hicieron lo mismo, sin que nos pusiéramos de acuerdo, en la aún
más lejana ciudad de Buga. A finales de los años setenta, contábamos los días para que
se acabaran pronto y nos viéramos religiosamente los fines de semana, para pasarnos
tres noches sin dormir oyendo música. Y cantando. Pero esa es otra historia. La historia
que me interesa es contar la devoción absoluta que teníamos por los discos de los
exbeatles. Adorábamos sin condiciones Band on the Run de Paul McCartney y Plastic
Ono Band de John Lennon, Beaucoup of Blues de Ringo Starr y Thirty Three & 1/3 de
George Harrison. Nos sabíamos de memoria los redobles de sus baterías y los solos de
sus guitarras. Lo sabíamos todo sobre los Beatles, pero mucho más sobre los exbeatles.
Y, en especial, nos enorgullecíamos de ser fans de los discos en solitario de George
Harrison, en una época en la que estaba de moda decir que su música era un desastre
religioso. No era así. Claro que no era así. George Harrison no sólo era el compositor de
20 temas prodigiosos para los fab four, sino que era, ante todo, el responsable de
genialidades como el álbum triple All Things Must Pass, y sus impecables compañeros
de catálogo, desde Wonderwall Music hasta Brainwashed. Siempre amamos a George
Harrison con una devoción secreta, sin necesidad de tener que darle explicaciones a
nadie, porque a nadie se lo íbamos a contar. Hasta ahora. Hasta ahora que Martin
Scorsese, de alguna manera, nos está justificando y nos está diciendo en sus tres horas y
cuarenta minutos de documental, que no estábamos equivocados.
All Films Must Pass
Como quería ser el primero, encargué una copia en video a Londres y conté los días
hasta que me llegó. No le di tiempo al tiempo para quitar el papelillo de la caja y oler la
primera edición del prodigio. Dos discos. El primero, sin bonus tracks, dura 94 minutos
y se concentra en la historia de Harrison con los Beatles. El segundo, en 122 minutos,
nos cuenta la fábula de Mr. Harrison, desde la prodigiosa While My Guitar Gently
Weeps hasta las anécdotas de su muerte. Tres bonus acompañan la edición, muy breves
(un testimonio de McCartney, uno de Jeff Lynne y un plano de Dhani Harrison con
George Martin, frente a la consola de sonido, analizando pieza a pieza Here Comes The
Sun…). En esta ocasión, Scorsese no se deja ver. Tras la realización de su documental
anterior, Public Speaking (2010), sobre la tremenda Fran Lebowitz, el director de Taxi
Driver (1976) se dedica a la contemplación. Lejos de Nueva York, Scorsese se
concentra en el material de archivo y, organizándolo, deja que este sea el que cuente. Al
principio, la yuxtaposición brusca de canciones inconclusas y de imágenes atropelladas
del mundo en los años cuarenta y cincuenta parece confundir. Pero pronto nos vamos
dejando guiar, de la mano de los entrevistados: Mc Cartney y Ringo, por supuesto,
luego los hermanos de Harrison, más adelante Clapton, mucho más adelante Yoko Ono,
Tom Petty, George Martin, el actor Eric Idle, el director Terry Gillian, el piloto Jackie
Stewart y, señoras y señores, Phil Spector. A mí lo que más me impresionó del
documental fue el testimonio de Phil Spector, vieja leyenda de la producción musical,
creador del famoso “muro de sonido” que, para entenderlo, hay que oír quinientas veces
All Things Must Pass.
Pero no es lo único, por supuesto. El film reflexiona sobre el papel de Harrison como
músico, así como su dimensión espiritual, sin demagogias ni proselitismos. Scorsese le
da un buen lugar a la experiencia de George en el cine, puesto que su agudísimo sentido
del humor lo llevó a echarse al hombro las experiencias de Monty Python y producir
películas tipo La vida de Brian (Life Of Brian, 1979) o Time Bandits (1981). Sorprende
que la película no se detenga en los films de los Beatles (salvo las imágenes de la
famosa pelea entre Harrison y McCartney consignada en Let It Be) pero sí se recuesta
en curiosidades maravillosas como el pietaje extraído de Wonderwall (1968) –con
entrevista incluida a su protagonista, Jane Birkin–, la película de Joe Massot con música
de nuestro héroe.
El problema de estas películas homenaje es que uno siempre quiere más. Al principio de
esta nota decía que Scorsese estaba filmando su autobiografía a través de sus gustos. De
alguna manera, también está filmando la nuestra y uno quisiera oír, qué se yo, So Sad,
This Guitar (Can’t Keep From Crying), Apple Scruffs, cien más. No se puede, Sandro,
lo sentimos mucho. La película llega hasta aquí. Pero cuando suenan los acordes de
Long Long Long durante los créditos finales, uno le agradece al mundo haber nacido, le
quiere dar un abrazo a Martin Scorsese y quisiese que la vida fuese menos breve para
que nos alcanzase el tiempo de darle las gracias a Krishna por prestarnos 58 miserables
años a George Harrison.
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