modelo de comentario de un texto descriptivo

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MODELODECOMENTARIODEUNTEXTODESCRIPTIVO
El lobo ibérico, o Canis Lupus signatus, es el rey de gran parte de la Península, en
especial de la mitad noroccidental. Su apariencia física se alza como bandera entre las
32 subespecies del mundo: ojos canela, piel tierra –más roja en verano que en invierno-,
manchas blancas sobre los belfos, líneas negras que recorren las patas delanteras, la
marca oscura en la cola y, sobre la espalda, una mancha en forma de cruz. Hay cerca de
trescientas manadas, unos dos mil individuos. El noventa por ciento está en Galicia y
Castilla y León. Los lobos que habitan en Cataluña proceden de Italia. El carnívoro sólo
tiene de adulto, un enemigo: el hombre.
Elena García Quevedo, Lobos: la reconquista de territorios
Estamos ante un texto descriptivo porque informa sobre cómo son los lobos
ibéricos. Predomina la función referencial, ya que su finalidad es informar. Los rasgos
que se han seleccionado son: nombre científico y localización geográfica. Apariencia
física: ojos, piel (manchas, líneas, marcas); número de ejemplares y distribución; su
enemigo. El orden que se ha seguido es: presentación del sujeto, descrito: el lobo
ibérico; hábitat; apariencia física; número de individuos; precisión del hábitat;
excepción de Cataluña, y su posición ante los humanos. Es una descripción técnica
(tiene un fin práctico) y estática (no se percibe movimiento). En cuanto a las formas
lingüísticas: no observamos marcadores espaciales, pero sí hay enumeración (lín. 3-5)
y adjetivos (canela, tierra, blancas, negras...). Aparecen verbos copulativos (es) y el
tiempo verbal predominante es el presente de indicativo (se alza, hay, habitan, tiene...)
TEXTO PARA COMENTAR
Tengo muy presente la fisonomía del clérigo, a quien vi muchas veces paseando por la
Ronda de Valencia con los hijos de su sobrina, y algunas cargado de una voluminosa
y pesada capa pluvial en no recuerdo qué procesiones.
Era delgado y enjuto, como la fruta del algarrobo, la cara tan reseca y los carrillos tan
vacíos, que cuando chupaba un cigarro parecía que los flácidos labios se le metían
hasta la laringe; los ojos de ardilla, vivísimos y saltones, la estatura muy alta, con
mucha energía física, ágil y dispuesto para todo; de trato llano y festivo, y costumbres
tan puras como pueden serlo las de un ángel.
Sabía muchos cuentos y anécdotas mil, reales o inventadas, dicharachos de frailes, de
soldados, de monjas, de cazadores, de navegantes, y de todo ello solía esmaltar su
conversación, sin excluir el género picante siempre que no lo fuera con exceso. Sabía
tocar la guitarra, pero rarísima vez cogía en sus benditas manos el profano
instrumento, como no fuera en un arranque de inocente jovialidad para dar gusto a sus
sobrinas cuando tenían convidados de confianza.
Este hombre tan bueno revestía su ser comúnmente de formas tan estrafalarias en la
conversación y en las maneras, que muchos no sabían distinguir en él la verdad de la
extravagancia, y le tenían por menos perfecto de lo que realmente era. Un santo
chiflado, llamábale su sobrino.
Benito Pérez Galdós, Tormento
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