TERCER TEMA: CUATRO CONDICIONES PARA SER DISCÍPULO AGOST-SEPTIEMBRE 2004 TERCER TEMA: CUATRO CONDICIONES PARA SER DISCÍPULO En el tema anterior hemos delineado los rasgos generales de la relación de Jesús Maestro con sus discípulos. Ahora nos corresponde definir más claramente los requisitos necesarios para entrar a formar parte del grupo privilegiado de Jesús. Todo instituto o colegio tiene ciertos requisitos para sus alumnos. En toda familia existe una forma de vivir y todo país tiene una constitución que lo gobierna. Jesús, por su parte, también, puso ciertas exigencias indispensables para que alguien llegara a ser uno de los suyos. Por tanto, no depende del gusto personal o la propia voluntad sino de llenar estos requisitos. Antes de presentar estas condiciones debemos aclarar desde un principio que no se trata de un modelo para que, una vez llenado, nos sintamos satisfechos porque ya hemos cumplido todos los requisitos, sino de un ideal, al cual siempre estaremos tendiendo; un proceso que nunca termina y un aprendizaje donde no existe la graduación, ya que la meta es llegar a ser perfecto como el Padre Celestial es perfecto (Mt 5,48) “Sean ustedes perfectos, como su Padre que está en el cielo es perfecto”. A pesar de ser condiciones indispensables subrayamos que no se trata de legalismo, sino de actitudes concretas que el discípulo debe asumir voluntariamente; pero una vez aceptadas deben ser cumplidas en la práctica. Cuatro son los requisitos para pertenecer al grupo de sus seguidores. De otra manera no somos admitidos en su escuela. Se trata simplemente del examen de admisión que, de no ser aprobado, no se puede ingresar a la comunidad de discípulos de Jesús. A. TENER UN SOLO MAESTRO En la universidad existen diferentes maestros. Uno para cada materia. De la misma manera sucede en nuestro mundo: se tiene un maestro para vestir y otro enseña a divertirse; hay maestros de la vida sexual, económica y social. Pero en la Escuela de Jesús, él debe ser el único Maestro de todas las áreas. La primera condición, para quienes le siguen, es renunciar a cualquier otro que pretenda enseñar a vivir de manera diferente. El no compartía su cátedra con Buda o Freíd. Su doctrina es antagónica tanto con el Marxismo como con el Capitalismo. Si hay contradicción o diferencia entre lo que él dice con lo que otros afirman, se le debe seguir incondicionalmente a él. Se trata de un Maestro exclusivo y excluyente. Sus discípulos no lo aceptan como un Maestra más, sino como el único Maestro. El así lo exigió: Uno solo es su Maestro Uno solo es su Preceptor: Cristo: Mt 23,8.10 El discípulo de Cristo no acepta la enseñanza de la propaganda del mundo ni sigue los criterios de la carne. Su jerarquía de valores ha sido establecida únicamente por Jesucristo. Esto no es sino reflejo de la máxima exigencia del Antiguo Testamento: No tendrás otro Dios fuera de mí, Porque yo, Yahveh tu Dios, soy un Dios celoso: Ex 20, 3,5 Los profetas de Antiguo Testamento lucharon permanentemente contra los ídolos que trataban de reemplazar el lugar de Yahveh. Dios no consentía que su esposa, Israel, fuera infiel, yéndose tras otros maridos. Jesús, por su parte, no admite términos medios. O frío o caliente, porque a los tibios los vomita de su boca. La razón es muy clara: el que no está definidamente con él, está en su contra. Él tiene que ser el único de quien se aprenda. No se puede ir de su brazo y al mismo tiempo coquetear con los criterios del mundo, los ídolos o las modas pasajeras. Que Jesús es el único Maestro significa que el discípulo no se rige por los criterios de la sociedad, ni por los valores del mundo, sino sólo para la Palabra y el ejemplo de su Maestro. B. SEGUIMIENTO INMEDIATO Y DEFINITIVO Seguir a Jesús, a diferencia de cualquier otro maestro, es una decisión que no admite espera ni tardanza. Se hace en cuanto se escucha el llamado. Cuando el profeta Elías tiró su manto junto a Eliseo, significando que lo llamaba para ser su discípulo, Eliseo pidió simplemente regresar a su casa despedirse de su padre. El profeta de Dios se lo permitió; y hasta después de haber ofrecido el sacrificio de sus bueyes entró a su servicio (1Re 19, 19-21) “Elías se fue de allí y encontró a Eliseo, que estaba arando. Delante de Eliseo iban doce yuntas de bueyes, y él mismo llevaba la última. Elías se dirigió a él y le echó su capa encima. Al instante Eliseo dejó los bueyes, corrió tras Elías, y le dijo: déjame dar a mis padres un beso de despedida, y luego te seguiré. Puedes ir dijo Elías, y fue, tomó dos rotos y los descuartizó, y con la madera del yugo asó la carne y dio de comer a la gente. Después se fue tras Elías y quedó a su servicio. Con Jesús, porque se trata de un Maestro especial, es diferente: exige una respuesta sin dilaciones. No hay que ofrecer ningún sacrificio antes de seguirlo, ya que lo que más agrada al mismo Dios es que creamos y sigamos inmediatamente a su Enviado. El maestro exige seguirlo al instante, dejando el dinero sobre la mesa de impuestos o las redes llenas de peces. De otra manera no se puede ser autentico discípulo suyo. La razón es muy sencilla: si no se es capaz de seguirlo así, es porque todavía no se le ha valorado debidamente. El peor enemigo del hombre es la indecisión. Cuando las cosas se dejan para después, se dejan para siempre. El Señor no admite estar en segundo lugar. Jesús es inflexible en este sentido. Si no se comienza bien, no se puede mejorar en la marcha. Si el primer paso es mediocre, no hay ninguna garantía de perseverar hasta el fin en las siguientes pruebas y dificultades. Por otro lado, se trata de una opción que compromete toda la vida. Si se le sigue se va con él hasta el final, sin escalas ni volver la vista atrás. En 1985 unos predicadores fueron a Japón. De Tokio tenían que ir a Kobe para un retiro de sacerdotes. El Padre Gerard S.C.R. les pregunto cómo preferían viajar: podían ir en el rapidísimo “tren bala” que no tiene paradas, o en un tren normal, con la ventaja de bajarse a comer en la histórica ciudad de Kyoto, visitar Nagoya o contemplar más lentamente los paisajes del país del sol naciente. Ellos escogieron el “tren bala”... una vez que se subieron, no había escalas, ni podían detenerse en ninguna parte. Así es la opción de Jesús, perla preciosa. Decidimos seguirlo y ya no es posible distraernos con los oropeles, ni bajarnos a comprar perlitas. Quien prefiere a Jesús, es como quien sube al tren bala: ya no es posible renunciar a él. Es como amarrarse el cinturón en el avión. Cuando se entra a la Universidad se sabe exactamente el número de años que se va a estudiar y se piensa en el tiempo que falta para salir... en la Escuela de Jesús no sucede así. No se ingresa sólo por una etapa ni para ciertos días o lugares. Se es discípulo toda la vida. Jesús no admite seguidores de domingo o para unos años. En una ocasión, alguien solicito al Maestro ser admitido entre sus discípulos, pero antes quería despedirse de sus padres. Jesús respondió: “Quien pone la mano en el arado y vuelve la vista atrás no es digno del Reino”. En otro momento, otro imploró la gracia de seguirlo después de ir a enterrar a su padre. Jesús tampoco lo consintió. Se trata de seguirlo no sólo al Tabor, sino también a la amarga soledad de Getsemaní, haciendo no sólo lo que nos resulta fácil o estamos de acuerdo, sino también lo que no nos gusta. C. RENUNCIAR A LOS OBSTÁCULOS El seguimiento del Maestro implica necesariamente renunciar a todo cuanto se oponga a este seguimiento o lo detenga. Ciertamente no se dejan las cosas por ser malas, sino por obstaculizar la entrega total al Maestro. En esta línea debemos entender las cuatro renuncias exigidas por Jesús: 1. Renuncia a los lazos familiares Si alguno viene a mí y prefiere a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y aún su propia vida más que a mí, no puede ser mi discípulo: Lc 14,26 Es decir, el que prefiere cualquier otra persona sobre Jesús, no puede ser su discípulo. No se trata de renunciar a la familia porque ésta sea mala, sino cuando llega a constituir un lazo que impide servir libremente en el Reino. Cuando ciertas costumbres o tradiciones familiares nos encadenan, se tiene que optar definidamente por el Maestro. No se pretende la renuncia a la familia. Es la opción por otra familia que no está basada en los lazos de la carne, sino en los mismos del Reino de los Cielos. Sin embargo, debe quedar claro que cuando los vínculos carnales se conviertan en cadenas, el Reino tiene prioridad. De otra manera no se puede ser auténtico discípulo de Jesús. La relación con el Maestro debe estar por encima de cualquier otro lazo o afecto de este mundo. Ahora bien, esto no significa que debemos abandonar las responsabilidades en el hogar. Al contrario. El discípulo debe llevar una vida familiar de acuerdo al modelo de Jesús. No se trata de no amar, sino de entrar en una familia donde se va a exigir más amor. 2. Renuncia al propio trabajo Jesús exige el cambio total en la vida de sus seguidores. El discípulo no dispone ya de sus planes, del tiempo, ni del fruto de su trabajo para su beneficio exclusivo, sino que, al asociarse a Cristo Jesús, se integra a su obra salvífica y ahora sirve a otro. No se trata, pues, de no trabajar, sino de un cambio de mentalidad. El cambio de oficio se hará cuando sea necesario. Caminando por la ribera del Mar Galilea vio a dos hermanos; Simón Pedro y Andrés, echando la red al mar pues eran pescadores. Les dice “Vengan conmigo. Yo los haré pescadores de hombres”: Mc 1,17 “Les dijo Jesús: síganme, y yo hare que ustedes sean pescadores de hombres”. Así desde, ese momento, la barca de Pedro está al servicio de la predicación y para el transporte de la comunidad y no para uso exclusivo del pescador de Cafarnaúm. Su casa, igualmente, se convierte en un lugar de descanso y de trabajo del Maestro. Lo cierto es que un discípulo ya no trabaja para sí mismo ni dispone a su capricho de su salario, sino que ya ha sido invitado a colaborar en la Viña del Señor, a pescar en otros mares y administrar bienes que no le pertenecen. 3. Renuncia a los bienes materiales Entre los obstáculos que más impiden el seguimiento completo de Jesús, está el afán por las cosas de este mundo. Jesús, buen Maestro, previene claramente a sus seguidores, afirmando que no se puede servir a dos amos, pues es imposible entender a Dios y al dinero. Siempre se queda mal ante el Señor. Pocas enseñanzas tan claras han sido tomadas tan a la ligera. El afán de las riquezas de este mundo, ahoga la semilla de la Palabra y no le permite fructificar, ya que nuestro corazón se enclava en las cosas de este mundo, considerándolas como necesarias. Es más, resulta casi imposible que un rico se salve. Por tanto, se tiene que tomar una opción vital: Dios o el dinero, Jesús o las riquezas. La actitud del joven rico resulta muy iluminadora: quería “tener” vida entera, para lo cual bastaba cumplir una serie de preceptos. Más, para “ser” perfecto, era necesario desprenderse de todo y hacerse pobre para seguir a Jesús. Desgraciadamente este joven estaba demasiado apegado y dependiente de sus abundantes bienes. No estuvo de acuerdo en pagar el alto precio que costaba el seguimiento de Jesús. A pesar de ser un buen hombre y cumplidor de todos los mandamientos de la ley, no era apto para el Reino. A Jesús no le bastaba que alguien fuera fiel cumplidor de la ley de Moisés. Se necesitaba algo más. Si Jesús hubiera aceptado a este joven con dichos apegos, no hubiera seducido a Francisco de Asís ni a Teresa de Calcuta. Hubiera perdido a sus mejores seguidores de toda la historia. El Maestro exige a sus discípulos no amontonar riquezas que el hollín correo y los ladrones roban. La codicia compite con la supremacía del Maestro. Jesús mismo es el modelo: siendo rico se hizo pobre. No tenía ni dónde reclinar la cabeza. Por eso, sus discípulos deben recorrer el mundo sin equipaje que les coarte la libertad ni dinero en el que confíen. Algunos discípulos renunciaron explícitamente a sus bienes materiales (Mateo, Santiago, Juan, Zaqueo, Bernabé, etc.) otros pusieron sus cosas a la entera disposición del Maestro (la casa de Lázaro, los bienes de las mujeres). Jesús pedía a cada uno de acuerdo a su estado de vida y vocación especifica. Lo cierto es que a todos exigía el desprendimiento y nunca depender de las riquezas. Como se ve, se trata de la pobreza voluntaria y no la que es fruto de la injusticia y del pecado. No es cuestión del que ha sido empobrecido por la ambición de otros sino de la pobreza voluntaria. Esta, sin embargo, no es un fin sino un medio que nos libera para vivir más enteramente consagrados al Reino. Debemos tener cuidado de convertir el medio en fin. No se trata de ser pobre, sino ser como Jesús, que es pobre. D. RENUNCIA A LOS HONORES DEL MUNDO Paralelamente a la renuncia de “el tener”, el discípulo se despoja a los vanos honores que el mundo ofrece como signos de poder o sinónimos de valer. El discípulo sabe que posee el titulo más glorioso y por eso no anda mendigando glorias transitorias o superfluas. Sabiéndose hijo del Rey no fija su dignidad ni su valer en títulos como: Líder, superior, gerente. Sólo quien no se reconoce hijo de Dios presume títulos menos valiosos. Cuenta la historia que cuando Heraclio, Rey de Jerusalén quiso entrar en la ciudad santa cargando la cruz de Jesús, no pudo. Sus pies se pegaron al piso y le fue totalmente imposible dar un solo paso. Hasta que se despojo de su corona y ricos ornato reales y se vistió sencillamente, pudo cargar la cruz de Jesús. Quien no renuncia a los vanos honores del mundo no puede seguir las huellas de Jesús de Nazareth. E. RENUNCIA A LOS HONORES ECLESIÁSTICOS Los vanos honores del mundo son más peligrosos cuando se disfrazan de privilegios eclesiásticos, títulos honoríficos y autoridad ejercida con actitud de superioridad, en vez de actitud de servicio. Jesús nos previno, aclarando que se puede orar, ayunar y dar limosna para ser saludados en las plazas, ser llamados Rabbí u obtener un reconocimiento humano. Los honores eclesiásticos son los más peligrosos, pues debajo de la piel de oveja se esconde una trampa mortal. Los privilegios que ofrece la estructura eclesiástica son muy riesgosos, ya que muchos de ellos son antievangélicos. Santiago y Juan pretendieron merecer ciertas ventajas celestiales: sentarse a diestra y siniestra del Rey Universal. Cayeron en la tentación de aprovecharse de su función eclesiástica para estar por encima de todos los demás. Lo más grave que tiene la Iglesia es la inmensa gama de privilegios que ofrece la estructura eclesiástica, ya que se llega a sacrificar el Evangelio por un plato de lentejas. Existen títulos que no corresponden a ningún servicio a la comunidad, sino que simplemente sustituyen los títulos nobiliarios de la Edad media. El discípulo de Jesús renuncia a cualquier titulo de superioridad: Rabbí, padre, superior, etc. Definitivamente hay títulos que nos son compatibles con un discípulo de Jesús. F. LLEVAR LA CRUZ El que no tome su cruz y me siga, No puede ser mi discípulo: Lc 14,27 Aquí encontramos otra condición indispensable para llegar a ser admitido en la Escuela de Jesús. Veamos qué significa esta expresión. En la antigüedad, “llevar la cruz” era sinónimo de estar condenado a muerte. Por tanto, en la mentalidad de Jesús, implicaba estar dispuesto a entregar la vida. Es necesario morir a sí mismo, negarse, para poder ser discípulo de Jesús. De otra manera es vana ilusión considerarse discípulo suyo. Seguirlo para abrillantar el prestigio personal, mejorar la reputación, adquirir mayores ventajas económicas, ascender en la escala social o jerárquica, es lo más antievangélico de este mundo. Por el contrario, el Maestro exige la renuncia de todo esto para poder entrar en el camino del discipulado. Así como no podemos servir a Dios y el dinero, no podemos servir a Jesús y al mismo tiempo a nosotros mismos. Por tanto, es absolutamente necesario renunciar a ser el centro del universo. Se pretende estar enteramente dispuesto a correr el mismo destino del Siervo de Yahveh en la vida y en la muerte. Aunque debemos aclarar que no se trata de un vano sufrir, sino de que nuestra vida fructifique a favor de los demás. Morir a nosotros significa ya no vivir para nosotros mismos, ni buscar ninguna ventaja de tipo personal, sino vivir para el Señor Jesús, sus intereses y su Reino. CONCLUSIÓN Debe quedar muy claro que estos cuatro requisitos no nos hacen discípulos, sino que simplemente son las condiciones para entrar al sistema del discipulado. Sin ellos, ni siquiera somos admitidos al lado del Maestro, pues él perdería lastimosamente su tiempo con quien no llevara estos prerrequisitos fundamentales. Así como parar entrar a la universidad se hace una serie de exámenes, aquí encontramos las cuatro pruebas para ser admitidos en la escuela de Jesús. Lo bueno de este examen, o tal vez lo malo, es que se nos dan las preguntas de antemano para que las contestemos, no con palabras, sino con hechos. Cuando Jesús determina la cuota de inscripción a su Escuela, nos ofrece un ejemplo muy iluminador: Hagan muy bien sus cálculos antes de comenzar, no sea que les suceda como aquel hombre que se puso a construir una torre y, por no calcular bien su presupuesto, se quedó a la mitad del camino, siendo motivo de risa y burla de todos cuantos pasaban de enfrente. Si no tienen con qué terminar, más vale ni comenzar, pues sería peor. Si ni siquiera son capaces de pagar la cuota de inscripción que son estas cuatro condiciones para ingresar, mucho menos podría después con las demás exigencias. Si con lo que ahora tiene no son capaces de vencer al enemigo que se acerca, no se le enfrenten, pues serían derrotados vergonzosamente (Lc 14, 28.33) “Si alguno de ustedes quiere construir una torre, ¿acaso no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla? Así pues, cualquiera de ustedes que no deje todo lo que tiene, no puede ser mis discípulos”.