ventajas e inconvenientes de dividir en salas a la corte suprema de

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VENTAJAS E INCONVENIENTES DE DIVIDIR EN SALAS
A LA CORTE SUPREMA DE JUSTICIA DE LA NACION
* Marcelo Sebastián Midón
1. Introducción:
Es un hecho notorio y, por lo tanto, bien innecesario resulta, por
superabundante, justificar el diagnóstico: de un tiempo a esta parte,
como si fuera un mal endémico, la administración de justicia argentina,
en general, y la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en particular,
padecen sobrecarga de tareas.
Circunstancia que, va de suyo, conspira contra la eficiencia y la
transparencia del sistema. Ora porque torna ilusorio el derecho del
justiciable a obtener un proceso de duración razonable. Ora porque esa
gravosa exigencia provoca, verbigracia, por la aplicación del inmotivado
certiorari, la mutilación de la garantía del debido proceso, al preterirse
dos de sus más importantes contenidos, a saber: el efectivo acceso a
la justicia, que no significa únicamente la posibilidad de arribar a sus
escalones inferiores, sino la de ser atendido por todos los disponibles; y
la promesa de una sentencia fundada, respetuosa de los principios de
la legalidad, de la jerarquía normativa y de la congruencia, y que valore
razonablemente los hechos, la prueba y el derecho aplicable.
La identificación de las concausas que contribuyen a conformar
el estado descrito (sí del Más Alto Tribunal se trata, a título meramente
ejemplificativo cabría anotar la generosidad de su competencia original
y apelada, y que esta última, a su vez, ha visto expandirse sus
horizontes por la inasible doctrina de la arbitrariedad, el paulatino
incremento de la litigiosidad y el ocaso de las llamadas cuestiones
políticas no justiciables) escapa el presente laboreo. Que tiene por
objeto examinar, entre los muy heterogéneos remedios posibles, uno
en particular: si resulta constitucionalmente posible y sería conveniente
dividir en salas a la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
2. Planteo de la cuestión:
La doctrina y la legislación, preocupadas por la sobrecarga de
tareas de la Corte Suprema de Justicia, han sugerido y aún plasmado
diversos paliativos. Así, verbigracia: 1. Modificar su esfera de negocios
originaria y suprimir o reducir su competencia apelada; 2. Crear un
tribunal intermedio, por debajo de la Corte, para la revisión de las
sentencias arbitrarias; 3. El certiorari; 4. Reservar a la Corte como
tribunal para cuestiones trascendentes, en el sentido de significativas,
no triviales o secundarias; 5. Dividir la Corte en salas; etcétera.
Y a propósito de esta última propuesta, es válido preguntarse
por qué no recurrir a una solución que aparece a primera vista como la
más fácil y económica. Fácil, pues, para instrumentarla sólo haría falta
reglamentar el artículo 23 del Decreto Ley 1285/58, que permite esta
modalidad de trabajo. Económica, porque sin grandes reformas
estructurales, sin mayores erogaciones y sin necesidad de crear un
nuevo tribunal, tendríamos, por ejemplo, una sala a la que podría
asignársele la tremenda labor de resolver los recursos extraordinarios
por arbitrariedad de sentencia.
Todo sin computar que, además, la diagramación en salas del
Más Alto Tribunal, vigente en numerosos países latinoamericanos así,
por ejemplo, Costa Rica, Honduras, El Salvador, Paraguay, Venezuela,
etcétera, también se justificaría por razones de especialización, en
tanto permitiría, por principio, una mayor calidad y expeditividad en los
fallos1.
Sin embargo, esa cuestión ofrece dificultades, y podría no ser la
solución definitiva del problema. En primer lugar, porque una Corte
dividida en salas puede perder su condición de “Suprema”,
desdibujándose institucionalmente su importancia 2.
En este sentido, ya para Linares Quintana, la Corte Suprema de
Justicia, en su carácter de tribunal último y cúspide del Poder Judicial
de la Nación, no admite división en salas de competencia determinada.
Ello así, pues, una fragmentación semejante privaría de hecho a la
Corte su rango de “Suprema”, y tendría como resultado práctico que
SAGÜES, Néstor, Elementos de Derecho Constitucional, Ed. Astrea, Bs. As., 1993,
T. 1, pág. 479; del mismo autor, La congestión de causas en la Corte Suprema de
Justicia de la Nación y en las Cortes Supremas Provinciales, en Libro de Ponencias
Generales y Trabajos Seleccionados del XXIII Congreso Nacional de Derecho
Procesal, Ed. La Ley, Avellaneda, 2005, pág. 456.
2
ROSALES CUELLO, Ramiro, Un tribunal necesario, LL 1993-E-994; del mismo
autor, Un tribunal que sigue siendo necesario (Factible creación de un tribunal para el
control de las sentencias viciadas de arbitrariedad), en Libro de ponencias del XXII
Congreso Nacional de Derecho Procesal, Paraná, 2003, T. II, pág. 155, nota N° 144.
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sus decisiones ya no serían del primer tribunal del país sino de una
sala determinada del mismo, con una evidente diferencia jurídica 3.
Congruente con aquella línea de pensamiento, Bidart Campos
minaba toda chance de subdivisión denunciando la concurrencia de un
impedimento constitucional. Pensaba que la Corte no puede repartirse
en salas, en tanto ello provocaría que sus sentencias sean dictadas por
una sala y no por el tribunal “en pleno”. Sucede que, señalaba el
maestro del Derecho Constitucional, creada la Suprema Corte por la
Constitución, la que a su vez también le asigna su competencia, todas
las veces que la Corte deba entender en un caso, deberá hacerlo en
pleno, porque sólo en pleno es el tribunal supremo que la Constitución
ha impuesto4.
Temperamento compartido por Rivas, para quien ni el Congreso,
ni la Suprema Corte tienen la facultad de fijar reglas diferenciales de
competencia, confiando a unos ministros un poder jurisdiccional que,
simultáneamente, desconfía a otros; el poder jurisdiccional que la ley
suprema asigna a los miembros del Más Alto Tribunal es irrenunciable
e indelegable, de modo que sería inválida, por inconstitucional, toda
fragmentación de tareas5.
Por lo demás, y siempre en contra del mentado remedio, se
señalaron otros inconvenientes, a saber: que las supuestas salas de
tres integrantes también se verían desbordadas de trabajo al tener que
asumir la competencia propia del pleno 6; que la fragmentación genera
peligro de incurrir en diferencias de criterio, según las salas, por lo que
la doctrina del tribunal puede resultar contradictoria 7; que de
constituirse salas de tres miembros, bastarían dos votos coincidentes
para definir puntos fundamentales sometidos a la Corte, etcétera.
3. Nuestra opinión:
LINARES QUINTANA, Segundo, Tratado de la Ciencia del Derecho Constitucional
argentino y comparado, Ed. Alfa, Bs. As., 1963, T. IX, pág. 457.
4
BIDART CAMPOS, Germán, Tratado elemental de Derecho Constitucional
argentino, Ed. Ediar, Bs. As., 1988, T. II, pág. 304.
5
RIVAS, Adolfo, Reformas en las modalidades de intervención de la Corte Suprema,
en Libro de ponencias generales y trabajos seleccionados del XXIII Congreso
Nacional de Derecho Procesal, Ed. La Ley, Avellaneda, 2005, pág. 471.
6
ROSALES CUELLO, Ramiro, Un tribunal necesario, LL 1993-E-994; del mismo
autor, Un tribunal que sigue siendo necesario (Factible creación de un tribunal para el
control de las sentencias viciadas de arbitrariedad), en Libro de ponencias del XXII
Congreso Nacional de Derecho Procesal, ob. cit., pág. 155, nota N° 144.
7
LINARES QUINTANA, Segundo, Tratado de la Ciencia del Derecho Constitucional
argentino y comparado, ob. cit., T. IX, pág. 458.
3
Examinados que han sido, brevemente, los argumentos a favor y
en contra, nos mostramos propensos, sino del todo convencidos de la
posibilidad y conveniencia de ensayar un diagrama de Corte subdivida
en salas. Por lo que expondremos, también sintéticamente, cuales son
las razones que nos impulsan.
a) En primer orden de ideas, creemos que no existe valladar
constitucional que neutralice la iniciativa. Que la Constitución Nacional
no prohíbe, aunque tampoco promueve la división en salas.
Es cierto que los artículos 116 y 117 de la Ley Fundamental
hablan de “una Corte Suprema”, pero la atribución de causas en salas
conformadas no afecta la unidad del órgano, que podría actuar en su
conjunto, es decir en “en pleno”, cuando así lo considere la
reglamentación pertinente y de modo obligatorio, verbigracia, para
unificar criterios comunes, enervando el potencial peligro de doctrinas
contradictorias, o para declarar la inconstitucionalidad de las normas o
de los actos, etcétera8.
b) Tampoco nos convence el razonamiento en virtud del cual la
segmentación privaría al órgano su rango de “supremo”, provocando
que sus fallos ya no sean los emanados del Más Alto Tribunal del país,
sino los provenientes de una sala determinada del mismo.
Ello así, pues, según lo anticipamos, la distribución de causas en
salas es el modelo exitosamente exhibido por importantes órganos de
jurisdicción internacional (así, por ejemplo, la Corte de Estrasburgo),
por Cortes americanas y europeas y aún por Superiores Tribunales de
provincias (así, verbigracia, La Pampa, Río Negro, Neuquén, Mendoza,
etcétera). Y hasta donde sabemos, cuando sentencia la Corte de
Estrasburgo o el Superior Tribunal de una provincia, el fallo se atribuye
al cuerpo, es decir, a la Corte o Superior Tribunal, y no solamente a la
sala que lo proyectó, y sin que esa circunstancial división de tareas
enerve la fuerza y el valor institucional del fallo respectivo.
La experiencia parece demostrar, en suma, que los Superiores
Tribunales de Justicia de las Provincias de Corrientes y Chaco, que
En este sentido, compartimos las opiniones de Néstor SAGÜES (Elementos de
Derecho Constitucional, ob. cit., T. 1, pág. 479) y Eduardo OTEIZA, (Derecho
Procesal Constitucional. Recurso extraordinario, pág. 353).
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funcionan en pleno, son tan Superiores como sus pares de Neuquén y
Río Negro, que se sesionan divididos en salas, y que los fallos de los
primeros poseen la misma vinculatoriedad y valor jurisprudencial que
los que dimanan de los segundos.
c) A su turno, el argumento consistente en que dos jueces serían
suficientes para definir cuestiones fundamentales podría resolverse a
través de una reglamentación que demande la necesaria concurrencia
de tres votos coincidentes y, de no lograrse esto, el que la sala deba
integrarse con otro u otros ministros.
d) Finalmente, y sin perjuicio que la variante examinada resulta
factible y sin necesidad de enmienda constitucional, y que ponerla en
práctica sería sencillo y económico, avanzar en su implementación,
siempre dotada de un diseño inteligente, promete una solución imbuida
de realismo. Y que, simultáneamente, rehuye de la inmoralidad que
caracteriza a pretensos remedios que, pensados más en función de los
intereses del poder, implican la abdicación conciente, por parte del Más
Alto Tribunal, de su misión de administrar justicia.
Solución realista, decimos, en tanto habrá de reconocerse que la
sobrecarga de tareas de la Corte obedece, principalmente, a los varios
miles de expedientes que ingresan con fundamento en la doctrina de la
arbitrariedad de sentencia. Y como existe generalizado consenso en
punto a las bondades de preservar incólume esa generosa dimensión
pretoriana del recurso extraordinario, no se oculta bajo la alfombra la
evidencia de que no existe Corte Suprema en el mundo que reciba
tantos miles de expedientes al año, que opere en bloque y funcione con
eficiencia.
Remedio que rehuye la inmoralidad de consagrar como sistema
la renuncia, por parte del Más Alto Tribunal del país, de su misión de
administrar justicia, pues, a diferencia de otros paliativos -aquellos que
preconizan la conveniencia de circunscribir su competencia apelada,
reduciéndola a asuntos trascendentes-, pone el acento en el justiciable,
a la sazón el destinatario y razón de ser de la función jurisdiccional,
para quien su conflicto es siempre trascendente, intensificando el deber
de hacer operativo, en todos los casos que corresponda, las garantías
del efectivo acceso a la justicia y a la sentencia debidamente fundada.
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