La fuerza de los prejuicios y estereotipos

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La fuerza de los prejuicios y estereotipos
Carlos Báez Evertsz | perspectivaciudadana.com | 12-07-2010
Se puede nacer en una aldea y prácticamente no haber salido de ella y, por tener
una mente amplia, abierta y sostener una actitud hacia la gente y las cosas,
digamos cosmopolita, una tal persona aunque sea de un pueblo o una aldea no es
un cateto.
También se puede haber nacido en una ciudad, viajado mucho, tener una cultura
amplia, incluso una cierta sofisticación artística, pero, si se tiene una mente
cerrada, llena de prejuicios y estereotipos, y en el comportamiento social la falta de
tacto es una actitud repetida, una persona puede ser lo que en España llaman un
paleto.
En la vida en sociedad las personas muestran comportamientos que se pueden
tipificar como predominantemente parroquialistas o cosmopolitas. El sociólogo
norteamericano Merton escribió un ensayo tan interesante como sabio sobre estas
actitudes. Uno puede ser parroquialista o cosmopolita en diversos ámbitos, desde
la actitud hacia el otro en las relaciones más primarias hasta ámbitos más
informales, que abarcan campos tales como la política o las relaciones
internacionales.
Bill Clinton ha sido uno de los presidentes norteamericanos de finales del siglo XX
más inteligentes y con una gran preparación académica avalada por los grados
obtenidos en las más prestigiosas universidades de su país natal y de Gran Bretaña.
Proveniente de una familia desestructurada, es un ejemplo típico de la
meritocracia, de la carrera abierta al talento, a la fuerza de voluntad y al trabajo
sostenido, además de aunar todas las habilidades innatas y adquiridas, que
requiere una persona para ascender desde la sima social hasta la cúspide del
poder.
Barack Obama es considerado un político de gran talento intelectual, con diplomas
de magnificas universidades, entre ellas de Harvard. Aunque de origen social –al
menos, por parte de madre- de un nivel superior económico y de formación, al de
Clinton, por el hecho de ser de padre africano, esto fue motivo para que Edward
Kennedy relatara que durante las primarias del Partido Demócrata para escoger
candidato a la presidencia, Bill Clinton le visitó para tratar de que se pusiera de
parte de Hillary. Uno de los argumentos que utilizó Clinton para tratar de invalidar
a Obama a los ojos de Kennedy fue el siguiente: “Recuerda que unos años atrás,
este tipo estaría sirviéndonos el café”.
Clinton, cuya procedencia social era de una familia “red neck”, y que había trepado
por la pirámide del poder político debido a sus propios méritos intelectuales y
habilidades, mostraba así su cara de parroquialista, más fuerte y arraigada –al
menos en determinadas situaciones-, que su educación y trato social mundano y
cosmopolita. El cliché subconsciente lo llevaba a argumentar: ¿Cómo diablos puede
desplazar a mi mujer, blanca, rica, con magnifica educación en universidades de la
Ivy League y prestigiosa abogada, un negro, por muy cualificado que sea?
Este tipo de comportamientos y reacciones muestran como los prejuicios y
estereotipos son más profundos, arraigados y poderosos que toda la educación
formal, que la experiencia profesional y mundología acumulada. Parodiando a
Pascal se puede decir que los prejuicios y estereotipos tienen sus razones que la
razón no comprende, cuando no se logra controlar con el pensamiento lógico, con
el dominio racional sobre los impulsos primarios y pulsiones espontáneas.
Todo el aparato conceptual, toda la “ilustración” y saberes acumulados en un largo
proceso, inclusive el cultivo del gusto, de todo aquello que Bordieu llama “la
distinción”, se tornan en ciertos momentos simples máscaras que caen de repente
cuando brotan como lava ardiente e imparable los prejuicios y estereotipos.
Pero eso no ocurre exclusivamente con el ejemplo de la piel o el origen étnico como
frontera de separación entre el “nosotros” y el “ustedes”. También ocurre con los
estereotipos por los orígenes geográficos e inclusive dentro de un mismo ámbito
geográfico. Para un sudamericano –en general-, un caribeño es reducido a la
condición de un “tropical”. El tropicalismo se manifestaría en una inclinación
elevada por la sexualidad, la juerga, el baile, la bebida, la informalidad, la falta de
disciplina.
Algunos españoles critican la manera de hablar, la sintaxis, el acento de los
latinoamericanos, como si en España, un país pequeño comparado con la
inmensidad de las Américas, no hubiera acentos, formas dialectales, y faltas de
sintaxis en el español hablado. Por tanto, es lógico que en países con tantas
mezclas de etnias y con una inmigración variopinta como la existente en
Hispanoamérica, sea imposible que el español sea una reproducción exacta, una
copia, del de Castilla.
Con la contundencia y rotundidad, a veces no exenta de falta de mesura, de Jorge
Luis Borges, este contestaba a estos “colonialistas” del acento y del castellanismo
purista con este argumento:”No he observado jamás que los españoles hablaran
mejor que nosotros. Hablan con voz más alta, eso sí, con el aplomo de quienes
ignoran la duda”.
En Europa los prejuicios nacionales y el llamado “carácter nacional” siguen
conformando las percepciones caricaturizadas. Un alemán sería una persona
profunda, seria, trabajadora, tenaz, autoritaria y poco flexible. Un francés sería de
mente cartesiana, de gustos refinados para la cocina, algo seductor, y de actitudes
mezquinas, a lo avaro de Moliére. De nada vale que los hechos singulares vengan a
demostrar que hay caribeños con actitudes y maneras germánicas, chilenos de
actitudes tropicales, franceses de gran generosidad y viceversa. El cliché
predomina, en primera instancia.
Por tanto, el sentido común y la experiencia parecen indicar que lo más oportuno y
juicioso, cuando uno se topa con individuos con estos comportamientos prejuiciados
es hacer como que uno es el “tipo ideal” de los estereotipos que tiene esa persona.
¿Para qué perder tiempo y energía en luchar contra la fuerza imbatible de los
prejuicios individuales?
A estos prejuiciados que os surgen por doquier y en cualquier situación y ámbito
social, lo mejor es aplicarles la recomendación marxista (de la línea Groucho): Si
piden un huevo, dele, huevo y medio. Y siga usted muy campante su camino por la
vida. A los tontos hay que aplicarles dosis de su propia medicina. No vale la pena
amargarse el día con tales individuos y sobre todo, no hay que tomarlos en serio.
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