Régimen de la Restauración (1875-1902)

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TEMA 12: EL RÉGIMEN DE LA RESTAURACIÓN (1875−1902).
• Los Hechos Políticos (1875−1898).
El 29 de diciembre de 1874, el general Arsenio Martínez Campos encabezó un alzamiento en Sagunto y
proclamó rey de España a Alfonso XII. Otros jefes militares se unieron a la proclamación y el general
Francisco Serrano, que entonces era presidente del Gobierno, fue desautorizado por su oficiales y se exilió
temporalmente. Al día siguiente, se formó en Madrid un Gobierno provisional presidido por Antonio Canovas
del Castillo. El nuevo jefe del Gobierno ya gozaba de oficiosamente de la confianza de Alfonso XII, a quien
había redactado el Manifiesto de Sandhurst, hecho publico a principios de diciembre del mismo año y en el
que se exponían los principios del futuro régimen de la Restauración.
El 9 de enero de 1875, el joven rey entró en España por el puerto de Barcelona, donde fue recibido con una
gran cordialidad oficial y popular, y el día 14 llegaba a Madrid. La dinastía borbónica acababa de ser
restaurada.
Los ejes políticos esenciales que marcan la primera fase de la Restauración (1875−1898) son el fin de la
guerra carlista, el establecimiento del bipartidismo, la alternancia pacífica y en poder y la política exterior.
• El final de la guerra carlista.
La primera acción política importante del nuevo rey, bajo la dirección de Canovas, fue desplazarse al norte de
la Península para conducir la guerra contra los carlistas. Sin embargo, mientras se dirigía hasta la zona del
conflicto, Alfonso XII ofreció una amplia amnistía en la que proponía a todos olvidar el pasado y adherirse a
la monarquía constitucional que él representaba. Uno de los antiguos líderes del carlismo, el general Ramón
Cabrera, aceptó la amnistía y también dirigió un manifiesto a las tropas carlistas, en el que se invitaba a poner
fin a una guerra devastadora sin ninguna esperanza de victoria.
Alfonso XII correspondió al gesto de Cabrera reconociéndole todos los títulos, entre los que estaban el de
capitán general y el de conde de Morella. Pero el conflicto no se resolvió de forma definitiva hasta marzo de
1876, fecha en la que Carlos VII, pretendiente carlista, vencido definitivamente en el frente norte, pasó con
sus tropas a Francia.
Los carlistas ya no volvieron a levantarse en armas, aunque su pensamiento tradicionalista se mantuvo vivo. A
partir de la derrota militar final en la Restauración, los carlistas comenzaron a participar en la vida política y
se situaron en la extrema derecha del arco parlamentario.
Canovas aprovechó el fin de la guerra para derogar en 1876 las exenciones fiscales y de quintas o de servicio
militar en el País Vasco, vestigios de los antiguos privilegios forales. No obstante, en 1878 promulgó los
conciertos económicos, consistentes en el establecimiento de un cupo provincial como forma de participación
en los gastos del Estado.
• El bipartidismo.
En su esfuerzo por poner freno a las tensiones que habían marcado la política del país a lo largo del siglo XIX
y asegurar la estabilidad del régimen nacido con la Restauración, Canovas del Castillo, impulsó un régimen
bipartidista inspirado en el modelo inglés. Su intención era crear dos grandes partidos políticos que pudieran
aglutinar diferentes criterios, siempre y cuando se ajustaran a la legalidad que él mismo había diseñado. Esto
significaba dejar fuera del sistema a las organizaciones políticas que no aceptaran la monarquía restaurada y la
dinastía borbónica, lo cual colocaba en una posición desfavorable a los carlista, por motivos dinásticos, y a los
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republicanos. En consecuencia, los partidos que dominaron la escena política durante la Restauración fueron
el Conservador y el Liberal, que representaban , respectivamente, a la derecha y a la izquierda dentro del
pensamiento liberal.
Canovas lideró el Partido Liberal Conservador, conocido después como Partido Conservador, que estaba
formado por personas procedentes del antiguo Partido Moderado, de la Unión Liberal y de un sector del
Partido Progresista. El Partido Conservador también obtuvo pronto la adhesión del episcopado y de buena
parte del catolicismo no radical.
Práxedes Mateo Sagasta, por su parte, lideró el Partido Liberal Fusionista, llamado después Partido Liberal, en
el que se integraron sectores demócratas, radicales y del republicanismo moderado. Este grupo político recibió
la influencia y el apoyo de los profesionales liberales, los comerciantes, banqueros, militares y funcionarios.
El Partido Conservador había ganado las elecciones y, bajo su hegemonía, se redactó la nueva Constitución de
1876. A partir de su aprobación, la vida política del país se basó en la alternancia pacífica de los dos grandes
partidos en la gestión del poder del Estado. En el Parlamento había otros partidos y personajes políticos, pero
no eran tan relevantes y tuvieron un papel secundario.
El bipartidismo se consolidó definitivamente tras la muerte prematura del rey Alfonso XII, en 1885, sin
sucesión masculina y estando la reina embarazada. Los dos grandes partidos acordaron el turno político para
garantizar la estabilidad del régimen (en un supuesto acuerdo conocido como el Pacto de El Pardo,1885).
Canovas demostró su habilidad política presentado la dimisión y sugiriendo a la reina regente que encargara la
formación de un nuevo gobierno a su rival, el liberal Sagasta. El 17 de mayo de 1886 nacía Alfonso XIII, hijo
póstumo de Alfonso XII.
• La política exterior.
El nuevo régimen fue conocido muy pronto por las potencias extranjeras y el conservador papa Pío IX. Esto
podía interpretarse como una clara legitimación de la monarquía renovada y del nuevo régimen político ante
los sectores católicos de la opinión pública española.
Otro ámbito en el que el nuevo régimen tuvo éxito inicialmente fue en la pacificación de Cuba, donde poco
después de que en España estallara la Revolución de 1868 había comenzado la guerra de liberación que había
durado diez años y que había empezado con el llamado grito de Yara. El general Martínez Campos fue
enviado a la colonia caribeña con el encargo de combatir a los rebeldes y de negociar un acuerdo con ellos. La
paz de Zanjón, firmada el 12 de febrero de 1878, en virtud de la cual se concedía a los cubanos los mismos
derechos que a los españoles, trajo momentáneamente la tranquilidad a la isla.
• El Sistema Político: La Teoría y La Práctica.
Aunque la Restauración supuso cierto retorno al conservadurismo anterior al Sexenio Revolucionario, es
evidente que también consolidó el ciclo de la Revolución Liberal, con la aprobación progresiva de una serie
de leyes que se habían propuesto por primera vez durante el Sexenio.
Hay que valorar que durante la Restauración fue posible la pacificación de los diversos sectores dirigentes de
la sociedad, ya que se estableció un amplio marco de actuación política. Por ejemplo, se llegó a un pacto con
la Iglesia, y pro primera vez en el siglo XIX, el Ejército se sometió al poder civil.
El marco teórico ideado por Canovas del Castillo fue la Constitución de 1876. pero los indudables aciertos
mencionados se vieron menoscabados por el falseamiento sistemático de los procesos electorales.
2.1. El ideario de Canovas.
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Canovas fue un hombre práctico en política y confiaba más en el éxito concreto de las ideas que en la pureza
de los planteamientos. Este político, encargado de dirigir el país y de dotarlo de un nuevo marco político de
actuación, creyó que principios como la patria, la monarquía, la dinastía histórica, la libertad, la propiedad y el
gobierno conjunto del rey con las Cortes eran incuestionables y claves en la organización política
(constitución interna), por lo que tenían que formar parte de la Constitución de manera indiscutible. En
consecuencia, Canovas sostenía que los sectores que no los aceptaran no podían tener cabida en el sistema de
la Restauración ni en la elaboración de la Constitución. Pero, salvo estos fundamentos básicos, el resto de las
cuestiones del Estado sí podían ser objeto de debate político.
2.2. La Constitución de 1876.
La Constitución empezó a debatirse en febrero de 1876. A pesar de que los conservadores tenían la mayoría
absoluta en el Parlamento, cedieron con frecuencia a las propuestas de la oposición. El resultado fue que,
aparte de los principios que Canovas consideraba básicos, como la monarquía borbónica o la legislación
conjunta del rey con las Cortes, los principales temas ideológicos en los que se oponían los dos partidos
dinásticos, fueron objeto de negociación mediante una redacción flexible. Las divergencias más importantes
se centraron, fundamentalmente en el concepto de soberanía, el sistema electoral (los conservadores
proponían el sufragio censitario, mientras que los liberales defendían el universal masculino) y la
confesionalidad del Estado.
Algunas de estas divergencias se solucionaron mediante una redacción esquemática de los artículos que
dejaba su concreción para leyes posteriores. De esta forma, cada gobierno podría adoptar la formulación que
mejor se adecuara a su ideología.
En cuanto a la religión, se llegó a una solución de tolerancia mutua. Por una parte, el Estado se declaraba
confesional y se obligaba a mantener el culto católico y a sus ministros, aspecto que identificaba a los
conservadores. Pero, por otra parte, los liberales conseguían la libertad de conciencia.
Muchos de los contenidos expresados en el articulado de la Constitución de 1876 ya se encontraban en la
1869 y en algunos casos no se introdujo ninguna modificación. Las diferencias fundamentales radicaban en el
papel y en las atribuciones que se adjudicaban a la monarquía, más amplias que la Constitución de la
Restauración.
2.3. La práctica: legislación y caciquismo.
La Restauración supuso el retorno a la sociedad liberal moderada anterior a 1868, pero con nuevas formas de
conducir la política. Se trataba de evitar los enfrentamientos que habían conducido a la Revolución de
Septiembre y que habían hacho peligrar no solo a la dinastía borbónica, sino a la propia monarquía. Ello había
exigido reconciliar a todos los monárquicos, garantizar el sometimiento del Ejército a la autoridad y conseguir
el acercamiento de la Iglesia recuperar la confianza de la alta burguesía, que ya antes había apoyado a Isabel
II. Pero esta confianza solo se ganaría si los gobiernos de la Restauración garantizaban la estabilidad. Los
repetidos bandazos políticos, las guerras, los desórdenes y las revoluciones, especialmente la que más
alarmaba a la burguesía, la revolución social, tenían que ser definitivamente erradicadas.
Todos los esfuerzos del sistema canovista habían ido en esa dirección y eso se reflejó especialmente en las
medidas legislativas, tendentes a potenciar la estabilidad, y en el descarado control de los resultados
electorales, que garantizó la permanencia en el poder de los dos partidos que encarnaban la política de la
Restauración.
Con la Constitución de 1876, cada gobierno pudo legislar de acuerdo con sus ideas, pero manteniendo cierto
respeto hacia la obra que había realizado anteriormente, de carácter censitario, la de imprenta, la de prensa y
la que regulaba las reuniones públicas.
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Por su parte, los gobiernos liberales legislaron desde una óptica más progresista, como en el caso de la
legislación sobre la libertad de reunión y expresión (1881), la Ley de Prensa (1883), la Ley de Asociaciones
de 1887, la que instauraba los juicios con jurado (1888), el Código Civil (1889) y la Ley Electoral de sufragio
universal masculino 1890.
Pero ninguno de los dos tipos de sufragio preveía la participación de las mujeres, que representaban más del
50% de la población. Y con el sufragio censitario, solo tenía derecho a voto cerca de un 5% de la población.
Además, durante el periodo de la Restauración, las elecciones nunca fueron transparentes. El mecanismo
político fue siempre el mismo: cuando un presidente de Gobierno se veía obligado a dimitir a causa de una
crisis o de un escándalo, el rey encargaba la formación de un nuevo gobierno al líder de la oposición, quien
disolvía las Cortes y convocaba unas elecciones que siempre ganaba por mayoría absoluta, ya que las
organizaba desde el Ministerio de la Gobernación con la colaboración de los alcaldes, los gobernadores civiles
y los caciques de los pueblos y de la ciudades.
En definitiva, la España oficial se divorciaba cada vez más de la España real y el sistema parlamentario se
desprestigió por la práctica de falseamiento electoral y del caciquismo. Este fue el instrumento que permitía a
la clase política, constituida por los dirigentes conservadores y liberales, en estrecha relación con los grupos
sociales y económicos dominantes, dominar el sistema político. El turno en el poder entre liberales y
conservadores aseguró la continuidad de la Restauración sin violencias a cambio de la violación sistemática
del sistema parlamentario. La organización de los partidos turnantes, controlada por los notables provinciales
o locales, se extendía a toda España y se ponía en marcha en los periodos electorales.
• Una Época de Prosperidad Económica.
El periodo 1875−1898 se caracterizó en España por un aumento de la población y una mayor prosperidad
económica. Pero ni el crecimiento demográfico fue similar al del resto de Europa, ni el progreso económico
fue generalizado. En este sentido, existía una gran desigualdad social en cuanto al reparto de la riqueza, y un
atraso intelectual que tendría consecuencias importantes en el ámbito de la cultura y la enseñanza. A
continuación se sintetizan los aspectos más importantes de la demografía, la economía y la sociedad de
aquella época.
• La demografía.
Durante el último cuarto del siglo XIX, la población española aumentó, pero a un ritmo inferior al de la mayor
parte de los países europeos, y pasó de 16,6 millones en el censo de 1877 a 18,6 millones en 1900. el atraso
general del país se manifestó también en el comportamiento de la población; la modernización demográfica,
avanzada sobre todo en la Europa occidental, llegó a España más tarde. A finales del siglo XIX, la natalidad
todavía se reducía muy lentamente y la mortalidad no solo rea lata para los parámetros europeos, sino que
descendía también lentamente.
Esta elevada mortalidad estaba causada por el atraso médico, esconómico y social. Las guerras de Cuba y
carlista, las epidemias de cólera y la persistencia de hambrunas en el sur eran ejemplos de este atraso y
explican una mortalidad tan elevada. En realidad, la modernización demográfica solo había llegado a zonas
limitada, como Cataluña, Baleares y Madrid.
A esta situación de desventaja respecto al contexto europeo se añadía la corriente migratoria que se dirigía a
América. En menor medida, valencianos, murcianos y mallorquines, emigraron al norte de Africa y Francia.
Estas corrientes migratorias tenían su origen el presión demográfica en zonas rulares, en las que no había
posibilidad de prosperar.
En este periodo se aprecia también una pequeña corriente migratoria que desde las zonas rurales se dirigía a
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las áreas urbanas, especialmente a Madrid, Pais Vasco y a Valencia.
La dinámica regional estaba marcada por el peso demográfico creciente de Madrid, el País Vasco, Valencia,
Murcia, Extremadura y Canarias; en el extremo opuesto, perdieron peso en el total de la población española
las zonas de emigración como Galicia, Navarra, pero también Andalucía, Castilla y León. Cataluña mantuvo
el mismo porcentaje sobre la población total española debido a su escaso crecimiento natural.
La población activa confirma el atraso general. España seguía siendo un país básicamente agrario; en 1887,
dos terceras partes de la población activa trabajaba en el sector primario. La población industrial y de
servicios aumentó muy despacio. Solo aparecen núcleos industriales en zonas muy limitadas: Barcelona,
Bizkaia y Asturias.
• La economía.
Considerada de manera global, la primera etapa de la Restauración coincidió con una época de prosperidad
económica, paralela a la segunda fase de la Revolución Industrial en Europa.
Junto con la ampliación de la red ferroviaria, fueron indicadores de este progreso del incremento de la renta
agraria y, sobre todo, la continuación del proceso de industrialización, especialmente y en el País Vasco y en
Cataluña.
• El campo.
En el campo español convivían una agricultura tradicional y otra moderna. Los grandes cultivos seguían
siendo el cereal, el olivo y la vid, pero la del cereal se redujo en beneficio del viñedo, el olivar y los frutales.
La extensión del ferrocarril facilitó la especialización de zonas de cultivo, de manera que aparecieron ya las
grandes regiones agrícolas españolas del siglo XX.
La reducción del cereal se debió al abandono de algunas zonas a causa del bajo rendimiento que se obtenía de
ellas y a la gran expansión del viñedo durante este periodo. La producción de vino creció considerablemente a
finales del siglo XIX gracias al aumento de la exportación de este producto. Pero fue un aumento
circunstancial, debido a la expansión de la filoxera en Francia, que destruyó el viñedo de este país, lo que
propició el crecimiento vertiginoso de nuestras exportaciones a tierras francesa, especialmente entre 1882 y
1892.
Esta época de esplendor concluyó con la extensión de la filoxera por España y la consiguiente crisis del
viñedo español a partir de 1892.
El olivar conoció también un aumento del área cultivada, sobre todo en Andalucía, Cataluña, y el Bajo
Aragón. Pero lo más notable de este periodo, y signo evidente de la transformación agraria, fue el gran
crecimiento de la superficie dedicada a frutales y a cultivos de regadío. De esta manera, se amplió el
panorama agrario, superando la tradicional trilogía del cereal, viñedo y olivar. Los nuevos cultivos se
localizaron en las regiones mediterráneas, donde la proximidad de importantes ciudades de zonas industriales
facilitó el mercado consumidor y el estímulo para la aplicación de métodos modernos. El crecimiento de estos
productos se puso de manifiesto en el incremento de sus exportaciones: almendras, conservas (La Rioja),
frutas, legumbres, naranjas (Valencia) o remolacha.
• Minería, Industria y Comunicaciones.
En los últimos años del siglo XIX, los principales hechos de la industria española fueron el desarrollo de la
minería del hierro, el inicio de una importante industria siderometalúrgica y el crecimiento de los negocios
navieros y de las construcciones navales. La mayor parte de estos sectores se localizaron en el País Vasco,
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especialmente en Bizkaia.
En cuanto a la minería, la Ley de Minas de 1869, la demanda exterior y la llegada de capitales europeos
produjeron una euforia exportadora de minerales que afectó a diferentes zonas del país: el mercurio de
Almadén, el cobre de Riotinto, el plomo y el cinc de Levante salían hacia los mercados europeos. El hierro
andaluz, en manos de empresas inglesas, y del de las minas de Vizcaya era ideal para la fabricación de acero,
por lo que a partir de 1880 se exportó de forma masiva, sobre todo en Gran Bretaña y, en menor medida, a
Alemania.
Los barcos que llevaban el mineral de hierro volvían cargados de carbón británico, de mejor calidad que el
asturiano, para alimentar la incipiente siderurgia vasca.
Las exportaciones de mineral de hierro generaron la aparición de un destacado capital vasco, que fue la base
del Banco de Bilbao. Estos capitales, junto con los procedentes de Francia, Madrid y Cataluña, fueron el
origen de la siderurgia vasca, cuyo desarrollo propició, a su vez, el de otras ramas, como las navieras, las
construcciones metálicas, las químicas, etc. En 1882, surgieron dos fuertes empresas vizcaínas de alto nivel
tecnológico y capacidad productiva: Altos Hornos de Bilbao y La Vizcaya. Ya en 1886 incorporal el sistema
Bassemer de producción de aceros. Ambas sociedades fueron la base de la gran empresa siderurgia vasca
durante decenios, los Altos Hornos de Vizcaya (1902). De esta manera surgió un amplio centro industrial,
fundamental en la historia económica de la España del siglo XX.
Cataluña fue otro polo industrial español, donde se concentraba sobre todo la industria textil. El sector
algodonero conoció un periodo de gran desarrollo; para ello contó con la ayuda de la Ley de Relaciones
Comerciales con las Antillas de 1882 que le aseguró el mercado colonial hasta la derrota de 1898. hasta la
llegada de la energía eléctrica, la industria textil empleó carbón importado o situó las fábricas en las orillas de
los ríos para aprovechar la energía hidráulica. La limitación de la competitividad textil catalana explica su
posición a favor del monopolio del mercado colonial y de un proteccionismo que le asegurase el mercado
interno frente a los productos textiles extranjeros.
La industria catalana vivió un periodo de esplendor entre los años 1875− 1886, coincidiendo con el auge de la
agricultura vinícola; no obstante, las estructuras básicas en las que asentó este crecimiento no variaron
respecto a los años de la década de 1850: empresas de pequeño tamaño, con maquinaria anticuada y
defendidas por una política proteccionista que no favorecía el desarrollo tecnológico ni estimulaba la
competencia.
Otras industrias de la época eran las fábricas de paños de Castilla y León, la industria lanera de Sabadell y
Terrassa y la industria alimentaria que transformaba los principales productos agrarios: aceite, vino y harina.
Finalmente, hay que señalar una mejora en la articulación del mercado interior, al ampliarse en este periodo el
tendido ferroviario. Una nueva Ley de Ferrocarriles de 1877 impulsó la formación de nuevas empresas, que
duplicaron el tendido existente hasta llegar a unos 12000 km a finales del siglo. Se incrementó la presencia de
capital español y las subvenciones del Estado. Ahora también comenzó el ferrocarril a ejercer cierto arrastre
de la industria siderúrgica y metalúrgica nacional: en 1883 se fabricó la primera locomotora española y
comenzó una intensa fabricación propia de material ferroviario, vías y vagones.
Pero el diferente ancho de las vías del ferrocarril español con respecto a las europeas, fomentó el aislamiento.
El trazado radial, centrado en Madrid, ignoraba la localización periférica de la industria. Además, la limitada
demanda existente hizo del ferrocarril un negocio poco lucrativo.
• Los Nacionalismos Periféricos en la España de la Restauración.
El liberalismo español del siglo XIX, tanto en su vertiente moderada como en la progresista, se había basado
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en una idea centralista del Estado y la nación. Incluso entre los demócratas y republicanos predominaba el
sentido centralista y unitario del Estado. Algunas fuerzas, como los carlistas en la extrema derecha y los
federales dentro del republicanismo, propugnaban, sin embargo, una idea de España como unión de territorios
que mantenían su fueron medievales (los carlistas) o como unión de estados libremente asociados (los
federales).
El sistema de la Restauración consagró nuevamente el centralismo en su Constitución y con medidas como la
abolición definitiva de los fueron vasconavarros tras la victoria militar frente al carlismo.
En esta situación, movimientos de recuperación cultural y lingüística que se venían produciendo en varios
territorios del Estado adquirieron poco a poco tintes políticos. Surgieron así los regionalismos como
movimientos que reclamaban formas de autogobierno en los territorios con lengua propia y señas de identidad
y tradiciones peculiares y arraigadas, especialmente en el País Vasco, Cataluña y Galicia. Su base social
inicialmente fue la pequeña burguesía, el campesinado y sectores del clero, ampliándose después sus apoyos
entre la alta burguesía e incluso el proletariado en el caso catalán, ya entrado el siglo XX.
4.1. El regionalismo y el nacionalismo catalán en la Restauración.
En Cataluña, ya desde 1830, a partir de la preocupación por la lengua y la cultura catalanas, fue surgiendo el
movimiento cultural: el Renaixença, que abarcaba diversos campos de la actividad intelectual que tuvieran
relación con Cataluña. En torno a este movimiento se fueron concitando aspiraciones sociales muy diversas.
El carlismo y el federalismo también están en los orígenes del catalismo. Los carlistas aspiraban a la
recuperación de instituciones tradicionales y fueros. Los federales, alentados por la obra de Pi y Margall (Las
Nacionalidades), fueron mayoritarios en las elecciones de 1869 como Partido Republicano Democrático
Federal, fundándose por entonces también una organización política pionera, La Jove Catalunya (1870) con
A. Guimerá.
Tras la caída de la República (1874) y la derrota del carlismo (1876) se desarrolló un regionalismo
prenacionalista, que se puede denominar genéricamente catalanismo político. Lo Catalanisme, de Valentín
Almirall en 1886, y La Tradició Catalana obra del obispo Torras y Bages, fueron las obras que influenciaron
ideológicamente el movimiento. En 1896 el Compendi de la doctrina nacionalista, de Enric Prat de la Riba,
fue una obra fundamental que expresaba el regeneracionismo del fin de siglo.
Almirall fue el creador del catalanismo moderno, de orientación federalista para superar y unificar las distintas
posiciones de las burguesías particularista. En Lo Catalanisme defendía el respeto y el fomento de las
costumbres tradicionales de las comarcas forales frente a la división artificial en provincias, para que Cataluña
recobrara su personalidad y particularismos. Fundó en 1882 el Centre Catalá, como una organización
patriótica que estuviera por encima de los partidos existentes y que uniera a la burguesía federal con la
conservadora. En 1887, los conservadores fundaron la Lliga de Catalunya y, con motivo de los Juegos
Florales celebrados en la Exposición Universal de Barcelona, presentaron a la reina regente María Cristina de
Habsburgo un programa regionalista que mantenía, al mismo tiempo, la fidelidad a la monarquía y la
búsqueda de una amplia autonomía, según el modelo del imperio austriaco respecto a Hungría.
En 1891 el Centre y la Lliga, gracias a las gestiones de Enric Prat de la Riba, se fundieron en la Unió
Catalanista. En su primera asamblea, celebrada en Manresa en 1892, se redactaron las Bases de Manresa para
una constitución regional catalana, como síntesis de la concepción federal de integración del Estado catalán en
el Estado español y de las ideas del catalanismo conservador.
4.2. Los inicios del nacionalismo vasco.
El nacionalismo vasco surgió sobre todo a partir de la defensa de los fueros. Tuvo peculiaridades distintas al
catalán y sus bases eran el claro, campesinado y la pequeña burguesía. La abolición de los fueros históricos,
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en 1876, generó una sensación de derrota y de idealización del pasado, que llevó a mantener como
reivindicaciones la recuperación íntegra de la fueros. Los perdedores de la guerra carlista soñaban conun País
Vasco tradicionalmente agrario, contrario al fenómeno urbano y su industria, para quienes la defensa de los
fueros totales equivalía a defender la esencia de lo vasco. Sus enemigos, por tanto, eran el gobierno liberal
español y la inmigración.
El propulsor del nacionalismo vasco, Sabino Arana, desde un fuerismo tradicional en la década de 1890,
recogió y formuló esta ideas que flotaban en la sociedad: para un pueblo diferente recuperar los fueros totales
era recuperar la plena soberanía, locual significaba independiencia. El lema nacionalista vasco era Dios y Ley
Vieja, o sea, fueros y tradiciones. Este primer nacionalismo es tradicionalista e integrista católico, y contrario
a la industrialización, al liberalismo, al socialismo y a España.
El 31 de julio de 1895 se fundó el Partido Nacionalista Vasco con una declaración antiespañola y con una
voluntad de restaurar en el territorio las leyes tradicionales. Pero el partido no se desarrollaba mientras se
apoyaba solamente en la pequeña burguesía bilbaína tradicionalista . con el ingreso del naviero De la Sota en
1898, el PNV amplió sus bases hacia una burguesía más moderna e industrial. Ingresó en el partido el grupo
fuerista de la Sociedad Euskalerria de Bilbao, con su semanario Euskalduna. Apareció entonces una tensión
interna entre los defensores de la independencia y los que buscaban, como objetivo más viable, la
independencia autonomía dentro del Estado español.
Estos últimos, urbanos, industriales y con dinero imprescindible para el partido, se impusieron en el control
del PNV y se acomodaron a una estrategia autonomista similar a la del catalanismo, copiando la idea de
rehacer España desde, en este caso, el País Vasco. A partir de entonces comenzó a tener ciertos éxitos en las
elecciones municipales y a ostentar cargos incluso en las diputaciones. El propio Sabino Arana consiguió un
escaño en la Diputación de Vizcaya en 1898.
De este modo, se configuraron dentro del PNV dos tendencias que se mantendría en el futuro: la de una
dirección reivindicativa ante el gobierno de Madrid y la de unas bases independentistas que apoyaban la
política moderna de su dirección ante el gobierno central, pero cultivaban la aspiración final a la soberanía y
la independencia.
4.3. Otras expresiones regionalistas y nacionalistas.
En Galicia, las bases del regionalismo se encuntran en el resurgimiento de la lengua literaria (Rexurdimiento)
y en el movimiento federalistas. Escritores como Rosalía de Castro y Manuel Murguía dignificaban la lengua
y otros, como Alfredo Brañas, formulaban las aspiraciones políticas del primer regionalismo gallego. En 1899
Brañas publicó El Regionalismo, como primera teorización sobre el problema. El 1890 se creó finalmente el
embrión político del galleguismo en la Liga RegionalistaGallega. Sin embargo, este movimiento tuvo lento
desarrollo y no se amplió hasta bien entrado el siglo XX.
En otros territorios, como Andalucía y Valencia, surgieron también corrientes poco organizadas y de escasa
presencia política reivindicando la descentralización política y formas de autogobierno, en la línea de la
tradición federal.
• La Evolución del Movimiento Obrero.
La clase obrera y campesina, tras haber visto frustradas las esperanzas depositadas en los partidos de izquierda
y en los republicanos durante el Sexenio Revolucionario, tenía un alto grado de desconfianza respecto a la
forma de poder y la organización política. Además, las organizaciones obreras habían quedado divididas en
dos corrientes: marxista y anarquista.
El inicio de la Restauración (1875) coincidió en los últimos actos de la Primera Internacional, antes de
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disolverse en Filadelfia (1876) la rama marxista y en Londres (1881) la rama anarquista. En España, en 1874
el general Serrano había declarado ilegales las organizaciones obreras de la Primera Internacional. Durante los
primeros siete años de la Restauración, con Canovas como jefe de Gobierno, las organizaciones obreras se
vieron obligadas a actuar en la clandestinidad.
El periodo de la Restauración, a pesar de algunas iniciativas estatales como la Comisión de Reformas
Sociales, creada en 1883 para impulsar informes y propuestas legislativas sobre problemas sociales, se
caracterizó pro la despreocupación respecto a cuestiones sociales. Esta desinstrucción pública en una sociedad
en la que, en 1877, el 71,5% de los españoles eran analfabetos, índice que alcanzaba el 81,16% enel caso de
las mujeres. La Iglesia, reconciliada por fin con el régimen liberal, aprovechó la ocasión para fundar muchas
escuelas, pero casi todas estaban dirigidas a las clases media y alta.
Los intelectuales fueron extremadamente críticos con la situación social, económica y cultural de España. Así
lo demuestran la creación de la Institución Libre de Enseñanza y la publicación de las obras de denuncia de
Joaquín Costa, como Colectivismo agrario en España (1898) y Oligarquía y caciquismo (1901).
El desinterés por la cuestión social puede detectarse también en las condiciones de vida de la clase obrera.
Masas a menudo iletradas, por cuya formación no mostraban ningún interés los dirigentes políticos, trabajaban
trece o catorce horas diarias, incluso los domingos. Además, las mujeres y los niños, que trabajaban en las
fábricas haciendo el mismo cometido que los adultos, cobraban sueldos inferiores a los de los hombres.
5.1. El movimiento obrero de inspiración marxista.
Al disolverse la Primera Internacional, Marx había aconsejado la fundación de partidos marxistas nacionales
que actuaran con independencia en cada país. Siguiendo esta consigna, el 2 de mayo de 1879 se fundó
clandestinamente en España el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), fundado pro 25 personas: 20
obreros y 5 intelectuales. Fue presidido por un tipógrafo: Pablo Iglesias.
En 1881, aprovechando la nueva Ley de Asociaciones del gobierno liberal de Sagasta, sus impulsores
inscribieron oficialmente el partido. Entonces el PSOE ya contaba con 900 militantes. Muy pronto convocó
una huelga de tipógrafos en Madrid, que, a pesar de tener poca incidencia, dejó sin periódicos a la capital de
España. Como consecuencia de esta huelga, Pablo Iglesia fue detenido, y mucho tipógrafos, despedidos. Al no
encontrar trabajo, estos obreros se desplazaron a otros lugares de España, donde continuaron la tarea de
difusión de sus ideas.
Sin embargo, el PSOE creció de manera lenta. Esta tardanza suele atribuirse a dos factores: la rigidez de la
disciplina y la jerarquización del partido, y el hecho de querer participar en el sistema vigente mediante
procedimientos políticos legales para conseguir sus objetivos claramente revolucionarios, en un momento en
el que la clase obrera estaba desencantada del régimen de la Restauración.
Durante la Exposición Universal de Barcelona (1888), el PSOE celebró su primer congreso en esta ciudad,
poco después de la fundación de la Unión General de Trabajadores (UGT), sindicato vinculado al partido.
En la década de 1890, el socialismo español comenzó las llamadas Casas del Pueblo, centros de reunión con
finalidades doctrinales, culturales y formativas. Por otra parte, reivindicó la jornada laboral de ocho horas ( de
acuerdo con la consigna de la Segunda Internacional), exigencia que se planteó en las concentraciones
convocadas el 1º de mayo de cada año con motivo de la celebración de la fiesta internacional del trabajo. Esta
fiesta del trabajo se celebró en España pro primera vez en 1890, con un importante nivel de participación en
Madrid y en Barcelona.
A pesar de que Sagasta había permitido el derecho de voto a los obreros al establecer le sufragio universal
masculino, hubo que esperar hasta 1910 para que en el Congreso de los Diputados hubiese un escaño ocupado
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por un diputado socialista: Pablo Iglesias.
5.2. El movimiento anarquista.
Al contrario que las socialistas, las ideas anarquistas tuvieron un éxito notable en el movimiento obrero en
Cataluña y en la población campesina, sobre todo en Andalucía. Estas ideas se centraban en dos principios
básicos: la libertad absoluta, sin jerarquías de ningún tipo, y la bondad de la sociedad libre como obra de la
naturaleza. Eran ideas directas y sencillas que despertaron un gran entusiasmo.
El hecho de que le movimiento anarquista no tuviera ficheros ni organización burocrática impide conocer con
certeza el número de afiliados, pero todo apunta a que contó con numerosos seguidores. Por ejemplo, la
Revista Social, que empezó a publicarse en la década de 1870 para difundir las ideas anarquistas, tenía una
tirada de 20000 ejemplares, cifra muy elevada si se tiene en cuenta el alto grado de analfabetismo de la
población obrera. El propagador del anarquismo en España fue también un tipógrafo: Anselmo Lorenzo.
La falta de organización de los anarquistas fue su talón de Aquiles. Tanto en el Congreso de Sevilla (1882)
como en el de Valencia (1888), las discrepancias sobre la forma de actuar llevaron casi a la disolución del
movimiento. La desaparición de la organización y la influencia de las muevas ideas de propaganda por el
hecho o de acción directa de los anarquistas europeos (Bakunin, Kropotkin, Malatesta) condujeron a algunos
sectores de esta ideología al terrorismo. En la década de 1890, en Barcelona, el movimiento anarquista se
inclinó por actuar mediante la acción directa para avanzar en la lucha por la emancipación de la clase
trabajadora. El resultado fueron numerosos atentados terroristas.
El 24 de septiembre de 1893, un anarquista atentó contra el capitán general de Cataluña, Martínez Campos,
que resultó herido. El autor del atentados, Paulino Pallás, fue detenido y fusilado. Como respuesta a esta
ejecución, el 7 de noviembre un hombre del que no se conocía la militancia anarquista, Santiago Salvador,
lanzó dos bombas al Liceo con el resultado de 20 muertos y numerosos heridos. Esta vez la represión no se
redujo a la detención y ejecución del autor del atentado, sino que se detuvo también a 415 obreros, seis de los
cuales fueron fusilados.
Otros importante atentando se produjo en Barcelona, donde un anarquista francés, lanzó una bomba al paso de
la procesión del Hábeas con el resultado de 12 muertos y 44 heridos. La policía detuvo a más de 400 obreros y
se suspendieron revistas anarquistas como La Tramontana, cuyo redactores fueron detenidos, que, encerrados
en el castillo de Montjuïc, como fue conocido el episodio, fue objeto de repulsa popular e internacional.
Como consecuencia de estos acontecimientos, la legislación española contra el anarquismo se endureció, en
1896 se llegaron a crear cuerpos especiales de policía, bajo el mando militar, para actuar contra sus miembros
en Barcelona y Madrid.
En 1897, la víctima del terrorismo anarquista fue Canovas del Castillo, que fue asesinado por el italiano
Michele Angiolillo para vengar a los anarquistas juzgados en el proceso de Montjuïc. A partir de esa fecha, la
actividad terrorista del movimiento obrero empezó a disminuir.
En el campo andaluz, a causa de la miseria reinante, se extendió el anarquismo revolucionario. En 1883,
estalló el asunto de la Mano Negra, una supuesta sociedad secreta anarquista. Una huelga obrera en la zona de
Jerez acabó en una serie de acciones violentas. La policía, a pesar de la escasa consistencia de pruebas de su
existencia real, atribuyó los crímenes cometidos a esta sociedad, y procedió a efectuar centenares de
detenciones, que terminaron con siete sentencias de muerte. Esta acción policial y judicial permitió a las
autoridades debilitar el movimiento anarquista. No obstante, al anarquismo siguió fuertemente arraigado en la
clase obrera andaluza.
• El Desastre de 1898.
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A finales de la década de 1890 empezaron a minar el sistema de la Restauración el enfrentamiento entre los
dirigentes políticos del sistema, una relativa depresión económica y, sobre todo, la guerra de cuba.
Desde 1868, las insurrecciones cubanas habían sido casi permanentes y fueron sofocadas tanto por la vía
militar como mediante pactos políticos. Pero Estados Unidos, instigado por determinados periodicos y por las
intereses de algunas compañías azucareras, pretendía sustituir a los españoles en el dominio de la isla. Con
este propósito dio su apoyo a los grupos insurgentes e independentistas. Aprovechando un incidente aún no
aclarado, el hundimiento del barco de guerra estadounidense Maine en el puerto de La Habana, pero fue
atribuido a un sabotaje español, Estados Unidos declaró la guerra a España. En la batalla naval de Santiago de
Cuba (3 de julio de 1898), la flota española sucumbió ante la potencia de los barcos de Estados Unidos y el
gobierno español no tuvo más opción que pedir la paz. En la Paz de París (10 de diciembre de 1898), España
perdía definitivamente todas sus posesiones de ultramar: Cuba, Puerto Rico y Filipinas donde la flota española
fue derrotada por la estadounidense en la batalla naval de Cavite.
Estas derrotas tan espectaculares conmovieron extraordinariamente a la opinión pública española y hundieron
para siempre el ambiente de confianza que se había vivido hasta entonces con la Restauración. Propiciaron la
crítica al sistema y la aparición de la idea de regeneracionismo del país mediante el saneamiento de la
Hacienda, el crecimiento económico, la mejora de la educación... La pérdida de las colonias supuso, un fuerte
revés para las exportaciones de algunas industrias españolas, que tenían en esta posesiones importantes
mercados y eran lugar de producción de determinados productos y materias primas. Un grupo de intelectuales
y escritores, la generación del 98, se planteó también la necesidad de regenerar la sociedad española. Se
trataba de un grupo heterogéneo aglutinado alrededor de la exaltación del nacionalismo español y de los
valores de España. Fueron miembros destacados Unamuno, Maeztu, Pio Baroja y Antonio Machado.
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