SUBCULTURAS DIGITALES, ENSIMISMA- MIENTO Y

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SOFTPAPER 2
LA
OCULTACIÓN
VISIBLE:
SUBCULTURAS DIGITALES, ENSIMISMAMIENTO Y POSIBILIDAD.
Lucía Lijtmaer
Abril de 2008
“EVEN BACK THEN, REAL PUNKS WERE THE ONES THAT LOOKED NORMAL”
VIC GODARD.
Escena 1 (interior, día)
Un grupo de académicos especializados en culturas juveniles se encuentran sentados en
círculo debatiendo a la manera de los sabios griegos. El moderador comienza:
-Imaginemos a un extraterrestre aterrizando en la tierra a mediados de la primera década
de milenio. Imaginemos que, por alguna razón, le interesara saber en qué ocupan sus días
adolescentes de diversos países.
-Lo primero que tendría que entender es el concepto de estilo-se adelanta uno de los académicos.
-No, con lo primero que debería familiarizarse es con qué es Internet-replica rápidamente
otro.
***
Este teatralizado y sintético debate es el resumen de las corrientes actuales en el estudio
en el campo de la sociología y los “cultural studies” en relación a las subculturas.
Escenas 2 y 3 (exterior día)
Pongamos por caso a Eri, una veinteañera japonesa a principios del siglo XXI, que se instala
con sus amigas en una esquina entre Shibuya y Shinjuku, un domingo a mediodía. Pasa
allí todo el día festivo, parada, dejándose ver, vestida con encajes victorianos, uniforme de
mucama inglesa y maquillaje negro y rojo. Tras una jornada que incluya unas compras y un
paseo, vuelve a casa, dónde se desmaquilla, y se va a dormir. Al día siguiente, va a trabajar
con falda a media pierna y camisa de oficina.
Pongamos por caso a Phil, un veinteañero de finales del siglo XX, con la cabeza rapada,
tejanos lavados, tirantes y botas doc Martins. Pasa su semana trabajando en una fábrica, y
los fines de semana bebiendo en el pub y yendo al fútbol con los amigos.
Eri es ejemplo perfecto de una subcultura de cambio de milenio. Su identidad fluctúa entre
la semana y el fin de semana –cuando es una harajuku-, y los rasgos más significativos
de su actividad vienen definida por la cultura de consumo y la ropa. Phil, por otro lado,
formaría parte de lo que podríamos denominar “Subculturas Espectaculares”, que nacen
después de la Segunda Guerra Mundial, y ejemplifican unas tensiones de raza, clase y género propias de la Gran Bretaña después de 1945.
Para los expertos en estudios culturales, entre Phil y Eri hay muchas diferencias. Hilando
fino, puede parecerlo. La exposición de una harajuku al espectador, teatralizante, resulta
distinta que lo que podríamos denominar una subcultura más tradicional, como es la skinhead. La posición de Phil es más clara, es cierto: está definido en oposición a una cultura
mainstream, posee unos valores subterráneos, una conciencia de clase, grupo, y la organización a través de rituales que le definen como parte de un grupo.
Pero, ¿acaso no son superiores las semejanzas? A grandes rasgos, ambos establecen una
frontera entre su identidad y una cultura que visualizan como dominante. Ambos reorganizan, a través de esos rituales, lo que les rodea.
La verdadera diferencia entre ambos es de carácter histórico: la cultura harajuku no se
crea como oposición a los medios de comunicación y al imaginario colectivo, sino que se
representa precisamente por y para él. Tal y como expresa Sarah Thornton, las culturas
juveniles, al cambio de milenio, se representan desde y dentro de los medios de comunicación, con una voluntad estetizante. De esta manera, “youth cultures mark not only the
politicization of youth but aestheticization of politics” (Thornton, 1996, 394)
Únicamente la puesta en escena de Eri resulta significativa para distinguir a los dos adolescentes. Y no es casual que sea precisamente el análisis de las harajukus el que termina
uno de los libros pivotales alrededor de las subculturas, The Subcultures Reader, de Ken
Gelder. Porqué éstas son las últimas cuya lectura se puede hacer desde el posicionamiento
puramente analógico.
En esta obra, Gelder, Chambers y Hebdige aluden al bricolaje estético, que, al fin y al
cabo, más allá de las diferencias en la concepción teórica de cada uno, tienen en común un
punto: los tres ponen de manifiesto la subcultura entendida como estilo.
Es precisamente esta idea la que marcará la transición hacia el siglo XXI. La cultura es una
comodidad, el estilo y la subcultura son superficiales, se gestan en la cultura mainstream
dejando únicamente como posibilidad la idea de un consumo creativo –del que Eri es un
claro ejemplo-.
Y es únicamente teniendo en cuenta esta alteración de la relación entre cultura y subcultura que podemos entender la definición de ésta última que da el Urban Dictionary (1), un
diccionario de cultura urbana creada por los propios internautas:
Subculture: culture that has formed in mainstream culture and then take it underground.
The easiest subculture to use as an example is the goth scene. It started from the punk
movment and then went underground when punk and goth music became “un-popular”
(ie no longer in the pop charts) where it flourished. The goth scene now has its own
fashion, sociological and poltical veiws, religions (Wicca, Satanism, agnostisism and even
budism have all been accepted by the goth scene) as well as its own music.
Es decir: el usuario de esta fuente colaborativa contempla la subcultura como algo gestado
en la superficie y después es soterrado precisamente por la falta de interés por parte del
mainstream. Nos encontramos, pues, con el reverso de la idea de “autenticidad” original.
Que entre internet.
1 ver http://www.urbandictionary.com/define.php?term=subculture
“El emogoth no existe”, o las subculturas digitales.
(Escenas 4 y 5: ni interior ni exterior. Indiferente día o noche).
Tamara vive en una ciudad media de Brasil. Sale con sus amigas y se hace fotos que cuelga
en su fotolog –sólo las que más le gustan-. Se pinta los ojos de negro, lleva un flequillo en
punta, y se relaciona con sus amigas a través de la red. Ella se denomina emogoth. Salvo
que eso no existe, según los usuarios del Urban Dictionary (2).
Ben vive en un centro urbano de Finlandia. Altera códigos y dispositivos móviles junto a diez
compañeros y más adelante exhiben esos errores creados en eventos –fiestas, conciertos,
etc-. Ben es un demo. No conoce al resto de sus compañeros de equipo, de su demogroup,
pero se relacionan en red.
¿Forma parte Tamara de una subcultura? ¿Lleva el concepto de pastiche hasta las últimas
consecuencias? Pese a que hemos pulverizado la autenticidad-resistencia, ¿qué validez
tiene que Tamara se considere parte de un grupo más o menos fluctuante de chicos de su
edad con intereses comunes? Tamara parece guiarse únicamente por los códigos estéticos,
cumpliendo así los preceptos de pulverización de lo subcultural que argumentan Thornton y
los demás: tras el estilo no hay nada, y la atomización del estilo implica el final de la subcultura.
Pero, ¿y Ben? Según algunos teóricos, Ben sí forma parte de un grupo concreto denominado subcultura, ya que pertenece a una organización más o menos estable, con algunas
características de resistencia y/o autenticidad, pero ¿qué hay del estilo? Un demo permanece indefinido. Sus referentes con el resto de su grupo pueden ser relativos a su criterio
estético, pero ya no lo aplica a sí mismo. El estilo para Ben ha dejado de tener que ver
necesariamente con la superfície de su propio cuerpo.
Se ha teorizado infinitamente sobre la importancia de la Herramienta Internet en las
relaciones sociales, el uso de la red para la definición de la identidad, e incluso sobre la red
como elemento performativo –en la que el usuario es lo que elige ser-. Pero se ha dejado
de lado tanto la pulverización de la identidad subcultural como la indudable aparición de
nuevos grupos (¿subculturas? ¿postsubculturas? ¿culturas en red?) que se crean, se gestionan y se articulan alrededor de un nuevo espacio comunicativo.
Precisamente por eso, desde aquí, pretendo resaltar que tanto el enfoque como el objeto de
estudio han quedado obsoletos, y es necesario poner de manifiesto lo siguiente:
-Nunca como ahora han estado las culturas juveniles tan presentes, y jamás ha resultado
tan difícil establecerlas en grupos distintivos.
-Una gran cantidad de grupos y subgrupos de lo que podríamos llamar subculturas nacidas
2 Es notable en los últimos años el rechazo a lo “emo” por parte de otras culturas juveniles al que se acusa de
“poco auténtico”. A modo de ejemplo, este enfrentamiento en Ciudad de México entre emos y punketos. Los
punketos acusan a los emos de “robarles el estilo”. http://es.youtube.com/watch?v=fJPeffMSzVA
o popularizadas a mediados de los años noventa, están exclusivamente relacionadas con
Internet, y definidas por tal: demos, lamers, geeks, hackers, bleepers, otakus (3).
-por otro lado, remitiéndonos únicamente a lo estetizante – Tamara como ejemplo-lo que
encontramos es puramente un espejo que rebota a otro espejo: ya sin contenido, el adolescente puede repetir un ritual egocéntrico de perfeccionamiento del estilo. Un claro ejemplo
de ello es la utilización masiva de espacios como fotolog.com o Myspace (4). No hacen falta
las credenciales del saber subcultural –lo que hace auténtico a un miembro de la subcultura de un farsante-, y, de necesitar conocimiento, éste se encuentra a un golpe de google.
Internet es la chapa del siglo XXI: el panóptico interno frente al panóptico ensimismado
Una de las preguntas fundamentales a la que no se le encuentra respuesta fácil es: ¿para
quién saca las fotos de sí misma Tamara? Hay varias respuestas. Pero ninguna es enteramente satisfactoria para comprender un fenómeno como el de los fotologs. Al fin y al cabo,
el medio exige una foto, pero no la interacción. Hay quien no permite comentarios en sus
espacios.
De la misma manera que Michel Foucault concibió un panóptico –cuya estructura relevante
es interna-, las subculturas focalizadas únicamente en el estilo, esas que Gelder y Chambers consideran condenadas a desaparecer, parecen quedar suspendidas en un mismo
panóptico, pero cuya única superficie de interés es la exterior, que da a un vacío espacial.
Así, los integrantes de estas subculturas, interaccionen o no, también están sometidos a un
método de control, a una disciplina: que la estética hable, acabando en un silencio ensordecedor. En ese panóptico ensimismado puede haber un número infinito de celdas, ordenadas
en red o no. Eso no importa. Lo que importa es ese silencio final. El emogoth, exista o no,
ha dejado de tener relevancia.
El testigo se pasa a esas subculturas creadas por la llegada de internet, en las que la red,
contrariamente a lo que se cree, no es una herramienta: es la razón de ser. De la misma
manera que McLuhan teoriza que el medio es el mensaje, Internet consigue, a principios del s. XXI, ser la insignia, la chapa, de las subculturas. Identifica tanto a la subcultura
nacida para morir -emo, goth, o lo que sea- como a aquella creada por y para internet.
Sostiene modelos de relación social, y, en el caso de las nuevas subculturas digitales deviene la estética en sí.
En una de las notas de este artículo explico la –casi cómica- situación vivida en Ciudad de
México, dónde un grupo de punketos –punks mejicanos- organizaron una batalla campal
con emos de la zona, emulando las batallas entre mods y rockers en Brighton en los sesenta. El espacio físico como metáfora del espacio subcultural, dirían algunos. Uno de los
punketos, indignado, daba como razón de lucha que los emos les habían “robado el estilo”.
Era una indignación real, pero quizás se trataba del adversario equivocado.
3 quiero resaltar el concepto de “popularizados”. Muchos de estos apelativos nacen con anterioridad, alrededor
de los ochenta, pero se extienden gracias a la llegada de la red.
4 Sobre los que hay todavía muy poco escrito, en términos de identidades y relación social. Uno de los pocos
ensayos relevantes es “Identity production in a networked culture: Why youth heart MySpace” de D Boyd
Lucía Lijtmaer
Licenciada en Filología Inglesa por la Universitat de Barcelona (UB)
MA International Journalism (University of Westminster)
Profesora en la facultad de Comunicación Digital de la Universitat de Vic (UVic)
Se está especializando en estudios culturales, identidad y culturas musicales.
Colabora habitualmente con el diario ADN y la revista cultural Marabunta.
Es miembro de los Nueve Fresquísimos.
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