Camino 37: Elogio del Padrenuestro .

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Ficha XV.- CAMINO DE PERFECCIÓN- I
Camino 37: Elogio del Padrenuestro1.
Estamos ante uno de los capítulos más breves del libro. La Autora interrumpe la glosa a las
peticiones del Padrenuestro para hacer el elogio espontáneo y sentido, de la oración dominical (de
“esta oración evangelical” dirá ella). Nada de ditirambos o de ponderaciones hueras. A Teresa,
mientras ha ido glosando la oración del Señor, se le ha ido llenando el alma de un enjambre de
sentimientos. Ahora detiene la glosa para darles paso. Lo hace en su típica forma confidencial.
Son sentimientos de admiración y aprecio profundo, expresados en su acostumbrado léxico
de asombro: “Espántame ver… en tan pocas palabras... toda la contemplación y perfección” (n. 1).
Sentimientos de complacencia pedagógica, ganosa de conquistar prosélitos orantes, para
quienes prime en absoluto la oración que nos enseñó Jesús.
Sentimientos de gratitud al Maestro que, mientras nos enseña, ora con nosotros, hasta poder
sorprenderlo, diciendo también “hágase tu voluntad”, “danos el pan de cada día”, “perdónanos,
que perdonamos”. Ahora, como a lo largo del comentario que precede, a ella le interesa acercarse
y atisbar esos sentimientos que poblaron el alma de Jesús cuando oró esas peticiones “por nosotros”. Y, a la vez, revertir esos sentimientos sobre los lectores. [cf. Ficha 30-31, pregunta 4]
Así, también el elogio del Padrenuestro encaja en su pedagogía de la oración. El lector del
Camino recuerda, de seguro, esos mismos conceptos reiterados ya en páginas anteriores. Recuerda la anécdota de la pobre vieja, amiga de Teresa, que tenía en el Padrenuestro su manual
de contemplación (30, 7). Recuerda la consigna: “Os conviene, para rezar el Paternóster, no apartarse de cabe el Maestro que os lo enseñó” (24, 5). Y esta otra: tener presente “el gran amor que
nos mostró el Señor en las primeras palabras del Paternóster”’ (27, epígrafe). Ella está convencida
—y lo repetirá más adelante— de que “esta oración evangelical... encierra en sí todo el camino
espiritual”: “la gran consolación que está encerrada aquí”, en cada petición (42, 5).
Rezo a dos niveles
Uno de los motivos de asombro de la Santa es la sorprendente gama de posibilidades y tonalidades de que es susceptible la oración de Jesús.
Probablemente no todos podrán, por ejemplo, identificarse con la oración de ciertos salmos, o
de ciertos grandes orantes —Francisco de Asís, Nicolás de Flue, Teresita, Carlos de Foucauld—,
o con ciertas oraciones, tan auténticas y fuertes, que nos llegan de otras religiones. Pero no es
fácil pensar eso mismo de la oración del Padrenuestro. Oración llana para todos. Teresa cree que
Jesús la dejó intencionadamente abierta para que pueda posarse en los labios de cualquier orante. Incluso en las situaciones más extremas, de dolor, de gozo, de necesidad, de oscuridad, de
petición o de acción de gracias...
Ella misma conoce y recuerda en las páginas del Camino tantas otras maneras posibles de
apoyar la propia oración en el Padrenuestro. En general, prefiere su rezo pausado y meditativo,
incluso contemplativo, al rezo multiplicador de Padrenuestros. Piensa que logramos “mucho más
1
Reproducimos íntegro el capítulo 37 de: T. ÁLVAREZ, Paso a paso. Leyendo a Teresa con su
Camino de Perfección, Monte Carmelo, pp. 264-268. Además de lo mucho que ayudará a cada
lector a reflexionar, revisar, orar… Nos permitimos destacar, con ese mismo fin, algunos puntos en
particular, mediante subrayados y notas a pie de página.
Ficha XV.- CAMINO DE PERFECCIÓN-II
con una palabra de cuando en cuando del Paternóster, que con decirle muchas veces a prisa”
(31,13). Cuando lo propone como umbral de entrada en el recogimiento contemplativo, insiste en
que “si habíamos de decirlo muchas veces… nos entenderá (el Padre) con una” (29, 6). Quizás
recuerde ahora, desde la altura de sus cincuenta años, el delicado simbolismo de uno de los ritos
de su iniciación en la vida carmelita, cuando ella contaba apenas veintiún años. Fue en la ceremonia de su vestición de hábito. El sacerdote que presidió el acto iba bendiciendo y entregándole
una a una las piezas de su indumentaria carmelitana: primero la capa blanca, luego la correa, por
fin el velo. Vestida ya con el hábito del Carmelo, el celebrante puso en sus manos la oración del
Paternóster, símbolo de la vida contemplativa de la carmelita, acompañando la entrega con una
oración: “Señor Jesucristo, tú que enseñaste a orar a tus discípulos, acoge y bendice —te rogamos— las oraciones de esta tu sierva, iníciala con tus inspiraciones y asístela con la oración continua, para que toda su oración comience siempre por Ti, y en Ti siempre concluya”.
Ahora, en el Carmelo de San José, la vida ordinada de la carmelita está marcada por numerosas ocasiones en que se repite la oración del Señor. Así lo prescribe la Regla del Carmelo. Teresa conoce y ama esa práctica. Pero quiere cargarla de contenido: “Pues tantas veces… decimos
al día el Paternóster, regalémonos con él” (CE 73,5). Y cuando su sobrina Teresita, aún aprendiz
de carmelita, tiene las primeras dificultades vocacionales, ocasionadas por la convivencia o por la
vida espiritual, la Santa le recomienda como gran remedio concentrarse en el rezo de un Padrenuestro (carta del 7-Vlll-1580, a Teresita).
Pero lo que ahora más le interesa destacar es que hay dos maneras profundamente diversas
de rezar la oración del Señor: una, como los contemplativos y las “personas ya muy dadas a
Dios”, “que ya no quieren cosas de la tierra”. La otra es la de quienes repetimos las peticiones del
Padrenuestro desde el entramado de las urgencias de la vida cotidiana. Para aquéllos, cada una
de las peticiones es como una ocasión o una palanca elevadora al plano de “la gran bondad de
Dios”, para sumergirse en ella. También los contemplativos dicen —como cualquier principiante—
“que se haga su voluntad” y “que nos perdone, que perdonamos”, ¡pero de cuán diferente manera!
Aun esto, sin clasismo, ni siquiera de calidad2. La Santa reitera la eficacia transformadora de
la oración dominical, para todos. Todos, el contemplativo y el principiante, “de tal manera podemos decir una vez esta oración, que como (el Padre) entienda no nos queda doblez, sino que haremos lo que decimos, nos deje ricas. Es muy amigo tratemos verdad con Él. Tratando con llaneza y claridad, que no digamos una cosa y nos quede otra, siempre da más de lo que pedimos” (n.
4).
Oramos con maestro
El elogio de la oración del Padrenuestro sirve, a la vez, de acercamiento a las dos últimas peticiones. Dos riesgos en que fácilmente puede incurrir el orante son: carecer de maestro y perder
la conciencia del riesgo en el camino. Para eIIa, que tanto ha sufrido en los primeros tramos de su
camino de oración por no tener maestro que la orientase y discerniese, el “Padrenuestro” es garantía segura de estar bajo la tutela del Maestro absoluto3, el que propuso esa oración; Y qué
maestro: “iOh sabiduría eterna, oh buen enseñador!” (n. 5).
2
¿Seguro que no lo hay en su alusión a “los que aún viven en ella [la tierra] y es bien que vivan
conforme a sus estados…” (37,2)? Cf. Ficha 10-11, pregunta 7; Ficha 12-15, pregunta 1.
3
De hecho, llama la atención que, a diferencia de “Vida”, los maestros tengan tan poco protagonismo en “Camino” y, a la vez, la palabra Maestro se reserve y aplique al Señor constantemente.
Ficha XV.- CAMINO DE PERFECCIÓN-III
Y como no podía ser menos, en la oración del Padrenuestro, como en la enseñanza de las
parábolas de la vigilancia, el Maestro previene al orante contra el espejismo del “camino sin peligros”; sin males, ni asaltos, ni enemigos... Teresa misma tiene una extrema sensibilidad, de cara a
esas componentes negativas de la vida: que en el camino de la oración no hay “seguros de vida”.
No existen seguridades definitivas. La oración misma no es una inyección inmunizadora. La vida
es riesgo en toda su extensión,
Por eso el Maestro, después de peticiones como “hágase tu voluntad”, “danos el pan y el perdón de cada día”, pondrá en boca del orante las dos peticiones finales. No sólo para mantener en
el discípulo la insuplantable conciencia de riesgo (el “vigilar y orar”), sino para convencerlo de que
“necesita” que Dios lo libre del mal, que no lo deje sucumbir a la tentación.
Será ése el clamor de las dos últimas invocaciones del Padrenuestro.
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