170 El gran Scott Fitzgerald

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Claves de Razón Práctica nº 231
SEMBLANZAS
El gran
Scott Fitzgerald
Al ser de dominio público los derechos
de las obras de Fitzgerald, se multiplican
las traducciones de ‘El gran Gatsby’
e incluso se hace una nueva película.
augusto m. torres
Durante la época dorada de Hollywood, los guionistas están
poco considerados, pero muchos novelistas trabajan para el
cine por estar bien pagados. Desde Nathanael West, Raymond
Chandler y Dashiell Hammett hasta los grandes de la literatura
norteamericana William Faulkner, Francis Scott Fitzgerald y
Ernest Hemingway, reciben dinero de Hollywood.
Quien más y mejor escribe para el cine es Faulkner, gracias a su
amistad con el productor y director Howard Hawks, pero se plantea
la redacción de guiones como una manera fácil y rápida de ganar
dinero para tener independencia, escribir las novelas que quiere y
mantener la granja de Mississippi donde le gusta vivir. Al ser Hemingway el más popular, se limita a vender los derechos de sus obras.
Scott Fitzgerald vende sus cuentos y novelas y trabaja en guiones, pero al final de su vida literaria no logra que su actividad
como guionista se convierta en su segunda profesión.
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Nacido en 1896, en Saint Paul, Minnesota, al tiempo que el
cine, en una familia sin posibilidades, Scott Fitzgerald estudia en
la Universidad de Princeton gracias a la herencia de su abuela.
Fracasa en el deporte y los estudios y solo triunfa como autor del
libreto de una comedia musical que montan sus compañeros en el
Triangle Club. Cuando van a expulsarlo, enferma de tuberculosis
y abandona sus estudios. Restablecido, se presenta voluntario al
servicio militar y no combate en la Gran Guerra por finalizar antes
de su entrenamiento.
Redacta anuncios, escribe cuentos y a los 20 años empieza la
novela A este lado del paraíso (This Side of Paradise, 1920). Varios
editores rechazan la primera versión y publica una segunda más
corta. Gracias al dinero ganado por la publicación de cuentos en
revistas, se casa con Zelda Sayre. El éxito de A este lado del paraíso y los 10.000 dólares que Metro-Goldwyn-Mayer le da por los
derechos de los cuentos Cabeza y hombros (Head and Shoulders) y
El pirata de la costa (The Offshore Pirate), de su libro Jovencitas y
filósofos (Flappers and Philosophers, 1929), llevan a los Fitzgerald a
una vida de fiestas, alcohol y derroche, su característica y fuente de
inspiración. Los dos cuentos se transforman en películas, pero solo
The Chorus Girl’s Romance (1920), de William C. Dowland, basada
en Cabeza y hombros, tiene éxito. Este contacto con Hollywood le
hace comenzar un guión, pero no lo acaba por el primer viaje a
Europa del matrimonio.
Sus gastos superan sus ingresos e intenta equilibrarlos con la venta
de sus obras a Hollywood. Famous Players compra los derechos de
A este lado del paraíso por 10.000 dólares e incluso escribe el guión,
hay varios proyectos, uno de ellos con Zelda y él como protagonistas,
pero nunca se materializan. El productor William Fox rueda una de
las narraciones de Cuentos de la era del jazz (Tales of Jazz, 1922).
Conservo el ejemplar de A este lado del paraíso que leí a finales
de los sesenta, poco después de que en 1968 lo publicase Alianza
en la colección “El libro de bolsillo”, recién creada por José Ortega
Spottorno y Jaime Salinas, de bajo precio y atractivas portadas de
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Daniel Gil. Tiene una espléndida traducción del desconocido Juan
Benet Goitia, el año anterior había publicado Volverás a Región, su
primera novela, y le quedaba para convertirse en el mito de la literatura española de la segunda mitad del siglo XX que llega a ser.
El ejemplar que tengo de Jovencitas y filósofos es de un año después, pero dada la fealdad de su anónima cubierta, parece de veinte antes. Pertenece a la prestigiosa colección “La Torre de Marfil”,
del interesante editor Luis Caralt, y la versión española, no la traducción, especifica, es de Óscar Luis Molina. También guardo los
dos amplios volúmenes de Cuentos, de Scott Fitzgerald, publicados
en 1998 por Alfaguara, en buena traducción de Justo Navarro, con
atractiva cubierta de Luis Pita, donde aparecen muchos, no todos,
imagino que por cuestión de derechos.
El éxito de El gran Gatsby (The Great Gatsby, 1925), su tercera
novela, origina una adaptación teatral, escrita por Owen Davis y
dirigida por el luego conocido realizador de cine George Cukor,
estrenada en 1926, en Broadway. Paramount le da 200.000 dólares por los derechos de una versión que el mismo año realiza el
olvidado Herbert Brenon con Warner Baxter y Lois Wilson. En
1949, Elliot Nugent dirige una primera adaptación sonora con
Alan Ladd y Betty Field. En 1974, Jack Clayton realiza la mejor, con excelente guión de Francis Ford Coppola, y con Robert
Redford y Mia Farrow. En 2012, Baz Luhrmann rueda la peor
con Leonardo Di Caprio y Carey Mulligan, ahogada en efectos
especiales.
Mi ejemplar de El gran Gatsby es una de las joyas de mi biblioteca por su exotismo. Es una edición de la “Biblioteca del
Pueblo”, de la Editorial Nacional de Cuba, de 1965. Tiene copyright, pero es una edición pirata, no aparece el nombre del
traductor por ningún lado, tiene una horrible portada de Sandú
Darié, un prólogo de Armando Álvarez Bravo y un epílogo de
Ernest Hemingway, que es el capítulo 17, ‘Scott Fitzgerald’, de
París era una fiesta (A Moveable Feast, 1964), en la traducción
de Gabriel Ferrater, a la que se ha cambiado alguna palabra, por
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ejemplo automóvil por carro, y se ha suprimido la última frase:
“Pero pronto íbamos a descubrirlos”, referida a los problemas de
Scott con Zelda, para dar idea de continuidad.
Tras la publicación de su tercer libro de cuentos Todos los jóvenes
tristes (All the Sad Young Men, 1926), es contratado por el productor John W. Considine, de Firt Nacional Pictures, para escribir un
guión para la famosa actriz Constance Talmage. Los Fitzgerald se
instalan en un lujoso hotel y asisten a múltiples fiestas, pero Scott
llega a Hollywood más para conocer el ambiente para una futura novela que por interesarle el trabajo. El resultado es el guión Lipstick
y 3.500 dólares, los 12.000 restantes se harán efectivos al finalizar
el rodaje y jamás se rueda. Conoce al famoso director King Vidor,
hablan de trabajar juntos y nunca lo hacen.
Finalizado su segundo viaje a Europa, ante la dificultad para
terminar Suave es la noche (Tender Is the Night, 1934), su cuarta
novela, y los problemas nerviosos de Zelda, regresa a Hollywood
arrastrado por sus deudas. Contratado por el mítico productor Irving Thalberg, de Metro-Goldwyn-Mayer, por 1.200 dólares a la
semana, para escribir el guión de La pelirroja (The Red Headed
Woman, 1932), de Jack Conway, con Jean Harlow y Lewis Stone. Por primera vez escribe una película sonora, pero esta nueva
experiencia es un desastre. Parte de una novela de Katharine
Brush, después de escribir unas semanas se entera de que otros
guionistas trabajan sobre el mismo guión, solo lo firma la escritora
Anita Loos y queda poco de su aportación. Lo mejor de esta experiencia es el cuento Domingos locos (Crazy Sunday, 1933), donde
refleja el ambiente de las fiestas de Hollywood y el trabajo de los
guionistas a sueldo.
LA LENTA CAÍDA
Durante una larga estancia en Europa, termina Suave es la noche,
pero como consecuencia de la crisis económica solo vende 13.000
ejemplares el primer año, lo mismo que había vendido de El gran
Gatsby el primer mes. A pesar de escribir sobre lo que conoce, como
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debe hacerse, es la menos interesante de sus novelas. Regresa a Hollywood para ofrecer los derechos, pero sus gestiones solo dan fruto
mucho después. A principios de los sesenta, el productor David O.
Selznick encarga al escritor John Cheever, en uno de sus pocos
contactos con el cine, un guión de Suave es la noche para que lo
protagonice Jennifer Jones, su segunda mujer, pero no le gusta el
trabajo de Cheever y abandona el proyecto. En 1962, el productor
Henry T. Weinstein hace para 20th Century Fox una floja adaptación con Jennifer Jones y Jason Robarts. A partir de un desigual
guión de Ivan Moffat, el atractivo director Henry King hace su última película, pero no es acertada su visión de Europa a medio
camino entre la americanada y la transparencia. No es difícil ver a
Scott y Zelda tras los personajes de Dick Diver y Nicola Warren.
La he leído dos veces. La primera en una edición de Plaza & Janés,
de 1975, traducida por Marcello Cervelló, en la colección “Obras
Perennes”, cuya encuadernación imita piel, no me gustó, pensé que
mitad por la traducción y mitad por la encuadernación. La segunda
en una buena traducción de Rafael Ruiz de la Cuesta, publicada por
Alfaguara en 1990, pero me pareció inferior a sus otras novelas.
Después de publicar Toque de diana (Taps at Reville, 1935), nuevo libro de cuentos, y ante la imposibilidad de vender los derechos
de alguno y la grave situación económica creada por los trastornos
de Zelda, intenta escribir otra novela, no puede por su adición al
alcohol, renuncia a la literatura y por tercera vez acepta una oferta
de Hollywood para escribir guiones bajo contrato.
A partir de un bien estructurado guión de Edith Fitzgerald, basado en un episodio de la vida de Scott Fitzgerald, el director King
Vidor hace Noche nupcial (The Wedding Night, 1935). Aunque es la
única vez que Vidor trabaja sobre algo relacionado con Fitzgerald,
si no se sabe que es el modelo para el personaje de Tony Barrett,
que tiene la cara de Gary Cooper, resulta imposible averiguarlo.
Al convertirse en un alto cargo de Metro-Goldwyn-Mayer el productor Edwin Knopt siente que tiene un compromiso con Fitzgerald
y lo contrata por 1.000 dólares a la semana durante seis meses. A
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pesar de sus fracasos anteriores, regresa a Hollywood con la esperanza de hacer una segunda carrera como guionista, pero las limitaciones impuestas a los guionistas, las dificultades para trabajar
sobre ideas propias y la imposibilidad de hacerlo en solitario, lo
convencen de la inviabilidad de su sueño.
LA ÚLTIMA ESTANCIA EN HOLLYWOOD
Durante esta cuarta y definitiva estancia en Hollywood, comprueba que los tiempos han cambiado. El mítico Irving Thalberg ha
muerto y Louis B. Mayer está al frente de Metro-Goldwyn-Mayer,
pero las férreas condiciones de trabajo impuestas por aquel siguen
vigentes. Colabora en varios guiones, siempre en condiciones de
inferioridad, sobre textos ajenos y con otros guionistas. Solo en
dos ocasiones trabaja sobre materiales propios y con completa
autonomía, pero los guiones no se convierten en películas. Alejado
de Zelda, sus puntos de apoyo son la correspondencia con su hija
Scottie y la convivencia con la periodista inglesa Sheilah Graham.
Su nuevo trabajo es para el productor inglés Michael Balcon
en la coproducción anglonorteamericana Un yanqui en Oxford (A
Yank at Oxford, 1938), de Jack Conway, con Robert Taylor y Vivien
Leigh, pero la experiencia vuelve a ser mala. Rehace el guión, colabora con diversos guionistas y solo aparece firmado por Malcolm
Stuart Boylan, Walter Ferris y George Oppenheimer.
También trabaja para el productor Joseph L. Mankiewicz, que se
convertirá en famoso director, en Tres camaradas (Three Comrades,
1938), de Frank Borzage, con Margaret Sullavan y Robert Taylor,
adaptación de una novela de Eric Maria Remarque. Única ocasión
en que aparece acreditado como guionista, pero tiene problemas
con Mankiewicz. Le asigna como colaborador a su viejo conocido
Edward A. Paramore, a quien ridiculizó en Hermosos y malditos
(The Beautifuld and Dammed, 1922), su segunda novela, y escriben siete versiones del guión, pero es la mejor de las películas que
firma. Su éxito hace que Metro-Goldwyn-Mayer renueve su contrato, pero en peores condiciones, por solo 250 dólares a la semana.
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El productor Hunt Stromberg le encarga un guión original
para la actriz Joan Crawford, escribe la historia de adulterio
Infidelity y la censura no lo aprueba. Por encargo del mismo
productor colabora en el guión de María Antonieta (Marie Antoinette, 1938), viejo sueño de Irving Thalberg convertido en gran
producción realizada por W. S. Van Dyke e interpretada por Norma
Shearer, viuda de Thalberg, y Tyrone Power, pero el guión lo firman
Claudine West, Donald Ogden Stewart y Ernest Vajda. Para el mismo
productor colabora en Mujeres (The Women, 1939), de George Cukor,
adaptación de una comedia de Claire Boothe, con un brillante reparto solo femenino, Norma Shearer, Joan Crawford, Paulette Goddard
y Joan Fontaine, pero el guión lo firman Anita Loos y Jane Murfin.
Su último trabajo para Metro-Goldwyn-Mayer lo realiza con el escritor Aldous Huxley, conocido exiliado europeo, pero no se rueda el
guión que escriben sobre una biografía de la descubridora del radio
para que lo dirija George Cukor y lo interprete Greta Garbo. Cinco años después se realiza Madame Curie (1944), escrita por Paul
Osborn y Paul H. Rameau, dirigida por Mervyn LeRoy, una de las
mejores películas de Greer Garson y Walter Pidgeon.
EL FINAL DE UNA VIDA
Los últimos años de su vida prosigue su trabajo en Hollywood en
peores condiciones y recaídas en la tuberculosis. No firma contratos
de larga duración y solo trabaja de manera ocasional, pero vuelve
a la literatura. Escribe 17 cuentos de tono burlón y cruel sobre un
guionista de películas de Serie B, que publica primero en revistas
y luego en libro, Historias de Pat Hobby (Pat Hobby Stories, 1940).
Comienza la novela El último magnate (The Last Tycoon, 1956), que
no termina y se publica inacabada tras su muerte. Su punto de partida es la vida del joven y mítico productor Irving Thalberg, llamado
en la ficción Monroe Stahr. En 1976 el productor Sam Spigel, el
dramaturgo Harold Pinter y el director Elia Kazan, que sustituye al
previsto director de teatro y cine Mike Nichols, la convierten en una
excelente película homónima con un gran reparto encabezado por
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Robert de Niro. Dura crítica de los años de oro de Hollywood, es
un fracaso comercial que marca el final de las carreras de Spigel y
Kazan. Resulta fácil ver a Fitzgerald tras el personaje del guionista
alcohólico Box Ley.
También es uno de los múltiples guionistas de Lo que el viento se
llevó (Gone With the Wind, 1939) sobre la única novela de Margaret
Mitchell, pero el productor David O. Selznick, creador de esta empresa, le despide la segunda semana de trabajo y el guión aparece
firmado por Sidney Howard. En esta ocasión su expulsión resulta
normal, dado que al menos intervienen los directores George Cukor,
Sam Wood, William A. Wellman, Leslie Howard, William Cameron
Menzies, Val Lewton y Victor Fleming, que la acaba y firma.
El productor Walter Wagner le contrata para ayudar a Budd Shulberg en el guión de Winter Carnival (1939), de Charles F. Riesner,
con Ann Sheridan y Richard Carlson. Trabaja algún tiempo para
Jeff Lazarus de Paramount y con Donald Stewart en Air Raid, que
no llega a rodarse. Y para Samuel Goldwyn en la cuarta versión, de
las cinco que se ruedan, de la novela Raffles, the Amateur Crackman, de E. W. Hornung, pero la firman John Van Druten y Sidney
Howard. El resultado es Ladrón y caballero (Raffles, 1940), de Sam
Wood, con David Niven y Olivia de Havilland. Más interés tiene
su colaboración en Life Begins at Eight-Thirty (1942), de Irving
Pichel, con Monty Woolley e Ida Lupino, por ser la adaptación de
la obra teatral Light of Heart, de Emlyn Williams, y trabajar con
el guionista, productor y director Nunnaly Johnson, que firma el
guión en solitario.
Su último trabajo para el cine es uno de los más atractivos. El
productor Lester Cowan compra por 900 dólares los derechos de
Regreso a Babilonia (Babylon Revisited, 1930), uno de sus mejores cuentos, y le encarga escribir el guión por 450 dólares a
la semana. Hace un espléndido trabajo, Cosmopolitan, pero no
se realiza. Casi 15 años después, Lester Cowan vende los derechos a Metro-Goldwyn-Mayer por 100.000 dólares y los gemelos
guionistas Julius J. G. Epstein y Philip G. Epstein y el realiza-
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dor Richard Brooks escriben otro guión, que dirige el último con
el título La última vez que vi París (The Last Time I Saw Paris,
1954), con Elizabeth Taylor y Van Johnson. Trasladan la acción
de principios de los años veinte a mediados de los cuarenta, pero
sigue de cerca la historia original. Tras el matrimonio protagonista resulta fácil ver el del propio Fitzgerald.
El 21 de diciembre de 1940, en Hollywood, a los 44 años Scott
Fitzgerald muere de un ataque cardiaco, separado de Zelda, que
seguía con sus curas de reposo, y de Scottie. Durante la II Guerra
Mundial sus editores y lectores lo olvidan, pero se convierte en
uno de los grandes de la literatura norteamericana, se suceden las
ediciones y traducciones de sus novelas y cuentos, que para él solo
tenían valor alimenticio.
No son muchos 44 años, pero me sorprende que deba su fama a
solo cinco novelas y a cuatro libros de cuentos, y pueda vivir parte
de ellos en el lujo que describen. Siempre ha sido un misterio de
qué viven los escritores, dado lo poco que vende la mayoría, incluso los más famosos al principio de sus carreras, y lo mal que los
tratan los editores. La caída de Fitzgerald es casi tan rápida como
su ascensión y en la cumbre permanece poco tiempo.
Sus relaciones con Hollywood se cierran con Días sin vida (Beloved Infidel, 1959), donde aparece como personaje, basada en las
memorias de la periodista Sheilah Graham, su compañera durante
sus últimos años. A partir de un guión de Sy Bartlett, el realizador
Henry King rueda una de sus últimas y mejores películas para el
productor Jerry Wald de 20th Century Fox. El dibujo que hace de
Fitzgerald es demasiado bonito, pero respeta la verdad histórica y
se convierte en un buen reflejo de su último amor y el final de vida.
Una historia romántica planteada como un enfrentamiento entre
unos apropiados Gregory Peck y Deborah Kerr.
La vida de Scott Fitzgerald es tan apasionante, o más, que sus novelas y ha dado lugar a un buen número de biografías. He leído, y
conservo, tres, que recuerdo con especial interés. Domingos locos.
Scott Fitzgerald en Hollywood (Crazy Sundays. F. Scott Fitzgerald in
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Hollywood, 1971), de Aaron Latham, publicada por Anagrama, en
traducción de Antonio Desmonts, donde hace un minucioso seguimiento de su vida en Hollywood. Scott Fitzgerald (1979), del francés
André LeVot, profesor de literatura norteamericana de la Universidad de la Sorbona, publicado en España dos años después por la
atractiva editorial, de breve vida, Argos Vergara, en traducción de
Enrique Sordo, que tiene gran interés, es la mejor de las tres. La
vida de Zelda Scott Fitzgerald (Zelda, 1990), de Nancy Milford,
publicada el mismo año por Ediciones B, en su colección “Tiempos Modernos”, en traducción de la escritora Susana Constante,
que puede leerse como una novela. Hace una buena exposición
de la capacidad autodestructiva de Scott Fitzgerald, su amor por
Zelda Sayre y su única hija Scottie, y cómo Scott destruye a Zelda
con la misma facilidad que Zelda a Scott al no asimilar el éxito
cuando tienen poco más de veinte años. A las que habría que añadir la espléndida Cartas a mi hija (Letters to His Daughter, 2003),
que publica en castellano Alpha Decay en 2013, donde a través de
la paternal correspondencia de Scott Fitzgerald con Scottie, hace
un repaso de los errores cometidos en su juventud para que no los
repita ella y narra su vida en Hollywood.
Augusto M. Torres es cineasta y escritor.
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