Segundo premio de la categoría 3º y 4º ESO.

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Leyendas de una
Caballera
Jon Nieve
Érase una vez una mujer que desde pequeña había querido ser caballero.
Siempre había visto a los valientes soldados que se iban a la guerra y la los
caballeros con sus bonitas armaduras y sus altos corceles de rubias crines y ya
desde esa edad deseaba cumplir su sueño. Todo el mundo la decía que no
valía para eso, que solo los hombres podían empuñar una espada y luchar, y
que la tarea de una mujer era casarse y tener hijos para posteriormente
cuidarlos. Pero ella era tan tozuda que una tarde fue a las cuadras y cogió un
bonito potro de color crema, con una gran mancha blanca en la frente con
forma de estrella. Al ver que no volvía, su madre, una noble de alta cuna llamó
a numerosos soldados para ir en su búsqueda. Un pequeño grupo la encontró
tumbada en frente de un arroyo que brillaba por el reflejo de una luna tan
grande que parecía interesarse por lo que estaba ocurriendo aquella noche.
Cuando los soldados la llevaron de vuelta al castillo, la tumbaron en un cómodo
colchón de plumas y su madre muy preocupada, la despertó y la pregunto
acerca de su aventura. La niña muy nerviosa contestó que no se acordaba de
nada de lo sucedido y acto seguido cayó en un plácido sueño. Desde entonces
la niña mejoró mucho su comportamiento, pero al morir su padre cambio
radicalmente y empezó a entrenar a escondidas sus habilidades de espadachín
con palos de madera en el pequeño establo. También de vez en cuando daba
largos paseos con su caballo Estrella, por los frondosos bosques de su padre,
en su recuerdo. Y así fue creciendo y creciendo y finalmente se cumplió su
deseo. Mataba dragones, dirigía ejércitos a la batalla, recibía medallas de los
reyes y rescataba alguna que otra princesa. Pero aun así ella era desdichada.
Los dragones prácticamente no la hacían caso hasta que ella no daba la
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estocada mortal, los soldados murmuraban y se reían, los reyes fruncían el
ceño al verla y las princesas se mantenían presas a la espera de un
“verdadero” caballero, según decían ellas. Ella de todos modos siempre
intentaba superarse y llegó el día en que prácticamente era la mejor guerrera
del reino, pero aun así ella seguía estando triste y se pasaba largas tardes
pensando porque había tenido que nacer mujer. Finalmente, después de recibir
su sexagésimo novena medalla en honor a su valentía en combate, inició la
búsqueda de un mago conocido por todo el reino: el gran mago Papyrus. En su
viaje atravesó densos bosques, largas llanuras desérticas que ardían bajo el
cálido sol y algunos pantanos tenebrosos. Un día, cuando ya había perdido
toda la esperanza de averiguar el escondite del mago, se encontró un cartel
semioculto entre los zarzales del bosque. Este decía: “a 500m, la casa del gran
Papyrus”. Esperanzada y con las energías renovadas, atravesó el pequeño
tramo del bosque que la separaba de su destino y finalmente encontró una
pequeña casa; escondida en el interior de un árbol. Era muy simple, pero
cumplía perfectamente su función. Tenía una gran puerta redonda de madera y
dos pequeñas ventanitas a los lados. Pero lo más sorprendente de todo era el
pequeño hombrecito que había sentado en el porche. Parecía que tenía más
de mil años, llevaba una túnica blanca que le llegaba hasta los pies, y una larga
barba grisácea acabada en punta que le llegaba hasta las rodillas. “Era
exactamente como me había imaginado” se dijo. Pero lo más extraño de todo
era su sonrisa. Tenía una pequeña sonrisa casi imperceptible y le brillaban los
ojos, como si llevase esperando su llegada un largo tiempo. El hombrecillo se
levantó y cordialmente la invitó a entrar en su humilde casa y la ofreció algo de
comer.
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-
Te llevo observando algún tiempo, y empezaba a dudar si llegarías- dijo
Papyrus, sin ocultar su traviesa sonrisa.
Ella se sonrojo un poco, pero disimuló y siguió comiendo.
-
Supongo que habrás venido hasta aquí con algún propósito, no solo de
visita.- Continuó el mago- Ya que pocas veces la gente viene a verme
por gusto, y suele ser mi primo Mórtimer.
Nuestra protagonista se quedó pensando y finalmente dijo:-Querría que me
convirtieses en hombre.
Papyrus empezó a meditar y la preguntó sus motivos.-Este es un mundo
creado para hombres y siendo una mujer es complicado triunfar.-Hizo una
pausa y continuó hablando- todos me miran por encima del hombro y se burlan
de mí, y por una vez, me gustaría poder cambiar eso.
-
Si ese es tu deseo, te lo concederé, pero ten en cuenta que no hay
vuelta atrás.- La advirtió Papyrus. Ella convencida, aceptó, y se pusieron
manos a la obra. Papyrus fabricó un extraño brebaje y se lo ofreció, no
sin antes advertirla por última vez. Pero ella se lo bebió y acto seguido
se desmayó. Cuando se despertó, se sentó en el borde de la cama y se
rascó la barba. Asustada, volvió a pasarse la mano por la cara y era
verdad, ¡tenía barba! Se vistió rápidamente con unas ropas de hombre
que había en su habitación y salió corriendo en busca de Papyrus, con
una sensación extraña que no sabía identificar. Le encontró en el jardín
y poco tiempo después, se encontraba ensillando a Estrella y
preparando su partida. No se demoró más porque tenía ganas de volver
a su hogar y retomar sus tareas como caballero. Se despidió del mago,
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le dio las gracias y se marchó en busca de nuevas aventuras. Lo primero
que hizo al volver, fue unirse a una asociación de caballeros y allí es
donde todo mejoró y empeoró. Emprendió nuevas aventuras, pero esta
vez no iba sola, sino que la acompañaban varios caballeros. En una de
estas misiones conoció a Desmond, un apuesto caballero de pelo rubio
y ojos verdes, que tenía siempre una sonrisa en la cara. Se hicieron
grandes amigos y comenzaron a recorrer el reino, juntos. En sus viajes,
Desmond le narraba sus distintas aventuras y ella, cada vez más
interesada, las escuchaba detenidamente, saboreando cada relato. Una
tarde, mientras estaban paseando con los caballos, Desmond la
preguntó acerca de su vida, pero ella se quedó en silencio, porque temía
que Desmond se fuera si ella le contaba su secreto. En ese momento se
dio cuenta de que se había enamorado. Esto hizo que su relación se
enfriase, y que cada vez hablaban menos, hasta el punto que Desmond
se fue una tarde, dejando una nota, en la que decía que se iba a matar a
un gran dragón. Ella (o él) fue en su búsqueda y al entrar en la caverna
del dragón se encontró a Desmond tumbado en el suelo. Cegada por la
rabia, se enfrentó al dragón en una dura batalla en la que sobrevivió
gracias a su destreza como espadachín. Tras derrotarlo y consumida por
la tristeza se acercó a Desmond, ya fallecido y se tumbó a su lado.
Cuenta la leyenda que los pocos que han salido con vida de la cueva
han podido ver a dos hombres tumbados delante de un imponente
dragón blanco. Aunque algunos dicen que se trataba de un hombre y
una mujer, pero eso, nadie lo sabe con certeza.
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