ESQUEMAS de estudio - Junta de Andalucía

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ESQUEMAS de estudio.
HISTORIA de ESPAÑA CONTEMPORÁNEA, 1808-2000.
• Resumen explicativo por períodos:
En 1808 la monarquía hispánica era un conglomerado de territorios sometidos al
dominio feudal de los aristócratas, de la iglesia y de la propia familia real, con tradiciones de
reinos diferenciados, y con extensas posesiones organizadas como virreinatos en el
continente americano. Eran poco más de diez millones los habitantes peninsulares, que vivían
del campo, en condiciones de pobreza la mayoría, y ahora, en vísperas del año 2.000, son
cuarenta millones los que conviven en un país de estructuras capitalistas, con una democracia
basada en los derechos humanos. En el transcurrir de dos siglos se suceden así los procesos
de modernización y democratización en España.
1.- La revolución de los burgueses y la organización del Estado liberal nacional, (18081868).
Entre 1808 y 1868 se desarrolla una transformación radical de la sociedad: pierden el
poder político y económico los estamentos privilegiados del Antiguo Régimen feudal, y
frente a ellos emergen y construyen un Estado liberal los sectores burgueses que preconizan
formas de organización capitalistas y que implantan el régimen parlamentario. Se estructuran
los nuevos intereses en un mercado nacional, con instituciones estatales en redes
provinciales, creando un sistema educativo nacional y público, un poder judicial funcionarizado
y un ejército nacional.
Surgen, por su parte, conflictividades derivadas del protagonismo que adquieren las
“masas populares” que reclaman voz y derechos. La libertad afecta también al ámbito cultural:
nace la prensa, se independizan los creadores artísticos, y el romanticismo y el realismo crean
géneros y nuevas propuestas culturales que sentarán las bases del brillo del fin del siglo... En
definitiva, en estas seis décadas se revolucionan todos los aspectos de una sociedad que en
1868 se planteaba la democracia y la equiparación con las potencias capitalistas occidentales.
Para comprender tales transformaciones hay que remontarse a la segunda mitad del s. XVIII,
pero baste recordar que la espoleta saltó cuando los aristócratas absolutistas se opusieron a
las reformas ilustradas y a las ambiciones de Godoy, lograron su caída, la abdicación de
Carlos IV y la subida al trono de Fernando VII (marzo, 1808). Sin embargo, la llave del poder
estaba en manos de Napoleón (tratado de Fontainebleau de 1807), la “hidra revolucionaria”
para los aristócratas y para la iglesia. Un ejército de más de 100.000 franceses ocupaba la
Península y por eso Fernando VII tenía que vérselas con Napoleón en Bayona, quien lograba
su abdicación y pasar los derechos de la corona a su hermano, José Bonaparte. Esto
desencadenó una guerra de independencia nacional y también hizo de la Península el
terreno en que dirimir la primacía europea entre Gran Bretaña y Francia, con el imperio
americano en el trasfondo.
*El reinado de José I Bonaparte (1808-1813): comienza con la aprobación por 91 notables
españoles del Estatuto de Bayona, expresión del liberalismo moderado expandido por los
Bonaparte, que tendría un influjo decisivo bajo el reinado de Isabel II. De hecho, con José I
gobernaron aquellos ilustrados o que, a despecho del mote de “afrancesados”, iniciaron la
organización de la sociedad burguesa: la desamortización de los conventos, la abolición de los
derechos feudales, también de la Inquisición, la supresión de las aduanas interiores, la división
provincial del Estado... Coincidían, en gran parte, con las metas que los liberales partidarios
de Fernando VII debatían en Cádiz. En ambos bandos, pues, estaba en marcha un mismo
proyecto, más radical y democrático entre los gaditanos, y cuyo despliegue estaba
obstaculizado por una guerra de altibajos, hasta que en 1813 lord Wellington, con tropas
inglesas, españolas y portuguesas, expulsaba a los ejércitos de Napoleón y daba por
finalizado el reinado de José I.
*Las Cortes de Cádiz (1808-1814) y la independencia americana. El motín madrileño del 2
de mayo de 1808 contra las tropas francesas, y los fusilamientos del 3 de mayo pintados por
Goya se han mitificado como inicio de la guerra de la independencia. Pero fue en zonas no
ocupadas por franceses donde, ante el cambio dinástico, se constituyeron Juntas que,
lideradas por los liberales, asumieron el poder, armaron al pueblo y, en concreto, las Juntas de
Andalucía lograron una victoria inesperada en Bailén en julio de 1808. Pronto el ejército
napoleónico recuperó casi toda la Península, a pesar del desembarco de tropas inglesas. La
Junta Central, constituida por decisión de las Juntas provinciales, convocó en 1810, en
respuesta a las reformas de José I y ante los sucesivos desastres militares, unas Cortes
generales y extraordinarias que representasen a la nación.
Cercados en Cádiz, los liberales fernandinos lograron excluir de las Cortes la
representación de la aristocracia y de la iglesia, y en la primera sesión adoptaron principios
revolucionarios: que la soberanía residía en la Nación, que a ésta la representaban los
diputados, que los diputados eran inviolables, y que el poder legislativo, expresión de
soberanía, residía, por tanto, en las Cortes. Era la partida de nacimiento de la nación
española, nuevo sujeto de soberanía política, con lo que se derrumbaban los privilegios
amasados en siglos de régimen feudal por la aristocracia, por la iglesia y por la propia
corona.
Las Cortes, compuestas por gentes cultas y con mentalidad burguesa (fueron líderes
Arguelles, Muñoz Torrero, Calatrava y el conde de Toreno) legislaron todo un nuevo edificio
social, rompieron con el poder de los señoríos feudales, proclamaron las libertades de
expresión y reunión, reorganizaron el clero regular, asumiendo la desamortización efectuada
por José I, pensaron en la reforma agraria con reparto de los bienes comunales y baldíos
entre soldados y pobres, suprimieron los gremios y la vinculación a los oficios, así como las
pruebas de nobleza para ser oficiales, creando el ejército de la nación, pero sobre todo
aprobaron un texto constitucional -en 1812- que establecía con detalle la organización de los
poderes en el nuevo Estado representativo de la nación española. La libertad y la igualdad
entraban en la historia, y se inauguraba el sufragio universal, en sistema indirecto para votar y
con un sistema censitario (la necesidad de tener rentas) para ser elegido. Mientras tanto, las
Cortes también impulsan la guerra, promueven la sublevación guerrillera (destacaron El
Empecinado y Mina) y encomiendan la jefatura militar de todas las tropas a Wellington. En
junio de 1813 derrotaban en Vitoria a las tropas napoleónicas.
Pero simultáneamente, el vacío de soberanía también había desencadenado la
sublevación de las colonias americanas. Aunque las Cortes de Cádiz habían acogido a los
“españoles de ambos hemisferios” y hubo diputados por América, las ideas de libertad y el
ejemplo de los Estados Unidos impulsaron a los sectores más dinámicos de las ciudades
coloniales a tomar el poder en sus respectivas demarcaciones. Fue simultáneo en la práctica
totalidad del extenso imperio: en 1810, desde México hasta Buenos Aires y Santiago de Chile,
incluyendo Caracas y Bogotá, se constituyeron Juntas con capacidad soberana. Se
desencadenó una guerra con desiguales escenarios, diferentes apoyos y estrategias
contrapuestas entre los independentistas. El proceso de independencia dura casi tres lustros,
hasta que en 1824 la corona española es derrotada y sólo se mantiene en Cuba y Puerto
Rico.
*El reinado de Fernando VII (1814-1833). El rey promovió un golpe de Estado absolutista,
suprimió toda la obra de las Cortes de Cádiz y se dedicó a perseguir por igual a los liberales y
a los colaboradores del rey José I. Aparecen el exilio y la persecución política. Los liberales no
tuvieron más recurso que el pronunciamiento militar para restablecer la legalidad
constitucional. Fracasan, sin embargo, sucesivamente Mina, el Empecinado, Porlier, Lacy,
Vidal que, o se exilian, o son fusilados. Mientras tanto, el rey restablecía la Inquisición y los
privilegios de los aristócratas y del clero, por más que la guerra de la independencia
americana agravaba la quiebra del sistema de fiscalidad absolutista, incapaz de obtener
recursos sin tocar privilegios. Presionado por Estados Unidos, el rey les vende las Floridas, los
barcos comprados al zar ruso fueron una estafa, y el ejército preparado para embarcar en
Cádiz hacia América debía estar licenciado, cuando de sus filas el coronel Riego se pronuncia
(1 de enero de 1820) y logra la adhesión de las ciudades, organizadas de nuevo en Juntas
para restablecer el régimen constitucional.
Se inicia el Trienio liberal. Las Sociedades Patrióticas y la prensa expanden ideas
de libertad por doquier. Las Cortes, elegidas por sufragio universal indirecto, repusieron la
legislación gaditana de modo que la abolición de los señoríos, junto a la efectiva
desamortización y cierre de conventos y la supresión de la mitad del diezmo desencadenaron
la reacción absolutista. Frailes y parte de la jerarquía eclesiástica apoyaron partidas de
campesinos desposeídos y promovieron conspiraciones apoyadas por el propio rey. Además,
la ley de venta de realengos y baldíos para los campesinos sin tierras no se hizo efectiva,
como tampoco el sistema fiscal proporcional previsto, pero sí que se impulsó la articulación del
mercado nacional, sin aduanas interiores, y con un fuerte proteccionismo agrario. Se organizó
la división provincial, tal y como se haría efectiva en 1833, porque en 1823 el experimento
liberal quedó cercenado. Servía de ejemplo al resto de Europa, y por eso las potencias
absolutistas -Francia, Austria y Rusia- encomendaron a un ejército francés el restablecimiento
del poder absoluto del rey. Eso hicieron los Cien mil hijos de san Luis.
Comenzaba así la década ominosa (1823-1833). El primer momento fue de terror. Se
creó la policía política, se ahorcó a Riego, y otra vez el exilio para lo más selecto de la
sociedad. Y de nuevo los pronunciamientos, saldados con el fracaso y ejecuciones (las de El
Empecinado, Torrijos, Mariana Pineda). Las camarillas absolutistas no sabían encauzar las
necesidades del Estado, ahora sin los ingresos de las colonias, y el rey tuvo que recurrir a
políticos ilustrados. Así, con medidas como la ley de minas, los aranceles proteccionistas para
la industria, la promulgación del Código de comercio (1829), o la división provincial (1833),
se abría la puerta al liberalismo. Además, desde 1830 se había establecido en Francia una
monarquía burguesa, y Fernando VII lograba, al fin, tener dos hijas. Sin embargo, Carlos,
hermano del rey, no les reconocía derechos, por ser mujeres.
*Regencia, guerra civil y revolución (1833-1839). En 1833 una niña de tres años heredaba
el trono, bajo la regencia de su madre María Cristina y contra los deseos de su tío, que se
reclamó heredero, levantó partidas absolutistas y contó con unos sólidos apoyos eclesiásticos
y de sectores de la aristocracia y del ejército. Sin embargo, la mayoría de los grupos sociales,
desde burgueses hasta clases populares, aspiraban a un sistema liberal, y por eso apoyaron a
una María Cristina que no tuvo más remedio que echarse en sus brazos para defender sus
intereses familiares. Se reorganizaron las fuerzas liberales, armaron milicias contra los
carlistas y se inició una guerra civil por toda la geografía.
Tras sucesivos gobiernos (Martínez de la Rosa, Mendizábal y Calatrava), y con el
impulso de nuevas Juntas, organizadas ciudad por ciudad, se restableció, al fin, en 1836, el
sistema constitucional. Pero ya con un texto (Constitución de 1837) que moderaba los
aspectos más democráticos de 1812: se implantó el sufragio censitario (nunca más de un 2%
de los varones mayores de 25 años pudieron votar durante todo el reinado de Isabel II) y se
otorgó a la corona un poder ejecutivo que prevalecía sobre el legislativo, con capacidad de
disolver las Cortes y de vetar las leyes. Se produjo ahora la escisión entre liberales moderados
(Toreno, Narváez, Alcalá Galiano) y progresistas (Mendizábal, Espartero). Mendizábal
nacionalizó los bienes del clero regular para privatizarlos de inmediato y hacer de la tierra la
mercancía por antonomasia del mercado nacional de capitales, a la vez que trataba de
enjugar la deuda pública 1 . El régimen señorial se abolía sin atender las expectativas de miles
de campesinos que habían poseído durante generaciones tierras sometidas a una aristocracia
1
Es el proceso que conocemos con el nombre de Desamortización.
que ahora, gracias a la ley, se transformaba en propietaria de absoluto derecho sobre
inmensos territorios. En el camino quedaban las aspiraciones a la propiedad de los
campesinos.
Y en el camino quedaron también quienes se habían alistado con el pretendiente
Carlos, porque en 1839, sin apoyo internacional y sin recursos, el general carlista Maroto
firmaba con Espartero el convenio de Vergara, finalizando lo que de hecho había sido una
guerra civil de resistencia a la implantación del liberalismo.
*Regencia de Espartero (1840-1843). María Cristina, al casarse de nuevo, se situaba en una
posición de ilegalidad como regente. En 1840, al sancionar la ley que sometía los
ayuntamientos a la designación del gobierno, provocó un pronunciamiento municipal que la
obligó al exilio. Las Cortes votaron a Espartero para la Regencia. Gobernaron los progresistas,
se desamortizó ahora al clero secular 2 con una ley que garantizaba por parte del Estado el
mantenimiento de las parroquias y de los seminarios, se abolieron los fueros en el País Vasco,
y se dio un extraordinario impulso al despegue de iniciativas burguesas, con la llegada de
remesas de capitales ingleses y franceses a sectores como las minas o el crédito. Se organizó
el sistema educativo nacional, desde la primaria a la universitaria y se asentó el Estado liberal
como realidad nacional.
Por otra parte, despegaba un partido rival, el republicano, que acogía la frustración
popular ante las esperanzas puestas en las libertades constitucionales. Las nuevas
desigualdades dieron pie a la cuestión social que ya inquietaba a los analistas políticos. La
crisis del textil catalán y el miedo al librecambismo provocaron la insurrección de obreros
republicanos y de patronos moderados en Cataluña. Se adueñaron de Barcelona (1842), y
Espartero entró bombardeando y ejecutando a los líderes populares. Fue su quiebra política,
se negó a la amnistía y los moderados, con María Cristina al frente, conspiraron hasta que se
tuvo que exiliar. De inmediato, los moderados se desprendieron de sus aliados republicanos,
disolvieron las Cortes, y proclamaron la mayoría de edad de Isabel II, con trece años.
*Reinado de Isabel II (1843-1868). Un reinado en el que, salvo dos años, gobernó el partido
moderado, con veleidades dictatoriales y con líderes como Narváez, Salamanca, Bravo
Murillo, O’Donnell y Pidal. Disolvieron la Milicia Nacional, institución de ciudadanos que
velaban por el orden, según establecía la Constitución, y crearon, por contra, la Guardia civil
como cuerpo militarizado para vigilar el orden de los propietarios de la desamortización.
Promulgaron otra Constitución (1845), con predominio de la corona que designaba al
gobierno, controlaba la iniciativa legislativa, y designaba de por vida a los senadores. Si a esto
se añade que se restringía el sufragio, según la riqueza, a menos del uno por ciento de los
varones adultos, y que los alcaldes también eran designados por el ejecutivo, se comprenderá
el soporte social y político de esa minoría de propietarios y ricos hacendados que anudaron un
caciquismo electoral que marcó no sólo este reinado, sino que persistiría hasta el siglo XX. En
tal contexto, se convirtió en norma la corrupción, con participación de la familia real, para
beneficiarse de un capitalismo en despegue indudable: el ferrocarril, las minas, la banca y las
sociedades financieras acapararon las maniobras especulativas de minorías que, tras la
desamortización, amasaban fortunas, sin olvidar el comercio ilegal de esclavos en torno a
Cuba, “perla de las Antillas” a la que se priva de derechos constitucionales.
Los escándalos de las concesiones ferroviarias facilitaron la vuelta al poder de los
progresistas 3 para encauzar la legalidad del desarrollo capitalista, y así, de 1854 a 1856
(Bienio progresista), gobernaron bajo Espartero, cerraron el ciclo de privatizaciones de la
tierra con la ley desamortizadora de Madoz (1855), y legislaron sobre minas, finanzas e
inversiones de capital. En las décadas siguientes el crecimiento de la industrialización fue
continuo y el capitalismo se extendió también en el campo. Los moderados, con un nuevo
2
3
Es decir todos los bienes religiosos que no pertenecían a ninguna orden regular
Vicalvarada y Manifiesto de Manzanares (7 de julio de 1854)
golpe de Estado de O’Donnell, volvieron a restablecer la Constitución de 1845, evitando que
progresistas y republicanos redactasen otra Constitución e hiciesen de la Milicia Nacional la
fuerza armada de un pueblo que realizaba ya las primeras huelgas y exigía “pan, trabajo y
libertad”. Sin embargo, la agitación social era imparable. El partido republicano abanderaba la
ocupación de tierras en el campo andaluz, sufrió la represión y los fusilamientos masivos
ordenados por Narváez (El Arahal en 1857 y Loja en 1861).
En las ciudades, el precio del pan, los impuestos indirectos (los consumos) y el sorteo
de los quintos eran las espoletas que con sistemática regularidad provocaban los motines de
una extensa menestralía, liderada por los republicanos. Las gentes ocupaban las calles y, con
las mujeres al frente, asaltaban tahonas o incendiaban fielatos 4 . Otro tanto ocurría cuando el
sistema de quintas les arrebataba a sus hijos para “servir al rey y a la Patria” durante ocho
años que no cumplían los ricos (por redimirse por dinero o costear un reemplacista), y del que
además, si había guerra, casi la mitad no volvían. Por eso, ni las expediciones a África ni
luego la defensa de Cuba fueron populares. También por eso, el republicanismo logró amplias
adhesiones en todas las provincias. El poder, por su parte, estaba usurpado por camarillas
palaciegas (recuérdese La corte de los milagros de Valle-Inclán), lo que concitó el pacto de
Ostende entre sectores moderados, progresistas y demócratas, contra la familia real.
2.- Los conflictos de una España en desarrollo capitalista (1868-1975).
El largo siglo que comienza con una “gloriosa” e incruenta revolución, terminó con la
muerte del dictador que había roto la sociedad española en una guerra fratricida. Excepto en
el trágico paréntesis de la dictadura de Franco, con retroceso en las libertades, en la
economía y en la riqueza cultural, desde 1868 estuvo siempre en el horizonte la
modernización y europeización de la vida española. El despegue del capitalismo y las
instituciones del Estado liberal, ya consolidado, suscitaron alternativas sociales y políticas. Se
planteó el federalismo, emergieron los “nacionalismos periféricos” y las soluciones
autonómicas, y, por otro lado, los partidos de masas y los sindicatos de trabajadores exigieron
nuevos derechos, en acciones y conflictos de nuevo cuño.
*El sexenio democrático (1868-1874). De nuevo las Juntas revolucionarias asumieron la
soberanía e impulsaron el cambio. Se constituyó un gobierno de progresistas y demócratas
monárquicos, a la búsqueda una nueva dinastía, pero en las elecciones generales y
municipales, celebradas por primera vez con sufragio universal masculino, los republicanos
lograron importantes parcelas de poder. La coyuntura de crisis económica y el contexto de
unas guerras no previstas (la guerra independentista en Cuba y la sublevación absolutista
carlista en el norte peninsular) bloquearon medidas tan reclamadas como la supresión del
impuesto de consumos o de las quintas. A pesar de las dificultades, se estabilizó la economía
con la creación de la moneda nacional, la peseta (1869), y del Banco de España (1874), con
la liberalización de aranceles y de movimientos de capitales, con el relanzamiento de la red
ferroviaria y del sistema portuario, así como con la modernización industrial y minera.
En 1869 se aprobaba la primera Constitución democrática, con dos Cámaras electas
por sufragio universal, y con un exhaustivo elenco de libertades que permitió la eclosión
asociativa popular y un importante despegue intelectual y cultural. Sin embargo, quedaban
pendientes la abolición de la esclavitud (a pesar de la tímida ley Moret de 1870) y la
autonomía para las colonias. El peso del general Serrano, así como las maniobras contra el
nuevo rey Amadeo, de la dinastía Saboya, empeñado con Ruiz Zorrilla en la abolición de la
esclavitud, hasta lograr su abdicación, y sobre todo la financiación del partido alfonsino,
liderado por Cánovas, para restaurar a los Borbones, se explican desde los intereses de los
negreros, con aristócratas, generales y la propia familia real implicados. Desde 1869, por lo
4
Oficinas a la entrada de las poblaciones en la cual se pagaban los derechos de consumo
demás, los republicanos crecían con un programa que combinaba el federalismo como
alternativa de Estado, y el reformismo social.
Cuando en 1873 abdica el rey Amadeo, las dos cámaras proclaman la República. Los
sucesivos gobiernos republicanos (con Figueras, Pi, Salmerón y Castelar) no pudieron, sin
embargo, contentar las demandas populares, porque tuvieron que hacer frente a los carlistas,
a la guerra en Cuba y a las conspiraciones de los alfonsinos. Además, los campesinos de
Andalucía y Extremadura no esperaron las reformas y ocuparon antiguos señoríos de la
aristocracia. En los núcleos industriales (Barcelona, Alcoy) cundió un bakuninismo que,
aunque minoritario, encendió el pánico de las clases propietarias, coincidiendo en gran medida
con los federales que se organizaron en cantones por toda la geografía para abolir los
vestigios feudales del campo, repartir tierras, reducir la jornada de trabajo a ocho horas, bajar
un 50% los alquileres urbanos o establecer salarios máximos y suprimir rangos y distinciones
sociales. Los líderes republicanos se vieron desbordados, se dividieron, recurrieron a los
militares alfonsinos para reprimir la eclosión cantonal y así se llegó al golpe del general Pavía
que disolvió las Cortes constituyentes (enero de 1874), y dió el poder al general Serrano y
Sagasta, quienes persiguieron y deportaron a miles de cantonalistas y prepararon la vuelta del
Borbón Alfonso.
*Restauración borbónica: el reinado de Alfonso XII (1875-1885) y la regencia de María
Cristina (1885-1902). Cánovas asumió el poder dictatorialmente, obligó a los profesores a
jurar fidelidad al dogma católico y al rey (Giner de los Ríos, Salmerón y Castelar son
expulsados de la Universidad por negarse, y nace así la Institución Libre de Enseñanza),
derrotó a los carlistas, abolió el sistema foral vasco y preparó una Constitución (1876) que
daba de nuevo a la corona el control del ejecutivo y la primacía sobre el legislativo. Se volvía
al sufragio censitario y a un Senado entre vitalicio y corporativo-aristocrático. El artículo 17 (de
la suspensión de las garantías constitucionales) fue el más usado hasta 1923. Dos de cada
tres días se aplicó en todo o en parte del territorio. Por lo demás, el conflicto cubano entró en
cauces negociadores desde 1878 (acuerdos de Zanjón), se hizo de la isla una provincia con
promesas de autogobierno y de aplicar la ley antiesclavista de Moret, pero ni se suprimió la
esclavitud hasta 1886, ni la autonomía llegaba. No tardaría en llegar la guerra definitiva, esta
vez con los Estados Unidos de por medio.
Cánovas, sin embargo, tuvo la previsión de integrar una oposición en la dinámica del
sistema constitucional. En 1879 Sagasta, apoyado por Castelar, organizaba el partido liberalfusionista que recogía a progresistas y demócratas desencantados del republicanismo, y en
sucesivos gobiernos restableció las conquistas del sexenio: legalizó todos los partidos, las
asociaciones y sindicatos (1887), el matrimonio civil y, por fin, en 1890, restablecía el sufragio
universal masculino. Así quedaba el “sistema de la Restauración”, caracterizado porque,
desde la implantación del sufragio universal, los dos partidos dinásticos (el conservador y el
liberal) se empeñaron en prolongar los cacicatos establecidos bajo largas décadas de sufragio
censitario.
Clientelismo, pucherazos y violencia mantuvieron las previsiones de cada partido
cuando recibía del rey el encargo de formar gobierno. A pesar de los intereses oligárquicos, se
abrieron espacios de poder social como el de la prensa o el del asociacionismo ciudadano,
con una rica dinámica ideológica y cultural. También iniciaron su andadura el PSOE y la UGT,
en paralelo con el anarquismo cuyas acciones violentas encontraron tanto eco social (mataron
a Cánovas) como represión desmedida. El crecimiento capitalista era dominante, con sectores
como el industrial catalán, el minero-siderúrgico asturiano y vasco, y definitivo en las
estructuras comerciales y financieras, como también en la agricultura, aunque el enorme
excedente de mano de obra permitía orillar la mecanización. La pobreza, sin embargo, era
palpable en la sociedad española, y así, cuando ocurre la guerra con los Estados Unidos y se
pierden Cuba y Filipinas, en numerosas poblaciones se suceden motines por hambre, contra
las impuestos para la guerra y contra las quintas. El gobierno recurrió al estado de sitio en
toda España para firmar la paz con Estados Unidos. Los conflictos adquirieron entonces
nuevas virulencias sociales, al sumarse una oleada de anticlericalismo y recrudecerse el
antimilitarismo. El papel de los curas junto a los ricos y los relatos sobre los abusos de los
generales en la guerra ni se cuestionaban. Hay que recordar que el Estado se apoyaba para
conservar el orden en la Guardia civil y sobre todo en el ejército.
*Reinado de Alfonso XIII (1902-1931). La crisis tiene en 1902 su momento más álgido en el
campo, jornaleros agrícolas andaluces van por miles a la huelga y piden tierra, en las
provincias de la meseta y del norte los nuevos arrendamientos, fruto del Código civil, estaban
asfixiando la paupérrima economía de estos labradores... Pueblos enteros emigraron a
América y luego a Francia o Argelia; más de un millón sobre una población de 18 millones de
habitantes. La intransigencia patronal, por otra parte, agudizaba los conflictos. En las minas,
en el textil, en la construcción, las jornadas apenas tenían límite, predominaba el destajo, y las
condiciones de vida producían enfermedades y tan dramático porcentaje de mortalidad infantil
que familias enteras, exasperadas, se lanzaban a huelgas que acababan en sangre a manos
de tropas del orden. El anarquismo acrecentaba su influencia, sobre todo en Cataluña, y en
1906 atentaba directamente contra el rey en su boda.
Sucesivos gobiernos adoptaron tímidas reformas: la ley de repoblación interior (1907)
y un plan de embalses para triplicar los regadíos, pero faltaron créditos, que sí que hubo para
reconstruir la Marina. Más decisivo fue el Instituto Nacional de Previsión (1908), embrión de un
sistema público de protección social. También se creaba el Ministerio de Educación, el Estado
asumía el pago a los maestros, y en 1907 nacía la Junta para Ampliación de Estudios,
órgano de investigaciones científicas, presidido por S. Ramón y Cajal, partida de nacimiento
de una comunidad científica equiparable a Europa. Eran iniciativas adoptadas por influjo de los
institucionistas, aquellos que seguían los principios con que Giner de los Ríos había fundado
la Institución Libre de Enseñanza; eran los principios de la revolución de 1868 (democracia,
laicismo, libre pensamiento, reformas sociales) y que recibían nuevos argumentos desde los
socialistas de cátedra. Además, del seno del movimiento obrero también surgieron iniciativas
de educación y emancipación cultural; así las “escuelas modernas” de los anarquistas y las
“casas del pueblo” de los socialistas.
En 1909, en toda España, en el mes de julio tuvo lugar una “semana trágica” por la
sangre que corrió una vez más contra las quintas y contra una guerra colonial que no se veía
como propia. Tras perderse Cuba y Filipinas, se rescataron argumentos históricos para
justificar la expansión por el norte de África. La lógica resistencia marroquí exigió el envío de
crecientes remesas de soldados, y en 1909 mujeres y hombres, sobre los raíles del tren,
impiden la salida de las tropas en distintas ciudades, pero en Barcelona se incendian
conventos y se adueñan de la ciudad. La demagogia anticlerical hizo famoso desde ahora a
Lerroux. Maura, que pensaba regenerar la política, declaró el estado de sitio en todo el país, y
miles de detenidos fueron juzgados por consejos de guerra, entre ellos el inspirador de las
“escuelas modernas” anarquistas, Ferrer i Guardia. Se le fusiló sin escuchar las voces de
indulto que clamaron por toda Europa. Maura tuvo que dimitir. Ganó entonces las elecciones
Canalejas, quien acometió importantes reformas: la obligatoriedad del servicio militar, aunque
creó el “soldado de cuota”, el control de las órdenes religiosas para frenar el anticlericalismo,
la creación de la Mancomunidad para Cataluña, y el impulso a la enseñanza primaria. Fue
asesinado en 1912 y desde entonces los partidos dinásticos -el liberal y el conservador- se
fraccionaron, sin capacidad para encauzar la política hacia planteamientos democráticos y
sociales. Crecía así la fuerza de republicanos y socialistas (éstos ya con escaños en las
Cortes), mientras los anarquistas lograban unirse sindicalmente como CNT desde 1911.
Cuando en 1914 se declara la guerra en Europa, España mantuvo una neutralidad
beneficiosa para el crecimiento económico, con una expansión notoria de las exportaciones, a
lo que se añadiría el proteccionismo industrial promovido por Cambó, líder de la Lliga de
Cataluña y ministro en Madrid. La coyuntura de beneficios capitalistas, sin embargo, no hizo
sino agudizar las reivindicaciones, ahora también de clases medias (funcionarios, militares...),
que coincidieron con la convocatoria en 1917 de una huelga general promovida por la UGT
(con más de cien mil afiliados), con el apoyo del PSOE y parte de la CNT. Exigieron una
Asamblea constituyente para regenerar el régimen político, pero el gobierno de Dato
respondió con la represión: casi cuatrocientos trabajadores, en su mayoría del norte minero,
murieron bajo las tropas.
Se iniciaba la descomposición de un régimen cuyos gobiernos eran inestables por las
propias intromisiones del rey, obsesionado con las vicisitudes bélicas en Marruecos. Además,
las fuerzas nacionalistas adquirían cada vez más peso en Cataluña y en Euskadi, a la vez que
emergían otros nacionalismos como el gallego, el valenciano y el andaluz, aunque con
distintos calados. Por otra parte, la investigación en las Cortes de la muerte de miles de
soldados en Annual (1921) por incapacidad de un generalato protegido por el rey, así como el
recrudecimiento de la violencia social (terrorismo patronal contra terrorismo anarquista), fueron
los pretextos para que, en 1923, el general Primo de Rivera se pidiera el poder y el rey,
orillando la Constitución, aprobase el golpe de Estado. Tuvo apoyos (de la burguesía catalana,
de entre los partidos dinásticos, de personalidades como Ortega) en un primer momento para
gobernar sin partidos ni Constitución. Pero el dictador intentó, a semejanza de Mussolini, un
partido único, la Unión patriótica, y la organización corporativa de la economía, según el
modelo fascista, sin lograr el respaldo social, aunque colaborase la UGT de Largo Caballero.
Nacionalizó sectores claves económicos (petróleo de CAMPSA y Compañía Telefónica
Nacional), pero la bancarrota por mala gestión monetaria impidió el plan de obras públicas.
Amparó la corrupción (el contrabandista Juan March), y a pesar de haber pacificado
Marruecos en coordinación con Francia, la falta de libertades, junto con su talante tabernario,
laminaron al dictador. Se levantaron los artilleros dentro del propio ejército, se le opuso la
Universidad, con la figura de Unamuno a la cabeza, los republicanos conspiraban, y
resurgieron las huelgas obreras... En 1930 renunció el dictador y el rey encomendó el
gobierno sucesivamente al general Berenguer, implicado en el desastre de Annual, y al
almirante Aznar. Incluso hubo monárquicos que ya dirigían su acusación al rey e invitaban a
pasarse al republicanismo.
En este ambiente, en abril de 1931 se restablecen las libertades para celebrar
elecciones municipales. El PSOE, la UGT y los republicanos constituyeron un bloque electoral.
En Cataluña se formó la Esquerra de Catalunya, partido catalanista, radical-democrático, con
Macià al frente. Por su parte, los partidos monárquicos se aliaron con la Lliga Catalana. La
CNT y el incipiente PCE se abstenían. En las ciudades ganaron las listas republicanosocialistas. Una espontánea fiesta popular lanzó el día 14 a miles de gentes a las calles,
ondearon las banderas republicanas y sólo quedó al rey la abdicación.
*La Segunda República (1931-1939). Un gobierno provisional, presidido por Alcalá Zamora,
con republicanos de distintas ideologías y con socialistas, establece las libertades y derechos
democráticos que se plasman, tras la celebración de elecciones a Cortes, en la Constitución
de 1931. En el nuevo texto se proclama la igualdad de la mujer, con derecho a voto desde
entonces. Se reconoce, desde la soberanía nacional, la autonomía regional para articular la
pluralidad dentro del Estado. Se delimita la independencia entre un poder ejecutivo nombrado
por el Presidente de la República, y un legislativo de Cámara única elegida por sufragio
universal, igual que los ayuntamientos. Se definía al Estado como laico, se suprimía el pago
del culto y las ayudas a las órdenes religiosas, impidiéndoles la enseñanza reglada, al
definirse como competencia estatal. Se sometían las riquezas al interés de la economía
nacional y, en su caso, la expropiación se haría con indemnización. Se abolían las
jurisdicciones especiales, como la militar que se ejercía sobre personas civiles desde 1906, se
extendía el jurado y se culminaba el sistema jurídico-político con la novedad del Tribunal de
Garantías Constitucionales. Mientras tanto, el gobierno establecía los jurados mixtos, con
patronos y obreros en paridad, y decretaba la obligación para los latifundistas tanto de cultivar
las tierras, so pena de expropiación, como de emplear a jornaleros del mismo término
municipal. Además, se reformaba la carga insostenible de un ejército hipertrofiado, y se
establecía la libertad de culto, hechos que, junto al pánico provocado por una quema de
conventos enigmática en una realización tan sincronizada, fueron pretextos para empezar ya
las conspiraciones.
Así, en agosto de 1932, se intentó un golpe monárquico con Sanjurjo, financiado por
los latifundistas. Pero además el gobierno formado por Azaña en coalición con los socialistas,
tuvo que vérselas con los anarquistas de la CNT-FAI con la huelga general revolucionaria
como táctica permanente y con conflictos que derivaban en choques violentos, de modo que
sucesos como los de Castilblanco, Arnedo y el tan debatido de Casas Viejas minaron la tarea
de la coalición de gobierno, hasta el punto de perder las elecciones en noviembre de 1933. En
el haber de la coalición quedaban, entre otras reformas, el plan de obras públicas y las leyes
sobre la enseñanza, la reforma agraria y para el Estatuto de Cataluña.
La educación se convirtió, al fin, en prioridad política. La reforma agraria trató de
resolver un conflicto abierto en las Cortes de Cádiz y con muchas décadas de desesperación
sobre las espaldas del campesinado. Y el Estatuto catalán alumbraba fórmulas para la
convivencia en un Estado con distintas nacionalidades. La Generalitat se convertía así en
referente de legalidad democrática y Cataluña comenzaba su andadura de autogobierno. Sin
embargo, cuando ganan las derechas en noviembre de 1933 (la recién constituida CEDA bajo
la jefatura de Gil Robles, y los radicales de Lerroux), se frenan las reformas, sobre todo la
agraria, se concede amnistía a los saboteadores monárquicos (Sanjurjo y March, entre ellos) y
se veta la ley de la Generalitat favorable a los rabassaires (arrendadores).
La CEDA, en definitiva, era una coalición de fuerzas antirrepublicanas, con un
programa de excesivas semejanzas a la dictadura del austriaco Dollfuss. Así, temiendo el
ascenso de Gil Robles, al modo en que lo hizo Hitler en Alemania, y fruto de la impaciencia
por la revolución social, la UGT y sectores de la CNT se lanzaron en octubre de 1934 a una
huelga general revolucionaria que adquirió especial virulencia en Cataluña y Asturias. La
represión se le encomendó a la legión extranjera mandada por Franco, quien pasó de
inmediato a ser el segundo de Gil Robles en el ministerio de guerra. Tras la sangrienta
represión militar, hubo decenas de miles de prisioneros que no cupieron en las cárceles, y se
sentenció con penas de muerte a los líderes sindicales y al presidente y consellers de la
Generalitat (disuelta por haberse rebelado contra el gobierno que boicoteaba la autonomía
legislativa). Se reagruparon entonces las izquierdas como “Frente Popular”, con republicanos,
socialistas y comunistas, y quedaba la CNT apoyando desde fuera.
Con el escándalo del Straperlo (o Estraperlo) 5 se disgregó al partido de Lerroux, se
adelantaron las elecciones a febrero de 1936 y ganó el Frente Popular. Dentro de éste, fueron
los republicanos los que gobernaron, sin los socialistas, para no asustar a las derechas. Se
restableció la Generalitat y se reiniciaron las reformas paralizadas por la derecha. Se
acordaron Estatutos para Galicia y el País Vasco, y Azaña pasó a ocupar la Presidencia de la
República. Sin embargo, ya las conspiraciones de monárquicos, fascistas y grandes
propietarios eran cada vez más insolentes, hasta que se produjo la insurrección sincronizada
de militares en todas las capitales. La respuesta popular, hombres y mujeres tomando las
armas y los sindicatos organizando milicias, impidió el triunfo rebelde en gran parte de las
ciudades. Pero se escindió el territorio en dos zonas que entraron así en una guerra no
prevista.
El bando rebelde contó con la decisiva ayuda militar y económica de Hitler y Mussolini,
los bombardeos de la aviación alemana mostraron su trágica eficacia en Guernica, mientras
que el gobierno, al carecer del apoyo de las potencias democráticas, tuvo que recurrir a la
URSS de Stalin para lograr aprovisionamientos militares. La guerra duró tres años, a pesar de
las propuestas del presidente Azaña de encontrar fórmulas para finalizarla, bajo el control de
las potencias democráticas. El bando de Franco no quiso, sólo tenía como meta arrasar con lo
que consideraba la “anti-España”. Los rebeldes no dieron lugar a la transacción, los obreros,
5
Se trata de un sistema para trucar la ruleta del Casino de San Sebastián, en el que están complicados un
hijo adoptivo de Lerroux, y dos individuos austriacos que se llamaban Straus y Perlo. Esta palabra quedará
para siempre como sinónimo de estafa, engaño, o venta a precios abusivos.
por defender sus derechos, o los intelectuales, por comprometerse con la democracia (García
Lorca) ya eran enemigos de la patria, y se les fusilaba. Esto desencadenó una espiral de
idénticas violencias en la zona republicana. Además, el apoyo de los obispos a Franco hizo de
la guerra una “cruzada religiosa contra el infiel”. Por eso, ni las Brigadas Internacionales, ni la
heroica resistencia de un pueblo como el madrileño, ni la reorganización de las milicias en un
Ejército Popular sirvieron para frenar unas tropas bien aprovisionadas que, férreamente
dirigidas por Franco, entraban en las poblaciones fusilando y encarcelando. Mientras, en los
territorios republicanos los sindicatos UGT y CNT impulsaban las colectivizaciones
económicas y adquirían un protagonismo que chocaba con los sucesivos gobiernos. Esto
mermó las energías del bando republicano. Los avances de Franco y el reconocimiento por
Francia e Inglaterra de su gobierno dieron fin a la legalidad republicana.
*La dictadura de Franco (1939-1975). Represión y totalitarismo definen los primeros años.
Se declararon delictivos, con carácter retroactivo, los partidos y los sindicatos, se confiscaron
sus bienes y se sometía la disidencia a tribunales militares. Al medio millón de muertos en
guerra, se añadió el terror de miles de fusilamientos porque hasta 1948 no se levantó el
estado de guerra. El 90% de la intelectualidad se exilió, se depuró el cuerpo de maestros y se
cercenó el despegue cultural de las décadas anteriores. Se organizó un Estado totalitario
militarizado, con el partido único de falangistas y carlistas bajo Franco, proclamado caudillo, y
con unas Cortes designadas corporativamente, sin más capacidad que la de aprobar las
iniciativas del propio dictador, responsable de sus actos sólo “ante Dios y la Historia”. La
iglesia católica participó de lleno imponiendo que toda España se doblegase al dogma, la
moral y el derecho eclesiásticos. El retroceso económico que supuso la guerra, el aislamiento
de un régimen aliado de las potencias fascistas y las pretensiones nacionalistas de unos
militares y falangistas autárquicos, llevaron al racionamiento, al hambre y al fracaso. Sólo el
anticomunismo de la dictadura sirvió de puente para lograr, con la bendición del Vaticano, el
reconocimiento y el apoyo de los Estados Unidos (1953) y luego de la ONU. La ayuda
americana, aunque no decisiva, permitió cierto despegue económico y favoreció el ascenso de
tecnócratas partidarios de un capitalismo acorde con el ritmo internacional, y dispuestos a
sacar la economía de las fantasías falangistas y de la angostura de oligarquías
decimonónicas.
Así se llegó a otra fase de la dictadura, la de estabilización neocapitalista (1957-1959)
la de los planes desarrollo (1960-1975). En estos años fueron los autócratas del Opus Dei
quienes controlaron los resortes claves, frente a los falangistas, que se recluyeron en los
sindicatos. Se contó con el respaldo de los créditos del FMI, de la OECE y del gobierno
norteamericano, con las inversiones extranjeras (al liberalizarse el comercio exterior) y con las
remesas de divisas del turismo y de los emigrantes. Por lo demás, la emigración constituyó el
fenómeno social más transformador. Al corazón de Europa marcharon casi dos millones de
españoles que aliviaron el paro y subieron el nivel de vida de sus familias, pero también hubo
una emigración interna del campo a la ciudad -más de cuatro millones de personas- forzada
por la necesaria mecanización y modernización agrícola y que surtió de mano de obra al
crecimiento de las zonas industriales.
Se cambió radicalmente la demografía española. Más de dos tercios viven desde
entonces en zonas urbanas. La ocupación industrial y el sector de servicios superaron al
sector primario. A esto se añaden los programas de obras públicas en infraestructuras, cortos,
sin embargo, en previsiones de futuro. Las desigualdades sociales cambian, por los demás, de
signo. Emergen extensos barrios urbanos de trabajadores y una creciente clase media,
aunque todavía en 1970 el 80% de las familias españolas tenían un nivel de ingresos inferior a
la media nacional, dato elocuente sobre las desigualdades sin resolver, aunque la dictadura
pregonase el “milagro económico”. Y eso sin contar con los cientos de pueblos vacíos y con
el enorme desequilibrio que se produjo entre zonas desarrolladas y otras radicalmente
empobrecidas.
La oposición, por su parte, lograba captar nuevos apoyos en tales medios urbanos.
Antes, en la década de los cuarenta se había mantenido una guerrilla antifranquista en las
comarcas montañosas, liquidada físicamente. Desde los cincuenta el PCE adquirió un
protagonismo indiscutible en el interior, y su acción y organización en los años sesenta sirvió
para estructurar una sólida oposición al franquismo. Los trabajadores rompieron desde dentro
el sindicato único, en manos de falangistas, creando las “Comisiones Obreras”; la universidad
exigió libertad e hizo de onda expansiva en cada ciudad; sectores del clero, en sintonía con el
Vaticano II, se desmarcaron de la jerarquía y apoyaron las demandas sociales; en definitiva, la
dictadura se resquebrajaba desde dentro, con el PCE como partícipe activo en cualquier
protesta.
En octubre de 1975, con el dictador agonizando, se constituyó, al fin, la unión de
fuerzas democráticas con los partidos comunistas y socialistas al frente. Junto con los
reformistas surgidos de las élites franquistas, llevaron a cabo una transición política que se ha
calificado de modélica, por más que el terrorismo de la ETA pusiera en peligro más de una vez
el proceso. La ETA había surgido como escisión nacionalista vasca en los años sesenta y dió
su mayor aldabonazo al matar a Carrero, el más cercano colaborador de Franco y presidente
del gobierno.
3.- España, país democrático, desarrollado y europeo (1975-1999).
La transición a la democracia resultó exitosa gracias, ante todo, a la serenidad de un
pueblo esperanzado en una convivencia libre, a la generosidad de las izquierdas que no
exigieron ajuste de cuentas, y a la flexibilidad de unos dirigentes políticos entre los que es
justo destacar a Adolfo Suárez, presidente del gobierno y negociador ejemplar, a Santiago
Carrillo, líder del PCE, decisivo para encauzar la izquierda, y a Felipe González, expresión de
las aspiraciones de las nuevas clases medias y trabajadoras. Los pactos de la Moncloa de
1977 y la Constitución de 1978 fueron modelos de consenso de la transición e hitos que
inician una nueva etapa en España. Se realizaron elecciones libres a Cortes en junio de 1977
y los resultados obligaron a ser Cortes constituyentes de hecho. Se concedió amnistía política
para presos y exiliados antifranquistas, se restableció la Generalitat de Cataluña, con
Tarradellas al frente; el PCE renunció al leninismo y a la “dictadura del proletariado”, se
aprobó por referéndum la Constitución, en un año con 88 víctimas del terrorismo de ETA (en
su mayoría de las fuerzas del orden público), y en 1979 se celebraban, por fin, elecciones
municipales que ganó la izquierda, con el pacto de socialistas y comunistas. Los socialistas
renunciaban, por su parte, al marxismo, se refrendaban los Estatutos de Autonomía de
Cataluña y País Vasco y se iniciaba, gracias al título VIII de la Constitución, la organización
autonómica del Estado. Ésta era una de las novedades constitucionales más relevantes, un
“Estado de las Autonomías” que combinaba las exigencias de las nacionalidades históricas
con la descentralización democrática del poder en distintos niveles competenciales. Un
modelo entre lo federal y lo administrativo cuya evolución aún está en marcha.
Por otra parte, se definía también al Estado como “democrático y social de derecho”, lo
que ha permitido exigir medidas propias de un Estado de bienestar. Tal fue la tarea que se
inició con los pactos de la Moncloa, impulsando el gasto público y una fiscalidad progresiva.
En efecto, Adolfo Suárez repitió victoria electoral en 1979 y prosiguió la normalización
democrática. Se aprobaron el Estatuto del Trabajador y el Estatuto de Centros docentes, se
negoció la entrada en la CEE (Comunidad Económica Europea) y se solicitó el ingreso en la
OTAN. La violencia persistente de la ETA y las diferencias internas en el partido gobernante,
la UCD, que llevaron a Suárez a la dimisión, sirvieron de excusas a militares golpistas para
intentar hacerse con el poder en febrero de 1981. Desde ese momento, sólo el PSOE
mostraba suficiente energía para sacar el país de una crisis económica iniciada en 1973, que
se agudizaba con un inflación anual del 14% y un paro creciente por la crisis internacional y la
vuelta de emigrantes de Europa. Así, en octubre de 1982 el triunfo del PSOE fue arrollador y
esperanzador y demostró la fortaleza institucional de la joven democracia. El PSOE, dirigido
por Felipe González, tuvo que arreglar ante todo la crisis económica con reajustes drásticos
para solventar las deficiencias de un marco productivo con notorias carencias tecnológicas, de
baja competitividad, y con una deficiente ordenación del sector energético, además de visibles
retrasos en equipamientos e infraestructuras.
El papel de los dos grandes sindicatos, la UGT y CC.OO., fue decisivo en la conquista
de derechos y en la negociación de reestructuraciones económicas decisivas para modernizar
la competitividad y productividad de las empresas. Así, los catorce años de gobiernos
socialistas, de 1982 a 1996, se pueden calificar como la construcción del Estado de bienestar,
sin olvidar el decisivo empuje que significó la impresionante huelga general del 14 de
diciembre de 1988, convocada por CC.OO. y UGT. De este modo se universalizaron por
primera vez en España tres derechos básicos. El derecho a la salud, con un extenso sistema
sanitario, el derecho a la protección social para cubrir un alto porcentaje de parados,
jubilaciones, pensiones no contributivas y asistenciales e ingresos mínimos para los sin
recursos, y el derecho a la educación hasta los 16 años, situándose además entre los cuatro
primeros países en porcentaje de universitarios. Esto ha cambiado radicalmente la estructura
del gasto público, desde el que además se ha impulsado la modernización de las
infraestructuras (red de autovías, nuevos puertos y aeropuertos, embalses, renovación
ferroviaria, planes de cercanías en conurbaciones, etc.) para acomodar el crecimiento
económico a las demandas de la población y a las innovaciones tecnológicas.
Simultáneamente los españoles multiplicaban por más de dos su renta per capita, se
incrementó la población activa con la novedad de una mayor incorporación de las mujeres, y
de ser un país con excedente migratorio muy alto, se pasó a ser receptor de emigrantes. Y
esto sin dejar de controlar la inflación, que se redujo a niveles de media europea para entrar
en la Unión Monetaria, y con una fiscalidad cuya progresividad social todavía no llega a la
media europea. La Agencia Tributaria como referente ciudadano era un hecho nuevo. Como
también lo ha sido la normalización internacional de España con la adhesión a la Comunidad
Europea (junio de 1985), y la ratificación por referéndum del ingreso en la OTAN (marzo de
1986).
España pasó del aislamiento de una dictadura a presidir la OTAN. Mientras, se iniciaba
la andadura de los gobiernos autonómicos, con distintas atribuciones. En la mayoría, ganaron
las elecciones los socialistas, y en Cataluña ha ganado siempre Convèrgencia i Unió, liderada
por Pujol. El desarrollo de la estructura competencial autonómica está en desarrollo, con la
peculiaridad de una ETA que desde el País Vasco persiste en la violencia. Por lo demás, se
rebajaron las distancias entre Comunidades ricas y pobres, gracias a los mecanismos de
protección social, y al apoyo de los fondos europeos sobre todo para las rentas agrarias y para
las comarcas atrasadas.
Tal situación entró en otras perspectivas, cuando la corrupción de algunos cargos
socialistas y el juicio contra los responsables de política interior por su connivencia en la
llamada “guerra sucia” contra ETA, llevaron al poder (gobierno central y doce gobiernos
autonómicos) a una derecha renovada en imagen y propuestas. Desde 1996, el Partido
Popular de José Mª Aznar gobernó en alianza con los nacionalistas vascos y catalanes (PNV y
CiU), asumiendo la meta de converger en la Unión Europea, privatizar las empresas estatales
y estimular los empleos temporales para frenar el paro. Todo ello sin tocar lo básico del
Estado de Bienestar existente. El hecho es que el 1 de enero de 1999 murió la peseta, aquella
unidad monetaria nacional creada en 1868 cuando culminaba la revolución burguesa. Dato
significativo para comprender que empieza otra historia.
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