La gata que quería volver a casa

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La gata que quería volver a casa
1. Un cesto poco corriente
Suzy era una gatita atigrada. Tenía unos bigotes blancos, tiesos y
almidonados, y en las patas calcetines a rayas como los de un futbolista.
Suzy vivía en la casa de un pescador, en un pueblecito costero de
Francia. El pescador tenía cuatro hijos: Pedro de diez años, Enrique de
ocho, Pablo de seis y Gaby de cuatro. Cuando se ponían en fila, parecían
los peldaños de una escalera.
Los niños jugaban con Suzy y la llevaban siempre con ellos a todas
partes.
Pedro, el mayor, hizo a Suzy un afilador enrollando un trozo de
alfombra vieja a una pata de la mesa de la cocina. Así Suzy podía afilarse
las uñas siempre que quisiera.
Enrique conocía muy bien en qué parte de la tripa salpicada de
lunares tenía Suzy más cosquillas. Y Enrique sabía hacer cosquillas con
mucha habilidad.
Pablo había hecho a Suzy un juguete, que consistía en una bola de
papel atada a una larga cuerda. Pablo arrastraba la bola por el suelo para
que la gata la cazase. Como Suzy corría muy deprisa, pronto alcanzaba a
Pablo y daba zarpazos a la pelota de papel una y otra vez. Pablo tenía que
pararse para recobrar aliento y entonces, tirando de la cuerda, levantaba
la pelota por encima de la cabeza de Suzy, que brincaba y saltaba para
cogerla. Cuando la gata estaba a punto de tocar la pelota, Pablo tiraba de
nuevo de la cuerda. Sí, Pablo era muy divertido.
Pero Gaby, el más pequeño, era el mejor. Suzy le adoraba por una
sencilla razón. Gaby desconocía la manera apropiada de acariciar a un
gato. A la mayoría de los gatos les gusta que les acaricien de la cabeza a la
cola, o sea, en el sentido del pelo. Pero Gaby siempre atusaba a Suzy a
contrapelo, de la cola a la cabeza, y a Suzy eso le encantaba. Se retorcía de
gusto bajo la mano del niño, ronroneando como una máquina de coser y
pidiéndole que lo hiciera otra vez y otra. Aquello le gustaba más que nada
del mundo. Sí, más que comer pescado, y eso que a Suzy le gustaba
muchísimo el pescado, que era lo que tomaba a diario de almuerzo y de
cena.
Los niños solían ayudar a su padre cuando éste volvía a casa en su
barca con la pesca del día. Todos los días le esperaban en el muelle Pedro,
Enrique, Pablo y Gaby y también Suzy. Ella sabía que le darían el pescado
que era demasiado pequeño para ser puesto a la venta. Siempre había
algo para Suzy, hasta cuando la pesca no había sido demasiado buena. Si
pesca, y Suzy nadó hacia el sitio donde le había visto antes.
La niña hacía señales con los brazos a los niños del pesquero
señalándoles a Suzy.
—¡Gato al agua! —les gritaba.
Los demás niños del ferry se unieron a sus gritos:
—¡Gato al agua!
Los niños del pesquero francés no entendían, pero miraron hacia
donde apuntaban los niños del ferry, y le dijeron a su padre que virara
hacia aquel punto.
Finalmente, en un momento de calma entre dos olas, vieron algo que
se movía. A los pocos segundos Suzy era izada a bordo en un cubo.
Aunque el ferry se había alejado ya un poco, pudieron oírse los
aplausos de los niños, que se alegraban de que Suzy estuviera a salvo y
decían adiós con la mano.
Suzy estaba más que a salvo: estaba feliz, ronroneando dentro del
cubo como el motor de un barco.
—Es un gato —dijo Pedro—. Un gato nadador.
—Atigrado —dijo Enrique.
—Con medias de futbolista —dijo Pablo.
—¡Es Suzy! —dijo Gaby, sacándola con cuidado del cubo y
abrazándola—. Sabía que volvería.
*
Aquella noche en Inglaterra, tía Chon empezaba a preocuparse.
—¿Dónde se habrá metido? —se preguntaba en voz alta—. Hasta
ahora nunca se quedó sin cenar.
Jill Tomlinson
La gata que quería volver a casa
Valladolid, Editorial Miñón, 1981
—No —dijo el marinero—. Nunca llevamos gatos a bordo. Es un
polizón.
Intentó coger a Suzy, pero ésta se escabulló. El marinero tenía cara de
pocos amigos y salió en su persecución por escaleras, corredores, el
comedor, el almacén, más escaleras y de nuevo cubierta.
Los niños se unieron al marinero: ¡era un juego la mar de divertido!
¡Pobre Suzy! ¡Ahora que estaba tan cerca de casa! Pero nada la
detendría. Se escondería. Pero ¿dónde? La pandilla de niños se acercaba
entre risas y chillidos.
Entonces vio el mástil. Trepó a él como una ardilla hasta que estuvo
en lo más alto. Allí nadie podría cogerla.
—La haré bajar —dijo el marinero resollando. Y se fue a buscar una
escala.
Suzy miró alrededor desesperadamente. Francia estaba cada vez más
cerca: Francia y su hogar.
Entonces vio otra cosa. En el mar, delante de ellos, faenaba un
pesquero francés.
Y sobre la cubierta había cuatro niños de pie, que parecían los
peldaños de una escalera.
¡Era la familia de Suzy! Tenía que serlo.
—¡Fuera de aquí! —gritaba el marinero a los niños, apartándolos del
pie del mástil. Llevaba una escala.
Pero a Suzy no le importaba ya. Saltó a cubierta por encima de la
cabeza del marinero, corrió a la barandilla, se subió a ella y... se tiró al
agua.
—¡Oooooh! —exclamaron todos los que seguían la escena.
—¡Se va a ahogar! —chilló la niña —. ¡Rápido, que alguien la salve!
Pero Suzy no se ahogó. Al principio le pareció hundirse en lo más
hondo de aquellas verdes aguas pero luego, agitando con fuerza sus patas,
logró salir a la superficie como un corcho y empezó a nadar.
A un lado se alzaba el costado del ferry con la barandilla bordeada de
cabezas que miraban a Suzy. Las olas no dejaban a ésta ver el barco de
los chicos no la obligaran a hacer ejercicio, se habría puesto muy gorda.
Suzy detestaba que los niños estuviesen en la escuela. Durante ese
tiempo no tenía a nadie con quien jugar, nadie que bambolease encima de
su cabeza una pelota de papel o le diese ocasión de subirse a los árboles.
Así que daba vueltas y correteaba sola por el muelle o se iba a explorar por
su cuenta los campos de detrás del pueblo.
Un día en que andaba cazando mariposas por el campo, casi se dio de
bruces contra un gran cesto. Para Suzy los cestos eran un objeto familiar —
había montones de ellos en el puerto —, pero éste era mucho más grande
que todos los que había visto hasta entonces. Llena de curiosidad, se subió
al borde del cesto y se asomó a su interior. Aquel cesto era tan grande que
tenía en su fondo un taburete de madera. Y debajo del taburete había una
sombra deliciosa.
Era un día muy caluroso. Suzy decidió echarse allí una siestecita. Saltó
suavemente dentro del cesto y se tumbó bajo el taburete metiendo el
hocico entre el rabo. Así enroscada parecía un enorme y peludo caracol.
Muy pronto Suzy dormía profundamente.
Cuando despertó, notó algo muy peculiar. El cesto parecía
balancearse de un lado a otro arrullándola. De un brinco Suzy se subió al
borde, dispuesta a saltar hacia afuera, pero cambió inmediatamente de
decisión al mirar desde lo alto. El suelo se encontraba lejos, muy lejos allá
abajo, demasiado lejos para lanzarse a él. Al ver que el cesto temblaba otra
vez, se sujetó fuertemente agarrándose con las uñas a una cuerda.
¿Cuerdas? No recordaba haberlas visto cuando trepó al cesto. Miró
hacia arriba. Las cuerdas estaban sujetas a un enorme globo, un globo
descomunal. ¡Suzy se elevaba volando por el cielo en un cesto suspendido
de un globo!
¡Pobre Suzy! Se deslizó hacia abajo y se acurrucó en el suelo,
temblando de miedo.
Entonces sintió una mano suave sobre el lomo y, al mirar hacia arriba,
se encontró con que había un hombre con ella dentro del cesto.
—Hola, gatita —dijo —. Yo no te había invitado, pero ahora es
demasiado tarde para devolverte a tierra. Tendrás que venirte conmigo a
Inglaterra.
Suzy no sabía dónde estaba Inglaterra, pero sí sabía que ella no
quería ir allí. Quería quedarse en Francia, en su pequeña aldea de
pescadores, con los niños.
—Chez moi —gimió. Aquello sonó algo así como «she mua»: Suzy
estaba diciendo en francés que quería volver a casa.
Pero el hombre maniobraba con su globo, que se tambaleaba
violentamente, y estaba demasiado ocupado para hacer caso a su pequeña
pasajera.
Así Suzy volaba en globo sobre el mar entre Francia e Inglaterra. Le
fastidiaba el continuo bamboleo de aquel artefacto. Pero lo peor era ver
desaparecer la costa de Francia: Francia y con ella Pedro, Enrique, Pablo y
Gaby; Francia y todo lo que Suzy conocía y amaba.
—Chez moi — repetía gimiendo, pero nadie la escuchaba.
Grandes nubes como blancas bolas infladas navegaban por debajo de
ellos y, mucho más abajo, en el mar, barcos que parecían de juguete. El
espectáculo era realmente interesante y bello, pero Suzy no estaba en
condiciones de apreciarlo. No podía apartar de su mente el pensamiento
de cómo podría atravesar aquella enorme superficie de agua para regresar
a casa.
Aterrizaron en Inglaterra con un gran golpetazo. Suzy no se dio
cuenta de que estaban de nuevo en tierra porque durante el trayecto final
había mantenido los ojos fuertemente cerrados. Pronto saltó de la cesta y
echó a correr. Toda prisa le parecía poca para alejarse del globo aquel.
Estaba muerta de hambre. Se dirigió corriendo hacia donde olía a
pescado. Pero el olor venía del mar y allí ni había peces ni barcos de pesca.
Era una ciudad de la costa inglesa que no se parecía en nada a su
pueblecito.
Frente al mar había una gran explanada de cemento, con escaleras
que bajaban hasta la playa.
¡Pobre Suzy! Se sentó en las escaleras mirando tristísima a las olas.
Francia. ¡Por fin volvía a casa! Feliz con este pensamiento, se acomodó
sobre unos bultos y fardos que encontró bajando por otro corredor y se
quedó dormida.
8. Por fin en casa
Al despertar subió de nuevo a cubierta para ver desde proa si se
divisaba ya Francia.
Una niña vino a sentarse a su lado.
—¿Eres el gato del barco? —le preguntó.
—Chez moi — respondió Suzy.
—¡Qué maullido tan gracioso! —exclamó la niña —. Mira, Robert, he
encontrado al gato del barco, que tiene un maullido muy gracioso.
Escucha.
Pero Suzy no dijo nada más. Ya les había explicado adónde iba.
—Quizá le guste un sandwich de sardinas —dijo Robert.
A Suzy le gustó. Se lo comió sin dejar ni resto y dijo limpiándose los
bigotes:
—Merci.
—¿Ves? Ya te he dicho que tenía un maullido muy gracioso —dijo la
niña a Robert.
Se acercaron otros muchos niños que se pusieron a hablar con Suzy,
pero ésta no se movió de proa, que era el sitio donde podía estar más
cerca de Francia.
Le pareció que el viaje duraba muchísimo, pero al fin se dibujó una
línea de tierra en el horizonte delante de ellos.
—¡Mirad, allí está Francia! — gritó la niña apuntando hacia la costa.
¡Francia! Suzy no podía creerlo. Pronto estaría en casa.
En aquel preciso momento pasó un marinero y vio a Suzy.
—¿Qué hace aquí este gato? —preguntó.
—Es el gato del barco —respondió la niña —. ¿No le conoces?
detrás de otros que hacían cola para embarcar en el ferry. A Suzy nunca se
le había ocurrido pensar que volvería a Francia en coche, pero parecía que
así iba a ser. Recorrió la cola buscando algún coche en el que pudiera
montarse sin ser vista.
Por fin encontró uno. La familia al que pertenecía había cargado en él
tanto equipaje que el maletero no se podía cerrar. Estaba medio abierto,
sujeto cautelosamente entre una maleta y una hamaca y halló un pequeño
espacio donde enroscarse. Los ocupantes del coche no notaron nada,
estando como estaban muy ocupados en consultar un mapa de Francia
para ver adónde iban a ir cuando estuviesen al otro lado del Canal.
El coche de Suzy avanzaba lentamente. De pronto se oyó un gran
ruido metálico: el coche bajaba por una rampa a la bodega del barco.
Estaba oscuro allí dentro, aunque había algunas luces. Suzy se estuvo
muy quietecita, un poco asustada de los golpes que la gente daba al cerrar
las puertas de sus coches. Había coches delante, detrás, a los lados, por
todas partes. Los portazos resonaban en los costados metálicos del barco.
La familia de Suzy salió del coche y desapareció por una pequeña
puerta lateral hacia la que se dirigía el resto de la gente.
Finalmente todo quedó en silencio. Suzy miró por la rendija del
maletero. No se veía a nadie, así que Suzy saltó de su escondite, se deslizó
entre las filas de coches y salió por la puerta por la que había desaparecido
su familia.
Oyó entonces un nuevo ruido: se detuvo a escuchar. Eran las
máquinas del barco. ¡Ya se marchaban!
Suzy subió unas escaleras muy empinadas, atravesó un corredor y
llegó a un gran salón en el que había mucha gente sentada a las mesas y
comiendo. Suzy pensó que aquel barco era como una casa. Descubrió más
escaleras. ¿Estarían arriba los dormitorios? Suzy trepó por ellas y se
encontró en la cubierta del barco a plena luz del sol.
Alrededor no había más que mar. Suzy se asomó a la barandilla: allá
al fondo, cada vez más pequeña, quedaba por fin la costa de Inglaterra.
Corrió hacia el otro extremo del barco, la proa, y se puso a mirar a
¿Cómo iba a volver a casa a través de toda aquella agua?
Afortunadamente pasó por allí una dama de la Sociedad Protectora
de Animales. Tenía la especialidad de encontrar casas para gatos
abandonados. Cogió a Suzy en brazos y la llevó a casa de una encantadora
anciana, llamada tía Chon.
—¿Podría usted ocuparse de esta gatita, tía Chon? —le preguntó la
dama de la Sociedad Protectora de Animales—. Nunca la había visto antes
por estos alrededores, debe de haberse perdido.
—Claro que sí, puede quedarse conmigo —respondió tía Chon—. Así
hará compañía a Biff.
Biff era el nuevo periquito de tía Chon, que estaba aprendiendo a
hablar.
—Hola, tía Chon —decía con su cascada voz.
Naturalmente, Suzy no entendía el inglés, pero sí comprendió que era
para ella un platito de leche que le pusieron delante y que lamió
rápidamente hasta la última gota. Como era una gata muy bien educada,
dijo:
—Merci.
(Palabra que en francés quiere decir «gracias».)
—¡Qué maullido tan gracioso tienes! —dijo tía Chon.
—Merci —repitió Biff.
—¡Oh, qué listo eres, Biff! —exclamó tía Chon.
—Listo Biff —coreó el periquito—. Merci.
Suzy durmió aquella noche en una vieja y confortable butaca. Tía
Chon le hizo caricias y Suzy ronroneó de placer. Ronroneaba en francés,
aunque el ronroneo suena igual en todo el mundo.
Pero aquello no era lo mismo que estar en casa. ¡Suzy echaba de
menos las caricias que Gaby le hacía a contrapelo!
2. Ir y volver no es bueno
Así fue como Suzy empezó a vivir con tía Chon y el periquito Biff.
A la mañana siguiente tía Chon sacó su triciclo para ir de compras. Era
un hermoso triciclo de enormes ruedas con un cestillo en la parte de atrás.
Tía Chon era demasiado mayor para montar en una bici sencilla.
Cuando Suzy la vio ponerse el sombrerito ante el espejo del
recibimiento y sujetárselo al moño con un agujón, sospechó que se
disponía a salir.
Tía Chon llevaba unos metros pedaleando calle abajo cuando de
pronto oyó un maullido detrás de ella.
—Chez moi —era la voz de Suzy.
Tía Chon hizo un brusco viraje y se detuvo en seco.
—¡Eh, gatita, me has asustado! ¿Qué haces ahí?
Pero Suzy no entendía.
—Chez moi —volvió a exclamar y se arrellanó poniéndose más
cómoda en el cestillo.
—Bien, puesto que quieres acompañarme, puedes venir conmigo —
dijo la tía Chon, pedaleando de nuevo—. Pero siéntate y ve calladita.
De este modo Suzy llegó cómodamente al paseo marítimo, montada
en el triciclo de tía Chon. Al ver otra vez el mar, se puso muy excitada.
Aquella sábana azul con encajes de espuma ribeteando las olas era el lazo
que la unía con Francia. ¡Deseaba tanto volver pronto a su hogar!
Tía Chon aparcó su triciclo ante la carnicería y, no bien hubo
desaparecido en su interior, Suzy saltó del cesto, cruzó la calle y bajó a la
playa. Había niños por todas partes, jugando con la arena y el agua igual
que los niños franceses. Suzy los sorteó ágilmente y corrió derecha hasta el
borde del agua. Tenía la esperanza de encontrar algún bote de pesca,
como el de sus dueños, pero allí no había nada que se le pareciera. Sólo
había bañistas y más bañistas saltando y salpicando en el agua. Estaba tan
embebida contemplando el mar en busca de alguna barca, que no se dio
cuenta de que las olas empezaban a bañarle las pezuñas.
—¡Oh, mira, un gatito chapoteando en la orilla! —dijo una niña a su
padre que estaba sentado en una hamaca leyendo el periódico.
nos veremos a la hora de cenar.
Y entró en la panadería.
Suzy cruzó corriendo la calzada. Acababa de ver algo familiar en la
otra acera. ¡Un marinero francés con su gorra de pompón rojo!
Y un marinero francés podía llevarla a un barco francés. Sin dudarlo,
Suzy se puso a seguirle.
El marinero caminaba a buen paso y Suzy tenía que correr para no
rezagarse. Al cabo de un rato, la acera por donde iban empezó a estar más
transitada y la gente que se cruzaba con ellos era cada vez más ruidosa.
Suzy comprendió que habían llegado a un gran puerto. Vio grúas y
malecones, mástiles y chimeneas de barcos.
¡Barcos! Suzy procuraba no distanciarse de su marinero. ¡Seguro que
él la conducía a un barco francés!
¡Pobre Suzy! El marinero no la condujo a un barco francés, sino que
entró en un gran edificio y desapareció. Suzy intentó seguirle, pero se lo
impedía una puerta giratoria que, cada vez que trataba de pasar por ella, la
arrojaba a la acera. Probó varias veces más, pero otras tantas fue
despedida.
Bueno, en realidad ahora ya no necesitaba al marinero, pues estaba
en un puerto. Uno de aquellos barcos tenía que ir a Francia.
Suzy se dirigió trotando por una amplia calzada hacia los muelles.
Pasaban numerosos coches que iban en la misma dirección. Uno de ellos
se detuvo cerca de Suzy y el conductor preguntó por la ventanilla a un
hombre de uniforme.
—¿El ferry con destino a Francia?
—Siga todo derecho —respondió el hombre—. Allí delante lo tiene
usted.
¡Francia! Suzy penso que no debía perder de vista a aquel coche.
Cuando éste se puso de nuevo en marcha, ella echó a correr. Era mucho
más difícil que seguir al marinero. Suzy corría y corría: le dolían las patitas
de tanto correr.
Estaba a punto de desistir de su empeño cuando el coche se paró
irse a la cama.
Antes de retirarse, tía Chon acarició a Suzy:
—Buenas noches —le dijo.
Suzy ronroneó.
Pero echaba de menos a Gaby y sus caricias a contrapelo.
7. ¿A casa en coche?
A la mañana siguiente tía Chon sacó su triciclo como de costumbre.
Suzy se metió en el cestillo, pero volvió a bajarse de un salto, entrando de
nuevo en la casa.
Tenía que decir adiós a Biff porque estaba segura de que aquel día iba
a regresar a Francia.
—Au revoir —le dijo en francés, que quiere decir adiós.
Biff ladeó la cabeza.
—Listo Biff —dijo—. Hola, tía Chon.
A Suzy le pareció que Biff no había entendido, pues cuando se dice
adiós a alguien, éste suele responder del mismo modo. Así que probó otra
vez:
—Au revoir.
Esta vez Biff sí que entendió.
—Au revoir —repitió—. Listo Biff. Au revoir.
Suzy salió corriendo y llegó justo a tiempo de alcanzar a tía Chon, que
ya estaba en la calle.
—Creí que habías decidido no acompañarme hoy —dijo tía Chon
parándose para que montara Suzy.
—Chez moi —maulló ésta.
—¡Vaya un maullido! — exclamó tía Chon.
Pedalearon hasta las tiendas del paseo marítimo. Tía Chon aparcó
delante de la panadería. Al bajarse del sillín se volvió para mirar a Suzy,
que ya estaba preparada para saltar del cestillo.
—¿Se puede saber adónde vas? —preguntó—. Bueno, supongo que
—Los gatos no chapotean, Carolina —dijo el padre—. Los gatos odian
el agua.
—Pues ése está chapoteando —dijo Carolina—. Voy a verle.
Dejó el cubo y la pala con los que estaba jugando y corrió hacia la
orilla.
Suzy se había ido un poco más lejos, pero era fácil encontrarla
siguiendo las huellas de sus patas en la arena.
—Gatito —dijo Carolina acariciando a Suzy. Suzy se estremeció y se
restregó ronroneando contra la mano de la niña.
—¡Qué mimosa eres! —dijo la niña levantando a la gata en vilo y
echándosela al hombro—. Ven, te voy a enseñar a papá. El no me cree que
te hayas mojado las patas.
La niña se encaminaba hacia donde estaba su padre cuando de
repente Suzy dio un salto y salió corriendo en dirección hacia unas rocas.
¡Había visto algo! Desde el hombro de Carolina podía ver mejor por
encima de las cabezas de los bañistas y estaba segura de que había
divisado una barca. ¡Una barca! ¡Por fin podría volver a casa!
Carolina intentó seguirla, pero Suzy era mucho más rápida. Además,
su padre se enfadaría si ella desaparecía sin haberle dicho adónde iba.
¡Qué pena! Ahora nunca creería que ella había visto a un gato meterse en
el agua.
Suzy llegó a las rocas y miró por detrás de ellas. ¡Sí! ¡Allí había una
barca! Era un bote de plástico muy pequeño, pero como no había otra
cosa tendría que servir. Un niño remaba dentro del botecillo cerca de las
rocas. Suzy trepó por su superficie cubierta de algas resbaladizas, para que
el niño pudiera verla, y fijó en él sus grandes ojos verdes.
—Chez moi —gritó esperanzada—. Chez moi.
El niño miró hacia arriba y se quedó sorprendido al descubrir a Suzy.
Nunca había visto a un gato en la playa.
—¿Qué quieres, gatito? Me figuro que no querrás dar un paseo.
Suzy respondió metiéndose de un brinco en el bote. Allí se hizo un
ovillo y esperó pacientemente. ¡Por fin emprendía el viaje de vuelta!
Pero, naturalmente, no era así. Nadie cruza el Canal en un bote de
juguete. Al niño sólo le dejaban navegar por las aguas poco profundas muy
cerquita de la costa. Al cabo de algunos minutos de ir y volver, sin alejarse
del mismo sitio, Suzy empezó a inquietarse. ¡Así no llegaría nunca a
Francia!
—Chez moi —volvió a insistir gimiendo. ¿Cómo no comprendía el niño
lo importante que era para ella volver a casa? — Chez moi.
—¿Qué, quieres bajarte ya? —le preguntó el niño—. De acuerdo,
espera un momento. Y acercó la canoa a una roca lisa. Cuando Suzy se dio
cuenta de que volvían a tierra, perdió toda esperanza de llegar a Francia
en aquel viaje, así que se dispuso a saltar.
—¡Ten cuidado con tus uñas! —gritó el niño de repente al ver que la
gata las clavaba en el plástico—. ¡Vas a pinchar la barca!
Demasiado tarde. Suzy no entendió lo que el niño le decía y saltó a la
roca dejando tras sí cuatro grupos de agujeritos por los que el aire
comenzó a escaparse con un sonoro silbido. No, las uñas no son buenas
para los botes de plástico.
El niño desembarcó también y arrastró el bote basta la orilla.
—Es la última vez que llevo un gato a bordo —gruñó sacando de una
bolsa el estudie de herramientas para reparar la embarcación.
El bote perdía aire por momentos y estaba completamente desinflado
cuando Suzy llegó a la carnicería.
El triciclo de tía Chon ya no estaba allí, pero Suzy recordaba el camino
que conducía a la casa de aquélla y hacia allí se encaminó.
—¿Dónde has estado, gatita? —le preguntó tía Chon al entrar.
—¿Dónde has estado, gatita? —repitió Biff con su cómica voz —. Listo
Biff.
—Sí, muy listo, Biff —dijo tía Chon—. Bueno, gatita, aquí tienes tu
comida.
Y le puso delante un platito con hígado.
Suzy se lo comió todo. No era pescado, pero estaba muy rico.
—Merci —dijo limpiándose los bigotes.
—A ver —dijo el primer oficial—. ¡Santo cielo! ¡El gato del almirante!
Tendremos que emerger.
—¿Un gato? —se extrañó el capitán.
—Sí —repuso el primer oficial—. El que nos pasó revista. Creí que el
almirante se lo había llevado con él. ¡Qué descuido! ¿Emergemos?
—Sí —suspiró el capitán—. Alguien tendrá que llevar a tierra a ese
animalito.
Así Suzy se vio de nuevo levantada lentamente por los aires, mientras
el barco volvía a aparecer sobre la superficie del agua.
¡Menos mal! pero, ¡qué barco tan raro, que subía y bajaba de
semejante manera! A Suzy no le gustaba nada todo aquello.
Así que no se enfadó demasiado cuando un marinero la bajó de allí y
la metió en un bote salvavidas. Este tenía un motor fuera borda y los llevó
rápidamente al muelle.
Antes de que el marinero tuviera tiempo de amarrar el bote, ya Suzy
había saltado a tierra y corría a casa de tía Chon.
—Ya empezaba a temer que te hubieras perdido en el mar — dijo tía
Chon al ver entrar a Suzy—. Casi me desgañito en la iglesia cantando
aquello de «Líbranos, Señor, de los peligros del mar».
Y esto último lo dijo cantando con voz trémula, siendo coreada por
Biff con voz más trémula todavía:
—De los peligros del mar... Listo Biff.
—Sí, muy listo, Biff —dijo tía Chon.
—Del mar, del mar. Listo Biff. Del mar —a Biff le gustaba cantar.
Tía Chon puso un plato de menudillos de pollo delante de Suzy, que
había estado en peligro de hundirse en el mar.
No era pescado, pero estaba muy rico, y Suzy se lo comió todo.
—Merci —dijo limpiándose los bigotes.
—¡Qué maullido tan gracioso! —dijo tía Chon.
—Merci —repitió Biff y volvió a cantar—: Del mar, del mar. Listo Biff.
Del mar.
Tía Chon y Suzy estaban más que hartas de aquel himno a la hora de
El almirante se contoneaba solemne ante las filas de marineros. Suzy,
decidida a no quedarse atrás, trotaba con no menos solemnidad detrás de
aquél, como si el pasar revista fuera algo que hiciera todos los días. La vista
al frente, el rabo erecto, levantando limpiamente sus patas con calcetines
a rayas, Suzy recorría la cubierta casi tan majestuosamente como el mismo
almirante, y eso que ella no tenía como él galones dorados.
Los marineros hacían esfuerzos para contener la risa. ¡No era cosa de
todos los días ver a un gato pasar revista!
Cuando ésta tocaba a su fin, Suzy empezó a impacientarse un poco.
¿A qué venía aquel paseo? ¿Por qué no se ponían en marcha de una vez
rumbo a Francia?
De pronto todo el mundo se puso a hacer algo. El almirante montó en
la motora para regresar a la costa. Suzy no quería de ningún modo volver,
así que corrió a ocultarse detrás de una especie de torrecilla.
Después de que hubo partido la embarcación del almirante, el capitán
del navío dio una orden:
—¡Listos para inmersión!
Por supuesto, Suzy no sabía lo que aquello significaba.
Los marineros se apresuraron a cerrar puertas y escotillas. En un
instante Suzy era el único ser vivo que quedaba sobre la cubierta del
barco. Toda la tripulación había desaparecido.
¡Con tal de llegar a Francia, a Suzy no le importaba hacer el viaje sola!
Pero, ¿qué era aquello? ¡El barco se estaba hundiendo! Suzy vio con
horror que el agua subía cada vez más cerca de donde ella estaba.
Pronto la mayor parte del barco estaba sumergida. Suzy se encaramó
a lo alto de la torrecilla, pero ésta también se hundía poco a poco.
¡Pobre Suzy! Se agarró al extremo del tubo aquel, lo único que
sobresalía por encima de las olas, mirando aterrada el inmenso mar a su
alrededor. ¡Qué lejos estaba la costa!
Dentro del submarino el capitán echó un último vistazo a través del
periscopio.
—¡Qué raro! —dijo—. No se ve nada. Algo bloquea el periscopio.
—¡Qué maullido tan gracioso tienes! —dijo tía Chon.
—Merci —repitió Biff—. Listo Biff.
Y Suzy ronroneó.
Pero echaba de menos a Gaby y sus caricias a contrapelo.
3 ¡Sólo era un juego!
A la mañana siguiente tía Chon sacó de nuevo su triciclo y Suzy se
encaramó en el cestillo. Hacía mucho viento y tía Chon tuvo que ir
asegurándose el sombrero durante todo el camino.
Cuando doblaron la esquina y enfilaron por el paseo marítimo, casi
vuelcan. El viento soplaba violentamente desde el mar y olas enormes
rompían atronadoras contra la playa.
Tía Chon consiguió aparcar delante de la tienda de comestibles. Suzy
se fue a ver las olas. En un día como aquél no esperaba tener la
oportunidad de regresar a Francia.
Pero ¿qué era aquello? Un joven se adentraba en el mar a través de
las olas llevando con los brazos en alto un tabla encima de la cabeza.
¡Seguro que se dirigía a Francia!
Suzy corrió hacia él pero, cuando llegó, el joven ya estaba muy lejos
dentro del agua, nadando y empujando la tabla delante de él.
La gata se quedó mirándole desolada. Se iba sin ella. ¡Tanto como ella
deseaba volver a casa! Levantó la cabeza y gimió:
—Chez moi.
¿Cómo? El joven debía de haberla oído porque volvía a la orilla.
¡Volvía a buscarla!
Suzy corrió a su encuentro sin importarle mojarse. El joven saltó de la
tabla cuando ésta tocó la playa. Suzy se subió de un brinco a ella. El joven
estaba extrañadísimo.
—¿Te apetece hacer «surf» conmigo? —preguntó—. Creí que a los
gatos no les gustaba el agua.
—Chez moi —dijo Suzy.
—Está bien. Agárrate fuerte. Si te sueltas, te vas a mojar.
El joven levantó la tabla con Suzy sobre ella por encima de la cabeza,
manteniéndola fuera del alcance de las olas.
Suzy tenía que hacer grandes esfuerzos para guardar el equilibrio,
pero estaba feliz. ¡Francia al fin!
No se sintió tan feliz cuando el joven empezó a nadar, empujando la
tabla delante de él, en ocasiones a través de las olas. Suzy entonces
cerraba los ojos y se agarraba más fuerte a la tabla, escupiendo aquella
repugnante agua de mar cuando se tragaba una bocanada.
De pronto el joven gritó:
—¡Aquí viene una buena!
Se encaramó a la tabla, se arrodilló sobre ella y finalmente se puso de
pie.
Una ola gigantesca los levantó en su cresta arrojándolos
violentamente a la playa... de Inglaterra. Suzy estaba furiosa.
—Chez moi —suspiraba.
—Sí, es maravilloso — gritó el joven creyendo que la gata estaba
disfrutando tanto como él.
Había otros muchos jóvenes haciendo «surf» en la playa, los cuales se
quedaron pasmados al ver a Suzy.
—¿Dónde la has encontrado, Bill? —le preguntó a voces uno de
ellos—. ¿Es un nuevo miembro del club?
—Sí —contestó Bill—. Es tremenda. Una verdadera campeona, ya
verás.
Todos se dirigieron al agua y Suzy volvió a cobrar ánimos. ¡Estaba
claro, el joven había regresado para buscar a los otros, eso era todo! Ahora
se irían todos a Francia.
Por supuesto que no fue así. Entraron en el mar y salieron de él varias
veces, hasta que Suzy cayó en la cuenta de que aquello no era más que un
juego, una diversión.
A los jóvenes Suzy les pareció maravillosa y, cuando dejaron el «surf»
No pienso llevarte conmigo.
Pero sí la llevó. Suzy se acomodó en el cestillo tan pronto como tía
Chon sacó el triciclo, dispuesta a no moverse de allí por más que dijera o
hiciera tía Chon.
—Está bien —dijo finalmente tía Chon —, puedes venir. Pero te
quedarás fuera durante la misa.
—Chez moi —replicó Suzy contenta.
Tía Chon tomó un camino distinto al de otros días, un camino que las
llevó fuera de la ciudad. La iglesia estaba en lo alto de una colina y, en el
último trecho, tía Chon tuvo que bajarse del triciclo y empujarlo. Suzy no
se enteró, sentada como iba en su cestillo mirando el paisaje. Al otro lado
del promontorio sobre el que se encontraba la iglesia podía verse una
bahía y en ella... barcos, barcos muy grandes.
No había acabado tía Chon de aparcar el triciclo en el pórtico de la
iglesia, cuando ya Suzy salía disparada como un cohete por el
promontorio.
—Espero que no vuelvas a las andadas —dijo tía Chon.
Suzy tomó un atajo por el acantilado, cruzó la playa y subió por unas
escaleras a un gran muelle. Una elegante motora decorada con banderas
de colores estaba a punto de partir. Suzy tuvo el tiempo justo de saltar a
bordo y esconderse detrás de un montón de cuerdas.
La motora cruzó la bahía dejando tras sí una estela de blanca espuma.
En la embarcación iba un montón de hombres uniformados y hasta un
almirante, pero naturalmente esto Suzy no lo sabía. ¡Lo único que sabía
era que se dirigían a Francia!
¿Pero se dirigían de verdad a Francia? La motora se acercaba a un
barco muy extraño que tenía forma de salchicha. ¡Ah, quizá fueran en ese
barco a Francia!
Se unió a la procesión de los que embarcaban en aquel navío. Los
marineros de éste se encontraban ya formados en cubierta para que el
almirante les pasara revista. Uno de ellos metía un espantoso ruido con
una especie de canuto enorme.
nadando el Támesis en un tiempo record de cinco minutos.» ¿Qué te
parece, gatita?
Y mientras la hablaba así, la acariciaba detrás de las orejas. Suzy
ronroneó y se quedó dormida.
Al despertar, ya estaban de vuelta en el embarcadero.
—Mala suerte, Jim —le decía la gente—. ¿Lo volverás a intentar?
—Mañana mismo, si hace buen tiempo —contestó Jim—. Y me
llevaré a mi gata mascota.
Miró alrededor.
—Pero, ¿dónde se ha metido?
Suzy se había escabullido entre la multitud y regresó a todo correr a
casa de tía Chon.
—¿Dónde has estado, gatita? —preguntó Biff.
—A juzgar por su aspecto, cruzando a nado el Canal —dijo tía Chon—.
Eres un caso, gatita.
—Un caso —repitió Biff—. Un caso. Listo Biff.
Tía Chon secó a Suzy como el día anterior y le puso de comida un
trozo de pollo, que Suzy devoró sin dejar rastro. No era pescado, pero
estaba muy rico.
—Merci —dijo limpiándose los bigotes.
—Merci —repitió Biff—. Un caso.
Y Suzy ronroneó.
Pero echaba de menos a Gaby y sus caricias a contrapelo.
6. Suzy a punto de naufragar
A la mañana siguiente Suzy esperaba pacientemente en el vestíbulo
junto a la puerta mientras tía Chon se sujetaba el sombrero al moño. Hoy
era un sombrero distinto al de otros días, un sombrero con flores. Tía Chon
vio a Suzy reflejada en el espejo.
—No sé a qué esperas —le dijo—. Hoy es domingo y voy a la iglesia.
para comer, le hicieron toda suerte de mimos. La envolvieron en una toalla
para secarla y le dieron de comer una lata entera de sardinas. ¡Pescado!
Luego jugaron con ella a la pelota y corrieron por la playa arrastrando un
cinturón para que ella lo cazara.
Suzy se lo pasó estupendamente, aunque no había podido volver a
Francia.
Cuando regresó a casa de tía Chon, Biff le preguntó:
—¿Dónde has estado, gatita?
—Sí, ¿dónde has estado? —preguntó también tía Chon—. A juzgar
por tu aspecto, has debido de estar nadando. Tienes algas en el rabo.
Suzy se sentó y se lavó lamiéndose de arriba abajo. Tía Chon barrió las
algas y luego puso un plato de carne picada delante de la gata.
Suzy se lo comió todo. No era pescado, pero estaba muy rico.
—Merci —dijo limpiándose los bigotes.
—¡Qué maullido tan gracioso tienes! —exclamó tía Chon.
Y Suzy ronroneó.
Pero echaba de menos a Gaby y sus caricias a contrapelo.
4. Un gato nadando a lo perro
A la mañana siguiente tía Chon sacó de nuevo su triciclo y Suzy se
encaramó en el cestillo.
—No sé si llevarte conmigo —dijo tía Chon—. ¡Ayer volviste tan sucia!
—Chez moi —repitió Suzy preguntándose por qué tía Chon no
arrancaba.
—Bueno, bueno —dijo tía Chon—, pero a ver si hoy te portas bien.
Pedaleó hacia sus tiendas. El viento se había calmado y, cuando
doblaron la esquina del paseo marítimo, vieron el mar liso y claro como un
cristal.
No había acabado tía Chon de aparcar su triciclo cuando ya Suzy se
había tirado del cesto.
—¡Qué prisas! —exclamó tía Chon viendo cómo la gata salía
corriendo hacia el mar—. ¡Vaya gatita corretona!
La corretona gatita buscaba con la mirada algún barco. En un día tan
tranquilo como aquél no podía por menos de haber algún barco que se
dirigiera a Francia.
Había algunas barcas de pedales que se deslizaban de un lado para
otro. Pero Suzy había aprendido mucho. Sabía que aquel ir y volver no le
interesaba. Ella necesitaba una embarcación que saliera a altamar.
¡Y allí había una! Una motora rápida que arrastraba a una jovencita.
La chica patinaba por el agua sobre dos tablas largas y estrechas. ¡Qué
velocidad! Una motora como aquélla podía llevarla a Francia en un
periquete.
Suzy se dirigió hacia el extremo del embarcadero, donde una motora
se disponía a partir y otra chica se preparaba para que tirara de ella.
Suzy se quedó mirándola. Había abrigado la esperanza de que alguna
de aquellas motoras la remolcara a ella. Pero los esquís eran demasiado
grandes para sus patas.
La chica se agarró a una cuerda que colgaba detrás de la motora. Suzy
tampoco podría agarrarse a la cuerda con sus pequeñas uñas.
Lo único que podía hacer era... montar con la chica.
Dio un salto y aterrizó sobre los hombros de la muchacha. Pero a ésta
no le gustó lo más mínimo.
—¡Largo! —gritó—. ¡Pero qué diablos...!
Miró de reojo hacia atrás para ver qué era aquel objeto peludo que se
le había venido encima, pero no se atrevía a soltar la cuerda para
espantarlo porque iban a arrancar de un momento a otro.
—¡Largo, quítate de ahí! —repitió tratando de empujar a Suzy con la
barbilla, pero Suzy no estaba dispuesta a dejarse echar de allí fácilmente.
Luego ya fue demasiado tarde. Con un gran bramido la motora salió
disparada del embarcadero. La chica se sujetó fuertemente a la cuerda
mientras se esforzaba por mantener el equilibrio sobre los esquís con Suzy
enroscada en sus hombros.
En el embarcadero había montones de gente contemplando el
La secó con una toalla, sin soltarla ni un momento.
Suzy comprendió que, a fin de cuentas, el bote seguía al nadador, de
manera que también en él llegaría a Francia.
Y era sin duda más cómodo ir en la falda de aquella mujer que
nadando. Así que se acurrucó feliz.
La mujer miró al reloj.
—Estás haciendo buen tiempo, Jim —la gritó—. Cogeremos la marea.
Pero había hablado demasiado pronto. En aquel momento se levantó
un viento muy fuerte y el mar empezó a encresparse. A Jim le resultaba
cada vez más difícil avanzar y, poco después, apenas podía moverse. La
mujer tuvo que parar el motor del bote para esperar a su marido. La
misma embarcación era sacudida por olas cada vez mayores. La mujer
volvió a colocar a Suzy debajo del cacharro para ponerla a salvo.
Jim siguió luchando aún algunos instantes contra las olas, pero
aquello no tenía ya sentido. Debía de haberse equivocado con respecto a
la hora de la marea.
Cuando finalmente la mujer ayudó al hombre a subir al bote. Suzy no
podía creerlo. Y cuando el bote puso rumbo de vuelta a Inglaterra, la
tristeza de Suzy no tuvo límites.
—Chez moi —gritó lastimeramente—. Chez moi.
—Lo siento, gatita —dijo Jim—. Creí que me ibas a traer suerte. No te
preocupes. Lo volveré a intentar mañana.
Lo único que le importaba a Suzy era que no iban a Francia.
—Chez moi —repitió.
—Me está diciendo que lo siente —comentó Jim a su mujer.
Se puso un grueso jersey y unas medias y luego se tomó una taza de
café. Como el bote estaba ahora más cargado, no zozobraba tanto, así que
Jim cogió a Suzy y la llevó el resto del viaje en brazos haciéndole toda
suerte de mimos.
—Tiene agallas la pequeña —dijo a su mujer—. Quizá no pueda
cruzar a nado el Canal, pero seguro que sí podría cruzar el Támesis. Y luego
aparecería en el Libro Guinness de los records: «Primer gato que atravesó
Suzy no le comprendió. ¡Si eso era justamente lo que intentaba
hacer!
—¿Qué has dicho, Jim? —le preguntó su mujer, que le seguía en la
barca.
—Llevamos compañía —contestó Jim—. Mira.
La mujer creyó que se trataba de tiburones o algo parecido.
—¡Dios mío! —exclamó—. ¿Dónde?
—Ahí, un gato —respondió Jim.
—¿Un gato? —la mujer escudriñó las olas. Entonces vio a Suzi.
Suzi sacaba la cabeza todo lo que podía, con las orejas dobladas hacia
abajo para que no le entrara agua en ellas. La mujer se echo a reír.
—Pareces una pata con su cría, Jim —dijo su mujer—. Quieres que la
suba a la barca?
—Déjala —contestó Jim—. Lo está haciendo muy bien. Me gusta que
me acompañe.
Así fue como Suzi cruzó nadando un trocho del Canal.
Pero empezaba a sentirse muy cansada y a rezagarse. El hombre la
espero y la cogió en brazos.
—Toma —dijo a su mujer—. Súbela. Está retrasando mi marcha.
Suzy se vio sacada del agua y montada a bordo.
—Chez moi —gimió furiosa. Corrió al borde del bote, se zambulló en
el agua y comenzó a nadar de nuevo.
Jim casi se atragantó. Es difícil reírse mientras se nada. La mujer
volvió a pescar a Suzy y esta vez la atrapó con un cacharro contra el fondo
del bote.
—Parece tan estúpidamente empeñada como tú en cruzar el Canal a
nado —dijo la mujer.
Suzy no se hallaba a gusto con aquel cacharro encima, pero estaba
tan agotada que no tenía fuerzas para seguir luchando. Así que, muy
enfadada, se tumbó.
—Así está mejor —dijo la mujer—. Eres demasiado pequeña para
nadar un camino tan largo. Te quedarás aquí conmigo.
espectáculo de los esquiadores acuáticos. Cuando vieron a Suzy se echaron
a reír.
—¡Un gato esquiador! —gritaban—. ¡Mirar eso!
La gata esquiadora estaba pasando verdaderos apuros para no
caerse.
¿A qué se podría agarrar? La chica tenía una larga melena, así que
Suzy se las arregló para enredar en ella una de sus uñas y afianzarse de
este modo.
—¡Ay! — gritó la pobre chica, pero no podía hacer nada.
Suzy estaba empezando a divertirse. Era excitante ir tan deprisa y sin
mojarse. A lo más, algunas pequeñas salpicaduras. ¡Qué forma tan bonita
de volver a Francia!
Pero no tardó en darse cuenta de algo. ¡La otra motora había dado la
vuelta y ponía rumbo al punto de partida! ¿Haría la suya lo mismo?
Sí, su motora comenzó a virar. ¡Qué decepción!
—Chez moi —gimió Suzy al oído de muchacha.
Aquello fue demasiado para la chica. Dio un respingo, perdió el
equilibrio y, un minuto después, ella y Suzy se encontraban en el agua
luchando con las olas, mientras la motora regresaba sin ellas al
embarcadero.
Suzy se dirigió también hacia allí. ¡Descubrió que podía nadar! ¡Un
gato nadando a lo perro!
Entretanto la tripulación de la motora se dio cuenta de que había
perdido a su esquiadora y volvió a recogerla.
—¿Qué ha pasado? —preguntó el piloto a la chica al ayudarla a subir
a la embarcación.
—¡Ese maldito gato! —contestó la chica—. Ha sido por su culpa.
—¿Qué gato? —inquirió el hombre—. No veo ninguno.
—¡Oh, el pobrecito debe haberse ahogado! —la esquiadora parecía
de pronto arrepentida—. Estaba tan ocupada tratando de mantenerme a
flote que no me he enterado de qué ha sido del animalito.
—¡Míralo! —dijo el otro tripulante—. Va nadando. Ya casi llega al
embarcadero.
En efecto, Suzy, empapada y tiritando, trepaba por el embarcadero.
La gente aplaudía y la esquiadora se sintió tan aliviada de que el gato no se
hubiera ahogado, que le perdonó la faena.
Suzy se escurrió entre la gente y corrió a casa de tía Chon.
—¿Dónde has estado, gatita? —preguntó Biff.
—¡No hace falta preguntar! —dijo tía Chon viendo con horror cómo la
empapada Suzy ponía perdida la alfombra—. Viene aún más sucia que
ayer.
Frotó a Suzy de pies a cabeza con una gruesa toalla y la envolvió en
una manta eléctrica para que se secara.
Luego le dio de comer un guiso de conejo.
—Aunque no te lo mereces —comentó la tía Chon.
Suzy se lo comió sin dejar nada. No era pescado, pero estaba muy
rico.
—Merci —dijo limpiándose los bigotes.
—¡Qué maullido tan gracioso tienes! —exclamó tía Chon—. Pero eres
una gata muy traviesa.
Y acarició su piel mientras Suzy ronroneaba.
Pero Suzy echaba de menos a Gaby y sus caricias a contrapelo.
5. El camino más húmedo
A la mañana siguiente, cuando tía Chon se puso a leer el periódico, lo
primero que vio fue una foto de Suzy haciendo esquí acuático.
—¡Con que eso es lo que estuviste haciendo ayer, gatita! —dijo tía
Chon—. No me extraña que vinieras tan mojada. Creo que hoy será mejor
que te quedes en casa.
Pero cuando tía Chon sacó su triciclo, Suzy se subió de un salto al
cestillo como de costumbre.
—Chez moi —pidió a tía Chon con una mirada suplicante.
—Bueno, bueno, vámonos —accedió tía Chon.
Según pedaleaba hacia las tiendas del paseo marítimo, un
matrimonio reconoció a la gata.
—¿No es ésta la gata que ayer hizo esquí acuático? —dijo la señora—.
¿Así que es suya, tía Chon?
—Se ha extraviado —contestó tía Chon —. Yo cuido de ella.
—Es una estupenda nadadora —añadió su marido—. Esperemos que
no se le ocurra poner en práctica alguna de sus sorprendentes ideas con el
acontecimiento de hoy.
—¿Qué acontecimiento? —preguntó tía Chon.
Pues un nadador que pretende cruzar a nado el Canal de la Mancha.
Demasiado trecho para una gatita.
—¿Has oído, gatita? —dijo tía Chon—. Nada de travesías por el Canal.
Pero Suzy no la entendió y, no bien hubo aparcado tía Chon el triciclo,
Suzy saltó del cesto como solía y salió corriendo hacia la orilla del agua.
Por supuesto, buscaba algún barco. Descubrió uno pequeño, junto al
cual se encontraba un hombre muy alto. Era el nadador que pensaba
atravesar el Canal. Un amigo le estaba untando todo el cuerpo de una
sustancia grasienta que le ayudara a conservar el calor durante el largo
recorrido.
Suzy no mostró demasiado interés por todo aquello hasta que oyó
que alguien decía:
—¡Buena suerte, Jim! ¡Qué llegues bien a Francia!
¿Francia? ¿Había oído bien? ¡Aquel hombre se dirigía realmente a
Francia!
Nada de extraño, pues, que cuando el nadador llevaba nadando
algunos minutos descubriera en el agua junto a él una pequeña gata.
El hombre nadaba muy despacio, pues el trayecto que tenía por
delante era muy largo, pero aun así era demasiado rápido para Suzy, que
tenía que patear como una loca para no quedarse atrás. No podría
continuar así durante mucho rato.
—Vuelve a casa —gruñó el hombre.
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