IV. LOS EXILIOS FRANCESES EN LA MONARQUÍA HISPÁNICA* SERGE BRUNET Université Paul Valèry, Montpellier III JOSÉ JAVIER RUIZ IBÁÑEZ Universidad de Murcia 1. Introducción Al final de El vizconde de Bragelonne, tercera, amarga y última entrega de la serie de novelas de Dumas Los Tres Mosqueteros, una vez que un ya avejentado D’Artagnan ha muerto a manos de los holandeses en el sitio de Maastricht, justo en el momento en que recibía el ansiado bastón de mariscal, el autor recuerda que el único de los cuatro hermanos de armas de antaño que quedaba vivo no era otro que René de Herblay, Aramís: el más espiritual y devoto de los espadachines que otrora se habían inmiscuido por razones galantes en los planes del gran cardenal de Richelieu. Aramís no solo sobrevive, sino que lo hace como embajador del rey de España ante su primo y cuñado Luis XIV. Ciertamente, la libertad literaria de Dumas le permite algunos divertidos anacronismos que rozan en ocasiones el verdadero delirio. El camino político del antiguo mosquetero había sido arduo: de duelista galante había pasado a rebelde durante la Fronda y obispo de Vannes; y, de ahí, a ser, nada menos, general de los jesuitas y conspirador contra el rey Sol. Vencido en tal aventura, su siguiente aparición en la saga fue como duque de Alameda, conspicuo representante enviado por Carlos II para garantizar la neutralidad de la Monarquía Hispánica frente a la próxima invasión francesa de las Provincias Unidas. Esta referencia, puramente literaria, evoca bien, sin embargo, la pulsión que una parte de la elite francesa, aunque no solo de la elite, tuvo hacia la Monarquía Hispánica, movida tanto por el ideal nobiliario-feudal que permitía servir a un señor dife* Este texto ha sido realizado en el marco de los proyectos de investigación «Hispanofilia, la proyección política de la Monarquía Hispánica (I): aliados externos y refugiados políticos (1580-1610)» Ministerio de Ciencia e Innovación, código HAR200801107/HIST, e «Hispanofilia, la proyección política de la Monarquía Hispánica (II): políticas de prestigio, migraciones y representación de la hegemonía (1560-1650)», HAR2011-29859-C02-01. 131 132 serge brunet - josé javier ruiz ibáñez rente al natural,1 cuanto por la percepción de una libertad de conciencia católica que imponía buscar al soberano que mejor siguiera los designios de la fe.2 Aunque estos sentimientos se tradujeron en la existencia episódica, pero frecuente, de un exilio francés en las tierras de los Habsburgo; hasta ahora no contamos con una visión global del mismo, pese al análisis puntual de algunos de los casos más espectaculares; toca por ello aproximarse a él como un fenómeno global dentro del cual se incluyen diversas categorías, diversas cronologías y diversos significados. La proximidad, influencia y larga competición por la hegemonía entre las Monarquías francesa y española protagonizó la política europea a lo largo del periodo que corre de 1521 a 1659, y tuvo su continuidad en la presión que, a partir de ese año, mantuvo Luis XIV contra los debilitados dominios de los Habsburgo madrileños.3 Un conflicto de tal envergadura y duración se tradujo en la posibilidad para parte de los descontentos de ambas Monarquías de retirarse a los dominios del rival de su señor e, incluso, de pretender desde allí restablecer su posición en su tierra de origen. Comuneros recalcitrantes, navarros descontentos, napolitanos angevinos, milaneses, sieneses republicanos, flamencos, portugueses, aragoneses, moriscos, catalanes o sicilianos tomaron, en un momento u otro el camino del Reino de Francia, una vez que la consolidación del poder Habsburgo (o de sus aliados) impuso una disciplina que excluía el desarrollo local de propuestas políticas alternativas sobre sus territorios.4 El rey cristianísimo podía ser un patrón muy interesante, por lo que a título individual nobles, militares (como Pedro Navarro, conde de Oliveto) o diplomáticos abandonaron también su relación 1 En la tradición nobiliaria europea, hasta incluso en el siglo XIX, es frecuente encontrar a combatientes que desarrollaron estancias de servicio y formación bajo la autoridad de otros soberanos, bien con permiso del suyo de origen, bien como expresión de su descontento hacia este. 2 DESCIMON y RUIZ IBÁÑEZ, 2005, pp. 191-192. 3 Las relaciones de intercambio y los elementos compartidos entre ambas Monarquías están atrayendo cada vez más la reflexión de los historiadores desde una perspectiva problemática; buscando identificar los rasgos comunes que facilitaban la inserción de los exiliados de una procedencia en el medio político, administrativo y asistencial de su rival. En este sentido SCHAUB, 2003; los trabajos reunidos en SABATIER y TORRIONE, 2009, y en DUBET y RUIZ IBÁÑEZ, 2010. 4 Estos exilios han contado con una amplia, aunque en ocasiones desigual, bibliografía que no puede ser referida aquí por falta de espacio. La retirada de estos exilios políticos a tierras del rey cristianísimo contaba con una triple ventaja respecto a otras posibles diásporas: la uniformidad religiosa, la esperanza de restablecer la propia posición en los lugares de origen gracias a las fuerzas o la diplomacia francesa y la existencia de un sistema asistencial atractivo, dada la capacidad de patronazgo del soberano francés y su emulación tradicional con el español. los exilios en la monarquía hispánica 133 clientelar y/o su «fidelidad natural» en busca de un mejor espacio de reconocimiento o retribución. En sentido contrario, se detecta con facilidad la existencia de corrientes desde los territorios que temporal o definitivamente fueron dominados por el rey de Francia en dirección a la Monarquía Hispánica. Desde Nápoles, Milán, Saboya,5 Cambrai,6 el sur de los Países Bajos,7 el Rosellón, Lorena o el Franco Condado también hubo exiliados que se refugiaron en los señoríos del rey católico esperando ser acogidos por su antiguo señor o aliado, o recuperar sus posiciones originales gracias a la victoria de este en el combate entre ambas Monarquías; esperanza que solo en algunos casos llegaron a realizar. Semejantes exilios traducían la política expansionista y predatoria de los reyes de Francia. Precisamente en el momento en el que, bien que mal, la potencia de los Habsburgo logró frenarla de forma creíble, se hizo visible la irrupción de un nuevo tipo de exiliados: los que procedían del propio Reino de Francia. Sin desconsiderar la importancia de los primeros refugios (los de súbditos no naturales del rey cristianísimo) va a ser sobre este segundo ámbito que centraremos el texto, ya que a través suyo no solo se puede identificar los niveles, medios, orígenes y formas de indisciplina contra el poder de los Valois o los Borbones, sino también la propia estructura políticoadministrativa del reino y la representación que se hizo en él del poder hispánico.8 Por otra parte, no hay que olvidar que las fronteras que separaban ambas Monarquías vieron como las noblezas locales (pirenaicas y flamencas) que tenían intereses a ambos lados de la raya las saltaban adaptando su identidad personal de forma oportunista o especializando alguna de sus ramas menores al servicio de uno u otro soberano. Unas fronteras que se estaban definiendo de forma cada vez más estricta, lo que no solo afectaba a los espacios de dominación sino también a los de patronazgo. Al igual que en los Países Bajos en la propia Península, en los Pirineos la política española fue hacer coincidir las fronteras políticas con las demarcaciones religiosas.9 La persistencia de diócesis francesas 5 Posiblemente el más representativo de estos exilios fue el encabezado por el propio Manuel Filiberto de Saboya; MERLIN, 2008, cap. II y III. 6 RUIZ IBÁÑEZ, 2003, pp. 44-46. 7 VIGNERON, 1999. 8 SCHAUB, 2003; HARAN, 1997. 9 La reagrupación unilateral de las diócesis contó con el apoyo del papado, por el Breve de 1566, confirmado en 1582, el Valcarlos fue separado de la diócesis de Bayona para ser unido a la de Pamplona, lo que sucedería también con el Batzán y Fuenterrabía, un proceso que se daría inicialmente también para el Valle de Arán pero que se vio frenado en el episcopado de Urbain de Saint-Gelé; desde 1564, pero oficialmente desde 1573 fue el turno de la diócesis de Elne reagrupada a Tarragona en perjuicio de Narbona, 134 serge brunet - josé javier ruiz ibáñez que contaban con territorios en los dominios del rey católico sí sirvió para que sus habitantes y prelados jugaran la carta española ante la amenaza de los reformados, la competición nobiliaria o el deseo de obtener beneficios españoles caso que tuvieran que abandonar el Reino de Francia.10 El obispo de Comminges, Pierre d’Albret, ante las presiones de su sobrina Jeanne d’Albret y su desgracia ante la corte terminó por refugiarse primero en el Valle de Arán que formaba parte de su diócesis bajo el amparo de las milicias parroquiales y terminó en Estella bajo la protección de Felipe II donde murió en agosto de 1567.11 Dentro de este marco general, tanto las cronologías como los componentes mismos de los exilios franceses, resultan clarificadores del mundo político que se estaba construyendo en Europa Occidental, de sus logros y de sus contradicciones. En principio, aunque este punto resultó más complejo, entre ambos poderes no existía una cesura confesional, por lo que el motor central de las grandes migraciones políticas que caracterizaron la Edad Moderna europea estuvo principalmente ausente.12 Salvo para territorios muy concretos, significativamente el Béarn, los príncipes territoriales franceses no aplicaron una política reformada de cuius regio, eius religio, y en las ocasiones que sí hubo una limpieza religiosa de la población en los plazas de seguridad reformadas (La Rochelle, Montélimar, Montpellier…),13 los expulsados se refugiaron mayoritariamente en zonas del propio reino controladas por los católicos, aunque la diáspora también incluyó puertos españoles.14 Francia era oficialmente católica, y en el breve momento en el que el soberano legal fue un hugonote (Enrique IV entre 1589 y 1593), su debilidad política era tal que aunque hubiera querido aplicar el cuius regio (lo que tampoco y el de 1593 la creación de la diócesis de Solsona (a partir de la de Urgell) refuerza el control sobre los flujos migratorios franceses. Este proceso se veía reforzado por la puesta bajo dependencia de superiores y monasterios españoles de los monasterios hispanos bajo autoridad francesa, un proceso iniciado con Fernando el Católico (MijAran, 1506) y continuada por la reforma de la congregación claustral tarraconense y cesaragustana de 1592; FERNÁNDEZ TERRICABRAS, 1998; BRUNET, 2003. 10 BRUNET, 2007, 799, nota 826; MOLINÉ, 1988-1989. 11 BRUNET, 2004. 12 Con la excepción del exilio de los jesuitas del distrito del parlamento de París en 1594 (DE WAELE, 1994) los otros destierros colectivos implicaron la salida de una población reformada que difícilmente hubiera tomado el camino de los dominios del rey de España, lo que no quiere decir que a través de las redes mercantiles, o de la acción de algún noble particularmente díscolo, no terminara por establecerse comunidades criptoprotestantes francesas en los dominios del rey católico; de igual forma que los territorios insumisos al poder de aquel, sobre todo en los Países Bajos, sí se convirtieron en refugio de hugonotes ante los vaivenes de la política francesa. 13 VENARD, 1999. 14 GIRARD, 1932, p. 547. los exilios en la monarquía hispánica 135 parece que estuviera nunca en su agenda, a pesar de los temores de sus enemigos) hubiera carecido de los recursos para llevarlo a efecto y sin duda le hubiera costado la corona;15 pero, con todo, en un caso hipotético de que el reino de san Luis se perdiera para el mundo católico nobles como el famoso Blaise de Montluc estaban dispuestos a pasar al servicio de Felipe II.16 Ambas Monarquías compartían algo más que la religión, dado que se sustentaban sobre una cultura política, jurídica y social común; cuya aplicación, definición y evolución en cada una de ellas se reflejaba mutuamente entre la emulación, el ejemplo y el rechazo en la otra. Uno de los núcleos centrales de la Monarquía Hispánica (la herencia y la propia dinastía borgoñona) no dejaba de integrar dominios propios al Reino de Francia (al menos hasta la paz de Madrid) y de provenir de una rama menor de la casa real francesa. Para el siglo XVI algunas de las regiones incorporadas más recientemente a Francia (Borgoña y Picardía) había pertenecido a la Casa de Borgoña o mantenido contactos estrechos con diversos territorios de lo que iba a ser la Monarquía Hispánica (Baja Navarra, Provenza y Bretaña). Estos elementos hicieron que 1as posiciones políticas a ambos lados de las fronteras resultaran particularmente inteligibles y que hubiera una circulación constante entre sus poblaciones, más aún considerando la estrecha interrelación entre las dinastías reinantes (de las ocho esposas de los reyes católicos entre 1559 y 1700 hubo tres francesas; y dos de las tres reinas de Francia en el siglo XVII fueron Habsburgo) y la presencia de relaciones ordinarias entre ambas cortes. Las migraciones políticas francesas no se dirigieron únicamente (y, posiblemente, ni siquiera de forma mayoritaria) hacia la península ibérica. Para la primera mitad del siglo XVI no estaba aún nada claro que fuera allí donde se ubicarían los principales centros de decisión, que tanto interesaban a los grandes exiliados para negociar las condiciones de su acogida.17 Posteriormente, una vez asentada la Monarquía sobre un modelo de decisión más o menos centralizada en la Península pero que concentraba sus recursos militares (y su capacidad de gasto) en los Países Bajos, fue hacia este territorio donde se dirigieron los exilios más especDE WAELE, 2010. Monluc a principios de la década de 1560 se dirigió al rey católico proponiéndole que si no podía seguir en Francia se colocaría bajo su servicio, eso sí, comprometiéndose a no tomar jamás las armas contra su reino; esta pulsión era seguida por parte de su familia ya que si su hijo segundo Peyrot intentó pasar al servicio del rey, el menor, Jean caballero de Malta, de desplazó al Mediterráneo para luchar contra los otomanos; BRUNET, 2007, 246-247. 17 El viaje del condestable de Borbón a la península ibérica en 1526 obedeció a la accidental presencia en ella del emperador y, a su pesar, del del rey de Francia; LÓPEZ DE MENESES, 1958. 15 16 136 serge brunet - josé javier ruiz ibáñez taculares,18 aprovechando los prófugos la proximidad entre Bruselas y París y buscando implicar los medios del rey católico en derribar en su beneficio al gobierno francés de turno o al menos intentar gestionar desde la proximidad sus propiedades en Francia. Estos exilios en Flandes no olvidaban la existencia de la corte en Madrid, hacia ella podían desplazarse brevemente algunos personajes prominentes o enviar, de forma más estable a sus representantes y consejeros.19 Junto con los exilios propiamente políticos, no hay que olvidar que las migraciones más ordinarias de base agrícola o mercantil que desde las tierras densamente pobladas del rey de Francia tomaban el camino de los Países Bajos,20 los reinos italianos y la península ibérica. Emigrar, por mucho que fuera por causas económicas hacia territorios en los que había un control férreo (y no carente de significado político) de la ortodoxia confesional tenía un claro sentido político; sobre todo para los conversos del calvinismo.21 Una parte al menos de los integrantes en estas corrientes asumió también como motor de su desplazamiento la identificación de las tierras del rey católico como un espacio afín, con el que sentían no poca empatía y hacia el que prometían una nueva fidelidad. Los grados de este componente ideológico de los exilios económicos son múltiples y ambiguos, dependía de casos individuales, dado que la afirmación que la hispanofilia era lo que los había movido a un exilio forzado era una forma, sobre todo para los integrantes de las comunidades mercantiles, de intentar prevenir así los efectos perniciosos que para el trato pudieran tener las medidas de prohibición de comercio y confiscaciones propias a la guerra económica.22 18 En realidad, los Países Bajos fueron el principal espacio de refugio y de retribución de la Monarquía al menos desde 1565, sino antes, lo que caracterizó políticamente de forma clara a este territorio: GOOSENS, 2000; y las contribuciones de JUNOT y KERVYN DE MEERENDRE, y SANDOVAL PARRA, en este mismo volumen. 19 Con la excepción del viaje de la nobleza francesa exiliada junto al archiduque Alberto a España en 1599 (DESCIMON y RUIZ IBÁÑEZ, 2005, 231), los demás grandes refugiados franceses se contentaron de enviar a sus delegados a Madrid, lo que habría un espacio doble, y no poco complejo, de negociación. 20 BERNARD, 2003. 21 Como «David Juliano hijo del doctor Sebastian Juliano naturales de la ciudad de Carpentras de Francia» quien habiendo abandonado el calvinismo y deseando «tomar órdenes sagros» pedía ayuda al rey, bien con un entretenimiento, bien con el vestuario y libros, «no porq concurran en el mercimientº alguno mas por honra y serº del misº Dios Yglesia Sta»; AGS E 1619, sin número, consulta de parte. 22 DESCIMON y RUIZ IBÁÑEZ, 2005, 111-114. Un caso de otro bretón, más allá de los bien conocidos Launay y Junge, es el del capitán Saubat de Çomba quien «sirve a V.M. en tierra y en mar en Bretaña y otras partes» y que podía ser nombrado cónsul de la nación francesa en La Coruña; AGS E 2747, sin número, 27 de octubre de 1612, Madrid, consulta del consejo de parte. los exilios en la monarquía hispánica 137 La salida al exilio se debe considerar desde una perspectiva triple que depende de la propia situación diplomática entre ambas Monarquías. La primera se fundaba en el deseo de buscar un lugar de residencia que reuniera mejores condiciones u oportunidades (religiosas, sociales…) que el que se podía tener en Francia; la segunda era, ya se ha evocado antes, entender el refugio como un instrumento de resistencia activa contra el poder de París, esperando que el apoyo del rey católico fuera decisivo en este conflicto interno; finalmente, la tercera no era propiamente un exilio, ya que es la que se construye sobre aquellos servidores del rey de Francia que se colocaron, o permanecieron al servicio del rey católico cuando había, o se alcanzó, paz entre ambos monarcas; esta trasferencia de lealtad, pese a que fuera tolerada por el monarca francés, conllevaba una proclamación de su fracaso como gran patrón, al tiempo que era una forma de cuestionar su propia política, ya que muchos de los que tomaron esta vía lo hicieron para continuar bajo las aspas de san Andrés la lucha contra la herejía o la cruzada contra el Turco. El famoso Brantôme, quien también sirvió al rey católico, recordaba el gran número de gascones enrolados en sus tropas, sobre todo durante las guerras de Italia, que habían adquirido un comportamiento claramente español y dominaban la lengua sin mayor problema. Según su testimonio no menos de 1.2001.500 gascones estaban empleados en los tercios de Nápoles, Lombardía y otros lugares «tous vieux soldats espaignollisez, parlans l’espaignol mieux que leur langage, s’accommodans du tout [perfectamente] à la façon espaignolle, las bigotas relevadas, leurs gestes bravaches… si bien qu’ilz estoient tous Espaignolz, et les eust-on jugez tous telz».23 2. Exilio y clientela: el tiempo de los príncipes El refugio tipo más característico de franceses que pasaron al servicio del rey católico o que fijaron su residencia en la Monarquía fue el de una serie de grandes señores, incluyendo miembros de la familia real francesa, que llevaron su oposición al gobierno a salir del Reino y aliarse con su, en teoría al menos, principal rival. Para la administración española resultaba interesante recibir a estos grandes, de quienes se esperaba que contaran aún con importantes contactos en Francia y que pudieran ser movilizados para debilitar la posición del gobierno de París, o que sirvieran como monedas de cambio en una negociación entre ambas monarquías. Sin embargo, estas expectativas se mostrarían como dramáticamente infundadas. A fin de cuentas, los aristócratas que cruzaron la 23 BOURDEILLE, 1873, t. 6, p. 211 y t. 7, p. 20. 138 serge brunet - josé javier ruiz ibáñez frontera lo hacían como vencidos y su aportación a la política imperial española se iba a mostrar como reducida. En el mejor de los casos aportaban su prestigio militar, algunas unidades militares que iban a servir junto a las tropas hispanas, el control de alguna localidad, sus redes de información y las clientelas que les acompañaran al exilio. Los tres grandes señores que se colocaron bajo la autoridad del rey católico fueron, en sus experiencias, clarificadoras de la evolución de la política francesa. El primero de ellos es, obviamente, Carlos III, condestable de Borbón,24 gran príncipe poseedor de un enorme dominio en el centro de Francia, y que había jugado un papel importante en la administración y el mando de las tropas regias en las guerras contra los Trastámara y los Habsburgo; llegando a ser, tras la batalla de Mariñano, gobernador del Milanesado por Francisco I.25 El conflicto por la herencia de su esposa fallecida con Luisa de Saboya, madre del rey, terminó por mostrar la debilidad política del condestable frente a la Monarquía triunfante. Su conspiración primero y su deserción al servicio de Carlos V en 1523 son elocuentes de la incapacidad de la nobleza francesa por hacer un frente común contra el soberano.26. Los tiempos de la guerra feudal habían pasado, pero quedaba mucho de la cultura caballeresca que los acompañó, ya que pese a los notables éxitos de la Monarquía a la hora de conseguir disciplinar a su nobleza, a su Iglesia y a sus ciudades; para las primeras décadasaún persistía un sentimiento de autonomía que se mostraría reiteradamente en acciones de rebelión local y/o insumisión por una aristocracia que se definía a sí misma como malcontenta. Esta nobleza, y sus servidores,27 podía considerar honorable poner su espada al servicio de un señor que sí reconociera sus servicios y méritos, en la tradición de los cambios faccionales que habían caracterizado al final de la Edad Media.28 Sin embargo, el caso de Borbón marcó los límites de esta autonomía29 y, de hecho, adquirió la imagen paradigmática de la deslealtad que se torna en culpable al infeudarse a un poder exterior.30 Hay que considerar que, para 1523 (en plena primera pugna entre Francisco I, Enrique VIII y Carlos V), los límites entre ambas Monarquías no parecían aún seguros, en medio de la inestabilidad que suponía la conso- 24 25 2011. CROUZET, 2003. La posición política del condestable en la administración francesa en: HAMON, KOHLER, 2000, pp. 174-176. El séquito de servidores de Borbón que le acompañó al exilio es descrito en parte en LÓPEZ DE MENESES, 1958, pp. 585-587. 28 MAJOR, 1994, cap. 3. 29 JOUANNA, 2001, pp. 201-208. 30 BRANDI, 1979, pp. 163-164; CROUZET, 1996. 26 27 los exilios en la monarquía hispánica 139 lidación del poder del César sobre sus territorios y de la nostalgia que en algunas tierras incorporadas por Francia aún se tenía del poder de los Borgoña; como mostraron las emociones en un ducado de Borgoña donde el recuerdo del tiempo de los duques no se había marchitado.31 La recepción de un gran señor como Carlos de Borbón implicaba una compleja negociación, su reconocimiento como un poder autónomo,32 y su colocación con empleo y tratamiento adecuado a su rango; estas concesiones no solo tenían un sentido utilitario, ya que el emperador tenía grandes esperanzas en la actuación del condestable como comandante de las tropas de Italia y de los efectos en su inminente incursión en Provenza,33 sino que servían para proclamar la naturaleza ecuánime del César y su idoneidad como patrón. Más allá de las promesas que se realizaron, el condestable y su séquito se insertaron en la administración imperial en Italia. Nombrado teniente general, el noble francés participó en el mando imperial de forma victoriosa en Sessia (1524) y Pavía (1525)34 donde fue hecho prisionero su otrora señor, ahora enemigo, Francisco I. Este triunfo estuvo lejos de satisfacer las ambiciones del exiliado, ya que se terminaron ignorando sus pretensiones (ser rey en Provenza, la mano de la hermana de Carlos V, el ducado de Milán…35) o las compensaciones que tendría que darle el Habsburgo. La debilidad intrínseca de la posición de un exiliado quedaba así de manifiesto: el valor de sus títulos, en tiempo de conflicto, dependía esencialmente del reconocimiento que les daba el poder imperial y su capacidad de mantener su clientela de la posición que aquel le otorgara en su administración. La reanudación de la guerra entre ambas potencias volvió a colocar en el frente de guerra italiano a un condestable que solo podía reforzar su situación gracias al oficio de las armas. Su muerte ante los muros de Roma en 152736 libró al emperador de un compromiso incómodo y permitió al rey de Francia completar, vía condena de traición, la incorporación al dominio real de sus propiedades (1531).37 El exilio del duque no dio lugar a una sólida comunidad francesa permanente en la Monarquía. Algunos de sus clientes se reintegraron a Francia, donde lograron reincorporarse al servicio regio o al de la gran nobleza, y sus familias pudieron tener una carrera exitosa en la administración real: Michel de L’Hôpital el futuro canciller de Catalina de Médi31 32 33 34 35 36 37 HAUSER, 1912. BRANDI, 1979, p. 163. FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, 1999, pp. 302-303. Ibid., 1999, pp. 310-311. LÓPEZ DE MENESES, 1958, pp. 584 y 624-631; BRANDI, 1979, pp. 180 y 183. BRANDI, 1979, pp. 198 y 202; FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, 1999, p. 365. Pese a lo acordado en la Paz de Madrid; LÓPEZ DE MENESES, 1958, p. 631. 140 serge brunet - josé javier ruiz ibáñez cis, era hijo de Jean de L’Hôpital,38 uno de los hombres de confianza del condestable. Con todo, casi una centuria después, a principios del siglo XVII, aún se constata la persistencia de los restos de este exilio. En 1618 don Enrique de Borbón era «hijo de don Miguel Carlos de Borbón y de doña Ana Roger y bisnieto del duque Carlos de Borbón que murió en el cerco de Roma» solicitaba recibir una pensión del rey no permitiendo que la sangre y calidad del dicho duque, tan devoto servidor de V Magd y la merçed que siempre la hiço vaya en disminuçion. Miguel Carlos (quien «por unas copias auténticas escritas en pergamino de diferentes privilegios y fees… consta era nieto del duque Carlos») sirvió veinte años al rey católico hasta su muerte, para lo que había recibido un entretenimiento en Nápoles en 1595 de doce escudos, acrecentados a quince en 1602, que disfrutó hasta 1612, fecha en que fue a España con un año de licencia. Ahora, Enrique ya estaba con «edad y deseos de servir», así que solicitaba prolongar la relación clientelar con el rey católico, para lo que obtuvo una nada espectacular ventaja de cuatro escudos en Milán.39 En todo caso, la memoria del servicio al condestable era siempre un argumento para quienes querían dar un sentido tradicional a su adhesión al rey católico, como «Fray Antonio de Andrea Caballero de la orden de san Juan» cuyos «pasados siguieron la factio del duque de Borbon sirvieron al emperador Carlos y también al rey… hasta el establecimiento de las paces con el rey Enrico 3.º (sic) de Francia», con toda lógica cuando la Liga se colocó «bajo el amparo de S. Md… siguió aquel partido» en Provenza, para posteriormente retirarse a Malta y de ahí entrar en Nápoles en la administración hispana.40 Los otros dos grandes señores que salieron de Francia ya lo hicieron hacia Flandes, lo que muestra bien el cambio de situación geopolítica del reino. El primero lideraba, de forma no particularmente eficaz, los restos del conglomerado nobiliario y militar que tras la derrota de la Liga católica en Picardía por Enrique IV (1594), y no pudo o no quiso someterse al soberano triunfante. Carlos de Lorena, duque de Aumale, antiguo gobernador de esa provincia, se retiró a los Países Bajos acompañado por unas pocas unidades de caballería (disueltas en 1596), su séquito y sus aliados urbanos y nobiliarios, en total menos de un millar 38 Los beneficios recibidos en la administración imperial en LÓPEZ DE MENESES, 1958, p. 585, nota 35. 39 AGS E 1644, sin número, 12 de abril de 1616, consulta de parte de doña Luysa de Borbón hija mayor de don Miguel Carlos de Borbón, incluye una relación de servicios impresa de gran interés; AGS E 1651, sin número, consulta de parte, Madrid, 18-20 de marzo de 1618. 40 AGS E 1624, sin número, 5 de enero de 1610, consulta de parte sobre su solicitud de incremento de sueldo. los exilios en la monarquía hispánica 141 de personas. Al igual que Borbón, Aumale se vio condenado por lesa majestad, aunque su familia logró conservar una parte importante de sus bienes gestionados por su mujer.41 Pese a la Paz de Vervins (1598) Aumale se quedó en los Países Bajos, ocupando cargos de relumbre como correspondía a un duque-par de Francia42 y disfrutando de una suculenta pensión, pero con una proyección política muy limitada. El duque no era un jefe de guerra como había sido el condestable de Borbón y habría de ser el Gran Condé; sin embargo, el exilio nobiliario de 1594 sí tuvo en Chrétien de Savigny, mariscal de Rosne, un destacado militar que ejerció funciones de primer orden en el ejército de Flandes, concretamente la de maestre de campo general interino entre 1595 y 1596, año de su muerte. En realidad, esta posición era en cierta forma la herencia institucional de la intervención española en Francia, cuando había dos ejércitos, el propio de Flandes y el cuerpo destacado en el reino vecino; la victoria de los borbónicos y el hundimiento del frente de guerra en 1594 llevó a la confusión de ambas entidades operativas, y a que Rosne asumiera de forma efectiva en un ejército «hispano» la función que antes tenía en la fuerza combinada hispano-ligueuse; como sucedió de igual forma con otro francés, el comisario general de víveres, el señor de Roissieu. En todo caso, el mariscal resultó un oficial particularmente eficaz, aunque, salvo para acciones secundarías, el mando último siempre correspondía al capitán general y gobernador de los Países Bajos y su autonomía de decisión fue siempre limitada. Tras su muerte, y más aun con la paz de Vervins y la batalla de las Dunas (1600), lo que quedaba del exilio militar-nobiliario francés resultado de la Liga católica se diluyó en el ejército plurinacional de Flandes, retornó a Francia o sucumbió en los combates contra los holandeses.43 Otro gran noble francés también tomaría el camino de Flandes, en esta ocasión como reflejo de la tensión que se había desatado en Francia ante las exigencias fiscales que conllevaba el conflicto contra la Monarquía Hispánica iniciado en 1635. Luis II de Borbón, príncipe de Condé no solo era un reputado militar (cuyos éxitos más sobresalientes eran haber aplastado a las tropas hispanas en Rocroi, 1643, y Lens, 1648, y haber tomado Dunquerque), sino que era la cabeza del poderosísimo clan de los Condé, y, en consecuencia, uno de los parientes más próximos del rey de Francia, miembro de la rama masculina del linaje de san Luis que seguiría en la sucesión caso de extinguirse los Borbones.44 Desde esa posición, quien sería conocido como el Gran Condé, disputó desde 1650 el poder 41 42 43 44 DESCIMON y RUIZ IBÁÑEZ, 2005, pp. 56-59 y 66-73. COEKELBERGHS, 1987. DESCIMON y RUIZ IBÁÑEZ, 2005, cap. 2 y 3. BEGUIN, 1999, pp. 27-38. 142 serge brunet - josé javier ruiz ibáñez a la regencia del aún rey niño Luis XIV, pese a que había apoyado en un primer momento a Ana de Austria ante los desórdenes políticos.45 El fracaso de la Fronda de los príncipes y el triunfo de Mazarino le forzaron a retirarse a los Países Bajos e intentar desde ahí continuar la guerra. El príncipe resultó en principio un apoyo interesante para la ya muy debilitada posición española,46 debido a que le acompañaban parte de sus fieles y de sus tropas.47 Con estos refuerzos y con los que llegaban desde España se consiguió consolidar un tanto la posición de los Habsburgo. La llegada de don Juan José de Austria al gobierno de los Países Bajos colocó por fin a un gobernante español que contara al menos con la misma dignidad y prestigio que Condé.48 Gracias en parte a la calidad militar del exiliado el ejército de Flandes obtuvo la contundente victoria de Valenciennes en 1656, pero, con todo, las exigencias del príncipe, las implicaciones diplomáticas de su exilio, el costo de mantener sus tropas y séquito, y sus reiterados choques con la administración española resultaron particularmente molestos. La derrota de las fuerzas hispanas ante el vizconde de Turena49 y la ocupación anglofrancesa de Dunquerque (1658) impuso que la Monarquía Hispánica aceptara por la Paz de los Pirineos en 1659. En la negociación se solicitó por los enviados españoles y se garantizó por Mazarino el perdón para Condé, quien pudo volver a Francia con su séquito, para reintegrarse al servicio regio, lo que anulaba la condena de lesa majestad y confiscación de bienes de marzo de 1654.50 Pese a ser los exilios más espectaculares con un sentido político, estos distaron de ser los únicos. Las diversas conspiraciones que se urdieron contra el poder regio en Francia, una vez que fueron descubiertas, dieron lugar a la huida de aquellos implicados que no habían sido detenidos por los agentes del rey. Fue el caso del entorno del duque de Biron, quien había pactado con los españoles la rebelión y el asesinato de Enrique IV.51 Con la detención y ejecución del duque sus colaboradores no tuvieron otra opción que ponerse a salvo en las tierras del rey católico, integrándose parte de ellos, como Claude Casale52 o el famoso secretaIbid, 1999, pp. 102-111. PARKER, 2006, pp. 157-159. 47 BEGUIN, 1999, pp. 132-135. 48 SÁNCHEZ MARCOS, 1998. 49 Quien, por otra parte también había participado del tropismo de la nobleza francesa hacia la Monarquía Hispánica, negociando con los agentes de Felipe IV en 1650 y teniendo que retirarse a los Países Bajos tras el desastre de Rethel a fines de ese año, para luego volver al servicio de Ana de Austria; BÉRENGER, 1987, pp. 289-306. 50 BEGUIN, 1999, pp. 135. 51 CANO DE GARDOQUI, 1970; SOMAN, 1996. 52 AGS E 1618, sin número, 14 de noviembre de 1608, Palermo, el duque de Escalona a Felipe III. 45 46 los exilios en la monarquía hispánica 143 rio Charles Hébert, en la administración española e intentando desarrollar acciones de espionaje. Precisamente, los servicios secretos españoles hacia Francia resultan un ámbito privilegiado para identificar la llegada a los dominios del rey católico de múltiples náufragos de este tipo de conspiraciones.53 Estos exilios también podían contar con una amplia durabilidad, como recordaba «Phelippe de Memoransi(a) hijo de Jona de Memoransia, señor de Puy» quien había pasado su renta de 200 ducados a su hermana para que pudiera casarse, con lo que quedó sin nada pese al notable serviçio que su padre hiço al Empor Carlos… en Orleans quando su Magd çessarea passo por aquella ciudad a remediar la rebelión de Gante dándole aviso de lo que se tratava para retener su imperial persona; lo que trajo la desgracia sobre el señor de Puy haviendole el Rey de Françia no solo publicado por rebelde y traydor a su corona, pero asoladole y sembrado de sal sus lugares.54 Enrique, hermano de Phelippe de Memoransi, murió en Flandes sirviendo como soldado aventajado en la infantería española.55 La traslación a territorio de la Monarquía por llamado del rey católico era también un importante argumento para reclamar mercedes. Don Gil de Zubieta y Trujillo recordaba que su abuelo el barón don Pedro de Zubieta era baron de la casa de Çubieta en Bascos tierra del rey de Françia y caballero de los de la sangre y deudo muy çercano el qual su Magd que esta en la gloria le mando se viniese a España a servirle quando las rebeliones se Françia, lo que hizo dejando un mayorazgo de más de 10.000 ducados de renta le sirvió en cosas de mucha importancia en esta corte asta que murió en ella con mucha necesidad;56 por lo que se le situó una renta de 200 ducados que pasó a sus nietos.57 Estos saltos de la frontera eran, por lo demás, frecuentes sobre todo entre las elites que tenían intereses a ambos lados.58 El exilio de grandes y pequeños nobles implicaba arduas negociaciones y un proceso complejo de inserción en la administración hispana que no pasaba necesariamente por la renuncia a sus raíces francesas; algo lógico, dado que el estatuto social de los exiliados se justificaba por el deseo de mantener su posición de origen en el Reino de san Luis y sus clientelas provenían sin duda de las fidelidades allí establecidas. Los refugiados, además, iban a perder un importante patrimonio en Francia HUGON, 1995, 1996, 1997 y 2004. AGS E 1577, fº 30, 13 de diciembre de 1587, consulta de parte. 55 AGS E 1577, fº 30, 13 de diciembre de 1587, consulta de parte. 56 AGS E 1657, sn, 18 de abril de 1619, consulta de parte. 57 AGS E 1609, sn, 2 de octubre de 160, consulta de parte por don Pedro de Zubieta; AGS E 2747, sin número, 16 de octubre de 1612, Madrid, consulta de parte. 58 BRUNET, 2007, pp. 244-245. 53 54 144 serge brunet - josé javier ruiz ibáñez que difícilmente podría ser compensado por las retribuciones y mercedes que les otorgara el rey católico.59 Dejando aparte a Aumale, cuyo exilio tenía fuertes connotaciones ideológicas,60 Borbón y el Gran Condé podían tener como primer objetivo la recuperación de los bienes hereditarios, lo que solo pasaba por la derrota militar del gobierno de París. La posibilidad de erigir un principado independiente con las conquistas militares realizadas bajo la autoridad de un rey extraño eran también remotas y la esperanza de mantener una notable capacidad de redistribución hacia sus clientes resultaba cada vez menos creíble según se prolongaban los destierros. Además, estos nobles contaban con el hándicap de ser en exceso visibles, por lo que su sumisión al rey y consecuente perdón no podían ser realizadas de forma discreta. Los fracasos de Borbón y de Aumale en que sus reclamaciones fueran atendidas en las negociaciones que dieron lugar a las paces de Madrid (1526) y Vervins (1598) son elocuentes de hasta qué punto si el destino de los exiliados que estaba ligado a la gran política internacional, este no era una prioridad cuando esta había de resolverse. La fortuna de Condé radicó tanto en el compromiso personal que había asumido Felipe IV, como, paradójicamente, en la coyuntura de incontestable victoria francesa que permitía al régimen triunfante del rey Sol mostrarse espléndido con los vencidos y proclamar que la nueva hegemonía francesa traía la recuperación definitiva por su rey del carácter de mayor patrón de Europa. Con la excepción de la guerra de 1595-1598, el largo periodo que va desde 1559 hasta 1635 fue presidido por una paz global (con enfrentamientos que podían ser muy localizados) entre las dos Monarquías; una paz reforzada por los lazos familiares establecidos entre sus casas reinantes.61 En este contexto, la existencia de exilios nobiliarios que eran el resultado de los vaivenes políticos de la corte de Francia fueron relativamente frecuentes, sobre todo tras la consolidación del poder real, una vez superado el eclipse que significó las guerras de religión. En muchos casos, se trató de exilios voluntarios que no implicaban ni destierro, ni condena, ni deseo (explícito al menos) de combatir al soberano francés; sino que resultaban la expresión de la disidencia contra la política de este o de sus ministros. Para los gobiernos de Madrid o de Bruselas podía tratarse de una oportunidad para presionar al rey de Francia, dado que tales refugios evidenciaban la falta de apoyo que generaba su política; pero la presencia de estas personas de alcurnia no dejaba de ser un elemento molesto y caro, cuya utilidad parecía cuando menos discutible. Respecto 59 60 61 DESCIMON y RUIZ IBÁÑEZ, 2005, cap. 3. Ibid., v., p.e., 187 o 230. HAAN, 2010; HUGON, 2010, pp. 135-141. los exilios en la monarquía hispánica 145 al gobierno de París, la visión podía ser también ambigua, ya que si la explicitación de los lazos de dependencia entre una parte de su nobleza (y de su Casa Real) con un patrón exterior podía ser muestra de debilidad política, por otro, representaba la oportunidad de abrir contenciosos políticos que pudieran reforzar la presión del rey de Francia sobre otros asuntos, al tiempo que no dejaban de reforzar al equipo gubernamental de turno, que podía así denunciar que sus otrora rivales políticos se comportaban como agentes del exterior. La huida de Francia a finales de 1609 del príncipe Enrique II de Borbón-Condé y su esposa Charlotte-Marguerite de Montmorency (futuros padres del Gran Condé) se inscribió en la resistencia de la nobleza francesa a las presiones de la Monarquía.62 Los avances corteses del rey hacia la esposa del que había sido su heredero hasta el nacimiento del futuro Luis XIII, no podían ser tolerados por un príncipe de su dignidad.63 Buscar refugio más allá de las fronteras del reino era ir mucho más allá de la forma de oposición ordinaria de la gran nobleza, que era refugiarse en sus tierras o incluso alzarse en armas. Ahora, el jefe de la Casa de Condé no solo desautorizaba la política regia, sino que, al no ver satisfechos sus deseos de apoyo en Flandes, había iniciado una gira por los territorios en teoría hostiles a Enrique IV. Esta huida sirvió al rey para duplicar la presión sobre el gobierno de los archiduques, que ya se estaban de por sí muy tensas por la petición francesa de paso franco a través de los Países Bajos para el ejército que iba a intervenir en el contencioso de Cleves-Juliers.64 Al borde de la guerra, el gobierno de Bruselas que no quería añadir más problemas diplomáticos, llegó a considerar la posibilidad de devolver a la princesa. El incidente no pasó a mayores, ni el gobierno archiducal tuvo que asumir el descrédito de extraditar a la princesa, dado que el rey fue asesinado en 1610, y que, pese a la movilización defensiva a ambos lados de la frontera,65 el tan esperado como temido conflicto militar no estalló. La inestabilidad que dejó la muerte del rey, hizo que Condé pudiera volver a Francia con todo su prestigio66 y jugar un papel destacado como líder nobiliario durante la regencia de María de Médicis.67 La debilidad del gobierno del Reino de Francia durante los años que siguieron a la muerte de Enrique IV limitó el número nuevos exiliados. Las facciones nobiliarias podían presionar al poder regio desde el interior del reino, y el gobierno de París, 62 63 64 65 66 67 HENRARD, 1870. CONSTANT, 2010, pp. 314-315. HUGON, 2010, p. 134. CASSAN, 2010, cap. V. CONSTANT, 2010, 316-318. BITSCH, 2008. DUBOST, 2009,pp. 430-449. 146 serge brunet - josé javier ruiz ibáñez debía contar con ellas a la hora de gobernar. Por ello, y hasta bien entrada la década de 1620, el gobierno de París debía buscar mantener el acuerdo de amistad sellado con los dobles matrimonios de 1615. Entre el reforzamiento del gobierno del cardenal-duque de Richelieu, la derrota de la facción devota en la corte francesa (la Journée des Dupes68) y el fracaso de la revuelta nobiliaria del duque de Montmorency, la corte de Bruselas vio llegar el establecimiento de un nuevo exilio, esta vez el de los miembros de la Casa real francesa apartados de la influencia del rey. La reina madre, María de Médicis,69 y su hijo menor (y heredero de Francia) Gastón de Orléans, procedente de Lorena,70 llegaban a unos Países Bajos en plena crisis política, ante los desajustes que había traído la reintegración de los mismos en la Monarquía Hispánica y la presión militar holandesa.71 A ambos les acompañaban séquitos importantes, instalándose la corte de María en Avesnes y contando la reina con doscientos gendarmes al mando del barón de Guesprez, mientras que en Luxemburgo en 1632 se fue reuniendo la caballería e infantería de Gastón, al mando del señor de Besmes,72 prestos para una incursión en Francia contra el gobierno de Richelieu.73 Ciertamente contar con unos huéspedes con un potencial político tan grande podía ser visto como una forma de amenazar al gobierno francés, buscando disuadirle de su progresiva implicación en la guerra de los Treinta Años. Si María fue recibida de forma apoteósica en Bruselas y Amberes, Gastón fue alojado a su llegada en los apartamentos que habían sido del archiduque Alberto.74 Sin embargo, la utilidad de ambos pronto se manifestó como muy limitada: la reina madre resultó un lastre político para el gobierno de Bruselas,75 mientras que el siempre inconstante Gastón, tras su expedición a Francia en 1632 en la fracasada revuelta del duque de Montmorenci,76 hizo su paz con su hermano y, tras un segundo exilio en los Países Bajos,77 volvió a Francia.78 Además, el estallido de la guerra entre ambas Monarquías en 1634 dejaba obsoleta la posibilidad de estos exilios de «amistad» y las esperanzas de usar a lo que quedaba del exilio francés o de una nueva rebelión de Gastón se 68 69 70 71 72 73 74 75 76 77 78 Ibid., cap. P. 37. HENRARD, 1876; VERMEIR, 2006, 54; DUBOST, 2009,cap. 38-40. VERMEIR, 2006, p. 57. ESTEBAN ESTRINGANA, 2005. HENRARD, 1876, pp. 79 y 181. VERMEIR, 2006, p. 60. HENRARD, 1876, p. 166. BOUYER, 2007, p. 84. Ibid, 2007, cap. VIII. VERMEIR, 2006, p. 64. DETHAN, 1992, cap. VIII a X. los exilios en la monarquía hispánica 147 diluyeron pronto.79 Las diversas conspiraciones nobiliarias urdidas contra la policía de Richelieu y el propio Luis XIII debieron de dar lugar a pequeños exilios de aquellos agentes que pudieran escapar a la represión oficial. En todo caso, este y el estudio de los exilios de la Fronda urbana es un tema que merecería una mayor atención por parte de la historiografía. 3. Refugio y fidelidad: la movilidad católica Dentro del marco de los diversos exilios que se dirigieron hacia la Monarquía Hispánica, el francés es posiblemente el que da una imagen más elocuente de la persistencia de refugio de tipo tradicional, casi medieval, formado por nobles y gentes de armas que salían de su reino buscando un territorio en el que ser reconocidos por su origen y empleados según sus méritos. Este tipo de exilio singulariza, en parte, a esta corriente de la mayoría de las otras que confluyeron en las tierras del rey católico y que tenían un fuerte componente confesional. Con todo, los exilios por la religión no estuvieron completamente ausentes de la relación hispanofrancesa, y su presencia es una buena prueba del liderazgo político alcanzado por el rey católico a finales del siglo XVI.80 La afirmación del cuius regio se tradujo en Francia a lo largo del XVI en la activación de salida de importantes comunidades reformadas que, por razones obvias, no tuvieron como destino las tierras de la Monarquía Hispánica que controlaba el rey católico, ya que no hay que olvidar que muchos de estos refugiados sí terminaron, y de hecho contribuyeron a defender, los territorios que estaban bajo control de los «rebeldes» en los Países Bajos. Dado que la Monarquía Francesa se afirmó sobre su catolicidad, aunque un catolicismo en permanente mutación no necesariamente simétrico al español,81 los exilios por la vieja religión fueron por definición mucho más escasos, resultando sorprendente en principio incluso su propia existencia. Solo cuando pareció que dicho catolicismo se veía amenazado por el triunfo en la guerra civil por un gobierno que era acusado de ser un factor de la herejía y de contar con una agencia secreta para destruir la religión en Francia, se pudo desarrollar un movimiento de expatriación del reino.82 En 1594 el duque de Aumale, su séquito y unidades combatientes, no fueron los únicos franceses que abandonaron Francia, junto a él, y por diversas vías, salieron varios centenares de refu79 80 81 82 VERMEIR, 2006,pp. 145-146. RUIZ IBÁÑEZ, 2008. TALLON, 2002, parte II, cap. 3; TALLON, 2010. CARPI y BRUNET, 2008. 148 serge brunet - josé javier ruiz ibáñez giados urbanos que se negaban a aceptar la realeza de Enrique IV. Este exilio era expresión de lo que había sido la Liga católica en las ciudades y partió esencialmente en dirección a los Países Bajos, y a los estados satélites de la Monarquía: Génova83 y Saboya.84 Un refugio, de larga duración esta vez, que mostraba igualmente el alto grado de internacionalización de la renovación católica, dada la notable presencia de prófugos de origen británico entre las filas de estos «franceses».85 La procedencia mayoritaria de estos exiliados eran las ciudades del Sena en las que los ahora refugiados habían liderado la rebelión contra Enrique IV. Si se podían permitir salir al exilio era por sus redes de contacto86 y su conocimiento y relación previa con la administración española, sobre todo con la embajada de París y en con los agentes especiales enviados a villas como Ruán.87 El aporte de la Picardía fue, obviamente muy importante, dada la fuerte relación entre sus ciudades (Amiens y Beauvais) y las tropas españolas estacionadas en la provincia, y la persistencia de una importante clientela urbana de Aumale. Esta comunidad estaba compuesta por clérigos seculares, oficiales de justicia y artesanos, y funcionó como un partido en el exilio, formulando un discurso de legitimación para la sostener la guerra contra Enrique IV, incluso tras la absolución pontificia de 1595. Algunos de sus miembros (como los curas Jean Boucher o Delaunnay, o el jurista y poeta Louis Dorléans) estaban entre los pensadores más avanzados y radicales de la Liga; ahora, bajo la dependencia directa de Felipe II podían identificar en su Monarquía (y después, en el régimen de los archiduques) su ideal de un gobierno verdaderamente monárquico, verdaderamente católico.88 Los refugiados recibieron a título individual entretenimientos (pensiones) por parte de la administración militar hispana, lo que se reforzaba para los eclesiásticos con la concesión de beneficios. A diferencia de otros exilios franceses, la relación de base individual entre estos refugiados y el poder español era, cuando menos, novedosa, dado que en el resto de los casos las ayudas y pensiones se solían dar directamente al patrón para que este las repartiese entre sus fieles. Estos exiliados llegaban «por la religión» y justificaban su destierro voluntario, no por una ética nobiliaria propia de las banderías, sino por el ejercicio positivo de DESCIMON y RUIZ IBÁÑEZ, 2005, cap. I Parte de los exiliados que se incluyeron en la clientela de Carlos Manuel, lo hicieron posiblemente considerando que esta era la vía de insertarse en una protección más amplia del rey católico; v. Gal, 2000. 85 VALÉRIAN, 2011; ANTHENUIS, 1939; MATHOREZ, 1917. 86 DESCIMON, 1985. 87 JENSEN, 1964; BRUNET, 2010. 88 DESCIMON y RUIZ IBÁÑEZ, 2005, cap. 2. 83 84 los exilios en la monarquía hispánica 149 la «libertad de conciencia» y de la reivindicación del martirio;89 por lo tanto resultaban mucho más «modernos» que quienes se asimilaban a las clientelas de la nobleza; aunque, al menos para sus compañeros nobles del exilio, sí se detecta una base común en la apropiación del discurso de hispanofilia posterior a la Liga. La identificación religiosa de las tierras de Felipe II90 como el único espacio al que se podía huir para poder practicar la religión llegó incluso a algunas poblaciones rurales, que podían así intentar evitar las consecuencias de la guerra o efectivamente estaban plenamente identificadas con la acción de reconquista católica que parecía liderar el rey de España. En 1595, en pleno comienzo de la guerra entre Enrique IV y Felipe II, el gobernador interino de Gravelinas, señor de Gernonval, informaba que: «il y a plusieurs paisans franchois, tant du gouvernment de Calais comme du pais de Boullenois lesquels requierent avoir permission de pouvoir venir resider avecq leurs mohines endeca, vivre catholiquement et preter serment de fidelité de quoy la Flandres en recevroit benefice».91 Ubicados esencialmente entre las villas de la frontera, Amberes y, sobre todo, Bruselas, estos exiliados por la religión iniciaron un proceso de dispersión tras la paz de Vervins de 1598. Muchos volvieron a Francia, otros temiendo las represalias del gobierno de Enrique IV y de sus victoriosos aliados locales o sintiéndose a gusto en Flandes, decidieron quedarse en la Monarquía. Los clérigos fueron los mejor situados por lo general, y el cabildo catedralicio de Tournai fue el destino de algunos de los más notables, sin que los olvidara la corte de Bruselas ante la cual se requería su verbo, sobre todo para las oraciones fúnebres de la Casa de Habsburgo. Estos religiosos cuyo compromiso con la política estaba a la altura de su implicación con la Contrarreforma resultaron particularmente eficaces en unos Países Bajos, donde el gobierno paternalista de los archiduques buscaba no solo terminar de restaurar la vieja religión, sino, y lo que era más importante, hacerlo desde los nuevos criterios tridentinos. Si los curas franceses se implicaron en el trabajo a pequeña escala, el feuillant Bernard Percin de Montgaillard encarna bien la imagen del reformador religioso que aplica en su abadía de Orval el rigor que pedían los nuevos tiempos.92 Los burgueses no contaban con estas posibilidades de inserción social y administrativa; salvo los que como Jacques Baston tuvieron un alto EL KENZ, 2001. DESCIMON y RUIZ IBÁÑEZ, 1998. 91 AGR/AR A 1852-4, sin número, noviembre de 1595, «Memorial pour representer a son Exce de la part du sieur de Guernonval comis au gouvernement de Gravelinghes d’aucuns poinctz despendans de sa charge», punto 2. 92 DESCIMON y RUIZ IBÁÑEZ, 2005, pp. 235-240. 89 90 150 serge brunet - josé javier ruiz ibáñez reconocimiento de la administración española. Estos franceses quedaron expuestos a las reformas de pensiones que se sucedieron desde 1600, mientras que su limitada capacidad de inserción profesional era, sobre todo para los juristas y poseedores de oficios en Francia, un duro lastre que les bloqueaba para recuperar un estatus social que se asemejara a los títulos que reclamaban. No es de extrañar que muchos de ellos, pese a seguir en Flandes, articularan o toleraran políticas familiares de reconstrucción patrimonial en Francia. Una de las debilidades esenciales de los franceses, en relación a las otras comunidades, era el propio sinsentido de su presencia, una vez que el rey católico hubo reconocido la legitimidad de Enrique IV como rey de Francia, en 1598. La otra fragilidad que condicionó la posibilidad de consolidar una comunidad estable era la inexistencia de instituciones de acogida permanentes que dieran continuidad e identidad al exilio.93 Es cierto que Aumale actuó como anfitrión con los exilios nobiliarios franceses que seguían llegando a Flandes y que hizo de intermediario entre estos y la administración española, pero esto no bastaba. De hecho, ninguna de los grandes que procedían de la Liga iba a lograr establecer un linaje en la Monarquía Hispánica que hubiera servido de aglutinante a los franceses hacia el futuro: Aumale casó a su hija en Francia, el hijo menor de Rosne (el muy hispanizado Nicolas de Savigny) murió antes de casarse, y aunque la hija de Jacques de Colas «conde de La Fère»94 casó con un noble valenciano (Onofre Escrivá) el matrimonio no tuvo descendencia,95 y tuvieron que ser los sobrinos del «conde» quienes siguieran la carrera de servicios a un rey extraño.96 La última referencia a una comunidad, entendida en ese momento como un mero conjunto de pensionados, data de 1616; posiblemente para ese momento la existencia misma de un exilio urbano fuera vista como un exotismo residual y resultara cada vez más ininteligible, no solo para la administración española, sino también para los nuevos exilios nobiliarios que seguía llegando desde Francia; para ese momento apenas 93 Lo que sí se daba en los Pirineos con la fundación de seminarios para la formación de religiosos en Esterri-de-Aneu (diócesis de Urgell) y en el convento de los agustinos de Lérida, donde acudieron muchos gascones a formarse a causa del desorden de las instituciones en Francia; fenómeno que puede relacionarse con la visita del joven Vicente de Paul a Zaragoza. 94 COLAS DE LA NOUE, 1892. 95 AGS E 1652, sin número, Consulta de Parte, 14 de agosto de 1618, Madrid, CP de «don Onofre Escrivà gentilhombre de boca de VMd»; AGS E 1627, sin número, 27 de noviembre de 1610, Palermo, don Onofre Escrivà a Felipe III sobre la muerte de su mujer. 96 AGS E 1633, sin número, 8 de febrero y 5 de octubre de 1613, Madrid, consultas de parte por don Juan de Colas, conde de la Fera; AGS E 1658 y AGS E 1659, sin número, 7 de marzo de 1619 y 6 de marzo de 1620, Madrid; consultas de parte por el alférez Diego Jacques Colas. los exilios en la monarquía hispánica 151 si quedaban 18 entretenidos en Flandes.97 Para el exilio de la Liga, se imponía la movilidad, que bien podía ser institucional (buscando incorporarse a otras entidades de la administración española como el ejército, el servicio directo a los Archiduques en Flandes, el espionaje o la embajada en Bruselas) o geográfica, desplazándose hacia España o Milán en busca de los ministros que habían participado en la política de intervención española en Francia.98 La administración regia en Madrid o Valladolid no vio con excesivo entusiasmo la llegada más o menos masiva de estas decenas de franceses (entre los que se incluían los parientes de algunos exiliados ya muertos),99 que dificultaba las relaciones diplomáticas ordinarias con Francia.100 La solución fue reenviarlos a Flandes o Italia con promesas más o menos vagas de merced; o, en el caso de aquellos que podían resultar útiles pero cuya situación en los Países Bajos no era cómoda, remitirlos a Nápoles. Fue el caso de un antiguo líder municipal parisino, Mathias Delabruyère y de un paje de Aumale que se había pasado al servicio directo con los españoles: Diego Polin. En la capital partenopea se reunieron con otros exiliados como Louis d’Aix, que provenían de la Liga urbana de marsellesa y que tras su derrota en 1596 se habían refugiado en Génova, con pensiones situadas sobre las galeras primero y sobre Milán después. Si bien la mayor parte de este pequeño exilio provenzal, formado en torno al clan del cónsul Casaulx, antiguo hombre fuerte de la ciudad, seguía residiendo en Génova, otros habían buscado acomodo en la administración directa española, sirviendo en las galeras o proponiendo todo tipo de planes de intervención en Francia. Finalmente en Nápoles también se les reunieron todo tipo de aventureros y hombres procedentes de las conspiraciones nobiliarias, como el ya referido Charles Hébert101 o la muy activa familia Rigault, encabezada por un antiguo secretario del conde de Carcès;102 mientras que el señor de la farge continuaba sus acciones de espionaje desde Sicilia.103 97 AGS E 1643, sin número, 28 de mayo de 1616, «Los franceses entretenidos que han sido por su Magd en Flandes». 98 RUIZ IBÁÑEZ, 2009. 99 BARRAU-DIHIGO, 1909. 100 CANO DE GARDOQUI y SINOBAS, 1985; LE ROUX, 1998. 101 HUGON, 2004, 429; DESCIMON y RUIZ IBÁÑEZ, 2005, pp. 252-254. 102 HUGON, 2004, p. 624; MICALLEF, 2012, pp. 886-892; DESCIMON y RUIZ IBÁÑEZ, 2005, diccionario. Los Rigault iniciaron un proceso de inserción y naturalización en la administración hispana que habría de tener una amplia proyección; véase la «Relación de servicios del capitán Honorato Rigaud» en AGS E 1629, sin número, Madrid, 20 de mayo de 1610, y el memorial de «Juan Antonio Rigaud» de 30 de enero de 1616; AGS E 1646, sin número. 103 AGS E 1633, sin número, 1635, documentación completa sobre sus actividades. 152 serge brunet - josé javier ruiz ibáñez Fue en este exilio de circulación y, no en el núcleo duro del refugio de la Liga en Flandes, donde paradójicamente se fundó la única institución permanente originada por el exilio francés, y, más sorprendente aún, el lugar de su establecimiento fue Madrid. Se trata del Hospital de san Luis de los Franceses (hoy parroquia del mismo nombre) fundado por el único de los exiliados ligueurs que obtuvo una posición sólida en la corte del rey católico. Henri de Saureulx era un fraile soldado que de motu propio se había apoderado de un castillo (Pierrefonds) y lo había entregado a la autoridad del rey católico. La fortaleza fue vendida por su guarnición a Enrique IV y «el monje» logró llegar a Flandes tras diversas vicisitudes. La administración de los Países Bajos no le compensó suficientemente por su pérdida, así que, como tantos otros Saureulx, tomó el camino de Madrid después de Vervins. Reconocida la justicia de su causa, fue nombrado capellán del rey y recibió cuantiosas ayudas en los años siguientes, al tiempo acogía a sus compañeros exiliados y fungía misiones diplomáticas con los agentes del rey de Francia que llegaban a la corte. Desde esa posición pudo establecer un hospital para los numerosos franceses que llegaban a la capital;104 una institución que era también expresión de la entente que habían logrado ambas Monarquías en 1615 y que sobreviviría a los conflictos ulteriores. A Flandes, entretanto, habían seguido llegando otros franceses que, aprovechando la paz entre los dos monarcas, iban a continuar su guerra por la fe contra la herejía (otros habían tomado el camino de Hungría junto al duque de Mercoeur105 o se habían desplazado a Canadá106 con propósito parecido) sirviendo bajo las banderas del rey católico, ante la suspicacia de los embajadores franceses en Bruselas. Algunos lo hicieron formando unidades propias del tamaño de compañías, otros integraron los mil de «caballos loreneses» reclutados por Aumale, otros, como los parientes del conde de La Fère, se integraron en el ejército regular…107 Con todo, y a pesar del malestar de los católicos franceses por el Edicto de Nantes,108 su número fue reducido, lo que evidencia una fuerte capacidad de adaptación del entorno católico radical francés al nuevo catolicismo monárquico,109 lo que seguramente incluía la persistencia de un fuerte exilio interior.110 Para el gobierno francés no dejaba de ser molesto ALCOUFFE, 1966; ARROYO MARTÍN, 1997. BURON y MENIEL, 2009. 106 THIERRY, 2004. 107 DESCIMON y RUIZ IBÁÑEZ, 2005, pp. 211-213. 108 BAUMGARTNER, 1978. 109 DAGENS, 1952; MORGAIN, 1995 y 2001. 110 BRUNET, 2000, 2002; LE ROUX, 2003; HUGON, 1995, 1997, 2000 y 2004; MICALLEF, 2010. 104 105 los exilios en la monarquía hispánica 153 el recordatorio de la persistencia de este liderazgo confesional hispánico, pero, en todo caso, tras la Tregua de 1609 con las Provincias Unidas, el asesinato de 1610 y los matrimonios de 1615, esta concepción de protagonismo confesional único de la Monarquía Hispánica se había quedado obsoleta. 4. Conclusiones La existencia de esos franceses del rey de España muestra que la hegemonía de este no solo conllevó la activación de exilios desde los territorios donde el catolicismo era minoritario; incluso donde la religión era mayoritaria, la opción española fue una variable que contribuyó a definir las exigencias religiosas de una parte de la población hacia a sus soberanos. Los exilios de los príncipes, espías y grandes señores de los siglos XVI y XVII miden bien la capacidad como patrono del rey católico, rival principal del rey cristianísimo y, en consecuencia, aliado de elección de sus desafectos, al menos de los que no se sublevaban por razones religiosas; el eclipse, pese al buen Aramís, como destino de la Monarquía Hispánica después de 1659 de este tipo de migraciones evidencia también hasta qué punto esta perdió hegemonía y credibilidad, credibilidad y hegemonía. El otro exilio, el confesional hacía tiempo que no era sino un lejano y borroso recuerdo. Su cronología había sido mucho más escasa (quizá de 1570 a 1620) y coincide con la crisis política y religiosa de una Monarquía Francesa en la que los más comprometidos con la vieja religión buscaban aferrarse a quien era a la vez un patrono y el líder del lo que les parecía ser la única vía de supervivencia de un mundo que veían en descomposición. La historia del conflicto entre el Reino de Francia y la Monarquía católica no puede ser más elocuente que en el relato de estos expulsados que al definirse hicieron lo propio más en negativo que en el espejo con una patria a la que se negaban a renunciar y con una tierra de promisión que solo en parte les entendía. Todos estos exilios fueron expresión de opciones fallidas en Francia; opciones nobiliarias y opciones de organización política y religiosa. Su historia es la de los vencidos en el proceso turbulento y complejo de consolidación de la Monarquía, no la de los contrarios a la construcción de Francia; y para entender esta en sus éxitos y dudas es preciso volver al reflejo que de ella dieron quienes tomaron una opción diferente a la que triunfó convirtiéndose en marginados de su reino y en gran parte del propio relato histórico nacional. 154 serge brunet - josé javier ruiz ibáñez Abreviaturas utilizadas AGS Archivo General de Simancas. 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