El maestro que murió por prometer el mar

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LOCAL Y REGIÓN
El maestro que murió
por prometer el mar
El documental ‘El retratista’ rinde homenaje a Antoni
Benaiges, maestro de Bañuelos de Bureba que
revolucionó la enseñanza del pueblo y fue
salvajemente asesinado en 1936
ENRIQUE BERZAL | VALLADOLID
@EnriqueBerzal1
6 enero 2016
19:57
«Los niños no pueden ser lo que uno quiera. No son cosas.
Deben ser según los valores que esconden. Esto es, ellos mismos.
Que piensen, que sientan y que quieran. Dejémosles ser niños.
Respetémosles en todos los momentos». El autor de estas líneas
no es un experto actual en pedagogía ni un profesor universitario
versado en Magisterio. Las escribió a principios de 1936 el
catalán Antoni Benaiges, que en 1934 había tomado posesión de
su plaza en la humilde escuela de la localidad burgalesa de
Bañuelos de Bureba. Un maestro que introdujo métodos de
enseñanza tan revolucionarios como la compra de una imprenta
para que los niños confeccionasen sus propios cuadernos o la
adquisición de un gramófono para enseñarles a bailar. Hasta les
Antoni Benaiges, maestro de Bañuelos en 1934-1936.
prometió, para satisfacer uno de sus mayores deseos, que aquel
verano los llevaría a ver el mar. Pero no pudo ser. La tragedia se cebó con aquel utópico maestro que, como recordaba Jesús
Carranza, uno de los pocos que lo conocieron y aún lo recuerdan, «enseñaba a los niños a pensar. Los niños estaban muy contentos
con él, porque cambiaron de un maestro que les pegaba con la vara y les castigaba duramente a éste que les llevaba de excursión, les
enseñaba y hasta les compraba comida».
La Federación de Enseñanza de UGT Castilla y León ha tributado un emotivo homenaje a Antoni Benaiges mediante la proyección
del documental ‘El retratista’, dirigido por Alberto Bougleux e ideado por el fotógrafo Sergio Bernal, que reconstruye su ejemplar y, al
mismo tiempo, trágica vida.
Fue Bernal, de hecho, quien en agosto de 2010 inició las primeras pesquisas que finalmente, por vericuetos impensables, darían a
conocer la personalidad de aquel maestro que dejó una huella imborrable en Bañuelos. Todo comenzó al acercarse al paraje burgalés
de La Pedraja para retratar la exhumación de una fosa común. Cuando por referencias de gente del pueblo tuvo noticia de que uno
de los casi 600 cadáveres hallados era el del maestro, fue tirando del hilo y llegó hasta el municipio tarraconense de Mont-Roig del
Camp, donde dos sobrinos nietos de Antoni le enseñaron todo lo que conservaban de él: una pequeña caja de cartón con algunas
fotos y 13 cuadernos antiguos, impresos en la escuela de Bañuelos de Bureba y redactados por los propios escolares.
Como ha escrito el periodista Francesc Escribano en el libro ‘Antonio Benaiges, el maestro que prometió el mar’, éste había
obtenido el título en la Escuela Normal de Barcelona en 1929. Primeramente ejerció en Madrid como suplente antes de ser destinado
a Vilanova i la Geltrú, donde se empapó del método pedagógico Freinet, según el cual la escuela debe aportar los niños las
herramientas adecuadas para expresar sus conocimientos y habilidades más naturales. Con este bagaje, revolucionario en su
momento, tomó posesión de su plaza definitiva en la localidad burgalesa de Bañuelos de Bureba, un pequeño pueblo que entonces
contaba con poco más de 200 habitantes, 58 casas y 32 niños en la escuela. Era septiembre de 1934.
Sus métodos no tardaron en chocar con la enseñanza tradicional de la época. De su bolsillo pagó una imprenta de la que saldrían
las revistas ‘Gestos’ y ‘Recreo’, con textos de los propios alumnos, y adquirió un gramófono para enseñarles a bailar. Muchos lo
acogieron con agrado, no en vano Benaiges estaba convencido de que si los niños «se mueven en un ambiente de libertades,
sutilidades y camaraderías, cargado de estímulos, provocador, veremos cómo chorrea de la infancia una vida todo hermosuras y
promesas. Esto es la Escuela: ambiente y ocio. Libertad y espíritu».
Otros, sin embargo, no ocultaron su contrariedad, apegados como estaban a la enseñanza tradicional y porque en no pocas
ocasiones reclamaban a sus pequeños para ir a trabajar en lugar de asistir a la escuela. Aunque Bañuelos era un pueblo pequeño y
repleto de incomodidades, helador en invierno y con comunicaciones deficientes, Antoni se sentía a gusto con sus alumnos. Tanto,
que en 1935 desistió de pedir el concurso de traslado: «Se ha anunciado el concurso de traslado –escribe a su amigo Patricio
Recondo-; lo hubiera podido pedir con esperanzas de obtener ‘algo bueno’: este pueblo no tiene agua, no tiene luz, no tiene caminos
(…) y, sin embargo, no he pedido, no pido: aquí me quedo. Veo claro, claro cómo me voy haciendo luz, en los cerebros de cada uno de
estos chiquillos y chiquillas y me hago luz también en el pueblo y abrigo la esperanza de que un día, por la obra de un Maestro de
Escuela, platee y reluzca como un ascua, capaz de iluminar… qué sé yo, a medio mundo, al mundo entero».
El cuaderno más sorprendente confeccionado en la escuela de Bañuelos está fechado en enero de 1936. Se titula ‘El mar. Visión de
unos niños que no lo han visto nunca’, y contiene, en efecto, las opiniones de sus alumnos sobre cómo sería el mar, sus miedos e
inquietudes, por supuesto, pero también sus deseos de conocerlo. Antoni no lo dudó: puesto que no lo habían visto nunca, él mismo
les llevaría en verano a su tierra natal para que conocieran el mar. Avisó enseguida a su familia, que preparó para ello su casa de Les
Pobles.
Pero no pudo cumplir su promesa. El 19 de julio de 1936, un
día después del levantamiento militar contra la República, el
maestro fue detenido en la Casa del Pueblo de Briviesca por
militantes falangistas. Había regresado en plenas vacaciones para
cumplir lo prometido, alquilar un autobús en el que llevar a los
niños de su escuela a conocer el mar. Su pertenencia al PSOE y
los novedosos métodos de enseñanza practicados en la escuela
de Bañuelos le habían puesto en el punto de mira de las clases
pudientes y del cura del pueblo. En el expediente de depuración
instruido contra él le acusaban de «indigno, antisocial, inmoral,
vicioso, comunista, anarcosindicalista», de no ir a misa y de que
muchos días, en lugar de dar clase, ponía música en el
gramófono y hacía bailar a los pequeños.
Durante el tiempo que permaneció arrestado los falangistas
del pueblo se ensañaron con él, lo torturaron y le arrancaron los
dientes, incluso le pasearon medio desnudo por Briviesca, en un
coche descapotable, para que sirviera de escarmiento. Acto
seguido, lo condujeron a la Pedraja junto a otras muchas
personas, republicanos y socialistas la mayoría, donde los
fusilaron de manera arbitraria y echaron sus cuerpos a un hoyo.
Poco después sacaron todas sus pertenencias de la escuela y las
quemaron. Aquellos vecinos que guardaban objetos relacionados con Benaiges los escondieron o se deshicieron rápidamente de
ellos para no seguir su misma suerte.
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