EL NORTE: Domingo 25 de Noviembre del 2001 N Editora: Rosa Linda González Email: [email protected] o es fácil ser de madera y vivir aquí. A una cuadra al sur pasan 110 mil carros a 90 kilómetros por hora cada día, mil 400 son ruidosos camiones urbanos. A 200 metros al poniente se encuentra la Gran Plaza con otros tantos transeúntes. Afuera arrecia la actividad, adentro, en casas antiguas como ésta, la vida amaina y se limita a ciertas horas del día. Aquí, en Padre Jardón 968, donde parecería que tras las paredes de sillar levantadas en el Siglo 19 no queda vida, la hay, pero transcurre de modo diferente, las palpitaciones se concentran en las mañanas cuando los acartonados anfitriones de nombres extraños reciben las visitas de los escolares, y los domingos después del mediodía cuando llegan familias enteras. Así es la vida en La Casa de los Títeres. En la ciudad que en los 80 era la que más antenas parabólicas tenía en el mundo, donde hoy se venden unos 9 millones de boletos de cine al año, donde 88 de cada 100 personas ven tele todos los días hasta tres horas y media y la consideran su principal pasatiempo antes que convivir con la familia y, por supuesto, que leer, en 18 mil hectáreas donde se concentran más de 350 discotecas, bares, cantinas y table dances, en ésta, la llamada ciudad láser, hay un pequeño grupo que da funciones de títeres todos los días desde hace seis años. E n la Casa de los Títeres suceden cosas extrañas desde entonces. Vivir ahí es mucho más que sólo dar funciones. Muchos han ido y venido a París de la mano del Guiñol en 40 minutos, al bosque con Caperucita, al interior de cada uno con Pinocho, alrededor del mundo con Gogo. Unos ya saben que cuando los títeres no están frente al público en su teatrino de colores, esperan la próxima función como murciélagos colgados de pies con la cabeza hacia abajo. Lo que muchos de los visitantes aún ignoran es que hay momentos en que sus cabezas de hule espuma, de cartón o de madera yacen solas, a veces sin ojos, sobre una mesa en el pequeño taller que está al fondo del patio. Cuando las cosas van bien, sus creadores se ocupan de ellos todas las tardes, con amor y paciencia, y terminan sus gestos, sus caracterizaciones y sus vestidos. A veces llega a oscurecer y los titiriteros siguen trabajando con ellos. Pero las cosas son tan extrañas en esta casa, que no son lo que aparentan, sino todo lo contrario, lo que en realidad sucede es que las marionetas manejan a sus creadores. Ser de madera y vivir en esta ciudad no sería posible sin un par de titiriteros a su servicio. La historia de esta situación empieza un noviembre 15 años atrás. Titereteando Los personajes de cartón, madera y trapo mueven desde hace seis años los hilos del espectáculo que Elvia Mante y César Tavera dedican a los niños en la Casa de los Títeres B POR MARCELA GARCÍA MACHUCA FO T O S J UA N A N T O N I O S O S A U na niña tímida de overol es la pro- tagonista de “Yo sé que Puedo”, la obra con la que nace en noviembre de 1986 Baúl Teatro, un grupo de actores que poco a poco fueron dejando la expresión de sus cuerpos para darle con ellos expresión a otros cuerpos. El grupo lo formaban Elvia Mante, César Tavera, Luis Javier Alvarado y Enrique Gorostieta. Elvia había conocido a César dos años antes, en Nuevo Laredo, donde ella tuvo la primera escuela de teatro para niños, con pantomima, títeres y actuación. Él, que pertenecía al grupo Matraz de la Facultad de Ciencias Químicas de la UANL, fue a presentar “Historias para ser Contadas” y tuvieron que compartir el teatro con “Circo, Maroma y Teatro”, donde ella participaba. Ambos se flecharon cuando él le expresó públicamente que el mejor trabajo del espectáculo local había sido “Libertad”, de ella. Para enero del 85 los teatristas ya se habían casado y vivían en Monterrey. Trabajaron con algunos directores. “En el Alma Buena de Sechuan” a la gente le llamaba mucho la atención que aunque fueran actores siempre estaban haciendo la producción del atrezo y la utilería. Aunque siempre tenían trabajo, no querían esperar a que un director los viera actuar para tener obra en manos. Junto con Luis Javier y Enrique montaron en las instalaciones del Cedart de la Colonia María Luisa “Yo sé que Puedo”, de Schultz Miller, Barry Miller y Bruce Bowden. Había actores, títeres y máscaras. Llegaron inmediatamente a las 50 representaciones porque pasaron al Teatro de la Ciudad, a donde la Secretaría de Educación Pública llevaba a grupos de niños. Se presentaron en el Centro Cultural Alfa, la Casona de los Tres Días, la Casa de la Cultura, en la Gran Familia y la Ciudad de los Niños. Montaron “El Unicornio de Garritín”, una obra de César donde el tema era una muñeca hecha de trapos. Ella era en momentos un títere y en ocasiones un humano. Así que gracias a Lety Luna y Garritín, César, Elvia y sus dos compañeros trabjaron en las funciones escolares de la SEP y las giras del ISSSTE. Eran años en que no había teatro infantil en la Ciudad, las únicas propuestas interesantes eran las de Jorge Segura y las del grupo El Último Unicornio. Había mucho trabajo y todo estaba muy bien para Baúl Teatro, con dos obras para niños y algunos trabajos para adultos vivieron más de dos años con trabajo constante. Sólo había un problema: de identidad, no querían ser un grupo de teatro infantil, como que eso no era serio, ni intelectual. Eso ni un siquiatra se los hubiera quitado de la cabeza sin que pasara lo que a continuación iban a vivir. H abía una vez una pareja de actores que llegaron a vivir a Laredo, Texas. Era 1988. Ellos querían ahorrar para irse a estudiar teatro a Austin. Pero la vida en la maquiladora donde trabajaban era tan próspera y en Estados Unidos era tan fácil hacerse de cosas materiales, que muy pronto tuvieron una linda casa y un carro. Ya tenían un año en Laredo y vivían muy bien. Pero estos actores no eran felices. “Una vez nos salimos, nos sentamos en la banqueta y empezamos a llorar porque no estamos haciendo lo que queríamos: teatro. Al día siguiente pusimos en venta la casa, renunciamos al trabajo”, cuenta Elvia. Les ofrecieron más dinero, pero no era eso lo que querían, vendieron lo que pudieron y con lo que juntaron se fueron a Europa para estudiar seis meses. En mayo del 90 llegaron a España y al bajar del tren, en Sevilla, lo pri- mero que vieron fue un cartel de la Feria Internacional del Títere. “Nosotros nos volvimos titiriteros cuando vimos incendiarse un pueblo”, anuncia César. Había un grupo español de cuatro titiriteros que manejaba a 200 títeres. Era la historia de un gitano preso y una niña que trata de sacarlo, mientras el pueblo incendia a la comunidad húngara. “¡Eso fue tan impactante porque eran sólo cuatro titiriteros y la vida toda estaba ahí!”, explica todavía maravillada Elvia. La obra era “Azul Bleu Blue”, y los actores de Axioma Teatro. Si eran actores los que hicieron eso, ellos podían hacerlo también. Luego se fueron a un encuentro de escuelas de marionetas en Charleville, Francia, vieron cómo un títere de tamaño natural violaba a la actriz en el escenario. Después fueron a Grecia y conocieron al centenario títere de sombras, Karagoz. “Fue nuestro parteaguas para hacernos titiriteros y para considerarnos gente de teatro infantil porque todavía recuerdo que veníamos en un ferry y hablábamos y nos estábamos aceptando a nosotros mismos como gente de teatro infantil”, cuenta César. “An- tes no queríamos, por la situación atávica que tenemos todos de que a los niños se les da cualquier cosa, y en ese momento nos adoptamos”. Se gastaron todo el dinero en libros y títeres, no les quedaba nada, siete días los pasaron acostados en el Parque El Retiro leyendo libros y alimentándose de té y galletas. V olvieron. Sin embargo, sus hilos estaban sueltos, Elvia y César trabajaron en Monterrey con los personajes que ya conocían, Garritín y Lety Luna. Casi medio año pasaron así, sin montar un espectáculo nuevo donde pusieran en escena sus sentimientos sobre el teatro. Pero el 1 de enero del 91 en la madrugada, de regreso a casa, Elvia vio una escalera que daba a un muro y le dijo a César: “Mira la escalera que sólo sirve para bajar”. Era el título de un texto de los libros de primaria. La inspiración llegó y para la mañana siguiente ya tenían el guión completo de “Viajeros”, mucho más llena de títeres que de actores. Esta obra se trata de tres personajes que iban a salir de viaje, pero el tren nunca llega. Invitaron a Jorge Vargas a dirigir y en marzo de ese año estrena- ron “Viajeros” y con él viajaron a Alemania, Escocia y Holanda. La Bodega, una casa antigua de la colonia Independencia, que era el lugar donde César se había iniciado en el teatro con el grupo Matraz en los 70, necesitaba nuevo inquilino y ellos la tomaron. Nacía La Bodega de Baúl. Era como una buena noticia, una isla donde se detenía el tiempo en medio de una calle llena de talleres, una partera, un puesto de tacos y tepache. Pequeños corredores de piso de pasta que exhibían títeres de manera improvisada, sin que fuera precisamente una exposición, pero sin que faltaran, llevaban a un foro íntimo donde ocurrían asuntos de otros mundos. La casa de Morelia cruz con 16 de Septiembre era para ensayar, pero empezaron a llegar los niños a preguntar “oiga, cuándo hay función”, hasta que en octubre de 1992 decidieron abrirla al público. Al momento de la develación, Guillermo Murray Prisant dijo: “Es un honor inaugurar el segundo teatro de títeres en México”. Todos los domingos había teatro para niños, de Baúl Teatro y de otros creadores. La ciudad había cambiado para entonces, había muchos grupos de teatro infantil de calidad. A veces cerraban la calle, montaban tarimas y voceaban: “Véngase con su sillita”. D esde 1995 este matrimonio, que decidió no tener más hijos que las marionetas, se dedica exclusivamente a La Casa de los Títeres y a sus moradores. El proyecto había surgido casi dos años antes para La Bodega, se llamaba “Divertido Viaje alrededor de los Títeres en 80 Minutos”, consistía en exhibición de muñecos de diferentes partes del mundo y de otras épocas, hacer talleres y dar funciones. El Fondo Nacional para la Cultura y las Artes les dio la beca para implementarlo por un año, pero les subieron la renta en la Independencia y tuvieron que buscar otro lugar. Dieron con una casa antigua en el barrio atrás de Catedral. Esta exposición-taller-función inició en Padre Jardón como La Casa de los Títeres, con las obras “Viajeros” y “Pregoneros” en noviembre del 94. El primer año fueron 6 mil visitantes en grupos de 60. Así han seguido trabajando después de la beca y hasta la fecha, entre semana por la mañana van a las escuelas, visitan el museo y tienen una función (el taller se suprimió para no pasarse del tiempo escolar) y los domingos se dan dos funciones para todo el público. Desde entonces no ha habido un domingo sin función, ya sea dada por César y Elvia, por todo el staff, que no rebasa las ocho personas, o por grupos foráneos. Entre semana están abiertos la biblioteca y el museo. Por las tardes se dedican más a trabajo de creación, producción y oficina. “Somos artistas que barren, hacen palomitas y arreglan títeres”, dice Elvia. César trabaja más en el escenario con los títeres y Elvia es más creadora y directora de las historias, ambos hacen títeres y hace unos meses hay un artista plástico que los diseña, Carlos Bocanegra. Ahí se ha contado “Titerines para los Chiquitines”, el clásico “Guiñol de París”, el más recordado y querido por el público, “Pinocho” y el súper musical “Caperucita”. En total han obtenido cuatro becas de Financiarte, cinco del Fonca, cuatro del Foneca, una de la Coordinación Nacional de Descentralización y dos del Teatro de la Ciudad. “Ellos ya están muy becados”, es el argumento que ronda por ahí a la hora en que vuelven a pedir una beca estatal. Los titiriteros argumentan que con esas becas han logrado sostener un museo y cobrar sólo 25 pesos por persona. Mientras los titiriteros esquivan los dardos del mundo de afuera, los títeres tienen su propia lucha adentro de esas paredes de sillar. Pinocho insiste en dejar de ser de madera y ser igual a los demás niños. Pero a diferencia del cuento original, en éste, el chico de madera debe aprender a vivir en su condición y aceptar que el mundo puedo o no acogerlo. Cada vez que vuelvan a abrir el telón, Pinocho lo intentará otra vez. Fotoarte: EL NORTE/ Lorena Leal/ Diseño: Gaspar Enrique Hernández 2D