"Palabras de un creyente" de M. F. Lamennais, en la traducción de

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Palabras de un creyente de M. F. Lamennais, en la traducción
de Mariano José de Larra (1836)
Lídia Anoll
La obra de Lamennais, acogida con cierto interés por el sector menos conservador
de la España decimonónica, ha sido objeto de traducción a lo largo de los años, pero
sobre todo durante el siglo XIX, en el que se publicaron además de los dos títulos más
conocidos, Palabras de un creyente y El libro del pueblo, otros como Ensayo sobre la
indiferencia en materia de religión, Guía de la primera edad, La esclavitud moderna,
El eco de las cárceles, así como dos títulos colectivos, Obras políticas y Obras. Por su
carácter más polémico, los dos primeros gozaron de la atención de intelectuales de
renombre tales como Mariano José de Larra, que tradujo Paroles d’un croyant (1834)
con el título El dogma de los hombres libres: Palabras de un creyente (Madrid,
Repullés, 1836), libro que continuó la diatriba iniciada con la Santa Sede, expuesta en
Mirari Vos y que culminó con la encíclica Singulari Nos, tras la cual Lamennais decidió
alejarse de Roma. Aunque algunos aspectos –separación Iglesia-Estado, derecho a la
igualdad, etc.– continúan vigentes en nuestros días, el número de traducciones llevadas
a cabo durante el siglo XX ha sido muy parco, sobre todo en las última décadas. Figuran
entre ellas Palabras de un creyente (Barcelona, Maucci, ¿1910?), Caracteres del siglo
XIX o vaticinios políticos (Palma, Villalonga, 1934), Sobre el pasado y porvenir del
pueblo: la esclavitud moderna (Barcelona, Vértice, [1928]), y la reedición de la de
Larra (Madrid, ZYX, 1967) y la primera traducción catalana de Paroles d’un croyant y
Le livre du peuple (Barcelona, Proa, 1991).
Por su lirismo, Paroles d’un croyant responde plenamente a la época en que fue
escrito. Su estilo, lleno de imágenes, parece venir directamente de la Biblia. A veces, su
mensaje, al igual que los versículos bíblicos, lleva el sello de un visionario, de un
profeta; otras, nos trae a la memoria la sencillez y profundidad de las parábolas. Larra
comparte el mensaje de esa voz «que clama en el desierto» con acentos líricos, hace
suyo el espíritu de la obra y da a ésta un sello muy personal.
Cuando apareció la traducción de Larra, en 1836, circulaban ya algunas ediciones
francesas de la obra: la de E. Renduel, de París (1834), con varias reediciones; la de J.
P. Meline, de Bruselas, del mismo año, así como una acompañada de notas y seguida de
«la visión de un creyente sobre Lieja y Bélgica», por J. F. X. Wurth; también la de
Daubrée et Cailleux, de París, de 1835. En la traducción de Larra se lee: «traducida
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directamente de la última edición francesa», lo que explicaría quizá que figuren en ella
las palabras iniciales dirigidas al pueblo (Au peuple). De la comparación de la
traducción con los textos originales citados que hemos tenido a nuestro alcance,
podríamos deducir que Larra partió del texto editado por E. Renduel, no así del de
Meline, que contiene un capítulo menos. Si bien la de Larra es considerada la primera
traducción española de Paroles d’un croyant, se citan dos traducciones al castellano,
llevadas a cabo el mismo año de su edición francesa: una, editada en Marsella, por la
Imprenta Julio Barile y Boulouch; otra, en Versalles, por la Librería de la Rosa, según
unas fuentes, y por la imprenta de Marlin, según otras, hecha a partir de «la octava
edición, corregida y aumentada por el autor de un apéndice sobre la libertad y el
absolutismo».
Larra hace preceder su traducción de un prólogo, «Cuatro palabras del
traductor», en el que describe la obra y hace hincapié en las dos grandes verdades en la
que ésta se apoya: la necesidad de una religión y el derecho a la igualdad de poder.
Asimismo justifica la necesidad de su prólogo y expone ampliamente los motivos que le
han inducido a traducir la obra, concluyendo con esas palabras: «En consecuencia he
traducido este libro, porque sean cuales fueren sus doctrinas, pertenezcan al presente o
al porvenir, creo que la palabra no puede ser jamás nociva. La mentira impresa y
propalada cae por sí sola, y puede ser rebatida con la palabra misma. Por el contrario,
la verdad impresa y propalada triunfa, pero triunfa a fuerza de convencer, triunfa sin
violentar, y este es el más bello triunfo posible».
La traducción de Paroles d’un croyant es fruto tardío –si algo tardío puede haber
en la obra de Larra–, y no parecería necesitar justificación alguna. Sin embargo, cobra
sentido dentro del contexto de su actividad traductora, puesto que hasta aquel
momento se había dedicado ampliamente a las traducciones-adaptaciones teatrales y
había formulado su concepción de la traducción en más de una ocasión. Así, cuando se
trata de obras ligeras escritas para la escena, «favorece la adaptación, porque se trata
de insertarlas lo mejor posible dentro del contexto de la cultura española» (Romero
Tobar cit. por Behiels 1993: 25); la fidelidad al texto original interviene sólo cuando se
trata de textos «primarios», de alta calidad literaria. Debemos pensar, pues, que la obra
que nos ocupa pertenece a esos textos «primarios» que no precisan de adaptación
alguna y que, con su traducción, Larra emprende un trabajo de divulgación más que de
traducción.
Un análisis minucioso de su trabajo nos ha permitido observar que, si bien es
cierto que Larra fue fiel a las ideas de Lamennais, su estilo imprime a la obra un sello
muy característico, quizá muy acorde con el Romanticismo español, y que le confiere, a
menudo, un carácter un tanto ampuloso que lo aparta del texto original. Si en algunos
capítulos, la imaginación-visión de Lamennais es propiamente romántica, su escritura
entronca con la más pura tradición francesa: sencillez de expresión, organización
rigurosa de la frase, lenguaje asequible, etc. Larra anula casi totalmente las formas
verbales simples acompañadas de un pronombre para transformarlas en una sola
palabra, lo que da expresiones como: «darase» [sic], «bátenle», «desnúdanle»
«ájanse», «háseme preguntado», «Heme preguntado yo», «serales dicho», «sujétase»,
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«fueme» «ásela un buitre», «cargolos de cadenas», etc., voces muy próximas al
castellano del Siglo de Oro y que provocan un efecto grandilocuente un tanto afectado,
sobre todo si se tiene en cuenta que va dirigido al pueblo. Otra característica, regida en
ciertos casos por el empleo de las formas verbales antes citadas, es la distorsión del
orden de la frase. La claridad de la frase francesa, basada en el orden
sujeto+verbo+complemento se ve constantemente reorganizada, dando preponderancia en ella al verbo: «sujétase el soldado», «ájanse las flores», «rebelóse la tierra
contra él», «y dioles Dios también este precepto», «despejose su entendimiento»,
«Tres días más, y romperase el sello sacrílego», etc. Y no solamente cuando se trata de
esas formas verbales: fórmulas como «Hijos sois», «Falsos profetas ha habido»,
«tranquilo se pasea», «prometido había», «Querrán muchos convenceros» son tan
corrientes que el lector se extraña cuando ve alguna frase que responde exactamente al
texto francés.
Como suele hacerse, de vez en cuando el traductor añade algunas palabras para
redondear la frase, para darle más fuerza o para acoplar mejor el texto a su propio
estilo. Citemos al efecto: «obra hay sin duda de Dios» (los añadidos van señalados en
cursiva), «y anuncia al mundo lo que ves», «vida en verdad más dulce», «día de luto
sobre toda la redondez de la tierra», «Y vi entonces una mano», «para llegar realmente
a serlo», etc. En este ámbito, se encuentran a veces dobletes que no están en el texto
original. Así: «Veo el Oriente turbado y removido», «nada podéis esperar sino
sufrimiento y dolor», «tornó a reverdecer y brotar», «sola y aislada», «reciben fuerza
y valor», «farsantes y juglares», «dejándola sin cubrir y tejar», «mirad y ved».
En lo que a supresiones se refiere, de haberlas hailas, como diría Larra, pero no
nos parecen tan significativas. A la supresión de forma regular de la conjunción «y» que
enlaza un párrafo con otro, o que sigue a un punto y coma, se podrían añadir algunas
que pudieran responder a una opción personal: así ese «qu’est-ce que cela me fait, à
moi?» (IV, 17), que quizá le pareciera repetitivo; o «Et le serviteur de Dieu obéit à son
commandement» que se resuelve por «Y el siervo de Dios obedeció» (XXX), o la
supresión de «sombre» que acompaña a nube (XXXIII), etc. En cuanto a la supresión de
todo un párrafo, como sucede en «Deux spectres se glissent [...] en hurlant» (XXX, 150)
parece tratarse más bien de un despiste ya que no ofrece obstáculo alguno para su
traducción.
Mucho más relevante sería la elección de ciertos vocablos : «jeune fille» pasa a
ser, casi en todas las ocasiones «inocente muchacha»; l’innocent qu’on conduit à
l’échafaud → inocente arrastrado al cadalso; la tempête → el huracán; rires →
carcajadas; la pauvre mère → la mísera madre; ont faim → padecen hambre; privés de
toute sorte d’instruction → desnudos de toda instrucción; déchue  degenerada; les
vents → huracanes, etc., que dentro de sus respectivos contextos adquieren un tono
más terrible, más lastimero, más sarcástico, según el caso. El empleo corriente de
«mezquino» con valor de «pequeño», aunque correcto, actualmente nos extraña.
Curioso es destacar cómo se atenúan las palabras con connotaciones sensuales: Qui
l’appelait un homme de bonne chère et aimant le plaisir? → Hombre de gula, y amante
de la buena vida; amollissez-les par la volupté → Debilitadles por medio del placer, etc.
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Asimismo, se observan algunos cambios arbitrarios que quizás respondan a la vena
poética del traductor –como sería el caso de ese «Vuelo hacia el Empíreo» («pour
prendre votre essor vers les cieux») que poco debería comprender el pueblo «aspirant à
sortir de cette prison terrestre»–, o a un prurito de corrección, cuando «les oiseaux du
ciel» se traduce por «las aves del aire».
Sorprende la traducción de las preposiciones, totalmente literales –sobre todo en
el caso de «sur»– en una persona que dominaba tan bien la lengua española, como
pueda sorprender la traducción de «pain noir» en «pan negro». También, el uso de
ciertos vocablos en la primera parte de la traducción, que se traducen, a nuestro
entender, más propiamente en la segunda y que hubiera podido corregir. Serían un
ejemplo de ello: «fers», que traduce por «hierros» y por «cadenas», o esa «ruse» que se
traduce por «artería» en un primer tiempo y, después, por «astucia», o ese «noirâtre»
que parece resistirse al «negruzco»… No son errores, como no lo son tampoco gran
número de vocablos que usa y que son propios de su tiempo o de un tono elevado. No
achacaríamos al traductor alguna que otra errata que debió producirse en el momento
de la edición.
A pesar de haber hecho hincapié en algunos elementos que pudieran parecernos
negativos, la traducción de Larra es muy válida. Lleva, como dijimos, el sello y el estilo
de una época y de un país. La sola elección del título, El dogma de los hombres libres:
Palabras de un creyente, aboga en este sentido al poner de relieve la palabra «dogma»,
que le da una fuerza casi doctrinal que no conlleva el título de Lamennais. La
ampulosidad que descubrimos en ella nos hace pensar en los panegíricos lanzados
desde un púlpito al pueblo, aunque el pie de ese púlpito estuviera algo desprendido de
la ortodoxia romana.
Haciéndonos eco de las palabras del propio Larra, diremos que su traducción
cumple sobradamente su objetivo: divulgar las ideas del escritor francés con las que
comulgaba plenamente. Aunque haya «creído indispensable poner al lado del
pensamiento de Lamennais pensamientos suyos, por más que los reconozca inferiores
al que preside a la obra que ha tratado de vulgarizar en España» («Cuatro palabras del
traductor»), esos pensamientos, en todo caso, se recogen en esas «Cuatro palabras…»
pero en nada modifican los contenidos de Paroles d’un croyant. La diferencia reside en
el estilo, no en el pensamiento.
BIBLIOGRAFÍA
ANOLL, Lídia. 2009. «Lamennais» en Francisco Lafarga & Luis Pegenaute (eds.), Diccionario
histórico de la traducción en España, Madrid, Gredos, 661-662.
BEHIELS, Lieve. 1993. «Larra, crítico de traducciones», Livius 3, 19-30.
LA PARRA, Emilio. 1989. «El eco de Lamennais en el progresismo español: Larra y Joaquín
María López» en Libéralisme chrétien et catholicisme libéral en Espagne, France et Italie
dans la première moitié du XIXe siècle, Aix-en-Provence, Université de Provence, 323342; <www.cervantesvirtual.com>.
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PAGEAUX, Daniel-Henri. 1982. «Lamennais en Péninsule ibérique. Notes sur la diffusion des
idées menaisiennes en Espagne et au Portugal (1834-1840)» en Utopie et socialisme au
Portugal au XIXe siècle, París, Fondation C. Gulbenkian, 121-152.
VARELA, José Luis. 1980. «Lamennais en la evolución ideológica de Larra», Hispanic Review
XLVIII, 287-306.
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