Rafael Courtoisie

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Rafael Courtoisie
Jaula abierta
Editorial Dilema, Madrid, 2004.
Objetos del Silencio
En una reunión, en medio de una conversación animada cae,
de pronto, una piedra invisible que provoca la interrupción del
diálogo. Los rostros se miran incómodos y alguien carraspea.
La tensión dura apenas segundos, hasta que alguien decide
recoger el objeto y reanudar el diálogo con una frase común.
Pero en la habitación queda una marca indeleble que las
palabras no pueden ocultar.
La mujer sin cabeza
Ahora la mujer sin cabeza no doma más leones, ni tigres, ni
víboras. La dificultad de su número se redujo: ahora se pasea
por los asientos de la platea repartiendo folletos de
propaganda, vendiendo cigarrillos y chocolates. Anda de un
lado a otro entre los carromatos, tropezándose con las tarimas
coloreadas de los payasos, sentándose en los fardos de alfalfa
de los elefantes, desde donde mira las estrellas encerradas en
cubos. Pasea todo el día y toda la noche. Va sin cabeza pero
vigilando, para no caerse.
La dejan entrar a la jaula de las fieras solamente para que se
reconozca un momento, para que no olvide su nombre que no
tiene cara.
El pianista sordo
Acercaba la cabeza a la madera laqueada y sentía en los
músculos de la cara y en la bóveda craneana el temblor de las
vibraciones. Entonces escribía siguiendo el ritmo de la fiebre,
sus modulaciones en el pabilo de las velas que lo alumbraban.
Pero no se engañaba. Sabía que eso no era música, pero
resultaba demasiado viejo o demasiado terco para cambiar de
profesión.
El hilo de voz
Con él se teje una cerrada trama de palabras y el tejido oculta
la desnudez de las cosas que se nombran.
Jaula abierta
Un hombre dibuja tigres sobre papeles extendidos. Los traza
con minuciosidad y después los exhibe. Los hace andar
cuando los miran otros ojos. Mientras tanto, en otro sitio, un
verdadero tigre se pasea, da vueltas breves en una jaula de
hierro que pocos miran con temor.
El papel con el dibujo del tigre, y aún el papel que sostiene la
palabra "tigre", y el papel que sin nombrarlo hace andar un
tigre por los ojos del lector, resulta ser la verdadera fiera. El
papel desgarra, puede matar.
Solamente el tigre de carne y hueso, el que está en la jaula y
se pasea con pasos seguros, el que respira entre barrotes, es
un tigre de papel.
El pie de la letra
Por un error de interpretación bíblica, el Juez de aquel poblado
mandó cortar al medio a todos los niños recién nacidos. La
medida se llevó a cabo en el más absoluto secreto, para
descubrir quiénes eran las verdaderas madres.
El asombrado Juez supo al día siguiente que ninguna madre
reclamaba las mitades dispersas, ni aun las que él creía, por
intuición, las verdaderas de entre las presuntas.
Algunas mujeres enloquecieron, inclinadas sobre los restos, y
los hombres, los posibles padres, miraban de lejos, resignados.
El Juez infirió que todas, incluso las solteras y las vírgenes,
eran las verdaderas madres. Pero no había forma de
determinar qué par de trozos correspondía a cada mujer. A
partir de ese día, los hombres y las mujeres se negaron a
procrear por temor a una nueva sentencia. Las pequeñas
medias reses, en montones irregulares, se pudrieron al sol, y el
pueblo desapareció del mapa.
Los reclusos
Al loco lo amarraron en el patio del templo, frente a las
mismas columnas que no sostenían ningún techo. Al
mediodía, la sombra de los cilindros de mármol le cubría la
calva, protegiéndolo.
El loco decía que dentro de cada columna estaba encerrada la
cabeza de un emperador. En una, afirmaba, había un pájaro a
punto de levantar vuelo, y en otra un león africano devorador
de mártires.
Luego de cierto tiempo de encierro, el Emperador ordenó que le
quitaran las cadenas para que demostrara la verdad de su
locura. El viejo, cansado pero con entusiasmo, a golpes de
cincel, fue descubriendo los rostros ocultos en la piedra.
Delicadamente, fue quitando los pedazos que sobraban y
aparecieron las cabezas recluidas, y el pájaro a punto de volar,
y las astillas de mármol fueron el rugido seco del león
devorador de cristianos que el loco sacó de la columna. Las
estatuas recién descubiertas fueron reunidas en el centro del
templo, para que los ciudadanos las admiraran y alabaran al
encontrador.
Pero cuando el loco comenzó a gritar a los cuatro vientos que
había empezado a ver la calavera inerte, vacía, dentro del
rostro rechoncho del Emperador, fue ejecutado.
Voces
Las voces actúan sobre las cosas, tienen una incidencia
directa a pesar de que el principio de causalidad está alterado.
Una palabra es causa de muchos objetos, los sostiene sobre
un abismo de indefinición, los suspende sobre materias
brumosas. Lo mismo pasa con algunos gestos: un gesto
detiene una hecatombe. Un hombre mira a una mujer en la
calle y se interrumpe el universo: los ríos de la tierra se
vuelven sexuales y las piedras ligeras. Una religión del tacto
supera a la religión de la mirada. Las parejas se vendan los
ojos y se tocan. Las casas sudan música.
Voces
El jugo de Umbría empapa el pensamiento, como si saliera de
una pulpa oprimida, como si se apretara una fruta viviente. El
fresco olor de esa humedad trepa en el viento y se mete en los
secretos porosos, ablanda y carcome las médulas pétreas de
las casas, el dios de los cimientos.
El jugo de Umbría es un sonido que oscurece.
Voces
Un idioma de polvo se escucha en las calles. Q transporta una
vasija y las gentes se apartan. Lleva una carraca para
anunciar su paso y un niño se adelanta moviendo los brazos,
anunciando el peligro. Alguien, desde una azotea, tira una
piedra. La vasija se rompe y deja ver el interior. Hay fuego
maduro que comienza a derramarse. Q corre despavorido y tira
la carraca, que enmudece al caer. Umbría se aparta y, en el
centro de la columna de fuego, crece un hueco.
Una niña llega corriendo desde lejos, se acerca a mirar y se
apaga en la ceniza. Nadie alcanzó a advertir el peligro, nadie
gritó a tiempo.
Comienza a lloviznar. Las bocas están llenas de polvo.
Sufrimiento en u
En Umbría, desollar una naranja o cercenar una acelga
significa producir una considerable cantidad de dolor que se
acumula en otra parte. Cada cosecha de trigo da alimento a
muchas personas y riqueza a los especuladores, pero con cada
cosecha, con cada tallo cortado se genera una corriente
continua de dolor que forma un anillo alrededor de los seres.
Los niños se ponen agrios y crecen molestos por el tedio. Las
niñas maduran por sus glándulas pero con una gota de leche
negra dentro de los pechos, que después pasan a sus hijos
nacidos o hacen crecer dentro del vientre hinchado e infinito
de los que no nacen. Así, al envejecer, se acuestan a desgano
con la muerte. La mutilación de vegetales produce en Umbría
guerras y homicidios, luchas constantes y rencores.
Una sola pluma arrancada a un ave imaginaria provoca
grandes inundaciones. Las lluvias no paran de caer cuando en
Umbría se derrama una gota de aceite.
Cantidades de dolor real, compacto, grumos de sólido dolor, se
distribuyen y se muerden como panes, después, en el planeta.
Las piedras de amar
Los hijos de los Grises le arrebatan el gozo a las mujeres, justo
en el último momento, justo cuando están por acabar. Los
hijos de los Grises, en el último instante, se llevan esa gema
invisible del sexo de las mujeres y hacen un collar de
maravilla.
En las noches cálidas, el collar hecho con los guijarros del
gozo humedecido, palpita en la penumbra inmóvil, sin que
nadie se adueñe del temblor. Los Grises ponen esos collares en
las vitrinas de los museos, y quedan tontamente alegres por
haberles quitado el gozo a las mujeres.
Las perlas, algunas oscuras y otras claras, producen un latido
inmóvil y concéntrico, un espasmo translúcido que se pierde
en el espacio silencioso. Pero las mujeres de los hijos de los
Grises van, cada vez que pueden, a la aldea vecina, donde los
hombres saben desprenderles del vientre esos cantos rodados,
esas perlas opalinas y latientes, y las dejan flotando en la
entrepierna, húmedas y tibias todo el tiempo, durante la
eternidad que dura el acto.
Otra fiesta
La aldea de los asesinos está siempre demasiado cerca. En la
aldea de los asesinos crecen palabras. Palabras que no pueden
decirse aquí, palabras cuya sal es de negrura inmensa. Los
asesinos tienen el ojo mudo, la boca ciega, y las vocales
sordas. Los asesinos dicen "mamá", dicen "hijo", dicen
"múcura" y reparten un agua tenebrosa.
El sabor les pudre el alma, la lengua del alma con la que
después hablan en las Conferencias Internacionales.
Los tradu ctores en Umbría
Cualquiera que en Umbría traduzca un texto de otra lengua
transforma el lenguaje. El producto de traducción, lo
traducido, introduce una distorsión en la realidad de Umbría
que la modifica en forma irreversible. Por esta razón los
traductores guardan el secreto de su oficio y son celosamente
custodiados. Quienes espontáneamente traducen a lengua de
Umbría cualquier texto sin autorización, son ejecutados. La
expresión "traición a la patria" y la expresión "traducción a la
lengua de la patria" no guardan diferencia en la lengua de
Umbría. Cualquier traducción, cualquier vertido de un vocablo
extraño, se considera una traición porque altera el Orden de
Umbría, que es su universo.
Crueles
Los Crueles de Umbría forman racimos sombríos, desgranados
en las calles, racimos cuyas cabezas de uva negra, aun
intactos, pudren su interior y fermentan un vino
inconveniente, una bebida turbia que embriaga sin volcarse,
que no se derrama sino en acciones zafias.
Niños torcidos de ocho y diez años colocan un clavo
herrumbrado en la punta de un palo y con él hostigan a los
perros callejeros. Niños torcidos y adultos de alma menor,
cuyo goce siniestro consiste en demorarse con el mal, castigan
a caballos que tiran de carros de plomo, degüellan a los gatos
que les recuerdan antiguas mujeres que conocieron en vidas
anteriores, y siembran vidrio picado en la arena de los
parques.
Crueles
Una mujer deja cebos envenenados en los árboles inmediatos
a su casa, para que los gatos que de noche la despiertan con
sus maullidos de amor y las gatas servidas no la mortifiquen
con sus gritos de goce gatuno y le recuerden, de madrugada,
su propia falta de placer.
Minuciosa, vierte leche con estricnina en pequeños platos, deja
bolitas de avena con oxalato de calcio, albóndigas con un
carozo negro dentro, con un carozo donde está la muerte pura
y pequeña, llena de frío absoluto. Los gatos comen y beben, y
al otro día los cadáveres aparecen en los jardines. Son
cadáveres aéreos, voladores, puesto que muchos de ellos
murieron en el momento del salto, o en el salto mucho mayor
del apareamiento, de la cópula. Muchos, atontados por el trago
de veneno, se levantan de su primera muerte e inician la
cuenta regresiva: la muerte les acarició los lomos, pero las
otras vidas se les despiertan dentro dejándoles otra posibilidad
de vagabundeo, de maullido y amor que contrariará la Perfidia
de Umbría.
Crueles
Oscuros y Claros cercenan por las noches los penes de bronce
o mármol de las estatuas masculinas.
Los Oscuros no pueden tolerar el sexo, ni siquiera cuando es
de piedra, y los Claros se irritan a la vista de las tetas de
alabastro que las venus ostentan ominosas.
A mordidas de hierro, los Oscuros dejan ciegos los bustos,
vacían de un golpe los ojos de los pezones que los miran,
estragan el bronce erecto de los vientres.
Después, en la oscuridad, contemplan las piezas cobradas, los
botones sexuales que cortaron, y las muestran a otros con
soberbia.
Trofeos, dedos índice, muñones calvos de sevicia.
Los comedores de piedra
La poesía es un agua de hablar estando solo, un agua
perfectamente callada en Umbría, un agua que ilumina los
tesoros escondidos en el interior de pequeños pedruscos
atravesados por gusanos amarillos.
Estas orugas comen polvo de piedra y de esa dureza, de esa
perpetuidad agujereada, edifican su ciudad amarga, sus calles
en pendiente, su odisea sin pasos, reptante entre una hierba
petrificada que crece más alta que el miedo y más grande que
el día.
A pesar de su extraordinaria consistencia, hecha de nudos y
motas de polvo unidas por saliva del acto masticatorio,
litófago, la poesía lleva en su centro un punto inevitable de
blandura. Así anima la prole al estropicio, a la masticación de
gotas macizas de silencio.
La saliva que secretan esas larvas es tan poderosa que puede
disolver el mármol y partir las extremas espinas de luz que
nimban en el pórfido.
La poesía barreno de diamante, boca de gusano mordedor,
acaba por minar la raíz de la dureza, su carozo parco
ensimismado.
Y así, siendo invisible y pequeña, aun siendo agua de la boca
de un gusano, la poesía termina por devorar la manzana de
Umbría, su corazón de pulpa de basalto.
Al fin, jugosa, trepida y se come la piedra.
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