Tesoro de la Juventud DE CÓMO SANCHO PANZA LLEGÓ A GOBERNADOR 2003 - Reservados todos los derechos Permitido el uso sin fines comerciales Tesoro de la juventud DE CÓMO SANCHO PANZA LLEGÓ A GOBERNADOR Del libro de los libros célebres Y de las tristes aventuras que le acontecieron SUCEDIÓ, pues, que otro día, al poner del sol y al salir de una selva, tendió Don Quijote la vista por un verde prado, y en lo último del vió gente, y llegándose cerca, conoció que eran cazadores de altanería. Llegóse mas y entre ellos vió a un duque y a una duquesa, gallarda señora sobre un palafrén o hacanea blanquísima, adornada de guarniciones verdes y con su sillón de plata. El caballero hizo que se adelantase Sancho para rendir homenaje a la señora y decirle que el Caballero de los Leones, según se titulaba ahora, estaría orgulloso de ponerse a sus órdenes. La señora, que había oído hablar de las notables aventuras de Don Quijote, recibió a Sancho con gran cortesía e invitó a su castillo a Don Quijote y a su escudero. Enterado de la historia de nuestro héroe, el duque decidió satisfacer el deseo de Sancho Panza de ser gobernador, y curar a Don Quijote de su locura. A este fin, hizo preparar una fiesta a la que asistieron él y sus huéspedes, como por casualidad. En la fiesta pareció a caballo una hermosa doncella, a cuyo lado se hallaba un espantoso personaje figurando un encantador. Cuando se paró la comitiva, alzóse el medroso espectro e hizo saber que la joven que él tenía al lado, no era sino la señora Dulcinea del Toboso, encantada por malas artes, la que sólo podía salir de su encantamiento si Sancho, que había jugado a su amo la mala pasada de presentarle a una campesina diciéndole que era su hermosa Dulcinea, no se daba 3300 azotes. Al oír esto Sancho lamentó en alta voz su mala estrella; dijo que era de opinión de que su amo se diese a sí mismo los azotes. Sin embargo, vencido por las protestas que se levantaron contra su cobardía, Sancho consintió en cumplir la penitencia si le nombraban gobernador y le permitían darse él mismo los azotes, cuando quisiera. Aquella misma noche Sancho se propinó cinco azotes con la palma de la mano. Algunos días más tarde, llamando Don Quijote a Sancho aparte, le dió algunos sabios consejos respecto a su comportamiento como gobernador. Tras esto, Sancho fué conducido por el mayordomo del Duque al lugar de su gobierno, que era conocido con el nombre de la Ínsula Barataria. Cuando llegó a las puertas de la ciudad, fué recibido por las autoridades, y el pueblo hizo manifestaciones de júbilo. Sus primeros deberes le llevaron al tribunal de justicia, o juzgado, donde tenía que fallar sobre una porción de causas. Luego fué conducido a un suntuoso palacio, en el que se habían hecho preparativos para una fiesta real. En cesando la música, Sancho tomó asiento en un extremo de la mesa que había sido dispuesta para una sola persona. Un personaje, que figuraba ser el médico de palacio, se adelantó y puse junto a él, con una varilla en la mano. Otro, que parecía estudiante, echó la bendición. Un paje colocó un babador randado debajo de la barba del gobernador. Luego otro criado puso delante de él un plato de fruta. Pero, apenas Sancho la hubo probado, cuando el médico tocó el plato con su varilla y se lo llevaron al instante. Habiendo ocurrido esto varias veces, Sancho. que no salía de su asombro, preguntó si es que tenía que comer aquella comida como juego de Maesecoral. « No se ha de comer », contestó el hombre de la varilla, « sino como es uso y costumbre en las otras ínsulas donde hay gobernadores. Yo, señor, soy médico, y estoy asalariado en esta ínsula por serlo de los gobernadores della, para velar por la salud del gobernador y dejarle comer de lo que me parece que le conviene y quitarle lo que imagino que ha de hacer daño a su estómago ». Después de gran discusión, hizo valer su derecho de comer lo que le viniera en gana. Pero escribió una carta a su antiguo amo quejándose de los trabajos de su nueva profesión. Una noche Sancho fué despertado por un ruido horrible. Levantándose apresuradamente, sé encontró a la puerta de su cuarto con una multitud de hombres, armados con espadas, y llevando antorchas encendídas. "¡Ármese luego vuestra señoría!"», gritaron. "Una turbamulta infinita de enemigos ha entrado en la ínsula y somos perdidos, si vuestra industria y valor no nos socorren". Pusiéronle dos enormes escudos, atados el uno delante y el otro detrás, colocándole una lanza en la mano, y le rogaron se pusiera al frente de ellos para ir contra el enemigo. El pobre Sancho, así como intentó moverse, cayó al suelo sin poderse valer, en la misma forma que Don Quijote cuando la aventura de los mercaderes. En esto se produjo otro gran tumulto, al cual siguieron más tarde gritos de « Victoria ». Habiéndose propalado que él había sido el causante de la derrota del enemigo, Sancho no pidió en recompensa sino que le descargaran de los enormes escudos y le dieran vino. Después de esto se vistió, y encaminándose tranquilamente a la cuadra, seguido de toda la comitiva, abrazó al rucio, dióle un cariñoso beso y con lágrimas en los ojos, exclamó: "Venid vos acá, compañero mío, y amigo mío y conllevador de mis trabajos y miserias; cuando yo me avenía con vos, y no tenía otros pensamientos que los que me daban los cuidados de remendar vuestros aparejos, y de sustentar vuestro corpezuelo, dichosas eran mis horas, mis días y mis años; pero, después que os dejé y me subí sobre las torres de la ambición y de la soberbia, se me han entrado por el alma adentro, mil miserias, mil trabajos, y cuatro mil desasosiegos". Enalbardado, pues, el rucio, subió sobre él y salió en busca de libertad, diciendo que el hombre no debe salir del estado para que ha nacido, y que le era mejor hartarse de gazpachos, que estar al capricho de un doctor que le hiciera morir de hambre. ________________________________________ W. M. 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