El anillo de compromiso

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QUIERO SABER / ESPÍRITU DE PROFECÍA - Febrero de 2004
El anillo de compromiso
¿Existe alguna orientación en la Biblia o en los escritos de Elena de White con respecto al uso de
anillos de compromiso?
Responde DANIEL OSCAR PLENC director del Centro de Investigaciones White en la Argentina.
Las normas sobre el arreglo personal que suelen caracterizar a los adventistas han tomado en
cuenta ciertos consejos inspirados: “Asimismo, que las mujeres se atavíen de ropa decorosa, con
pudor y modestia: no con peinado ostentoso, ni oro ni perlas ni vestidos costosos, sino con buenas
obras, como corresponde a mujeres que practican la piedad” (1 Tim. 2:9, 10). “Vuestro atavío no
sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del
corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante
de Dios” (1 Ped. 3:3-4).
La instrucción bíblica indica con claridad que el arreglo personal de los cristianos debiera
caracterizarse por el buen gusto, el pudor, la pureza, la modestia y el equilibrio, evitando el
lucimiento personal y la ostentación.
Al tratarse de anillos de casamiento, el criterio parece flexibilizarse, al considerarlos
símbolos de la alianza matrimonial, esperados y demandados, hasta cierto punto, por la comunidad.
Tenemos en castellano una sola declaración de Elena de White acerca del anillo de
compromiso. Su contenido es esclarecedor.
“Algunos se han preocupado con respecto al uso del anillo de compromiso, y les parece que
las esposas de nuestros ministros debieran amoldarse a esa costumbre. Todo eso es innecesario.
Tengan las esposas de los ministros el eslabón de oro que vincula su alma con Jesucristo: un
carácter puro y santo, el verdadero amor, la mansedumbre y la piedad que son los frutos producidos
por el árbol cristiano, y su influencia estará segura en cualquier parte. El hecho de que provoca
observaciones el no cumplir con la costumbre no es suficiente motivo para adoptarla. Los
norteamericanos pueden hacer comprender su situación declarando, sencillamente, que en su país la
costumbre no se considera obligatoria. No necesitamos llevar el símbolo, porque no somos infieles
a nuestros votos matrimoniales, y el hecho de llevar un anillo no probaría nuestra fidelidad al
respecto. Me preocupa profundamente este proceso semejante al de la levadura que parece sentirse
entre nosotros, y que tiende a conformarnos con las costumbres y las modas. No debiera gastarse un
centavo en un anillo de oro para testificar que somos casados. En los países donde la costumbre
impera, no nos sentimos obligados a condenar a los que usan su anillo de compromiso; llévenlo si
pueden hacerlo a conciencia. Pero ninguno de nuestros misioneros debe sentir que llevar un anillo
acrecentará su influencia en una jota o una tilde. Si son cristianos, ello se manifestará en su carácter
semejante al de Cristo, en sus palabras, en sus obras, en el hogar, en su trato con los demás; se
revelará por su paciencia, longanimidad y bondad. Manifestarán el espíritu del Maestro, poseerán su
belleza de carácter, su hermosa disposición y su corazón lleno de simpatía” (Joyas de los
testimonios, t. 1, p. 602).
El Manual de la iglesia señala al respecto: “En algunos países, la costumbre de usar anillo
matrimonial es considerada como algo imperativo y ha llegado a ser, en la mente de la gente, un
criterio de virtud y, por lo tanto, no es considerado como un ornamento. En tales circunstancias, no
sentimos que debamos condenar esta práctica”.
Parece innecesario agregar comentarios a esta orientación sencilla y prudente. En la práctica,
efectivamente existen lugares donde el anillo se considera ostentación y otros donde su ausencia
pareciera indicar falta de compromiso matrimonial. Tanto el consejo inspirado como la
recomendación del Manual de la iglesia nos conducen a evitar el dogmatismo y la polémica sobre
el asunto dentro de la iglesia.
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