El Estado venezolano y la posibilidad de la ciencia

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El Estado venezolano y la posibilidad de la ciencia
Paideia­ULA1
1.
INTRODUCCIÓN GENERAL
La “misión ciencia” contiene una aspiración que oscila entre dos extremos asociados cada uno con dos visiones diferentes sobre el estado actual de la ciencia en Venezuela: En un extremo (ingenuo, a nuestro modo de ver) la misión ciencia constituye un simple “espaldarazo” a la “notable actividad científica” que se desarrolla en el país. En el otro extremo, la misión ciencia constituye un esfuerzo tendente a la re­siembra de la actividad científica en Venezuela. La noción que tenemos los que suscribimos este documento acerca del estado actual de la ciencia en Venezuela, como resultado de la reflexión sobre nuestra experiencia de más de tres décadas de trabajo en el campo científico venezolano, nos acerca al segundo extremo de la interpretación de lo que, en el mejor de los casos, debería ser la “misión ciencia”. Pero, más allá de esa visión particular sobre el estado de la ciencia en nuestro país, consideramos que es necesario anclar la aspiración propia de la “misión ciencia” en una “Política Estatal referente a la ciencia” en la que se ponga de manifiesto la posible acción del Estado venezolano del presente sobre la actividad científica que se desarrolla y se pueda desarrollar en el país.
Esa “Política Estatal referente a la ciencia” debe, a su vez, estar fundada en una cierta visión sobre la situación nacional y su problemática fundamental, de manera que dicha “política” sea planteada de cara a tal problemática. Comenzamos, pues, por presentar de manera breve 1
Este documento surgió de un seminario sobre la temática en cuestión en el cual participaron los profesores Jose Aguilar, Myriam Anzola, Miguel Delgado, Ramsés Fuenmayor, Leandro León, Juan Mendialdua y Oswaldo Terán. Los planteamientos contenidos en el mismo se han compartido, en numerosas discusiones, con los profesores Walter Bishop, Jorge Dávila, Abdel M. Fuenmayor P., Akbar Fuenmayor, Luis Hernández, Hernán Lóez Garay, Alejandro Ochoa, Juan Puig, Roldan T. Suárez L. y Miriam Villarreal. Todas las personas mencionadas son Profesores de la Universidad de Los Andes.
nuestras consideraciones sobre la crisis que caracteriza nuestra sociedad venezolana. Para ello presentamos un diagnóstico de la situación venezolana para el momento en que el gobierno del Presidente Hugo Chávez emprende el proceso constituyente iniciado en el año 1992 . Tal situación se caracteriza como la crisis de un largo proceso de enajenación del bien público, tanto en su nivel material como en su nivel espiritual (cultural)3.
2.
DIAGNÓSTICO DE LA ENFERMEDAD VENEZOLANA Y DE SU CRISIS – Mayo de 1999
2.1.
Introducción al diagnóstico
No decimos nada nuevo cuando expresamos nuestra creencia de que la sociedad venezolana se encuentra, ya desde hace algunos años, en una situación de profunda crisis social. Esto se dice hasta la saciedad; sin embargo, pensamos que bajo la frase “crisis social” se esconde una multiplicidad de significados contradictorios entre sí. Quisiéramos, entonces, aclarar qué pretendemos decir cuando anunciamos que “la sociedad venezolana se encuentra en una situación de profunda crisis social”.
La segunda acepción que el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española nos ofrece para la palabra “crisis” es la siguiente: “mutación importante en el desarrollo de otros procesos, ya de orden físico, ya históricos o espirituales”. De acuerdo con esto, cuando hablamos de la “crisis social”, nos estaríamos refiriendo a una “mutación importante (o profunda transformación) en el desarrollo del proceso social” de nuestro país. Pero, ¿en qué consiste el proceso social? —Es el proceso mediante el cual se regenera continuamente la cultura que rige una cierta sociedad y su mundo. Este proceso incluye, claro está, tanto el mantenimiento como la transformación gradual de las relaciones sociales que permiten la convivencia social. La mutación a la que se refiere la definición implicaría un significativo cambio de rumbo en este proceso. Ese cambio de rumbo implica, a su vez, un cambio del orden social; un cambio en la constelación en la cual gravitan las 2Tal diagnóstico fue originalmente escrito en el año 1999 por Ramsés Fuenmayor y fue publicado como “Venezuela: Su enfermedad y crisis actual” en Estudios de Derecho Público —Libro homenaje a Humberto J. La Roche, vol. 1, pp. 335­358. Caracas, 2001.
3Recuérdese que el tiempo presente al que se refiere el artículo que a continuación se transcribe (con pequeñas alteraciones respecto del original) es el año 1999, cuando se estaba iniciando el proceso Constituyente que culminaría con la formulación y aprobación de una nueva Constitución para Venezuela.
instituciones sociales.
Pero, antes de proseguir, cabría preguntarse, ¿por qué el significado del Diccionario de la Real Academia se refiere a “otros procesos” cuando dice “mutación importante en el desarrollo de otros procesos”? La razón la encontramos en el primer sentido que este diccionario nos ofrece de la palabra “crisis”; a saber: una crisis es una “mutación considerable que acaece en una enfermedad, ya sea para mejorarse, ya para agravarse el enfermo”. A pesar de que esta primera acepción nos pudiera parecer un tanto particular en relación con el uso más frecuente de la palabra “crisis”, creemos que nos ofrece una rica entrada para un camino de reflexión sobre lo que actualmente nos ocurre en Venezuela. En efecto, creemos que la circunstancia histórica que nos ha tocado vivir es la de la “crisis” en una enfermedad de larga duración; una enfermedad que comenzó con la conquista de las etnias que habitaban estas tierras por parte de los europeos. Aunque éstos fueron los actores originales en la conquista inicial, la conquista que ha seguido hasta nuestros días podría verse como el proceso de metamorfosis que han seguido esos actores. Proceso que implica la entremezcla de actores y la aparición y desaparición de nuevos y viejos actores 4 .
A continuación examinaremos brevemente lo que consideramos subyace en ese proceso de conquista. Puesto en otras palabras, quisiéramos examinar el aspecto mórbido de ese proceso con el propósito de indicar la enfermedad de la cual estamos viviendo una crisis. Con este propósito pasaremos a enunciar, de golpe y porrazo, en qué creemos que consiste esa enfermedad; para, luego, explicar el enunciado.
2.2.
La enfermedad en síntesis
Creemos que la enfermedad a la que se refiere la crisis actual consiste en la continuada enajenación de nuestro BIEN PÚBLICO. Se trata de una profunda enajenación (que a veces toma la forma de burdo robo), no sólo de los bienes públicos como tales, sino de aquello que constituye la condición de posibilidad para que existan bienes públicos (esto último es lo que le brinda su condición de “profunda” a la enajenación). En efecto, esta 4Uno de los aspectos de ese complicado proceso es que, a lo largo de esos 500 años, hemos sido simultáneamente conquistadores y conquistados. Es cierto: ha habido muchos que sólo han sido conquistados y otros, muy pocos, que sólo han sido conquistadores; pero la mayoría de los que hoy de un modo u otro expresamos públicamente nuestra opinión somos simultáneamente conquistadores y conquistados.
terrible enfermedad ha destruido sistemáticamente la posibilidad de la constitución de un PUEBLO entre los habitantes del territorio venezolano. Tal destrucción no es otra cosa que la destrucción de la condición de posibilidad del bien común.
De acuerdo con esta forma de ver las cosas, el enfermo cuya enfermedad se encuentra en una mutación considerable, en una encrucijada, de la cual depende que el paciente mejore o que se agrave hasta morir, es, en nuestro caso, el bien público, el cual ha sido la víctima de un persistente y despiadado ataque.
Quisiéramos, en este opúsculo, contribuir con algunas ideas sobre la naturaleza de la enfermedad y, en menor medida, sobre su etiología. Para ello comenzaremos con aquel aspecto del bien público más visible y cuyo saqueo ha sido el más manifiesto y grosero. Luego intentaremos internarnos en el asunto sobre la enajenación de la condición de posibilidad del bien público.
2.3.
El nivel superficial de la enajenación del bien público
2.3.1 El petróleo: la fuente principal de los bienes públicos materiales
Desde el inicio de lo que se ha dado en llamar período de democracia en Venezuela, la principal fuente material de los bienes públicos materiales ha sido el petróleo. La constitución del Estado democrático venezolano, después de la dictadura de Gómez, fundó su legitimidad sobre un hecho muy simple: El petróleo, la fuente principal de riqueza, es de todos los venezolanos; es decir, es bien público. Sobre la base de este simple hecho, la misión de ese Estado se definió como la de facilitar el proceso de modernización de la sociedad venezolana a partir de la riqueza petrolera. Esto quiere decir que el Estado venezolano tendría por misión usar el ingreso petrolero propiedad de todos los venezolanos para financiar un profundo proceso de cambio social que conllevaría a la generación de múltiples bienes públicos, tanto de carácter material como espiritual. La famosa frase sembrar el petróleo simbolizaba con toda claridad esta misión: sembrar el bien público fundamental, la riqueza proveniente del petróleo, para cosechar una rica y amplia variedad de bienes públicos (evaluados como tales desde una perspectiva moderna) que, por una parte, permitiesen el progreso de la nación y de su pueblo y, por la otra, se constituyesen en el acervo de ese progreso.
Antes de proseguir quisiéramos puntualizar lo que acabamos de decir, pues de ello se deriva lo que sigue.
La constitución del Estado democrático venezolano podría verse como la constitución de un proyecto sobre la base de un hecho simple. El hecho simple: el petróleo, la fuente principal de riqueza, es bien público.
El proyecto: la misión del Estado democrático se definió como la de facilitar el proceso de modernización de la sociedad venezolana a partir de la riqueza petrolera. Hoy (en realidad, ya desde hace algunos años), desde la perspectiva que nos ofrece este momento de crisis, podemos apreciar, aún sin reponernos del asombro, que nuestro Estado no sólo fracasó rotundamente en el cumplimiento de su misión original, sino que su papel durante este período democrático ha sido totalmente contrario al comprometido en esa su misión fundamental. En efecto, el papel fundamental de ese Estado ha sido el de facilitar la enajenación del bien público material básico y de todo posible bien público. En particular, este período de “democracia ininterrumpida” que tanto llena de orgullo a algunos, y que, repetimos, parte de la declaración de que el petróleo es propiedad de todos los venezolanos, alberga el proceso mediante el cual el petróleo ha sido pasado a manos de muy pocos venezolanos. De hecho, bien se sabe que menos de 100 venezolanos poseen una riqueza, depositada en el exterior, que supera con creces el monto de toda la deuda externa e interna de la nación.
Generalmente se piensa que este proceso de saqueo ha sido el producto exclusivo de robos, de actos de corrupción, por parte de funcionarios públicos. Sin duda, esto ha existido, y se ha convertido en una práctica nacional. Sin embargo, creemos que el asunto es más complicado y profundo que eso. En particular, toda la política oficial (y no ilegal) de sustitución de importaciones permitió la transferencia de buena parte del ingreso petrolero a los dueños de una industria manufacturera que, con contadísimas excepciones, fue, y sigue siendo, improductiva y nada competitiva. El gobierno de turno ayudó a financiar con grandes sumas de dinero público muchas empresas que se montaron de la noche a la mañana, “llave en mano”; y, luego, como si fuera poco, el mismo gobierno las protegió de toda forma de competencia extranjera. Sabemos ahora que esta política sólo sirvió, en muchos casos, para enriquecer hasta lo inaudito a sus cómodos dueños.
La enfermedad a la que nos referimos cuando hablamos de la crisis que vive la sociedad venezolana es, precisamente, la enajenación del bien público que ha facilitado el propio Estado venezolano. Esto significa, insistimos, que aquella misión específica del Estado venezolano (a saber: “sembrar” el bien público material básico —el petróleo— para cosechar una rica y amplia variedad de bienes públicos que permitiesen el progreso de la nación y de su pueblo y se constituyesen en el acervo de ese progreso) fracasó. Pero no fracasó como cuando fracasa un proyecto debido a que la fuerza de las adversidades es mayor que la fuerza que impulsa el proyecto. No; fracasó porque, aunque el proyecto llevaba dentro de sí el débil impulso de su misión original, también alojó en su interior una poderosa y vil fuerza de sentido contrario que venció a ese impulso prístino. Con respecto a este último, hay que admitir que el esfuerzo modernizador mostró, durante las tres primeras décadas posteriores a la dictadura de Gómez, efectos cuantitativos impresionantes: disminución de la tasa de mortalidad infantil, masificación de la educación, puesta en práctica de medidas sanitarias básicas, disminución de la pobreza, y, especialmente, un gran éxodo campesino hacia las ciudades. Pero también es cierto que, durante esos años, se fue constituyendo una estructura de poder político­económico que permitió la transferencia de una considerable porción del ingreso petrolero a muy pocas familias venezolanas. Aunque esa segunda fuerza constituyente de tal estructura de poder se viene gestando por lo menos desde el inicio de la década de los setenta, su manifestación se hace claramente visible a partir de la década de los ochenta, cuando la mayor parte de esos índices cuantitativos de modernización comienzan a revertirse. Esa segunda fuerza es, creemos, la vencedora, la que finalmente ha movido al Estado venezolano en su condición de instrumento al servicio del saqueo del bien público. Más aun, esta fuerza enajenadora no sólo venció aquel impulso legítimo original, sino que lo ultrajó, convirtiéndolo en una máscara de legitimidad detrás de la cual operó el saqueo. Es precisamente esta condición bajo la cual ha devenido el Estado venezolano la que le imprime el sello de grotesca ilegitimidad. Nuestro Estado ha sido terriblemente ilegítimo porque ha socavado las propias bases de su posible legitimidad.
Vale la pena abrir un paréntesis para hacer hincapié en nuestra advertencia de que no creemos que esta labor destructora que el Estado venezolano ha realizado sobre sus propias bases sea la obra consciente de un individuo o de un grupo organizado de individuos. Es verdad que ciertos individuos y ciertos grupos se han destacado por su contribución a esta triste faena. También es cierto que muchos venezolanos han sido meras víctimas de ese proceso histórico. Pero, la mayoría de aquéllos que pertenecemos a la clase media y que hemos tenido la oportunidad de actuar públicamente desde nuestra actividad laboral (por ejemplo, como profesor universitario o como maestro) hemos sido cómplices —unos en gran medida y de manera grosera, otros en poca medida y sutilmente— de ese proceso destructor de nuestro espacio público.
2.3.2 El deterioro de la condición de igualdad de oportunidades y el nefasto papel de una educación que pretende ser instrumental
En todo caso, es obvio que la transferencia del ingreso petrolero a manos de unos pocos venezolanos requirió mucho más que el mero y directo robo de lo que era de todos los venezolanos. Requirió la constitución de un Estado que, aparte de permitir el saqueo, violó los derechos básicos del pueblo, establecidos en sucesivas Constituciones. Para saquear el bien público material hacía falta que la mayor parte de los venezolanos no tuviesen las mínimas oportunidades de ser ciudadanos que pudiesen luchar libremente por el bien público. Hacía falta que un alto número de venezolanos no tuviese acceso ni a la educación ni a los servicios de salud ni a la justicia, tal como estaba pautado en la Carta Magna. Las intensas migraciones del campo a las ciudades, unidas a la carencia de los servicios que debía proveer el Estado a quienes emigraban, fue dando lugar a una población marginal, en el pleno sentido de la palabra: marginal con respecto al núcleo urbano, marginal con respecto a su condición de ciudadanos, marginal con respecto a sus derechos, y, tal vez lo más importante, marginal con respecto a la posibilidad de pertenecer a una cultura en la cual lo que ocurría tuviese sentido. En efecto, su original cultura campesina se fue desvaneciendo ante el imponente ofrecimiento de una cultura moderna que nunca llegó. El resultado fue eso que podría llamarse cultura marginal, que es la nefasta madre del estruendoso modo de criminalidad y violencia del que son testigos nuestros barrios marginales.
Mencionamos que el despojo de la riqueza del pueblo requirió del despojo de otros bienes públicos. Afirmamos que hizo falta que un alto número de venezolanos no tuviese acceso ni a la educación ni a los servicios de salud ni a la justicia, tal como estaba pautado en la Constitución de la República de Venezuela. Pero hizo falta algo más que afectó a la totalidad de los venezolanos. Hizo falta que la casi totalidad de los venezolanos no tuviese la oportunidad de una educación que nos permitiese ver lo que estaba ocurriendo; una educación que permitiese ver el pantano en el que nos estábamos hundiendo; una educación que nos permitiera la visión y actitud necesarias para no hacernos cómplices de la enajenación de nuestro bien público; una educación que, finalmente, nos permitiese examinar los modos posibles para enderezar el rumbo.
Y es que nuestra educación —aún la de aquellos que tuvimos la oportunidad de tener acceso a todos los niveles educativos formales— no escapó de la moda instrumentalista que venía del Norte. No escapó del agotamiento de la modernidad que comenzó a experimentar el polo de países llamados desarrollados. Se nos ha convencido que la tarea fundamental de la educación es formar técnicos que sirvan de instrumentos humanos para la industrialización y el crecimiento económico; técnicos que sólo sean expertos en el diseño y manejo de medios para lograr el mayor beneficio posible para la empresa privada. Obviamente, estos técnicos estarían entrenados para ser ciegos ante el proceso de enajenación que sufría nuestro bien público. Es cierto: tampoco tuvimos mucho éxito en la formación de esos técnicos ciegos. Salvo contadas excepciones, no logramos formar ni siquiera esos técnicos que se forman en los países desarrollados y que serían incapaces de ver y, por tanto, de actuar políticamente ante la terrible enfermedad que hemos estado sufriendo. Una de esas excepciones, la cual sirve de claro ejemplo de esa ceguera, la constituye esa creciente clase de avispados jóvenes economistas que comienzan a pulular en nuestra capital; esos que, con un tono de voz revestido de autoridad de experto, continuamente nos sermonean, a través de los medios de comunicación, con sus recetas liberales extremistas; recetas que, por su extremismo, pierden de vista el equilibrio donde tiene su apoyo un auténtico liberalismo. Son técnicos de la economía que creen que el extremismo liberal de moda en los últimos 20 años es la roca firme donde siempre ha descansado la humanidad. Son técnicos que, por desconocimiento hasta de la historia de la propia ciencia que creen dominar, no ven que sus recetas están basadas en la muy particular ceguera histórica que llega a su máximo en estos últimos 30 años. Son técnicos que (en el mejor de los casos, cuando no son cínicos testaferros a sueldo de los grandes usurpadores de la riqueza pública) suponen, con sublime credulidad, que la distribución equitativa del ingreso es una consecuencia necesaria del crecimiento económico. Son técnicos que no ven que la prosperidad económica de nuestras empresas, que nunca han sido productivas ni competitivas, es un excelente mecanismo de reforzamiento del poder de una clase cuyo poderío depende, precisamente, de mantener la enajenación sistemática del bien público venezolano. Son técnicos que pasan por alto un hecho5 que, para el caso de Venezuela, derrumba por sí solo todas sus recetas; a saber: que la evolución del grueso de la empresa privada en Venezuela en los últimos 20 años ha estado marcada por las siguientes tres características: 1) Un continuo proceso de des­inversión; 2) un continuo proceso de reducción del salario real de los trabajadores; 3) un continuo proceso de incremento de beneficios para los dueños de las mismas. Conjugue el lector estas tres tendencias y verá, con diáfana claridad, tanto el sin­sentido de ese discurso liberal extremista, como el papel de la parte más “exitosa” de la empresa privada en el saqueo nacional.
Lo anterior, como ofrecimos antes, intenta resumir ese aspecto del saqueo del bien público que ha sido más manifiesto y grosero. Es decir intenta resumir ese aspecto más superficial de la enfermedad cuya crisis nos ocupa. Creemos, sin embargo, que hay algo más de fondo a 5Demostrado en diferentes escritos por el profesor universitario y economista Asdrúbal Baptista.
lo que debemos referirnos para completar, aunque sea a muy grandes trazos, una imagen de la enfermedad cuya crisis vivimos. Nos referimos a un asunto que está en la base misma de la enajenación de los bienes públicos —un asunto que es mucho menos visible que el anterior (especialmente ante la mirada del técnico): la destrucción de la noción misma de bien público.
2.4.
El nivel profundo de la enajenación del bien público
2.4.1 Los modos de “ser algo de uno”
Antes anunciamos que “la enfermedad a la que se refiere la crisis actual consiste en la continuada enajenación de nuestro bien público. Decíamos que se trata de una profunda enajenación, no sólo de los bienes públicos como tales, sino de aquello que constituye la condición de posibilidad para que existan bienes públicos”. Quisiéramos ahora referirnos a ese aspecto más profundo del proceso de enajenación; a saber: la enajenación de la condición de posibilidad para que exista el bien público. Para ello debemos detenernos a considerar la esencia de eso que estamos llamando “BIEN PÚBLICO”.
Al inicio definimos el bien público como todo aquello que es de todos los ciudadanos, tanto en el dominio espiritual como en el material, y que se presenta como bueno y, por tanto, digno de cuidado. Examinaremos con mayor detenimiento esta apresurada definición.
Cuando decimos que el bien público “es de todos los ciudadanos” no nos referimos simplemente a ese uso limitado y alienante de la noción de “propiedad” (de “ser­algo­de­
uno”) que actualmente subyace en la idea de propiedad privada. “El bien público es de todos los ciudadanos” en una plétora de sentidos; pero permítasenos destacar alegóricamente cuatro de ellos: El bien público es nuestro en el sentido que un hijo es nuestro hijo; pero también es nuestro en el sentido que una madre es nuestra madre; pero también en el sentido que el aire que respiramos es nuestro aire; y, finalmente, en ese sentido en el que nuestro lenguaje, nuestra cultura y nuestra historia son nuestros.
Estos diferentes sentidos de la frase “ser algo de uno” comparten ciertas regiones comunes y, al mismo tiempo, cada uno tiene aristas propias. Creemos que pensar en el asunto del bien público a partir de los sentidos de “ser algo de uno” que estas alegorías nos muestran es una tarea fundamental en el presente. Habría que pensar a fondo en cada uno de esos sentidos y, muy especialmente, en el sitio común donde ellos encuentran asiento, indicado por la frase “ser algo de uno”; habría que pensar la diferencia entre esos sentidos y la limitada noción economicista de propiedad privada que nos invade hasta el tuétano de los huesos. No tenemos aquí ni espacio ni tiempo para hacer todo esto. Pero sí, por lo menos, para indicar el umbral de ese camino de pensamiento.
Comenzamos por una ligera referencia a la noción economicista de propiedad privada que nos sirve como un posible fondo de contraste para los sentidos de “ser­algo­de­uno” que quisiéramos explorar: El sentido economicista dominante de propiedad privada restringe la noción de “aquello que es de uno” a dos ámbitos principales: medio de producción para generar riqueza material y bien de consumo para satisfacer necesidades materiales individuales o para obtener placeres individuales. Quisiéramos mostrar que la reducción de la noción y la experiencia de “ser­algo­de­uno” que aquí opera tienen consecuencias desastrosas para nuestra vida colectiva e individual.
¿Puede un hijo de uno encuadrarse en este sentido de propiedad privada? Uno de los aspectos importantes que constituyen este ser­de­uno en el caso del hijo es el de ser aquello que nos corresponde cuidar para que pueda crecer del mejor modo posible. En este caso, nuestra “propiedad” consiste en nuestra posibilidad y responsabilidad de cuidar algo por el bien de ese algo y por el bien del mundo en el que ese algo se inserta. También esa propiedad puede ser vista como nuestra posibilidad y responsabilidad de cumplir el designio histórico de continuar nuestro ser cultural y, por ende, nuestro mundo. Se trata, en este caso de la confluencia de tres actitudes y ejercicios humanamente vitales que se confunden en esa noción de “propiedad”. En efecto, el ejercicio de una responsabilidad vital, el cuidar y el amar se funden en una sola voluntad, en una sola actitud vital. Claramente estamos ante un modo de propiedad trascendente muy diferente al de la inmanencia mezquina característica de la propiedad privada economicista. Es este sentido trascendente de propiedad (ese asociado a la posibilidad de cuidar algo para que crezca lo mejor posible) uno de los sentidos en los cuales el bien público es nuestro. Sin embargo, un hijo nos es dado cuando lo engendramos. Tal vez el hecho de salir de nosotros le imprime ese modo tan particular de propiedad trascendente. ¿Cómo nos es dado el bien común para que pueda llegar a ser propiedad trascendente? Los siguientes sentidos alegóricos nos pueden mostrar algo de la respuesta correspondiente.
El aire que respiramos es nuestro porque está allí y nos permite vivir. Sin embargo, no lo poseemos (en el sentido de la propiedad privada): vivimos a partir de él; no es de ninguno de nosotros en particular. Si fuese posesión particular tendríamos que vivir dentro de escafandras. El aislamiento consecuente ocasionaría una triste transformación en el modo de ser con los otros seres humanos. Imagine usted por un momento cómo sería la relación con su esposa o esposo, su novia o su novio, sus hijos, sus padres, sus amigos, si usted tuviese que respirar su propio aire dentro de una escafandra, en aislamiento del aire que respiran esos seres queridos con los que usted se relaciona. En efecto, el aire que respiramos lo requerimos para vivir. Pero no sólo para vivir en ese sentido biológico inmediato (sin aire, nuestro ser biológico perece, se asfixia): También lo requerimos para vivir humanamente, es decir con los otros. El aire que respiramos es uno de esos tantos aspectos imperceptibles (por estar siempre allí) de esa vecindad que compartimos y que hace posible tanto nuestra relación con los otros como a cada uno de nosotros. Ahora bien, cuando decimos que el aire “también lo requerimos para vivir humanamente”, no queremos decir que este “vivir humanamente” es un mero agregado a (o especificación de) una condición más primaria y más real: la de vivir biológicamente. Al contrario, no hablaríamos ni pensaríamos ni imaginaríamos tal cosa como “condición biológica” sin ese tejido socio­cultural que ha permitido la aparición de ese concepto —el cual, sea dicho de paso, surgió en la historia occidental apenas en el Siglo XVIII. Sin ese aire, sin esa vecindad, sin ese espacio socio­
cultural compartido, se asfixiaría nuestra condición humana —como de hecho lo está haciendo a manos, entre otras, del dominio de la noción de propiedad privada sobre otros modos de ser­algo­nuestro. El aire que respiramos es de cada uno de nosotros porque, antes de ser de cada uno, es nuestro. Es nuestro de un modo tal que nunca pasó a ser propiedad privada nuestra, porque siempre ha estado allí. Cuando llegamos a este mundo estaba allí para recibirnos y permitirnos la vida más allá del vientre materno. Sigue estando allí para mantenernos y para seguir recibiendo nuestros hijos; y seguirá estando allí —ojalá— después que nosotros nos vayamos, para seguir recibiendo nuestros descendientes6 . Hablando de vientre materno, este “ya­estar­allí para recibirnos y hacernos posible” nos conduce a otro de los modos alegóricos del sentido de ser­algo­nuestro: el de la madre.
La madre nos engendra y nos recibe. Pero, luego, como si fuera poco, nos conduce por los primeros pasos de la vida; nos continúa formando más allá del vientre para entregarnos al mundo y entregarnos un mundo. Nos entrega al mundo en el sentido de velar por nuestro sano y buen crecimiento al cual ya nos referimos. Nos entrega un mundo, porque, contrario a la concepción naturalista dominante, llegamos sin mundo al mundo de nuestros semejantes. El niño recién nacido posee órganos de los sentidos; pero no ve, no oye, no 6Ya a esta altura de nuestra reflexión resulta casi bochornosa la comparación entre estos sentidos de propiedad trascendente que van surgiendo y el asfixiante dominio del sentido economicista de la propiedad privada sobre otros sentidos.
siente, no huele, no degusta; por lo menos, no lo hace como nosotros lo hacemos y como lo hará él mismo después de que le entreguemos un lenguaje y la correspondiente cultura. La sociedad, inicialmente mediante la madre (o quien tome su puesto), le va entregando al nuevo ser un lenguaje y una cultura que comprenden un mundo. Es de este modo que se nos entrega un mundo y nos entregan al mundo. La madre es nuestra en este sentido de que nos entrega un mundo y nos entrega al mundo.
Permítasenos insistir en la simultaneidad y profunda síntesis que descansa sobre este “y” que reúne las dos oraciones: “entregarnos un mundo” y “entregarnos al mundo”. Es en esta síntesis profunda donde inmediatamente entra el cuarto sentido de ser­algo­de­nosotros, para reunirse con el tercero de un modo tal que resulta difícil establecer las fronteras entre ambos. La madre, los padres, la escuela, nuestros primeros tutores, sean quienes fueren, nos siembran en la tierra de un mundo. Nos siembran en el lenguaje, en la cultura, en la historia para que podamos llegar a ser en un mundo. Nos permiten comenzar a hacer nuestras primeras distinciones en un mundo cuyas formas ya han sido labradas en y por ese lenguaje, en y por esa cultura, en y por esas prácticas sociales, en y por esa historia que nos van entregando y a la que nos van entregando. Nos arrojan al mundo mediante el sublime acto de entregarnos un mundo. Nos entregan un mundo mediante el sublime acto de colocarnos en un mundo. Y en esa simultaneidad de actos, de procesos que son uno y son dos, lentamente nos vamos haciendo.
2.4.2 La concepción atomista­naturalista
Vale aquí la pena abrir un paréntesis. Esto que hemos venido expresando en las últimas líneas resulta extraño a la luz de la concepción atomista naturalista que mueve gran parte de lo que llamamos ciencia y que ha ido invadiendo nuestra cotidianeidad. De acuerdo con tal concepción, el mundo está hecho de partículas materiales, las cuales, mediante diferentes niveles de agregación y relación van dando lugar a lo orgánico, lo humano, lo social, y lo cultural. Lo primario y lo provisto de mayor realidad son las partículas materiales7 . Lo último, lo derivado en última instancia y lo provisto de menor realidad es lo cultural. En este 7Dijimos antes que parte de lo que hoy llamamos ciencia está movido por esta concepción, porque, actualmente, muchos de los que se dedican a pensar el sentido de la ciencia aceptan que todo este asunto de las partículas atómicas es sólo un juego lingüístico conveniente para la tarea de hacer física; un juego que, junto con otros, constituyen una realidad plural e incoherente.
orden de ideas, nosotros, seres naturales, llegamos a un mundo de objetos naturales (no culturales), cuya existencia y modo de ser es independiente del lenguaje, de la cultura, de la historia. Tal independencia trae una variedad de consecuencias que ponen en peligro, no sólo la posibilidad política, sino la condición humana misma. Algunas de estas consecuencias son las siguientes: 1. El lenguaje, la cultura y la historia son relegados, respectivamente, a un medio de comunicación de información, a esa especie de vestimenta que se resume en la idea de folclore y a unos cuentos aburridos sobre nuestros antepasados. Obtienen, de este modo, un carácter irreal y subalterno. Desde esta perspectiva no es posible pensar nuestra pertenencia al lenguaje, a la cultura y a la historia. Al contrario, sólo es posible pensar que nosotros poseemos —así como poseemos otros instrumentos y vestimentas— un lenguaje, una cultura y una historia.
2. El ser humano es concebido como un ser natural provisto de una “propiedad” adicional —la del pensamiento. Este es un ser humano puntual, una mónada pensante, un ser des­
comprometido con su historia. Es un mero sujeto de un deseo siempre egoísta. En fin, éste es un ser cuyo movimiento vital se reduce a la búsqueda del placer y la evasión del dolor, en medio del campo de batalla de la feroz y despiadada competencia con los otros seres humanos y con la naturaleza.
3.
La acumulación de propiedad privada se entiende como el modo humano por excelencia de acumular poder para lograr satisfacer esos instintos naturales en un ambiente natural de conflicto con sus semejantes.
4.
La política se reduce a un medio más en la búsqueda de esa acumulación de poder. Esta concepción ignora lo que hoy, luego de 2500 años de filosofía y medio siglo de antropología cultural, ya no podemos negar: todas las formas que aparecen en el mundo que habitamos, incluyendo nuestra propia forma, son formas culturales, producto de una historia particular y cuya estructura primaria, en cada caso, radica en el lenguaje. Este modo de ver las cosas trae consigo consecuencias muy diferentes a esas que le anotamos al atomismo naturalista. Aunque no tenemos aquí el espacio para su derivación argumental, permítasenos anotar algunas de esas consecuencias:
1. Sólo podemos ser lo que somos en y a­partir­de una cultura, un lenguaje y una historia particulares.
2. La condición fundamental del ser humano, su misión en este mundo, es la de cuidar ese mundo: cuidar y enriquecer su cultura, cuidar a sus semejantes, cuidar la naturaleza; en fin, cuidar el bien común a partir del cual somos lo que somos. Se trata de un cuidar signado por la deuda agradecida con aquello que nos permite vivir humanamente. Desde este punto de mira, se entiende que la concepción del hombre adscrita al atomismo naturalista es una forma pasajera, producto de una ceguera histórica, de un provincialismo epocal.
3. El modo fundamental de ser­algo­de­uno es ese del bien público —ése que se manifiesta en el hijo, en el aire que respiramos y en la madre. Desde esta perspectiva, la omnipresencia de la propiedad privada es una forma histórica particular de reciente aparición y, probablemente, de pronta desaparición. La hipertrofia de la propiedad privada conlleva la degeneración de la propia posibilidad de una modalidad de propiedad privada aceptable en una vida con sentido. Esta sería una modalidad, entre otras, del ser­algo­de­uno —tal vez, la más infantil, la de menor importancia. En otras palabras, bajo esta concepción, la propiedad privada tiene sentido y es aceptable sólo al margen del bien público.
4. La política, por su parte, se convierte en uno de los modos fundamentales del cuidar humano: la política es la contínua conversación pública sobre la constitución y modo de cuidado y enriquecimiento del bien público.
2.4.3 La matriz fundamental y el bien público
Es así como, a diferencia de lo que nos dice el atomismo naturalista, somos esculpidos mediante un lento acto maternal que nos arroja al mundo y nos entrega un mundo. Somos esculpidos por el lenguaje, por la cultura, por la historia, por la madre; en general, por todo eso que es, finalmente, matriz fundamental8 de nuestro ser. En ese proceso de lenta Lo que aquí llamamos matriz fundamental tiene muchos nombres que establecen ciertas diferencias, pero que se solapan entre sí para cubrir (y salvaguardar) lo esencial de todos ellos. Algunos de sus nombres comunes son, como ya he dicho, cultura, lenguaje, historia; pero sólo caben si se entienden en su sentido de matriz ontológica. Como bien lo explica Foucault en su libro “Las palabras y las cosas”, en la filosofía moderna, después de Kant, lo que llamamos matriz fundamental es lo que permite el pensamiento; por tanto, lo que se resiste a ser pensado, y consiguientemente, lo que primariamente llama al pensamiento: el An sich (en­sí) de Hegel; el Unbewesste de Schopenhauer; la inconsciencia (enajenación) que precede la conciencia de clase, en el caso de Marx; el sedimento de Husserl; el inconsciente de Freud. Sin embargo, creemos que esta noción que mucho más que una noción es un ethos del pensamiento y de la vida sólo alcanza su madurez en la obra de los dos más grandes filósofos del Siglo XX: Heidegger y Wittgenstein. Es allí, en medio de dos estilos filosóficos y dos tradiciones de pensamiento 8
escultura mediante el cual vamos apareciendo, también va apareciendo ante nosotros un mundo. Pero nada de esto es, ni puede ser, propiedad privada.
El lenguaje, la cultura, la historia, sólo son míos en la medida en que sean de los otros. Son míos, porque les pertenezco; y en ese pertenecerles los realizo. Pero, insistimos, les pertenezco sólo en la medida en que mi prójimo les pertenece. Les pertenezco sólo como uno de los que pertenecen. Y este uno, que significa uno­de­nosotros, constituye y aloja al nosotros en lo más profundo de mi ser, de ese que en cada caso soy yo.
Puesto de otro modo, lo que nos hace posible como ser humano es nuestra pertenencia a esa matriz fundamental. Esta misma pertenencia es lo que hace posible un nosotros, que, a su vez, hace posible que, en cada caso, seamos uno de nosotros y se distinga un yo como individuo. Esa individualidad se establece como diferencia con los otros que constituyen ese nosotros al que primariamente uno pertenece. De este modo, la matriz fundamental es lo que, fundamentalmente, es nuestro —tan primariamente, que hace posible que haya tal cosa como un nosotros. Y con esto hemos llegado al punto crucial de este discurso: Nuestro bien común fundamental es la matriz fundamental. Es nuestro y es bueno; pero del modo más primario posible: es nuestro y es bueno porque permite que haya un nosotros y que haya bien.
Madre lengua, madre tierra, madre cultura, madre historia, madre mamá... madre, matriz fundamental —ella hace posible que seamos, que pensemos, que actuemos, que seamos cada uno como individuo; hace posible que seamos pueblo; hace posible que podamos hablar y hacer política; hace posible que tengamos bienes públicos como el agua, los parques, y los amaneceres; y también hace posible —¿por qué no admitirlo?— que tengamos esos "juguetes" que llamamos propiedad privada. La matriz fundamental es el bien público fundamental y la condición de posibilidad de cualquier bien.
En este punto es necesario detenernos para ver el lugar donde este camino de reflexión nos ha traído. Explorando otros modos de ser­algo­de­uno diferentes de ése que le corresponde a la noción economicista de propiedad privada, hemos llegado a un modo de propiedad muy particular —el modo como lo que hemos llamado matriz fundamental es nuestro. Finalmente, hemos descubierto algo simple, pero profundo; fácil de oír, pero difícil de experimentar, de vivir: Ese modo de propiedad —que es la condición de posibilidad para ser muy diferentes entre sí, donde creemos que se despliega con mayor vigor nuestro compromiso ontológico con eso que resiste el pensamiento y que, por eso mismo, llama al pensamiento.
lo que somos y, por ende, para cualquier otro modo de propiedad— es el bien público fundamental, es la esencia del bien público.
Desde la perspectiva que nos abre este camino de reflexión, vemos crecer la condición de bien (el valor) de lo público (de lo­que­es­de­todos) hasta la altura de lo sublime. A su lado, vemos achicarse la condición de bien de lo privado hasta ocupar un lugar razonable —que puede variar de sociedad a sociedad. La propiedad privada tiene sentido sólo si se la entiende al margen del bien público. Por el contrario, la hipertrofia de la noción economicista de propiedad privada, hasta el punto de poner en peligro la condición de posibilidad del bien público, la vemos como una monstruosidad, como una aberración, como signo de una profunda enajenación de la condición humana. Pero, ¿cómo ha sido posible que la condición de posibilidad del bien público haya sido socavada? 2.4.4 El deterioro de la condición de posibilidad del bien público en las sociedades occidentales
La exposición anterior pareciera estar favoreciendo un modo gregario, pueblerino, tradicional; un modo mal visto desde el punto de mira del ideal moderno de individuo autónomo que, en su actividad y actitud "liberadoras", desafía cualquier modo de tradición. En efecto, la versión más concienzuda del Proyecto de la Ilustración —lo mejor del motor ideológico de la modernidad— intentó otro modo de constituir al pueblo: como la congregación de seres libres racionales en pos de la justicia universal; es decir, como "humanidad". De acuerdo con esta visión, la Razón universal, concebida inicialmente como estructura a priori y a­histórica, tomó el lugar de lo que estamos llamando matriz fundamental. Creyeron algunos de los más ilustres pensadores del Siglo XVIII que podrían lograr su proyecto de constituir una humanidad en contra de la tradición y de la circunscripción propia de cada época y cultura.
Ahora sabemos que se equivocaron. El resultado del intento no ha sido la humanidad constituida por seres racionales libres ejercitando el principio supremo de la libertad, que, al mismo tiempo, es el de la justicia (el imperativo categórico kantiano); tampoco ha sido, claro está, el de un pueblo que realiza y cuida su bien común. El resultado de este proyecto inicial modernizador ha sido su fracaso: la constitución de una sociedad de individuos cuya relación fundamental es el uso instrumental que hacen los unos de los otros dentro de una atmósfera de competencia. El elan vital de estos individuos es la acumulación de bienes privados para asegurar ventajas en la competencia. La sociedad que aloja y resulta de estos “privatizadores” es una en la que el bien público se lleva a su mínima expresión: un conjunto de bienes materiales que constituyen el patrimonio de una especie de compañía anónima. Esta sociedad de individuos “maximizadores” de sus bienes privados se aloja en un mundo constituido por instrumentos tecnológicos, por dispositivos listos para ser usados. Los otros seres humanos, los amaneceres, las montañas, la salud, la educación se van convirtiendo en meros dispositivos listos para ser comprados y vendidos en el mercado, de manera que puedan ser usados.
Ahora bien, “un pueblo” tiene su lugar en esa mismidad en la que se encuentra la matriz fundamental y el bien público. Un pueblo se define en términos de una historia común, de una tradición que permite la aparición de un nosotros. Un pueblo sólo es tal a partir de ese bien público fundamental. En ese sentido, esa sociedad de individuos “maximizadores” de sus bienes privados a la que nos referíamos en el párrafo anterior es la antítesis no sólo de la idea de un pueblo que se define en términos de la matriz fundamental (concebida como fuente y condición de posibilidad del bien común); también es totalmente contraria a la idea de una humanidad constituida por aquellos seres libres soñados por los ilustrados del Siglo XVIII —cuyo norte era hacer del comportamiento individual un ejemplo de la ley moral universal, de la justicia universal. En este segundo caso, aunque se pierde de vista el carácter histórico y tradicional de la matriz fundamental, se preserva una cierta idea de bien común básico: la humanidad, la comunidad de seres libres en búsqueda de la justicia universal.
Por esto decimos que el proyecto de la Ilustración fracasó. Es más, fracasó doblemente: por una parte, fracasó como proyecto (no logró lo que pretendía) y, por la otra, contribuyó a destruir el carácter de bien de la matriz fundamental. Contribuyó de este modo con una destrucción desoladora —destructora no sólo de lo que está sobre el suelo, sino del suelo mismo— que ha ido dando lugar a una sociedad aún más alejada de la pretendida por proyecto modernizador, que aquella sociedad tradicional y religiosa contra la que combatía dicho proyecto. Pretendía el proyecto iluminista formar una sociedad justa constituida por seres libres que no se dejaran conducir ni por la tradición ni por la religión ni por las inclinaciones hedonistas. Logró, en cambio, una sociedad de individuos, relacionados entre sí por el uso instrumental que hacen unos de otros dentro del juego de la competencia económica, y presos de un aparato manipulador mucho más poderoso que esa iglesia y esas tradiciones contra las cuales luchaban los protagonistas del proyecto ilustrador.
2.4.5 El deterioro de la condición de posibilidad del bien público en Venezuela
Pero si es cierto que el proyecto de la Ilustración fracasó —mejor dicho: que está fracasando
— en las sociedades europeas, mucho más cierto es su rotundo fracaso en algunas sociedades “tercermundistas” como la venezolana. Dos diferencias entre el modo de “ilustrar” que se puso en práctica en cada uno de esos dos tipos de sociedades aparecen como determinantes en este rotundo fracaso. Primero, mientras los gobiernos de aquellos países colonizadores facilitaban en sus propias tierras la realización de aquellos ideales de la Ilustración (haciendo esfuerzos por establecer en su seno un sistema democrático fundado en la igualdad de oportunidades), en sus colonias o neo­colonias facilitaban un sistema explotador y opresivo de las mayorías pobres. Segundo, a pesar de la lucha entre razón y tradición que propusieron los ilustrados, la modernización de los pueblos europeos fue tal que sus tradiciones pueblerinas no fueron arrasadas de la noche a la mañana. En cambio, las culturas y tradiciones de otros pueblos colonizados y subyugados sí fueron víctimas de un brutal ataque por parte de esos mismos europeos. El ataque provino de dos flancos principales. Los unos, la mayoría de los conquistadores de diferentes épocas, atacaron brutalmente las culturas tradicionales con el mero afán de saquear, usar y oprimir. Los otros lo hicieron con el fin de suplantar esas formas tradicionales por otras formas culturales. Aparte de los misioneros, quienes lograron introducir ciertas prácticas religiosas, en este segundo grupo se encontraban los ilustrados latinoamericanos que atacaron las culturas originales con el fin de sembrar en estas tierras el proyecto de la Ilustración. Los primeros, los saqueadores, triunfaron y siguen triunfando. Los ilustrados latinoamericanos ayudaron a destruir las culturas tradicionales, pero fracasaron en su intento de modernización.
El resultado del triunfo de los saqueadores y el del fracaso de los ilustrados se pone de manifiesto en unas sociedades que sólo accedieron a la modernidad en una forma marginal, copiando algunos de sus productos y muchas de sus apariencias, y, especialmente, copiando todo aquello que en las sociedades modernas son síntomas del fracaso de su proyecto Ilustrador. Pero, por otra parte, estas sociedades perdieron, en gran medida, sus formas culturales tradicionales —por lo menos en ese nivel en el cual la matriz fundamental no sólo nos hace ser lo que somos sino que, además, se presenta como bien público. No nos referimos aquí sólo al asalto y violación cultural del que fueron objeto las etnias originales americanas; no sólo estamos haciendo énfasis en las posteriores formas de servidumbre a la que los latifundistas sometieron una importante parte de la población venezolana; nos estamos refiriendo, especialmente, a un fenómeno más reciente que dio el golpe de gracia en ese proceso de enajenación y saqueo iniciado desde la primera conquista:
En la Venezuela de 1920, cerca del 80% de la población era campesina. Sesenta años más tarde, esta proporción se había invertido: más del 80% de los venezolanos vivían en ciudades. La dramática inversión de esa proporción da cuenta de lo que se ha llamado “el éxodo del campo a las ciudades”. Sin embargo, no se ha tratado de un mero éxodo, de una simple mudanza mediante la cual los viajeros sólo cambian de residencia y de trabajo (como se ve cada vez con mayor frecuencia en la vida contemporánea de los países desarrollados). No ha sido un simple cambio de lugar; ha sido un viaje en el cual los viajeros mismos han sufrido una profunda transformación. En efecto, de acuerdo con el discurso oficial, los viajeros dejarían atrás sus culturas y prácticas campesinas para adoptar una cultura moderna. Ciertamente, dejamos atrás una considerable porción de nuestro ser campesino, pero no para modernizarnos, sino para convertirnos en la marginalidad de la modernidad europea. De hecho, la mayoría de esos migradores del campo a la ciudad ni siquiera tuvieron acceso a esa vida marginal moderna que ha caracterizado las clases medias y altas de la población venezolana. Esa mayoría fue despojada de su cultura original para ser depositada en los barrios doblemente marginales —de lo moderno y de lo marginalmente moderno— de las grandes ciudades.
Esas grandes masas de población urbana venezolana han quedado, de este modo, a la intemperie cultural. Han sido des­madradas, han sido desterradas de una matriz fundamental en su carácter de bien público. No lograron ni acceder a los patrones morales que fundamentaban el proyecto Ilustrador de los “padres de la patria” ni lograron mantener aquellos patrones que le brindaban coherencia a la vida campesina. En esta condición de intemperie hemos sido las víctimas perfectas del “sálvese quien pueda aprovechándose de los otros”, del imperio exterminador de la noción de bien público por parte de la de propiedad privada, del consumo de bienes materiales como lo único que le da significado a la vida. En fin, hemos sido víctimas de todas esas modas postmodernas que no logran hacer tantos estragos en los países que las generan porque sus culturas aún mantienen una cierta inercia del extinto impulso modernizador, pero que son devastadoras para estos pueblos neo­
colonizados.
La víctima fundamental de ese proceso de des­culturización ha sido, precisamente, la condición de posibilidad del bien público. Lo público se ha convertido en mero objeto de saqueo, en fuente de la propiedad privada. La rapacidad, la “viveza”, la “tracalería” —que son las actitudes que mueven ese saqueo— han crecido como la mala hierba en una sociedad que carece de normas morales de comportamiento; normas que sólo pueden ser ofrecidas y mantenidas por la matriz fundamental9 .
9No pretendemos decir con esto que no existan formas fraternales en la sociedad venezolana. Creemos que aún existen alejadas de los centros urbanos y, paradójicamente, muy ocasionalmente, en esos espacios sociales de doble marginalidad a la que nos He aquí la raíz profunda de esa enfermedad cuya crisis vivimos en el presente. La acción terapéutica del proceso iniciado a partir de la constituyente y de una consecuente política gubernamental debería estar orientada, de acuerdo con las ideas anteriores, a la re­
creación de la condición de posibilidad del bien público y de los bienes públicos que se edifican sobre esa condición de posibilidad.
En relación con este último nivel más profundo, debemos advertir al lector sobre una posible inferencia que no pretendemos hacer: Podría pensar el lector que estamos proponiendo una práctica educativa que nos devuelva ora a esas formas culturales campesinas anteriores al éxodo hacia las ciudades, ora a las culturas de las etnias originales antes del encuentro con Europa, ora al espíritu del proyecto de la Ilustración. Es cierto, tenemos en mente, como principal recurso ante la enfermedad a la que nos hemos referido, una práctica educativa. Pero no es cierto que esa práctica esté dirigida a una vuelta imposible a estadios anteriores de nuestra historia. La práctica, sin duda, tiene que estar dirigida a una apropiación histórica10 de nosotros mismos; pero no pensando que sólo somos maquiritares, o sólo campesinos de la Venezuela agraria, o sólo europeos ilustrados. Tendría que tratarse de una práctica educativa que permita situarnos históricamente en el presente —en ese presente constituido por la confluencia histórica de infinidad de riachuelos culturales que han desembocado y siguen desembocando en el ancho y turbulento río que constituye este confuso mundo que habitamos. Debería ser una práctica educativa que nos permita ganar compresión sobre cómo llegamos a ser eso que somos hoy; y que permita la infinita tarea de hacernos dentro de esa comprensión11 . Porque, como esperamos que sea claro desde la perspectiva de este artículo, somos nuestro saber, el cual es inseparable de nuestro hacer.
2.5
Conclusión del diagnóstico
En síntesis, así como se produjo en Venezuela un proceso de enajenación del bien material público básico (el ingreso petrolero), también, debajo de ese proceso de enajenación del referíamos antes. Sin embargo, creemos que esto es sólo excepción.
10Aunque en este texto no podemos entrar a explicar esta noción, estamos usando el término apropiación en el sentido acuñado por Martin Heidegger en sus últimos escritos.
11Actualmente, en el Centro de Investigaciones en Sistemología Interpretativa de la ULA, se trabaja en un proyecto de investigación destinado al diseño de esa práctica educativa. Ver anexo.
bien público material, pero en un nivel más profundo y fundamental, ocurrió un proceso de enajenación de la posibilidad misma de bien público. En el nivel superficial, el petróleo no se “sembró”; se “quemó” a favor del beneficio de unos pocos. Las llamas de ese incendio provenían de la quema de la noción misma de bien público que se operaba en el nivel más profundo. Pero, a su vez, el ardiente combustible, que se colaba desde el nivel superficial hacia el profundo, inflamó con mucho más vigor la destrucción abrasiva del bien público fundamental. En este último sentido, creemos que, en ese proceso de des­culturización que sufrimos, la disminución del valor del trabajo jugó un papel fundamental. El hecho de que el petróleo se mostraba como una fuente de riqueza que requería poco esfuerzo por parte de quienes la disfrutaban se fue convirtiendo en ejemplo del modo de enriquecerse en este país. El trabajo perdió dignidad. A su vez, la pérdida de dignidad del trabajo ha contribuido al deterioro de ese vínculo fundamental con los­otros: la actividad laboral. En efecto, la práctica laboral constituye uno de las formas fundamentales (junto con otras como la familia y la escuela) del mantenimiento y enriquecimiento de la matriz fundamental en su carácter de esencia del bien público.
Lo anterior ha pretendido mostrar el proceso de deterioro que han sufrido, no sólo los bienes públicos venezolanos, sino la condición misma de la posibilidad de esos bienes —la esencia del bien público. La matriz fundamental sólo es bien público si se presenta como bien. Si este no es el caso, si no logramos experimentar este modo de ser­algo­nuestro en el que tiene cabida la matriz fundamental, y por tanto, el bien público, entonces no hay bien público fundamental. En este caso tampoco hay otros bienes públicos, pues estos no son otra cosa que concreciones alegóricas del bien público fundamental. Finalmente, como ya lo habíamos expresado, si no hay bien público fundamental tampoco hay tal cosa como un pueblo.
Grosso modo, hemos dibujado el diagnóstico de una enfermedad y su crisis. ¿Cómo puede tan difícil situación ser superada? El problema es complejo y de profunda raíz. Su tratamiento no puede ofrecer efectos favorables inmediatos, pero sí requiere de acciones inmediatas. Más que acciones, requiere del desarrollo de una nueva actitud política y laboral, de un nuevo ethos orientado hacia el cultivo del bien público. Pero, ¿qué puede hacer el gobierno de turno al respecto? La respuesta genérica ya ha sido esbozada a lo largo de este escrito: restaurar el bien público enajenado. Esta restauración está constituida por múltiples tareas que giran en torno a la empresa de restaurar un estado de justicia para este país. Debe el gobierno definir mecanismos que, en la medida de lo posible, impidan la formación de núcleos políticos y económicos opresivos y depredadores del bien público. Por ejemplo, a nivel de la normativa referente al sufragio debe prohibirse cualquier modo de inversión privada que aventaje a ciertos candidatos por encima de otros y cree compromisos que finalmente desembocan en corrupción y saqueo del bien público. En relación con los núcleos económicos creemos que debe mantenerse como principio la redistribución (mediante mecanismos tributarios) de las grandes riquezas concentradas en muy pocas manos. Esto es sólo un ejemplo de una de las múltiples líneas de acción en la difícil tarea de restaurar el bien público. No podemos aquí referirnos a esa muy compleja multiplicidad, pero si quisiéramos puntualizar en este escrito unas pocas palabras sobre lo que consideramos la tarea fundamental que debe encarar el gobierno de turno, a saber: la de definir las bases de una práctica educativa cuya misión fundamental sea formar ciudadanos que velen por el bien público; ciudadanos formados de manera integral en las ciencias y las artes, que puedan participar de manera inteligente en el debate público, y puedan realizar su actividad laboral particular en beneficio de la colectividad. Debe ser una práctica educativa que nos permita tener un sentido de ubicación histórica; que nos permita desplegar el sentido de lo que nos ocurre; que nos permita comprender, aunque sea de modo general, cómo llegamos a ser eso que somos en el presente. Esta práctica educativa no se debe restringir a la escuela, debe abarcar los medios de comunicación y otras organizaciones relacionadas directamente con ese proceso mediante el cual nuestro tejido humano se está fabricando continuamente. Por ejemplo, debe hacer lo posible para que los medios de comunicación mantengan una variada programación en la que se incluyan buenas obras de teatro, conciertos, y todo tipo de manifestaciones artísticas, programas de difusión del pensamiento filosófico, programas de difusión científica, debates políticos de altura que contenga una persistente crítica al gobierno de turno, buen cine, etc. En fin, debe hacer lo posible para que los medios de comunicación desplieguen una rica variedad de elevadas manifestaciones del espíritu —esas que son producto de prácticas cuyo norte es la excelencia y no las ventas— y eliminen o reduzcan a un mínimo las formas chabacanas que dominan la programación actual. ¡No nos dejemos chantajear por el triste argumento de que esto iría en detrimento de la libertad de expresión! Iría en detrimento, sí, de esos modos de embobamiento colectivo que restringen la libertad de los ciudadanos en beneficio de las ventas de ciertos productos.
En fin, el gobierno de turno tiene en sus manos la posibilidad y la responsabilidad de comenzar a crear las condiciones para que lleguemos a ser, algún día, un pueblo reunido en torno al cuidado de su bien público.
3.
MAYO DEL 2006: ¿QUÉ HA PASADO? ¿QUÉ ESTÁ PASANDO? Antes de intentar una breve respuesta para estas preguntas, debemos realizar un ejercicio previo: Imaginemos que aún estamos en Mayo de 1999 y, para culminar el texto antes trascrito, nos preguntamos cómo ese último enunciado sobre la misión de “este gobierno” se traduce en un lineamiento general para una política gubernamental basada en el “diagnóstico de la enfermedad” allí presentado. Dicho de otro modo: El diagnóstico esbozado en el escrito antes presentado sobre la “enfermedad y crisis actual” de nuestra sociedad venezolana se constituye en un argumento que conduce a la proposición de una política general para el gobierno que, para aquel entonces, daba sus primeros pasos. La proposición, encapsulada en unas pocas palabras, rezaba así: “Este gobierno tiene en sus manos la posibilidad y la responsabilidad de comenzar a crear las condiciones para que lleguemos a ser, algún día, un pueblo reunido en torno al cuidado de su bien público”. Esto significa que, de acuerdo con nuestra argumentación, este gobierno que en aquel 1999 comenzaba sus funciones, debía haber centrado su labor gubernamental en el rescate y mantenimiento, no sólo del nivel material del bien público, sino, especialmente, de las formas culturales que permitieran una rica creación y mantenimiento del bien público (recordemos que esas formas culturales constituyen, precisamente, la condición de posibilidad del bien público). Pero, ¿qué significaba esto en términos más específicos? 3.1.
Un previo bosquejo del significado de la política general del gobierno de turno
En términos más específicos, esa política general se debía traducir en la trasformación y creación de las instituciones básicas del estado encargadas de la educación, la justicia, la salud (preventiva y curativa), en el enriquecimiento y preservación del medio ambiente natural, y en la creación y mantenimiento de la infraestructura material artificial (hecha por el hombre) requerida por la sociedad. En este sentido, se requería la reconstrucción de un sistema de salud gratuito y de la mejor calidad posible; la profunda re­estructuración del sistema judicial (y policial) de manera que dejara de ser un instrumento de las clases poderosas para convertirse en un auténtico sistema de “justicia”; la acción gubernamental inmediata y drástica para detener los salvajes procesos de agresión al ambiente natural que tenían lugar en Venezuela y para rescatar lo que pueda ser rescatado (descontaminación, siembra de árboles, etc.); la restauración y creación de obras públicas que permitan la realización de las actividades laborales y sociales con el menor daño posible al medio ambiente natural12 . Pero, como ya se expresó, la más básica de las actividades gubernamentales que se derivan de aquel diagnóstico es la educación: en general, la reconstitución de formas culturales que permitan el enriquecimiento y mantenimiento de lo público (dentro de lo cual están esas mismas formas culturales). Obviamente, en relación con la educación, no se trata solamente de la educación formal impartida en escuelas, liceos y universidades; se trata además de todas aquellas acciones y contextos sociales que ejercen un papel crucial en la transmisión y generación cultural (e.g. medios de comunicación de masas). Por otra parte, también debe resultar obvio que, en relación con la educación formal, no se trata simplemente de ampliar el acceso a las instituciones educativas; se trata, muy especialmente, de reconstruir procesos educativos que permitan comprender y actuar en las complejas formas sociales modernas de manera que se enriquezca la vida social y colectiva dentro de un ambiente de máxima justicia posible dispuesto en torno al cuidado del bien público.
Es claro que, dentro de esta política gubernamental, hay una tarea de emergencia que el gobierno debía emprender: la de mitigar la pobreza y la miseria extrema en la que viven muchos venezolanos. Sin embargo, esta tarea no se debe entender como la creación de simples procesos que permitan el mejoramiento de las condiciones materiales de vida de cada individuo. O, puesto más crudamente: no debe entenderse como simples modos de aumentar el poder adquisitivo de los individuos en un ambiente cultural caracterizado por un consumismo compulsivo movido por los mecanismos de manipulación de masas (como tiende a ser actualmente en las clases con mayores ingresos en Venezuela y en otros países de los llamados desarrollados). Es cierto, hacen falta ciertas medidas de emergencia no permanentes que permitan aumentar la capacidad adquisitiva de la población más pobre de manera que puedan cubrir aquellas necesidades básicas que siguen dependiendo del poder adquisitivo individual. Sin embargo, la auténtica batalla contra la pobreza, la de mediano y largo plazo, la que es tarea permanente del Estado, está directamente vinculada con el mantenimiento de unas excelentes prácticas educativas de carácter público, de un buen sistema de salud, de un auténtico sistema judicial y, en general, del medio ambiente rural y urbano que define el territorio nacional; todo ello orquestado en torno al enriquecimiento y mantenimiento del bien público y de su posibilidad fundamental. Esto, creemos, podría ser un sentido de eso que el Presidente Chávez llama: “socialismo del Siglo XXI”, el cual, 12Pensamos que la forma organizacional que mejor se adapta a esas organizaciones destinadas a enriquecer y mantener el bien público está caracterizada por lo que el filósofo escocés Alasdair MacIntyre denomina práctica y a lo cual nos referiremos más adelante en este opúsculo.
según el Presidente, deberá ser definido en el camino de su desarrollo. Para ser cónsonos con las ideas antes expuestas y para evitar confusiones con el significado tradicional del término “socialismo”, nosotros lo llamaríamos: “comunitarismo del Siglo XXI”.
Ahora sí, con este rápido bosquejo del significado de la idea del mantenimiento y cuidado del bien público, examinemos, a vuelo de pájaro, lo que creemos ha sido, hasta ahora, la política oficial del gobierno dirigido por el Presidente Chávez.
3.2.
¿Qué ha pasado? ¿Qué está pasando? El discurso del Presidente Chávez se alimenta de una clara conciencia de lo que antes llamamos “nivel superficial de la enajenación del bien público”; vale decir: la enajenación de la fuente primordial de bienes materiales que legítimamente le pertenece al Estado venezolano y, por tanto, al pueblo venezolano. De hecho, parte de ese discurso presidencial, lejos de ser “sólo palabras”, como con frecuencia se considera, constituye en sí un muy importante aspecto de la acción gubernamental derivada de esa consciencia sobre la enajenación de nuestros bienes públicos materiales. El resto de la acción gubernamental que se deriva de tal consciencia está dirigido, por una parte, a reponer lo enajenado en el territorio nacional, y, por la otra, a una política internacional destinada a buscar la unión fraterna de los pueblos oprimidos y a denunciar la opresión practicada por los centros de poder imperiales (asociados a los países desarrollados) sobre esos pueblos oprimidos. Este último aspecto —la política gubernamental exterior, la cual, nos parece de fundamental importancia y, en líneas generales, bien llevada hasta ahora— no será tratado en este escrito, pues nuestro discurso está referido, particularmente, a la política interna.
Bajo la idea protagónica del discurso programático chavecista —a saber: el “pago de la deuda social”— y ante el evidente hecho (especialmente evidente para la dirigencia gubernamental después del golpe de Estado del 2002 y del paro petrolero del 2002­2003) de que buena parte de las instituciones tradicionales del Estado son viciados centros de facilitación del proceso de enajenación, se han derivado una serie de acciones gubernamentales para­institucionales destinadas a devolverle a las clases desposeídas lo que les fue ilegítimamente arrebatado durante las últimas décadas. Se ha constituido, de este modo, una serie de formas organizativas paralelas a las instituciones tradicionales del Estado, con un claro formato de “operativos de emergencia”, las cuales han sido denominadas “misiones”. Las “misiones” pretenden devolver a los individuos enajenados las posibilidades de acceso a la educación, a la salud, y a las fuentes de financiamiento. De esta manera, actualmente el Estado venezolano alberga en su seno dos formas organizacionales en pugna: Una, la más amplia, antigua y más arraigada en las formas tradicionales de poder, que está constituida por ese amplio sector institucional que simultáneamente ha sido causa y consecuencia de la “enfermedad” que hemos descrito anteriormente. La otra emerge como otro aparato pseudo­institucional, paralelo al anterior, que pretende subsanar las faltas de las instituciones tradicionales y, en algunos casos, convertirse en caballos de Troya que permitan penetrar los poderosos muros de tales instituciones para cambiar sus principios y prácticas.
Algunas de la “misiones”, como la misión “Robinson” dedicada a la alfabetización y la misión “Barrio Adentro I”, dedicada a la atención primaria en barrios pobres, parecen dar buenos resultados en relación con los propósitos que las animan. En otros casos, los resultados no son tan claros. Por ejemplo, la misión “Ribas” ha logrado que mucha gente termine sus estudios de bachillerato, pero guardamos ciertas reservas sobre la calidad del aprendizaje en ese programa —el cual, a pesar de esas reservas, tal vez no tenga mucho que envidiarle al resto del muy mediocre sistema educativo venezolano. Por otra parte, es posible que muchos de los vicios (especialmente la corrupción y la burocracia inoperante que alimenta a la corrupción) del primer sector se estén infiltrando en las “misiones” y en otros programas gubernamentales que, aunque no detentan este nombre ("misión"), son movidos por la misma intención.
Pero, aparte del perjuicio que representa el inmenso gasto y la complejidad propia de la existencia paralela de las "misiones" y de las instituciones tradicionales y, peor aún, del peligro de la infiltración de ciertos vicios de raigambre social (producto de la enajenación profunda a la que antes nos hemos referido) dentro de las "misiones", hay otro gran peligro que se cierne sobre toda la acción gubernamental chavecista: Casi desde su inicio, el mero amago de trasformación institucional destinado a una mejor distribución de la renta nacional sufrió un potente y despiadado ataque por parte de aquellos sectores cuyos intereses se vieron afectados. Este ataque, mediáticamente comandado y llevado a sus más crudas manifestaciones en el golpe de estado del 11 de abril del 2002 y en el paro petrolero del 2002­2003, no sólo tuvo nefastas consecuencias inmediatas sobre la economía nacional y, en general, sobre la trama social, sino que, en cierta medida, ha distorsionado un tanto la acción gubernamental originada en aquella conciencia sobre el nivel superficial de la enajenación del bien público. En efecto, aquella acción gubernamental se ha contaminado con la necesidad de mantener el poder (para desarrollar su programa político) ante el ataque constante al que se ve sometido ese poder. En otras palabras, muchas veces, las acciones gubernamentales supuestamente destinadas a reponer el bien público enajenado (a “pagar la deuda social”) están impulsadas más por el propósito de hacer de ellas mecanismos propagandísticos que permitan mantener el amenazado poder que por el auténtico propósito político que supuestamente las anima (“pago de la deuda social”). Esta distorsión, tal vez hasta cierto punto inevitable, hace que tales acciones gubernamentales busquen efectividad inmediata (por lo menos a nivel de las “imágenes” de transmisión masiva) y que, de este modo, se vaya siempre aplazando la tarea fundamental y concienzuda de reconstruir el bien público en toda su dimensión. Tal tarea, obviamente, no se logra de la noche a la mañana. Su cuerpo fundamental está constituido por actividades cuyos resultados, si llegan a cumplir su cometido, sólo se verán en un largo plazo. Por esta razón, se trata de una tarea que debe estar asentada sobre las bases de un profundo proceso reflexivo y que debe continuamente enriquecerse con la observación constante del desempeño de dicha tarea (un riguroso y permanente trabajo de “investigación­acción”).
Cabe también destacar el esfuerzo que ha hecho el gobierno del Presidente Chávez para incentivar las organizaciones comunitarias de diversa índole. Este esfuerzo, por ejemplo, en muchas de las nuevas cooperativas, se ha enfrentado con la consabida “tracalería” de aquellos que ven en ese tipo de programas oportunidades para su aprovechamiento personal en contra del más elemental principio cooperativista. En otros casos, como en los de las “mesas técnicas de agua”, parece haberse logrado un mayor éxito. Sin embargo, cabe aquí preguntarse hasta qué punto la acción cooperativa de los involucrados está movida por un auténtico afán de mantenimiento del bien público en términos de su propia condición de bien, o si la reunión cooperativa es sólo un medio para el beneficio individual de aquellos que se reúnen con el aparente propósito de alcanzar un fin común. De todos modos, es de temer que, si tenemos razón en nuestro diagnóstico sobre el proceso profundo de enajenación del bien público, la mayor parte de estas formas cooperativas sólo serán, en el mejor de los casos, medios al servicio de los fines individuales de los participantes. Con esto no queremos decir que no valga la pena el esfuerzo por propiciar formas de acción comunitaria hasta que no se obtengan resultados de un proceso educativo separado de tal esfuerzo. Insistimos, aparte de los procesos educativos formales y los referentes a los medios de comunicación, es necesario cultivar todas las formas organizativas —muy particularmente estas formas de acción comunitaria— como contextos de enseñanza­
aprendizaje movidos por el afán del enriquecimiento y mantenimiento del bien público.
Todo lo anterior se refiere a la interpretación de la acción gubernamental posterior al año 1999 en términos de lo que en este trabajo hemos llamado “nivel superficial de la enajenación del bien público” —cuya conciencia es meridianamente clara en el discurso del Presidente Chávez. Sin embargo, en el discurso gubernamental no parece haber consciencia del nivel más profundo de enajenación del bien público, de ese que afecta la posibilidad misma de que haya tal cosa como “bien público”. Ni en el discurso oficial, ni en las nuevas acciones gubernamentales propuestas por el Presidente Chávez, se observa un intento por atacar el problema de fondo: el deterioro cultural de nuestra sociedad urbana. Y, si nuestra tesis es válida, o por lo menos lo es en un grado importante, mientras no se subsane ese deterioro cultural, lo que se haga a nivel del “pago de la deuda social” sólo servirá para aliviar, en el corto plazo, algunas penurias que actualmente sufre parte de la población; pero, muy posiblemente también servirá para continuar, mediante otros mecanismos, el ya consabido traspaso de la riqueza nacional a unas pocas manos movidas por el afán de riqueza desmedida y enmarcadas dentro de una concepción totalmente ajena a la que se esfuerza por esbozar y realizar el Presidente Chávez. Veamos:
3.3. Lo que falta: La acción gubernamental terapéutica en relación con el problema del “nivel profundo de la enajenación del bien público”
En la secciones §2.4.4 y §2.4.5 de este escrito caracterizamos la enajenación de la posibilidad del bien público como resultado de un profundo proceso histórico que involucra tanto a las culturas occidentales como a las “occidentalizadas”. En el caso de la sociedad venezolana, este proceso histórico toma una forma particular caracterizada por una brusca destrucción de las formas culturales campesinas tradicionales y del fracaso del intento por sembrar la cultura moderna europea.
En efecto, la crisis de la modernidad europea ha dejado al descubierto en los países europeos, y muy particularmente en la sociedad estadounidense, una empobrecida forma cultural marcada por una hipertrofiada relación tecnológica con un mundo que se va reduciendo a un reservorio de “dispositivos listos para ser usados"13 . Se trata, pues, de una cultura tecnológica en la que la realidad —que en una cultura normal se abre como una rica variedad de formas de relación del ser humano con la multiplicidad de fenómenos que le hacen frente en su mundo— tiende a reducirse a una sola especie: dispositivos listos para ser usados cuyo único valor viene definido por el omnipresente mercado. De este modo, ante el ser humano postmoderno, los otros seres humanos, la naturaleza, el arte, el amor —
en fin, cualquier cosa que sea el caso— se presentan, cada vez más, como simples dispositivos de uso con valor de mercado. Esta reducción de la condición de ser (la 13Al respecto véase el pionero trabajo de Martin Heidegger sobre la esencia de la tecnología moderna: “La pregunta por la tecnología”.
condición ontológica) de cualquier ente con el que se relaciona el humano postmoderno está acompañada de la pobreza del sentido del ocurrir y de la fragmentación esquizofrénica del sentido de la vida: El sentido de cada cosa, reducido a la de “dispositivo”, sólo se relaciona con el sentido de otra cosa mediante su simple vinculación con el mercado. De este modo, la variedad de situaciones vivenciales no sólo se empobrece terriblemente, sino que cada cosa, fenómeno o situación se presenta desconectada de las otras (excepto por su pobre vinculación con el mercado). Se pierde, de esta manera, tanto el hilo histórico fundamental que le brinda su identidad a cada ser humano, como el hilo histórico fundamental que define las relaciones a partir de las cuales se constituyen las sociedades humanas y sus mundos. Desaparece, entonces, la posibilidad de constituirse en “un pueblo”. La persona postmoderna se entiende a sí misma como esencialmente des­comprometida14 de cualquier forma social (amistad, familia, patria) que no sea la del “mercado global”15 .
Decíamos que esta situación se agrava en nuestra población venezolana urbana (especialmente la de las clases medias y altas) porque, debido a la brusca destrucción de las formas culturales campesinas tradicionales y del fracaso de modernización de la nueva población urbana, ni siquiera contamos con esa inercia cultural de la modernidad de la que, a duras penas y hasta hace poco, se podía aferrar una parte, cada vez más pequeña, de las sociedades europeas.
Los resultados de este desamparo cultural los presenciamos de manera patética en las universidades venezolanas: La inmensa mayoría de los graduados universitarios tienen un dominio del lenguaje escrito básico y de cualquier “juego lingüístico” propio de las ciencias y de las humanidades, inferior al formalmente esperado para un joven que inicie el bachillerato. Esto, sin mencionar su pasmosa incapacidad moral para formar parte de una sociedad signada por la fraternidad, la honestidad y la justicia, erigidas, en su condición de virtudes, sobre la base de un profundo respeto por el bien público. Bajo tal panorama, claro está, es difícil pensar en las posibilidades de desarrollo de la ciencia en el país.
Lamentablemente, ni el discurso del Presidente (cuyo valor didáctico es innegable), ni, 14A ese des­compromiso radical lo denominan “libertad”.
15Creemos que el sentido profundo de eso que llaman globalización no es otra cosa que la universalización de ese modo postmoderno de situarse en el mundo en el que el ser humano se reduce a un disponedor (a su vez, dispuesto) de dispositivos, desarraigado de toda forma cultural y social que no sea la del abstracto mercado globalizado; y en la que el mundo se reduce al conjunto de dispositivos colocados en las vitrinas de ese gran mercado virtual.
mucho menos, la acción gubernamental, hasta ahora han atendido este profundo problema de la “enajenación de la condición de posibilidad del bien público”. Como esperamos haya quedado claro a partir de lo expuesto en la parte §2 de este escrito, si no se atiende este nivel profundo de la enajenación, lo que se haga en el nivel del bien público material —la redistribución del ingreso petrolero— está destinado a desaparecer, tarde o temprano, como el agua entre los dedos de la mano.
En este orden de ideas, consideramos que el esfuerzo gubernamental destinado a la re­
distribución del ingreso petrolero —y representado, en buena medida por las misiones— debe estar fundamentado en la paciente y tozuda siembra de las condiciones de posibilidad del bien público. Esta “siembra” tendría que estar destinada a la trasformación del actual ambiente social en uno caracterizado por la incesante y ardua tarea del enriquecimiento y mantenimiento de lo público. Para ello es necesaria una profunda transformación de todos los procesos educativos: los escolares, los generados por los medios de comunicación y, en general, los desarrollados en los ambientes laborales y recreativos.
4.
DE VUELTA AL ASUNTO DE LA CIENCIA
En la Introducción General de este escrito expresamos lo siguiente:
Consideramos que es necesario anclar la aspiración propia de la “misión ciencia” en una “política Estatal referente a la ciencia” en la que se ponga de manifiesto la posible acción del Estado venezolano del presente con respecto a la actividad científica que se desarrolla y puede desarrollar en el país. Esa “política Estatal referente a la ciencia” debe, a su vez, estar fundada en una cierta visión sobre la situación nacional y su problemática fundamental, de manera que dicha “política” sea planteada de cara a tal problemática.
Aunque en lo escrito hasta ahora ya se puede vislumbrar el significado de lo que, al inicio, llamamos “política Estatal referente a la ciencia”, vale la pena hacer más explicito el asunto. Para ello, comenzaremos por una aclaratoria en relación con el significado que le estamos dando a la palabra “ciencia”.
4.1.
El significado de la palabra ciencia
Cuando aquí nos referimos a la “ciencia” no lo hacemos en ese sentido reducido proveniente del uso de la palabra en las sociedades anglo­americanas. No nos referimos exclusivamente a una ciencia positivista y atomista­naturalista16 , movida por un interés meramente instrumental puesto al servicio directo de la tecnología e indirecto del mercado globalizante; este último definido y controlado por los grandes centros de poder capitalista que dominan al mundo actual. No excluimos a la ciencia positivista y naturalista —sus investigaciones y los conocimientos derivados de esas investigaciones— de lo que llamamos “ciencia”; sin embargo, bajo nuestra concepción, es necesario comprender tales conocimientos dentro de los límites que le son propios y darles un sentido que trascienda el mero uso instrumental al servicio de una forma de poder particular. Por “ciencia” entendemos la variedad de prácticas destinadas a la búsqueda del saber signadas por el afán de verdad y sostenidas en una plataforma crítica que continuamente cuestione los fundamentos más profundos tanto de esa búsqueda del saber como de la concepción de verdad que la anima y la regula. Abogamos de este modo por una concepción crítica (en el sentido más profundo de la palabra) de la ciencia. Los resultados de esa ciencia crítica estarían al servicio del enriquecimiento y mantenimiento del bien público (no sólo del nacional sino del de toda la humanidad), pero siempre bajo una estricta lupa crítica que incluso cuestione lo que, en cada momento, se considera “bien público”.
Ahora sí podemos intentar bosquejar lo que en el contexto de las ideas anteriores sería una “política Estatal referente a la ciencia”.
4.2.
Bosquejo de una política Estatal referente a la ciencia
Es obvio que, ante la concepción de ciencia crítica indicada en la sección anterior, la idea de una “política Estatal referente a la ciencia” resulta, si no contradictoria, por lo menos, radicalmente problemática. En efecto, la autonomía le es esencial a lo que hemos denominado “ciencia” (crítica): Una actividad que tiene por misión el cuestionamiento de todo, siempre moviéndose en el ambiente de la duda y siempre movida por la búsqueda de la verdad, debe poder gobernarse a sí misma en términos de la autenticidad de su misión. Vale decir, la posibilidad de ser autónoma en su búsqueda está fundada, precisamente, en el saber derivado de esa búsqueda. Por eso, la autonomía de la ciencia17 no sólo ha de ser una 16En la sección § 2.4.2 definimos brevemente la concepción atomista­naturalista que subyace en este tipo de ciencia positivista.
17Y, por ende, de las universidades.
especie de “derecho” o de otorgamiento de libertad de autogobernarse por parte del Estado; la autonomía es, primordialmente, una virtud generada por la propia práctica de la ciencia. Ello implica que, no importa cuanta libertad autonómica se le conceda a una actividad científica mediocre (o a una universidad mediocre), tal actividad (o institución), por razón intrínseca y fundamental, no puede ser autónoma. No obstante, si la actividad científica es mediocre, difícilmente adquirirá las virtudes que le son propias por el simple hecho de estar estrechamente regulada por un ente externo a la propia actividad.
Lo anterior quiere decir que, en el caso de una actividad científica saludable y virtuosa, una política científica por parte del Estado debe darse bajo una concepción muy particular, diferente de otras políticas gubernamentales. Debe tratarse de una política caracterizada por la idea del cuidado de un ser con vida propia (así como se cuida una planta): Es necesario proveer a ese ser vivo con las mejores condiciones básicas (la mejor "tierra" y medio ambiente) para que pueda desarrollar sus potencialidades vitales a plenitud. Además es necesario irrigar su "tierra" de manera constante y cuidarlo de enemigos externos e internos que pongan en peligro su salud vital.
Para comprender mejor estas ideas sobre lo que significa una “ciencia saludable y virtuosa” es necesario aclarar ciertas nociones, tales como: “práctica”, “virtud”, “mediocridad” y “vicio”; algunas de las cuales ya fueron usadas en los dos párrafos anteriores. Para este fin abriremos un paréntesis con el propósito de explicar brevemente el concepto de “práctica”, en el sentido usado por Alasdair MacIntyre en su libro: “After Virtue”18 .
4.2.1 Práctica y virtud19 De acuerdo con MacIntyre,
[Una práctica es] una forma coherente y compleja de actividad humana cooperativa, socialmente establecida, mediante la cual se realizan bienes internos a esa forma de actividad, en la medida en que se intenta alcanzar esos patrones de excelencia que son 18MacIntyre, A. (1985). After Virtue: A Study in Moral Theory, Duckworth and Co., London.
19Esta sección (§4.2.1) ha sido copiada, con muy ligeras modificaciones, de: Fuenmayor R., “Entre la mediocridad institucional y el dominio imperial de lo instrumental”, publicado en “Pensando en la Universidad” (Compilador: Jorge Dávila). Panapo. 2002.
apropiados para —y que parcialmente definen a— esa forma de actividad, con el resultado de que los poderes humanos para alcanzar excelencia y las concepciones de los fines y bienes envueltos son sistemáticamente mejorados. (MacIntyre, 1985, traducción de Ramsés Fuenmayor).
­ (Piénsese en una buena escuela de música).
­ Una virtud es una cualidad humana adquirida, cuya posesión y ejercicio tiende a permitirnos el logro de los bienes internos de una cierta práctica; y cuya falta nos impide efectivamente alcanzar dichos bienes. (MacIntyre, 1985).
­
(Piénsese en la idea de virtud implícita en la expresión “es un virtuoso del violín”).
Vale la pena extraer ciertas consecuencias de esas dos definiciones que son de fundamental importancia para pensar el asunto de “la cualidad vital” de una ciencia “saludable y virtuosa”. Para ello, es importante insistir en que una práctica es una forma coherente y compleja de actividad humana cooperativa y socialmente establecida, la cual cumple las siguientes condiciones:
1. Mediante esa actividad se logran ciertos bienes; es decir, ciertos productos tangibles o intangibles de la actividad que se consideran buenos.
2. La calidad (la condición de “buenos”) de estos productos es siempre mejorable.
3. La actividad propia de la práctica está esencialmente acompañada por una constante voluntad por lograr esa excelencia del bien.
4.
Las virtudes propias de una práctica no sólo permiten producir el bien de esa práctica en su mejor condición posible, sino que permiten apreciarlo como tal. En otras palabras, aquél que no posea las virtudes propias de esa práctica no podrá apreciar cabalmente el grado de excelencia del bien producido por dicha práctica. Esta apreciación interna del bien será llamada “cara interna del bien”.
5.
Sin embargo, para que la práctica sea socialmente establecida, el bien (o bienes) que ella produce deberá poseer también una “cara externa”; esto es, una cara que permita darle sentido social a la práctica en cuestión.
Lo anterior implica que:
Primero, la vida de una práctica se sustenta en esa voluntad colectiva de mejorar el bien que le da la razón de ser a dicha práctica. Es decir, la vitalidad de una práctica se funda en el continuo ejercicio y mejoramiento de las virtudes que le son propias —virtudes que, recuérdese, son necesarias, no sólo para producir el bien en su estado de mayor excelencia posible, sino que, al mismo tiempo, son necesarias para apreciar la excelencia de ese bien. Sustráigase la fuerza de aquella voluntad, o, sustráigase el ejercicio y mejoramiento de las virtudes, y se tendrá un cadáver de práctica. Obsérvese que esta condición de vida de una práctica es propia de toda práctica, independientemente de cuál sea el bien que produce —
así como decimos que la condición de vida de cualquier mamífero depende de ciertas características funcionales biológicas básicas (por ejemplo, de que su corazón funcione adecuadamente), independientemente de cual sea el mamífero del caso.
Segundo, la ausencia de virtudes en una práctica se da en un rango que va desde la mediocridad hasta el vicio. La mediocridad es la simple y pasiva ausencia de virtud. La mediocridad es dañina para la práctica por ser mera ausencia de virtud, falta de vida. El vicio es una cualidad cuyo ejercicio daña activamente a la práctica y a su bien. Es en este preciso sentido que usamos las palabras “mediocridad” y “vicio” en lo que sigue.
Tercero, puesto que las virtudes son necesarias para producir y para apreciar el bien de una práctica, las personas más virtuosas son las llamadas a guiar y coordinar las actividades de la práctica. Esta guía y coordinación es, al mismo tiempo, un proceso de enseñanza continua de las virtudes propias de la práctica en cuestión.
Cuarto, las virtudes auténticas de una práctica no deben confundirse con aquellas cualidades que las personas desarrollan con el propósito de procurar para sí bienes materiales y prestigio. Las auténticas virtudes de una práctica están movidas por la voluntad de excelencia del bien como fin en sí mismo. Por otra parte, las virtudes de una práctica no se restringen a las cualidades requeridas directamente para producir y evaluar el bien del caso (por ejemplo, la destreza artesanal necesaria para alcanzar el mayor grado de excelencia posible del bien en cuestión); también son virtudes de una práctica aquellas cualidades necesarias (e.g. honestidad) para convivir con los otros miembros de la práctica en un ambiente de armonía tal que permita la mejor realización del bien del caso.
Ahora sí, volvamos al tema que nos ocupa: “la cualidad vital” de una ciencia “saludable y virtuosa”. La vinculación entre esa idea de “ciencia saludable y virtuosa” con el concepto de práctica antes esbozado es obvia: Una ciencia “saludable y virtuosa” sólo se sostiene sobre la base socio­cultural y organizacional representada por una práctica científica, cuyo bien fundamental es el saber con pretensión de verdad. La vida de la actividad científica se da en la vida de su práctica constitutiva. Si la práctica constitutiva de la actividad científica no tiene vida, la actividad científica es un cadáver ambulante. Si la voluntad dominante en la actividad científica no es la de mejorar el bien propio de su práctica (el saber con pretensión de verdad), la actividad científica es un cadáver ambulante20 . Si la mediocridad y el vicio dominan las virtudes propias de la actividad científica, esta última es un cadáver institucional.
Una vez aclarado lo que entendemos por “la cualidad vital” de una ciencia “saludable y virtuosa” (así como las nociones de práctica, virtud, mediocridad y vicio que veníamos empleando), podemos volver a nuestra discusión sobre el sentido de una “política científica de Estado”, entendida como cuidado de ese ser vital que debe ser la actividad científica. Tal sentido cambia, claro está, dependiendo de que la actividad científica se encuentre en un buen estado (saludable y virtuoso) —es decir, corresponda con la condición de práctica, o, por el contrario, sea sólo un fantasma o un disfraz de práctica científica debido a su mediocridad y a su vicio.
4.2.2 La política científica del Estado cuando la práctica científica es saludable y virtuosa
Ante una práctica científica saludable y virtuosa, la política del Estado se reduce a dos formas de actividad: La primera, la más general e importante, es la destinada al cuidado de ese ser vivo llamado ciencia. La segunda está destinada a favorecer cierto tipo de investigaciones que le interesan al Estado debido a su política Estatal general derivada de ciertos principios políticos y de la situación presente de la nación en cuestión.
La primera forma de actividad contempla todo lo referente a la creación y mantenimiento de la actividad científica. El mantenimiento se refiere al financiamiento, evaluación externa, correctivos externos en términos de esa evaluación, mecanismos de vinculación entre diferentes instituciones cultivadoras de la ciencia y entre tales instituciones y otras destinadas a otras misiones, etc.
La segunda forma de actividad (destinada a favorecer cierto tipo de investigaciones que le interesan al Estado debido a su política Estatal general derivada de ciertos principios políticos y de la situación presente de la nación en cuestión) concierne, fundamentalmente, 20Este es el caso de la actividad científica movida por el simple afán de lograr publicaciones que permitan obtener prebendas materiales y prestigio individual. Tememos que buena parte de la poca actividad científica que ocurre en nuestro país está movida por tales intereses mediocres los cuales, dicho sea de paso, mueven la mayor parte de la ciencia en los países desarrollados.
al financiamiento especial (y su consiguiente evaluación externa) de esas investigaciones particulares requeridas por el Estado en un momento dado (claro está: sin detrimento del resto de la actividad científica).
Sin embargo, una tal política científica del Estado cuando la ciencia es saludable y virtuosa es, en el caso de la Venezuela actual, sólo una especie de horizonte, de fondo de contraste, de imagen ideal con propósito heurístico. Lo es, porque consideramos que nuestra actividad científica, exceptuando contadísimos y honrosos casos, está más inclinada a la mediocridad (en algunos casos, al vicio) que a la virtud. Esta visión negativa, aparte de ser el resultado de nuestra ya larga experiencia en el campo, es claramente derivable de nuestro diagnóstico inicial sobre la problemática actual del país. De hecho, no podría ser de otro modo si tal diagnóstico es, en términos generales, certero. Pasemos entonces al caso que más nos interesa; a saber: el de una política científica de Estado cuando la actividad científica es mediocre y hasta viciosa.
4.2.3 La política científica del Estado cuando la actividad científica es mediocre o viciosa
En este caso le corresponde al Estado, dependiendo del grado de mediocridad y vicio en que se encuentren las instituciones destinadas al cultivo de la ciencia, tomar algunas medidas drásticas, tales como la eliminación de ciertas instituciones que se consideren “caso perdido” y la “siembra” de nuevas instituciones que las sustituyan; o, poner en práctica medidas menos drásticas como las que comentaremos más adelante. Las medidas drásticas para esos “casos perdidos” se justificarían en términos de la injusticia social que significa gastar grandes cantidades de dinero para financiar el regodeo morboso de la mediocridad y del vicio, y para mantener el poder aniquilador que tiene la trama social tejida dentro de la propia institución viciada con respecto a los pocos focos marginales de actividad científica saludable que puedan existir en su interior. Obviamente, tales medidas drásticas requieren que el Estado cuente con instituciones sanas capaces de evaluar (y tomar las medidas del caso) esas otras instituciones en estado de mediocridad y vicio extremos.
Para juzgar sobre la posibilidad de adoptar tales medidas drásticas en nuestro caso actual hace falta vincular este panorama hipotético desarrollado hasta ahora en relación con la actividad científica con lo que consideramos ser la situación actual, tanto al nivel socio­
cultural nacional examinado en nuestro diagnóstico, como, en particular, al nivel de la actividad científica en Venezuela.
4.2.3.1
La situación actual de la actividad científica dentro de la situación general de enajenación del bien público
Si nuestro diagnóstico en relación con el proceso de enajenación del bien público (tanto en el nivel material como en el nivel cultural) es, en términos generales, acertado, habría que esperar consecuencias desastrosas sobre las virtudes que le son propias a la práctica científica. En efecto, una matriz fundamental empobrecida y profundamente fragmentada no permite la existencia de los procesos educativos básicos (formales y no formales) necesarios para fundamentar la educación virtuosa en las ciencias.
Si, más allá de este juicio general, damos cuenta de nuestra experiencia (la cual, entre quienes suscriben estas consideraciones, comprende varias décadas de trabajo dedicado a la universidad), afloran las siguientes características de los resultados del actual proceso educativo venezolano (desde la primaria hasta la universidad):
1. Un pobrísimo manejo de la lengua escrita y oral, el cual —mucho más allá de los consabidos errores de ortografía, pobreza de vocabulario y mal manejo gramatical a nivel de oraciones— trae como consecuencia en muchos casos, tal vez la mayoría, una pasmosa incapacidad para dar cuenta del simple acontecer cotidiano; y, mayor incapacidad aun, para entender y expresar ideas sencillas. Esto lo observamos no sólo a nivel de los egresados de bachillerato, sino, también, de los egresados universitarios21 .
21En un estudio (tesis de grado) realizado por la ahora ingeniero de sistemas Magaly Eugenia Miliani y dirigido por el Profesor Ramsés Fuenmayor, se practicó un examen a una porción bastante amplia de los estudiantes de nuevo ingreso (70% de los estudiantes) y de los estudiantes que cursaban el último semestre o año de su carrera (90%), correspondientes a 7 de las carreras universitarias que se imparten en la ULA. El examen, el cual fue el mismo para ambos grupos, consistió en una simple prueba sobre habilidades lógicas, una segunda prueba donde se le pedía al examinado leer un artículo de periódico de unas 300 palabras de longitud, para que diera cuenta de su contenido, y, finalmente, una tercera prueba que consistió en varias preguntas de la prueba de admisión que se practica en la ULA (prueba PINA) diferenciadas estas últimas por carrera. El promedio de calificaciones en 6 de las 7 carreras fue mejor en los estudiantes de nuevo ingreso que en los estudiantes que estaban a punto de egresar. De tales promedios sólo hubo uno aprobatorio: el del grupo de estudiantes que estaban a punto de egresar en la única carrera 2. Una gran incapacidad para el ejercicio de la lógica y de las matemáticas (tanto a nivel de bachillerato como a nivel universitario).
3. Una muy deteriorada actitud moral que gira en torno a un individualismo narcisista exacerbado y a una pasmosa indiferencia ante todo lo que se sale de la estrecha esfera del consumismo, del hedonismo y de los dictámenes de moda producidos por los medios de comunicación de masas.
¿Cómo formar científicos en estas condiciones?
donde obtuvieron mejor promedio los estudiantes universitarios que los egresados de bachillerato. Pero el anterior resultado cuantitativo palidece en gravedad ante una observación más cualitativa de las respuestas estudiantiles: en muchos casos, la expresión de las respuestas era completamente absurda palabras y frases sueltas e inconexas; expresión propia de una persona con serios problemas mentales. Otro ejemplo: Se practicó un examen a todos los estudiantes cursantes de una de las asignaturas de la carrera de Ingeniería de Sistemas de la ULA. Vale la pena hacer notar que ésta es una de las carreras con mayor exigencia para su ingreso, en la ULA. El examen consistía en una serie de preguntas básicas acerca del sentido de fenómenos cotidianos o de conocimientos escolares elementales. Tres ejemplos de las preguntas formuladas y de sus resultados bastan para escandalizar a cualquiera que piense por un momento sobre el sentido de lo que estamos haciendo con esa actividad que llamamos educación: Una de las preguntas se formulaba en estos términos: Cuando llueve, ¿por qué llueve? Sólo el 6% de los estudiantes examinados ofrecieron una respuesta vaga (ninguno ofreció una respuesta acorde con el conocimiento impartido en bachillerato o con algún mito propio de otra cultura). El resto no respondió o se limitó a escribir algo así como: se debe a las condiciones atmosféricas. Otra pregunta interrogaba por el funcionamiento básico (descrito muy esquemáticamente) del motor de un automóvil. Entre los 34 estudiantes examinados, ¡sólo uno! ofreció una respuesta un tanto vaga y mal escrita sobre lo interrogado. El resto no respondió o expresó que no sabía. Y el último ejemplo: Se pidió sumar tres fracciones simples (de un solo dígito tanto en el numerador como en el denominador), se interrogó sobre el procedimiento seguido para realizar tal operación y se preguntó sobre la razón de ser de tal procedimiento. Ningún estudiante de los examinados pudo dar cuenta, ni siquiera de manera imprecisa, de por qué seguía el procedimiento que empleó. Hay que recalcar el hecho de que este grupo de estudiantes de esta carrera de Ingeniería de Sistemas en la ULA debieron haber obtenido calificaciones muy altas en sus pruebas de admisión (de la OPSU y la PINA) para poder ingresar en esa carrera. Aunque los dos ejemplos anteriores se refieren a la ULA, no esperamos mejores resultados en otras En relación con los miembros de la muy pequeña comunidad científica existente en el país, observamos los efectos devastadores de la mala formación antes mencionada. Creemos que estos efectos se han exacerbado de manera muy acentuada en las últimas dos décadas. El resultado actual es tal que, entre los pocos “científicos” que efectivamente se destacan en su especialidad, la gran mayoría está completamente dominada por una mentalidad instrumental al servicio del mercado global y de los grandes poderes que lo constituyen —es decir no son científicos en el sentido crítico como definimos la ciencia en la sección §4.1 de este escrito22 . La aplastante mayoría del resto (algunos de los cuales clasifican en el Programa de Promoción del Investigador —PPI) no logran desembarazarse del ambiente de mediocridad institucional en el que han sido formados.
Por supuesto, son verdaderamente excepcionales aquellas actividades científicas que giran en torno a una problemática práctica o teórica auténticamente sentida como tal y convertida en el norte de una búsqueda científica vital. De las poquísimas actividades científicas que pueden situarse en esta categoría, la mayoría depende de investigadores bastante maduros que carecen del relevo generacional correspondiente. En este sentido, creemos que, a menos que se tomen ciertas medidas que reviertan esta situación, el terreno de la actividad científica venezolana estará absolutamente desolado al cabo de unos pocos años —sólo quedarán los disfraces de actividad y de producción científica que cada vez ocupan más espacio y cada vez se hacen más mediocres23 .
Lo anterior resume, en muy gruesos trazos, lo que consideramos que está ocurriendo con la educación venezolana y con la actividad científica, la cual se alimenta de esos procesos educativos. ¿Qué puede hacer al respecto el Gobierno Nacional? ¿Cuáles medidas puede tomar que tengan efecto a corto, a mediano y a largo plazo?
universidades venezolanas, tal vez peores en muchas de ellas.
22A lo que se agrega la motivación dudosamente virtuosa (en el uso que le hemos dado a la palabra “virtud” en el contexto de las “prácticas”) que está detrás de la actividad científica de la mayoría de esos pocos profesores universitarios que producen publicaciones: la simple y desnuda búsqueda de prestigio y prebendas materiales.
23Por ejemplo, la pasmosa mediocrización que, en pocos años, han sufrido los estudios doctorales debido a la pululación de programas que pretende alcanzar este nivel sobre una base institucional carente de la actividad de investigación y dirigida por profesionales de muy baja condición académica.
4.2.3.2
Posibles medidas gubernamentales que podrían contribuir a sanar la actividad científica venezolana
A esta altura de nuestra argumentación debe resultar claro para el lector que el problema de la enajenación profunda del bien público y de su propia condición de posibilidad —de la cual depende no sólo la salud de la práctica científica sino todo lo que la sociedad venezolana pueda hacer en pro de sus bienes públicos— no es soluble a corto plazo. El afán “inmediatista” y “efectista” que cada vez gana más terreno en el gobierno actual —y que, en parte, ha sido una respuesta “natural” ante el contínuo ataque interno y externo al que se ha visto sometida la gestión justiciera del Presidente Chávez— lejos de contribuir a resolver el problema del nivel profundo de nuestra enajenación, tiende a disimularlo; y, de este modo, a perpetuarlo.
En efecto, la medida fundamental ante el problema general que estamos planteando (del cual depende la salud de nuestra actividad científica) no es otra que la siembra de formas y procesos educativos —ora formales ora no formales; ora explícitos ora larvados contextualmente en los ambientes sociales— que contribuyan en la reconstrucción de lo que en la sección §2.4.3 de este escrito llamamos “matriz fundamental”. Hace falta intentar reconstruir tanto el lenguaje básico como los “juegos lingüísticos” más especializados (que se alimentan del lenguaje básico) de manera que el acontecer tenga sentido dentro de un orden justo aportado por una sana matriz fundamental.
Claro está, a pesar de ser el asunto educativo el de mayor importancia, urgencia y trascendencia, hay otras medidas que, en nuestra opinión deben ser tomadas por el Gobierno Nacional como parte de una política científica de Estado. A continuación expondremos brevemente, y de manera más esquemática, una serie de medidas —las primeras vinculadas directamente con la educación— que consideramos deben ser tomadas por el Gobierno actual en relación con la situación actual de la ciencia en Venezuela.
4.2.3.2.1
La trasformación de la educación básica
Con respecto a la educación formal (una parte de todo lo que en una sociedad puede considerarse como procesos educativos), un subgrupo de los subscriptores de este documento está desarrollando un proyecto destinado a diseñar de manera detallada una posible forma de enseñar que pretende cumplir el propósito antes mencionado. El proyecto en cuestión ha sido bosquejado en un artículo titulado: “Educación y la reconstitución de un lenguaje madre” del cual anexamos copia. En ese artículo se puede apreciar con mayor profundidad la problemática a la que nos estamos refiriendo. 4.2.3.2.2
La transformación de los contextos educativos no formales
Pero, más allá de la educación formal, hace falta un arduo trabajo para transformar los medios de comunicación y, en general, buena parte de los ambientes públicos, de manera que éstos dejen de ser formas destructivas de una sana matriz fundamental (como lo son actualmente) y pasen a ser fuentes de su reconstrucción, enriquecimiento y mantenimiento24.
4.2.3.2.3
Escogencia y cuidado de jóvenes talentosos
Creemos que, sin menoscabo del principio de igualdad de oportunidades que debe existir en todos los aspectos de la vinculación del Estado venezolano con sus ciudadanos, es necesario emprender programas gubernamentales destinados a la detección y escogencia de jóvenes particularmente talentosos cuya educación sea conducida de manera tal que se puedan aprovechar al máximo esas cualidades especiales. Se trataría de programas educativos cuyo ritmo y rigor podría ser mayor que el seguido para el resto de la población estudiantil, y cuya orientación hacia campos específicos (ciencias o artes) puede ser emprendida de manera más directa —por supuesto, sin abandonar la formación integral indispensable bajo nuestra concepción.
Las medidas anteriores representan, grosso modo, nuestra proposición concerniente a los aspectos educativos propios de la política científica que estamos planteando. Pero, antes de pasar a otras medidas cuyo efecto parcial puede ser observado en un plazo más corto, debemos insistir, una vez más, en que la problemática vinculada con el nivel profundo de la enajenación del bien público no sólo afecta la actividad científica venezolana sino prácticamente todo lo que ocurre socialmente en nuestro suelo. Por eso, las posibles medidas destinadas a la reconstitución de una saludable matriz fundamental son medidas 24En este sentido, las nuevas organizaciones previstas para ofrecer modos de participación comunitaria (“Consejos Comunales”, “Mesas Técnicas de Agua”, “Comités de Tierra Urbanos”, de los “Comités de Salud”, etcétera.) deberían convertirse en contextos funcionales de aprendizaje.
básicas de una urgente política general de Estado que trasciende con mucho el particular terreno de la política científica. Por otra parte, también es necesario aclarar un asunto vinculado con el significado de lo que estamos llamando “instituciones encargadas de la actividad científica”, el cual ya cae por su propio peso a esta altura de nuestra argumentación:
En Venezuela, salvo muy contadas excepciones, la posible investigación científica está en manos de las universidades. Por otra parte, ya hemos discutido ampliamente cómo la problemática de la investigación científica es dependiente de la enseñanza que se imparta desde los primeros niveles de primaria hasta los más altos niveles de postgrado. En conclusión, debe resultar claro que la problemática vinculada con las instituciones encargadas de la actividad científica es, fundamentalmente, una problemática universitaria; y universitaria en todo el rango de su actividad académica: No se restringe a la pura actividad científica abstraída de los procesos de enseñanza que tienen lugar en estas instituciones; sino que, por el contrario, está íntimamente vinculada tanto con la enseñanza como con la investigación y, muy especialmente, con la vinculación entre ambas. Puesto en otros términos: una política de Estado referente a las instituciones encargadas de la actividad científica es simultáneamente una política de e
Estado referente a las universidades25 .
Ahora bien, aparte de la gestión destinada a la trasformación de los actuales procesos educativos, ¿qué podría hacer el gobierno nacional para contribuir a sanar nuestras instituciones encargadas de la actividad científica? 4.2.3.2.4
Medidas gubernamentales destinadas a contribuir a sanar las prácticas institucionales científicas
1. Ante todo hace falta una concepción que fundamente la idea de una política científica de Estado y ponga de manifiesto la problemática general que ésta debe enfrentar. Tal concepción haría el papel de un amplio “mapa” general que sirva para orientarse en lo particular. El presente documento es un posible aporte en ese sentido26 .
25Como ya hemos argumentado, tal política científica y universitaria a su vez está fundada e íntimamente arraigada en una política general de Estado en relación con su problema actual de mayor fondo y trascendencia: la educación.
26Y como tal, constituye nuestra primera contribución dentro del ámbito de la 2.
Una vez ubicada la problemática general a la que se enfrentaría la política científica en el “mapa” general aportado por la concepción que fundamenta tal política, hace falta, dentro del “mapa” general, lograr un mayor grado de especificidad con respecto a diferentes aspectos constitutivos de las instituciones vinculadas con la actividad científica. En concreto, hace falta una buena y eficiente organización (institución) gubernamental que se ocupe de evaluar los resultados de la actividad científica realizada en las instituciones destinadas a tal fin. Esto significa evaluar los resultados de la investigación y de la enseñanza —con especial atención a la vinculación íntima entre ambas.
Basta recordar el concepto de “práctica” tratado en la sección §4.2.1, para poner de manifiesto la gran dificultad intrínseca que representa la tarea de una evaluación externa (hecha desde fuera de las prácticas) de los resultados de las prácticas de investigación. Ante tal dificultad surgen dos condiciones bajo las cuales creemos deben estar asentados los procesos de evaluación: (a) Las organizaciones gubernamentales evaluadoras (sean ellas dependientes de los ministerios de ciencia y tecnología y/o de educación superior, o, mejor aun, institutos autónomos —en el buen sentido de la palabra “autónomo”) no pueden estar constituidas por un grupo de técnicos comandados por “políticos de oficio”. La dirección de tales organizaciones debe estar en manos de un muy calificado grupo de auténticos y cabales universitarios (con una formación integral universitaria que rebase la especialidad del caso; y dotados de auténticas virtudes académicas y científicas) que puedan, a su vez, consultar con los mejores especialistas en las diferentes disciplinas; y que dirijan un eficiente equipo humano de nivel más técnico. La razón de tal requisito es simple: Como ya se explicó en la mencionada sección §4.2.1, las virtudes propias de una práctica no sólo son necesarias para producir sus bienes inherentes (en nuestro caso el saber científico), sino que, también, son necesarias para apreciarlos y, por tanto, para evaluarlos (los bienes).
(b)
Aunque se cuente con un calificado grupo de auténticos y cabales universitarios al frente de los procesos de evaluación, creemos que, debido a la diversidad de la actividad científica, no es posible llevar a cabo una evaluación muy íntima de lo que podríamos llamar la “cara interna del bien” propio de cada práctica científica (y universitaria). La evaluación de la “cara interna” del bien de una práctica es la que más reclama la excelencia virtuosa de dicha práctica. Sólo aquellos practicantes que hayan alcanzado un alto grado de virtud podrán distinguir ciertos matices sublimes de la excelencia del bien en cuestión (piénsese en “misión ciencia”.
una excelente obra en el terreno de la música, de la filosofía, de la física). Por esta razón la evaluación del bien producido por las instituciones encargadas de la actividad científica debe conformarse con una evaluación un poco más "externa" de ese bien. Pero, no tan “externa” como la simple cuenta de los “productos” (el número de publicaciones o, mucho menos significativo, el número de egresados de los programas de enseñanza) de las supuestas prácticas. Hace falta, claro está, una evaluación que vaya más allá del simple terreno cuantitativo.
Sugerimos que la tarea de evaluación comience por dos actividades concretas: i) Evaluación del producto de la investigación: Aquí, para comenzar, se intentaría hacer más rigurosa la evaluación actualmente practicada por la Fundación Venezolana de Promoción del Investigador (FVPI), y se añadiría una evaluación más cualitativa sobre una muestra de las publicaciones presentadas. Hacer más rigurosa la evaluación del FVPI significa, básicamente, lo siguiente: ­ Comprender que más que una actividad de premiación y “estímulo” se trata de una actividad de evaluación del resultado de una actividad financiada por el Estado venezolano. En este sentido, la evaluación debe ser obligatoria para todos los profesores universitarios e investigadores adscritos a otros institutos de investigación.
­ Ceñirse, para la evaluación de las publicaciones, a verdaderos “índices” evaluadores de la calidad de las publicaciones y no a meros catálogos de publicaciones. ­ Por otra parte, “añadir una evaluación de carácter más cualitativo”, implicaría tomar una muestra representativa de publicaciones por área y por institución y someterlas a la evaluación directa de auténticos universitarios (en el sentido antes explicado) asesorados por los especialistas que se requieran.
ii) Evaluación de egresados: Mediante un decreto o disposición legal se exigiría que todos los egresados de las carreras correspondientes a la educación superior presentasen un examen (de lo contrario no se legalizaría su título). Este examen pretendería evaluar la formación básica de esas personas (lenguaje y capacidad de razonamiento lógico) y algunos aspectos fundamentales (no detalles) de su área de especialidad. El actual aparato evaluador de la OPSU, con los correctivos del caso, podría servir para este fin.
La primera medida que se tomaría con respecto al resultado de la evaluación de ambos aspectos (producto de la investigación y egresados) sería darle una amplia difusión a los resultados y a la discusión de los mismos. Tal difusión, si se realiza con la suficiente amplitud para que la mayor parte de la población la conozca, sería ya, por sí misma, un importante mecanismo controlador de la actividad evaluada. Creemos que la publicación del resultado de las evaluaciones pondría de manifiesto, especialmente en lo referente a la evaluación de los egresados, el gran fraude que está envuelto en todo el sistema educativo venezolano actual. Más adelante, dependiendo de los cambios institucionales que se logren con este primer paso, se pueden tomar medidas más drásticas fundadas en procesos evaluadores que deben irse afinando paulatinamente.
Después de identificar los grupos, centros, institutos de investigación (y hasta investigadores cuyo trabajo científico no está vinculado con un equipo de investigadores) que resulten mejor evaluados mediante los procesos antes reseñados, hace falta velar por el buen desarrollo de esas unidades académicas, de manera que ellas se mantengan como auténticas prácticas científicas, siempre en pos del mayor grado de excelencia posible. Esta tarea de cuidado gubernamental de prácticas científicas excelentes que debe emprender el correspondiente organismo gubernamental (i.e. FONACIT), no sólo tiene como propósito ayudar a esas prácticas en su producción del saber del mejor modo posible, sino que también tiene como función convertir a tales prácticas en paradigmas públicos (ejemplos) del buen quehacer científico.
La actividad de cuidado gubernamental de prácticas científicas seleccionadas consistirá en: (a) Estar pendiente, por una parte, de las necesidades, problemas y debilidades de las prácticas seleccionadas, y, por la otra, de sus logros y productos. La observación resultante se verterá en un expediente activo y siempre actualizado correspondiente a cada una de esas prácticas científicas. Este proceso de observación no puede consistir en un simple llenado de planillas por parte de los investigadores con información cuantitativa sobre su trabajo. Debe ser el resultado de un proceso de observación directa de dichas prácticas y comprensión clara de sus necesidades y de sus logros. Es decir, la organización encargada del cuidado gubernamental de prácticas científicas seleccionadas debe ir a la sede física de la práctica para “estar pendiente” y cuidar. (b)
El conocimiento adquirido sobre las necesidades y dificultades de las prácticas servirá para tomar las acciones del caso (financiamiento, vinculación con otras instituciones, publicación de resultados, etc.). De nuevo, la organización encargada del cuidado gubernamental de prácticas científicas seleccionadas no esperará que los “interesados” soliciten financiamiento u otro tipo de ayuda, ella se encargará de promover el apoyo necesario.
(c)
El conocimiento adquirido sobre los logros y productos de las prácticas servirá para la divulgación del mismo y para el otorgamiento de premios y reconocimientos (preferiblemente otorgados a unidades académicas y a grupos de investigación, sólo muy excepcionalmente a individuos)
La tarea de cuidado gubernamental de prácticas científicas debe estar en manos de una organización (dependiente de FONACIT o directamente del Ministerio de Ciencia y Tecnología estrechamente relacionada con aquélla que se encarga de la evaluación y, de nuevo, deber estar dirigida por auténticos académicos con formación integral universitaria que tengan la preparación necesaria para coordinar esa delicada tarea de cuidar las prácticas científicas.
4.2.3.2.5
Detección, definición y licitación de proyectos científico­tecnológicos específicos
Aparte de las medidas generales hasta aquí mencionadas, proponemos la creación de ciertos procesos destinados a detectar y definir problemáticas específicas que requieran el tratamiento científico­tecnológico de grupos calificados. Aquí pueden comprenderse aquellas iniciativas que ya están en marcha por parte de los FUNDACITE y de otros organismos gubernamentales (bajo una estricta evaluación de las mismas). Otras de las problemáticas detectadas serán sometidas a procesos de licitación mediante los cuales el gobierno apoye y financie proyectos de carácter tecnológico que requieren una alimentación científica directa y que estén destinados a resolver problemas específicos detectados por el Estado.
Después de dibujar la anterior panorámica referente a las condiciones de una política de Estado referente a la actividad científica, podemos volver con nuestro tema inicial; a saber: la “misión ciencia”.
4.3
Cómo invertir los fondos de la misión ciencia
Tal como lo expresamos en la “Introducción General” de este documento, creemos que la misión ciencia debe ser entendida como un esfuerzo tendente a la re­siembra de la actividad científica en Venezuela. Ahora, después del camino recorrido por nuestro discurso, se puede entender lo que queremos decir con la frase “re­siembra de la actividad científica en Venezuela”. Pensamos que el dinero disponible dentro de la “misión ciencia” debería ser usado para brindarle un primer impulso a las “posibles medidas gubernamentales que podrían contribuir a sanar la actividad científica venezolana”, esbozadas en la sección §4.2.3 de este escrito. El orden jerárquico que se usaría para distribuir el dinero sería el expresado a lo largo de nuestro texto. La forma específica de la distribución dependerá de las condiciones y posibilidades de las diferentes regiones del país.
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