Reseñas Agustín Blanco Muñoz, La dictadura, Habla el general

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Reseñas
Agustín Blanco Muñoz, La dictadura, Habla el general Marcos Pérez Jiménez, Centro de
Estudios de Historia Actual, Universidad Central de
Venezuela, Caracas, Editorial José
Martí, 1983, 431 pp. (Serie coediciones, núm. 8.)
El volumen reseñado forma parte de la encomiable labor que se desarrolla en el Centro de
Estudios de Historia Actual de la Universidad Central de Venezuela -máxima institución educativa
de aquel país-, a través de la publicación de diversas entrevistas efectuadas a los personajes que,
en las últimas décadas, han actuado e influido -en mayor o menor grado- en la historia
contemporánea de Venezuela.
El libro que nos ocupa es el tomo 8 de una serie que se inició con el titulo El 23 de enero:
habla la conspiración. En él se hace referencia a las jornadas en que derrocaron al general Marcos
Pérez Jiménez e inauguraron una nueva etapa -en la evolución política venezolana. A este primer
volumen le anteceden otros cinco tomos dedicados a La lucha armada, donde se da voz a los jefes
guerrilleros que insurgieron a principios de la década de los sesenta en contra del gobierno de
Rómulo Betancourt (1959-1963), y que lucharon por el establecimiento de un gobierno socialista
por medio de la vía armada. Los tomos 7 y 8 están dedicados a La dictadura. En el primero, quien
tiene la palabra es Pedro Estrada -el eficiente director de la policía política del régimen perezjimenista, -la Seguridad Nacional- y en el segundo, que es el que nos ocupa, el general Pérez
Jiménez hace la defensa de su gobierno.
Estos volúmenes han sido un éxito de librería, verdaderos best-sellers, lo que demuestra el
interés que los venezolanos tienen por la historia reciente de su país. Por ejemplo, el volumen
Habla el general Marcos Pérez Jiménez contó con tres ediciones de treinta mil ejemplares cada
una, tiradas en el transcurso del mes de noviembre de 1983. Para comentar el contenido del libro,
haremos referencia a las principales ideas vertidas por el entrevistado, a la vez que daremos una
somera descripción del contexto histórico en que se desarrolló el gobierno perezjimenista.
En noviembre de 1948, un golpe militar derrocó incruentamente al gobierno del presidente
constitucional, el notable novelista Rómulo Gallegos. A raíz del mismo se formó una Junta Militar
de Gobierno integrada por tres miembros, entre los que se encontraba el Tte. Cor. Pérez Jiménez,
jefe de Estado Mayor. La Junta estaba presidida por el ministro de Defensa de Gallegos, el Tte.
Cor. Carlos Delgado Chalbaud. En noviembre de 1950 fue asesinado este último y, aunque la
jefatura de la Junta recayó sobre un civil, quien en realidad gobernaba era el militar entrevistado.
Con referencia a lo anterior, Pérez Jiménez señala que el golpe de fuerza era necesario
porque el desgobierno civil estaba llevando al país al caos, aparte de minimizar el papel de las
Fuerzas Armadas: “Quiero ser muy claro en esto: con la aparición de la Junta Militar de Gobierno lo
que se pretendió fue volver por los fueros de las Fuerzas Armadas como institución básica de la
nación”, pues “la nación venezolana marcha al ritmo que le marcan sus fuerzas armadas” (p. 40).
Entre paréntesis, señalaré que los militares golpistas hablan insurgido en compañía del partido
Acción Democrática, en octubre de 1945, en contra del gobierno del general Isaías Medina
Angarita. Según ellos, este partido se había levantado con el poder, por lo que la institución
armada tuvo que intervenir.
En noviembre de 1952 se celebraron elecciones presidenciales y ante la evidente derrota
del partido oficialista, el cual postulaba a Pérez Jiménez como su candidato, las Fuerzas Armadas
lo nombraron presidente provisional. En abril de 1953 una Asamblea Constituyente le otorgó la
debida legitimación.
Las elecciones se efectuaron porque se creyó, de acuerdo con la doctrina oficial, que los
hechos eran los que hablaban de la labor de un gobierno. Los militares abominaban la propaganda
política, a la que acusaban de utilizar la demagogia para engañar al pueblo. Pérez Jiménez declaró
respecto a los partidos políticos, legalizados a partir de 1941, que: “No buscaba alternabilidad, ni
pluralidad ni ninguna de esas cosas. Cada uno pretendía (AD, COPEI y URD) el poder para
gobernar. De manera que, en beneficio de sus intereses, es sólo con el patrocinio del
Departamento de Estado, y ya en las postrimerías de mi mandato, que se pusieron de acuerdo a
establecer un sistema alternativo de poder” (p. 51). Aclaremos que el derrocado partido ADECO
fue acusado por el resto de los partidos de utilizar su estancia en el poder (1945-1948) para
consolidar y afianzar su clientela política.
Los diez años de gobierno militar (1948-1958) fueron una época de prosperidad y de
crecimiento económico, basada en la creciente exportación petrolera y en el mejor precio
alcanzado por el energético. Con estos recursos se dio el afianzamiento del intervencionismo
estatal en la economía, se efectuó una importante labor en la construcción de infraestructura y se
apoyó el establecimiento de industrias básicas (siderúrgica, hidroeléctrica y petroquímica) con el fin
de independizar la economía de la dependencia petrolera. Se consolidó el ascenso de la burguesía
nativa y se amplió y mejoró el nivel de vida de las capas medias urbanas el movimiento obrero fue
objeto de un estricto control gubernamental, lo mismo que la actividad partidaria, que fue reprimida.
Se capitalizó el campo, lográndose el predominio de las relaciones de producción capitalistas y se
crearon colonias agrícolas bajo el modelo del farmer norteamericano. Lo anterior se dio junto a una
creciente presencia de las Fuerzas Armadas en la vida social, que se tradujo en fatigosas
“Semanas de la Patria” y en el hincapié que se hizo en las supuestas cualidades guerreras de los
venezolanos, cuyo mejor ejemplo se encontraba en las gestas independentistas. Todo ello bajo la
filosofía política del régimen, el Ideal Nacional, que enfatizaba la necesidad de mejoramiento y
aprovechamiento racional del medio físico junto a la superación material y moral de los
venezolanos, en aras de la creación de una Venezuela “más grande, próspera y fuerte”.
Pérez Jiménez, fiel a la idea de que los hechos y los resultados concretos son los que
avalan la legitimidad de un gobierno, a lo largo de la extensa entrevista no deja de recalcar que la
democracia, en los veinticinco años que lleva implantada, no ha logrado para el pueblo venezolano
la redención económica y social, a pesar de que se ha contado con abultados presupuestos,
mucho mayores que los de su periodo. “Esa es otra cuestión que hay en Venezuela: aquello de
que hemos gastado tanto en tal cosa. No señor, no se trata de cuánto se ha gastado. Es cuánto se
ha producido. Y aquí está dicho y se lo he repetido a usted: bajo mi gobierno se invirtió el 36% de
los ingresos en obras tangibles de bien colectivo”, mientras que “estos señores, (los demócratas)
en cambio, se gastan un billón de bolívares, es decir, un millar de millón de bolívares y las obras
tangibles de bien colectivo no alcanzan a los 40 mil millones, es decir, un 4% aproximadamente”,
esto sin contar la deuda externa (prácticamente inexistente durante su gobierno).
En cuanto al espinoso asunto de la legitimidad, señala: “La legitimidad, el origen de los
gobiernos es para mi completamente secundario. Son los resultados los que importan a las
colectividades inteligentes. Son las resultantes los que hacen que un gobierno sea deseado y
repudiado”. De ahí, a decir lo siguiente no hay más que un paso: “A mi poco me importaban las
denominaciones. Vuelvo a lo mismo. Lo que si es cierto es que en ese momento era un gobierno
eficaz que estaba produciendo bien a Venezuela. Que se llamara dictadura, dictablanda,
protodemocrático, predemocrático, ese para mi no tiene ningún valor. Lo esencial es que era un
gobierno beneficioso a la nación venezolana”.
Durante toda la entrevista Pérez Jiménez no da su brazo a torcer: su gobierno es el que
más resultados concretos ha proporcionado a Venezuela, saliendo bien librado, incluso, en
comparación a otros países latinoamericanos y europeos. La democracia no sirve si no va
acompañada del bienestar material y moral: “Creo y ya se lo he dicho que la primera liberación del
hombre es de la miseria, del atraso y de la ignorancia. Me parece perfectamente adjetivo el hecho
de que se le diga a un ignorante, a un enfermo, a un hambriento, a un habitante de un rancho,
mira, tú tienes todas las libertades para que grites. Eso me parece una manifestación extraordinaria
de cinismo. Para mi lo básico es eliminar el rancho, curar al enfermo, darle asistencia”. Estas
palabras, que parecen proferidas por un líder de algún partido comunista de Europa oriental,
revelan una de sus ideas principales. Señala, explícitamente, que no es comunista ni
anticomunista, ni nada, que si estuviera en la Unión Soviética pertenecería al PCUS, porque el
régimen político presidido por este partido llevó a la Rusia zarista, de ser una potencia de tercer
orden a ser una potencia de primer orden. “¿Quién lo ha hecho? El partido comunista. Entonces
por nacionalista hubiera sido comunista”.
Rompe lanzas contra Estados Unidos, señalando que jamás se dejó impresionar por el
poderoso del norte, el cual no podía ver con buenos ojos que en un país latinoamericano se dieran
pasos firmes para avanzar en el terreno económico. En la reunión de presidentes del continente
americano celebrada en Panamá (1956) para conmemorar la efectuada a instancias de Bolívar en
1826, Venezuela presentó, por boca de su presidente, “un plan que hubiera puesto al país a la
cabeza de una obra de liberación económica. Como lo habla estado a la cabeza de la liberación
política”, pero a los Estados Unidos no les interesaba la redención económica de América Latina,
pues a éstos “les convienen los gobiernos que faciliten la penetración económica, el coloniaje
económico, que favorezcan más allá de los limites aceptables y legales sus intereses, sea cual
fuere el signo de estos gobiernos, sean militares o civiles”.
La realidad es que Pérez Jiménez contestó fuerte a Estados Unidos cuando ese país
amenazó con imponer restricciones a la importación del petróleo venezolano, porque buscó
modernizar el material bélico echando mano de proveedores europeos y porque aunque durante su
mandato se otorgaron nuevas concesiones petroleras, éstas no fueron en su totalidad a parar a
manos de las grandes compañías trasnacionales, en un afán de contrarrestar su abrumadora
presencia.
A pesar de sus posiciones nacionalistas ante los Estados Unidos -que las tuvo- hay que
señalar que durante su gobierno se celebró en Caracas la X Conferencia Interamericana de la
OEA, donde se acordó la “Declaración de Caracas” contra el comunismo y se dio luz verde a la
agresión contra el gobierno reformista de Jacobo Arbenz en Guatemala. Aunque tiene razón
cuando señala que Estados Unidos obstaculizará siempre los intentos de nuestros países por
progresar económicamente, sobre todo si de lo que se trataba era de erigir un desarrollo
autónomo, tampoco hay que ignorar que parte de sus exabruptos tienen que ver con la extradición
dictada por John F. Kennedy en su contra, en 1962, el único caso en el mundo en el que un ex
mandatario es enviado a su país de origen para ser juzgado por sus enemigos políticos.
Recuérdese que estamos en la década de la “democracia”, auspiciada por Washington en contra
de la “dictadura totalitaria” de Fidel Castro en Cuba.
A lo largo de la entrevista Pérez Jiménez hace hincapié, como buen militar, en su
pesadumbre porque Venezuela se haya dejado arrebatar varios miles de kilómetros cuadrados de
superficie, tanto por parte de Colombia como del imperio británico. Recalca que el mayor orgullo y
alegría de su vida hubiera sido contemplar el desfile de las tropas venezolanas victoriosas
provenientes de la recuperación del Esequibo. De su intención de no permitir nuevas mutilaciones
territoriales da cuenta el episodio de Los Monjes, islas reclamadas por Colombia que fueron
inmediatamente ocupadas por efectivos venezolanos.
En cuanto a que su gobierno representara a las clases dominantes, afirmación común de la
historiografía sobre su periodo, declara que su gobierno: “trata de representar a todas las clases
venezolanas en razón directa de sus necesidades (. . .) Sin buscar términos, le repito: la idea
orientadora era satisfacer las necesidades según su grado de urgencia. Eliminar los males
mayores y dar satisfacción a las necesidades más urgentes” (p. 172-173). Entre estas urgencias
estaba desaparecer las ciudades perdidas o “ranchos” de los alrededores de Caracas. Para tal fin
se construyeron conjuntos habitacionales de grandes dimensiones. A la clase obrera se le
otorgaron satisfactores materiales como el Centro Vacacional de los Caracas, clubes deportivos,
estadios, etcétera. Se trataba de “aburguesar al proletariado”, de otorgarle condiciones dignas de
vida, y agregaba: “Yo de estas cuestiones clasistas no entiendo. Yo no soy clasista ni anticlasista.
Creo más en la cuestión de la justicia social. Hay que procurar defender al que tiene menos medios
económicos. Sin tampoco caerle encima a quien tiene medios económicos de alguna magnitud”.
Se ha acusado a su gobierno de que las dotaciones presupuestales para las Fuerzas
Armadas fueron exorbitantes, lo que rechaza señalando que sólo un 8% iba dirigido a la institución
castrense, de la que buscaba su mejoramiento y profesionalización. En cambio, la democracia ha
repartido dinero a destajo pues: “A ellos no les interesa una institución evolucionada. Les interesa
tener una especie de guardia pretoriana, que respalde a su régimen, del cual esos mercenarios
deriven una posición económica de primer orden”. Duras palabras que se basan en el hecho de
que: “no hay en mí entonces el factor o la necesidad de tener que ser político. Puedo permitirme el
lujo de ser franco”.
Si concedió la entrevista, a pesar de su repugnancia por la publicidad, fue para dar a
conocer su punto de vista sobre los acontecimientos y finalidades de su gobierno, ya que considera
al pueblo venezolano mal informado y peor aconsejado. En noviembre de 1957, ya cercano el
término de su mandato (abril de 1958), se realizó un plebiscito donde asegura que el pueblo le
otorgó su aprobación para que siguiera otros cinco años en el poder: “Entonces me dije: tengo los
medios económicos, tengo el respaldo popular, tengo el visto bueno de las Fuerzas Armadas.
Vamos a desbaratarnos aquí, vamos a luchar contra el tiempo para sacar en estos cinco años esa
obra excepcional. Una obra, repito, que en 25 años no ha podido hacer esta democracia ni en un
30%.
Pero las Fuerzas Armadas no estaban dispuestas a concederle otros cinco años, lo que
precipitó su caída. Niega enfáticamente durante la entrevista, que su salida de Venezuela, en la
madrugada del 23 de enero de 1958, se debiera a la presión popular o a la burguesía descontenta
con sus medidas “estatizantes”. No abandonó el país porque tuviera perdida la partida sino porque,
si se quedaba, tendrá que tomar duras medidas, entre las que se encontraban encausar juicios
militares a los insurrectos. Salió ante su convencimiento de que habían fallado sus intentos de
profesionalizar y lograr la superación de las Fuerzas Armadas, aunque reconoció que también
influyeron en su salida la: “falta de propaganda (. . .), no haber hecho el apostolado a fondo (y) las
reacciones de los Estados Unidos”.
En cuanto a que Pedro Estrada y Laureano Vallenilla Lanza, hijo, fueran los puntales de su
gobierno, indica: “Cuando Laureano dice que él era asesor político o que era Estrada el asesor,
eso no es cierto. Cada uno estaba dentro de sus funciones y las desempeñaba. Bien o mal. Ahora,
la acción de ese gobierno, fuese la que fuese, es de mi entera responsabilidad. El responsable y
dueño de las ideas de ese gobierno se llama Marcos Pérez Jiménez”. Esta es otra de las ideas
torales del general: su megalomanía. Confiesa que si tiene algún complejo es el de superioridad, y
que no se dejó asesorar ni influir por nadie pues estaba muy bien capacitado para las labores de
gobierno. También son exageraciones –dice- las cuentas sobre represión y torturas que le achacan
a su gobierno, lo mismo que las especulaciones sobre su fortuna personal que no es fruto del
peculado, sino de afortunadas inversiones, sanas y honestas. Sin embargo, no deja de reconocer
que al presidente de Venezuela “se le para la caza en la punta de la escopeta”.
Aunque prefiere hacer la apología y defensa de su gobierno y de las realizaciones del ideal
nacional en comparación con los magros frutos de la democracia representativa, Pérez Jiménez no
deja de referirse a cuestiones de más actualidad, como la nacionalización petrolera efectuada hace
diez años. Aclara que: “La nacionalización habida en el país es el más profundo de los errores. Y
no por la nacionalización, sino por la oportunidad”. En 1983 vendían las concesiones petroleras y,
según la Ley de Hidrocarburos, en esta fecha deberían pasar todos los activos de las compañías
en Venezuela a poder de la nación. “Y ¿qué fue lo que hicieron estos señores? Nacionalizar la
producción y dejar en manos de las compañías, de los trusts internacionales el mercado del
petróleo, que es lo que más produce”. En esta ocasión es cuando hace una desafortunada
mención a México, señalando que nuestro país decidió en 1938 la nacionalización y desde
entonces dejó de ser un productor importante de petróleo, pues no estábamos preparados para
ella.
Desgraciadamente, el general no sabe historia, ni latinoamericana ni ninguna otra, aunque
le concedamos la gracia de que sepa la venezolana. Se confiesa ávido lector de Selecciones del
Reader’s Digest y de novelas policíacas, aclarando que no entiende de arte ni de filosofía política.
De todos modos, se le agradece el que a lo largo de cientos de páginas haga una exposición de
sus puntos de vista, tarea necesaria, sobre todo, si se toma en cuenta que en su país, a su
periodo, se le ha estigmatizado, satanizado o ninguneado, en lugar de estudiarlo y comprenderlo
como base importante de la Venezuela actual. Enhorabuena porque los prejuicios políticos y los
tabúes universitarios acerca de este periodo de la historia contemporánea se rompan y se levante
la cortina de silencio sobre la actuación y logros del gobierno perezjimenista.
Para que no se crea que está amargado o resentido por su salida, Pérez Jiménez es
explicito cuando señala que el 23 de enero: “No cayó el perezjimenismo porque no había tal
perezjimenismo. Y tampoco caí yo. Yo no he perdido una vida regalada para entrar en una vida
miserable. He perdido las posibilidades de realizar obras para la nación venezolana, pero he
ganado la posibilidad de vivir mucho mejor que como vivía como jefe de Estado”.
En 1968, estando el general en la cárcel purgando su pena por enriquecimiento ilícito, ganó
por amplio margen una senaduría. A pesar de su repugnancia, prestó su nombre para probarle a
sus enemigos que todavía contaba con ascendiente entre los venezolanos que no habían olvidado
los logros de su administración. Fue este un interesante fenómeno político que nos hace ver que
en Nuestra América las categorías sociológicas distan de ser nítidas. Después de 10 años de
democracia representativa, más de medio millón de votos refrendaron la controvertida personalidad
de Marcos Pérez Jiménez, cabeza visible del Ejército durante su mandato y dinámico
representante del desarrollismo militar.
Felicitas López Portillo
CCYDEL-UNAM
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