La relación de los padres con sus hijos jóvenes.

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LO QUE LOS PADRES DEBEN SABER…
(Efes. 6:4; Col. 3:21)
INTRODUCCIÓN.Cuando miro mi experiencia como padre he de reconocer muchas lagunas, y sobre todo mucha
ignorancia para tratar a mis hijos, especialmente en la edad de la adolescencia e inicios de la
juventud. Mi esposa creo que lo hizo mejor. Pero en cualquier caso, tenemos una clara
conciencia de que es por la gracia de Dios que Él ha cuidado a nuestros hijos y los ha guiado
hasta el día de hoy, no porque nosotros lo hiciéramos bien.
Todo esto, desde luego, es más fácil verlo a toro pasado. Porque mientras estamos viviendo
ese proceso, nos sentimos desorientados y preocupados con frecuencia.
Con todo somos los padres, en sentido genérico, los responsables principales en la formación
de nuestros hijos. Me refiero a aquellas cosas que contribuyen al desarrollo de un carácter con
valores adecuados.
En España tradicionalmente han sido las madres las que, en el mejor de los casos, han tratado
de dar una formación espiritual a los hijos. Cuando los hijos son jóvenes, como el padre no ha
entrado en esa clase de formación, los hijos varones piensan que lo espiritual es cosa de las
mujeres y suelen abandonar cualquier interés en ello.
Según la Biblia, son padre y madre los responsables de dar instrucción espiritual, moral y lo
que contribuye a la formación de un carácter en los hijos. El que lleguen a tener un carácter
con firmeza, sabiduría, justicia y bondad me parece la mejor herencia que los padres podrían
dar a sus hijos.
A veces los padres nos preocupamos mucho en dejar a nuestros hijos bienes materiales o muy
alta formación académica, y no digo que esto esté mal. Pero si no hemos contribuido en la
formación de un carácter, según Dios, que tenga verdad, firmeza, integridad, sabiduría, amor,
etc. creo que no habremos dado en el blanco.
En los versículos que hemos leído al principio, hay tres palabras que resaltan y que los padres
deben saber. Son que han de criar a los hijos en Instrucción del Señor, Disciplina del Señor y
no Exasperarlos. Así que es sobre estos tres conceptos que vamos a hablar esta mañana.
I.- CRIADLOS EN INSTRUCCIÓN DEL SEÑOR.
La instrucción supone darles conocimiento de verdades que van a poner la base, para ese
carácter equilibrado y sabio que Dios quiere formar en nuestros hijos. Toda la Biblia, pero
desde luego el libro de Proverbios está lleno de esos buenos consejos y enseñanzas que los
padres darán a sus hijos.
La idea principal de Proverbios sobre este tema es que ser justo y bueno, es sabio. Y ser
injusto y malo, es necio. La idea más extendida, sin embargo, es que son los tontos los justos y
buenos; y que los sabios son pillastres, injustos y se llevan lo mejor.
El pensamiento de la Biblia, como decimos, es que la verdadera sabiduría, la que supone dar a
Dios su lugar, nos hará realmente justos y buenos, nos quitará la simpleza y nos dará una vida
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plena. Mientras que es la falta de esa sabiduría, o sea, la necedad, la que en esta vida y más
allá terminará metiéndonos en problemas. Aunque a primera vista la maldad y la injusticia
pueden parecer provechosas, finalmente son devastadoras.
Por ello los padres deben ir enseñando a los hijos todo el alcance de la sabiduría de Dios,
naturalmente según la edad y lo que puedan asimilar.
Esta instrucción es la base necesaria para la formación del carácter de nuestros hijos. Pero a
veces, la necedad hace que la instrucción no sea recibida. Sencillamente porque los hijos
prefieren recibir otras cosas que les parecen más “interesantes y divertidas”.
Hoy en día creo que muchos padres desconocen realmente esa instrucción bíblica, y como se
oyen tantas voces, especialmente a través de la TV., los padres nos encontramos perdidos sin
ser conscientes de la importancia de esa buena instrucción a nuestros hijos. Y terminamos
dejándola en manos de los amigotes, maestros o la iglesia.
Como padres actuamos muy paternalmente para darles el último regalo o marca anunciada en
la Tele, no sea que los demás amigos la tengan y los nuestros vayan a sufrir un trauma. Pero no
buscamos maneras de pasarles la instrucción y enseñanza fundamental para sus vidas.
Esta instrucción debe comunicarles verdades esenciales de la Biblia y aplicaciones concretas y
prácticas en cuanto a los límites de horarios, amigos y relaciones que les pueden venir mal,
actitudes ante el estudio, el trabajo, criterios para escoger pareja, cómo formar una familia,
etc., etc.
II.- CRIADLOS EN LA DISCIPLINA DEL SEÑOR.
En segundo lugar, se nos dice en los textos que leímos al principio que los criemos en la
Disciplina del Señor.
La disciplina es un paso más que la instrucción. Ha de ser más o menos usada en tanto que la
instrucción por sí misma de menor o mayor resultado.
Pero dado como somos los seres humanos, todos tendremos necesidad de un cierto nivel de
disciplina. Estos principios desde luego son válidos para hijos y padres igualmente. Los
mayores también, si no hacemos caso a la instrucción terminaremos recibiendo alguna forma
de disciplina. Pero esto daría para otro tema diferente.
La disciplina tiene un primer paso que consiste en palabras de corrección, de reprensión,
dando las razones por las que es necesaria esa reprimenda y haciéndola, como todo, con
verdad y amor.
Esto supone, desde luego, una contrariedad para los hijos, que llevarán mejor o peor. Pero
esta forma de disciplina es un elemento esencial en la formación de su carácter. Aquí se hace
importante hablar de la necesaria firmeza de los padres. Porque a veces la reprensión ha de
mantenerse algún tiempo con firmeza.
He oído decir algunas veces a los padres, acerca de sus hijos de 3 ó 4 años, que no saben qué
hacer con ellos, que son incorregibles. Sinceramente creo que lo que suele pasar en general,
en casos así, es que el problema son los padres que, no tienen la suficiente firmeza o son
demasiado blandos.
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Hay dos ejemplos en la Biblia de padres demasiado blandos que nos deben dar un toque de
atención.
El primero es Elí. Sus hijos hacían el trabajo sacerdotal con gran perversión en muchos
sentidos. Y el padre les habla, pero muy blandamente. No hay una reprensión firme y menos
un castigo consecuente a sus acciones. El veredicto es que con esa conducta Elí ha honrado a
sus hijos más que a Dios. (1ª Sam. 2:12-29). Y el final de todos ellos es muy doloroso y trágico.
El segundo ejemplo es David. En muchos aspectos fue un hombre con el corazón según Dios,
pero en el de los hijos fue bastante desastre. En 1ª Rey. 1:6,7 se habla acerca de Adonías un
hijo de David que, anhelando tanto ser rey, se sublevó contra su propio padre. El pasaje dice:
“Adonías era más joven que Absalón y muy bien parecido. Como David su padre nunca le había
contrariado ni le había pedido cuentas de lo que hacía, se confabuló con Joab… y estos le
dieron su apoyo”. Y en el texto se hace una cierta relación entre su falta de disciplina y su
sublevación contra su propio padre.
El último paso de la disciplina es el castigo. Cuando la instrucción primero, y la reprensión de
palabra después, no son suficientes hay que dar un paso más con el castigo.
Básicamente el castigo debe suponer que la persona recibe algo de las consecuencias de lo que
ha hecho. En ciertas edades, cuando no es posible o fácil recibir las consecuencias, un cachete
tampoco está mal y puede ser muy saludable. “Dios al que ama disciplina y azota a todo el que
recibe como hijo” (Heb. 12:6)
Sé que hoy en día hablar de esto está muy mal visto. Pero la Biblia que es más sabia nos dice
que la corrección y a veces el castigo, siempre en amor desde luego, no como fruto de un
berrinche personal o de las propias frustraciones de los padres, es necesaria, siempre y cuando
la instrucción razonada no ha hecho su efecto.
III.- Y NO EXASPERÉIS A VUESTROS HIJOS.
El no exasperar a nuestros hijos es una parte muy importante de los textos que leímos al
principio. Da un contrapunto muy necesario a todo lo que hemos dicho anteriormente. Porque
nos previene para evitar abusos de autoridad que los padres cometemos a veces, los cuales
nos llevan a enojar a nuestros hijos más allá de lo necesario. Es normal que el hijo que es
instruido y disciplinado pueda sentir cierto enojo. Pero la exasperación es un fuerte enojo que
va más allá de lo necesario.
Seguidamente, para que podamos ver esto de una forma práctica, he tomado prestado y algo
adaptado, de un autor llamado Wilbur Madera unos cuantos casos en los que los padres
podemos exasperar a nuestros hijos.
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Usar sarcasmo o burla. Las palabras hirientes y burlescas no corrigen ni instruyen a
nuestros hijos, sino que más bien los dañan. Decir cosas tales como “¡No, si tú eres
buenísimo!” cuando se quiere implicar lo contrario, es usar nuestras palabras
sarcásticamente y exasperar a nuestros hijos.
Exponerlos delante de los demás. Cuando publicamos sus faltas, malas decisiones y
pecados ante sus amigos, familiares o iglesia no estamos siguiendo la disciplina bíblica,
sino que es una especie de venganza de nuestra parte.
Cambiar la instrucción en función de nuestro estado de ánimo. Un día decimos que sí
y otro, que no. ¿La razón? Sencillamente nos ha ido mal en el trabajo o hemos
discutido con el cónyuge. La inconsistencia en la aplicación de los principios resta
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credibilidad y exaspera a los hijos porque no saben qué esperar de nosotros. Lo mejor
es que nuestro “sí” sea “sí” y nuestro “no, sea no”, sin importar el estado de ánimo.
Imponerles normas que nosotros mismos no cumplimos. Las verdades de Dios se
aplican tanto a padres como a hijos. Tus hijos necesitan ver que eres el primero en
someterse a Dios. Es hipocresía decir “La Biblia dice. . .” si la Biblia no es en verdad la
autoridad en tu vida.
Establecer nuestras preferencias o costumbres como si fueran verdades absolutas.
Tenemos que reconocer que gran parte de las instrucciones dadas a nuestros hijos,
tienen su origen más bien en nuestras preferencias que en la Biblia. Asuntos tales
como el color de la ropa, el estilo del cabello, los deportes, el estilo musical,
generalmente son apreciados o despreciados debido a nuestra preferencia personal.
No trates de elevar tus gustos al nivel del mandamiento bíblico. Pregúntate, ¿Le doy
esta instrucción porque Dios dice que es bueno o es malo? o ¿O es que a mí me gusta
o no me gusta?
No cumplir lo que se promete. Esto crea un ambiente de desconfianza en la relación
con nuestros hijos. Los hijos no pueden tomar en serio a un padre o una madre que
constantemente les hace ver que su palabra no vale. Sabemos que no siempre
podemos cumplir lo que prometemos debido a causas que están más allá de nuestro
control. Que esto ocurra a veces es normal. Pero el daño se produce cuando el
incumplimiento de tu palabra es demasiado habitual.
No reconocer nuestros propios errores. Todos los que hemos sido hijos podemos
reconocer la frustración que trae el tener unos padres que no pueden aceptar sus
faltas. Muchos padres creen que si reconocen sus errores ante los hijos, su autoridad
quedará menoscabada. Pero esto no sucede generalmente. Los padres que le piden
perdón a sus hijos cuando han fallado les están diciendo que pueden confiar en ellos,
que están tratando de ser una autoridad justa y que en verdad se interesan por ellos.
No temas reconocer tus faltas y pedir perdón a tus hijos. Esto será un bálsamo para la
relación con ellos.
Los comparamos con sus hermanos o conocidos. Cuando comparas a tus hijos entre sí,
estás fomentando las envidias, orgullos y rencores entre ellos. Recuerda que cada uno
de tus hijos es diferente. Tienen debilidades y fortalezas distintas. A algunos les será
más fácil hacer ciertas cosas que a otros. Reconoce esas diferencias, estúdialas y
aprovéchalas. El modelo para tus hijos no es su hermano o hermana, sino Cristo.
No les otorgamos la libertad que merece su dominio propio. Las libertades que
concedemos a nuestros hijos deben estar en proporción directa a su dominio propio.
Cuando no seguimos este principio y los limitamos en cosas para las que ya han
demostrado el dominio propio suficiente, los exasperamos pues no reconocemos su
madurez en ese aspecto. Asegúrate de no estar restringiendo aspectos de sus vidas en
las que ya deberías darles mayor libertad.
Traer al presente asuntos atendidos y cerrados en el pasado. A nadie le gusta que sus
faltas sean recordadas e inmortalizadas. Cuando repasamos asuntos ya tratados y
cerrados en el pasado, lo único que hacemos es exasperar a nuestros hijos y ser un
ejemplo deficiente de lo que significa perdonar.
Sentenciar sin haber escuchado. Debemos recordar que nuestra autoridad como
padres es delegada por parte de Dios. El es justo, y el ejercicio de nuestra autoridad
debe reflejar este aspecto de su carácter. No tomes decisiones apresuradas. Escucha
todos los datos, pregunta, aclara, comprende, ora, piensa y luego, emite tu veredicto.
Hablar con ellos sólo cuando han hecho algo malo. Lamentablemente, muchos padres
sólo se acercan a sus hijos cuando hay algo malo para corregir. El proceso de la
disciplina y la amonestación del Señor no sólo se trata de corregir, sino, sobre todo, de
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instruir, enseñar, dirigir, animar y estimular. La corrección es efectiva dentro del
contexto de una relación de confianza e interés.
Nos preocupa más nuestra reputación como padres que el bienestar espiritual de
nuestros hijos. “¿Y qué van a decir los demás?” es la primera pregunta de los padres
que les interesa más su reputación que la de Dios. Nos pasa esto cuando una falta que
no nos afecta mucho cuando estamos a solas con nuestros hijos, se vuelve una ofensa
mayor cuando sucede en público. En tales casos, la honra de Dios y el estado
espiritual de nuestros hijos son desplazados por una preocupación por nuestra
reputación. Pongamos nuestras prioridades en orden.
Hablar con ellos como si fueran casos perdidos. Muchos padres pierden de vista el
poder del evangelio y hablan con sus hijos como si ya no tuvieran remedio. No hay
nadie tan torcido que el poder de Cristo no pueda enderezar. Habla con tus hijos
como embajador de aquel que hace todas las cosas nuevas. Mientras haya vida, el
cambio es posible.
CONCLUSION.
Hemos hablado de instrucción, de disciplina y de situaciones en que podemos dañar a nuestros
hijos exasperándolos. Cosas que a veces pueden parecer que se oponen entre sí, y que en
cualquier caso no son fáciles de hacer. Para estas cosas ¿quién es suficiente? Si lo pensamos
bien, ninguno. Por eso nuestra dependencia de la gracia de Dios, mostrada en Cristo, es tan
valiosa y necesaria. ¡Que el Señor nos ayude en esta área de nuestra vida! Amén.
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