UNA CRÍTICA AL PRINCIPIO DE DIFERENCIA Fernando Atria Claudio Michelon Estamos todos más o menos acostumbrados a vivir en sociedades desiguales. El problema al que nos queremos referir en las siguientes líneas es a qué tiene que decir al respecto una teoría liberal de justicia (específicamente la teoría de Rawls). La respuesta a esta pregunta nos es familiar. Rawls la llama el principio de la diferencia, el cual justifica desigualdades sociales y económicas en tanto cumplan con dos condiciones: “las posiciones y cargos con las que están relacionadas tienen que estar abiertos a todos en un régimen de justa igualdad de oportunidades (…) y tienen que significar un mayor beneficio a los miembros más desfavorecidos de la sociedad” (PL,6)1. En este artículo consideraremos solamente la segunda condición (por ende, toda referencia al “principio de diferencia” alude a la segunda condición expuesta más arriba). Rawls cree que “el principio de diferencia” es una concepción fuertemente igualitaria” (TJ, §13, p. 76). criticada en este artículo. Esta afirmación es Su primera sección, sin Fernando Atria es profesor de derecho de la Universidad Adolfo Ibáñez y de la Universidad de Chile. Claudio Michelon es profesor de derecho de la Universidade Federal do Rio Grande do Sul. 1 En adelante: PL, John Rawls, Political Liberalism (New York: Columbia University Press, 1993); TJ, id., A Theory of Justice (Cambridge, Mass: Harvard University Press, 1971). En el caso de este ultimo libro, se indicará la sección y luego la página citada. 1 embargo, pretende sólo resaltar algunas de las implicaciones del principio de diferencia. La primera es que el crecimiento en la producción es una condición necesaria para que cualquier distribución desigual de la riqueza surja desde un estado de igualdad (a pesar de que la riqueza y el ingreso no son los únicos bienes primarios sujetos al principio de diferencia, nos centraremos principalmente en ellos: el argumento podría fácilmente extenderse después a otros): ninguna nueva desigualdad es justificada en condiciones de estancamiento económico. Para ilustrar esta afirmación, consideren el siguiente caso imaginario: Equalitas es una sociedad compuesta por dos ciudadanos, A y B. es 30. El PGB de Equalitas Como Equalitas es una sociedad perfectamente igualitaria, A y B obtienen 15 cada uno. Si cualquier desigualdad que se introduzca en Equalitas tiene que beneficiar al más desfavorecido, después de esa nueva distribución (D1), B (el más desfavorecido ahora) tendrá (15 + x), mientras que A, por definición, obtendrá más que B, i.e., (15+x+n) (donde n>0). Una distribución desigual de la riqueza entre A y B no podría ser justificada bajo el principio de diferencia a menos que pueda aumentar el PGB de Equalitas a lo menos a (30+2x+n). ¿Cuál es la relación entre crecimiento y desigualdad? Para que la desigualdad sea justificada por el principio de la diferencia el crecimiento no es suficiente, aunque es necesario. Debe ser también el caso de que la nueva distribución desigual sea PGB de Equalitas. necesaria para incrementar el Si el alza de 30 a {30 + 2x + y} fuese posible sin una distribución desigual (i.e., si una distribución (D2) de (15+x+ ((n+x)/2)) estuviese disponible), entonces el principio de la diferencia exigiría D2 y no justificaría D1. D2, y no D1, iría en el “mayor beneficio” de los más desfavorecidos. D1 se 2 justifica sólo si es necesaria para que B pueda disfrutar una riqueza de {15+x} en lugar de 15, de tal modo que si la desigualdad que D1 introduce fuera evitada B sufriría un detrimento en su riqueza (o no se beneficiaría de un incremento en la riqueza). Esto pretende reflejar la idea de que los agentes requieren de incentivos para producir: una teoría que admite los incentivos parece permitir mayores niveles de riqueza para todos, aunque al precio de justificar ciertas desigualdades. Pero aquí debemos ser cuidadosos. No es sólo que se requiera que haya incentivos, ya que incluso bajo D2 A tendría un incentivo: el incentivo de aumentar su cuota de 15 a {15+x+n } (si todo lo que A necesitara fuese un incentivo, el hecho de que D1 sea posible haría inmediatamente posible D2, por lo tanto D1 no podría estar plausiblemente justificado. El principio de diferencia permite un incentivo mayor, reconociendo así que mientras mayor sea el incentivo que reciben los agentes, más estarán dispuestos a producir. En otras palabras, A está dispuesto a producir un {2x+n} adicional solamente porque se puede apropiar de una porción mayor a la que le resta a B. Desde el punto de vista de B, esto puede resultar similar a un chantaje: B tiene que elegir entre aceptar la desigualdad presente en D1 o renunciar a la posibilidad de obtener un x adicional. ¿Por qué B no puede esperar que A produzca {2x+n} sin reclamar la tajada más grande? Para obtener una respuesta debemos considerar el concepto de Rawls de “las circunstancias de la justicia” y el impacto de éstas en la deliberación de las partes en la posición original. Según Rawls (aquí Rawls sigue a Hume), esas circunstancias se definen como “las condiciones normales bajo las cuales la cooperación humana es a la vez posible y necesaria” (TJ §22, p. 126). Rawls las resume como “escasez moderada y 3 desinterés mutuo”(TJ §22, p. 128). Parte de las circunstancias de la justicia es que “para los hombres no es indiferente la manera en que los mayores beneficios producidos por su colaboración son distribuidos, ya que en orden a la consecución de sus fines, cada uno prefiere una mayor tajada por sobre una tajada menor”(TJ §22, p. 126). Auí debemos notar dos cosas: la primera es que lo que Rawls llama las “circunstancias de la justicia” están más allá de la deliberación de las partes en la posición original. Los seres humanos, por ejemplo, son “aproximadamente similares en sus aptitudes físicas y mentales”(TJ §22, p. 127). El conocimiento de este hecho ingresa a la posición original obviamente no como algo sujeto a los principios elegidos por las partes, si no más bien, si se puede decir de esta forma, como restricción a su elección. Cualesquiera sean los principios de justicia que elijan, éstos tendrán que considerar al mundo tal como es, incluso el hecho de que los hombres son aproximadamente similares en aptitudes. A menos que las partes estén involucradas en un inútil ejercicio teórico (lo que ciertamente no es el caso), los principios que sean acordados en la posición original tendrán que ser principios que asuman que los seres humanos son relativamente similares en lo que se refiere a sus aptitudes físicas y mentales, que sus capacidades son comparables en el sentido que ninguno de ellos puede dominar al resto, que son vulnerables al ataque, que hay una escasez moderada y que prefieren una porción mayor de lo que sea que produzcan por sobre una menor. A esto se refiere Rawls cuando sostiene, de los “hechos generales de la sociedad humana”, que “siendo que este conocimiento ingresa a las premisas de la deliberación de las partes en 4 la posición original, su elección de principios es relativa a dichos hechos”(TJ §27, p. 158)2. El segundo punto que merece nuestra atención es que debe distinguirse el papel de las circunstancias de justicia en una teoría de la justicia de la forma particular en que dicha expresión es dotada de contenido sustantivo por Rawls. El papel sistémico que juegan en la teoría de Rawls es, como se mencionó anteriormente, especificar un tipo de consideración que constriñe la elección de las partes en la posición original. Sobre el contenido particular de esas limitaciones volveremos en la cuarta sección. Ahora es clara la razón por la que B no puede esperar que A produzca sin reclamar la tajada más grande: Se podría pensar que idealmente los individuos deberían querer ayudarse mutuamente. Sin embargo, ya que se asume que las partes no se interesarán en los intereses de los otros, su aceptación de estas desigualdades (i.e. las que satisfacen el principio de diferencia) es sola la aceptación de las relaciones en las cuales los hombres se encuentran en las circunstancias de la justicia(TJ §26, p. 151). LA conclusión es que, bajo las circunstancias de justicia de Rawls, sería irracional rechazar el principio de diferencia. II Considérese por un momento el caso de la desigualdad de género. Imagínese que en una sociedad dada hay una 2 Como las partes conocen “los hechos generales sobre la sociedad humana” y que su sociedad está sujeta a las circunstancias de la justicia (TJ, §24, p. 137), es sensato asumir que su elección de principios debe hacerse por referencia no sólo a los primeros sino también a los segundo, a pesar de que en la frase citada Rawls mencione sólo aquéllos. 5 importante minoría que cree que lo que ellos entienden como la distribución tradicional del trabajo entre mujeres y hombres no es sólo correcto, sino que además “natural”. ¿Podría un gobierno rawlsiano intervenir en la educación de los hijos de esta minoría? La respuesta no parece ser discutible: ciertamente podría. Un importante valor de la educación radica en que permite “a una persona disfrutar la cultura de su sociedad y tomar parte en sus asuntos, y de esta forma proveer a cada individuo un sentimiento seguro de su propio valor” (TJ §17, p. 101). Debido a esta razón, la minoría sexista tendrá que aceptar que, en una sociedad rawlsiana, sus hijos deberán ser educados de modo tal que esas concepciones sexistas desaparezcan. Esto es así porque la desigualdad (de género) queda sujeta a los principios de justicia, en el sentido que los principios de justicia determinan si ella es o no justa. De lo anterior no necesariamente se sigue que cualquier medida adoptada por el gobierno será justificada si contribuye a la eliminación de la desigualdad de género. Para usar un ejemplo extremo, no se justifica negar a los miembros de esa minoría derechos políticos, ni se les puede tratar como ciudadanos de segunda clase, etc. El gobierno puede (o incluso: debe) hacer todo lo que sea posible, respetando el primer principio de justicia, para suprimir completamente esa visión (PL, 195). Esto no es sino una consecuencia del orden lexicográfico de los dos principios de justicia. En consecuencia, es plausible pensar que deberá tolerarse un estado transicional, en que habrá instituciones injustas. Pero esas instituciones están en vías de extinción o radical reforma. El gobierno está legitimado para actuar en contra de esas creencias sexistas porque son injustas. Son injustas porque no se conforman a principios que serían elegidos 6 por las partes en la posición original. A raíz de esto (y sólo por esto) el gobierno (de transición) se encuentra facultado para luchar contra una concepción del bien, con la finalidad de “suprimirla completamente” (PL, 195). III ¿Podríamos aceptar que la corrección de la motivación de un agente no es un problema relevante para una teoría de la justicia como la de Rawls? O, lo que es más importante: ¿podríamos aceptar que ella no se responda hasta qué punto la justicia puede permitir que decisiones tomadas dentro de la estructura básica de la sociedad afecten la motivación humana? Si este fuese el caso, es decir, si los principios de justicia no tuvieran implicancia alguna sobre la justificación de una determinada estructura motivacional, el bien primario más importante, el autorespeto, carecería de contenido sustantivo. Rawls considera que el autorespeto, como bien primario, debe ser promovido por una estructura básica justa. Con todo, el autorespeto es definido por Rawls por referencia a dos elementos puramente subjetivos: “el sentido de una persona sobre su propio valor, su firme convicción de que su propia concepción del bien, su plan de vida, vale la pena de ser llevada a cabo” (TJ §67, p. 440) y su confianza en su habilidad para desarrollar su plan “en tanto esté dentro de su poder” (ibid). Esto quiere decir que una teoría de la justicia no tiene nada que decir sobre lo que una persona debería luchar por conseguir. Martha Nussbaum ha mostrado que si Rawls no trata en su teoría la cuestión de qué clases de motivaciones, intenciones, planes de vida pueden ser aceptados como valederos de ser vividos, una sociedad justa podría permitir la existencia de esclavos (si, como 7 el tío Tom, están satisfechos de ser esclavos). Y esto es consecuencia de una concepción del autorespeto conforme a la cual éste carece de contenido objetivo, y varía de acuerdo a la persona3. No obstante, la teoría de la justicia de Rawls puede recibir una interpretación conforme a la cual ella tiene algo que decir tanto sobre la motivación humana como sobre las formas en que la estructura básica podría justificadamente ejercer influencia sobre la motivación humana. Para eso es necesario corregir lo que denominaremos la naturalización de la motivación humana en Una Teoría de la Justicia. Una vez que la motivación humana se ha desnaturalizado (i.e. removida del “escenario” que ha sido “fijado” para la posición original y puesta a disposición de las partes en su deliberación), encontraremos que los principios de justicia no sólo permiten, sino que también exigen que la estructura básica esté orientada a erradicar ciertas motivaciones. Este es el argumento de la sección final de este artículo. IV Ahora debemos reunir los argumentos de las dos secciones anteriores. El principio de diferencia, que permite cualquier nivel de desigualdad mientras vaya “en el mayor beneficio” (lo que sea que aquello signifique) de los más desfavorecidos, debe su plausibilidad a la forma en la que Rawls configuró las “circunstancias de la justicia”. En ellas él introdujo lo que, en nuestra opinión, equivale a 3 Esta objeción no es más que una versión muy esquemática de la crítica de Martha Nussbaum a la concepción de Rawls sobre el autorrespeto como bien primario en “Shame, Separateness, and Political Unity: Aristotle’s Criticism of Plato”, en Rorty, A (ed) Essays on Aristotle’s Ethics, (Berkeley: University of California Press, 1980), pp. 397-404. 8 concebir lo que en esta sección llamaremos motivación de mercado como un dato de la naturaleza humana. Sólo naturalizando la cuestión de la motivación humana pudo Rawls aplicar el principio de diferencia del modo que lo hace (o, más bien, como parece implicar que se aplicaría). Recuérdese el principio de diferencia: las desigualdades sociales y económicas tienen que redundar en mayor beneficio a los miembros menos favorecidos de la sociedad (usamos la formulación que aparece en PL, 6). La idea que las desigualdades económicas sean en el “mayor beneficio” de los menos favorecidos pareciera ser una contradicción en sus propios términos: los menos favorecidos son aquellos menos beneficiados por las desigualdades económicas. En nuestro ejemplo inicial de Equalitas, B es el menos favorecido porque la desigualdad no redunda en el mayor beneficio para él. Si tuviésemos que hacer que la desigualdad signifique el mayor beneficio para B, luego, por eso, B se transformaría en el más aventajado y A en el menos aventajado, por lo que luego tendríamos que hacer que la desigualdad vaya en su mayor beneficio, lo que transformaría a B en el menos favorecido, y así sucesivamente. En resumen, si entendemos que la exigencia de que la desigualdad redunde en el mayor beneficio para el menos aventajado significa que, siempre que algo se encuentre desigualmente distribuido, los menos favorecidos deben recibir la porción más grande, el principio de diferencia sólo podría ser un principio que gobierne la transición entre una sociedad desordenada a una sociedad ordenada. No permitiría el surgimiento de ninguna nueva desigualdad. Pero Rawls no pretende excluir toda desigualdad (lo cual haría en esta versión fuerte). Por lo tanto, debemos buscar una interpretación distinta al término “mayor” que 9 aparece en éste. El candidato más obvio es el que dice relación con que este principio no debería ser aplicado a desigualdades discretas, si no que a instituciones, con la consecuencia que lo que deba resultar en el mayor beneficio del menos favorecido no es una “desigualdad social o económica” si no que la suma total de la riqueza que el menos favorecido obtendría bajo un arreglo particular cuando es comparado con otros posibles arreglos alternativos. Esto puede parecer obvio, pero tiene el mérito de dirigir nuestra atención a un problema particular en la aplicación del principio de diferencia en el cual nos queremos centrar. La única forma de saber si una distribución particular está justificada bajo el principio de diferencia es comparándola con todos las demás distribuciones posibles. ¿Cómo debemos llevar a cabo dicha comparación? Aparentemente el principio entrega la respuesta: el criterio de comparación tiene que ser la posición del menos favorecido. Lo que tiene que ser contrastado no es la posición del menos favorecido con la del más favorecido (ya que en este caso es obvio que las diferentes porciones serán, por definición, mayores para los primeros), sino que la posición del menos favorecido bajo distribuciones alternativas. El régimen que maximice el ingreso del menos favorecido estaría por eso justificado, y la riqueza del más favorecido también, independiente de la desigualdad que ella signifique para el menos favorecido. El problema radica en que la comparación es solo posible bajo la suposición que las diferencias en la creación de riqueza es sólo una función de la distribución. Esto por dos razones: en primer lugar, si se permite que la motivación de los productores sea modificada en la comparación, el principio de diferencia 10 difícilmente justificaría algún tipo de desigualdad; por otro lado, la motivación de los seres humanos es parte de las circunstancias de la justicia y, como constituye una restricción a lo decidido por las partes en la posición original, la justicia no puede sino pasarla en silencio. La primera razón es suficientemente obvia: como vimos, el principio de diferencia parece justificar las desigualdades mientras signifiquen un incremento de la riqueza total. Ahora bien, si la misma suma de riqueza total pudiese ser creada sin la desigualdad en la distribución, la desigualdad no se encontraría justificada bajo el principio de diferencia. La razón por la que la desigualdad sería necesaria para incrementar la producción se encuentra en un punto de vista particular sobre la motivación humana: hombres y mujeres están dispuestos a producir más sólo si se pueden apropiar del resultado de su producción: mientras mayor sea la porción de esa producción que puedan reclamar para si, más producirán (llamaremos a esto “motivación de mercado”). Si esta suposición se mantiene en todas las alternativas posibles, uno estaría justificada en asumir que los cambios en la distribución de la producción social será el factor principal que afectará el resultado total4. 4 Dada esta Se descartan otras diferencias que pudiesen afectar el resultado total, ya que queremos comparar instituciones desde la posición del menos favorecido: podemos asumir que cualquiera sea la distribución, el conocimiento que una sociedad dada tenga, se mantendrá. Uno podría luego comparar una distribución con otras asumiendo que la tecnología y otros factores de este tipo estarán disponibles para cualquiera de ellas. Otro problema es el de qué distribuciones fomentarían de mejor manera el desarrollo de nuevas tecnologías. Para tratar esta cuestión se debe considerar a la tecnología como riqueza, y la pregunta de la tasa de desarrollo de nuevas tecnologías recibirá una respuesta similar a la que se refiere a la tasa de crecimiento de la economía completa. 11 suposición, lo más probable es que el aumento de las desigualdades será justificado por el principio de diferencia. Esto se relaciona con la segunda razón señalada anteriormente: para Rawls, la justicia de la motivación de mercado no es algo que pueda ser sujeto al acuerdo de las partes en la posición original. No tendrán la posibilidad de decidir si es o no justo que las personas reclamen tajadas desiguales de lo que producen como condición para su producción. Este es uno más de los “hechos generales (…) de la psicología”, y como tal será una restricción a su decisión, la cual “es relativo a estos hechos” (TJ §26, p. 158). Ahora volvamos al caso de la minoría sexista en una sociedad todavía no bien ordenada (i.e. transicional). Observamos que, como la creencia de esa minoría de que a la mujer corresponde un rol subordinado es contraria a los principios de justicia, esto es, como está sujeta al juicio de las partes en la posición original, el gobierno de transición tenía el deber de hacer lo que fuese posible para excluirla. En otras palabras, a pesar que el compromiso con el primer principio obligaría al gobierno de transición a tolerar injusticias (esto se sigue del orden lexicográfico de los principios), el hecho de que esa creencia pueda ser declarada injusta autoriza y en rigor obliga al gobierno a hacer lo que en principio no se supone que deba hacer, esto es, luchar contra una concepción del bien con la finalidad de excluirla. Esto, sin embargo, no es posible en lo que concierne a la motivación de mercado. El hecho de que los más favorecidos demanden una cuota mayor del resultado económico como el precio que la sociedad debe pagarles por producir todo lo que producen no es contrario a los principios de justicia, porque es consecuencias de uno de 12 los hechos que configuran las condiciones de la posición original. No siendo una motivación injusta, el gobierno no se encuentra facultado para tratar de cambiarla. Esto sería así aunque se probara (lo que no haremos en este texto) que podría ser modificada y que, habiendo cambiado su motivación, mantendrían el mismo nivel de producción sin reclamar la porción mayor. Si se comparan diversas distribuciones entre si, y si la única variable independiente es la forma en la cual la producción se distribuye (i.e. si se asume que la motivación de los agentes se mantendrá invariable en las diferentes alternativas), el chantaje de los más favorecidos (“permitan que nos apropiemos de una mayor porción del total producido o no produciremos todo lo que podríamos, provocando que ustedes estén aun peor”) sería, bajo los dos principios de justicia de Rawls, inobjetable. Por eso el gobierno no tendría fundamentos para modificarla. El motivo por el cual el gobierno estaba facultado para desafiar las creencias de la minoría sexista era que éstas eran injustas, es decir, eran contrarias a los principios de justicia. Pero, en vista de que los principios de justicia suponen que los individuos son mutuamente desinteresados, el hecho de que los individuos sean mutuamente desinteresados no puede ser injusto. Esta conclusión no es afectada por el hecho (si es que es un hecho) de que el resultado final (la situación en la cual lo más talentosos producirán más sin reclamar la mayor porción) sería claramente preferible desde el punto de vista de los más desfavorecidos, que constituye, como hemos visto, el criterio de comparación para la aplicación del principio de la diferencia. Para evitar esta crítica, se podría argumentar que la motivación de mercado (en el especial sentido en el que utilizamos este término) es parte de la naturaleza humana. 13 Si esto fuese cierto, la aceptación de este hecho por una teoría de la justicia, por así decirlo, como algo más allá del alcance de la justicia, no sería una objeción seria. ¿Es esto así? Es interesante notar que, de acuerdo a Gerald Cohen, fue esta creencia la que forzó a Marx a ser tan optimista sobre el desarrollo de las fuerzas productivas: como los seres humanos se regirían por la motivación de mercado cuando y donde haya escasez relativa, la igualdad sólo sería posible bajo condiciones de abundancia ilimitada, las que entonces eran la condición material imprescindible para la sociedad comunista5. ¿Tenemos, sin embargo, razón para creer que la motivación de mercado es inmodificable? Aunque, como hemos dicho, no nos haremos cargo de este tema en profundidad en este artículo, podemos decir lo siguiente: en primer lugar, que han existido seres humanos cuyas vidas altamente productivas no fueron motivadas por el deseo de apropiarse de la porción más grande que fuese posible de lo que sea que produzcan. Uno podría mencionar ejemplos famosos para substanciar tal argumento, como Madre Teresa o Ghandi, o invitar al lector a pensar en los casos que él conoce. En segundo lugar, y a pesar de que se considere a estos casos excepcionales en cuanto trascendencia de la condición humana, la orientación a actuar en atención al bienestar ajeno no es extraña a la experiencia de todos nosotros: en ciertas relaciones privadas es la norma y no la excepción. La cuestión es simplemente si la orientación que nos guía en nuestras relaciones con amantes, amigos o familiares puede servir de modelo político general y no 5 Cohen, G A: Self-Ownership, Freedom and Equality (Cambridge: Cambridge University Press, 1995), p. 130ss. 14 sólo como algo cuyo locus natural es el mundo privado (sea que implique o no trascendencia en otra materia). En todo caso, aun cuando las dos afirmaciones generales anteriores no fueran suficientes para dar plausibilidad inicial a la tesis de que la motivación de mercado no es inevitable, todavía es posible defender el argumento central de este artículo: éste no necesita sostener que la motivación humana es completamente dependiente de decisiones políticas y apelaciones morales, sino sólo necesita afirmar que la importancia y la fuerza de la motivación de mercado no es completamente independiente de las condiciones institucionales de interacción normal entre individuos. EL argumento de este artículo no necesita comprometerse con la tesis fuerte de la que la existencia determina la conciencia, sino en la mucho más débil de que la existencia influye en la conciencia. Y esto es mucho más plausible que sostener que todos los seres humanos pueden volverse como Madre Teresa (lo que no es lo mismo conceder que esto último es falso). Si esto es efectivo, una teoría de la justicia en la que la motivación de mercado pudiese entrar como algo sujeto a la justicia es más igualitaria que una en la que ella figura como uno de los elementos que “forman el escenario” en el que se discutan los problemas de justicia. De hecho, es interesante notar que Rawls siguió una estrategia mucho más radical al lidiar con las libertades que cuando trató con la igualdad. El pasaje relevante para nuestra presente discusión merece ser citado en extenso: Los principios se diferencian en el grado en el cual incorporan el ideal moral deseado. Es característico del utilitarismo que deja mucho entregado a argumentos formulados a partir de hechos generales. El utilitarista tiende a responder a las objeciones sosteniendo que las leyes de la sociedad y de la naturaleza humana hacen 15 imposible los casos ofensivos a nuestros juicios considerados. La justicia como imparcialidad, por el contrario, incorpora de modo más directo en sus primeros principios los ideales de la justicia, tal como ellos son comúnmente entendidos. Esta concepción descansa menos en hechos generales para ajustar nuestros juicios de justicia. Asegura este ajuste sobre una gama más amplia de casos posibles (TJ §26, p. 160). Para Rawls, existen dos razones que “justifican esta incorporación de ideales en primeros principios”. La primera, aquí irrelevante, es que el significado y la aplicación de los supuestos estándar de la respuesta del utilitarista es poco concluyente y sus consecuencias poco ciertas. Las partes pueden querer tener cierta seguridad de que sus ideales de justicia se mantendrán a pesar de que sus cálculos resultaren ser erróneas, y basarlas en algo más que especulaciones estadísticas. La incorporación directa de ideales en primeros principios es una forma de obtener esa certeza. La segunda razón es distinta, porque la segunda razón no supone que los cálculos estadísticos de los que depende la aplicación del principio utilitario sean incorrectos o que las partes se equivoquen al pensar que ese principio no llevará, dados los hechos generales, a consecuencias reñidas c on sus juicios considerados de justicia. Aun suponiendo que las partes pueden estar razonablemente seguras de que esto será el caso, todavía tendría sentido que quisieran incorporar el ideal en los primeros principios. Ello porque Hay una ventaja real en que las personas anuncien unas a otras y de una vez por todas que, incluso si los cálculos teóricos de utilidad siempre favorecieran las libertades iguales (asumiendo que sea en realidad el caso), ellas no desean que las cosas hayan sido distintas. Como en la justicia como imparcialidad las concepciones morales son públicas, la elección de los dos principios es, en efecto, un anuncio de este tipo. Y los beneficios de esta profesión colectiva favorecen estos principios a pesar de 16 que la suposición típica del utilitarismo sea verdadera (TJ, §26, p. 161). Si el argumento de este pasaje es correcto, entonces no necesitamos estar en posición de mostrar que la motivación de mercado es eliminable para hacer plausible el argumento anterior en contra del principio de la diferencia. Así como las partes no necesitan poder afirmar que los cálculos utilitaristas favorecerán en algún caso una solución reñida con sus juicios considerados para desechar el principio utilitarista, las partes no necesitan tener una respuesta a la pregunta de si la naturaleza humana es inmodificable. Pueden, sin más, “anunciar que desearían que las cosas fuesen distintas”, con la implicancia de que cuando sea que fuere posible modificar la motivación de mercado, estarán comprometidas a hacerlo. Considerar a la motivación de mercado como algo más cercano al racismo o a las creencias sexistas que al hecho de la “igualdad aproximada” es, en efecto, ese tipo de anuncio. Una consecuencia de alterar el status del hecho de la motivación de mercado, que entonces deja de ser una circunstancia de la justicia y pasar a constituir una cuestión más a ser juzgada de acuerdo a principios adoptados en la posición original, es que el principio de diferencia difícilmente podría justificar alguna desigualdad. El gobierno (de transición) tiene que tolerar desigualdades existentes que, debido a la motivación de mercado de los más favorecidos, aparecen como justificadas bajo el principio de diferencia (por tanto no hay espacio para el totalitarismo; al menos no hay razón para creer que las políticas dirigidas a alterar la motivación humana deban ser mas totalitarias que las políticas dirigidas a erradicar creencias sexistas o racistas). No obstante, debido a que esa justificación descansa sólo sobre la existencia de una particular forma 17 de motivación que el Estado este comprometido a suprimir, esa tolerancia no implica nada referente a su justicia o injusticia. Quizás en definitiva nos demos cuenta de que la motivación de mercado sea imposible de suprimir. El argumento de este artículo supone que aquí “en definitiva” significa: después de haber hecho nuestros mejores intentos por lograrlo. En consecuencia, una teoría de la justicia que nos impone el deber de intentar eliminar la desigualdad es preferible a una que renuncia desde el principio a ese objetivo, y que se contenta con reducir la pobreza de los menos favorecidos. 18