VALLE-INCLÁN

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VALLE-INCLÁN
Se suele incluir a Valle-Inclán en la Generación del 98, pero no es una afiliación muy exacta. Aunque
comparte con ellos, en efecto, la visión crítica de la realidad española, la actitud de Valle-Inclán es mucho
más radical que la de los noventayochistas. Su trayectoria ideológica seria, si acaso, paralela a la de A.
Machado. Pero su estética, sobre todo a partir de los años 20, es mucho más renovadora y audaz. Su
concepción teatral se aproxima a las más vanguardistas que había en el contexto europeo, como el
expresionismo alemán, el dadaísmo, el teatro de Alfred Jarry, etc.
Su aversión a la civilización burguesa le lleva, al principio, a ensalzar sentimentalmente los viejos
valores de aquella sociedad rural arcaizante en la que se había formado declarándose en 1910 "carlista por
estética", y a refugiarse en la mitología personal que aparece en sus primeras obras. A partir de 1915, se
seguirá oponiendo a los valores burgueses, pero ya no desde un tradicionalismo idílico, sino desde posturas
revolucionarias, declarando sus simpatías por el leninismo. En realidad, la etapa modernista y la
esperpéntica son la cara y la cruz de la misma actitud ética y estética. Si Valle-Inclán siempre tuvo una
visión ácida y violentamente disconforme de la sociedad que le tocó vivir, el esperpento fue su última
forma de protesta contra ella
En la obra de Valle-Inclán se observa una evolución estética paralela a la ideológica- Sus primeras obras
se adscriben a un Modernismo elegante y nostálgico, con un lenguaje refinado y sin ninguna concesión a la
sencillez o a la vulgaridad. Las obras de su madurez están marcadas por un feroz espíritu crítico y una
estética basada en la distorsión expresionista de la realidad. Pero no existe un corte entre la etapa
modernista y la esperpéntica, sino más bien una línea ininterrumpida de evolución. Aunque Valle no
presenta la formulación del esperpento hasta fecha tardía -1920-, algunos de los rasgos
que lo caracterizarían ya estaban presentes de forma incipiente en las de la primera época En ellas ya
hay deformación de la realidad, aunque sea por el camino de la estilización aristocratizante; como también
hay búsqueda del efectismo basado en los contrastes violentos.
Valle Inclán comenzó su dedicación al teatro en 1905 y durante veinte años fue su principal
preocupación estética. Para él, el teatro es un espectáculo total, donde no hay texto dramático, sino creación
de arte plástico. Las primeras obras teatrales de Valle son de marcado carácter modernista. La más
significativa de ellas es El marqués de Bradomín, donde se resumen todos los rasgos de este grupo:
simbología impresionista, atmósfera irreal, de ensueño y vaguedad, lenguaje aristocrático y refinado, etc.
Otras obras de su primera época son las que componen el ciclo mítico. Partiendo de la Galicia rural,
Valle-Inclán recrea un mundo mítico, dominado por la figura del Diablo, en el que el mal, la irracionalidad,
el sexo y la muerte son las fuerzas primarias que rigen la existencia de los hombres; en él se mueven
personajes extraños, presididos por el hidalgo don Juan de Montenegro y sus hijos, que encarnan los
impulsos humanos más elementales: la lujuria, la soberbia y la avaricia. Este ciclo lo componen las
Comedias bárbaras, publicadas entre 1907 y 1922: Águila de blasón, Romance de lobos y Cara de plata.
En las farsas y dramas escritos entre 1909 y 19920 (La cabeza del dragón, Voces de gesta, La
Marquesa Rosalinda, etc.), se observa una mezcla de tonos: junto a algunos rasgos modernistas, aparece
también un lenguaje desgarrado y bronco, que anuncia el camino hacia el “esperpento”.
1920 es una fecha clave en la trayectoria de Valle-Inclán. En esa fecha publica Farsa italiana de la
enamorada del rey, donde se mezcla la fábula sentimental con la caricatura de la monarquía; Farsa y
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licencia de la Reina Castiza, también de tono caricaturesco, donde los elementos sentimentales han
desaparecido y la degradación de la realidad es completa; y Divinas Palabras, un violento drama cuyo
lenguaje, desgarrado y a veces brutal, lo aproximan también al esperpento. En ese mismo año publica
Luces de bohemia, la primera obra a la que Valle designa como esperpento. También aplicaría ese rótulo
a Los cuernos de don Friolera (1921), Las galas del difunto (1096) y La hija del capitán (l927)
El esperpentismo viene a ser una especie de expresionismo “a la española”. Podemos encontrarle
precedentes en la tradición literaria o pictórica española, en obras o autores en que lo grotesco, lo dislocado
o lo deforme tiene una presencia importante. como sucede en algunos aspectos de la novela picaresca o de
la obra de Quevedo, en literatura, o la de Goya o Gutiérrez Solana, en pintura (“e1 esperpentismo lo ha
inventado Goya”, afirma el autor de Luces de bohemia) Pero, al margen de estas vinculaciones, no admite
dudas la originalidad de Valle-Inclán al dar carta de naturaleza al esperpento como género literario.
Su rasgo central es la deformación expresionista de la realidad. Los esperpentos sitúan su acción en
la realidad española contemporánea, para acentuar determinados aspectos de esa realidad social que, para
Valle-Inclán, ya es de por sí esperpéntica Para ilustrar el sentido de esa deformación, Valle utiliza la
imagen de los espejos cóncavos y convexos de las atracciones de feria: “Los héroes clásicos, reflejados en
los espejos cóncavos, dan el esperpento”. Esa deformación efectúa una sistemática degradación de la
realidad, de modo que nada parece resultar respetable: la burla se extiende a instituciones y mitos
consagrados; sobre todo, Valle-Inclán pone especial énfasis en la desmitificación de los valores patrióticos
tradicionales.
La degradación afecta también a los personajes, mediante su conversión en animales o en muñecos. En
una entrevista, en 1928, Valle hablaba de que, para un autor teatral, hay tres maneras de ver el mundo:
"de rodillas", de modo que la realidad aparece enaltecida y los personajes son vistos como héroes
superiores, como en la tragedia griega o en la epopeya; “de pie”, de forma que el mundo esté a nuestra
altura y los personajes se presenten como hermanos nuestros; o "en el aire": visto desde arriba, el mundo
aparece ridículo y absurdo, y sus personajes sólo pueden ser trágicos sí se les pone en clave de farsa, de
suerte que “los dioses se convierten en personajes de sainete”, y los hombres son como marionetas en
manos del autor. Este último es el punto de vista del esperpento. Los personajes son figuras marginales o
fantoches grotescos, frecuentemente relacionados con animales o con peleles que no pueden nada contra el
destino.
Mediante esa deformación, la obra adquiere un aspecto externo de parodia, que era un género teatral
muy en boga en la época. Pero así como en las parodias la intención era exclusivamente cómica, en el
esperpento hay siempre un doble código: tras la aparente burla y caricatura de la realidad, se oculta el llanto
y la protesta; hay un significado profundo, cargado de intención satírica v crítica.
Otra base de la técnica del esperpento está en el efectismo de los contrastes violentos; el más frecuente
es el que se produce entre lo trágico de las situaciones y lo grotesco de las actitudes de sus protagonistas. El
dolor está en la realidad, pero los "héroes” del esperpento son unos farsantes. Sin embargo, esta actitud no
es permanente. En determinados momentos de las obras, el elemento trágico y real es el único que se
manifiesta.
La técnica del esperpento es radicalmente antinaturalista, por lo que con frecuencia se mezcla lo
verosímil con lo inverosímil. En Luces de bohemia, por ejemplo, aparecen en escenas personajes de otras
obras, como el Marqués de Bradomín, y personajes reales como Rubén Darío; se mezclan en el tiempo y en
el espacio sucesos y lugares distintos, etc.
El humor es otra de las armas que utiliza Valle para ridiculizar la grotesca miseria de la realidad. El
humor esperpéntico es agrio, mordaz y de gran fuerza satírica, destinado a acentuar lo deforme y absurdo y
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regido siempre por la ironía y el sarcasmo. La creatividad lingüística, el sentido del humor y la sátira feroz
son rasgos que le aproximan a Quevedo. Pero Quevedo es mucho más un moralista que satiriza sólo lo que
considera condenable, mientras que el humor de Valle es mucho más amoral y escéptico.
El lenguaje de loa esperpentos manifiesta la misma creatividad que es inherente a toda la obra de ValleInclán. Los diálogos se caracterizan por la variedad de registros y tonos y por la agilidad. Los personajes
hablan en un “español de Jácara”, una especie de argot ciudadano en el que se mezclan arbitrariamente
expresiones de las más diversas procedencias: el habla popular en la línea del sainete, el lenguaje culto
modernista, el desgarro coloquial, lo pedante, lo cursi, lo soez, expresiones formularias, andalucismos,
vulgarismos, expresiones de germanía, gitanismos, madrileñismos castizos, etc.; todo lo cual contribuye al
efecto de contraste que está en la base del esperpentismo y que aparece realzado además por la rapidez con
la que se suceden los diálogos, a base, casi siempre, de intervenciones breves, donde abundan las réplicas
ingeniosas y oportunas.
El lenguaje le las acotaciones es uno de los rasgos, más sobresalientes del teatro de Valle-Inclán. En
lugar de ser meras indica iones funcionales, las acotaciones, tan literarias como los propios diálogos, están
totalmente integradas en el texto. Basadas frecuentemente en la frase nominal, constituyen rápidos
brochazos expresionistas caracterizadores de ambientes, personajes y actitudes, con una técnica cercana a
la cinematográfica.
La última etapa teatral de Valle está configurada por cuatro piezas cortas que componen el Retablo
de la avaricia, de la lujuria y de la muerte. En ellas, Valle vuelve a su obsesión por el tema del mal, lleno
de matices metafísicos y al mismo tiempo de contrastes irónicos. No son propiamente esperpentos, aunque
tengan aspectos relacionados con ellos.
Durante muchos años se consideraron sus obras teatrales como novelas dialogadas, ya que resultaban
"irrepresentables". Lo que ocurría era que ni las concepciones ni las técnicas del espectáculo teatral estaban
preparados para ese tipo de teatro. El teatro que triunfaba en España -el posromanticismo de Villaespesa y
Marquina, la comedia burguesa de Jacinto Benavente o el sainete costumbrista de los hermanos Quinterono hacía sino prolongar las tendencias imperantes en las últimas décadas del XIX. Pero Valle fue mucho
más allá de lo que permitían las concepciones escénicas de su tiempo. Desafió las limitaciones que
presentaba el teatro de su época para crear un "teatro en libertad" y continuó orgulloso su obra, aun
sabiendo que estaba escribiendo para el futuro. Su complejidad innovadora acercó el teatro de Valle al
espíritu experimental de la vanguardia que prevalecía en Europa durante las primeras décadas del siglo XX.
Al cabo de los años, las experiencias renovadoras de las concepciones teatrales que se han producido en
Europa y América han terminado por dar la razón a Valle-Inclán, descubriéndose en él a un auténtico
vanguardista que se anticipó en muchos años a las nuevas tendencias del teatro mundial.
Su obra literaria ha dado pie a distintas interpretaciones: desde los que la han considerado el paradigma
español del “arte por el arte” (a causa de lo evasivo y artificioso de sus primeras obras), hasta los que lo
toman como bandera del compromiso social y político del escritor. En realidad, las dos visiones son
válidas, porque en Valle no resultan excluyentes, sino complementarias. En él, la apasionada voluntad
estética y la visión crítica de la realidad son inseparables.
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EL TEATRO DE LORCA
La creación dramática fue también de interés permanente para Lorca, quien-además de director de
"La Barraca", autor de bocetos para decorados y figurines, e incluso actor- escribió obras teatrales
desde su juventud hasta el final de su vida. En todas ellas intentó llevar a los textos sus anhelos de
renovación del teatro español. Ya su obra inicial, representada sin éxito en 1920, El maleficio de la
mariposa, que sigue las pautas del teatro simbolista, supone la búsqueda de un nuevo lenguaje
directamente emparentado con su poesía lírica. Igualmente, Mariana Pineda (1927) -reivindicación
de la heroína granadina ejecutada en 1831 por haber bordado una bandera liberal-, aunque próxima a
los esquemas del entonces dominante teatro en verso modernista, también se aparta del modelo tanto
por su mayor aliento poético como por el tema, ya que, la figura de la Mariana Pineda lorquiana tenía
una clara significación progresista al ser representada en plena dictadura de Primo de Rivera.
Pero, en su búsqueda de nuevas fórmulas teatrales, Lorca acaba por separarse de los moldes
dramáticos dominantes. Ello es ya notorio con su teatro de marionetas, al que dio la denominación
de Los títeres de cachiporra. A este teatro de títeres pertenecen dos obras: Tragicomedia de don
Cristóbal y la señá Rosita (1922) y El retablillo de don Cristóbal (1931). Estas farsas para guiñol
deben entenderse dentro de la extendida revalorización en la época del teatro de marionetas, según ya
había preconizado Valle-Inclán en Los cuernos de don Friolera, y otros diversos dramaturgos en
Europa desde tiempo atrás. En castellano, Jacinto Grau había experimentado en esa línea con El señor
de Pigmalión. Las dos farsas guiñolescas lorquianas condenan, la figura que encarna la autoridad.
En cuanto al lenguaje de las marionetas, se eliminan en él los hábitos de disimulo y encubrimiento
típicos del diálogo del teatro ordinario. Lo más significativo es el carácter acentuadamente oral del
discurso de los títeres, lo que crea una especie de libertad que hace esperar en todo momento lo
distinto, lo sorprendente o lo irrepetible.
La influencia del teatro de marionetas llegó al teatro en general, y así muchos de los personajes de
Valle-Inclán y algunos de los de Lorca acaban por gesticular y comportarse ellos mismos como
muñecos. Es lo que ocurre en el caso del escritor granadino con sus farsas para personas: La
zapatera prodigiosa (estrenada en 1930) y Amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín
(concluida en 1928, no fue representada hasta 1933). En ambas, Lorca aborda el conocido tema
literario del viejo y la niña (la desigualdad de edad en el matrimonio). Si la "zapatera prodigiosa"
acaba en final feliz, pese a su subtítulo de farsa violenta, Don Perlimplín, subtitulada aleluya
erótica, termina con un desenlace trágico que liquida el ambiente general artificioso de la farsa
dieciochesca en el que se desarrolla la pieza y presenta en primer plano la obsesiva vinculación en
Lorca de eros y muerte.
Durante los años treinta, y antes de que su vida quede abruptamente truncada, el deseo de continua
experimentación del Lorca dramaturgo lo conduce por dos caminos distintos: el teatro
vanguardista, próximo al Superrealismo y el teatro que aprovecha moldes dramáticos que
aseguran su representación en la escena española del momento.
El teatro vanguardista de Lorca ha recibido diversas denominaciones: teatro imposible (el mismo
escritor llamó a estas obras comedias imposibles), teatro surrealista, criptodramas... En él se
incluirían El público (1930), Así que pasen cinco años (1931) y Comedia sin título (1935).
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El público -obra hermética y difícil, pero que es hoy considerada como una de las cumbres del
teatro lorquiano- desarrolla un doble problema: el individual del amor homosexual y el social del
teatro convencional, teatro que debe ser destruido v sustituido por otro más auténtico. En ambos
conflictos subyace la defensa de que la verdadera humanidad de los individuos reside en su
integridad, en su lealtad consigo mismos y con sus propios sentimientos. Pero su búsqueda de la
autenticidad fracasa en la obra que concluye en el enfrentamiento del protagonista con su antagonista
último: la muerte.
Todo ello se estructura dramáticamente mediante un proceso consistente en desvelar las realidades
que en la apariencia se encuentran ocultas, tanto hacia dentro (lo íntimo) como hacia fuera (lo social).
La pieza revela que todos los planos de la existencia son ficticios, y tanto más falsos cuanto más
evidentes o superficiales, y, en consecuencia, la búsqueda de la verdad desnuda de la existencia
provoca la hostilidad cósmica de las fuerzas elementales y destructoras que rigen la vida. El amor
pleno no ofrece salida a los personajes que luchan por encontrar la redención en su seno, y
concretamente, el amor homosexual es reprimido por las normas sociales que ordenan no sólo los
comportamientos, sino también las conciencias. Sin embargo, pese a la concepción de la existencia
como engaño, como un laberinto de espejos sin posible salida, como un eterno cielo de vida y muerte,
es necesaria la búsqueda de la verdad.
Así que pasen cinco años reitera algunos de los temas característicos de Lorca, sólo que
expresados ahora desde una estética superrealista: la frustración íntima, el amor, la muerte, la
amargura existencial.
Comedia sin título plantea, en fin, la necesidad de un teatro revolucionario que no es sino la
necesidad de la revolución individual y social: la vida de cada cual se ofrece siempre a la mirada de
un observador que, a veces, son los otros, pero, en ocasiones, es la propia conciencia; vivir es así un
episodio de representación, la vida es como el teatro e, inversamente, el teatro es como la vida. Por
ello es necesario renovar a fondo el teatro, que ha de suponer una total subversión moral y estética. Si
en El público se había revelado la imposibilidad de salvar el teatro desde dentro, en Comedia sin
título expresa Lorca su esperanza en la resurrección del teatro de la mano de los grandes cambios
sociales que se avecinan, convertido entonces en medio educativo que liberaría de la ignorancia y
descubriría la verdad a cuantos viven sin comprender lo que pasa.
Además de este teatro irrepresentable, Lorca escribe durante los años treinta, como hemos
dicho, otras obras teatrales que sí alcanzan el éxito comercial: Bodas de sangre (1933), Yerma
(1934), Doña Rosita la soltera o El lenguaje de las flores (1935) y La casa de Bernarda Alba,
(1936). Todas ellas tienen en común el protagonismo de las mujeres, cuya situación de marginación
social es tema común de las cuatro. En ellas, Lorca aprovecha el modelo del teatro rural modernista de
Eduardo Marquina y algunos elementos del drama rural benaventino, pero, aunque así consigue
acceder más fácilmente al público que siempre ha buscado, insiste en innovar el teatro convencional
mediante el desdibujamiento de los perfiles del espacio y del tiempo dramáticos o con un diferente
diseño de los personajes. En realidad Yerma, por ejemplo, recibió críticas no muy favorables, aunque
obtuvo el éxito de un público significativamente nuevo (jóvenes, intelectuales...), hostil o desdeñoso
frente al teatro habitual. Y, desde luego, no puede ignorarse que esas fórmulas teatrales, mucho menos
innovadoras formalmente que sus comedias imposibles, las aprovecha Lorca con un sentido e
intención radicalmente distintos de los habituales en el teatro poético o en el drama rural. En realidad,
Lorca se integra con estas obras dentro de la literatura republicana comprometida, que no renunciaba
a que el arte tuviera también una finalidad social.
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Bodas de sangre y Yerma son dos tragedias del más puro aire clásico, en las que Lorca mezcla la
prosa y el verso, utiliza coros como en la tragedia para comentar la acción maneja elementos
simbólicos y alegóricos que les dan cierta trascendencia mítica y emplea con maestría diversos
recursos para alcanzar una intensidad dramática inusitada. Si en Bodas de sangre reaparecen temas
bien conocidos en Lorca (el amor, la violencia, la muerte, las normas sociales que reprimen los
instintos, etc.), Yerma aborda otros temas muy lorquianos: la esterilidad, el anhelo de realización
que choca con la moral tradicional, la opresión de la mujer.
Doña Rosita la soltera es un drama urbano, también en prosa y verso -aunque aquí el verso sirve
para satirizar y parodiar toda una época marcada por un romanticismo banal y empalagoso-, que trata
de las señoritas solteras de provincias condenadas a esperar inútilmente el amor en un medio burgués
mediocre que ahoga sus deseos de felicidad
La casa de Bernarda Alba es otra de las cumbres del arte dramático de García Lorca. Prescinde
ahora por completo del verso con la intención de componer una obra desprovista de todo elemento
retórico accesorio: " el poeta advierte que estos tres actos tienen la intención de un documental
fotográfico", se indica al comienzo del drama. Pero el realismo mental y la sobriedad escenográfica
no impiden la presencia de elementos simbólicos (el agua, el calor, el blanco y el negro, el trigo o
el caballo) que llevan la obra al universo temático lorquiano más característico: la libertad frente a
la autoridad, las pulsiones eróticas y los instintos naturales enfrentados a las normas sociales y
morales, la esterilidad la fecundidad, la frustración vital, la condición sometida de la mujer, la
crítica social, etc. Pero, es, sobre todo, una reflexión sobre el poder, sobre cómo se interiorizan
los mecanismos de poder en la vida privada. En este sentido, es precisamente una mujer,
Bernarda, quien de modo viril asume e impone por la fuerza todo un código de conducta
represivo a unas hijas que, excepto la menor, aceptan estas reglas que su madre ha recibido de la
tradición heredada y que ellas estarían dispuestas a perpetuar sin fin.
Son todas ellas, en cierto sentido, personajes trágicos, víctimas inevitables de una rígida
sociedad patriarcal, que, paradójicamente, contribuyen a sostener. La hija menor, Adela, con su
extraordinaria vitalidad es un protagonista típico de Lorca casi desde sus primeros poemas, un ser
complejo y rebelde, en la más pura tradición romántica -no en vano su nombre significa «de
naturaleza noble»-, que se halla situado irremediable y trágicamente entre las leyes sociales y los
impulsos de la naturaleza.
Otra de las hermanas, Martirio desempeña en el drama el papel de antagonista de Adela:
frustrada amorosamente, al haber impedido su madre por razones clasistas un noviazgo anterior,
comparte pasión con su hermana menor por el mismo hombre. S-u-vida torturada-repárese en su
simbólico nombre- y sus deseos sexuales reprimidos la conducen a vigilar constantemente a Adela,
enfrentarse a ella y desencadenar finalmente la tragedia.
Interesante es también el personaje de la criada, La Poncia, que representa, con respecto a las otras
mujeres de la casa, el contrapunta popular tanto en lenguaje como en actitudes, al tiempo que encarna
explícitamente el odio de clase social con su profundo rencor hacia la señora, para quien también
trabaja de jornalero su hijo. Pero, al tiempo -en otro ejemplo de personaje no plano, sino complejo y
contradictorio-, La Poncia sirve con fidelidad a Bernarda («soy una perra sumisa»), interioriza como
sus amas los valores dominantes y aconseja a Adela precisamente la sumisión y el acatamiento de las
normas morales y sociales.
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No hay, por tanto, en La casa de Bernarda Alba, pese a la crítica social, un populismo fácil,
puesto que los personajes de extracción popular, como La Poncia o la llamada simplemente Criada, se
comportan de forma igualmente cruel con sus inferiores, y el pueblo en su conjunto asume de modo
unánime la moral vigente, como muestra el linchamiento colectivo de una muchacha acusada de
infanticidio, con el que se cierra de manera terrible el acto II.
Un personaje, en fin, sólo aparentemente por secundario es el de la abuela, María Josefa, quien
desde su locura y desde una senilidad que la vuelve a la inocencia de la infancia representa el anhelo
de libertad por encima de toda norma y de todo código, y se convierte así, con su simbólico aderezo
erótico, ("ataviada con flores en la cabeza y en el pecho") en el grito más puro contra la opresión
reinante en la casa. Por ello acaba arrastrada en el escenario, en sus dos intervenciones en la obra por
los demás personajes en un caso y llorando en el otro.
El estilo y el lenguaje de La casa de Bernarda Alba, pese a su aparente sencillez, está sabiamente
elaborado: el registro coloquial, que exige, por ejemplo, numerosas frases exclamativas o
interrogativas, alterna con parlamentos más literarios en los que no son infrecuentes las metáforas,
hipérboles, paralelismos, etc. Igualmente cuidada es la estructura del drama, las intervenciones de
personajes secundarios que comentan la acción al modo del coro de las tragedias griegas, La
intercalación de canciones populares como en el teatro de Lope de Vega, el carácter simbólico de los
distintos elementos escénicos, nombres y vestuario de los personajes, etc. como prueba de la
construcción de la pieza, baste señalar su carácter de partitura musical al combinar con precisión
numerosas indicaciones de voces, silencio, fuerte, pausa, voz baja.... lo que, junto al intencionado
empleo de intervenciones muy breves al lado de otras más extensas, va creando un ritmo dramático
muy preciso.
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ANTONIO BUERO VALLEJO
La producción de este autor es, sin duda, una de las más interesantes de la posguerra española.
Rechazó el teatro evasivo y meramente comercial para optar por la línea comprometida. El punto
básico de sus intereses está en estas palabras suyas: "El escritor debe convertirse en una parte de la
conciencia de su sociedad". Buero ha sido un testigo del mundo contemporáneo, en general, y de la
España de ahora, en particular, siempre atento a la persona humana y sus vicisitudes.
Sus obras no son más que análisis lúcidos de la realidad que nos envuelve, sin pretender soluciones
eficaces e inmediatas, sino más bien simples reflexiones sobre los fenómenos para diagnosticar los
males y plantearlos directamente al espectador, que será quien busque las soluciones precisas. Y todo
esto lo lleva a seleccionar la tragedia como fórmula más ajustada a sus fines. Es sabido que el género
acompaña la catarsis, la purificación del espectador, a través del horror o de la compasión. La
tragedia, en manos de Buero, intenta la curación por medio de la información, por el esclarecimiento
de datos que tal vez ignora el público, por el planteamiento profundo de los mecanismos complejos
que subyacen en una situación real. El espectador se purifica intelectualmente al pasar de la
ignorancia al conocimiento. Esto explica dos constantes del teatro de Buero Vallejo: de una parte, la
temática humana y, de otra, la invitación al compromiso que, al final de las obras, se le dirige al
espectador.
Respecto del primer punto, R. Doménech ha señalado cómo siempre se ocupa de un mismo tema: el
de la condición humana, desarrollada en unas coordenadas temporales y espaciales concretas, como
las de nuestro país y las de nuestro tiempo. Como el planteamiento del drama se hace para iluminar el
sen-tido de la realidad, se dirige al público, al final de la representación, una pregunta que le obliga a
dar una respuesta activa a lo que ve o a tomar conciencia de los datos que le han suministrado.
Normalmente, en la obra ha sido enfrentado el protagonista a una realidad que no quería asumir, dado
su carácter negativo.
Sin embargo, el único camino para alcanzar la felicidad y la realización personal es el de romper con
la comodidad y enfrentarse directamente a la ingrata circunstancia. El mensaje es siempre el mismo,
la necesidad de aferrarse a la verdad como camino digno.
En cuanto a las formas dramáticas la preocupación de Buero es total; además es un genuino hombre
de teatro. Ambas características dotan a su producción de gran eficacia. El mensaje de la obra se basa
en un lenguaje dramático amplio que supera lo puramente verbal, para incorporar otros signos mucho
más eficaces. La trampa en la que caen los personajes compone el motor dramático. Para expresarlo
acude a signos varios que van desde el diálogo muy denso, hasta la mímica y el movimiento personal,
pasando por los efectos auditivos (música, ruidos) y visuales (juego de luces), y la expresividad de
objetos y decorados, en busca de un espectáculo totalizador.
La falta de una visión profunda de la realidad en el protagonista es compartida por el espectador, que
se encuentra inmerso en la absoluta oscuridad producida en el local, como ocurre En la ardiente
oscuridad (1950), El concierto de San Ovidio (1962) o La llegada de los dioses (1971), o en el total
silencio, compartiendo la sordera de Goya en el El sueño de la razón (1970). Ciegos, sordos y tarados
encarnan simbólicamente las limitaciones humanas para percibir la realidad y la necesidad imperiosa
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de lograrlo. R. Doménech ha acuñado el término de inmersión para designar la técnica por la que se
capta al espectador y se le introduce en la acción. El receptor de la obra se transforma en personaje
activo que experimenta en sí mismo el drama angustioso del personaje.
La disposición del escenario también es importante: se aprovecha al máximo el espacio disponible,
con una pensada distribución de planos. Tampoco falta la función coral de algunos personales que
actúan a modo de focos para hacer converger la atención del público sobre determinados aspectos de
la obra.
En otro orden de cosas, se ha intentado diversas clasificaciones para la amplia producción de Buero
Vallejo. L. García Lorenzo la ha dividido en tres grupos:
1.-) Dramas de indagación del ser humano a través de conflictos sociales en los que está inmerso el
hombre, representado por personajes que encarnan su dolorosa condición de seres marginados en
lo social y lúcidos en lo intelectual. A este tipo de dramas pertenece Historia de una escalera
(1949), obra fundamental en el teatro español de posguerra. Su representación supuso la primera
aparición de un teatro vinculado con la realidad problemática de entonces.
Se ocupaba de las inexistentes posibilidades de promoción de toda una clase social que
circula durante treinta años por una misma escalera sin que cambie su suerte. La pieza consiguió
lo que más tarde intentará sin éxito Alfonso Paso, hacer compatible el teatro trascendente y
crítico con la comercialidad del hecho teatral entonces en boga, acudiendo a rasgos del sainete,
como la creación, del ambiente y de las situaciones.
2.-) Dramas históricos en los que se recrea una época pretérita para indagar realidades no sólo típicas
de entonces, sino de eterna actualidad. Es precisamente la finalidad de dotar de validez universal
a los temas lo que lleva al autor a enclavarlos en esas épocas y no para evitar problemas de
censura.
Pertenece a este grupo el drama titulado Un soñador para un pueblo (1958), en el que se
plantea el fracaso de una revolución progresista, emprendida por Esquilache, que pretendía la
reforma del país y el equiparamiento con otras naciones modernas. También a este grupo se
puede adscribir El tragaluz (1967), en cuanto que es obra con un tratamiento temporal
distanciador, planteando el presente con la objetividad de la contemplación desde el futuro año
2000, de manera que el ahora obtiene el mismo tratamiento de lo alejado en el tiempo.
Otras obras históricas son Las Meninas (1960), con Velázquez como figura central; El
Concierto de San Ovidio (1962) que, aunque es histórica, pertenece al siguiente punto; El sueño
de la razón (1970), sobre la personalidad de Goya, y La detonación (1977), sobre la figura de
Larra.
3.-) Dramas de invidentes, término que puede abarcar una serie de obras protagonizadas por
hombres que representan diversas limitaciones en el conocimiento y asunción de la realidad, ya
sea por ceguera física, El Concierto de San Ovidio (1962), En la ardiente oscuridad (1950); ya
sea por ceguera psicológica como en La Fundación (1974).
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