CARA A CARA Hay muchas pruebas, que nadie puede refutar, que

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CARA A CARA
Hay muchas pruebas, que nadie puede refutar, que atestigua que la
Biblia es la Palabra del Dios verdadero, quien es el Creador de la
humanidad y del universo en el cual nos encontramos nosotros.
Aunque los centenares de profecías encontradas en la Biblia son prueba
irrefutable, la más sorprendente y la más poderosa prueba es la
consistencia que se puede encontrar en las Sagradas Escrituras, desde
Génesis hasta el Apocalipsis. Recordemos que la mayoría de los
profetas, quienes a través de los cuales la Biblia fue escrita, vivieron en
diferentes épocas de la historia, en diferentes culturas y no se
conocieron entre ellos. La única explicación razonable que se puede dar
por esta coherencia, es lo que todos ellos declararon con una sola voz:
que ellos fueron inspirados por el único Dios verdadero. Estas
afirmaciones no fueron mantenidas en secreto o manifestadas en forma
de intento o en titubeo, sino que fueron afirmadas públicamente,
repetidamente y sin temor alguno.
En el Antiguo Testamento cientos de veces es hecha la declaración de
que Moisés y Los profetas bíblicos no fueron inspirados indirectamente
a través de un ángel (como Mahoma y José Smith, dicen que ellos
fueron) sino que declararon qué ellos personalmente habían escuchado
del Dios mismo.
En el libro de Job, el cual se cree que es el libro más antiguo de la
Biblia consideremos esta poderosa declaración:
“Yo sé que mi Redentor vive, y que al final triunfará sobre la muerte. Y
cuando mi piel haya sido destruida, todavía veré a Dios con mis propios
ojos. Yo mismo espero verlo; espero ser yo quien lo vea, y no otro” (Job
19:25-27).
Aquí Job claramente declara que su cuerpo físico será resucitado, aún
después que haya sido comido por los gusanos en la sepultura. Él
también sabe que el Redentor, quien hace esto posible es el Ser Eterno,
quien un día vendrá a la tierra y él (Job), en su cuerpo resucitado, verá
al Dios infinito con sus propios ojos. Y también será igual para con
nosotros. ¡Esta posibilidad es imponente, formidable, asombrosa hasta
el punto que da temor y si fuera aún más real, podría transformar
nuestras vidas!
¿Puede ser posible que el Redentor, que también es llamado el Salvador
y a quien se refiere Job, sea el verdadero Dios? El no lo dice
directamente, pero la implicación está allí. Así como los subsecuentes
profetas, como Isaías, lo dice bien claro: “Yo, yo soy el Señor, fuera de
mí no hay ningún otro salvador... Vuelvan a mí y sean salvos, todos los
confines de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay ningún otro”. AH! que
grandioso pasaje. Por lo que vemos, es que ¡Dios, el Creador de todo, es
el Salvador quien se transforma en un hombre y muere por nuestros
pecados en la cruz!. -Wou Rodi, estas alucinando, pero continuemosLos profetas que vivieron después de Job, y que escribieron las
Escrituras adicionales, y añadiendo detalle sobre detalle, nunca
contradijeron lo que fue dicho anteriormente o lo que se dijo después. Si
comparamos la Biblia con libros de otras religiones, vemos que no
existen profecías en el Corán, en los libros hindúes, en las enseñanzas
de Buda o Confucio, o en las escrituras de otras religiones, todas las
cuales contienen muchas contradicciones. La Biblia es el único libro
que contiene profecía.
La coherencia perfecta de la Biblia es nuestro enfoque presente y
principal. La primera mención de la promesa del nacimiento por
intermedio de una virgen del Redentor y su venida a la tierra, es
encontrada en el pronunciamiento del juicio por parte de Dios cuando
le habló a la serpiente que había engañado a Eva: “Pondré enemistad
entre tú y la mujer, y entre tu simiente y la de ella; su simiente te
aplastará la cabeza, pero tú le morderás el talón”. La rebelión causó la
muerte de no solamente Adán y Eva pero también de todos sus
descendientes, causando un abismo, una separación profunda, entre la
humanidad y su Creador. Una reconciliación temporal fue otorgada con
la muerte de animales sacrificados; primero con la muerte de animales
para obtener la piel con la cual Dios cubrió la desnudez de Adán y Eva,
cuando los echó del Jardín del Edén y les retiró Su presencia de ellos; y
después en la oveja que Abel hasta que el Mesías viniera y pudiera
pagar la pena total.
En Isaías, el asunto se aclara aún más. Un bebé varón nacería, “Porque
nos ha nacido un niño, se nos ha concedido un hijo; la soberanía
reposará sobre sus hombros, y llamará su nombre: Consejero
Admirable, Dios fuerte, Padre Eterno, Príncipe de paz” hasta Su ingreso
triunfal a Jerusalén.
El tema del cordero, que comienza en Génesis como una promesa de la
venida del Mesías, quien pagaría el castigo por los pecados de la
humanidad, es progresivamente desarrollado por los profetas y
apóstoles a través de toda la Biblia, en el Antiguo y en el Nuevo
Testamento. “¡Aquí tienen al Cordero de Dios, que quita el pecado del
mundo!” que viene a culminar con el enfoque celestial del cordero que
murió por los pecados del mundo, y el eterno trono de Dios será
revelado finalmente como “el trono de Dios y del Cordero”.
Se profetizó también que el Mesías sería inmediatamente traicionado
por 30 monedas de plata, sería rechazado, y crucificado. Esta profecía
fue dada 500 años antes que se conociera la crucifixión. Los profetas
declararon que tres días después el Mesías resucitaría de entre los
muertos, se haría presente ante los discípulos y después ascendería al
cielo.
Cuando el evangelio fue predicado a sus contemporáneos judíos
después de la resurrección de Cristo, los apóstoles recitaron estos y
otras numerosas profecías, que fueron dadas por adelantado para que
así el Mesías fuera reconocido inmediatamente en Su propia tierra y por
Su propia gente cuando vino a vivir entre nosotros.
Esta manera de predicar el evangelio fue el ‘modus operandi’ de los
apóstoles y todavía continúa siendo la mejor manera de compartir el
evangelio hoy en día, aunque a veces es descuidado.
También, no cabe duda que existe numerosos evangélicos que predican
la verdad bíblica, pero al mismo tiempo no lo demuestran con el
comportamiento de sus vidas. La posibilidad de ver a Jesús, cuyos ojos
son “como llamas de fuego” y a cuyos pies Juan, el discípulo que Jesús
amó, cayó “como muerto” debería despertar, debería suscitar el temor
de Dios en nuestros corazones. Deberíamos de pensar en esto muy a
menudo y temblar. Por una parte, la posibilidad de encontrarse uno en
la gloria con Cristo, el cual nos ama tanto y que en una gran agonía
sufrió por nuestros pecados, nos llena de entusiasmo, emoción y de
gozo anticipado, pero al mismo tiempo nos debería llenar con asombro y
con un temor que nos obligue a cambiar nuestras vidas.
La esperanza de ser arrebatados de éste mundo en cualquier momento,
tendría un poderoso efecto purificante sobre nosotros. Mucho de lo que
nos parece ser importante en nuestras vidas tan ocupadas, se verían
reducidas a algo trivial si la luz de la eternidad brillara sobre ellas.
Tomemos por ejemplo nuestra suprema ambición, nuestra codicia más
irresistible, nuestro placer más grande, nuestra pasión más querida y
tan pronto como le agregamos la muerte a éstos deseos, todo se reduce
a la nada. Qué triste es que recibimos esta sabiduría solamente cuando
la muerte está a nuestra puerta y sabemos que es inevitable.
Aunque todos nosotros hemos pecado y estamos destituidos de la gloria
de Dios, maravilla de maravillas, “el Dios de toda gracia (nos) llamó a
Su gloria eterna en Cristo”. Vaya final!!!.
Cuando veamos al “Señor de gloria” en gloria, “seremos semejantes a Él,
porque lo veremos tal como Él es”. ¡Qué glorioso, eterno día, habrá
amanecido por fin!
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