A>o ÍI. —NcM. Gi. * BiRCELoiíA 31 DE DICIEMBRE DE 1800. * 20

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A>o ÍI. —NcM. Gi.
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BiRCELoiíA 31 DE DICIEMBRE DE 1800.
*
2 0 CÉNTIMOS
La reina esperó miicho rato el regreso do su amado;
La civilización refina y blandea las costumbres.
Diríaae que la voluntad se deliilita conforme d en- al fin, óste volvió: volvía pálido, anhelante, con el
tendimiento se agranda y fortalece, y las pasiones .brazodereeho ínanchado do sangre. Ella le abrazó.
son niiVs suaves, los deseos miVs razonables...
" ^' -.- — ¿Le mataste?
De suerte que, cuando interrumpiendo la lAnf^üiíni -?' - S i .
monotonía de nuestra decadente .sociedad, llega hasta
—-¡Oh! ¡Eres valiente!
«
nosotros un eco de ios pueblos salvajes, quedamos
suspensos, admirados, del poderlo avasallador que íá-fí' El procural)a ocultar el rostro, como si oatuviose
avergonzado. Ella prosiguió:
materia ejerce sobre el hombre primitivo...
— Pero, ¿cómo le venciste, pol)re niño, á 61, tan vigoroso, tan temerario?
* *
— Luchando frente á frente, provocándole...
Su querida le abrazó, y probablemente su varonil
Un periódico de MilAn publica la entrevista celebrada entro Uno de sus redactores y el Rdo. Edmundo corazón de amante criminal, experimentaba ese plaCapprini, que ha vivido durante muchos años entre cer que sienten las mujeres cuando tienen la conviclas divei'sas tribus que habitan el interior del Sudán. ción de hallarse entre los brazos do un hombre supeLa leyenda referida por el misionero italiano, es rior.
Al dia siguiente, cuando varios individuos enconun verdadero drama, un drama lierniosisimo, en que
aparece la beatia hmnavaen toda su solemne grande- traron, á orillas del lago, el cadáver de Ageti, toda la
tribu se amotinó, prorriinipiendo en gritos feroces de
za; celosa, vengativa, valiente...
dolor y de venganza, mientras la reina se prepaLa esposa de un reyezuelo sudanés, llamado Ageti,
tenia un amnnte. FA rey, coiiio ocurre generalmente raba á representar su pa|)el de viuda inconsolable. El
en los pueblos salvajes, era el hombre uiAa vigorostti^ cuerpo de Ageti fnt^ colocado en el salón principal de
de la tribu; un atleta de ocho pies de estíitura, con" la choza que servia de palacio, y durante dos dias el
músculos miguelangílicos, que diría Dauílet; y tau pueblo se entregó A las demostraciones do duelo más
fuerte, que ahogaban una liiena con las manos, y tan ruidosas.
Hasta que una tarde, habiendo logrado la reina
Ágil, que alcanzaba il los avestruces ¡^ la carrera. Capprini, en fin, nos traza una pintoresca descripción de quedarse á solas con su amante, so pretexto de velar
este personaje, ofreciiíudonosle como un Mitridates, el cuerpo del augusto finado y de poder entregarse ¡I
aquel terrible rey del Ponto, insensible A los ^•eneuos su dolor más libremente, tuvo el antojo de examinar
más acti\-09 y que saltaba un obst.-lculo de siete metros por si misma la herida do Ageti. El matador palideció
hasta la lividez. La viuda acercóse al cadáver y aparde altura.
tó el lienzo que le cubría, examinándole atentamente
A pesar de las recomendables cualiilades físicas de el vientre v el pecho... Pero, con gran sorpresa suya,
Ageti, su mujerno lo amaba, traicionilndolecoii cierto no vio herida alguna.
mozalbete hijo de uno de los principales guerreros de
— ¿Qn6 es esto? :—preguntó volvióndose hacia su
la tribu.
amante.
¿Cómo empezaron aquellos amores? ¿De qutV medios
Este no respondió.
se valía la reina para burlar la celosa vigilancia do
Entonces ella, obedeciendo á un repentino presenAgeti y de los eunucos encargados de su custodia?... timiento, dio media vuelta al cadáver y descubrió en
Capprini no lo sabe, ¡¡ero lo cierlo es que los amantes medio de la es|)alda el bo(|uete abierto por una trese velan amenudo y que la infiel llegó íi sentir por su menda puñalada.
galán una pasión desbordada, irrefrcnalde. Entonces
— ¡ Ah, miserable! — gritó la reina; — ¡le mataste á
liubo de sentir que su anlipatia hacia Ageti aumenta- traición!
ba; odió iV afpiel gigantón, con su cabeza de bruto y
— ¡Perdón! — murmuró el joven arrodillándose.
su labio inferior atravesado [lor un bezote de oro, que
— ¡Cobarde, asesino, asesino!...
siempre la maltrataba para poseerla; y acarició ^la;
En aquel uiomentosn noble corazón de hembia idóesperanza, de entregarse á su amante completamente:
latra de la fuerza y del valor, debió de sentir un odio
esto es, de pertenecerlc. de no ser de nadie... Y para
ello, su alma sencilla y biaviu de salvaje no vio más horrible hacia el traidor, porque lanzóse coniomia loca
fuera del palacio, gritando:
que un uicdin: asesinará Aírcti.
— ¡A(|ui tenéis al asesino de Ageti! ¡Venganza,
Todas las probabilidades nnieven á sui>ouer (pie la venganza!...
impetuosa reina obligó á su amante ;i escoger entre
A sus voces aciuiieron los gucrreríis que ]tor allí
su caiiño y la-muerte did rey, y el joven, que amaba andaban, los eiiales-se apoderarfMi del joven, í|uien,
ciegamente á su querida, optó por lo segundo. . . tras mi juicio sumarisinio. fué sometido á los martirios más crueles, descuarli^ado vfiuemado...
^ Agcli ha salido solo á cazar liicnas; lir encontrarás en un claro del bosque, junto al lago.,. Vele, si
quieres que yo cnn!inú(^ siencio tuya.
;Y qué hermoso poema de dolor podria componerse
Así habló la reina al joven y óste, fascinado por la
con la historia de esta reina salvyje, cuando se enconhermosura de su Venus negra, obedeció.
El dranni, añade Capprini, oi;urrió en las primeras tró sin marido y sin amante, y con el recuerdo desús
horas de la noche, cuando la luna empezaba á desta- dos crímenes!...
L. DE MONTEMAR..
carse sobre los árboles del bosque.
Él cnejop
pepiamé
La ci'cacióu de la mujer fin-, unn fantasía de Dios.
EstoAufi^iistopersonajefonnó las imijcres: las rubias,
las morenas, las boruiejas, para dedicar sus momentos de enojo, íi contemplar las hit-has do amor, y ver
cómo las mujeres se arrojaban en los brazos do los
liombrcs.Estos son placeres do pachrt, es cicrtoí pero,
r;quién so atrevería á afirmar que los pach.is no son
excelentes y delicados maestros en el arte de gozar?
Sus ojos debian fatig-arsc con la constante contemplación de aquel espectáculo, y entonces Dios-Pach.-t
hizo en la piel
do las rubias, '
do las moronas
y do las l)ermejas una inyección de un perfumo característico, con una joi'inguilla perfeccionada.
¡Ya estil aclarjiiio cl misterio!
Las morenas tienen su perfumo
especial,otro las
rubias y las bermejas cl suyo.
A causa do la
mezcla de las razas, estos perfumes se han cambiado; de aquí
que muchas ^•ecos al aspirar el
peí fume do una
mujer encontramos la iníinifa
variedad de los
olores posibles.
¡ Dichosos los
enamoi'ados que
saben extraerde
las llores de su
amada los exquisitosoíluviosque
constantomento
exhalan: en esto
perfume personal ostiL el secreto del irresistible influjo do las
mujoros: la fuerza de las morenas, la dulzura
sujestiva de las
rubias, el predominio feroz y
poderoso de todas vosotras,
adorables mujores, que tenéis
loa cabellos parecidos A los de las furias.
•ni
*
*
El perfume carnal de una mujer se encuentra en
todas partes. Penetra en sus vestidos, se esparce por
la casa: sobre todo los objetos quo la mujer toca, sobro
todos los muebles en queso reclina: on todas las haVataciones en que se entrega al amor, ííota yvollvjca,
cl sublime perfume que su carne despide.
Un hombre no puede percibir esta esencia avasalladora y fugitiva sin que las ventanas do su nariz so
dilaten, sin que su sensualidad se despierto v sus deseos hablen.
Los llamamientos al placer son fuertes ó débiles se-
gún la potencia y la delicadeza del perfumo femenino.
¡Oh! no son las embriagadoras rosas las que poseen
el mejor peí fume, la flor de mejor perfume puede aspirar, cuando niiis, á parecerse iV la encantadora flor
que se encuentra en el alabastrino seno de la^! mujeres,
y que semeja un diminuto ramillete puesto en la cima
de una montaña de mármol. Esta flor que tengáis por
la primera en belleza y perfume, tiene cuando más la
fisonomía y el olor de las vírgenes púdicas que sueñan
todas las noches con ángeles perversos que las acarician; vírgenes tra^•icsas, capullos indefinibles de mujer (|uo se adormecen con la boca entreabierta, la
frente soñadora y todo el rostro envuelto en la inefable expresión reveladora del pueril contento y la fatiga que han
encontrado a l
adivinar infinitas cosas desconocidas.
• *
**
r.Y pl sublime
poi-fume?
Es peligroso
porque tiene cl
penetrante olor
de la verbena,
esa aromática
planta que produce grata sensación á los delicados, y temíb 1 c s e m 1) r i a gueeesálosque
la aspiran con
afán y sin cuidado.
Es el sublime
perfume de Mariquita, la princesa cuya mirada doslumbra y
daña, do Mariquita la princesa p e r v e r t i d a
que reparte sus
caricias y sus
flores entre sus
n u m e r o sos
am a n t e s , con
la misma indiferencia conque
en los bautizos
so arrojan á los
machadlos los
confetis
que
ellos reclaman
gritando.
Cuando se aspira con afán el
perfumo de una
mujer, se queda ligado á ella
por toda la vida.
El Intimo perfumo do las morenas, es la \'oluptuosa esencia que penetra en el alma y anima el cerebro.
Ali amada es morona.
Sus senos son blancos como la nieve, sus miradas
liioren. Es la incomprensible amada que adora y os
adorable, porquc'se entrega por completo, porque sabe
hacerse dueña del que á ella se entrega, porque es la
imagen de la voluptuosidad natural y sana que prodiga adormecedores besos de amor.
Tiene mi amada el perfumo de las fieras hembras:
mezcla de perversidad v de amor celoso é indomable.
Es el vino mezclado con cl absinto; el haschich
unido A la verbena*, la violeta mezclada con el extracto
de I-osa.
Lujuña extraña é indefinible que embriaga y seduce, que mata vivificando.
* *
El cuerpo de la mujer, formado de ílorcs y do carne,
es la confusión de los mejores perfumes.
Todas las flores han dado las esencias más delicadas
para formar la carne suave y lujuriante de las mujeres.
Vuestro perfume, mujeres, más que vueatra hermosura, es lo que seduce al amante y le esclaviza A
vuestra despótica fantasía, lo que rinde al hombre ¡i.
vuestro glorioso poderlo de adorables reinas. Adorables reinas, que sólo debierais maltratar A vuestros
amantes con manojos de flores delicadas.
JOAQUÍN SEGURA.
Disección sobre un vivo
Madrid íl de Marzo de Í84fi.
«Querido de mi alma:
-i'áp'
'Ayer no pude ir A verte porque á mi marido, que ' '"
tiene el don de desbaratar con sus importunidades loa' .--.
planes mejor dispixestos, se le ocurrió il última hora
salir conmigo. No tuve ningún pretexto para eludir
su invitación y cedí. ¡Qué tarde tan aburrida!... Aunque, si ho de ser franca, debo decirte que nunca se me
antojaron los hombres tau guapos: todoa se parecían k tí... ¡Tan obsesionada estaba por tu recuerdo!
Tu última carta me ha gustado mucho.
¡Ah!... ¿Seril cierto que me quieres tanto como diccaÜ ¿Ko hnbril en esas palabras arrobadoras cu que tan
brillantemente ponderas los refinados (juilates de tu amor, algo de hiperbólico y do novelesco?... ¿Es verdad
que mi carne enciende en la tuya deseos insaciables, que mis caricias tienen la rara capacidad de reanimar indefinidamente tu pasión, y que el recuerdo de mis hechizos constituye la obsesión ineluctable de tus noches?...
¿Es cierto que mis ojos miran como no saben mirar los de ninguna otra mujer?
¿Es cierto que mi cuerpo, este cuerpo vicioso que tu has besado tanto, tiene un perfume sui géneris que tti
sabrías reconocer entre ofros cien?...
Dímelo, repítemelo una vez y otra, que de tus palabras, voluptuosas y dulces como un epitalamio, no
me sacio nunca.
En tu carta afirmas también que tienes celos terribles de mi marido, el lirano legal de mi libertad y
de mi vida, y de mi hijo...
¿Por qué?...
¿Qué puede importarte que mi esposo me dé su
apellido y su casa, cuando mi corazón y mi
pensamiento y mi cariño y toda yo, en lin,
en cuerpo y alma, te pertenezco?...
• En cuanto á mi hijo... puedes considerarlo
como tuyo. Si, Ricardo, es tuyo, lo sé...
Y sí, como espero, es varón, llcvarj'i el apellido Vélez, de si; padre, pero so llamar.-l líicardo, como tú, como su verdadero padre.
¿Te acuerdas de que hace dos meses, tal
como hoy, estuvimos enmiendo en el campo?
Hay dlíLs inolvidables.
Adiós.
Piensa en mí. Mañana fe esperaré en el
sitio y hora de costunil)re.
líeciho, entre tanto, sobre los labios, mis
mejores besos.—Caroí/íia,»
Esta carta, descolorida ya por el tiempo,
la leía líicardo Vólez, el hijo de Carolina,
treinta años después..,
Madrid, .V de Enero de lS8ñ.
• Mi qxicridisimo Antonio:
Merced á los oportunos cuidados del médico y de Ricardo, que no se aparta da mi
lecho, ni aún para dormir, me
encuentro ya fuera do peligro.
Mi pobiT, inai'ifio, íuorz.a es reconocerlo,' im hecho poi-mi lo qxie nadie, ni nún mi ¡iropia in.arire, Imbicivi*^
hecho en su Ing'flr; y tanto me enternece su abnega- k
ción, qiuí sino fuese contigo. ¡I quien'idolatro cieg'a-1
mente, no seria capa/- de traicionarlo con n a d i e . ,
Tu carta nie;la entregaron ayer. En ella te mucs-""^
ti-as receloso y'desconliado acerca de los verdaderos i
motivos provocadores de mi enfermedad. Uicardo, en
ciimbio, nada dice, nada sospecha, y ha aceptado la ,•
leyenda de que dos ladrones habian asaltado nuestra
casa durante su ausencia, con el crédulo candor de
un niño grande. Mientras que ti'i...
Pues bien, si; he do confesarte la verdad, aún A
trueque de lastimarte, pues comprendo que, una ven
conocida la pista de mi secreto, no te seria difícil
avcrig'uarlo completamente.
¡Ay, Antonio de mi alma!... Los dos hombres que en
la noche del jueves allanaron mi casa no fueron A roldarme, sino il aeducirnie. Ya supondrás quienes eran:
nii primo Cesar y Roberto... los eternos perseguidores
de mi virtud.
Perdóname si te lo dig:o todo, pero lo hago asi para
qiie obres en consecuencia y no puedas decir nunca
SITIO te engañe.
•^1 líl jne\Ts por la mañana líicardo se marchó al Es•'corial con dos amigos; el dia lo pasé en casa, repac sando la ropa vieja, y en cuanto llej^'ú la noche, me
S acosté. La ,'ci-iada, á quien seyún ci'co, aoboi-nú César,
había salido so ¡nctexto de velar iX su madre en) ferma. Yo, por tanto, me hallaba completamente
I sola.
Las once acababan de dar, cuando sentí en el salón
1 un ruido muy leve, casi imperceptible, como ei empujasen una puerta; la de mi dormitorio había quedado abierta. Llena de miedo salte del lecho y corrí á
cerrarla, pero no pude porque en aquel momento aparecieron C»'sar y Roberto.
Presa de un terror couvulsivo retrocedí basta la pared, agitando los brazos como una luca y sin
p o d e r arruni'jir
de mi garganta.
ni un solo grito.
Kilos se acercaron, sujetándome
por las muñecas,
sonriendo de un
modo horrible y
diciendo algotiuo
nopudeenlcnder,
Pasado el primer
instante de estupor, sentí cierto
orgullo al verme.
deseada tan ard¡ent(>meute;pero
c a s i al m i s m o
tiempo me pareció todo aquello
tan obsceno, tan
In'utal, que empecé A defenderme.
Pensando en ti,
en que te ofendía,
Antonio de mi alnia, luché como
una hieiia. Pero
eran dos hombres,
dos homlíres que
se habían
juramentado p:ira perde r m e, y
luibc... d e
rendirme A
los dos...
He estado
enferma del
susto que
entonces
recibí, pero
ya me siento casi restablecida.
Adiós...
Acuérdate
de mi y perdóname. Pronto nos veremo^' Te abraza
estrechamente tu— Ueatriz."
*
La fatalidad consintió que esta carta también llegase íl manos de Ricardo Vélele, muchos años después.
Y aquellas dos cartas escritas en fechas tandiferentcs, parecieron coaligarsc para consumar la misma
obra, idéntica operación, la operación horrible de disecar d un vivo...
Un muerto vivo que ya no podría creer en la pureza de su madre, ni en la fidelidad de su esposa. ¡Las
dos únicas mujeres de cuya virtud los hombres honrados no suelen dudar nunca!...
EDUARDO ZAMACOIS,
Ceoio y figapá...
Inocencio Martínez era un hombre que,
ti"atAndose do asuntos íimorosoa, inerccia
ser clasificado entre los g-alanes iufíitigables y do armas tomar.
Filósofo epicúreo por temperamento,
habia hecho de su existencia una saturnal
continuada; y recordando aquella amarga
lamentación del lírico latino*
¡Cuan fagacos loa años
¡ay! so deslizan, Postumo!...
Procuraba aprovechar loa suyos, no cicateándole al cuLM-po nlugiin rey^alo.
Entre los alimentos, siempre escogía los
más siiperHnos.
Entro los vinos, los más generosos.
Y entre las mujeres... (recreo y divertimiento supremo de la vida), procuraba invariablemente quedarse con las más bonitas.
Divertirse y darle A Barrabás por la vena del gusto, constituía para Martínez una
especie de obligación, y asi como hay mu• chos individuos metódicos que acostumbran il hacer examen do conciencia para
'sabeV exactamente cuántas horas consagraron il la virtud y cuántas á la holganza ó al pecado, así don Inocencio solía recapacitaren sus placeres, dividiendo losdías del año, cual Tenorio, entro las mujeres conquistadas.
Uno, para enamorarlas,
otro para abaudonarlas
otro para consosuirlas,
dos para substituirlas...
Martínez, ciertamente que no sumaba tantas hazañas como el legendario aventurero sevillano, pero, de lodos
odop cuanilo tlíns atvAs se puso rt, recortlni- los íimovosos enredijos soslcnidos durante el presente raño no pudo
p.nos'dc sentirse satisfecho. — ¡ Bonditn sea — pcn-V» — osle IS'rj!.,.
La noL'ho del ] . " do Enero
la distrajo ag-radablemento
con una actii^-. ilaliana quo
eayó entre sns brazos pon[ue.,
seg'ñu deelan'i, aentia por lodos los viejos adinerados nna
inelinación ir resistí ble. Después de esto don Inocencio,
que C3 muy alieioiíado ¡V la
jl'cnte de teatro, celebró cariñosas alianzas i uto rúa (.'ion a les
eon ^'entiles cantarínas do Inglaterra, Francia, Alemania,
etcótera, etc.; y muchísimas
zamliras g-enuinamcnto españolas, fon nn'is de cincuenta ó
sesenta mujeres de por aquí...
Asi [ué que al llegar esta
ñUima semana do Diciembre,
don Inocencio,tanto por echar
una cana al aire, como para
justificar aquel refrilu según
el cual, í-lo quo bien empieza,
bien acaba," ([uiso celebrar
las últimas íioras del año con
nna orgia silenciosa, pero terrible, aniquiladora, do esas
que deben de consumarse en
las harenes orientales.
f.Y, (|ulén seria capaz de tirarle la primera piedra cuando todos, bien por un concepto i'i por otro, practicamos el
"genio y (iguraV...»
Do suerte que, casi podemos
fiar que para el avisado Martínez, la Nochebuena fué la
del ;u do Diciembre.
Cuando ya muy tarde, después del teatro, roiíresó A sn en«fl ,.«
'
•
/.j.1.,-
%
^
,
•
.
.
—¡Aqui estA d o n Inocencio!
— ¡Vivft RI n b u e l c t e ! . . . •
U n a (le cHas le, metió o.\ sombrero
liasta los hombros d e u n pnñotnzn; In
o t r a ](' qiiiti') el g-abAii, y cnn iiqiicllo
(lió ¡irincipio la tiesta. M a r t í n e z c o g i ó
:'i l'ilar, q u e e s t a b a en p a n t a l o n e s , y
empezó á d a r l a azotes; m i e n t r a s F r a s (|nita, s n g e f i l n d o l c e l brazo Hngoladnr.
prociiralia d a r l e la z a n c a d i l l a . Al lin
conaiguiernn d e r r i b a r l e sobre la nlt'ombrn cuAn larg-o e r a , y después de
mnclia gorja y m i d o , foncl oyeron por
acostarse los t r e s , o c u p a n d o el c e n t r o
ilon Inocencio.,, por e u m p l i r tal vez.
ú n i c a m e n t e , u n a ley de s i m e t r í a .
Con q u e víi p u e d e n ir r e c i t á n d o l e á
este afortiiníido c i u d a d a n o . . l o de:
¡Caán fugacoa loa RÜOS
¡ay! SQ deslizan, P o s t u m o !
P o r q u e él dirjl;
— P u e s , no se deslizan del totlo mal:
Ya v e n u s t e d e s , e n t r e dos mocitas de
b u e n v e r , . , si los señores n o m a n d a n
otra cosa....
lí.
ARMANDO
DRAMA
SIN
ORSENLACE]
A u n está, por oacribir;
v a 6. ser .loncillo y v u l g a r ,
por oatolo h a u do a p l a u d i r
los mareiíoa á r a b i a r .
Tieue situacioQss buenan
quo SQ p r e s t a n ¿ de.^plante3.
A h i v a n a l g u n a s escenas
de las má>B i n t o r c s a n t e s , '
ACTO I
(En u n a butaca Arm&ndo,
y sobro la mesa Jíita
que se presonta bailando
como la Bella Chiquita.
Decoración do salón;
g r a n lujo en las c o l g a d u r a s .
Al empezar la fonción
sa e n c u e n t r a la escena ¿ osearas).
Armando —¡Enciende la luz
que quiero v e r t e bailar,
aes si h o y viene el avestriiz
6 t u marido, á, cenar,
a u n cuando t ú n o le esperes,
t e n d r á que salir á, escape.
—¿Vas & h u i r ? . T ú n o me quieres!
—(Vaya u n g u s t o que me a t r a p e !
—¡CioloBl (deviudada y fría)
¡es él!... se v ¿ aproximando...
—¡Adiós, n n beso, alma mía!
—¡Ay! ¡Cómo t e vas, A r m a n d o !
—Si, y en este beso a r d i e n t e ,
t e doy promesa formal
de u n i r m e & ti e t e r n a m e n t e ,
ciiando m u e r a ose a n i m a l .
(El marido, e n t r a n d o á, tientas)
—'(•De qué a n i m a l se h a b l a aquiV
Armando.—O t ú me r e v i e n t a s
ó yo t e ro i^iento & til
(Cornelio enciende el quinqué).
(Con ira.)
—¡Infame! [Ladrón!
—.Tesús!
—¡María!
—¡Josél
(Se nye u n a detonación.)
lAruinndo cae moribundo
y entr.> t a n t o que agoniza,
(<Qn Cornelio, furibundo,
rta á su e.'.poria n n a paliza.
DeHpuée, - oje uno pistola,
ue pega uu tiro on la sien;
§
—Ando usted con tiento, ^oh?
—No h a y temor señora, ¡bah!
B i t a , muere por si sola
y don Cornelio tambiénArmando (muerto)
—¡iVunquo estoy
difunto, j u r o v e n g a r m e ,
pues mo siento, p o r quien soy,
capaz do resucitarme!
ACTO I I
firmando, solo. (Va abriendo
la boca muy deapadlo.
Medio llorando y riendo )
— I Q Q O alegrJa, resucito!
(Resucita) f^diónAQ estoyV...
fi,Y esto es resucitar!*
^,De modo que h e m u e r t o h o y
y y a me iban á, onterrarV
(Dándose nn golpe on la fronte.)
Y a recuerdo lo que h a sido,
¡que h e m u e r t o traidoraraonto
á manos do su marido!
Más y o siempre h e de a d o r a r t e .
¡Hita! Ya que te m a t ó
j u r o , y o r estas, v e n g a r t e ,
como do ti so vongó!
ACTO I I I
(En esta decoración
so r e p r e s e n t a el infierno.
Al l e v a n t a r s e el telón
está oscuro y h u e l e & cuerno.)
Rita —¿Porquó te h a n t r a í d o
t esta ráanflión horrorosa?
Si yo me la llevo a usted
como quien n o lleva «ó- • •
Corneíio.—¡Por buen marido!
—Puos ¿y á mi?
—;Por mala esposa!
—(¡Y Armando?
—¡También murió!
¡Castigué su villanía!
Armando (saliendo)
-¡No!
¡no me b e m u e r t o t o d a v í a !
—¿Poro estás vivo, malvado?
—Sí, te puedes convencer;
¡ayer he resucitado,
y v e n g o por tu mujer!
Rita—[Armando,
ven por mil
Oomeito.—¡Infames! ¿Queréis
escapar vivos de aquí?
¡Paos no lo consGguiróis!
^Cumpla la ley su destino
"S'a qne como Ipy le plugo,
absolver al asesino
disfrazado do v e r d u g o !
Si antes so, r o b u s t o y sano,
que les puedo fusilar
con ol código on l a m a n o ,
¡qué me h a b l a de m a t a t l
(Mientras, so h a ido a p r o x i m a n d o
dorecho al bulto; después
d á t r e s cornadas 4 Armando
quo caerá m u e r t o á sus pies.)
TELüK
A r m a n d o h a de e s t a r
m u e r t o , h a s t a ol acto s i g u i e n t e ,.
que vuelve á r e s u c i t a r ,
y asi Bucosivamonte,
JOSÉ
BEISSA
Sin duda los vecinos estaban
ausentes ó dormidos, porque todas las ventanas se hallaban cerradas, excepto tres, que aparecían perfectamente iluminadas.
Kn una de ellas, se desarroIlal)a
una escena en extremo interesante...
Una mujer joven y ^•cs1ida ligeramente, procuraba despertar
ii un individuo que dormJa apoyado de codos sobre una mesa: c'-l
jiaretia borradlo; ella accioimba,
iiiviti\ndole á dormir.
—SerAsn marido—pensé.
Al lin, e! caballero se levantó
y ambos desaparecieron: supuse
que estarían acosti\ndose. Pasaron algunos minutos, más de diez,
.negó reapareció ella, con un
chaleco, cuyos bolsillos empezó á
registrar escrupulosamente.,.
Kntonces cambié de opinión: —
No puede ser su marido— me dije— cuando espera A verle dormido para quitarle el dinero...
¿Quién será, pues?...
I\Ii vecina sacó varias monedas; luego un billetito de Banco
plegado en cuatro dobleces; de.spues un reloj de oro; todo lo iba
dejando sigilosamente en el Yugulo de una mesa.
Enseguida apagó la luz...
Dejé de mirar hacia allí para
fijarme en otra habitación.
£1 mundo por dentro
La Imbitación quo ocupo en la fementida casa de
luii'spedes A que mo luí confinado In cortedad de mi
sueldo, es un legítiino zaquizaini estudiantil; larfío.
estrecho, con uncatrecüli» de liien-o, dos sillas de madera, ni muy limpias ni muy sólidas, y una mesita
cargada de libi-os.
Lo mejor (lo uii cuarlo es la ventana, abierta soliro un palio rectanj;i'ular, obscuro, luuiíedo y profundo.
Por las uociiey, como ios inquilinos de los distintos
cuartos suelen encender luz. las íinbitaciones est;\n
iluminadas, (¡uedando convertida mi ventana en un
verdadero observatorio; un observatario delicioso
desde el cual voy acostumbrihidorne A conocer el
unmdo por dentro.
|Y i)reseiieio cada escena!... Como no la Im imaginado el mejor de nuestros saineteros.
tina mucliaeha, como de veinte años, iba y venía
por su cuarto, traginando. Estaba en camisa; una caniisa muy fina, muy coquetona, A, través de la cual se
insinuaban, con lujuriante precisión, loa contornos
del cuerpo.
Yo lo veía perfectamente.
¡Tenia unas caderas!
¡Y unos brazos!
¡Y una garganta!...
¡¡El delirio, caballeros!!...
Después se liincó de rodillas en un reclinatorio y se
puso A rezar.
Todo aquello me pareció muy edificante, muy natural, muy inocente... si no hubiese visto un pie do
hombre, con calzado de calle... ¿Quién podia ser aquel
intruso?...
ríSerla su esposo?
,':Seria su hermano? Serla...
Y'... lo confieso francamente: me formé mnl concepto
de mi vecina, rezadora,
Esta Nochebuena pasada volvi de la calle muy tarde, y antes de acostarme tuve el antojo de lanzar una
mirada al patio desierto y lóbrego íi través de los
cristales de mi observatorio.
Xo tardé, sin embargo, en apartar mis ojos de allí
para fijarlos en In ventana fronteriza i'i la mía, A través de cuyos cristales pude percibir una serie de interesantes y dramáticas escenas. Un hombre y una mujer estaban acostándose; el lecho se hallaba delante
del balcón, y conio niiiynno de mis dos vecinos tuvo In precaución
de apagav la luz, yo les disting-ui;! príi-foctaiuente. Ella se quitólas
enag'uas, lueyo el covs6, enseguida los pauUiIones; era joven y inuy
bonita. Entonces iVl se acercó y la besó en los labios.
f^Ellii echó A correr...
El, {pieriendo perseguirla tropezó con una silla qiie cayó al suelo,
V ambos rompieron A reír.
T- Mi vecino parecía muy excitado y se pasaba reiteradas veces la
Pmano por la frente.
* La joven, le conjuraba A callar, llevándose el Índice A los labios.
¿Por qué aquellos miramientos? Aguzando el oído pude sorprender algunas palabras.
—Estáte quieto. Ven... Calla, que la inquilina del cuarto bajo nos va ¡I sentir...
— «Parecen recién casados» — pensé yo, que he nacido para decir bien do todo el mundo. Lo que s i m o
admiró mucho, í\i(- que ¿1, parn acostarse,
solo se desuncíase tie medio cuerpo arriba. H a e i a u n Inienvato que estaban en la
cama, cuando... ¡ülin, tilin, tilín!... resonó en el cuarto un terrible campanilleo.
Mis dos vecinos se hnbian incorporado instanlAiieaniciitc, lanzando un g-rito de liorror, y apat^aron In luz...
•^V-Q"*^ P'isó después? r.Sf'-i'In'n amantes?
y aquel desaforado camjjanillazo, ^:anunciarfa la lleg;ada del
esposojVcng-at¡vo?...Pero yo, recelando ser te.stig'o'dc un drama,
ya no quise vor unís y cerré la ventana.
Y si esto haceuMos que no se recatan'de cualquier vecino curioso, ^qné no hariin los amantes discrotos"que, antes de abrazarse,
cuidando tapar con un pañuelo hasta el ojo de la llave?...—S. j
Germinal
SALVADOH GOKSUEa AWAYA
de todo lo social; si amnn mis nervios,
DO tionon que dar cuenta cuando quieren
ni al mundo, ni é, !a moda, ni al cerebro;
aman como los cafrps; como ama
el sol ou el desierto;
[hasta la int^olaciún; batita la fíebro!
¡Hasta que hiervo el locho! . . .
^VnBi' • . Así quiero yo; si te recatas,
maldigo tu paaión y la dORprecio;
si me amaa do vordad, Tando á. mi boca
tus labios caldoantos como ol fuego,
ileja A. la carne que palpito y goce,
une A mi tronco tu mundano cuerpo. ,.
¡y elevemos ou grupo
un palacio al placer! ¡un himnc ardiendo!
III
Así . . ^.Ves? . . ¡Yabas besado!
has cedido.. . ^.qué miígi tal os lo inmenso,
lo sublima y mpjor de lo terrestre,
la dicha ' olosal, In IÍDÍCO rierto , .
Lo demás, la 'ique>;a, los honores,
la fama ciflmara, el ungido cielo,
solo presentan goros en futuro;
vnle míLS tal presento y tal pretérito,
íln himno &. la mujer; un canto magno
en loor de la VOÜUF;
680 dará mi lira destomplada;
¡rsa ca mi inspiracirn; o»e es mi estrol
IV
¿El amor apacibloi' . . Eso cariño,
procede del cansancio do los norvioa;
cuando liona los ámbitos el alma;
lunndo no quiera carne ya ol deseo.
Entonces, si, . . ¡Adorar! Buscar lo lindo;
dejar que el delicado pensamiento
recoja jiligranas micrnüPópií'as
do las que resbalaron do loa lechos;
beberse lo mimíaculo y romántico,
gozar con ol dolor, mirar al cielo
y entregarlo un col!» r bocho de lágrimas
al roy dal insondable ílrmamonto,
al ospiritu puro,
al casto amor, á, la pisiOn sin (Cuerpo.,,
Uno do nuestros ineinrps y raiis asiduos colabora-
dore3.
Es joven, muy joven: velntitréfl años, apenas
Su libro Cantos niii eco le ha conquistado un renombre y pronto le voremos figurar entre nuestros principales escritores.
Es malagueño y vive en MAlag^a.
¿Por quiV no va A Madrid?
Seguramente triunfaría.
HIMNO AL CUERPO
¿Siendo briosa y juvenil y ardiente
me vienes con rocatoa da convento
y te aaustas y pones colorada
porque te pido un boBoV . . ,
Bah, rfote da talos tonterías
y no lleves la cooa basta ose extremo;
que 6. cierta edad, ¡aún la mujer qae os pura,
siente oleadas de fae^o en el corebrol
Así . . . ¡mírame! ¡airada! no me importa;
¡rétame con los ojos! . . . bah; tu reto
es un reto Je amor aunque te pose;
[Si está, tn carne á tu pesar ardiendo!
¿Qué importa que en tu tronco baya una virgen
y una virtud incólume en tu cuerpo,
si encierran una orftia tus delirios
y envuelva un lupanar tu pensamientoV
¿Qué imparta que conmitza seas honrada
fli basta con.mif;o sueíias on ellocho'i'
¿Qué importa que é. mis besos te rebeieg
cuando me gaardas en tus ojos negroaV , , .
II.
Mira. • . Yo soy asi. . , K-ro las cosaa
de modo muy diverso;
para mi la pasión, eatú, por cima
\'
Pero antes, ama; má,s: ama con furia;
nerviosa, retorciéndote; que el pecho
cruja como los leíaos al troncharse,
y arda como la arena del desierto:
que rebose ol calor de tus mejillas
y quo ochan baho de amores nuestros besos;
por algo ha do saberse quo son míos;
por algo ha do saberse que son nuestros.
[Asi . . bésame mú,s. • • Tu aliento filtra
a travos de mis dientes, y que adentro,
se encuentro con ol mió y cjuo compongan
la arrolladura lava del deseo. , .
y que mí boca constituya un crfttor
dsl gran volcán de bu lascivo locho. ,
VI
¿Yes? . . , A s i . . • Basta ya. . . Llega ol cansancio
domándonos loa cuerpos;
los humilla á. la par. . . Ahora, que el alma
se divierta il su voz, . Que entre el cerebro
y que rebusque ¿ su placar lo lindo;
deu'ar qne el delicado pensamiento
recoja filigranas microscópicas
do las quo rosbalarou desde el lecho:
beberse lo minúsculo y romántico,
gozar con ol dolor, mirar al cielo. . .
Pero un momento nada más; ¿entiendes?
nada más qne un momento. . . .
vn
¡Hasta que vuelva prepotente el brio
á templar nuestros músculos de acero!
FBJ.BCI800 nR t.Á. E S C A L B K A .
MirsEo un N A T O I . E P . - L A T E N T A C Í O N P K SAN ANTONIO, poB K. ÜOIXET.
cinaciones nificabraaquc hieren los sentidos, utroüAndoloH, pervirtiéndolos, porque la Sabia Naturnleza,
en su afíln de bondad, hacina loa males para disipai'lo8 luego más pronto.
En In tibiez del IGCIIO y con la njp.rizn propia de Ift
Fueron horas dií lucha entre la razón y el amor
doaconlinnzíi, nos coiisiiltnnins i-nii la vista.
Una oleíuL'i de odios se eslrolló contra mi cerebro loco; mostríibase la balanzn en el iiol; eran dos monstruos que combatían sobre el campo asolado de mi esy pcreíbl el niniliilco lena/, de la sanfi^re ardiente,
pirita.
qiie busfa salida para no Kofoeanins. Kllii r'^spiraba
Con el alba desperté de aquella modorra amasada
con dilicultad y fijaba la mirada on la imngeu de.la
con iif'ectos; mis facciones ostentaban ra.^^tros de mueVirgen.
iQuizft.B sentía la mordedura de la condencia! r;No cas, ¡carotas anííuiicas del dolor!...
IMriglmc íi su casa con la determinación inqueestaba do manifiesto en perfidia?
Prosig-uiú el tiempo su carrera y loa minutos me brantable de efectuar el cambio reciproco de las eliuasiixiabitii; xm nudo on la garganta me impedía arti- cherhiH de nuestros amores.
Todos íiquellos objetos sin valor intrínseco, pero
cular palabra.
VA deseo irresislibte de conocer en sus mila minimos* iuaiirecinbles para el amante, los liabla besado mil
veces, con la angustia del que va A perderlos para
detalles su traición mo envolvió de repente, y acarisiempre.
ciilndola los lomos como nibrnto indómito para esclaviSolo conservé un ricito que en iina mañana de amozarlo mejor, In i>edi unaeonrcsiún sincera...
rosos deliquios inc regaló con i'onroneOfi de hembra
encelada.
Rl, era culpable; pero lodo el peso del delito no caía
Recogí las baratijas con rabia y sallme del piso
sobro elln: lialifa huliado, so liiibía negado... ¡no quecuyn
atmósfera enturbiaba mi inteligencia.
ría!... mus su bermana, aquel amigo, ¡iquclla hora y
luego., ¡la seguridad de que yo no lo sabría!...
AdemAs, mefuó liel; Bolamente bailó, se divirtió un
poco y despuóH iV cnua...
Oí el relato HÍU interrumpirla. Cuando hubo termiAl volver la esquina adiviné su silueta detr/is de
nado salt(> de la cama y me vestí aprisa.
los
cristfiles del balcón.
Corrierou lágrimas de ambas ¡mrtcB: ri ella la moEl sol reverberaba en las baldosas do la acera y
jaban la cara; íi mi se me subían ¡i la cabeza.
Nos despedimos con la frialdad que producen low vertía perpeudicularmeute sus rayos ardorosos sobre
mi cnljcza de idiota.
golpes morales; sin articular Honido; ella ahogó un
Iba A volver sobre mis pasos...
sollozo.
Pero la sombra d é l a Dignidad so puso delante do
mi, cruzada de brazos...
¡La Dignidad, la maldita líignidad, verdugo de mi
¿Habéis pasado u n a noche amarga delante da u n a
bujía que so consume lentamente contemplando el Amor!... ¿Cuándo podré perdonar el daño que me inferiste?
retrato del ser querido?
iNTHfl NET.
Es cruel, pero os placentero: se cxpeiimoiitan alu-
i^js. i3iO]vm^vii>
abrazaba y besaba casi á espaldas de la señora. La
íarde en que el señor y la señera me hcleron subir
con ellos al cocho á causa de la maleta que iiabla en
el pescante, ¡si usted viei'a los apuros
que pas¿ y lo poco qne faltó para qne
se me escapara un grito! ]^a señora
sabe que. soy nuiy sensible.
En fin, basta con decir que hay
circunstancias en que la ocupación de
doncella tiene graves inconvenientes,
f-oljve todo cuando se es servicial y
amable con los señores.
Asi fin!', y no por otra cosa que poi'
complecer á la señora, por lo que he.
hecho el viaje á Jíoucv: demasiado
sabia yo que el señor barón Iiabla de apiovechar la ocasión de
encontrarme sola para empezar
con sus tonterías... y no me he
equivocado. Comenzó jior (¡uercrnie sentar junto á ól en un
vagón de primera clase, ]iero yo
habla tenido la precaución tle
lomar nn billete antes, y mientras él coiiijiiviba ei suyo, me
subí en un coclie. de seynnda á
Inda priíía. Entonces fné él quion
\ ino á buscarme al vap'm, yendo requebrándome basta Xantes; ¡arortunadaniente para nil) subieron dos religiosas al
mismo departaujenlo,
dejándome entonces el
señoi-, para ^"olver á su
vagón.
l'cro cu línin'Ji, en el
coche qne habiamos tomado en la estación
para que nos condujera
á casa,se aprovechó el
señor barón. Figúrese
la señora qntí no dejó
(Dól coro).—¡Chiea!. . Los periodistas son
de alormeutaruie basta
unos imbócilos. Hablan do nuestra voz, quo
qU(( no liubimos llega03 mala, y no dicen nada de nuestras piornaF.
do á la casa, donde pnr
fuerza, delante de los
criados hubo de rejirimirse un poco. ¡Qué antipáticos son los dos criados, tan viejos, parecen dos momias! Me da repugnancia comer con ellos. Tuvo buena idea el señor barón al niandariiu' que fuese con él, pues estos criados
CARTA A B I E R T A
no tienen la menor idea de lo que es servir á una
pe Antonia, *feinvie de r.kambre' persona (r07Jiííie iV/•(((//. ¿(.'ucrrá ci-eer la señora que
á la ntñora Laro ¡eau de Jíosevtont. se espantaron cuando le llevé por la mañana el agua
caliente al señor para qne tomase la ducha?
Como la Bcnora biivonesn mn lo liahia onlenado. he
nfdiiipaniuin al señor línn'm en su ^-iaje á Jíoiiet>,
Me ser\"ido al señor de ¡a mejor manera qne he poparii la toalauíciitaria de la scfioriía condesa de, dido,., jiero me lie visto muy apurada ])or sus exigenVran¡ie.riUc. Se equivoearia iisted si creyese que ine cias... ^;Pnes no quería r[ne le vistiese ]ior las mañanas
he olvidado de enviarle un avisio si el scíñor variaba
como hace l'raucisco en l'aris y que le cebase por
el día de. la vuelta, y sobre Indn si iba. :\ l'aris. Pue- cima el agua, porque en la casa no halló apai'atos de
de usted estar [tranquila y desijnitarse A sus anchas duchas? ¡Ya coiii]írendcrá usted si eso estaba decente
en mí!... Al iiu'dio día respiré un ]ioco porque las ocucon el señor capitán ou Fontameblau] ¡liene usted
paciones del señor le impidieron venir á comer, no re. tan jtoca libertad!
Solamente ha ocurrido, que no han pasado las co- gresando al liotel hasta muy (arde y ya anochecido.
sas como hablamos pensado y (¡ue han acaecido al- Cuando fuimos á acostarnOí me mandó (jue durmiese
en el enarlo inmediato, diciendo ijue (enia insomnios y
gunas, de las cuales creo debei- enterarla.
padecía frecuentemente del estómago, y que entonces
Pueden ustedes eslar tranquilos: el señor me dijo
esta mañana. !• Estoy muy bien; pienso quedarme aqui algo caliente le sentaba muy bien: habla ciue ver la
cara de los viejos cuando oyeron esta orden... ¡no se
dos ó tres días mAs.»
ni delante del señor!... Hl gruñía «esto es
Es preciso que la señora sepa, ante todo, que el se- contenían
un horror!...' y la vieja: =es vergonzoso qne esta
ñor-me perseguía, desde hace mucho tiempo.
arrastrada venga á dormir junto al cuarto'de la seNo se lo lie diclio antes A la señora, ])orque para
ñora (¡ne fué una santa." Yo lingla no oírles, pero esuna fenime de cjiambre como yo, eso no tiene nada
taba por dentro... porque eso de llamarle, íTJ'ív/.s'/raíZa
de particular, ¡\ más de qne puedo creer la señora que á una muchacha honrada como yo, no está bien...
nunca accedí á los deseos de éh por lo (anto, el señor barón estaba muy acalorado: de tal manera que,
Conijirendiendo las intenciones del señor, cerré mi
cuando le veia solo en un cuarto de la casa no nio puerta con llave y cerrojo, para qne no |)udiese enatrevía á entrar, pues me cogía por el talle y me trar. Dormía tranquilamente cuando me despertó uu
C U E N T O S ÁGENOS
i'Uiflo qnp hacínn ci'i
lii ]uu'i't!i.: ora (''1 que.
llaiiialiíi y proiíaha :l
al)riflii: nn me moví
y entniu'ps el scuor
me IIHIIK'Í. iAntonietíi,
Aníonieta!... Yo le
ro.spondf qaie qm; quería ynic coutestóquo
le. (iolia el estómago
y le liiciese una taza
do M a n z a n i l l a ; yo
pensé entonces que
so.g'uramento no serla
el eslüina;2;o !o que tuviese malo el señor,
pero mi deber lo exigía. Media hora después la Manzanilla
estaba hecha y yo se
la llevaba al señor;
como os natural, tnve
que entrar en su cuarto, y entonces el señor
empezó otra vez A
abrazarme, do tal
manera, que la taza
se me cayó al suelo
derrami'mdose la manzanilla, y manchando
la alfombra. Entonces
cotno o.I señor inc vioBe triste, inecofíió las
manos, nio abrazó,
me dijo que nio quería, desde haeia ya
mucho lieiiipo, que se
eneai'^aría de mi porvenir si yo quería ser
condescendiente con
él, y que me amueblaría un piso cerca
de su hotel... que además, era muy bonita
p a r a seguir siendo
doncella yo lo ili las
gracias, pero le cout esté que no podía
s er.
— iCuernos] — replicó el señor, — ¿q^'é
es lo que deseas? ¿Es
qne no te gustoV
—El señor barón
sabe que no: al contrario, el señor es muy
guajio y me gusta
MLLE. FRANOLI EM « L A CAPRICIHUSE»
mncho, como ¡I todo
el mundo.
— Pnes_ontoncea ¿A qué esperas?
pero, francamente, y pcrdóueiue la señora, no me
— El señor olvida ;l la señora baronesa; v adennis, atreví; iparecía tan enfadadol Durante el día estuvo
fuera, y il las ocho y media, cuando vino, mo llamó y
yo soy u n a mujer honrada.
me dijo:
— ¡La seiiora no sabnl nada, tonta! v en cuanto á
ser honrada, yo no te pido que te lances... al contra— Antonia, prepare usted las maletas, que nos vario,.. Mientras decía esto continuaba con sus abrazos,
mos ii las diez...
cada voz niAsapvctados... pero pronto comprendió que
— ¿De la mañana, señor?
yo no me defendía do mentirijillas y que no se poseo
— No: esta noche, ahora... ho acabado nds negoí\ u n a muchachahom-ada masque cuando ella quiere,
cios V no quiero pasar ni nna noche niAs en esta ciudad.
Por fin se enfadó: me dijo tres o cuatro inconveclas, mo envió ;l mi cuarto, y cerró con la llave el
¡Comprenda la señora uii apuro! Sin lol(''g'rafo ¡i esa
auyo. Yo me quedó en parte aterrorizada al verle,
hora, ¿cómo pl•e^•^'nir],'l? ¡Cuando estal)a segura deque
enfadado, y poi- en parto contenta, pues ya podía acosusted se hallaría con el «eñor capitiín! Ya LOS veía lletarme. Sin embargo, por lo qno pudiora'sucodcr cerré
gando al hotel, pasar requisa y no encontrar A nadie
otra vez muy cuidadosamente mi puerta, y me acoslé..,
ó encontrar al capitán...
[La señora sabe bien lo f|ue son los hombres! El señor,
El señor barón se apercibió de mi preocupación,
no obstante, no vohió A molestarme durante la noy me dijo: «¿Pero qué hace usted, no me ha entenche.
dido?.. ¿Quó tiene usted? ¿Por qué pone usted esa
cava?»
Por la mañana, (era lunes) me llamó: estaba fui'iosc. yo quise preguntarlo cuAndo era la marcha,,.
El dios de loa amantes me sugirió una buena idea.
y respondí «Es qiic tnc entristece que el señor barón se vaynjpor estíir entaclado fonmif;-o... yo no he
querido desairnral señor... si yo lo hubiese sabido,,."
La cara del señor barón se aleg^ró: 'v;V qut^, qué
hubieras hecho? ^;]iubicras sido menos testaruda?,
responde
^' Y me cog-ia la barba
¡Señora! esta
vez no <[uise salvarme: prefería cualquier cosa á llegar á tiempo al tren
i^no es verdad? Cuando é¡ vio
que no me resistía, volvió como la víspera A abrazarme y besarme
yo no le rerhazaba, únicamente le
decía: «¡Ten^'a cuidado el señor, que va. á perder el
tren.'>
—«¡Valiente eosa me iniportaámiel tren!»,—contestaba riendo el ^'eñor.
Kn fin, ¿cómo decírselo á la señora?..,.. Yo'no podía
entretenerle con risas y abrazos, fué preciso pasar
por donde quiso; le aseguro ¡'i la señora que no había
otro medio de retenerle...
No le contaré A la señora cómo pasé la noche.
Como es natural, el señor barón no me dejó cerrar la
puerta de mí cuarto, y por otra parte ésto no tenía
gran ini]iortancia. Al pronto crci r[ue marcliaríamos
& la mañana siguienic en el tren de las ocho, pero el
señor no qiiiso, diciendo que Uoucn era la ciudad ind\idablemen|e mejor del niTindo
y convidóme íl
hacer una excursión cam)iestrc.
Soy franca con la señora; lo fhe dicho toda ía ver*
dad. Si los viejos cuentan otra cosa >\ la señora, será mentira. Sólo quiero que la señora me diga lo
que debo hacer. Ki ella me lo manda, volvere enseguida á París; si por el contrario ella quiere disfrutar
algunos días niils con el señor capitán, puede decírmelo..... eiítny segura de poder retener a(|u¡ oÍ tiempo
que quiera al señor l)arón. VA señor es muy exigente,
y lo que me pide, acompañado dol servicio del día, es
muy fatigoso para mí, pero si la señora quiere queme
quede, lo haré de buena gana por complacer ¡I la señora, pensando que ella es muy dichosa con el señor
capitán.
:\IAI{CÉL PRÉVOST.
RÁPIDA
Conviene estar siempre
borracho.
Todo depende de eso; eaa es la gran cueatión. Para no
sentir el horrible peso del Tiempo qve ejicorva las espaldas
inclinándonos hacia la tierra, importa emborracharse contimiamente.
T, ¿de quéf De vino, de poesía ó de virtud, como Queráis.
PerOt
emborrachaos...
Y si alguna
vez , sobre las
gradas de unpalacio, sobre los
verdes
herbaza
leí de un, foso, en
las soledades de
vuestro
cuarto,
os despertáis con
la
embriaguez
disminuida ó di••<ipada, preguntad al viento, n
la ola, á la estrella, al pájaro, al
reloj, á lodo lo
que huye, á todo
lo qjie gime, d
todo lo querueda,
á todo 'oque canta, á todo lo que
habla ,
preguntadle qué hora
es: y el viento, la
ola. la estrella,
el pájaro,
el reloj, os responderán:
FÁla.~^on las dos do la tarde y mo voy ¿ casa de la modista. Volvoró onaoguida.
íí.-ftVolvor enseguida?... Acaérdate de que cenamos á las nueve.
¡¡Señores!! ¡¡Señores!!
Sé está agotando y a la
de nuestro ALiCnAI^ñQUH, que, dicho sea en honor suyo, constituye
el éxito editorial do la temporada.—A 9U confección han contribuido
nuestros amigos niAs simpáticos.—Amén de muchas excelentes gollerías
literarias, nuestro ALiCnAflAQUH tiene una preciosa portada en colores, y más de cien grabados... en colores también.—Conque, ya lo aabe
el piiblico de buen gusto.—¡Esto es de balde!
S E G U N D A EDICIÓN
— 'Es hora de
embriagarse ... •
Para no ser los
esclavos martirizados por i'.l tiempo, e mb o rracháos,
emborrachaos incesantemente... De vino,
de poesía ó de
virltid
r.omo
queráis.
' Z. BaudeUire.
con plancha dorada para encuadernar la seg'unda época de Ija
V i d a G a l a n t e . " S e venden en
esta Administración ó en casa de
nuestros correspousalea á
JPfeeio GO cents.
C0BRK6PONSAL BN MADHID PARA LA VENTA DE LA VIDA GALANTE, D. ANTONIO R O S , CALLE CANDIL, 1.
IvA PIEL DK ZAPA
{H.° 16)
POR
Morxoi-ato d o
llori rubios! ¿^o enciiontras tú en su voz una cosa..,
qufi llega al cni-azón? AdeiUí'is, aunque tiene el aspecto algo chivo, ¡eslan bueno! ¡Son sus adomanes tan distinguidos! iLstoy segura qiie todas las mujeres deben
volverse locas por él.
—Hablas como si le amasea,—repuso madama Gaudln.
,,
—¡Oh, si! Le amo como un hermano;—repuso ella
sonriendo. — Serla yo muy ingrata si no le tuviese
cariño, ¿lio me ha ensoñado la música, el dibujo, la
gramática y todo lo que sé? Tú no reparas en mis progresos, mamá,; me voy haciendo tan instruida, que
dentro de poco, podrtj dar lecciones para (juc podamos
tomar una criada.
Me separé un poco de la puerta, y después, haciendo
algún riiido, entré por mi vela, que Paulina se empeñó en encender.
La pobre niña acababa de verter en mis llagas un
bálsamo delicioso. Este candido elogio de mi persona
me diü un poco de valor. Necesitaba creer en mí mismo yoir un juicio imparcial sobre mis prendas; reanimadas asi mis esperanzas se reflejaban tal vez sobre
las cosas que veía.
Q u i z á s no h a b í a yo hasta entonces examinado seriamente la escena que aquellas dos mujeres presentaban :\ mis ojos con tanta frecuencia; pero
entonces admiró en toda su realidad el cuadro más delicioso de esta naturaleza modesta, reproducida pollos pintores ilamencos. La nmdre sentada al amor de
la lumbre ya medio consumida, hacía calceta, dibujándose en sus labios una sonrisa de bondad. Paulina
iluminaba láminas; sus colores y sus pinceles estaban
esparcidos sobre una mesa; pero al levantarse para
encender mi luz, se destacó su hermosa figura admirablemente. Era preciso estar subyugado por una pasión
muy terrible para no adorar sus manos sourosailas, su
cabeza ideal y su virginal actitud. La noche y el silencio daban nuevo encanto á esta laboriosa A-'elada, á
este tranquilo cuadro de costumbres. Estos trabajos
continuos soportados con alegría, demostraban una
resignación religiosa á toda prueba. Entre las cosas
y las personas notábase una rara armonía. En casa de
Foídora el lujo era seco y me inpiraba malos pensamientos, mientras esta humilde miseria y este buen
natural me refrescaban el alma. Quizás aquel lujo me
humillaba, y junto á estas dos mujeres, en esta sala
humilde la vida simplificada parecía refugiarse en las
emociones del corazón, quizás se reconciliaba conmigo mismo, hallando un pretexto para ejercer la protección que al hombre le gusta (anlo hacer sentir.
Cuando llegué junto á Paulina, lanzóme una mirada
casi maternal, y exclamó soltando la vela de sus manos temblorosas:
—¡Dios mió, qué pálido estáis! ¡Y mojado de pies á
cabeza! Mi madre va á enjugaros, señor Rafael—añadió después de una ligera pausa;—os gusta mucho la
leche, ¿110 es vcrdadV Hoy hemos tenido crenm, ¿quoréis probarlaV
Y sallando como una corza cogió una taza do porcelana llena, de leclie, y me la iiresentó con tanta rapidez, me la puso en los labios de una manera tan gentil, que no pude menos de vacilar.
—¿Me desairáis?—dijo con voz conmovida.
Nuestros dos orgullos se comprendieron. Paulina al
parecer se avergonzaba do su pobreza, ehándome en
cara mi altivez. Me enternecí y tomé la crema, que era
quizás el almuerzo del día siguiente.
La pobre niña procuraba ocultar una aregria, que
la rebosaba por los ojos,
:^.A.T^ZJS.C
— Falta me hacia,—dije sentándome.
Por su rostro pasó una nube.
—¿Os acordáis, Paulina, de aquel pasaje donde Bossuet nos pinta á Dios recompensando más un vaso de
agua que una victoria?
—Si,—me respondió.
Y su seno palpitaba como el de un pájaro en manos
de un niño.
—Pues bien,—añadí con voz insegura,—como vamos á separarnos muy pronto, dejadme demostraros
mi gratitud por todas las atenciones que me habéis
prodigado vos y vuestra madre.
—¡t>h, no hablemos de eao!—repuso sonriendo.
Su risa ocultaba una emoción que me hizo daño.
—Mi piano,—proseguí aparentando no haber oído
sus palabras,—mi piano es de mía de las mejores fábricas de París; aceptadlo, tomadlo sin escrúpulo, porque
yo no lo podría llevar en el viaje que pienso emprender.
Iluminadas quizás por el melancólico acento con que
pronuncié estas palabras, comprendiéronse las dos
mujeres, y me miraron con una curiosidad mezclada
de terror. El efecto que yo buscaba en las frías regiones del gran mundo estaba allí verdadero, sin fausto
y eterno quizás.
—No os debéis apurar tanto,—me dijo la madre.
Quedaos aquí; mi marido está á estas horas en camino. Esta noche he leído el evangelio de San Juan
mientras Panlina tenía una llave suspendida de las
hojas de la Biblia. La llave ha dado vueltas, y esto augura que sigue bien y prospera. Paulina se empeñó en
liacer otra vez la prueba por vos y por el joven del
número 7; pero la llave solo por vos ha dado vueltas.
Todos seremos ricos; Gaudín vendrá millonario. En
sueños le he visto en un navio lleno de serpientes. Por
fortuna el agua estaba turbia, lo que significa oro y
piedras preciosas do Ultramar.
Estas palabras amistosas y vacías, semejantes á las
vagas canciones con que las madres duermen á sus
niños, me devolvieron una especie de calma. El acento y la mirada de la buena mujer exhalaban esa dulce cordialidad que no cura el dolor, jtero que lo apacigua, que lo templa. Más perspicaz que su madre,
Paulina me examinaba con inquietud: sus ojos inteligentes parecían adivinar mi vida y mi porvenir.
DI gracias á la madre y á la bija con un movimiento
de cabeza, y- salí de la liabitación temiendo enternecerme. Cuando me halló solo en mi cuarto me acosté pensando en mis desdichas. Mi fatal imaginación
me dictó mil proyectos sin base y mil resoluciones imposibles. Cuando un hombre ha tenido algo encuentra
recursos en su infortunio; pero yo ni había tenido ni
tenía )iada. ¡Ay amigo mío! Acusamos A la jniseria
con demasiada ligereza. Seamos indulgentes con el
más activo de todos los disolventes sociales. Donde
hay miseria no hay pudor, ni crimenes. ni virtud, ni
talento. A mí en aquella ocasión me faltaban las fuerzas y las ideas, como a u n a joven que caearrodillada delante do un tigre Un hombre sin pasiones y sin dinero
es dueño enteramente de si mismo; pero un amante
desgraciado no se puede nuitar. El amor nos inspira
una especie de religión; respetamos en nosotros otra
vida, y nos sucede entonces la mayor de las desgracias, la desgracia con una esperanza, una esperanza
que nos hace aceptar mil tormentos.
Quédeme dormido con la idea de ir á la mañana siguiente á confiar á Rastignac la singular determinación de Fcedora.
—¡Ah! ¡Ah!—medijo Rastignac, viéndome entrar en
¿u cuarto A las nueve tic la^ iiinnann; ya s6 lo qué
te trae. Fcedora te ha despedido; alg-un¡ts buenas almas celosas de tu iiiiperlo sobre la condesa han anunciado por ahi vuestro inatvininnio, y Dios sabe cuántas locuras te han colgado tus ri\iilcs, y do cuantas
calumnias has sido objeto.
— ¡Todo se explica ya! exclamiV yo.
Y recordando mis impertinencias, me pareció la
condesa sublime. A mi vez yo era un infame que no
había sufrido bastante todavía, y sólo vi en su indul".•encia la paciente caridad del amor.
— No te hag-as ilusiones, uio dijo el prudente g'ascón; Fcedora tiene la penetración natural ¡\ todas las
mujeres eg-oistas. Quizás te habrá ju/,g-ado en el momento en que solo veias en ella su lujo y su fortuna,
y á pesar de tu destreza Itabrá leído en tu alma. Es
bastante disimulada para perdonar ning-iin gónero
do disimulo. Creo, prosig-iiió, haberte puesto en mal
camino. Pese á su talento y á su conducta, parécenie
imperiosa como todas las mujeres que sólo g-ozan con
la cabeza; para ella la. felicidad consiste en el bienestar do la vidií, en los placeres sociales; en ella el
sentimiento es un papel de comedia; to baria infeliz,
porque te haria su primer criado.
Rastignac hablaba á un sordo. J)c reponte lo interrumpí explicándolo mi situación financiera con
alegría forzada.
— Anoche, me respondió, me ha llevado una sota
todo el dinero do que podía disponer. Sin este viilgar
acontecimiento hubiera niuy g'ustoso partido mi bolsa
contigo; poro vamos A almorzar al café, que acaso las
ostras nos darán un buen consejo.
Vistióse, hizo poner su tillmry, y llegamos al café
do París con toda la impertinencia do esos especuladoros audaces quo viven sobre capitales imaginarios.
Aquel diablo do gascón me confundía con sus ademanes y con su imperturbable aplomo.
En el momento en que tomábamos café después de
una comida muy buena, Jíastignac, que distribuía
saUídoa á una multitud de jóvenes, tan recomendables por su apostiira como por su elegancia, me dijo
al ver entrar á uno do ellos:
— He aquí tu liombrc.
E hizo señas á un señor muy liion portado que parecía buscar una mesa donde acomodarse.
— Kstn mozo, me dijo liastignac al oido, tiene una
porción de cruces por haber publicado obras que ni
siquiera comprende. Es químico, liistoi ¡ador, novelista y autor por mitades, por tercios y por cuaitas partes de no sé cuántas comedias; y á pesar de todo es
ignorante como la muía de doo Miguel- \ o es un hombre,' sino un nombre familiar al pñiilico; así pues, se
guardará muy bien de entrar en uno de esos gabinetes dondo se lee: — Aquí se puede escril)ir. — Es bastante diostro para engañar á lodo un Congreso; en
dos palabras, os un mestizo moral; ni enteramente
probo, ni ontcrauícnte pillo; ]i('ro calleiims, que ha tenido ya un desafío, y el mundn no necesita más para
decir de él que es un hombre honrado.
—¡Hola! mi excelente amigo, mi honorable amigo,
¿cómo está vuestra inteligencia-' lo dijo líastignac en
el momento en quo el desconocido so sentalia á la
mesa próxima.
— Ki bien ni mal; estoy cargado de trabajo; tongo
entre manos todos los materiales necesarios para escribir unas memorias liistóricas muy curiosas, no sé á
quién atribuírselas, y el caso es quo hay que darso
prisa, porque las memorias van á pasar de moda.
— ¿Son contemporáneas ó antiguas? ¿sobre la corto
ó sobre qué?
— Sobre el asunto del Collar.
— ¿Xo es esto un milagro?—medljo líastignac i leudóse.
Y volviéndose luego al especulador añadió soñaJándomc á mi:
— Mr. de Valentín es unamig-o mío que os presento
como una de nuestras celebridades literarias. Tiene
una tía muv bien quista en la corte in ülo tempore,
marquesa por más tenas, y él se ocupa desde hace
dos anos en lina historia realista de la revolución.
Luego inclinándoso al oido de aquel singular comerciante, añadió:
— Es hombre de talento, pero bobo, y puede haceros vuestras menmrias en nombre do su tía á cien escudos cada tomo.
— Me conviene el trato, respondió estirándose la
corbata. ¡Mo/.o! ¡mis ostras!
— Si, pero me daréis veinticinco luises do comisión,
y á él le ailelantaréis el valor de un volumen, prosiguió Rastignac.
— No, no. Solo adelantaré cincuenta escudos para
estar más seguro de recibir pronto el mannserito•^. Rastignac me repitió esta conversación en voz baja, y luego añadió sin consultarme:
— Estanms de acuerdo, ¿Cuándo podremos vernos
para terminar este asunto?
,
—Venid mañana á comer aquí, A las siete de la
tarde.
Nos levantamos. Rastignac pagó al mozo y salimos
del café. Yo estaba asomlirado de la criminal ligereza con que habla vendido A nn respetable tía la marquesa do Moutbanron.
— Prefiero embarcarme para el Brasil, y enseñar á
los indios el álgelira, de quo no sé una palabra, á
manchar el nombro de mi familia.
Rastignac me interrumpió echándose A reír:
— Eres un bárbaro. Empieza por tomar los cincuenta escudos, y por e5cri1)ir las memorias. Cuando estén
acabadas te negarás á darlas á luz bajo el nombre de
tu tia. Madama do Montbauron, muerta en el cadalso, sus pergaminos, sus consideraciones, su belleza,
valen algo más de seiscientos francos. Si el lil)rero no
quiere pagar entonces A tu tia en lo que vale, no le
taltará algún caballero de industria ó alguna condesa ]>rostituÍda que tirme las memorias.
•— ¡t_ih! exclamé, ¿por qué habré salido de mi virtuosa bohardilla'? ¡En el mundo hay unas gentes muy
innobles!
— líueno, respoiulió RastignaS, oportuna poesía
cuando se trata de negocios. Eres un niño: escucha;
las memorias, el ¡niblico las juzgará; en ciianto á mi
Progénetes literario ¿no ha consumido ocho años de
su vida, y no le han costado bien izaras sus relaciones
con los libreros? Partiendo con él desigualmente el
tral)ajo ilel litiro, ¿nn es también la mejor tii parto de
dinero? \'e¡nticinco luises son para tí iina cantidad
mayitr que núl francos para él. Anda, que bien puedes escribir memorias históricas, obras de arte si las
hay, cuando Diderot escribió seis sermones por cien
escudos.
— En lin, mis necesidades son apremiantes, le dije
conmovido, y débote dar las gracias. Veinticinco luises me harán rico en esta ocasión,
— Más rico que te figuras, repuso sonriendo. Si
Finot me paga la comisión del asunto, ¿no adivinas
que será para ti? Vamos al bosque do Bolonia, prosiguió; veremos á tu condesa y te enseñaré la viudita
con quien me debo casar, alsaciana, muy guapa, pero demasiado gruesa. Lee A Kant, á Schiller, A Juan
Pal)lo y A otra multitud de autores hidráulicos, y lo
peor es que tienen la manía de prcginitarmo mi opinión, obligándome A aparentar que comprendo toda
esa sensiblería alemana, y que conozco un sinnúmero
de baladas, drog-as que ios médicos me tienen prohibido. Aún no he podido hacerla perder su entusiasmo
literario. Llora A mares leyendo A Goethe, y me veo
oldigado á llorar un poco por complacencia, querido
amigo, porf[ue licne cincuenta nnl libras de renta y
el pie uiAs diminuto y la mano más linda do la tierra.
¡Ah! siuo ilijese anrhel m¡o por iín¡jel)iiío, y vvproUar
I)or embrollar, serla una mujer completa.
A'inms, en efecto, A la i-ondesa en un brillante carruaje, y la coqueta nos saludó afectuosamente, consagrándome una sonrisa que me pareció divina y llena de amor. ¡Ah! ¡qué feliz era yo! Jle creía amado,
tenía dinero, y más tesoros de pasión que de miseria.
Ligero, alegre, satisfecho do todo, hasta me pareció
encantadora la novia do mi amigo. Los Arboles, el
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