yo A>o ÍI. —NcM. Gi. * wm BiRCELoiíA 31 DE DICIEMBRE DE 1800. * 2 0 CÉNTIMOS La reina esperó miicho rato el regreso do su amado; La civilización refina y blandea las costumbres. Diríaae que la voluntad se deliilita conforme d en- al fin, óste volvió: volvía pálido, anhelante, con el tendimiento se agranda y fortalece, y las pasiones .brazodereeho ínanchado do sangre. Ella le abrazó. son niiVs suaves, los deseos miVs razonables... " ^' -.- — ¿Le mataste? De suerte que, cuando interrumpiendo la lAnf^üiíni -?' - S i . monotonía de nuestra decadente .sociedad, llega hasta —-¡Oh! ¡Eres valiente! « nosotros un eco de ios pueblos salvajes, quedamos suspensos, admirados, del poderlo avasallador que íá-fí' El procural)a ocultar el rostro, como si oatuviose avergonzado. Ella prosiguió: materia ejerce sobre el hombre primitivo... — Pero, ¿cómo le venciste, pol)re niño, á 61, tan vigoroso, tan temerario? * * — Luchando frente á frente, provocándole... Su querida le abrazó, y probablemente su varonil Un periódico de MilAn publica la entrevista celebrada entro Uno de sus redactores y el Rdo. Edmundo corazón de amante criminal, experimentaba ese plaCapprini, que ha vivido durante muchos años entre cer que sienten las mujeres cuando tienen la conviclas divei'sas tribus que habitan el interior del Sudán. ción de hallarse entre los brazos do un hombre supeLa leyenda referida por el misionero italiano, es rior. Al dia siguiente, cuando varios individuos enconun verdadero drama, un drama lierniosisimo, en que aparece la beatia hmnavaen toda su solemne grande- traron, á orillas del lago, el cadáver de Ageti, toda la tribu se amotinó, prorriinipiendo en gritos feroces de za; celosa, vengativa, valiente... dolor y de venganza, mientras la reina se prepaLa esposa de un reyezuelo sudanés, llamado Ageti, tenia un amnnte. FA rey, coiiio ocurre generalmente raba á representar su pa|)el de viuda inconsolable. El en los pueblos salvajes, era el hombre uiAa vigorostti^ cuerpo de Ageti fnt^ colocado en el salón principal de de la tribu; un atleta de ocho pies de estíitura, con" la choza que servia de palacio, y durante dos dias el músculos miguelangílicos, que diría Dauílet; y tau pueblo se entregó A las demostraciones do duelo más fuerte, que ahogaban una liiena con las manos, y tan ruidosas. Hasta que una tarde, habiendo logrado la reina Ágil, que alcanzaba il los avestruces ¡^ la carrera. Capprini, en fin, nos traza una pintoresca descripción de quedarse á solas con su amante, so pretexto de velar este personaje, ofreciiíudonosle como un Mitridates, el cuerpo del augusto finado y de poder entregarse ¡I aquel terrible rey del Ponto, insensible A los ^•eneuos su dolor más libremente, tuvo el antojo de examinar más acti\-09 y que saltaba un obst.-lculo de siete metros por si misma la herida do Ageti. El matador palideció hasta la lividez. La viuda acercóse al cadáver y aparde altura. tó el lienzo que le cubría, examinándole atentamente A pesar de las recomendables cualiilades físicas de el vientre v el pecho... Pero, con gran sorpresa suya, Ageti, su mujerno lo amaba, traicionilndolecoii cierto no vio herida alguna. mozalbete hijo de uno de los principales guerreros de — ¿Qn6 es esto? :—preguntó volvióndose hacia su la tribu. amante. ¿Cómo empezaron aquellos amores? ¿De qutV medios Este no respondió. se valía la reina para burlar la celosa vigilancia do Entonces ella, obedeciendo á un repentino presenAgeti y de los eunucos encargados de su custodia?... timiento, dio media vuelta al cadáver y descubrió en Capprini no lo sabe, ¡¡ero lo cierlo es que los amantes medio de la es|)alda el bo(|uete abierto por una trese velan amenudo y que la infiel llegó íi sentir por su menda puñalada. galán una pasión desbordada, irrefrcnalde. Entonces — ¡ Ah, miserable! — gritó la reina; — ¡le mataste á liubo de sentir que su anlipatia hacia Ageti aumenta- traición! ba; odió iV afpiel gigantón, con su cabeza de bruto y — ¡Perdón! — murmuró el joven arrodillándose. su labio inferior atravesado [lor un bezote de oro, que — ¡Cobarde, asesino, asesino!... siempre la maltrataba para poseerla; y acarició ^la; En aquel uiomentosn noble corazón de hembia idóesperanza, de entregarse á su amante completamente: latra de la fuerza y del valor, debió de sentir un odio esto es, de pertenecerlc. de no ser de nadie... Y para ello, su alma sencilla y biaviu de salvaje no vio más horrible hacia el traidor, porque lanzóse coniomia loca fuera del palacio, gritando: que un uicdin: asesinará Aírcti. — ¡A(|ui tenéis al asesino de Ageti! ¡Venganza, Todas las probabilidades nnieven á sui>ouer (pie la venganza!... impetuosa reina obligó á su amante ;i escoger entre A sus voces aciuiieron los gucrreríis que ]tor allí su caiiño y la-muerte did rey, y el joven, que amaba andaban, los eiiales-se apoderarfMi del joven, í|uien, ciegamente á su querida, optó por lo segundo. . . tras mi juicio sumarisinio. fué sometido á los martirios más crueles, descuarli^ado vfiuemado... ^ Agcli ha salido solo á cazar liicnas; lir encontrarás en un claro del bosque, junto al lago.,. Vele, si quieres que yo cnn!inú(^ siencio tuya. ;Y qué hermoso poema de dolor podria componerse Así habló la reina al joven y óste, fascinado por la con la historia de esta reina salvyje, cuando se enconhermosura de su Venus negra, obedeció. El dranni, añade Capprini, oi;urrió en las primeras tró sin marido y sin amante, y con el recuerdo desús horas de la noche, cuando la luna empezaba á desta- dos crímenes!... L. DE MONTEMAR.. carse sobre los árboles del bosque. Él cnejop pepiamé La ci'cacióu de la mujer fin-, unn fantasía de Dios. EstoAufi^iistopersonajefonnó las imijcres: las rubias, las morenas, las boruiejas, para dedicar sus momentos de enojo, íi contemplar las hit-has do amor, y ver cómo las mujeres se arrojaban en los brazos do los liombrcs.Estos son placeres do pachrt, es cicrtoí pero, r;quién so atrevería á afirmar que los pach.is no son excelentes y delicados maestros en el arte de gozar? Sus ojos debian fatig-arsc con la constante contemplación de aquel espectáculo, y entonces Dios-Pach.-t hizo en la piel do las rubias, ' do las moronas y do las l)ermejas una inyección de un perfumo característico, con una joi'inguilla perfeccionada. ¡Ya estil aclarjiiio cl misterio! Las morenas tienen su perfumo especial,otro las rubias y las bermejas cl suyo. A causa do la mezcla de las razas, estos perfumes se han cambiado; de aquí que muchas ^•ecos al aspirar el peí fume do una mujer encontramos la iníinifa variedad de los olores posibles. ¡ Dichosos los enamoi'ados que saben extraerde las llores de su amada los exquisitosoíluviosque constantomento exhalan: en esto perfume personal ostiL el secreto del irresistible influjo do las mujoros: la fuerza de las morenas, la dulzura sujestiva de las rubias, el predominio feroz y poderoso de todas vosotras, adorables mujores, que tenéis loa cabellos parecidos A los de las furias. •ni * * El perfume carnal de una mujer se encuentra en todas partes. Penetra en sus vestidos, se esparce por la casa: sobre todo los objetos quo la mujer toca, sobro todos los muebles en queso reclina: on todas las haVataciones en que se entrega al amor, ííota yvollvjca, cl sublime perfume que su carne despide. Un hombre no puede percibir esta esencia avasalladora y fugitiva sin que las ventanas do su nariz so dilaten, sin que su sensualidad se despierto v sus deseos hablen. Los llamamientos al placer son fuertes ó débiles se- gún la potencia y la delicadeza del perfumo femenino. ¡Oh! no son las embriagadoras rosas las que poseen el mejor peí fume, la flor de mejor perfume puede aspirar, cuando niiis, á parecerse iV la encantadora flor que se encuentra en el alabastrino seno de la^! mujeres, y que semeja un diminuto ramillete puesto en la cima de una montaña de mármol. Esta flor que tengáis por la primera en belleza y perfume, tiene cuando más la fisonomía y el olor de las vírgenes púdicas que sueñan todas las noches con ángeles perversos que las acarician; vírgenes tra^•icsas, capullos indefinibles de mujer (|uo se adormecen con la boca entreabierta, la frente soñadora y todo el rostro envuelto en la inefable expresión reveladora del pueril contento y la fatiga que han encontrado a l adivinar infinitas cosas desconocidas. • * ** r.Y pl sublime poi-fume? Es peligroso porque tiene cl penetrante olor de la verbena, esa aromática planta que produce grata sensación á los delicados, y temíb 1 c s e m 1) r i a gueeesálosque la aspiran con afán y sin cuidado. Es el sublime perfume de Mariquita, la princesa cuya mirada doslumbra y daña, do Mariquita la princesa p e r v e r t i d a que reparte sus caricias y sus flores entre sus n u m e r o sos am a n t e s , con la misma indiferencia conque en los bautizos so arrojan á los machadlos los confetis que ellos reclaman gritando. Cuando se aspira con afán el perfumo de una mujer, se queda ligado á ella por toda la vida. El Intimo perfumo do las morenas, es la \'oluptuosa esencia que penetra en el alma y anima el cerebro. Ali amada es morona. Sus senos son blancos como la nieve, sus miradas liioren. Es la incomprensible amada que adora y os adorable, porquc'se entrega por completo, porque sabe hacerse dueña del que á ella se entrega, porque es la imagen de la voluptuosidad natural y sana que prodiga adormecedores besos de amor. Tiene mi amada el perfumo de las fieras hembras: mezcla de perversidad v de amor celoso é indomable. Es el vino mezclado con cl absinto; el haschich unido A la verbena*, la violeta mezclada con el extracto de I-osa. Lujuña extraña é indefinible que embriaga y seduce, que mata vivificando. * * El cuerpo de la mujer, formado de ílorcs y do carne, es la confusión de los mejores perfumes. Todas las flores han dado las esencias más delicadas para formar la carne suave y lujuriante de las mujeres. Vuestro perfume, mujeres, más que vueatra hermosura, es lo que seduce al amante y le esclaviza A vuestra despótica fantasía, lo que rinde al hombre ¡i. vuestro glorioso poderlo de adorables reinas. Adorables reinas, que sólo debierais maltratar A vuestros amantes con manojos de flores delicadas. JOAQUÍN SEGURA. Disección sobre un vivo Madrid íl de Marzo de Í84fi. «Querido de mi alma: -i'áp' 'Ayer no pude ir A verte porque á mi marido, que ' '" tiene el don de desbaratar con sus importunidades loa' .--. planes mejor dispixestos, se le ocurrió il última hora salir conmigo. No tuve ningún pretexto para eludir su invitación y cedí. ¡Qué tarde tan aburrida!... Aunque, si ho de ser franca, debo decirte que nunca se me antojaron los hombres tau guapos: todoa se parecían k tí... ¡Tan obsesionada estaba por tu recuerdo! Tu última carta me ha gustado mucho. ¡Ah!... ¿Seril cierto que me quieres tanto como diccaÜ ¿Ko hnbril en esas palabras arrobadoras cu que tan brillantemente ponderas los refinados (juilates de tu amor, algo de hiperbólico y do novelesco?... ¿Es verdad que mi carne enciende en la tuya deseos insaciables, que mis caricias tienen la rara capacidad de reanimar indefinidamente tu pasión, y que el recuerdo de mis hechizos constituye la obsesión ineluctable de tus noches?... ¿Es cierto que mis ojos miran como no saben mirar los de ninguna otra mujer? ¿Es cierto que mi cuerpo, este cuerpo vicioso que tu has besado tanto, tiene un perfume sui géneris que tti sabrías reconocer entre ofros cien?... Dímelo, repítemelo una vez y otra, que de tus palabras, voluptuosas y dulces como un epitalamio, no me sacio nunca. En tu carta afirmas también que tienes celos terribles de mi marido, el lirano legal de mi libertad y de mi vida, y de mi hijo... ¿Por qué?... ¿Qué puede importarte que mi esposo me dé su apellido y su casa, cuando mi corazón y mi pensamiento y mi cariño y toda yo, en lin, en cuerpo y alma, te pertenezco?... • En cuanto á mi hijo... puedes considerarlo como tuyo. Si, Ricardo, es tuyo, lo sé... Y sí, como espero, es varón, llcvarj'i el apellido Vélez, de si; padre, pero so llamar.-l líicardo, como tú, como su verdadero padre. ¿Te acuerdas de que hace dos meses, tal como hoy, estuvimos enmiendo en el campo? Hay dlíLs inolvidables. Adiós. Piensa en mí. Mañana fe esperaré en el sitio y hora de costunil)re. líeciho, entre tanto, sobre los labios, mis mejores besos.—Caroí/íia,» Esta carta, descolorida ya por el tiempo, la leía líicardo Vólez, el hijo de Carolina, treinta años después.., Madrid, .V de Enero de lS8ñ. • Mi qxicridisimo Antonio: Merced á los oportunos cuidados del médico y de Ricardo, que no se aparta da mi lecho, ni aún para dormir, me encuentro ya fuera do peligro. Mi pobiT, inai'ifio, íuorz.a es reconocerlo,' im hecho poi-mi lo qxie nadie, ni nún mi ¡iropia in.arire, Imbicivi*^ hecho en su Ing'flr; y tanto me enternece su abnega- k ción, qiuí sino fuese contigo. ¡I quien'idolatro cieg'a-1 mente, no seria capa/- de traicionarlo con n a d i e . , Tu carta nie;la entregaron ayer. En ella te mucs-""^ ti-as receloso y'desconliado acerca de los verdaderos i motivos provocadores de mi enfermedad. Uicardo, en ciimbio, nada dice, nada sospecha, y ha aceptado la ,• leyenda de que dos ladrones habian asaltado nuestra casa durante su ausencia, con el crédulo candor de un niño grande. Mientras que ti'i... Pues bien, si; he do confesarte la verdad, aún A trueque de lastimarte, pues comprendo que, una ven conocida la pista de mi secreto, no te seria difícil avcrig'uarlo completamente. ¡Ay, Antonio de mi alma!... Los dos hombres que en la noche del jueves allanaron mi casa no fueron A roldarme, sino il aeducirnie. Ya supondrás quienes eran: nii primo Cesar y Roberto... los eternos perseguidores de mi virtud. Perdóname si te lo dig:o todo, pero lo hago asi para qiie obres en consecuencia y no puedas decir nunca SITIO te engañe. •^1 líl jne\Ts por la mañana líicardo se marchó al Es•'corial con dos amigos; el dia lo pasé en casa, repac sando la ropa vieja, y en cuanto llej^'ú la noche, me S acosté. La ,'ci-iada, á quien seyún ci'co, aoboi-nú César, había salido so ¡nctexto de velar iX su madre en) ferma. Yo, por tanto, me hallaba completamente I sola. Las once acababan de dar, cuando sentí en el salón 1 un ruido muy leve, casi imperceptible, como ei empujasen una puerta; la de mi dormitorio había quedado abierta. Llena de miedo salte del lecho y corrí á cerrarla, pero no pude porque en aquel momento aparecieron C»'sar y Roberto. Presa de un terror couvulsivo retrocedí basta la pared, agitando los brazos como una luca y sin p o d e r arruni'jir de mi garganta. ni un solo grito. Kilos se acercaron, sujetándome por las muñecas, sonriendo de un modo horrible y diciendo algotiuo nopudeenlcnder, Pasado el primer instante de estupor, sentí cierto orgullo al verme. deseada tan ard¡ent(>meute;pero c a s i al m i s m o tiempo me pareció todo aquello tan obsceno, tan In'utal, que empecé A defenderme. Pensando en ti, en que te ofendía, Antonio de mi alnia, luché como una hieiia. Pero eran dos hombres, dos homlíres que se habían juramentado p:ira perde r m e, y luibc... d e rendirme A los dos... He estado enferma del susto que entonces recibí, pero ya me siento casi restablecida. Adiós... Acuérdate de mi y perdóname. Pronto nos veremo^' Te abraza estrechamente tu— Ueatriz." * La fatalidad consintió que esta carta también llegase íl manos de Ricardo Vélele, muchos años después. Y aquellas dos cartas escritas en fechas tandiferentcs, parecieron coaligarsc para consumar la misma obra, idéntica operación, la operación horrible de disecar d un vivo... Un muerto vivo que ya no podría creer en la pureza de su madre, ni en la fidelidad de su esposa. ¡Las dos únicas mujeres de cuya virtud los hombres honrados no suelen dudar nunca!... EDUARDO ZAMACOIS, Ceoio y figapá... Inocencio Martínez era un hombre que, ti"atAndose do asuntos íimorosoa, inerccia ser clasificado entre los g-alanes iufíitigables y do armas tomar. Filósofo epicúreo por temperamento, habia hecho de su existencia una saturnal continuada; y recordando aquella amarga lamentación del lírico latino* ¡Cuan fagacos loa años ¡ay! so deslizan, Postumo!... Procuraba aprovechar loa suyos, no cicateándole al cuLM-po nlugiin rey^alo. Entre los alimentos, siempre escogía los más siiperHnos. Entro los vinos, los más generosos. Y entre las mujeres... (recreo y divertimiento supremo de la vida), procuraba invariablemente quedarse con las más bonitas. Divertirse y darle A Barrabás por la vena del gusto, constituía para Martínez una especie de obligación, y asi como hay mu• chos individuos metódicos que acostumbran il hacer examen do conciencia para 'sabeV exactamente cuántas horas consagraron il la virtud y cuántas á la holganza ó al pecado, así don Inocencio solía recapacitaren sus placeres, dividiendo losdías del año, cual Tenorio, entro las mujeres conquistadas. Uno, para enamorarlas, otro para abaudonarlas otro para consosuirlas, dos para substituirlas... Martínez, ciertamente que no sumaba tantas hazañas como el legendario aventurero sevillano, pero, de lodos odop cuanilo tlíns atvAs se puso rt, recortlni- los íimovosos enredijos soslcnidos durante el presente raño no pudo p.nos'dc sentirse satisfecho. — ¡ Bonditn sea — pcn-V» — osle IS'rj!.,. La noL'ho del ] . " do Enero la distrajo ag-radablemento con una actii^-. ilaliana quo eayó entre sns brazos pon[ue., seg'ñu deelan'i, aentia por lodos los viejos adinerados nna inelinación ir resistí ble. Después de esto don Inocencio, que C3 muy alieioiíado ¡V la jl'cnte de teatro, celebró cariñosas alianzas i uto rúa (.'ion a les eon ^'entiles cantarínas do Inglaterra, Francia, Alemania, etcótera, etc.; y muchísimas zamliras g-enuinamcnto españolas, fon nn'is de cincuenta ó sesenta mujeres de por aquí... Asi [ué que al llegar esta ñUima semana do Diciembre, don Inocencio,tanto por echar una cana al aire, como para justificar aquel refrilu según el cual, í-lo quo bien empieza, bien acaba," ([uiso celebrar las últimas íioras del año con nna orgia silenciosa, pero terrible, aniquiladora, do esas que deben de consumarse en las harenes orientales. f.Y, (|ulén seria capaz de tirarle la primera piedra cuando todos, bien por un concepto i'i por otro, practicamos el "genio y (iguraV...» Do suerte que, casi podemos fiar que para el avisado Martínez, la Nochebuena fué la del ;u do Diciembre. Cuando ya muy tarde, después del teatro, roiíresó A sn en«fl ,.« ' • /.j.1.,- % ^ , • . . —¡Aqui estA d o n Inocencio! — ¡Vivft RI n b u e l c t e ! . . . • U n a (le cHas le, metió o.\ sombrero liasta los hombros d e u n pnñotnzn; In o t r a ](' qiiiti') el g-abAii, y cnn iiqiicllo (lió ¡irincipio la tiesta. M a r t í n e z c o g i ó :'i l'ilar, q u e e s t a b a en p a n t a l o n e s , y empezó á d a r l a azotes; m i e n t r a s F r a s (|nita, s n g e f i l n d o l c e l brazo Hngoladnr. prociiralia d a r l e la z a n c a d i l l a . Al lin conaiguiernn d e r r i b a r l e sobre la nlt'ombrn cuAn larg-o e r a , y después de mnclia gorja y m i d o , foncl oyeron por acostarse los t r e s , o c u p a n d o el c e n t r o ilon Inocencio.,, por e u m p l i r tal vez. ú n i c a m e n t e , u n a ley de s i m e t r í a . Con q u e víi p u e d e n ir r e c i t á n d o l e á este afortiiníido c i u d a d a n o . . l o de: ¡Caán fugacoa loa RÜOS ¡ay! SQ deslizan, P o s t u m o ! P o r q u e él dirjl; — P u e s , no se deslizan del totlo mal: Ya v e n u s t e d e s , e n t r e dos mocitas de b u e n v e r , . , si los señores n o m a n d a n otra cosa.... lí. ARMANDO DRAMA SIN ORSENLACE] A u n está, por oacribir; v a 6. ser .loncillo y v u l g a r , por oatolo h a u do a p l a u d i r los mareiíoa á r a b i a r . Tieue situacioQss buenan quo SQ p r e s t a n ¿ de.^plante3. A h i v a n a l g u n a s escenas de las má>B i n t o r c s a n t e s , ' ACTO I (En u n a butaca Arm&ndo, y sobro la mesa Jíita que se presonta bailando como la Bella Chiquita. Decoración do salón; g r a n lujo en las c o l g a d u r a s . Al empezar la fonción sa e n c u e n t r a la escena ¿ osearas). Armando —¡Enciende la luz que quiero v e r t e bailar, aes si h o y viene el avestriiz 6 t u marido, á, cenar, a u n cuando t ú n o le esperes, t e n d r á que salir á, escape. —¿Vas & h u i r ? . T ú n o me quieres! —(Vaya u n g u s t o que me a t r a p e ! —¡CioloBl (deviudada y fría) ¡es él!... se v ¿ aproximando... —¡Adiós, n n beso, alma mía! —¡Ay! ¡Cómo t e vas, A r m a n d o ! —Si, y en este beso a r d i e n t e , t e doy promesa formal de u n i r m e & ti e t e r n a m e n t e , ciiando m u e r a ose a n i m a l . (El marido, e n t r a n d o á, tientas) —'(•De qué a n i m a l se h a b l a aquiV Armando.—O t ú me r e v i e n t a s ó yo t e ro i^iento & til (Cornelio enciende el quinqué). (Con ira.) —¡Infame! [Ladrón! —.Tesús! —¡María! —¡Josél (Se nye u n a detonación.) lAruinndo cae moribundo y entr.> t a n t o que agoniza, (<Qn Cornelio, furibundo, rta á su e.'.poria n n a paliza. DeHpuée, - oje uno pistola, ue pega uu tiro on la sien; § —Ando usted con tiento, ^oh? —No h a y temor señora, ¡bah! B i t a , muere por si sola y don Cornelio tambiénArmando (muerto) —¡iVunquo estoy difunto, j u r o v e n g a r m e , pues mo siento, p o r quien soy, capaz do resucitarme! ACTO I I firmando, solo. (Va abriendo la boca muy deapadlo. Medio llorando y riendo ) — I Q Q O alegrJa, resucito! (Resucita) f^diónAQ estoyV... fi,Y esto es resucitar!* ^,De modo que h e m u e r t o h o y y y a me iban á, onterrarV (Dándose nn golpe on la fronte.) Y a recuerdo lo que h a sido, ¡que h e m u e r t o traidoraraonto á manos do su marido! Más y o siempre h e de a d o r a r t e . ¡Hita! Ya que te m a t ó j u r o , y o r estas, v e n g a r t e , como do ti so vongó! ACTO I I I (En esta decoración so r e p r e s e n t a el infierno. Al l e v a n t a r s e el telón está oscuro y h u e l e & cuerno.) Rita —¿Porquó te h a n t r a í d o t esta ráanflión horrorosa? Si yo me la llevo a usted como quien n o lleva «ó- • • Corneíio.—¡Por buen marido! —Puos ¿y á mi? —;Por mala esposa! —(¡Y Armando? —¡También murió! ¡Castigué su villanía! Armando (saliendo) -¡No! ¡no me b e m u e r t o t o d a v í a ! —¿Poro estás vivo, malvado? —Sí, te puedes convencer; ¡ayer he resucitado, y v e n g o por tu mujer! Rita—[Armando, ven por mil Oomeito.—¡Infames! ¿Queréis escapar vivos de aquí? ¡Paos no lo consGguiróis! ^Cumpla la ley su destino "S'a qne como Ipy le plugo, absolver al asesino disfrazado do v e r d u g o ! Si antes so, r o b u s t o y sano, que les puedo fusilar con ol código on l a m a n o , ¡qué me h a b l a de m a t a t l (Mientras, so h a ido a p r o x i m a n d o dorecho al bulto; después d á t r e s cornadas 4 Armando quo caerá m u e r t o á sus pies.) TELüK A r m a n d o h a de e s t a r m u e r t o , h a s t a ol acto s i g u i e n t e ,. que vuelve á r e s u c i t a r , y asi Bucosivamonte, JOSÉ BEISSA Sin duda los vecinos estaban ausentes ó dormidos, porque todas las ventanas se hallaban cerradas, excepto tres, que aparecían perfectamente iluminadas. Kn una de ellas, se desarroIlal)a una escena en extremo interesante... Una mujer joven y ^•cs1ida ligeramente, procuraba despertar ii un individuo que dormJa apoyado de codos sobre una mesa: c'-l jiaretia borradlo; ella accioimba, iiiviti\ndole á dormir. —SerAsn marido—pensé. Al lin, e! caballero se levantó y ambos desaparecieron: supuse que estarían acosti\ndose. Pasaron algunos minutos, más de diez, .negó reapareció ella, con un chaleco, cuyos bolsillos empezó á registrar escrupulosamente.,. Kntonces cambié de opinión: — No puede ser su marido— me dije— cuando espera A verle dormido para quitarle el dinero... ¿Quién será, pues?... I\Ii vecina sacó varias monedas; luego un billetito de Banco plegado en cuatro dobleces; de.spues un reloj de oro; todo lo iba dejando sigilosamente en el Yugulo de una mesa. Enseguida apagó la luz... Dejé de mirar hacia allí para fijarme en otra habitación. £1 mundo por dentro La Imbitación quo ocupo en la fementida casa de luii'spedes A que mo luí confinado In cortedad de mi sueldo, es un legítiino zaquizaini estudiantil; larfío. estrecho, con uncatrecüli» de liien-o, dos sillas de madera, ni muy limpias ni muy sólidas, y una mesita cargada de libi-os. Lo mejor (lo uii cuarlo es la ventana, abierta soliro un palio rectanj;i'ular, obscuro, luuiíedo y profundo. Por las uociiey, como ios inquilinos de los distintos cuartos suelen encender luz. las íinbitaciones est;\n iluminadas, (¡uedando convertida mi ventana en un verdadero observatorio; un observatario delicioso desde el cual voy acostumbrihidorne A conocer el unmdo por dentro. |Y i)reseiieio cada escena!... Como no la Im imaginado el mejor de nuestros saineteros. tina mucliaeha, como de veinte años, iba y venía por su cuarto, traginando. Estaba en camisa; una caniisa muy fina, muy coquetona, A, través de la cual se insinuaban, con lujuriante precisión, loa contornos del cuerpo. Yo lo veía perfectamente. ¡Tenia unas caderas! ¡Y unos brazos! ¡Y una garganta!... ¡¡El delirio, caballeros!!... Después se liincó de rodillas en un reclinatorio y se puso A rezar. Todo aquello me pareció muy edificante, muy natural, muy inocente... si no hubiese visto un pie do hombre, con calzado de calle... ¿Quién podia ser aquel intruso?... ríSerla su esposo? ,':Seria su hermano? Serla... Y'... lo confieso francamente: me formé mnl concepto de mi vecina, rezadora, Esta Nochebuena pasada volvi de la calle muy tarde, y antes de acostarme tuve el antojo de lanzar una mirada al patio desierto y lóbrego íi través de los cristales de mi observatorio. Xo tardé, sin embargo, en apartar mis ojos de allí para fijarlos en In ventana fronteriza i'i la mía, A través de cuyos cristales pude percibir una serie de interesantes y dramáticas escenas. Un hombre y una mujer estaban acostándose; el lecho se hallaba delante del balcón, y conio niiiynno de mis dos vecinos tuvo In precaución de apagav la luz, yo les disting-ui;! príi-foctaiuente. Ella se quitólas enag'uas, lueyo el covs6, enseguida los pauUiIones; era joven y inuy bonita. Entonces iVl se acercó y la besó en los labios. f^Ellii echó A correr... El, {pieriendo perseguirla tropezó con una silla qiie cayó al suelo, V ambos rompieron A reír. T- Mi vecino parecía muy excitado y se pasaba reiteradas veces la Pmano por la frente. * La joven, le conjuraba A callar, llevándose el Índice A los labios. ¿Por qué aquellos miramientos? Aguzando el oído pude sorprender algunas palabras. —Estáte quieto. Ven... Calla, que la inquilina del cuarto bajo nos va ¡I sentir... — «Parecen recién casados» — pensé yo, que he nacido para decir bien do todo el mundo. Lo que s i m o admiró mucho, í\i(- que ¿1, parn acostarse, solo se desuncíase tie medio cuerpo arriba. H a e i a u n Inienvato que estaban en la cama, cuando... ¡ülin, tilin, tilín!... resonó en el cuarto un terrible campanilleo. Mis dos vecinos se hnbian incorporado instanlAiieaniciitc, lanzando un g-rito de liorror, y apat^aron In luz... •^V-Q"*^ P'isó después? r.Sf'-i'In'n amantes? y aquel desaforado camjjanillazo, ^:anunciarfa la lleg;ada del esposojVcng-at¡vo?...Pero yo, recelando ser te.stig'o'dc un drama, ya no quise vor unís y cerré la ventana. Y si esto haceuMos que no se recatan'de cualquier vecino curioso, ^qné no hariin los amantes discrotos"que, antes de abrazarse, cuidando tapar con un pañuelo hasta el ojo de la llave?...—S. j Germinal SALVADOH GOKSUEa AWAYA de todo lo social; si amnn mis nervios, DO tionon que dar cuenta cuando quieren ni al mundo, ni é, !a moda, ni al cerebro; aman como los cafrps; como ama el sol ou el desierto; [hasta la int^olaciún; batita la fíebro! ¡Hasta que hiervo el locho! . . . ^VnBi' • . Así quiero yo; si te recatas, maldigo tu paaión y la dORprecio; si me amaa do vordad, Tando á. mi boca tus labios caldoantos como ol fuego, ileja A. la carne que palpito y goce, une A mi tronco tu mundano cuerpo. ,. ¡y elevemos ou grupo un palacio al placer! ¡un himnc ardiendo! III Así . . ^.Ves? . . ¡Yabas besado! has cedido.. . ^.qué miígi tal os lo inmenso, lo sublima y mpjor de lo terrestre, la dicha ' olosal, In IÍDÍCO rierto , . Lo demás, la 'ique>;a, los honores, la fama ciflmara, el ungido cielo, solo presentan goros en futuro; vnle míLS tal presento y tal pretérito, íln himno &. la mujer; un canto magno en loor de la VOÜUF; 680 dará mi lira destomplada; ¡rsa ca mi inspiracirn; o»e es mi estrol IV ¿El amor apacibloi' . . Eso cariño, procede del cansancio do los norvioa; cuando liona los ámbitos el alma; lunndo no quiera carne ya ol deseo. Entonces, si, . . ¡Adorar! Buscar lo lindo; dejar que el delicado pensamiento recoja jiligranas micrnüPópií'as do las que resbalaron do loa lechos; beberse lo mimíaculo y romántico, gozar con ol dolor, mirar al cielo y entregarlo un col!» r bocho de lágrimas al roy dal insondable ílrmamonto, al ospiritu puro, al casto amor, á, la pisiOn sin (Cuerpo.,, Uno do nuestros ineinrps y raiis asiduos colabora- dore3. Es joven, muy joven: velntitréfl años, apenas Su libro Cantos niii eco le ha conquistado un renombre y pronto le voremos figurar entre nuestros principales escritores. Es malagueño y vive en MAlag^a. ¿Por quiV no va A Madrid? Seguramente triunfaría. HIMNO AL CUERPO ¿Siendo briosa y juvenil y ardiente me vienes con rocatoa da convento y te aaustas y pones colorada porque te pido un boBoV . . , Bah, rfote da talos tonterías y no lleves la cooa basta ose extremo; que 6. cierta edad, ¡aún la mujer qae os pura, siente oleadas de fae^o en el corebrol Así . . . ¡mírame! ¡airada! no me importa; ¡rétame con los ojos! . . . bah; tu reto es un reto Je amor aunque te pose; [Si está, tn carne á tu pesar ardiendo! ¿Qué importa que en tu tronco baya una virgen y una virtud incólume en tu cuerpo, si encierran una orftia tus delirios y envuelva un lupanar tu pensamientoV ¿Qué imparta que conmitza seas honrada fli basta con.mif;o sueíias on ellocho'i' ¿Qué importa que é. mis besos te rebeieg cuando me gaardas en tus ojos negroaV , , . II. Mira. • . Yo soy asi. . , K-ro las cosaa de modo muy diverso; para mi la pasión, eatú, por cima \' Pero antes, ama; má,s: ama con furia; nerviosa, retorciéndote; que el pecho cruja como los leíaos al troncharse, y arda como la arena del desierto: que rebose ol calor de tus mejillas y quo ochan baho de amores nuestros besos; por algo ha do saberse quo son míos; por algo ha do saberse que son nuestros. [Asi . . bésame mú,s. • • Tu aliento filtra a travos de mis dientes, y que adentro, se encuentro con ol mió y cjuo compongan la arrolladura lava del deseo. , . y que mí boca constituya un crfttor dsl gran volcán de bu lascivo locho. , VI ¿Yes? . . , A s i . . • Basta ya. . . Llega ol cansancio domándonos loa cuerpos; los humilla á. la par. . . Ahora, que el alma se divierta il su voz, . Que entre el cerebro y que rebusque ¿ su placar lo lindo; deu'ar qne el delicado pensamiento recoja filigranas microscópicas do las quo rosbalarou desde el lecho: beberse lo minúsculo y romántico, gozar con ol dolor, mirar al cielo. . . Pero un momento nada más; ¿entiendes? nada más qne un momento. . . . vn ¡Hasta que vuelva prepotente el brio á templar nuestros músculos de acero! FBJ.BCI800 nR t.Á. E S C A L B K A . MirsEo un N A T O I . E P . - L A T E N T A C Í O N P K SAN ANTONIO, poB K. ÜOIXET. cinaciones nificabraaquc hieren los sentidos, utroüAndoloH, pervirtiéndolos, porque la Sabia Naturnleza, en su afíln de bondad, hacina loa males para disipai'lo8 luego más pronto. En In tibiez del IGCIIO y con la njp.rizn propia de Ift Fueron horas dií lucha entre la razón y el amor doaconlinnzíi, nos coiisiiltnnins i-nii la vista. Una oleíuL'i de odios se eslrolló contra mi cerebro loco; mostríibase la balanzn en el iiol; eran dos monstruos que combatían sobre el campo asolado de mi esy pcreíbl el niniliilco lena/, de la sanfi^re ardiente, pirita. qiie busfa salida para no Kofoeanins. Kllii r'^spiraba Con el alba desperté de aquella modorra amasada con dilicultad y fijaba la mirada on la imngeu de.la con iif'ectos; mis facciones ostentaban ra.^^tros de mueVirgen. iQuizft.B sentía la mordedura de la condencia! r;No cas, ¡carotas anííuiicas del dolor!... IMriglmc íi su casa con la determinación inqueestaba do manifiesto en perfidia? Prosig-uiú el tiempo su carrera y loa minutos me brantable de efectuar el cambio reciproco de las eliuasiixiabitii; xm nudo on la garganta me impedía arti- cherhiH de nuestros amores. Todos íiquellos objetos sin valor intrínseco, pero cular palabra. VA deseo irresislibte de conocer en sus mila minimos* iuaiirecinbles para el amante, los liabla besado mil veces, con la angustia del que va A perderlos para detalles su traición mo envolvió de repente, y acarisiempre. ciilndola los lomos como nibrnto indómito para esclaviSolo conservé un ricito que en iina mañana de amozarlo mejor, In i>edi unaeonrcsiún sincera... rosos deliquios inc regaló con i'onroneOfi de hembra encelada. Rl, era culpable; pero lodo el peso del delito no caía Recogí las baratijas con rabia y sallme del piso sobro elln: lialifa huliado, so liiibía negado... ¡no quecuyn atmósfera enturbiaba mi inteligencia. ría!... mus su bermana, aquel amigo, ¡iquclla hora y luego., ¡la seguridad de que yo no lo sabría!... AdemAs, mefuó liel; Bolamente bailó, se divirtió un poco y despuóH iV cnua... Oí el relato HÍU interrumpirla. Cuando hubo termiAl volver la esquina adiviné su silueta detr/is de nado salt(> de la cama y me vestí aprisa. los cristfiles del balcón. Corrierou lágrimas de ambas ¡mrtcB: ri ella la moEl sol reverberaba en las baldosas do la acera y jaban la cara; íi mi se me subían ¡i la cabeza. Nos despedimos con la frialdad que producen low vertía perpeudicularmeute sus rayos ardorosos sobre mi cnljcza de idiota. golpes morales; sin articular Honido; ella ahogó un Iba A volver sobre mis pasos... sollozo. Pero la sombra d é l a Dignidad so puso delante do mi, cruzada de brazos... ¡La Dignidad, la maldita líignidad, verdugo de mi ¿Habéis pasado u n a noche amarga delante da u n a bujía que so consume lentamente contemplando el Amor!... ¿Cuándo podré perdonar el daño que me inferiste? retrato del ser querido? iNTHfl NET. Es cruel, pero os placentero: se cxpeiimoiitan alu- i^js. i3iO]vm^vii> abrazaba y besaba casi á espaldas de la señora. La íarde en que el señor y la señera me hcleron subir con ellos al cocho á causa de la maleta que iiabla en el pescante, ¡si usted viei'a los apuros que pas¿ y lo poco qne faltó para qne se me escapara un grito! ]^a señora sabe que. soy nuiy sensible. En fin, basta con decir que hay circunstancias en que la ocupación de doncella tiene graves inconvenientes, f-oljve todo cuando se es servicial y amable con los señores. Asi fin!', y no por otra cosa que poi' complecer á la señora, por lo que he. hecho el viaje á Jíoucv: demasiado sabia yo que el señor barón Iiabla de apiovechar la ocasión de encontrarme sola para empezar con sus tonterías... y no me he equivocado. Comenzó jior (¡uercrnie sentar junto á ól en un vagón de primera clase, ]iero yo habla tenido la precaución tle lomar nn billete antes, y mientras él coiiijiiviba ei suyo, me subí en un coclie. de seynnda á Inda priíía. Entonces fné él quion \ ino á buscarme al vap'm, yendo requebrándome basta Xantes; ¡arortunadaniente para nil) subieron dos religiosas al mismo departaujenlo, dejándome entonces el señoi-, para ^"olver á su vagón. l'cro cu línin'Ji, en el coche qne habiamos tomado en la estación para que nos condujera á casa,se aprovechó el señor barón. Figúrese la señora qntí no dejó (Dól coro).—¡Chiea!. . Los periodistas son de alormeutaruie basta unos imbócilos. Hablan do nuestra voz, quo qU(( no liubimos llega03 mala, y no dicen nada de nuestras piornaF. do á la casa, donde pnr fuerza, delante de los criados hubo de rejirimirse un poco. ¡Qué antipáticos son los dos criados, tan viejos, parecen dos momias! Me da repugnancia comer con ellos. Tuvo buena idea el señor barón al niandariiu' que fuese con él, pues estos criados CARTA A B I E R T A no tienen la menor idea de lo que es servir á una pe Antonia, *feinvie de r.kambre' persona (r07Jiííie iV/•(((//. ¿(.'ucrrá ci-eer la señora que á la ntñora Laro ¡eau de Jíosevtont. se espantaron cuando le llevé por la mañana el agua caliente al señor para qne tomase la ducha? Como la Bcnora biivonesn mn lo liahia onlenado. he nfdiiipaniuin al señor línn'm en su ^-iaje á Jíoiiet>, Me ser\"ido al señor de ¡a mejor manera qne he poparii la toalauíciitaria de la scfioriía condesa de, dido,., jiero me lie visto muy apurada ])or sus exigenVran¡ie.riUc. Se equivoearia iisted si creyese que ine cias... ^;Pnes no quería r[ne le vistiese ]ior las mañanas he olvidado de enviarle un avisio si el scíñor variaba como hace l'raucisco en l'aris y que le cebase por el día de. la vuelta, y sobre Indn si iba. :\ l'aris. Pue- cima el agua, porque en la casa no halló apai'atos de de usted estar [tranquila y desijnitarse A sus anchas duchas? ¡Ya coiii]írendcrá usted si eso estaba decente en mí!... Al iiu'dio día respiré un ]ioco porque las ocucon el señor capitán ou Fontameblau] ¡liene usted paciones del señor le impidieron venir á comer, no re. tan jtoca libertad! Solamente ha ocurrido, que no han pasado las co- gresando al liotel hasta muy (arde y ya anochecido. sas como hablamos pensado y (¡ue han acaecido al- Cuando fuimos á acostarnOí me mandó (jue durmiese en el enarlo inmediato, diciendo ijue (enia insomnios y gunas, de las cuales creo debei- enterarla. padecía frecuentemente del estómago, y que entonces Pueden ustedes eslar tranquilos: el señor me dijo esta mañana. !• Estoy muy bien; pienso quedarme aqui algo caliente le sentaba muy bien: habla ciue ver la cara de los viejos cuando oyeron esta orden... ¡no se dos ó tres días mAs.» ni delante del señor!... Hl gruñía «esto es Es preciso que la señora sepa, ante todo, que el se- contenían un horror!...' y la vieja: =es vergonzoso qne esta ñor-me perseguía, desde hace mucho tiempo. arrastrada venga á dormir junto al cuarto'de la seNo se lo lie diclio antes A la señora, ])orque para ñora (¡ne fué una santa." Yo lingla no oírles, pero esuna fenime de cjiambre como yo, eso no tiene nada taba por dentro... porque eso de llamarle, íTJ'ív/.s'/raíZa de particular, ¡\ más de qne puedo creer la señora que á una muchacha honrada como yo, no está bien... nunca accedí á los deseos de éh por lo (anto, el señor barón estaba muy acalorado: de tal manera que, Conijirendiendo las intenciones del señor, cerré mi cuando le veia solo en un cuarto de la casa no nio puerta con llave y cerrojo, para qne no |)udiese enatrevía á entrar, pues me cogía por el talle y me trar. Dormía tranquilamente cuando me despertó uu C U E N T O S ÁGENOS i'Uiflo qnp hacínn ci'i lii ]uu'i't!i.: ora (''1 que. llaiiialiíi y proiíaha :l al)riflii: nn me moví y entniu'ps el scuor me IIHIIK'Í. iAntonietíi, Aníonieta!... Yo le ro.spondf qaie qm; quería ynic coutestóquo le. (iolia el estómago y le liiciese una taza do M a n z a n i l l a ; yo pensé entonces que so.g'uramento no serla el eslüina;2;o !o que tuviese malo el señor, pero mi deber lo exigía. Media hora después la Manzanilla estaba hecha y yo se la llevaba al señor; como os natural, tnve que entrar en su cuarto, y entonces el señor empezó otra vez A abrazarme, do tal manera, que la taza se me cayó al suelo derrami'mdose la manzanilla, y manchando la alfombra. Entonces cotno o.I señor inc vioBe triste, inecofíió las manos, nio abrazó, me dijo que nio quería, desde haeia ya mucho lieiiipo, que se eneai'^aría de mi porvenir si yo quería ser condescendiente con él, y que me amueblaría un piso cerca de su hotel... que además, era muy bonita p a r a seguir siendo doncella yo lo ili las gracias, pero le cout esté que no podía s er. — iCuernos] — replicó el señor, — ¿q^'é es lo que deseas? ¿Es qne no te gustoV —El señor barón sabe que no: al contrario, el señor es muy guajio y me gusta MLLE. FRANOLI EM « L A CAPRICIHUSE» mncho, como ¡I todo el mundo. — Pnes_ontoncea ¿A qué esperas? pero, francamente, y pcrdóueiue la señora, no me — El señor olvida ;l la señora baronesa; v adennis, atreví; iparecía tan enfadadol Durante el día estuvo fuera, y il las ocho y media, cuando vino, mo llamó y yo soy u n a mujer honrada. me dijo: — ¡La seiiora no sabnl nada, tonta! v en cuanto á ser honrada, yo no te pido que te lances... al contra— Antonia, prepare usted las maletas, que nos vario,.. Mientras decía esto continuaba con sus abrazos, mos ii las diez... cada voz niAsapvctados... pero pronto comprendió que — ¿De la mañana, señor? yo no me defendía do mentirijillas y que no se poseo — No: esta noche, ahora... ho acabado nds negoí\ u n a muchachahom-ada masque cuando ella quiere, cios V no quiero pasar ni nna noche niAs en esta ciudad. Por fin se enfadó: me dijo tres o cuatro inconveclas, mo envió ;l mi cuarto, y cerró con la llave el ¡Comprenda la señora uii apuro! Sin lol(''g'rafo ¡i esa auyo. Yo me quedó en parte aterrorizada al verle, hora, ¿cómo pl•e^•^'nir],'l? ¡Cuando estal)a segura deque enfadado, y poi- en parto contenta, pues ya podía acosusted se hallaría con el «eñor capitiín! Ya LOS veía lletarme. Sin embargo, por lo qno pudiora'sucodcr cerré gando al hotel, pasar requisa y no encontrar A nadie otra vez muy cuidadosamente mi puerta, y me acoslé.., ó encontrar al capitán... [La señora sabe bien lo f|ue son los hombres! El señor, El señor barón se apercibió de mi preocupación, no obstante, no vohió A molestarme durante la noy me dijo: «¿Pero qué hace usted, no me ha entenche. dido?.. ¿Quó tiene usted? ¿Por qué pone usted esa cava?» Por la mañana, (era lunes) me llamó: estaba fui'iosc. yo quise preguntarlo cuAndo era la marcha,,. El dios de loa amantes me sugirió una buena idea. y respondí «Es qiic tnc entristece que el señor barón se vaynjpor estíir entaclado fonmif;-o... yo no he querido desairnral señor... si yo lo hubiese sabido,,." La cara del señor barón se aleg^ró: 'v;V qut^, qué hubieras hecho? ^;]iubicras sido menos testaruda?, responde ^' Y me cog-ia la barba ¡Señora! esta vez no <[uise salvarme: prefería cualquier cosa á llegar á tiempo al tren i^no es verdad? Cuando é¡ vio que no me resistía, volvió como la víspera A abrazarme y besarme yo no le rerhazaba, únicamente le decía: «¡Ten^'a cuidado el señor, que va. á perder el tren.'> —«¡Valiente eosa me iniportaámiel tren!»,—contestaba riendo el ^'eñor. Kn fin, ¿cómo decírselo á la señora?..,.. Yo'no podía entretenerle con risas y abrazos, fué preciso pasar por donde quiso; le aseguro ¡'i la señora que no había otro medio de retenerle... No le contaré A la señora cómo pasé la noche. Como es natural, el señor barón no me dejó cerrar la puerta de mí cuarto, y por otra parte ésto no tenía gran ini]iortancia. Al pronto crci r[ue marcliaríamos & la mañana siguienic en el tren de las ocho, pero el señor no qiiiso, diciendo que Uoucn era la ciudad ind\idablemen|e mejor del niTindo y convidóme íl hacer una excursión cam)iestrc. Soy franca con la señora; lo fhe dicho toda ía ver* dad. Si los viejos cuentan otra cosa >\ la señora, será mentira. Sólo quiero que la señora me diga lo que debo hacer. Ki ella me lo manda, volvere enseguida á París; si por el contrario ella quiere disfrutar algunos días niils con el señor capitán, puede decírmelo..... eiítny segura de poder retener a(|u¡ oÍ tiempo que quiera al señor l)arón. VA señor es muy exigente, y lo que me pide, acompañado dol servicio del día, es muy fatigoso para mí, pero si la señora quiere queme quede, lo haré de buena gana por complacer ¡I la señora, pensando que ella es muy dichosa con el señor capitán. :\IAI{CÉL PRÉVOST. RÁPIDA Conviene estar siempre borracho. Todo depende de eso; eaa es la gran cueatión. Para no sentir el horrible peso del Tiempo qve ejicorva las espaldas inclinándonos hacia la tierra, importa emborracharse contimiamente. T, ¿de quéf De vino, de poesía ó de virtud, como Queráis. PerOt emborrachaos... Y si alguna vez , sobre las gradas de unpalacio, sobre los verdes herbaza leí de un, foso, en las soledades de vuestro cuarto, os despertáis con la embriaguez disminuida ó di••<ipada, preguntad al viento, n la ola, á la estrella, al pájaro, al reloj, á lodo lo que huye, á todo lo qjie gime, d todo lo querueda, á todo 'oque canta, á todo lo que habla , preguntadle qué hora es: y el viento, la ola. la estrella, el pájaro, el reloj, os responderán: FÁla.~^on las dos do la tarde y mo voy ¿ casa de la modista. Volvoró onaoguida. íí.-ftVolvor enseguida?... Acaérdate de que cenamos á las nueve. ¡¡Señores!! ¡¡Señores!! Sé está agotando y a la de nuestro ALiCnAI^ñQUH, que, dicho sea en honor suyo, constituye el éxito editorial do la temporada.—A 9U confección han contribuido nuestros amigos niAs simpáticos.—Amén de muchas excelentes gollerías literarias, nuestro ALiCnAflAQUH tiene una preciosa portada en colores, y más de cien grabados... en colores también.—Conque, ya lo aabe el piiblico de buen gusto.—¡Esto es de balde! S E G U N D A EDICIÓN — 'Es hora de embriagarse ... • Para no ser los esclavos martirizados por i'.l tiempo, e mb o rracháos, emborrachaos incesantemente... De vino, de poesía ó de virltid r.omo queráis. ' Z. BaudeUire. con plancha dorada para encuadernar la seg'unda época de Ija V i d a G a l a n t e . " S e venden en esta Administración ó en casa de nuestros correspousalea á JPfeeio GO cents. C0BRK6PONSAL BN MADHID PARA LA VENTA DE LA VIDA GALANTE, D. ANTONIO R O S , CALLE CANDIL, 1. IvA PIEL DK ZAPA {H.° 16) POR Morxoi-ato d o llori rubios! ¿^o enciiontras tú en su voz una cosa.., qufi llega al cni-azón? AdeiUí'is, aunque tiene el aspecto algo chivo, ¡eslan bueno! ¡Son sus adomanes tan distinguidos! iLstoy segura qiie todas las mujeres deben volverse locas por él. —Hablas como si le amasea,—repuso madama Gaudln. ,, —¡Oh, si! Le amo como un hermano;—repuso ella sonriendo. — Serla yo muy ingrata si no le tuviese cariño, ¿lio me ha ensoñado la música, el dibujo, la gramática y todo lo que sé? Tú no reparas en mis progresos, mamá,; me voy haciendo tan instruida, que dentro de poco, podrtj dar lecciones para (juc podamos tomar una criada. Me separé un poco de la puerta, y después, haciendo algún riiido, entré por mi vela, que Paulina se empeñó en encender. La pobre niña acababa de verter en mis llagas un bálsamo delicioso. Este candido elogio de mi persona me diü un poco de valor. Necesitaba creer en mí mismo yoir un juicio imparcial sobre mis prendas; reanimadas asi mis esperanzas se reflejaban tal vez sobre las cosas que veía. Q u i z á s no h a b í a yo hasta entonces examinado seriamente la escena que aquellas dos mujeres presentaban :\ mis ojos con tanta frecuencia; pero entonces admiró en toda su realidad el cuadro más delicioso de esta naturaleza modesta, reproducida pollos pintores ilamencos. La nmdre sentada al amor de la lumbre ya medio consumida, hacía calceta, dibujándose en sus labios una sonrisa de bondad. Paulina iluminaba láminas; sus colores y sus pinceles estaban esparcidos sobre una mesa; pero al levantarse para encender mi luz, se destacó su hermosa figura admirablemente. Era preciso estar subyugado por una pasión muy terrible para no adorar sus manos sourosailas, su cabeza ideal y su virginal actitud. La noche y el silencio daban nuevo encanto á esta laboriosa A-'elada, á este tranquilo cuadro de costumbres. Estos trabajos continuos soportados con alegría, demostraban una resignación religiosa á toda prueba. Entre las cosas y las personas notábase una rara armonía. En casa de Foídora el lujo era seco y me inpiraba malos pensamientos, mientras esta humilde miseria y este buen natural me refrescaban el alma. Quizás aquel lujo me humillaba, y junto á estas dos mujeres, en esta sala humilde la vida simplificada parecía refugiarse en las emociones del corazón, quizás se reconciliaba conmigo mismo, hallando un pretexto para ejercer la protección que al hombre le gusta (anlo hacer sentir. Cuando llegué junto á Paulina, lanzóme una mirada casi maternal, y exclamó soltando la vela de sus manos temblorosas: —¡Dios mió, qué pálido estáis! ¡Y mojado de pies á cabeza! Mi madre va á enjugaros, señor Rafael—añadió después de una ligera pausa;—os gusta mucho la leche, ¿110 es vcrdadV Hoy hemos tenido crenm, ¿quoréis probarlaV Y sallando como una corza cogió una taza do porcelana llena, de leclie, y me la iiresentó con tanta rapidez, me la puso en los labios de una manera tan gentil, que no pude menos de vacilar. —¿Me desairáis?—dijo con voz conmovida. Nuestros dos orgullos se comprendieron. Paulina al parecer se avergonzaba do su pobreza, ehándome en cara mi altivez. Me enternecí y tomé la crema, que era quizás el almuerzo del día siguiente. La pobre niña procuraba ocultar una aregria, que la rebosaba por los ojos, :^.A.T^ZJS.C — Falta me hacia,—dije sentándome. Por su rostro pasó una nube. —¿Os acordáis, Paulina, de aquel pasaje donde Bossuet nos pinta á Dios recompensando más un vaso de agua que una victoria? —Si,—me respondió. Y su seno palpitaba como el de un pájaro en manos de un niño. —Pues bien,—añadí con voz insegura,—como vamos á separarnos muy pronto, dejadme demostraros mi gratitud por todas las atenciones que me habéis prodigado vos y vuestra madre. —¡t>h, no hablemos de eao!—repuso sonriendo. Su risa ocultaba una emoción que me hizo daño. —Mi piano,—proseguí aparentando no haber oído sus palabras,—mi piano es de mía de las mejores fábricas de París; aceptadlo, tomadlo sin escrúpulo, porque yo no lo podría llevar en el viaje que pienso emprender. Iluminadas quizás por el melancólico acento con que pronuncié estas palabras, comprendiéronse las dos mujeres, y me miraron con una curiosidad mezclada de terror. El efecto que yo buscaba en las frías regiones del gran mundo estaba allí verdadero, sin fausto y eterno quizás. —No os debéis apurar tanto,—me dijo la madre. Quedaos aquí; mi marido está á estas horas en camino. Esta noche he leído el evangelio de San Juan mientras Panlina tenía una llave suspendida de las hojas de la Biblia. La llave ha dado vueltas, y esto augura que sigue bien y prospera. Paulina se empeñó en liacer otra vez la prueba por vos y por el joven del número 7; pero la llave solo por vos ha dado vueltas. Todos seremos ricos; Gaudín vendrá millonario. En sueños le he visto en un navio lleno de serpientes. Por fortuna el agua estaba turbia, lo que significa oro y piedras preciosas do Ultramar. Estas palabras amistosas y vacías, semejantes á las vagas canciones con que las madres duermen á sus niños, me devolvieron una especie de calma. El acento y la mirada de la buena mujer exhalaban esa dulce cordialidad que no cura el dolor, jtero que lo apacigua, que lo templa. Más perspicaz que su madre, Paulina me examinaba con inquietud: sus ojos inteligentes parecían adivinar mi vida y mi porvenir. DI gracias á la madre y á la bija con un movimiento de cabeza, y- salí de la liabitación temiendo enternecerme. Cuando me halló solo en mi cuarto me acosté pensando en mis desdichas. Mi fatal imaginación me dictó mil proyectos sin base y mil resoluciones imposibles. Cuando un hombre ha tenido algo encuentra recursos en su infortunio; pero yo ni había tenido ni tenía )iada. ¡Ay amigo mío! Acusamos A la jniseria con demasiada ligereza. Seamos indulgentes con el más activo de todos los disolventes sociales. Donde hay miseria no hay pudor, ni crimenes. ni virtud, ni talento. A mí en aquella ocasión me faltaban las fuerzas y las ideas, como a u n a joven que caearrodillada delante do un tigre Un hombre sin pasiones y sin dinero es dueño enteramente de si mismo; pero un amante desgraciado no se puede nuitar. El amor nos inspira una especie de religión; respetamos en nosotros otra vida, y nos sucede entonces la mayor de las desgracias, la desgracia con una esperanza, una esperanza que nos hace aceptar mil tormentos. Quédeme dormido con la idea de ir á la mañana siguiente á confiar á Rastignac la singular determinación de Fcedora. —¡Ah! ¡Ah!—medijo Rastignac, viéndome entrar en ¿u cuarto A las nueve tic la^ iiinnann; ya s6 lo qué te trae. Fcedora te ha despedido; alg-un¡ts buenas almas celosas de tu iiiiperlo sobre la condesa han anunciado por ahi vuestro inatvininnio, y Dios sabe cuántas locuras te han colgado tus ri\iilcs, y do cuantas calumnias has sido objeto. — ¡Todo se explica ya! exclamiV yo. Y recordando mis impertinencias, me pareció la condesa sublime. A mi vez yo era un infame que no había sufrido bastante todavía, y sólo vi en su indul".•encia la paciente caridad del amor. — No te hag-as ilusiones, uio dijo el prudente g'ascón; Fcedora tiene la penetración natural ¡\ todas las mujeres eg-oistas. Quizás te habrá ju/,g-ado en el momento en que solo veias en ella su lujo y su fortuna, y á pesar de tu destreza Itabrá leído en tu alma. Es bastante disimulada para perdonar ning-iin gónero do disimulo. Creo, prosig-iiió, haberte puesto en mal camino. Pese á su talento y á su conducta, parécenie imperiosa como todas las mujeres que sólo g-ozan con la cabeza; para ella la. felicidad consiste en el bienestar do la vidií, en los placeres sociales; en ella el sentimiento es un papel de comedia; to baria infeliz, porque te haria su primer criado. Rastignac hablaba á un sordo. J)c reponte lo interrumpí explicándolo mi situación financiera con alegría forzada. — Anoche, me respondió, me ha llevado una sota todo el dinero do que podía disponer. Sin este viilgar acontecimiento hubiera niuy g'ustoso partido mi bolsa contigo; poro vamos A almorzar al café, que acaso las ostras nos darán un buen consejo. Vistióse, hizo poner su tillmry, y llegamos al café do París con toda la impertinencia do esos especuladoros audaces quo viven sobre capitales imaginarios. Aquel diablo do gascón me confundía con sus ademanes y con su imperturbable aplomo. En el momento en que tomábamos café después de una comida muy buena, Jíastignac, que distribuía saUídoa á una multitud de jóvenes, tan recomendables por su apostiira como por su elegancia, me dijo al ver entrar á uno do ellos: — He aquí tu liombrc. E hizo señas á un señor muy liion portado que parecía buscar una mesa donde acomodarse. — Kstn mozo, me dijo liastignac al oido, tiene una porción de cruces por haber publicado obras que ni siquiera comprende. Es químico, liistoi ¡ador, novelista y autor por mitades, por tercios y por cuaitas partes de no sé cuántas comedias; y á pesar de todo es ignorante como la muía de doo Miguel- \ o es un hombre,' sino un nombre familiar al pñiilico; así pues, se guardará muy bien de entrar en uno de esos gabinetes dondo se lee: — Aquí se puede escril)ir. — Es bastante diostro para engañar á lodo un Congreso; en dos palabras, os un mestizo moral; ni enteramente probo, ni ontcrauícnte pillo; ]i('ro calleiims, que ha tenido ya un desafío, y el mundn no necesita más para decir de él que es un hombre honrado. —¡Hola! mi excelente amigo, mi honorable amigo, ¿cómo está vuestra inteligencia-' lo dijo líastignac en el momento en quo el desconocido so sentalia á la mesa próxima. — Ki bien ni mal; estoy cargado de trabajo; tongo entre manos todos los materiales necesarios para escribir unas memorias liistóricas muy curiosas, no sé á quién atribuírselas, y el caso es quo hay que darso prisa, porque las memorias van á pasar de moda. — ¿Son contemporáneas ó antiguas? ¿sobre la corto ó sobre qué? — Sobre el asunto del Collar. — ¿Xo es esto un milagro?—medljo líastignac i leudóse. Y volviéndose luego al especulador añadió soñaJándomc á mi: — Mr. de Valentín es unamig-o mío que os presento como una de nuestras celebridades literarias. Tiene una tía muv bien quista en la corte in ülo tempore, marquesa por más tenas, y él se ocupa desde hace dos anos en lina historia realista de la revolución. Luego inclinándoso al oido de aquel singular comerciante, añadió: — Es hombre de talento, pero bobo, y puede haceros vuestras menmrias en nombre do su tía á cien escudos cada tomo. — Me conviene el trato, respondió estirándose la corbata. ¡Mo/.o! ¡mis ostras! — Si, pero me daréis veinticinco luises do comisión, y á él le ailelantaréis el valor de un volumen, prosiguió Rastignac. — No, no. Solo adelantaré cincuenta escudos para estar más seguro de recibir pronto el mannserito•^. Rastignac me repitió esta conversación en voz baja, y luego añadió sin consultarme: — Estanms de acuerdo, ¿Cuándo podremos vernos para terminar este asunto? , —Venid mañana á comer aquí, A las siete de la tarde. Nos levantamos. Rastignac pagó al mozo y salimos del café. Yo estaba asomlirado de la criminal ligereza con que habla vendido A nn respetable tía la marquesa do Moutbanron. — Prefiero embarcarme para el Brasil, y enseñar á los indios el álgelira, de quo no sé una palabra, á manchar el nombro de mi familia. Rastignac me interrumpió echándose A reír: — Eres un bárbaro. Empieza por tomar los cincuenta escudos, y por e5cri1)ir las memorias. Cuando estén acabadas te negarás á darlas á luz bajo el nombre de tu tia. Madama do Montbauron, muerta en el cadalso, sus pergaminos, sus consideraciones, su belleza, valen algo más de seiscientos francos. Si el lil)rero no quiere pagar entonces A tu tia en lo que vale, no le taltará algún caballero de industria ó alguna condesa ]>rostituÍda que tirme las memorias. •— ¡t_ih! exclamé, ¿por qué habré salido de mi virtuosa bohardilla'? ¡En el mundo hay unas gentes muy innobles! — líueno, respoiulió RastignaS, oportuna poesía cuando se trata de negocios. Eres un niño: escucha; las memorias, el ¡niblico las juzgará; en ciianto á mi Progénetes literario ¿no ha consumido ocho años de su vida, y no le han costado bien izaras sus relaciones con los libreros? Partiendo con él desigualmente el tral)ajo ilel litiro, ¿nn es también la mejor tii parto de dinero? \'e¡nticinco luises son para tí iina cantidad mayitr que núl francos para él. Anda, que bien puedes escribir memorias históricas, obras de arte si las hay, cuando Diderot escribió seis sermones por cien escudos. — En lin, mis necesidades son apremiantes, le dije conmovido, y débote dar las gracias. Veinticinco luises me harán rico en esta ocasión, — Más rico que te figuras, repuso sonriendo. Si Finot me paga la comisión del asunto, ¿no adivinas que será para ti? Vamos al bosque do Bolonia, prosiguió; veremos á tu condesa y te enseñaré la viudita con quien me debo casar, alsaciana, muy guapa, pero demasiado gruesa. Lee A Kant, á Schiller, A Juan Pal)lo y A otra multitud de autores hidráulicos, y lo peor es que tienen la manía de prcginitarmo mi opinión, obligándome A aparentar que comprendo toda esa sensiblería alemana, y que conozco un sinnúmero de baladas, drog-as que ios médicos me tienen prohibido. Aún no he podido hacerla perder su entusiasmo literario. Llora A mares leyendo A Goethe, y me veo oldigado á llorar un poco por complacencia, querido amigo, porf[ue licne cincuenta nnl libras de renta y el pie uiAs diminuto y la mano más linda do la tierra. ¡Ah! siuo ilijese anrhel m¡o por iín¡jel)iiío, y vvproUar I)or embrollar, serla una mujer completa. A'inms, en efecto, A la i-ondesa en un brillante carruaje, y la coqueta nos saludó afectuosamente, consagrándome una sonrisa que me pareció divina y llena de amor. ¡Ah! ¡qué feliz era yo! Jle creía amado, tenía dinero, y más tesoros de pasión que de miseria. Ligero, alegre, satisfecho do todo, hasta me pareció encantadora la novia do mi amigo. Los Arboles, el COLECCIÓN REGENTE Esta interesante colección se ha enriquecido con dos nuevos libros que acaban de publicarse y se h a n puesto á la venta en la Administración de esta Revista. Estos libros son: La (querida Hebrea Esta obra es verdaderamente admirable; es u n a joya literaria, en donde el autor derrocha u n a verdadera riqueza de naturalismo. Champsaur es demasiado conocido por el público galante de todo Europa, por lo que nos abstenemos de hacer ningún elogio de su firma. libro original del célebre escritor ruso l A ^ a , n T P o i - i i ' ' g ; i . i e n e f í ' Este libro es maravilloso. Sin temor de equivocarnos, podemos asegurar que F ^ i ^ i n a e r * í v i i a o i - es la obra más interesante y conmovedora de Tourgueneff. Todos los libros de la Colección Regente llevan cubiertas cromolitográficas. Dirigir loR pedidos, acompañados de su importe, ai Administrador de esta Revista, calle de Graviaa, 10. Barceloai. •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••4******44^**4*4 = BELLEZAS ESPllLlS Y EXTRANJEMS ^ $ Pedid en todos los puntos de venta la primera serie de esta colección, que consta de SO'fceii'tíi' y d o s f o t o g ^ r ' f i . f i í X S distintas, iluminadas en cinco colores. 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