Blasco Ibáñez y los Toros

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Ensayo
Caricatura de Blanco
Ibáñez. 1908.
Autor: “Folchi” (Manuel
González Martí)
Blasco Ibáñez y los Toros
José Aledón Esbrí
Con ocasión del centenario de la publicación de "Sangre y arena", el
historiador de José Aledón pronunció una conferencia en Valencia
glosando la efeméride. Este texto proporciona una inestimable
oportunidad para acercarnos no sólo al Blasco Ibáñez literato sino
también al político, pues a pesar de haber abandonado ya la política
activa en 1908, seguirá defendiendo su ideario a través de la
literatura y de su actitud hasta el fin de sus días.
Como con acierto explica Aledón, "Sangre y arena" constituye una
rotunda declaración de principios sobre el tan apasionante como
controvertido mundo de los toros, revelándonos a su vez facetas
del autor poco conocidas por el gran público pero rigurosamente
coherentes con su trayectoria política y vital para aquellos
conocedores de su ingente e importantísima obra periodística.
"Sangre
y arena" constituye una rotunda declaración de principios sobre el
tan apasionante como controvertido mundo de los toros, revelándonos a su
vez facetas del autor poco conocidas por el gran público pero rigurosamente
coherentes con su trayectoria política y vital para aquellos conocedores de su
ingente e importantísima obra periodística.
Tras un cuidadoso análisis también es posible observar con claridad las raíces
valencianas subyacentes a los principales protagonistas de la novela, no siendo
difícil identificar en ellos a personas y personajes de la Valencia decimonónica
que el novelista conoció y trató.
Con "Sangre y arena" Blasco abre la puerta grande de un simbólico e hispánico
coso taurino a millones de lectores de los cinco continentes, conduciéndolos,
como guía experto, por el taurino laberinto, continuando además, con
sobrados méritos, la labor iniciada por Merimée y Gautier y propiciando con su
magistral obra la posterior aparición por esa simbólica puerta de cuadrillas de
figuras de la talla de Hemingway y Bataille.
Blasco Ibáñez y los Toros
“¡Pobre toro!, ¡pobre espada...! De pronto, el circo rumoroso lanzó un alarido
saludando la continuación del espectáculo... Rugía la fiera: la verdadera, la
única”.
Con estas palabras pone Blasco punto final a una de sus más famosas novelas,
no la mejor, pero sí la que introdujo a millones de lectores de los cinco
continentes en el mágico y apasionante – a favor y en contra – mundo de los
toros.
Esa novela es “Sangre y arena”, de cuya publicación se cumple este año el
centenario, pues apareció en abril de 1908.
Si, según Belmonte, “se torea como se es”, podemos nosotros afirmar,
parafraseando al Pasmo de Triana, que “se escribe como se es” con respecto al
autor valenciano. Blasco Ibáñez, hombre vehemente y perspicaz, fraguó una
obra valiente y esclarecedora, siendo el principal, aunque no el primer
publicista (antes de “Sangre y arena” sólo se había publicado, en 1886, la
novela “Luis Martínez, el espada” de Eduardo López Bago) de un mundo, el de
los toros, del cual el público solo conocía –conoce– lo superficial y fenoménico,
siendo el realista escalpelo del valenciano el que rasga y muestra las
dramáticas entretelas de la fiesta brava de hace un siglo.
Es “Sangre y arena” una obra polémica y testimonial, rebozada en un agridulce
erotismo.
En ella, Blasco Ibáñez se perfila en corto y por derecho ante ese imponente
morlaco, con resabios seculares, que es el público taurino de la época, núcleo
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duro de un pueblo al que le han metido en el costillar un palmo de garrocha en
el 98 y al que están pareando de poder a poder en el avispero marroquí.
Como trataré de demostrar, Blasco entrará a herir como mandan los cánones
de su ideario político-social, no dudándole al burel ni volviendo la cara, aunque
consciente de que los toros tienen huesos y hasta el más pintado puede
pinchar. Recibiendo, ¡quién lo diría!, los aplausos de los aficionados cabales,
aunque solo fuera por la impecable ejecución de la suerte.
Aunque Blasco Ibáñez no tuviera más obra, sería ésta suficiente para situarlo
en la cumbre de la literatura taurina universal, compartiendo cartel con
Merimée, Gautier, Bataille y Hemingway.
En mi opinión, el héroe de la novela, el
matador de toros Juan Gallardo es el
resultado de la fusión de dos legendarios y
malogrados toreros de fines del siglo XIX: el
valenciano Julio Aparici Fabrilo y el sevillano
Manuel García Espartero.
Del primero tomó su vida, y del segundo,
casi calcada, su muerte en la plaza. Ambos
fueron verdaderos ídolos en Valencia y
Sevilla. Ambos fueron también más
intuitivos que técnicos, teniendo como
común
denominador
una
deficiente
interpretación de la suerte suprema. Ambos
fueron literalmente inmolados por sus
respectivos públicos, cuando, después de
haberse entrometido en su vida amorosa,
caso de Fabrilo, y de haberlo enfrentado
con el todopoderoso Guerrita, caso del
Espartero, les obligan, conociendo su valor
pundonoroso, a jugárselo todo a cara o
cruz, pagando con sus vidas la imprudencia.
Julio Aparici, “Fabrilo”
Blasco vivió, sin duda, la pasión y muerte de Fabrilo, llegándole más de oídas
(fue en 1894 y en Madrid) lo sucedido con Manuel García.
Blasco no es aficionado a las corridas de toros, pero conoce de primera mano
su naturaleza y desarrollo, pues, no en vano ha nacido y se ha criado en el
Mercado, uno de los barrios más castizos de aquella Valencia, donde, por
espacio de varios siglos se han celebrado las principales fiestas de toros que ha
dado la ciudad. Además, y, haciendo honor al hispánico refrán, antes que fraile
literato fue cocinero político, y, ya se sabe que todo político que quiera llegar
algo lejos debe estar al corriente de los usos y costumbres de sus
conciudadanos.
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Siendo la tauromaquia un asunto de primera magnitud en la vida española de
la época, no nos debe extrañar que Blasco Ibáñez estuviera bien informado
sobre el particular. Así, durante su destierro en Madrid en 1897, y hablando de
las tertulias mantenidas en el estudio de su gran amigo y paisano Mariano
Benlliure dice: ¡Qué deliciosas sobremesas! Aquí, Arimón, el ingenioso crítico,
nos ha entretenido horas enteras con su gracia fina y cortés, relatándonos
anécdotas de su larga vida periodística; otras veces ha sido Mazzantini,
contándonos las negras y azarosas aventuras de sus primeros tiempos de
torero…
Hay además factores de índole personal que, sin duda, acercarían al futuro
escritor al mundo de los toros, pues, según unas notas inéditas de su hija
Libertad, su padre era hermano de leche de un torero apodado Gallardo,
bastantes años mayor que él. Aunque doña Libertad no menciona la identidad
del tal Gallardo, éste no puede ser otro que Luis Jordán, nacido en Valencia en
1855, novillero de postín, que, sin embargo, no llegaría a tomar la alternativa.
Era un consumado banderillero, luego gran amigo y peón de confianza de
Fabrilo.
Podemos pues suponer que Blasco,
ferviente admirador del valor y del arte,
tendría trato tanto con su fraternal
Gallardo como con otros conocidos
coletudos valencianos de la época,
conociendo de primera mano los
entresijos de la vida profesional y
galante del ídolo de la Valencia taurina:
Julio Aparici Fabrilo.
Otro mentor del escritor fue su amigo
Antonio Fuentes, el elegante espada
sevillano, de quien dijera el Guerra:
Después de mí naide y después de
naide Fuentes. Casualmente Fuentes
compartió cartel en Madrid con Eduardo
Borrego Zocato y con el infortunado
Espartero aquella última tarde de su
vida.
Antonio Fuentes, en la plaza vieja
de Madrid
No es de extrañar que congeniaran Blasco Ibáñez y Antonio Fuentes, pues el sevillano se hizo un lugar en la historia de la Tauromaquia por su saber estar
en el ruedo y por el arte con que ejecutaba las suertes, particularmente las del
segundo tercio y el novelista valenciano fue siempre un ferviente adorador del
arte, allá dónde éste se hallara. Creo sinceramente que fue precisamente
Fuentes quien más instruyó a Blasco en todo lo relativo al mundo de los toros
cuando éste estaba preparando su novela.
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Hay una curiosa coincidencia que podría sugerir una bonita aunque
indemostrable hipótesis: ¿Es “Sangre y arena” un velado homenaje a Antonio
Fuentes, a modo de valioso obsequio arrojado al paso del héroe triunfante
después de una gran faena? No olvidemos que, como se ha dicho, la novela se
escribe y publica en 1908, año en que Fuentes se retira por primera vez de los
ruedos. Abona la idea el hecho de que sea Fuentes el único espada del
momento que aparece citado por su nombre en esta obra. Hasta cinco veces
es mencionado, siendo particularmente vívida y elogiosa la descripción de todo
un segundo tercio de la lidia protagonizado por el sevillano. Sea como fuere, es
todo un detalle.
Mucho aprendió nuestro hombre sobre el planeta de los toros, vertiendo esos
conocimientos en su magistral novela.
Blasco escribe “Sangre y arena” después de una visita a Sevilla, donde ha ido
con el propósito de empaparse del ambiente taurino que Valencia y Madrid no
tenían (Allá en Andalucía era Gallardo el héroe, producto espontáneo de un
país de ganaderías..., El torero estaba [en Madrid], para doña Sol, fuera de su
marco. “Sangre y arena”, cap. 8) y en el que quiere enmarcar su relato.
Personajes principales del relato:
Juan Gallardo: El protagonista. Matador de toros sevillano. De origen humilde,
poco conocedor del arte. Tremendista.
Doña Sol: Aristócrata. Viuda de un embajador y sobrina del marqués de
Moraima. Mujer de mundo, caprichosa y voluble. Enamora al torero y lo
conduce indirectamente al desastre. Un auténtico esprit fort.
Carmen: De origen humilde. La fiel y abnegada esposa del torero.
Personajes secundarios:
“Plumitas”: Bandido lanzado al monte por defender sus derechos como
trabajador. Desmitificación del bandolero romántico tan caro a ciertos autores
extranjeros.
“Nacional”: Peón de confianza de Gallardo. Jornalero del toreo. Republicano
federal. El envés de Gallardo.
Dr. Ruiz: Cirujano jefe de la plaza de Madrid. Gran aficionado y alter ego
republicano del autor.
Volviendo a Fabrilo, y sin entrar en excesivos pormenores, diremos que el
matador valenciano, casado con Pilar Teruel, no fue precisamente un modelo
de fidelidad conyugal –claro que, tampoco se esperaba otra cosa de un torero-,
siendo la comidilla de toda Valencia sus amoríos con una jovencísima
aristócrata, Constantina de la Figuera y de la Cerda, hija del gran aficionado
valenciano y ganadero de bravo, D. José de la Figuera y de Pedro, marqués de
Fuente el Sol.
La noticia corre como la pólvora por aquella Valencia antañona y provinciana,
cantando pronto los ciegos coplas como esta:
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Dicen que dice la gente.
Dicen que dice el silencio...
Dicen de amores y amores
De una bella y un torero.
Al mozo la deslumbra
El sol con sus cien reflejos,
Que otro sol lleva escondido
En el fondo de su pecho...
El inicial devaneo fue tomando cuerpo, algo que les costó muy caro a ambos
amantes, pues a la enamoradiza damita su familia la desheredó y repudió,
enviándola al extranjero y prohibiéndose incluso hablar de ella.
Voceando ahora los ciegos:
Pero su sol se ha ocultado...
¡Fabrilo viste de negro!
Ya no le dicen adiós
Al pasar con el pañuelo...
El “sol” de Fabrilo, la doña Sol de Gallardo... una es hija de un marqués,
ganadero por más señas, la otra, sobrina de idéntico título, ganadero
también... ¿mera coincidencia...?
Si a doña Constantina aquel amor le costó la ruina y la muerte civil con
respecto a su familia, el precio que tuvo que pagar Julio fue el máximo que se
puede pagar: la vida, pues
habiendo tomado partido el
público
valenciano
por
su
abandonada esposa, no le pasaba
ni una, tanto al hombre como al
torero, obligándole a exponer
más de lo razonable cuantas
veces pisaba la arena.
Esto ocurrió en la plaza de
Valencia en grado superlativo
aquella infausta tarde de un ya
muy lejano mayo de 1897. Julio
Aparici Fabrilo sucumbió ante
Lengüeto con los palos en la
mano, banderilleando, suerte en
la que era un consumado
maestro. En la plaza de Madrid
Manuel García Espartero cayó
matando al miureño Perdigón en
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Cogida mortal de “Fabrilo”. Plaza de
Valencia, 27 de mayo de 1897
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otra aciaga tarde de un aún más lejano mayo, pues fue en 1894. Curiosamente
ambos fueron cogidos un 27 de mayo… ¿mera coincidencia?
Dos héroes del pueblo cuya sangre empapada por la arena caliente de un coso
taurino amalgamó Blasco Ibáñez, modelando con sus vigorosas manos ese
inmortal monumento literario que es “Sangre y arena”.
En esta obra, el autor hace gala de un buen conocimiento de la historia y
características de la tauromaquia, citando a célebres picadores de medio siglo
atrás, poniendo de manifiesto que no sólo ha frecuentado tertulias de
aficionados, sino que ha leído crónicas antiguas así como cuantos libros que
sobre la historia del toreo se habían publicado hasta el momento, lo cual
demuestra que no es una españolada para la exportación, como alguno de sus
detractores aseveró, sino una obra dispuesta para satisfacer también al
aficionado bien documentado.
Hallamos también una detallada descripción de ciertas plazas de toros
españolas:
Recordaba las amplias plazas de Valencia y Barcelona, con su suelo blancuzco;
la arena oscura de las plazas del Norte y la tierra rojiza del gran circo de
Madrid… la arena de Sevilla era distinta de las otras: arena del Guadalquivir,
de un amarillo subido como si fuera pintura pulverizada…
Las plazas con sus diversas arquitecturas, también influían en la imaginación
del torero… eran circos de construcción más o menos reciente, unos de estilo
romano [aquí estaría pensando sin duda en la plaza de Valencia, obra maestra de
Sebastián Monleón, inspirada en el Coliseo romano], otros árabes, con la banalidad
de las iglesias nuevas, donde todo parece vacío y sin color. La plaza de Sevilla
era la catedral llena de recuerdos, animada por el roce de varias generaciones,
con su portada de otro siglo [alude aquí a la Puerta del Príncipe, concluida en
1765] – del tiempo en que los hombres llevaban peluca blanca – y su redondel
de ocre que habían pisado los héroes más estupendos.
Allí los gloriosos inventores de las suertes difíciles, los perfeccionadores del
arte, los campeones macizos de la escuela rondeña, con su toreo reposado y
correcto; los maestros ágiles y alegres de la escuela sevillana… (Cap. 4)
Hay también una descripción de una faena ayudada por los capotes de los
subalternos: el espada vio a su lado al Nacional y algunos pasos más allá a
otro peón de la cuadrilla, pero no gritó ¡Fuera too er mundo!… Los capotes de
los dos peones ayudaban al espada en sus pases. La fiera agitábase con
aturdimiento entre las rojas telas, y apenas acometía a la muleta sentía el
capotazo de otro torero atrayéndola lejos del espada… (Cap.7), algo muy
frecuente en aquellos –y anteriores– tiempos e inaceptable hoy.
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Igualmente evidencia la eterna rivalidad entre el toreo andaluz y el de otros
toreros del resto de España, principalmente de Madrid (¿picaba en Madrid
aquello de De Despeñaperros pa abajo se torea; de Despeñaperros pa arriba
se trabaja?):
En ciertos cafés de la Puerta del Sol, donde se reunían otros aficionados de
clase más modesta, no se atrevía a entrar [Gallardo]. Eran los enemigos del
toreo andaluz, los madrileños netos, amargados por la injusticia de que todos
los matadores fuesen de Córdoba y Sevilla, sin que la capital tuviera un
representante glorioso. El recuerdo de Frascuelo, al que consideraban hijo de
Madrid, perduraba en estas tertulias con una veneración de santo milagroso….
Los había de ellos que en muchos años no habían ido a la plaza, desde que se
retiró el “Negro” [mote por el que también se reconocía a Salvador Sánchez
Frascuelo]. ¿Para qué? Contentábanse con leer las reseñas de los periódicos,
convencidos de que no había toros, ni siquiera toreros desde la muerte de
Frascuelo. Niños andaluces nada más; bailarines que hacían monadas con la
capa y el cuerpo, sin saber lo que era recibir un toro. (Cap. 8).
Se describe, de manera hiperrealista el primer tercio de la lidia y lo que hay
tras él. (Cap. 9). Narra un quite de Gallardo en el que –es la tarde de su
muerte y ya no sabe qué hacer para congraciarse con el público hostil– éste se
acuesta ante el toro, algo que hizo Fabrilo en la plaza de Valencia la tarde del
10 de noviembre de 1895 ante el toro Chiclanero de Veragua (Cap. 10).
Resumiendo, diremos que el mensaje que Blasco pretende transmitir por
medio de su novela lo expresa por boca de Plumitas, el bandido:
--Porque usted no negará Sr. Juan, que aunque usted sea un personaje y yo
un desgraciao de lo peorcito, los dos somos iguales, los dos vivimos de jugar
con la muerte.
A los dos les ha empujado a esa situación la miseria
debida a la injusticia social, lo que le hace ver con
simpatía a ambos personajes, descargando la culpa
primero en los poderosos y después en el público
que soporta y perpetúa la situación: La gente parecía
gozarse en su terror [el del torero en un momento
de aflicción], con la valentía intransigente del que se
halla en lugar seguro (Cap. 9)
“Sangre y Arena ” y el Cine
Blasco Ibáñez se siente tan satisfecho de “Sangre y
arena” que no duda en proponer su adaptación al
cine, situándose así entre los primeros en reconocer
la naturaleza artística del nuevo medio, ocupándose
personalmente en tareas de dirección de la película
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Publicidad de la película
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junto con el francés Max André en 1916, rodándose en Sevilla, Granada y
Madrid, iniciándose ahí y entonces una notable serie de versiones, siendo una
de las más nombradas la de Fred Niblo, de 1922, con Rodolfo Valentino como
protagonista.
Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928)
Hijo de aragoneses, Vicente nació el 29 de enero de 1867 en la calle de la
Jabonería Nueva, en el barrio del Mercado. Sus padres tienen una tienda de
ultramarinos. Fue bautizado en la parroquia de San Juan Bautista y San Juan
Evangelista, los bien avenidos Santos Juanes, como se les conoce en Valencia.
Se le impone el nombre de Vicente como reconocimiento hacia la madrina,
Vicenta Martínez, tía de la madre, con quien ésta se había criado. Era, desde
muchos años atrás, doña Vicenta ama de llaves del conocido librero y editor
Mariano de Cabrerizo, aragonés como ellos.
Los padres eran gente más bien conservadora y apegada a la iglesia, pero, a
pesar de ello, pronto mostró el pequeño Vicente una irreprimible tendencia a la
disconformidad y oposición activa al orden político-social imperante. Aunque él
lo que quería era ser marino, sus padres y el director del Instituto donde
estudió el Bachillerato lo disuadieron, inclinándose, con el tiempo, por la
carrera de leyes, la dels homens que governen, como, ya escritor, él mismo
puso en boca de uno de los personajes de sus novelas.
En la Universidad de Valencia trabó amistad con otros jóvenes que, andando el
tiempo, tuvieron un papel destacado en la vida valenciana y nacional, entre
ellos Rafael Altamira, José y Luis Morote, Francisco Martí Grajales y Eduardo
Jiménez Valdivieso. El joven Blasco estaba metido en todo, incluso formó parte
de la Estudiantina de su facultad, pero, sobre todo, conoció de primera mano
la intensa vida intelectual y política de la Valencia de los ochenta. Lee, discute,
se enfrenta en la calle a las fuerzas del orden cuando hay algaradas y…
escribe. Así, aparece su primera narración, “La Torre de la Boatella”, escrita en
valenciano y publicada en el “Almanaque” de “Lo Rat Penat” de 1883. Ya no
pararía de escribir y publicar en lo que le restó de vida.
El 23 de octubre de 1888 termina Derecho, carrera a la que no concederá
demasiada importancia, llegando a decir, después de haberla ejercido durante
un tiempo: “Yo, que soy abogado por ser algo, procuro no acordarme de lo que
soy y es una profesión que no me gusta; es árida, detallista”. Espíritu
inquieto, se acerca a la masonería, siendo iniciado en la logia “Unión” de
Valencia el 3 de diciembre de ese mismo año, adoptando el republicanísimo
nombre de Danton. Unos meses mas tarde, en junio de 1889, aparece “La
Bandera Federal”, siendo Blasco su director. Sólo tiene veintidós años. A partir
de ese momento comienza una frenética carrera política en la que el
valenciano
figura
siempre
en
cabeza:
algaradas,
manifestaciones,
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persecuciones, prisiones, exilios, etc., todo un rosario de aventuras que
forjarán tanto al político como al escritor que siempre lleva dentro.
Miembro importante del republicano Partido Federal, que lidera Pi y Margall, va
distanciándose con el tiempo de las posiciones ponderadas y legalistas del
viejo maestro, desarrollando una línea revolucionaria que le hará romper con el
partido, fundando otro con el nombre de “Unión Republicana”. Entre tanto, ha
creado un periódico, “El Pueblo”, azote de conservadores y republicanos tibios,
comenzando a escribir para el diario una serie de folletines que devendrán
importantes novelas: Arroz y tartana, Flor de Mayo, Cuentos valencianos y La
Barraca. Seguirán muchas otras y cientos de acerados artículos de corte
político y social que le llevarán más de una vez a presidio. Será también
diputado a Cortes desde 1898 a 1907.
Nos hemos detenido bastante
ante la figura de Blasco Ibáñez,
pero ello no se debe únicamente
a que sea el personaje mas
universal que ha dado Valencia,
sino también a su posición ante
la Tauromaquia.
Más de uno ha manifestado que
Blasco abominaba de la fiesta de
los
toros,
hasta
que
era
decididamente antitaurino. Nadie
mejor que él mismo para dejar
bien clara su opinión. La expresa
a través de un artículo publicado
en “El Pueblo”, fechado el 6 de
junio
de
1900
y
titulado
“Brutalidad universal”:
No me entusiasman las corridas
de toros. Sólo de tarde en tarde,
acompañando a algún extranjero
como forzado cicerone suelo ir a
la plaza. Y no me gusta esta
fiesta
por
lo
aburrida
y
monótona que resulta. Ver matar
una res vacuna por un mocetón
vestido de seda y oro como los
curas en misa mayor y al son de
una música, es un espectáculo bueno para ser visto una vez. Al repetirse tres o
cuatro veces en dos horas, me domina el mismo fastidio que si pasase la tarde
en el matadero viendo dar la puntilla a reses y más reses, sin música ni
brillantes uniformes en los matarifes.
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Pero si para mí resulta aburrido el espectáculo, no por esto dejo de reírme de
todos los que lo anatemizan en nombre de la civilización, diciendo que es
escuela de brutalidad y causa principal de la decadencia de nuestro pueblo. ¿Y
las carreras de caballos de los franceses? ¿Y los boxeadores de Inglaterra y
Estados Unidos? ¿Y las riñas de gallos de Bélgica? ¿Y la borrachera monstruosa
y horrible convertida en institución en todos los países del Norte?...
El país que esté libre de diversiones brutales, vergüenza de la especie humana,
que avance y diga cuanto quiera contra las corridas de toros, que aunque para
mí y para muchos son monótonas, siempre resultan mas entretenidas y mas
artísticas que ver correr jamelgos, deshacerse la cara a puñetazos dos gordos
imbéciles o rasgarse a espolonazos unos gallos asquerosos de trasero
pelado…Si alguna distinción debe hacerse dentro de la universal brutalidad que
ésta sea a favor de las corridas de toros, por ser el espectáculo menos
peligroso para el público, ya que nadie se arruina con ellas, ni hay suicidios
como en las carreras de caballos, donde los jacos se llevan entre las patas las
fortunas de las familias y tal vez el honor.
Aunque sus contundentes palabras no necesitan aclaración, no estará de más
recordar que: 1) va a la plaza de tarde en tarde y en calidad de cicerone, o
sea, que conoce cumplidamente el espectáculo cuando se siente capacitado
para informar a otros sobre sus particularidades. 2) Las corridas de toros no le
entusiasman, es decir, no se considera un aficionado, pero tampoco las
condena, calificándolas más bien de artísticas. 3) Le resultan aburridas y
monótonas. Nada más. 4) No cree, como algunos intelectuales del momento –
la debacle del 98 está aún muy próxima – que los toros sean la causa o una de
las causas de la decadencia de España y 5) No ignora los derechos de los
animales, como se puede comprobar si se lee el artículo en su totalidad.
El escritor, haciendo honor a su condición de ilustrado y progresista, está por
la erradicación de todo espectáculo violento, pero de todas las sociedades, y
más si se trata de las llamadas cultas y civilizadas; aunque, profundo
conocedor de la naturaleza humana, dirá por boca del doctor Ruíz “ángel de la
guarda” de la torería andante y republicano hasta las cachas: “Por eso yo, que
soy revolucionario en todo, no me avergüenzo de decir que me gustan los
toros… El hombre necesita del picante de la maldad para alegrar la monotonía
de su existencia. También es malo el alcohol y sabemos que nos hace daño,
pero casi todos bebemos. Un poco de salvajismo de vez en cuando da nuevas
energías para continuar la existencia. Todos gustamos de volver la vista atrás,
de tarde en tarde y vivir un poco la vida de nuestros remotos abuelos. La
brutalidad hace renacer en nuestro interior fuerzas misteriosas que no es
conveniente dejar morir. ¿Qué las corridas de toros son bárbaras? Conforme;
pero no son la única fiesta bárbara del mundo, la vuelta a los placeres
violentos y salvajes es una enfermedad humana que todos los pueblos sufren
por igual”.
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Este es el Blasco Ibáñez que, años más tarde, aceptará de buena gana, como
parte del homenaje que le tributaron los valencianos a su vuelta de los Estados
Unidos, honrar con su presencia la corrida de toros celebrada en su honor el 19
de mayo de 1921, recibiendo en ella, emocionado, aquel sincero brindis que un
también emocionado Manolo Granero, de azul celeste y azabache, le dedicó en
lengua valenciana:
“Brinde la mort d’este bou al meu paisà D. Vicent Blasco Ibanyes, gloria i
honra de València y de les lletres espanyoles “
© José Aledón EsBrí
Ilustraciones del archivo del autor
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