inti raymi, sacrificio al sol

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domingo DB
DOMINGO 7 DE JULIO DE 2013
Diario de Burgos
INTI RAYMI, SACRIFICIO AL SOL
Sol, gritos de guerra, sangre y armaduras de colores. Dos burgalesas viajan a lo más recóndito de Perú y
asisten a la ancestral fiesta del sol que persiste desde hace más de quinientos años
BEATRIZ S. TAJADURA | BURGOS
[email protected]
M
ontserrat Pérez-Cecilia y María Jiménez están temblando. Cien guerreros incas les miran
a pocos metros de distancia, aquellos que en el pasado empuñaban
lanzas y escudos de guerra. Lucen
vestidos de colores y las mejillas
embadurnadas de pintura. Sus
ojos son como ascuas, minúsculos y abrasadores. El eco del tambor retumba a través de las montañas. Suena salvaje y frenético como una danza mística. Los incas
agitan sus cuerpos y se diluyen en
un solo movimiento, un solo hechizo, mientras las dos burgalesas,
con sus mochilas y botellas de
agua, permanecen inmóviles.
El pueblo inca sigue vivo en las
selvas de Perú. Han pasado quinientos años, pero los ancianos
peruanos conservan los rituales y
los enseñan en las guarderías. Así
es como Montserrat y María han
llegado a temblar con cientos de
peruanos vestidos como sus antepasados. La fiesta del sol se celebra cada 24 de junio en una cordillera sagrada a las afueras de Cuzco. Años atrás, los incas no habrían
tolerado la presencia de extranjeros. Hoy, cualquiera puede sentarse en las gradas y disfrutar del espectáculo. La fecha del ritual no es
una casualidad. El Inti Raymi (en
quechua: Inti=sol, Raymi=fiesta)
coincide con el día más corto del
año en el hemisferio sur: el 24 de
junio. Es el solsticio de invierno.
«Primero bailan todos juntos,
con esos trajes tan vistosos, y levantan las manos al sol», explica
Montserrat. Su dios supremo es el
sol, aquel que les proporciona la
vida, el calor y unos cultivos vigorosos. «Todo es para el sol. Las
ofrendas, la música con las conchas marinas, los cantos de las
mujeres y los sacrificios», prosigue. «Incluso el inca, el gobernante, se considera hijo del sol». Mientras las dos burgalesas contemplan embelesadas, un peruano de
cabello grueso explica en voz baja.
Es su guía, un cusqueño llamado
Carlos. «Pensar como un inca es
fácil», asegura sonriendo. Y les
plantea una pregunta: «Si llamamos dios a aquel que nos da
la vida, ¿en quién pensamos? La respuesta de los
incas era obvia: en el sol».
Los chamanes sacrifican una llama y alzan sus vísceras.
Las burgalesas Montserrat Pérez-Cecilia
(izquierda) y María Jiménez (derecha) .
María Jiménez da un codazo a
Montserrat y señala el altar de piedra, allí donde el inca y un grupo
de chamanes acaba de arrodillarse. Los bailarines se detienen y da
comienzo la bendición de la chicha, bebida típica peruana a base
de agua y maíz triturado. Tiene un
aspecto blanquecino y su sabor es
dulce y agradable. Uno
de los chamanes alza
entonces un cáliz rebosante de chicha y lo
agita gritando al cielo. Mira
al sol fijamente y sus rayos le dañan los ojos. «Es la primera parte
de la fiesta del sol», susurra
Montserrat. «Tras los bailes, bendicen la chicha. Y todavía quedan
dos partes: el ritual del fuego y el
sacrificio». Cuando Montserrat
termina la frase, el chamán está
arrojando al suelo parte de la chicha. «Es tradición peruana», explica el guía. «Primero se da de beber
a la tierra, después bebemos nosotros. Lo que damos a la madre
tierra, la madre tierra nos lo devuelve». El sol y la tierra presiden
el panteón inca. Mientras que Inti,
el sol, representa al padre, la Pachamama se convierte en la madre. El sol calienta la tierra, hace
germinar sus frutos y la tierra proporciona sustento a los seres vivos. «Son los perfectos padres»,
continúa Carlos. «Los que nos dan
de comer».
El inca es hermano de la naturaleza, pero eso no le impide matar animales. María se lleva la mano a la boca al advertir una nueva
presencia sobre el altar. Es otro de
los chamanes, uno especialmente
robusto. Sostiene un bulto oscuro,
que se retuerce y chilla como un
cerdo. «¿Esa es?», Montserrat habla con un hilo de voz. Carlos mueve la cabeza afirmativamen-
El sacrificio es el clímax del ritual.
te. Hace quinientos años, los incas
sacrificaban vírgenes en ofrenda a
su dios. Las conducían a lo alto del
altar, amordazadas y vestidas de
blanco, y sobre la palestra de piedra les arrancaban el corazón. Las
más bellas eran las elegidas. Esas
prácticas desaparecieron con el úl-
DICCIONARIO
QUECHUA
Inti Raymi: Fiesta
del Sol
Pachamama:
Madre Tierra
Tawantinsuyo:
cuatro regiones
timo líder inca, Atahualpa. El bulto oscuro que el chamán sostiene
entre brazos no es una mujer, sino
una llama. Y el sacrificio es un acto teatral, para disfrute de los espectadores.
Aun así, María ahoga un grito.
El chamán ha depositado al animal y uno de los guerreros se aproxima cuchillo en alto, profiere un
aullido, los demás enmudecen y la
hoja afilada se introduce muy despacio en la carne. Es entonces
cuando los guerreros vuelven a
moverse, tras contener la respiración, y se abalanzan sobre la llama
muerta. Le arrancan las vísceras y
las enarbolan con gozo. «¿Es de
verdad?», inquiere Montserrat.
Sabe que no, pero necesita
oírlo de nuevo. El guía lo ratifica y
señala al grupo de chamanes, que
se alzan al sol un pedazo de intestino. «Lo están ofreciendo a su
dios», cuenta Carlos. «Es la mejor
llama de su ganadería, la más fuerte y sana. No penséis que matarla
es un desperdicio, ellos lo consideran un honor». El cuerpo desmadejado se esparce por el altar
de piedra. Los guerreros vuelven a
bailar. Han venido todos, de las
cuatro regiones del antiguo Imperio Inca. Están los costeños, de
ojos fulgurantes, los del altiplano,
los quechuas de las montañas y los
amazónicos, con sus ropajes de
cuero y sus boas al cuello. Y todos
saltan y levantan las manos con
los ojos bien abiertos, porque alaban la luz y el calor y la tierra ardiente.
Más allá del altar, se atisban
dos hileras de quechuas con el torso plateado. Sostienen el palio de
una mujer, bella y orgullosa como
pocas. Es la coya, la esposa del gran
inca elegida entre las muchas
amantes. El trono de la coya tiene
el color de una luna pálida, símbolo de fertilidad y trascendencia.
El líder inca comparte lecho con
otras, pero solo los vástagos de la
coya le sucederán. Y así levita el
trono de la coya, regia y serena
hasta detenerse junto a su compañero. A su lado los guerreros danzan con frenesí, de cara al sol. María y Montserrat se vuelven hacia
el astro, rotundo y cegador en lo
alto del firmamento. Se sienten
parte de un rito ancestral, donde
el primer espectador es aquel que
brilla.
Los quechuas
anuncian la llegada
del inca tocando los
pututus. / FOTOS: B.S.T.
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