historia OH MARÍA - Colegio Sagrada Familia

Anuncio
"¡OH MARÍA, SIN PECADO CONCEBIDA,
ROGAD POR NOSOTROS QUE RECURRIMOS A VOS!
En la Rue du Bac, número 140, en pleno centro de París, en la
casa madre de la Compañía de las Hijas de la Caridad, que
fundaran san Vicente de Paúl y santa Luisa de Marillac,
habitaba en 1830 una novicia llamada sor Catalina Labouré, a
quien la Santísima Virgen confió un mensaje salvador para
todos los que con confianza y fervor lo aceptaran y
practicaran. El 27 de noviembre de 1830 sor Catalina escuchó
una voz en su interior que decía: «Haz que se acuñe una
medalla según este modelo. Todos cuantos la lleven puesta
recibirán grandes gracias. Las gracias serán mas abundantes
para los que la lleven con confianza». Entonces se creó una
forma ovalada en torno a la Virgen y en el borde interior
apareció escrita la siguiente invocación: «María, sin pecado
concebida, rogad por nosotros, que acudimos a vos».
De esta aparición primera y otra posterior, surgió años
después un movimiento mariano que hoy conocemos como la
asociación de la Medalla Milagrosa. Aprobada por San Pío X
en 1909, la asociación cuenta con más de seis millones de
miembros en todo el mundo. Su fin es fomentar la devoción a
la Virgen María, Madre de Dios, concebida sin pecado original
y modelo de la Iglesia Peregrina, conscientes de que el culto a
la Madre redunda en gloria y alabanza de su Hijo, el Salvador,
por medio de la Medalla Milagrosa y el apostolado que se
ejerce mediante la Visita Domiciliaria.
Todo comenzó comenzó aquel 27 de noviembre de 1930. A
Catalina Labouré se le apareció la Virgen para enseñarle y
recomendarle que propagara la Medalla Milagrosa. Nació en
Francia, de una familia campesina, en 1806. Al quedar
huérfana de madre a los 8 años le encomendó a la Virgen que
le hiciera de madre, y la Madre de Dios aceptó su petición.
Como su hermana mayor profesó en la filas de San Vicente de
Paúl, Catalina tuvo que quedarse al frente de los trabajos de la
cocina y del lavadero en la casa de su padre, y por esto no
pudo aprender a leer ni a escribir.
A los 14 años pidió a su padre que le permitiera irse a un
convento pero él, que la necesitaba para atender los muchos
oficios de la casa, no se lo permitió. Ella le pedía al Señor que
le concediera lo que tanto deseaba: consagrarse a él. Una
noche vio en sueños a un anciano sacerdote que le decía: "Un
día me ayudarás a cuidar a los enfermos". Al salir de visitar a
una enferma vio otra vez a aquel sacerdote que le dijo: Hija
mía, tu ahora huyes de mí, pero un día será feliz de venir a mí.
Dios tiene designios sobre ti, no lo olvides imagen de ese
sacerdote se le quedó grabada para siempre.
A los 24 años, logró que su padre la dejara ir a visitar a su
hermana en Chatillón - Sur -Seine, y al llegar a la sala del
convento vio el retrato de San Vicente de Paúl y se dio cuenta
de que ese era el sacerdote que había visto en sueños y que la
había invitado a ayudarle a cuidar enfermos. Desde ese día se
propuso ser hermana vicentina, y tanto insistió que al fin fue
aceptada en la comunidad.
Después de un año de prueba la destinan al hospital de
Enghen a servir a los ancianos durante 36 años. 5 años
ayudante de cocina, 4 en la ropería, 15 años cuidando de las
vacas que proporcionan la leche parar los ancianos del asilo.
Lleva las cuentas de la compra de las vacas y cuando pierde
más que gana suprimen las vacas y sustituyen las vacas por
cerdos. Las hermanas ancianas la buscan para rezar el rosario
con ella, pues lo reza con singular fervor. El día de la
Inmaculada cae enferma y comenta que es el ramillete de
flores que cada año le ofrece la Virgen. Obediente hasta los
más pequeños pormenores, observante del silencio, amante
de los oficios más humildes, que declara son las perlas de las
Hijas de la Caridad. Le pregunta una sobrina por qué siempre
es una simple cuidadora de animales y nunca la hacen
superiora. Las superioras son elegidas inteligentes. Ella no ha
podido ir a la escuela.
Era aún una joven novicia, cuando tuvo unas apariciones que
la han hecho célebre en toda la Iglesia. En la primera, una
noche estando en el dormitorio sintió que un hermoso niño la
invitaba a ir a la capilla. Lo siguió hasta allá y él la llevó ante
la imagen de la Virgen Santísima. Nuestra Señora le comunicó
esa noche varias cosas futuras que iban a suceder en la Iglesia
Católica y le recomendó que el mes de mayo fuera celebrado
con mayor fervor en honor de la Madre de Dios. Catalina
creyó siempre que el niño que la había guiado era su ángel de
la guarda.
Pero la aparición más famosa fue la del 27 de noviembre de
1830. Estando por la noche en la capilla, vio a la Virgen
resplandeciente. De sus manos salían hermosos rayos de luz
hacia la tierra. La Virgen le encomendó que hiciera una
imagen de Nuestra Señora así como se le había aparecido y
que mandara hacer una medalla que tuviera por un lado las
iniciales de la Virgen MA, y una cruz, con esta frase "Oh
María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que
recurrimos a Ti". Y le prometió ayudas muy especiales para
quienes lleven esta medalla y recen esa oración.
Catalina le contó a su confesor esta aparición, pero él no le
creyó. Sin embargo el sacerdote empezó a darse cuenta de que
esta monjita era sumamente santa, y se fue al Arzobispo a
consultarle el caso. El Arzobispo le dio permiso para que
hicieran las medallas, y entonces empezaron los milagros. Las
gentes empezaron a darse cuenta de que los que llevaban la
medalla con devoción y rezaban la oración "Oh María sin
pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti",
conseguían favores formidables, y todo el mundo comenzó a
pedir la medalla y a llevarla. Hasta el emperador de Francia la
llevaba y sus altos empleados también.
En París había un masón muy alejado de la religión. Su hija
consiguió que aceptara colocarse al cuello la Medalla de la
Virgen Milagrosa, y al poco tiempo pidió que lo visitara un
sacerdote, renunció a sus errores masónicos y terminó sus
días como creyente católico. Catalina preguntó a la Virgen por
qué de los rayos luminosos que salen de sus manos, algunos
quedan como cortados y no caen en la tierra. Ella le
respondió: "Esos rayos que no caen a la tierra representan los
muchos favores y gracias que yo quisiera conceder a las
personas, pero se quedan sin ser concedidos porque las gentes
no los piden". Y añadió: "Muchas gracias y ayudas celestiales
no se obtienen porque no se piden".
Después de las apariciones de la Virgen, la joven Catalina
vivió el resto de sus años como una cenicienta escondida y
desconocida de todos. Muchísimas personas fueron
informadas de las apariciones y mensajes que la Virgen
Milagrosa hizo en 1830. Ya en 1836 se habían repartido más
de 130,000 medallas. El Padre Aladel, confesor de la santa,
publicó un librito narrando lo que la Virgen había venido a
decir y prometer, pero sin revelar el nombre de la monjita que
había recibido estos mensajes, porque ella le había hecho
prometer que no diría a quién se le había aparecido. Y
mientras esta devoción se propagaba por todas partes,
Catalina seguía en el convento barriendo, lavando, cuidando
las gallinas y haciendo de enfermera, como la más humilde e
ignorada de todas las hermanitas, y recibiendo
frecuentemente maltratos y humillaciones.
En 1842 el rico judío Ratisbona, fue hospedado muy
amablemente por una familia católica en Roma, la cual como
único pago de sus muchas atenciones, le pidió que llevara al
cuello la medalla de la Virgen Milagrosa. Él aceptó esto como
un detalle de cariño hacia sus amigos, y se fue a visitar como
turista el templo, y allí de pronto frente a un altar de Nuestra
Señora vio que se le aparecía la Virgen y le sonreía. Se
convirtió al catolicismo y se dedicó todo el resto de su vida a
propagar la religión católica y la devoción a la Madre de Dios.
Esta conversión fue conocida y admirada en todo el mundo y
contribuyó a que miles y miles de personas empezaran a
llevar también la Medalla de Nuestra Señora.
Desde 1830, fecha de las apariciones, hasta 1876, en que
murió, Catalina estuvo en el convento sin que nadie conociera
que ella era a la que se le había aparecido la Virgen para
recomendarle la Medalla Milagrosa. En los últimos años
consiguió que se pusiera una imagen de la Virgen Milagrosa
en el sitio donde se le había aparecido y al verla, aunque es
una imagen hermosa, ella exclamó: "Oh, la Virgencita es
muchísimo más hermosa que esta imagen". Al fin, ocho meses
antes de su muerte, fallecido ya su antiguo confesor, Catalina
le contó a su nueva superiora todas las apariciones con todo
detalle y se supo quién era la afortunada que había visto y
oído a la Virgen. Por eso cuando ella murió, todo el pueblo se
volcó en sus funerales, el que se humilla será ensalzado. Poco
tiempo después de la muerte de Catalina, fue llevado un niño
de 11 años, inválido de nacimiento, y al acercarlo al sepulcro
de la santa, quedó instantáneamente curado. En 1947 el Papa
Pío XII declaró santa a Catalina Labouré, y con esa
declaración quedó también confirmado que lo que ella contó
acerca de las apariciones de la Virgen era Verdad. Su cuerpo
se venera en la Iglesia de las Hijas de la Caridad donde está
también San Vicente de Paúl, en la Rue du Bac, en París.
Descargar