“Abre tu corazón al AMOR y tendrás la Vida Eterna”

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“Abre tu corazón al AMOR y
tendrás la Vida Eterna”
Libro de la Sabiduría (Sab. 4,7-15)
“El justo aunque muera prematuramente, tendrá el descanso.
Vejez venerable no son los muchos días, ni se mide por el número de años; que las
canas del hombre son la prudencia, la edad avanzada, una vida sin tacha.
Agradó a Dios, y Dios lo amó, vivía entre pecadores, y Dios se lo llevó; lo arrebató para
que la malicia no pervirtiera su conciencia, para que la perfidia no sedujera su alma.
La fascinación del vicio oscurece lo bueno, el vértigo de la pasión pervierte una mente sin
malicia.
Maduró en pocos años, llenó mucho tiempo.
Como su alma era agradable a Dios, lo sacó aprisa de en medio de la maldad.
Lo vieron las gentes, pero no lo entendieron, no reflexionaron sobre ello; la gracia y la
misericordia son para los elegidos del Señor y la visitación para sus santos.”
Salmo Responsorial (Salmo 121)
R/. Qué alegría cuando me dijeron: “Vamos a la casa del Señor”.
Qué alegría cuando me dijeron:
“Vamos a la casa del Señor.”
Ya están pisando nuestros pies
Tus umbrales, Jerusalén.
Jerusalén, está fundada
como ciudad bien compacta.
Allá suben las tribus,
las tribus del Señor.
Según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor.
En ella están los tribunales de justicia
en el palacio de David.
Desead la paz a Jerusalén:
“Vivan seguros los que te aman”,
haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios.”
Por mis hermanos y compañeros,
voy a decir: “La paz contigo.”
Por la casa del Señor nuestro Dios,
te deseo todo bien.
Carta de san Pablo a los Filipenses (Fil. 3,20-21)
“Hermanos: Nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el
Señor Jesucristo.
Él transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa,
con esa energía que posee para someterlo todo.”
Aleluya
Aleluya, aleluya.
“Yo soy la resurrección y la vida, dice el Señor. El que cee en mí no morirá jamás.”
Aleluya.
Evangelio de san Juan (Jn. 11,17-27)
“Dijo Marta a Jesús:
-Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que
todo lo que pidas a Dios, Dos te lo concederá.
Jesús le dijo:
-Tu hermano resucitará.
Marta respondió:
-Sé que resucitará en la resurrección del último día.
Jesús le dice:
-Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá: y el que
está vivo y cree en mí no morirá para siempre. ¿Crees esto?
Ella le contestó:
-Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al
mundo.”
Reflexión
En la tarde de nuestra vida y que da comienzo a la vida o a la muerte
eterna, seremos juzgados sobre el amor (cfr. Mt 25). Ciertamente en ese
momento, el amor al prójimo será un test infalible. No podemos amar a Dios
que no se ve, si no amamos al hermano cercano a quien vemos. En esta ley
van comprendidas o intuidas todas las minucias o exigencias del amor. Van
comprendidos todos los mensajes que Dios nos ha enviado a lo largo de
nuestra existencia. Dios, que en Jesucristo y en el Espíritu Santo, va
dándonos las indicaciones precisas necesarias para avanzar en nuestro
largo caminar.
El amor del que nos habla el Evangelio es impaciente, exigente,
determinado e insistente. Es el amor hacia los más necesitados y que se
encuentran muy cerca de cada uno de nosotros; es el amor a los pobres no
sólo de dinero sino de certeza de no ser inútil, que carecen de motivos y
esperanza para vivir...
Al final de los tiempos es el AMOR viviente que es persona -Jesucristoquien viene a juzgarnos sobre la vivencia del amor. En ese momento
constataremos sin posibilidad de disculpas y de mascaras, si le hemos
acogido o rechazado. El estilo de Dios es el de un Dios Omnipotente que
se hace fragilidad y pobreza. Este estilo de ternura permanece sólo en
aquellos que desocupan su interior de todo lo que no es de Dios y abren su
corazón al AMOR.
Esta iniciativa de ternura llega a ser tan exigente como lo ha sido la entrega
del Señor hasta la muerte en cruz, hasta el fin, misericordia que no se cansa
de perdonar.
Cada uno será juzgado según los dones que ha recibido. Como lo explica
aquella parábola de los talentos... “el amor que no crece, que queda
estático, se cansa, muere”.
Cada uno será juzgado con base a la fe, la esperanza, la caridad, la
pertenencia a la Iglesia, la práctica religiosa, etc. que ha recibido
gustosamente o que ha rehusado recibir de Dios y a vivir como respuesta a
Dios.
Tengamos presente: Después de la muerte no habrá más libertad de
escoger o de decidir. En el instante de la muerte, la libertad humana se
fijará para siempre sobre el bien o sobre el mal que ha escogido o elegido,
de hecho, como su absoluto. A este elemento dramático de nuestra libertad
alude el Vaticano II cuando habla del "único curso de nuestra vida terrena"
(LG, 48e).
La existencia terrena puede cambiar de objeto de amor. Puede decidir por
la santidad más excelsa o por el daño más ingrato y obstinado. Oscila. Y a
ello es dado la capacidad de escoger entre la luz y las tinieblas, entre la
gracia y el pecado, entre la vida la muerte, entre Dios y la imposibilidad de
la nada.
¿La libertad puede abstenerse de decidir su propio destino? No. Dios no es
facultativo. Y en esto está la responsabilidad de la vida. También el
desinterés es decisión en contra. Porque en lo más íntimo tenemos una
necesidad de Dios. Podemos secundar esta exigencia. La podemos
contrariar. No la podemos destruir. Somos vacío que pide ser colmado.
Somos inquietud que invoca ser calmada. A nosotros nuestra suerte, está
en nuestras manos.
La vida tiene una orientación de fondo que está formada y se expresa en
decisiones singulares, en gestos particulares. Pero tales decisiones y tales
gestos son coordinados de tal forma que el bien y el mal llegan a ser
siempre más fácil, casi instintivo. Sin negar la posibilidad de revisión. Pero
también sin afirmarla con excesiva desenvoltura en todo momento.
Aunque el momento de la muerte sea el acto de libertad más completo y
más puro, no debemos olvidar que en la vida diaria sobre la tierra tenemos
momentos de decisión que condicionan para siempre a la persona. La
vigilancia de que habla el evangelio, no se refiere solo a la muerte que
puede llegar en cualquier momento. Se refiere también al instante que está
viviendo, que pasa, y que puede determinar la bienaventuranza o la
condena eterna.
La verdadera opción es el Amor. Quien ha inspirado su existencia con el
amor del Señor y lo ha puesto en práctica, poco importa la forma concreta
como lo haya hecho. Quien haya hecho un acto de caridad por el prójimo,
puede mirar con confiada serenidad el juicio divino. Aquel que nos juzgará,
Aquel que encontraremos en el acto del juicio es Aquel que nos ama
personalmente y nos ha mandado amarnos fraternalmente entre nosotros.
El hombre que ha amado con el Amor del Señor, no deberá sentir miedo
alguno ante la mirada omnisciente del AMOR.
El juicio particular, en fin, debe ser considerado por el cristiano que en este
mundo de corrupción y mentira ha sido despreciado, desprestigiado,
perseguido y ha sido víctima por cualquier clase de violencia e injusticia. En
aquel juicio, el asesino, el corrupto, el traficante de personas y de droga, el
violento, el injusto, no podrá triunfar sobre su víctima, y ésta no podrá
amargamente sucumbir; el mentiroso será desenmascarado en su secreta
corrupción, y la verdad no será más humillada y pisoteada; quien ha
oprimido y destruido al hermano, demasiado solo con el rol sofisticado y
elegante de la cultura y de la marginación no violenta, aparecerá en su
desamor, desnudo de todo mérito. También se dará la victoria y el realce del
derecho sobre la injusticia. Aquel día será motivo de esperanza para los que
han sido calumniados y desplazados o desheredados. Para todos, el juicio
final venidero, debe ser estímulo a considerar la seriedad intrínseca de la
vida presente, la única que tenemos y en la que, día tras día, decidimos
nuestra situación eterna.
También el juicio final particular, que vendrá y se hará sobre la base del
Amor, nos demuestra cuáles valores debemos escoger en este mundo que
pasa, y cuáles batallas debemos afrontar, sostener y amar.
Hoy, cuando todo se tiende a concentrar en el propio interés en esta vida y
sus problemas y no gusta de hablar de aquello que vendrá después, es
necesario hablar más frecuentemente de la vida eterna y de la esperanza.
Debemos hablar de la vida eterna, pero de manera justa y según el
evangelio, presentando la verdadera naturaleza del mensaje de gloria y
gozo y de esperanza. En efecto, la vida eterna es esencialmente el Paraíso,
esto es, el estar "con" Cristo en la gloria bienaventurada del Padre celestial
(cfr. 1Cor 2,9). Es necesario hablar con mayor frecuencia de la vida eterna y
hacerlo con gran sobriedad...
La vida eterna no es la continuación de la vida presente, llena de
necesidades físicas y espirituales y de la muerte: Dios secará toda lágrima...
(Apc. 21,4). La vida eterna es un misterio, es otra realidad. Todo lo que
pensemos de ella son símbolos que expresan de manera analógica una
realidad inexpresable: así los símbolos de jardín, banquete de bodas para
indicar el Paraíso y el símbolo del fuego para indicar el sufrimiento que
causa la pérdida eterna de Dios. Así es aún el "juicio final" para indicar el
modo y el momento en que Dios revela a cada hombre en particular el
sentido de la propia vida y su destino de salvación o de condenación.
La verdad escatológica no son verdades abstractas, neutras, que pueden
ser interesante conocerlas, sino verdades que nos tocan y nos interpelan.
Ellas, en efecto, representan nuestro destino último y definitivo futuro: la
vida humana no termina con la muerte.
El hombre por tener conciencia de la muerte, ésta se le presenta como un
problema. Propiamente hablando, sólo el hombre "muere". Para los demás
seres la muerte es un "accidente biológico", mientras para el hombre, más
allá de ser un futuro biológico es un futuro espiritual, porque mientras los
otros caen en la muerte sin darse cuenta, el hombre "vive" la propia muerte,
vive esperando la muerte y con la conciencia de tener que morir. Sólo el
hombre vive la angustia de la muerte. Angustia que puede ser eliminada por
la escatología, la verdad futura, haciendo soportable y esperanzador este
momento de la muerte.
Francisco Sastoque, o.p.
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