El Fascismo en Italia. Después de la Primera Guerra Mundial reinó

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Pontificia Universidad Católica de Chile
Facultad de Educación
Nivelación de Estudios para Adultos CREA
Historia 3º y 4º medio
Profesor: Felipe Cubillos Correa
El Fascismo en Italia.
Después de la Primera Guerra Mundial reinó en Italia mucho descontento, en
medio del cual pudo surgir Benito Mussolini, jefe del Partido Fascista. Él, inteligente,
de poderosa vitalidad y gran orador, fue un personaje carismático que se sentía llamado
a conducir a la nación italiana al esplendor y a la grandeza. Sus partidarios lo admiraron
y lo proclamaron “Il Duce”, el líder. Mussolini despreciaba el liberalismo y odiaba el
marxismo. Hizo suyas algunas ideas de Hegel y de Nietzsche y enseñó que toda la vida
es lucha. El individuo debía sacrificar su comodidad burguesa y ponerse al servicio del
Estado. Mussolini se sentía un sucesor de los césares romanos y soñaba con restablecer
el dominio de Italia sobre el Mediterráneo, el “Mare Nostrum”.
El 24 de octubre de 1922 Mussolini presidió una gran reunión fascista en
Nápoles. Al final de la reunión, militares fascistas irrumpieron con el grito “¡A Roma!”.
Mussolini emprendió la “Marcha hacia Roma” al frente de 40.000 hombres
uniformados. El rey Víctor Manuel III, temeroso de que pudiera estallar la guerra civil,
nombró a Mussolini Primer Ministro. Mussolini pudo afirmarse cada vez más en el
poder y en el año 1926 fue autorizado a gobernar por medio de decretos.
El partido fascista y la Juventud Fascista, la “Balilla”, fueron organizados como
instituciones paramilitares: usaban uniforme, quedaban sujetos a una rigurosa disciplina
y recibían instrucción militar. A través de estas instituciones se debía formar la “Nueva
Italia” que debía marchar hacia la gloria.
Mussolini dejó subsistir la propiedad privada, pero disolvió las organizaciones
empresariales y los sindicatos obreros. En oposición al principio capitalista de la libre
competencia y al colectivismo estatista soviético, el fascismo trató de canalizar las
fuerzas económicas a través de las corporaciones: Los empresarios, empleados y
obreros de un determinado sector económico debían unirse en una Corporación. El
Estado fascista debía ser un Estado Corporativo.
Bajo la enérgica conducción del Duce Italia experimentó una gran recuperación
económica. El gobierno fascista trazó un ambicioso programa de obras públicas:
construyó carreteras, centrales eléctricas, habitaciones y escuelas; disecó los Pantanos
Pontinos al sur de Roma; modernizó los ferrocarriles y fomentó la industria dando
trabajo a millares de personas. Amplió las fuerzas armadas con el fin de convertir a
Italia en una gran potencia militar y naval.
Los éxitos iniciales del fascismo fueron innegables. Sin embargo, en la medida
que Mussolini pudo consolidar su poder, el Estado Fascista se tornó cada vez más
totalitario.
El Nazismo en Alemania.
Después del derrumbe del imperio del Kaiser se proclamó en Alemania la
República, conocida bajo el nombre de República de Weimar, porque su constitución
fue aprobada por una Asamblea reunida en la ciudad de Weimar. La nueva república no
pudo echar raíces debido a que:
- El pueblo alemán se sintió humillado por las duras condiciones del Tratado de
Versalles.
- Proliferaron los partidos políticos, los cuales fueron incapaces de dar a
Alemania un gobierno estable.
- Las clases medias fueron arruinadas por la guerra y la terrible inflación que se
produjo en los años siguientes.
- La crisis económica sumió a Alemania en una profunda depresión. Cuatro
millones de desocupados se sintieron frustrados y engañados.
En medio del general descontento surgió un nuevo dirigente político que
prometió al pueblo alemán un glorioso porvenir: Adolfo Hitler.
Hitler nació en 1889 en Austria. Quiso ser pintor y arquitecto, pero no siguió
ninguna carrera regular. Al estallar la Primera Guerra Mundial se alistó como voluntario
en el ejército alemán y combatió en el frente occidental. La derrota de Alemania y la
Paz de Versalles engendraron en él un apasionado deseo de vengar las humillaciones
impuestas a la nación alemana. En 1919 ingresó al Partido Nacional-Socialista y luego
se convirtió en el Führer o Líder.
Adolfo Hitler expuso su programa en su libro “Mi Lucha”. La ideología nazi se
caracterizó fundamentalmente por su nacionalismo extremo, que colocó a la nación
alemana por encima de todo. Este nacionalismo se mezclaba con una teoría racista
según la cual existía una raza superior, la aria o nórdica, creadora de todo lo bueno y
hermoso. En cambio, la raza más vil y perversa era la raza judía, autora de todos los
males. Máxima encarnación de la raza nórdica era el pueblo alemán, que estaba llamado
a asumir la dirección del mundo.
La nación, comprendida como comunidad racial, debía ser una comunidad social
en que el individuo se identificaba con la colectividad: “Tú no eres nada, tu pueblo lo es
todo”. A la teoría marxista de la lucha de clases y de la solidaridad del proletariado
internacional, oponía Hitler la idea de la solidaridad social de la nación.
La solidaridad nacional y social debía traducirse en una política económica en
que la acción individual debía contribuir al bienestar social y a la grandeza nacional. El
nacionalsocialismo mantuvo el principio capitalista de la propiedad privada de los
medios de producción, pero encomendó al Estado la tarea de planificar y organizar la
economía.
El nacionalsocialismo condenó categóricamente el régimen democrático y se
propuso crear un sistema político nuevo basado en el principio del “Liderazgo”: El
Führer nombraba a sus representantes en todos los niveles,
cada uno con plena
autoridad sobre sus subalternos, cada uno solamente responsable ante Hitler. El poder
de él se basó en el Partido Nacional-Socialista y en sus distintas organizaciones
especiales, como los Escuadrones de Seguridad o S.S., instituciones paramilitares que se
encargaban de inculcar al pueblo alemán la disciplina y el espíritu heroico que lo debían
capacitar para cumplir con su misión en la historia. Todos los hombres y pueblos de
habla y raza alemana debían quedar reunidos dentro de la Gran Alemania. Con el fin de
proporcionar a la Gran Alemania su “espacio vital” correspondiente, Alemania debía
seguir una política expansiva y extender su dominio hacia el este, a expensas de los
pueblos eslavos y de la Rusia comunista. Bajo la dirección autoritaria de Hitler se
estableció en Alemania un Estado Totalitario que logró movilizar todas las energías
nacionales y conquistar espectaculares éxitos iniciales. Pero a la postre Hitler llevaría a
su pueblo a la peor catástrofe de su historia y produciría enormes males y sufrimientos
en Europa y el mundo entero.
El 30 de enero de 1933 Adolfo Hitler fue nombrado Canciller de Alemania.
Según las esperanzas de los nazis esta fecha marcaba el nacimiento del tercer Reich,
bajo el cual Alemania debía alcanzar su mayor grandeza.
Pocas semanas después el Reichstag (Parlamento) otorgó a Hitler poderes
dictatoriales, en virtud de ello privó a este organismo de todo poder, disolvió los
partidos políticos de oposición y privó a los sindicatos obreros de toda influencia.
Después de la muerte del presidente Hinderburg en 1934, Hitler abolió el cargo
presidencial y asumió la dirección del Estado con el título de Führer. Las leyes de
Nuremberg, de 1935, privaron a los judíos del derecho de ciudadanía. Luego se inició
una campaña sistemática para exterminar a los judíos.
Una intensa propaganda a través de la radio y del cine y nuevos planes de
educación debían inculcar la ideología nazi a toda la sociedad, especialmente a la
juventud.
El gobierno nazi realizó un ambicioso programa de obras públicas, que puso fin
a la desocupación. Se construyó una red de modernas autopistas. El “automóvil
popular” (Volkswagen), viajes baratos en lujosos barcos, vacaciones a bajo costo en
hermosos hoteles debían proporcionar felicidad a las clases inferiores.
En pocos años Alemania logró un considerable bienestar económico. Luego
Hitler inició una sistemática política de rearme y destinó la mayor parte del potencial
económico y humano a la construcción de una gigantesca máquina militar. Eliminó las
restricciones impuestas a Alemania por la paz de Versalles, restableció en 1935 el
servicio militar obligatorio, creó una aviación moderna y organizó poderosas unidades
motorizadas. Alemania quedó preparada para que Hitler pudiera realizar sus ambiciosos
proyectos de expansión.
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