El conde Lucanor, o Libro de Patronio, Ejemplo XXXV, Don Juan

Anuncio
El conde Lucanor, o Libro de Patronio, Ejemplo XXXV, Don Juan Manuel
Sitios web de interés
Texto completo: http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/el-conde-lucanor--0/html/00052e2a-82b2-11df-acc7002185ce6064.html
Texto completo: http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/el-conde-lucanor--0/html/00052e2a-82b2-11df-acc7002185ce6064_1.html#I_1_
Texto completo: http://www.taller-palabras.com/Datos/Cuentos_Bibliotec/ebooks/El%20Conde%20Lucanor.pdf
Audiolibro, cuentos I-X: http://albalearning.com/audiolibros/jmanuel/
Contenido
Obra: El conde Lucanor: Ejemplo XXXV, “De lo que aconteció a un mancebo que casó con una mujer muy fuerte y muy
brava (1335), El infante don Juan Manuel (1282-1348) (España)
Tema: La construcción del género, las relaciones interpersonales y la creación literaria
Género: Narrativo
Época: El Medioevo
Sinopsis: Esta fábula mediaval eneseña que, en las relaciones humanas, hay que entrar con pie derecho: la primera
impresión es la que cuenta. La moraleja de su autor es, “Si al comienzo no muestras quién eres, nunca podrás después
cuando quisieres”. El Viejo consejero Patronio le refiere al Conde esta historia de un mozo que se quería casar con una
mujer cuyo mal genio era temido por todos. El joven encuentra la manera de hacerse conocer en la noche de bodas, a
fin de forjar un matrimonio provechoso y feliz. El carácter fuerte de los dos novios los hará tal para cual.
Se considera que el género novelesco nace, no sólo en España, sino en toda Europa, con El conde Lucanor ,
también conocido como Libro de Patronio (1335). El infante don Juan Manuel (1282–1348) fue sobrino del ilustre rey de
Castilla Alfonso X el Sabio, que durante su reinado emprendió una obra monumental de sistematización del saber
jurídico, histórico y lingüístico castellano. Ambicioso, don Juan Manuel vivió una vida de maniobras políticas. Figuró en
disputas por el trono de Castilla después de la muerte de su tío. Combatió y venció a los moros de Málaga, pero no
vaciló en formar alianzas con los moros de Granada para mejorar su posición política. En medio de todo, creó una
abundante obra literaria que le confirmó indiscutiblemente como el mejor prosista de su tiempo.
El conde Lucanor es una colección de cuentos ligados por la continuidad de sus dos protagonistas. Móvil de cada
cuento es una duda que el joven e inexperto conde le presenta a su viejo maestro y consejero Patronio. Éste le enseña la
adecuada solución, refiriéndole un «ejemplo», término utilizado desde la Antigüedad para significar una historia
insertada a manera de testimonio. Don Juan Manuel extrajo de las tradiciones orientales—árabes, y anteriores a éstas,
las de Persia y de la India—muchos cuentos de El conde Lucanor , libro que escribió en su fortaleza sobre la Hoz de
Alarcón. El Ejemplo XXXV pide comparación con la comedia de William Shakespeare La fierecilla domada.
Antes de leer
El infante don Juan Manuel es el creador de la prosa en español más elogiada de su siglo y un noble de abolengo
ilustrísimo. Es sobrino del gran rey reformador Alfonso X el Sabio, quien asienta la base de la literatura en castellano en
colaboración con intelectuales judíos, árabes y latinistas de la afamada Escuela de Traductores de Toledo. Es también
primo del que sigue a Alfonso X en el trono de Castilla y León, Sancho IV el Bravo. Éste se encarga de la tutoría de don
Juan Manuel, quien, de pocos meses de edad, queda huérfano de padre. El futuro autor de El conde Lucanor se forma
en latín, historia, derecho y teología, pero, al igual que su tío, se dedica a escribir en castellano. Esmerado estilista,
escribe poesía, historia, obras didácticas e incluso un libro sobre la caza.
El conde Lucanor, o Libro de Patronio, cuyo acabado manuscrito se perdió en un incendio, es considerado la
primera obra maestra de ficción en lengua castellana. Resultó ser una rica fuente de ideas, tramas y personajes para
futuros autores de toda Europa. Entre otros, el «Ejemplo XXXII», de los burladores del paño, inspiró el cuento de Hans
Christian Andersen «Los vestidos nuevos del emperador», y también sirvió a Cervantes para su entremés «El retablo de
las maravillas».
Cada uno de sus cincuenta ejemplos se abre con un diálogo entre Lucanor y su viejo consejero, a quien se acerca
el joven conde con un caso de la vida real, o caso moral, que requiere resolución. Patronio ofrece un consejo por medio
de un ejemplo, o cuento moralizador, cuyo contenido es parecido a la situación del caso. Al terminar Patronio su relato,
el conde concuerda siempre en que presenta un buen consejo; y el último paso es que el mismo don Juan Manuel,
convertido en personaje, hace acto de presencia para aprobar, a su vez, el consejo y cerrar la narración con un dístico
breve y entretenido que resume la enseñanza.
Mientras que pudiera ser tentador pensar en el joven conde—por su sangre noble—como representación del
autor, hay críticos que ven un desdoblamiento no solamente del conde y Patronio, que tanto se dependen entre sí, sino
también de don Juan Manuel, por características que comparte el autor con sus dos personajes. Pocos autores de su
época dejaron tan bien documentadas su vida pública y su interioridad.
El lector de El conde Lucanor notará diferencias léxicas y sintácticas entre el español medieval y el español de
hoy. Pero es importante reconocer también las similitudes, indicios del abolengo de nuestro idioma y de su estabilidad.
Por ejemplo, el uso de la segunda persona singular «vos», como se ve en la frase «vos tenéis» del «Ejemplo XXXV», tiene
arraigada presencia, con variantes, en muchos países latinoamericanos hoy: en la Argentina, en Costa Rica, en el
Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, Bolivia, Nicaragua, el Paraguay y el Uruguay, y hasta en partes de Chile,
Venezuela y el sur de México.
Un ejemplo de este «voseo» se puede ver en «El hombre que se convirtió en perro», del dramaturgo argentino
Osvaldo Dragún, en las Págs. 73 y SS., de Abriendo puertas, Tomo III.
Vocablos vistos en el «Ejemplo XXXV» que se pudieran tomar por anticuados no lo son: en la noche de la boda,
las familias de los novios les «adoban de cenar»—les preparan la cena—; pero vale notar que la palabra «adobar» sigue
viva en nuestros tiempos en el «adobo», caldo o salsa con que se hacen ricas preparaciones de la cocina hispánica. Se
oye todavía en nuestro siglo la palabra «paso» por «despacio», como en «Caminaba paso»; o por «en voz baja», como
en «Habla paso, por favor».
Como se ve también en textos tan separados en el tiempo como El burlador de Sevilla y convidado de piedra
(siglo XVII) y San Manuel Bueno, mártir (siglo XX), el pronombre de la forma reflexiva, o el del complemento directo o
indirecto, frecuentemente se coloca después del verbo conjugado y adjunto al mismo: por ejemplo, «díjole» en vez de
«le dijo». Nótese, por último, el uso frecuente de la conjugación del imperfecto del subjuntivo en «-se»: «fuese» en vez
de «fuera», o «cumpliese» en vez de «cumpliera». Estas formas en «-se», hoy menos frecuentes en Latinoamérica,
siguen oyéndose comúnmente en la España del siglo XXI.
Después de leer
Al comparar los ejemplos de El conde Lucanor con la literatura española que los antecedió, se aprecia un
notable desarrollo en la lengua castellana. Don Juan Manuel se empeña en lograr un estilo pulido, claro y conciso, para
hacer gratas sus enseñanzas. El afán de concisión se nota en la brevedad de los ejemplos; algunos son de apenas una
página.
El autor mismo declara, en el «Prólogo» de su colección, su «entención» de usar «palabras falagueras et
apuestas», a fin de que los que lean sus ejemplos tomen «placer de las cosas provechosas que ý fallaren». De ahí que los
cuentos de El conde Lucanor sean claramente didácticos a la vez que entretenidos. Los aviva el deseo de don Juan
Manuel de orientar la conducta de sus lectores por medio de la diversión. La pauta que lo guía es «docere delectando»,
frase latina que significa «enseñar deleitando».
Se ha visto que cada uno de los ejemplos de El conde Lucanor termina con una sentencia, o dístico, la gran
mayoría en forma de pareados—estrofas de dos versos—que riman en consonante. Este tipo de enseñanza moral es
bastante común en la literatura medieval castellana, pero don Juan Manuel nos informa del propósito suyo al
componerlos: «que los omnes fiziessen en este mundo tales obras que les fuesen aprovechosas de las onras et de las
faziendas et de sus estados, et fuesen más allegados a la carrera porque pudiesen salvar las almas». Estos tres
conceptos—honra, hacienda y estado—son claves para entender las enseñanzas de El conde Lucanor, dirigidas siempre
a su público, los hijos de la clase noble castellana.
Por eso, al leer el relato «De lo que aconteció a un mancebo que casó con una mujer muy fuerte y muy brava»,
es de primordial importancia que el lector haga caso del dístico que resume el propósito de su autor al ponerlo como
ejemplo. Ofrece una verdad sencilla: «Si al comienzo no muestras quién eres,/nunca podrás después cuando quisieres».
Ante los detalles sangrientos del cuento, es fácil olvidar otros detalles importantes: uno es la costumbre, con
respecto a los matrimonios arreglados, de casar a los novios sin que éstos se conozcan antes de la boda. El mancebo
moro conoce a su futura esposa por la fama que tiene: es notoria por ser «aquel diablo», y «de malas y revesadas»
maneras. Si la novia conoce a su futuro esposo, sólo puede ser por la fama que tiene en la comarca de ser «el mejor
mancebo que podía ser».
La parte de la trama más impactante se desenvuelve en la noche de bodas, el momento en que, en todo sentido,
el conocimiento mutuo de los dos jóvenes comienza.
Conviene saber que aunque bien es cierto que la literatura medieval se caracteriza por presentar una imagen
negativa de las mujeres—como esposas infieles, aficionadas al lujo y a la moda, alcahuetas, chismosas y más—, interesa
también fijarse en las palabras finales de Patronio. Al resumir las razones por las que ha usado este relato como base de
su solución del caso, el consejero insiste que el conde lleve el consejo a su ahijado solamente «si fuere él tal como aquel
mancebo» y «que con todos los hombres que algo habéis a hacer, que siempre les deis a entender en cuál manera han
de pasar convusco».
Es decir que la enseñanza no se dirige a la forma más aconsejable de tratar a una mujer, sino al modo en que los
hombres—aquí, entiéndase «los seres humanos»—debemos acercarnos a toda nueva relación social o política haciendo
saber al otro desde el comienzo que no nos dejaremos dominar.
Para aclarar más el concepto de Patronio al decir «todos los hombres», convendrá recordar que la forma del
masculino plural para referirse a grupos de personas—en los sustantivos, adjetivos, etc.—tenía, hasta las últimas
décadas del siglo XX, una acepción incluyente. Abarcaba a toda la humanidad, sin excluir a ninguno ni a ninguna. El
término «todos los hombres», hace poco, no transmitía el sentido del que va cargado hoy, cada vez más alejado de su
tradicional inclusión de la mujer y el hombre por igual.
Conviene saber que las raíces árabes y orientales de muchos de los ejemplos de don Juan Manuel parecen
indicar que proceden de fuentes orales. Su técnica narrativa tiende a corroborar esto: la trama construida en
gradaciones—tres animales, perro, gato y caballo, muertos uno tras otro con niveles de violencia cada vez más
impresionantes—; las repeticiones de acciones y reacciones del novio; sus progresivos mandatos; y la gracia culminante:
el rechazo que el suegro recibe de su mujer al matar él la gallina: «…tarde os acordasteis…que ya bien nos conocemos».
Según Alan Deyermond, la característica más importante de la obra de don Juan Manuel no es la autoridad de
sus fuentes sino la experiencia de su autor en la vida. Se ha dicho que quien se deja molestar por los detalles
hiperbólicos de la doma de la mujer brava en el «Ejemplo XXXV», seguramente se sentirá molesto por la condición
humana misma.
Conviene saber que por lo menos un crítico ha escrito sobre lo que él ve como la imposibilidad de que William
Shakespeare se haya inspirado en el ejemplo de don Juan Manuel para su comedia La fierecilla domada. Aunque El
conde Lucanor, o Libro de Patronio se terminó de escribir en 1335, no llegó a imprimirse hasta 1575, en la ciudad de
Sevilla. El año más temprano de que se tiene noticia de una puesta en tablas de La fierecilla domada es 1592, en
Londres. Para los críticos hoy, faltan pruebas para afirmar que el relato de Patronio fue la fuente directa de Shakespeare
al componer su comedia, pero también reconocen que todos los elementos del «Ejemplo XXXV» se reflejan en ella: la
doma de una mujer fuerte y brava; un proceso planificado de antemano para dominar su mal carácter mediante actos
que no llegan a agredirla físicamente; y tal vez el más importante: la trama hiperbólica que lleva a la conclusión de que
es una farsa burlesca, uno de cuyos propósitos es hacer reír. Se piensa ahora que el argumento básico del hombre que
doma a una mujer indómita es universal, y que las dos obras nacieron de tradiciones comunes.
Conviene saber que, entre las muchas intrigas políticas en que toma parte en su vida don Juan Manuel, se
cuenta su empeño para arreglar un matrimonio entre su hija Constancia y el rey Alfonso XI. A don Juan Manuel le falló el
plan hasta tal punto que el rey encarcela a Constancia y se casa con la hija del rey de Portugal. Se ensaña por esto don
Juan Manuel, y, aliándose con los moros, libra contra Alfonso XI una guerra que dura cinco años. Los dos no resuelven
sus diferencias hasta que el Papa los reconcilia. Este Alfonso XI es la figura de la que, tres siglos más tarde, se aprovecha
Tirso de Molina para crear el personaje del Rey de Castilla en la comedia El burlador de Sevilla y convidado de piedra.
Reflexiones
El conde Lucanor tiene un ahijado que le pide un consejo: se va a casar, pero todos le dicen que la mujer en que
se ha fijado es «la más fuerte y más brava cosa del mundo». Como resultado, el conde va en busca de un buen consejo a
su tutor Patronio, hombre mayor a quien el conde estima mucho. Para aconsejar al conde, Patronio le relata un ejemplo,
a modo de enseñanza. Igual que el ahijado del conde, el mancebo moro del relato de Patronio se interesa en «castigar
bien su casa», concepto que el autor atribuye a la perspectiva de los padres y las madres y parientes de los novios, y que
éstos a todas luces tienen por cualidad muy deseable en un esposo. Para entender esto, no hay que olvidar que la
palabra «castigar» tenía en el siglo XIV otro sentido diferente del actual: el de «gobernar». Puesto que las tres mujeres
del relato—la futura novia del ahijado, la novia del relato de Patronio, y la esposa del suegro a quien conocemos al fin
del relato—tienen tendencia a ser dominantes—véase el texto—, es lícito suponer que cada uno de los tres hombres del
ejemplo se interesa en domar a su esposa de mal carácter. El mancebo moro sabe que la mujer con quien se quiere
casar tiene fama de ser «diablo» y de maneras «malas y revesadas», y nos damos cuenta que ha forjado un plan para
enseñarle quién es él al comienzo de su relación.
Los móviles del conde Lucanor y Patronio se cifran en el deseo de encontrar el consejo más adecuado para un
joven—el ahijado del conde—al querer forjar una nueva relación personal, un matrimonio, que se espera sea duradera:
¿cómo, en esa relación, no dejarse dominar por una esposa que es muy fuerte y muy brava? Los móviles del mancebo
moro son 1) el deseo de casarse provechosamente, es decir, con la mujer en quien ha puesto los ojos por el dinero que
el casamiento le dará y que le permitirá prosperar en la vida; y 2) el de llevar bien su casa, una vez casados los dos. El
ahijado del conde también tiene los ojos puestos en una mujer muy rica y «más honrada» que él; los matrimonios, en la
Edad Media y el Siglo de Oro, se arreglaban con fines políticos y económicos, con la intención de que resultaran
provechosos; de hecho, el autor del «Ejemplo XXXV» se casó tres veces, cada una por conveniencia, y llegó a ser uno de
los hombres más ricos y poderosos de su tiempo. El sabio Patronio escoge el relato del mancebo moro por su parecido a
la situación del ahijado del conde. Finalmente, el Conde y Patronio existen en un marco narrativo dentro del cual se
inserta otro marco que contiene los personajes del ejemplo que relata Patronio.
En la noche de bodas, el mancebo moro entra a su casa con un plan: delante de su nueva esposa, manda a tres
animales—seres sin uso de la razón— que hagan lo que les manda: que le traigan agua a las manos. Les pide que sean
bien mandados ante un mandato que no comprenden y que no saben cumplir. Porque no cumplen, acaba con ellos, uno
por uno, de la manera más violenta. Cuando por fin llega el momento de mandar a su esposa que le traiga agua a las
manos, tal como había mandado al perro, al gato y al caballo, ella obedece, por miedo de que la mate como a los
animales. Así logra el mancebo dominar a su nueva esposa, domar su carácter bravo, y convertirla en una esposa bien
mandada. A la mañana siguiente, los padres, las madres y los parientes de los novios, oyendo de la novia los sucesos de
la noche, «apreciaron mucho al mancebo». Habían temido, al llegar a la puerta, encontrarlo a él «muerto o muy
maltrecho» a manos de la novia. El padre de la novia toma como buen ejemplo el método de su nuevo yerno, e intenta
impresionar del mismo modo a su propia esposa, matando una gallina. Ella le responde que ya es tarde para el
matrimonio de ellos, porque ya había pasado el momento oportuno; ya bien se conocían.
La técnica narrativa del «Ejemplo XXXV», tiene sus orígenes orales y también su estructura humorística; se
puede discutir el relato como farsa hiperbólica y burlesca. Hacen reír muchos momentos dialogados del relato. De
hecho, las citas directas hacen que el texto cobre un vigor que no tienen los diálogos indirectos del principio del relato,
es decir, en el intercambio inicial entre el mancebo moro y su padre. El padre de la novia al saber que el hijo del hombre
bueno se «atreve» a casar con su hija, se asombra: « —Por Dios, amigo, si yo tal cosa hiciese sería os ya muy falso amigo,
ca vos tenéis muy buen hijo, y tendría que hacía muy gran maldad si yo consintiese su mal y su muerte; ca soy cierto
que, si con mi hija casase, que o sería muerto o le valdría más la muerte que la vida». La novia domada susurra a sus
parientes: «¡Locos! ¡Traidores!…¡Callad! Si no, también vos como yo, todos somos muertos». Hasta el narrador
contribuye al humor, después de que el novio mata al perro y va por el gato, que lógicamente no responde a su
mandato de traer agua; comenta secamente: «El gato no lo hizo, ca tampoco es su costumbre de dar agua a las manos,
como del perro». Teniendo en cuenta que El conde Lucanor se escribió en 1335, época patriarcal, no nos debe extrañar
que el mancebo moro quiera buscar gobernar su casa y su mujer, y seguramente las respuestas de los estudiantes
responderán emocionadamente a este aspecto del relato. Y en esto no estarán equivocados. Sin embargo, vale echar un
segundo vistazo al comentario del narrador, arriba: él atribuye el incumplimiento del perro y del gato a la falta de
costumbre. Es posible que suscite una animada discusión en clase el maestro o la maestra que destaque la diferencia
entre no cumplir por no ser capaz—como es el caso del perro, del gato y del caballo—, y no cumplir porque, siendo
capaz, se rehúsa por malcriado, egocéntrico o de mal genio. Toda sociedad inculca en sus miembros individuales las
costumbres o maneras que determina esenciales para el bien de la generalidad. Una pregunta interesante que plantear
a los estudiantes sería: ¿por qué cree el novio que es necesario tomar medidas tan extremadas?; ¿qué creen ustedes
que hubiera pasado, estando los dos a solas en la noche de bodas si el novio no hubiera ideado y llevado a cabo su plan?
Una cosa le consta al lector: más de una vez los familiares de la novia declaran su certidumbre de que la novia sería
capaz de matar a su nuevo esposo. Valdrá aportar a esta discusión el hecho de que la fuente más antigua de usos léxicos
en castellano, el Tesoro de la lengua (1611), de Covarrubias, comenta la palabra «bravo» y su significado en aquella
época más cercana a la de don Juan Manuel que la nuestra. Covarrubias dice que entre otras acepciones vale «que
acomete a la gente» y «que mata y hiere y derrueca a los hombres». La novia, recuérdese, se describe como «muy
fuerte y muy brava». El lector dispuesto a creer la hipérbole de la matanza de los animales no puede menos de creer
esta hipérbole también. Una última nota: el relato «De lo que aconteció a un mancebo que casó con una mujer muy
fuerte y muy brava» es, sin lugar a dudas, el mejor ejemplo de hipérbole que hay en este programa de estudios.
Es una clásica historia enmarcada, o sea, una historia que se encaja dentro de otra historia que la comprende.
Los Exemplos de El conde Lucanor tratan una diversidad de temas, pero todos exhiben esta estructura de historia
enmarcada. Este hecho constituye la unidad de la obra. En el primer párrafo, el escritor estudiantil notará que ésta no es
la primera conversación que se ha llevado a cabo entre el conde
Lucanor y Patronio. Se trata de un diálogo, uno de una serie, tal vez larga, de diálogos semejantes entre el conde, que
llega para pedir un consejo, y Patronio, que se lo va a brindar en forma de relato breve que, según el consejero, guarda
similitudes decisivas con el caso que le refiere el conde, y que le inquieta.
Los dos se tratan con respeto mutuo y con una familiaridad que parece nacer de una larga relación amistosa, a
pesar de que es patente que Patronio se dirige a una persona que es de una clase sociopolítica superior a la suya. Usa
con él el título formal «señor conde»; en cambio, el conde llama a su consejero simplemente por su primer nombre. En
este detalle se destaca el alto rango sociopolítico del conde. El hecho, entonces, de que éste busque un consejo a uno de
una posición sociopolítica inferior a la de él, sugiere que la experiencia le ha enseñado que Patronio es una fuente de
sabiduría. El Exemplo completo, comprueba la validez de la impresión que nos llevamos del fragmento: Patronio posee
un conocimiento profundo de las relaciones interpersonales, conocimiento que al conde todavía le falta. En el segundo
párrafo, el joven conde expone en pocas palabras el dilema al que se enfrenta su criado, o ahijado, y pregunta a Patronio
qué debe hacer para aconsejarle. Patronio, en lugar de estructurar sus consejos en forma de mandatos directos o
recomendaciones sencillas, los refiere al conde en el marco de un relato que tiene un elenco de personajes, una
ubicación, y un tiempo totalmente diferentes; éstos no son los del marco en que operan el conde y Patronio. El conde se
dispone de buena gana a escucharlo, y es lícito inferir que otros relatos de Patronio en el pasado le han servido bien. La
frase del relato de Patronio, «que en una villa había un hombre bueno que había un hijo…», ocupa un lugar importante
dentro del Exemplo, pues es éste el punto en el que se suspende el enfoque en la conversación entre los dos hombres.
Esa conversación, el breve diálogo introductorio, constituye precisamente el marco exterior, dentro del cual existe la
historia del «hijo del hombre bueno que era moro». La importancia de esta técnica, apreciable en este fragmento, y al
acabar el relato presente, reside en darle una razón a Patronio, creación de don Juan Manuel, escritor medieval cuyo
propósito era didáctico, para contar sus historias, cada una de las cuales encierra una enseñanza como la de la historia
del mancebo moro que casó con una mujer muy fuerte y muy brava.
El conde Lucanor se vale de una técnica narrativa que consiste en lo que al parecer son dos círculos
concéntricos. El mancebo moro, la mujer muy fuerte y muy brava, y sus respectivas familias habitan el círculo interior. El
círculo de afuera lo habitan el conde Lucanor y Patronio. Éste relata al conde el ejemplo del que los primeros son los
personajes. Se debe reconocer que el primer fragmento es el comienzo del círculo de afuera, y que el segundo es el
cierre del mismo. Un desarrollo adecuado por escrito discutirá la razón, vista en el primer fragmento, por la que llega el
conde en busca de un consejo; un ensayo más perspicaz podrá notar que Patronio pone una condición a la aplicabilidad
del relato al ahijado del conde: no le convendrá la moraleja del relato, le advierte, si al conde le parece que su ahijado
no es «tal como fue» el mancebo moro; a saber, un joven de excelente carácter (Don Juan Manuel lo describe como «el
mejor mancebo del mundo».). Un desarrollo adecuado notará que al fin del relato, volvemos al lugar donde entramos, el
lugar de la consulta; pero un desarrollo más perspicaz podrá reconocer que, de pronto e inesperadamente, existe un
tercer círculo narrativo, o plano, aparte del círculo habitado por el conde y Patronio. En éste aparece «don Juan
Manuel», el autor hecho personaje, escribiendo de sí mismo en tercera persona; como si hubiera estado presenciando
los sucesos desde el comienzo y en silencio, irrumpe en la escena para hacer dos cosas: aprobar el valor del consejo del
ejemplo, recién aprobado por su personaje el conde Lucanor; y confirmar que por su validez el relato va a entrar al libro
de los ejemplos acompañado del dístico que compone para el efecto. El dístico ocupa el lugar más importante del
cuento, el fin, y por eso exige nuestra atención. En cuanto al efecto sobre el lector de los diferentes niveles o planos
narrativos del «Ejemplo XXXV», una respuesta adecuada reconocerá que distancian al autor de su propia creación; una
más perspicaz agregará que el autor emplea esta técnica para ceder autoridad, y que puede ser reflejo, en el arte
narrativo de su autor, de las fuentes orales que tiene El conde Lucanor.
Se notará la exageración hasta el extremo de los actos violentos en el cuento. Bañados en sangre—de los
animales, no de los novios—los dos salen ilesos de su noche de bodas, la novia con un nuevo conocimiento del mancebo
moro. Sin embargo, sería intolerable el nivel de violencia que se ve en el texto si no fuera que los dos protagonistas
realmente no son sino tipos, o figuras que representan cualidades y defectos del comportamiento humano. Es como si la
confrontación violenta ocurriera entre actitudes en lugar de entre seres humanos cabalmente desarrollados que
respiran y sienten y yerran y sufren. Señalarán la vileza de tal tratamiento a los animales, y algunos la brutalidad
psicológica que significa esto para la mujer. Los ensayos más maduros percibirán que la novia encarna y comparte con la
novia del ahijado del conde, y tal vez también con su madre, el defecto de ser «la más brava y más fuerte cosa del
mundo», y que la determinación que toma el novio, «el mejor mancebo que podía ser», es la de hacer lo necesario para
evitar ser él la víctima de un mal matrimonio, uno que sólo «al comienzo» tiene arreglo y «nunca después», cuando
lamentablemente se quisiere. Estos estudiantes podrán señalar, como justificación de su argumento, el desenlace del
cuento: el intento del padre de la novia de «hacerse conocer» con su propia esposa—madre de la novia, con quien, se
sugiere, ésta aprendió su mal comportamiento—sin que dé resultado. Recuérdese su declaración final al marido: «ya
bien nos conocemos». La lección del «Ejemplo XXXV» está reflejada en su dístico, y no en la violencia del hombre a la
mujer. Sin embargo, es lícito querer contrastar la aparente insensibilidad del público lector del Medioevo con la
sensibilidad de los lectores en la actualidad. Basar una lección perdurable como ésta en actos de violencia física contra
animales, y psicológica contra la mujer, podrá parecerles impensable a los estudiantes del siglo XXI.
Descargar