¿HAY ALGO DE QUE PERCATARSE? - catedrab-dcv

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¿HAY ALGO DE QUE PERCATARSE?
Leonel Arance
Leonel Arance
Nace en Capital Federal en el ´78. Es miembro de Club
Hem Editorxs, y editor responsable de la colección narrativa Sinfonía Emergente. Administra el Club Hemingway
de Lectores y Escritores. Fue publicado en la antología
El último día del Verano (2012) y en Dispensario (2013),
libro de relatos de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP, donde se encuentra terminando la Licenciatura en Comunicación Social.
Publica de vez en cuando en
delicatesens.blogspot.com.ar
Ayu García
Nace en Santiago Temple, Córdoba; un pueblito de 4
manzanas asfaltadas desde donde decidió que el dibujo
seria su compañero de viaje. De tanto viajar llegó hasta
la ciudad de La Plata donde terminó sus estudios universitarios y comenzó a trabajar como ilustradora y docente.
[email protected]
www.behance.net/vientogalactico
AGUA EN LA CABEZA
Despierta.
Está oscuro.
Hace frío, siente el aire helado.
Su respiración se hace
humedad en el vidrio.
No sabe dónde está,
casi no hay sonidos:
Alguien al fondo
se mueve; otro, más cerca,
suspira fuerte y desordenado.
Pulsa un botón cualquiera del celular y la pantalla
se ilumina:
2 de abril, 01:27. “Bien”, piensa.
Alza la vista, el chofer está quieto en la penumbra,
muy quieto a dos asientos de él, sentado; la mirada
al frente, perdida en la oscuridad de la noche, mediada por el parabrisas.
Es una noche cerrada y el micro se detuvo. No hay
luna. Parece lejano el final de la película en la pequeña tele del techo. Desde entonces, dormir el lento
viaje, el silencio, la oscuridad, y el despertar privilegiado para apreciar el instante. Pero el chofer está
quieto, sus brazos extendidos sobre el volante, y el
micro detenido.
No existen sombras, no hay matices. Tampoco hay
explicación aparente a esta quietud del micro en me307
LEONEL ARANCE
dio de la ruta y la noche, a mitad de camino hacia la
playa y el día. El turista, desde que llegó a un país lejano a su casa, siempre espera algo, ansía. Los minutos pasan, su compañera duerme profundo a su lado.
No se percata. ¿Hay algo de lo que percatarse?
Sí. Tras el cristal transpirado y el aire acondicionado frío y constante, se alcanza a vislumbrar algún
espontáneo destello de luz. Es breve y aparece por
sorpresa, borroso y escondido. La mano seca el vidrio. Los refucilos destellan tras la culminación de
un monte que asciende. La mirada del turista se fija
sobre lo que por instantes estuvo iluminado. La mirada espera. Pasan los segundos, quizás minutos. Una
ráfaga de viento fuerte agita lo que no se ve, desde la
nada, y sigue. El destello de luz reaparece, sólo una
nube negra sobre el contorno de la tierra, allá lejos y
arriba, pero no tan arriba, ni tan lejos.
Una tormenta. A metros, cercana, mostrando su
fuerza con refucilos de luz sobre el monte que asciende
a un costado del micro, en medio de una ruta desconocida de un país lejano. El viento aparece siempre
fuerte luego de esconderse, agita las ventanas desde
el otro lado del micro, lo bambolea sutil, parece probar
el peso de un transporte casi lleno de seres durmiendo
sin percatarse del mundo. ¿O sí? Es posible que, como
el turista, tal vez el resto esté quieto, en silencio, a la
espera de que el momento pase sin mayor sorpresa
308
AGUA EN LA CABEZA
que la sorpresa misma
de encontrarse librado al azar
de la naturaleza y sus caprichos.
*****
Despierta.
La luz es clara, enceguece.
Siente el aire helado.
Su respiración se hace humedad en el vidrio.
No sabe dónde está.
No hay mayores sonidos:
Sólo alguien tose en el fondo,
una voz de niño habla en susurros.
Pulsa un botón cualquiera del celular, la pantalla
se ilumina:
2 de abril, 06: 13 hs. “Bien”, piensa.
Alza la vista. El chofer sigue quieto, inmerso en la
luz del amanecer, muy quieto a dos asientos de él, la
mirada perdida en la incipiente mañana, y en la ruta
que rodea, zigzagueante, los montes verdes y brillosos de lluviosa humedad.
El día avanza y el micro sigue detenido. El sol ya
está, aunque no a la vista. Parece lejana la noche
cerrada, las luces apagadas del micro, y desde entonces, la quietud, el silencio, la oscuridad, el viento. El
propio vidrio empañado en la amplitud de la noche,
y ahora el día y el despertar privilegiado para apre309
LEONEL ARANCE
ciar el instante. Pero el chofer sigue quieto, sus brazos extendidos sobre el volante, y el micro detenido,
en la luz. Los minutos pasan, su compañera duerme
profundo a su lado. No se percata. ¿Hay algo de que
percatarse?
El afuera es verde, mojado y vivo. Las plantas, arbustos y árboles cubren la tierra del monte por completo; no hay color tierra. Es alto y precipitado. Más
cerca, la tierra desciende hasta unos diez metros por
debajo de la ruta. Al costado de la misma, antes de
la pendiente, hay ramas caídas, mugre de troncos,
hojas, barro.
El micro, tras la caravana de transportes que también esperó que el momento pase sin mayor sorpresa,
comienza avanzar hacia el Norte, por la ruta sinuosa,
a paso de hombre.
*****
Despierta.
La luz es tan clara, enceguece.
Siente el aire caliente.
Su respiración es muda.
No sabe dónde está.
No hay mayores sonidos.
Sólo las constantes aspas del ventilador de techo,
las voces de unas señoras ya bien despiertas.
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AGUA EN LA CABEZA
Pulsa un botón cualquiera del celular, la pantalla se
ilumina:
3 de abril, 07: 47 hs. “Bien”, piensa.
Alza la vista. Su compañera duerme ajena a la luz
de la mañana, muy quieta a centímetros de él. Parece lejana la noche cerrada y la posterior claridad del
día, la extensión del viaje ya atrasado, la lentitud del
atardecer desde la ventana del micro, la intensidad
del calor en las breves paradas, la llegada a la soledad de la terminal a las once de la noche, calurosa
como nada antes; las miradas de los taxistas ante los
desconocidos a su merced, el recorrido completo de la
ciudad real hasta la turística, el hóstel, el servicio,
los gringos.
Ella se despierta,
se aman,
se levantan,
se bañan,
desayunan.
Se conectan,
se percatan.
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