JESUS: Su Muerte Vicaria

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Sermones y Artículos Sobre Jesús de Nazaret -- 2
JESUS: Su Muerte Vicaria
Está establecido para los hombres que mueran una sola vez (Heb. 9:27), y aunque
el hombre no la desea no tiene elección en este asunto. Con Cristo Jesús no fue así.
La Escritura revela que Jesús voluntariamente se vistió de carne de manera que pudiera morir:
“Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participio de lo
mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muer-
te, eso es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban
durante toda la vida sujetos a servidumbre” (Heb. 2:14-15; y Fil. 2:5-8 es para
el mismo efecto).
Además, aún en su umbral Jesús pudo haberse alejado de la muerte, y no lo hizo.
¿Recuerde Su reprensión a Pedro, quién le había cortado la oreja a Malco? “Vuelve
tu espada a su lugar; porque todos los que tomen espada, a espada perecerán. ¿Acaso piensas que no puedo ahora orar a mi Padre, y que él no me daría más de doce
legiones de ángeles?” (Mat. 26:52-53). Jesús tuvo una elección en el momento de
Su muerte, pudo haber escapado; en lugar de eso, voluntariamente “puso si vida por
las ovejas” (Jn. 10:14-18).
Somos indignos a medida que consideramos la crueldad infligida sobre El quien
no conoció pecado; debilitado y extenuado por la farsa de juicio por el que tuvo
pasar; consternado por los azotes, la burla, los clavos penetrando Sus manos y pies
ya atormentados. Es desgarrador pensar en todo lo que Jesús sufrió, en Su muerte;
al mismo tiempo es benéfico meditar en ese sufrimiento, para que nos aterremos de
la magnitud del amor de Dios por el hombre, en que “dio a Su Hijo unigénito” (Jn.
3:16). No obstante, limitar nuestro pensamiento acerca de la muerte de Jesús a los
hechos observables en el Calvario, es privarnos a nosotros mismos del completo significado de Su muerte; de manera que vayamos a la escena de la crueldad depravada,
para considerar mas de lo que enseña la Escritura con respecto a la muerte de Jesús.
La Muerte de Jesús Fue Profetizada
A medida que la cruz se asoma delante de El, Jesús estaba consciente de las profecías
de la muerte del Cristo. Explicó Su rechazo en enviar por las legiones de ángeles para
liberarlo por medio de preguntar, “¿Pero cómo entonces se cumplirían las Escrituras,
de que es necesario que así se haga?” (Mat. 26:54). El hecho de que la muerte de
Cristo estaba profetizada (Isa. 53:8), también como numerosas circunstancias alrededor de Su muerte (Isa. 53:7 – Mat. 27:62-63a; Isa. 53:9 – Mat. 27:57-60; Sal. 69:21
– Jn. 19:28-30; etc.). El propósito de Dios era que el Cristo debería ser el sacrificado
“Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn. 1:29); y este propósito fue
anunciado frecuentemente antes del hecho.
El hecho de que las profecías de la muerte de Cristo sirven para establecer que Su
muerte no fue una derrota para el Dios del cielo, sino más bien la culminación de Su
propósito y redención. Los primeros Cristianos estaban enterados de esto. En una
ocasión oraron, “ Porque verdaderamente se unieron en esta ciudad contra tu santo
Hijo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de
Israel, para hacer cuanto tu mano y tu consejo habían antes determinado que sucediera” (Hch. 4:27-28). Que las cosas que le fueron hechas a Jesús fueron hechas sólo
como y cuando se ajustaron a los propósitos de Dios es indicado además por el hecho
de que no ocurrieron hasta que Dios estaba listo para que ocurrieran. Por ejemplo, en
respuesta a la enseñanza que Jesús hizo en la sinagoga en Nazaret, “y levantándose,
le echaron fuera de la ciudad, y le llevaron hasta la cumbre del monte sobre el cual
estaba edificada la ciudad de ellos, para despeñarle. Más el pasó por en medio de
ellos, y se fue” (Luc. 4:29-30).
Las profecías de la muerte de Jesús identifican Su muerte, no como una derrota,
sino como el principio de la victoria eterna.
Sermones y Artículos Sobre Jesús de Nazaret -- 2
La Muerte de Jesús Fue Certificada
“Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió
por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó
al tercer día, conforme a las Escrituras, y que apareció ...” (1 Cor. 15:3 y Sigs.).
El fundamento de la gran salvación es la deidad de Jesús (Mat. 16:16-18). La deidad
de Jesús es establecida por la resurrección de Jesús (Rom. 1:4). Es obvio que para
que haya resurrección, debe haber habido muerte. Por tanto, a medida que uno se
beneficia de las preposiciones cardinales del evangelio de Cristo, la muerte de Cristo
es asegurada.
La certificación de la muerte de Jesús es realzada por el hecho de que murió a manos
y bajo los ojos de los soldados Romanos – hombres expertos en matar. El registro dice
que ellos lo crucificaron, Marcos nos dice que “los soldados lo llevaron dentro del
atrio ... le vistieron de púrpura, y ... una corona tejida de espinas ... y le golpeaban la
cabeza ... y le escupían , y ... escarnecían ... y le sacaron para crucificarle ... Cuando
le hubieron crucificado ... era la hora tercera del día cuando le crucificaron” (Mr.
15:16-25).
Mateo añade la información de que “Cuando le hubieron crucificado, repartieron
entre sí sus vestidos, echando suertes ... Y sentados, le guardaban allí” (Mat. 27:3536). No se brindó ayuda ni consuelo, ni remoción de la condena de la cruz antes de
que la sentencia fuera llevada a cabo, y e impedir que ocurriera tal cosa, en lugar de
eso “sentados, le guardaban allí”.
Para conformarse al deseo Judío de que los hombres crucificados no fueran dejado
suspendidos el Día de Reposo, los soldados vinieron para partir sus piernas. Lenski
llamó a esto “un cruel aceleramiento de la muerte” (La Interpretación de Juan, Pág.
1313). “Mas cuando llegaron a Jesús, como le vieron ya muerto, no le quebraron las
piernas. Pero uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante salió
sangre y agua” (Jn. 19:33-34). Estos soldados, experimentados observadores, concluyeron que Jesús estaba muerto y de esta manera no necesitaron acelerar su muerte;
pero para estar seguros de que no persistía algún indicio de vida, “una lanza abrió su
costado”. Aparentemente el tiempo transcurrido desde el inicio de la crucifixión de
Jesús hasta Su liberación en la muerte fue alarmantemente corto, tanto que al recibir la
noticia “Pilato se sorprendió de que ya hubiese muerto; y haciendo venir al centurión,
le preguntó si ya estaba muerto” (Mr. 15:44). Dadas estas circunstancias, obviamente
el centurión y los soldados habrían tenido cuidado extra para ver que hubiera errores;
aunque El no había estado mucho tiempo en la cruz, no obstante, ciertamente estaba
muerto. Estas personas estuvieron en la escena, con su surgido deseo de saber si realmente estaba muerto o no, y fueron capaces de examinar el cadáver. Su investigación
en la escena apaciguó cualquier duda que pudieran haber tenido; y sirve para contestar
efectivamente cualquier pregunta que pudiera surgir hoy día. Jesús de Nazaret murió
en la cruz del Calvario.
La Muerte de Jesús Era
Necesaria Para la Redención del Hombre
Aunque el hombre es nacido inocente, cuando se vuelve responsable y peca, se
separa de Dios: “He aquí que no se ha acortado la mano de Jehová para salvar, ni
se ha agravado su oído para oír; pero vuestras iniquidades han hecho división entre
vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro
para no oír” (Isa. 59:1-2). En esta condición de separación de Dios debido al pecado,
el hombre está desvalido e imposibilitado. Jeremías confesó, “Conozco, oh Jehová,
que el hombre no es señor de su camino, ni del hombre que camina es el ordenar sus
pasos” (Jer. 10:23). La Escritura dice que “todos pecaron” (Rom. 3:23). Cuando el
hombre peca, se separa de Dios, y es impotente para corregir esa situación: no hay
nada que pueda hacer por sí mismo con respecto a esto.
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Los pecados son remitidos con sangre. El escritor de Hebreos nos dice que “y
casi todo es purificado, según la ley, con sangre; y sin derramamiento de sangre no
se hace remisión” (Heb. 9:22). Luego nos dice brevemente que “la sangre de los
toros y los machos cabríos no puede quitar los pecados” (Heb. 10:4). Entonces el
castigo a ser pagado por el pecado, es la sangre humana. Romanos 6:23 nos dice que
“la paga del pecado es la muerte”. La sangre de un hombre es requerida por sus
pecados, sin embargo está manchada y no puede ofrecer su sangre por los pecados
de otro. Solamente la sangre de Cristo, Aquel sin mancha, podía expiar. Pedro dijo,
“sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis
de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre
preciosa de Cristso, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado
desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por
amor de vosotros” (1 Ped. 1:18-20). El escritor de Hebreos preguntó, “Porque si la
sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los
inmundos, santifican para la purificación de la carne, ¿cuánto más la sangre de Cristo,
el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará
vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?” (Heb. 9:13-14).
La condición del hombre separado de Cristo es desesperada, completamente irremediable. Para que el hombre sea redimido, la justicia de Dios debe ser satisfecha,
y el hombre no tiene los recursos para tal tarea. “Mas Dios muestra su amor para
con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rom. 5:8).
Aunque la paga del pecado es la muerte, sin embargo “la dádiva de Dios es vida eterna
en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rom. 6:23).
La necesidad de la muerte de Jesús a medida que se relaciona con la justicia de
Dios es indicada también en esta declaración en Romanos 3:25-26, hablando de Cristo
Jesús: “A quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para
manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia los pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea
el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús”. El medio por el cual fueron
perdonados los pecados de los fieles del Antiguo Testamento fue la sangre de Jesús,
derramada en Su muerte. En este sacrificio público, es vindicada la justicia de Dios:
es mostrada “su justicia”.
Jesús tuvo que soportar una agonía que el hombre no alcanza a comprender; sin
embargo, si el hombre iba a tener esperanza, Jesús debía sufrir y morir.
La Muerte de Jesús Fue Substitutoria
Substitutoria significa que Jesús murió en lugar de otros. “Vicario” tiene más o
menos el mismo significado. La cantidad de castigo que yo debería haber pagado por
mis pecados, Jesús la pagó en la cruz. Esto es verdad de usted y de sus pecados, y de
todos los hombres que hayan vivido o vivirán.
Muchos pasajes de la Escritura hablan de esta substitución. Ya hemos leído 2 Cor.
5:21, “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros
fuésemos hechos justicia de Dios en él”. Gálatas 1:3-4, “Gracia y paz sean a vosotros, de Dios el Padre y de nuestro Señor Jesucristo, el cual se dio a sí mismo por
nuestros pecados para librarnos del presente siglo malo, conforma a la voluntad de
nuestro Dios y Padre”. Gálatas 3:13, “Cristo nos redimió de la maldición de la ley,
hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado
en un madero)”. 1 Ped. 2:24, “quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo
sobre el madero ...”
Por tanto, a medida que tratemos de valorar la agonía de la muerte de Jesús, no
podemos mirarla meramente en términos del sufrimiento de la muerte física común a
todos los hombres. Más bien debemos reconocer que con mucho del mayor grado de
Su sufrimiento que estaba experimentando “se dio a sí mismo por nuestros pecados”.
Antes de ser clavado en la cruz, le ofrecieron “vinagre mezclado con hiel”, el cual la
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beberlo habría tenido un efecto atolondrador, “después de haberlo probado, no quiso
beberlo” (Mat. 27:34). Ningún sedante para aliviar Su carga, “llevaría nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero” con una mente clara. R.C. Foster dijo:
El murió miles de millones de muertes en la cruz a medida que moría por todos nosotros.
No podemos comprener qué tan grande fue su sufrimiento por nosotros. Si pudiéramos
multiplicar la agonía de la muerte por los tantos millones de personas que han vivido en
este mundo, podríamos acercarnos a la suma total de Su sufrimiento: El llevó los pecados
de toda la humanidad mientras moría. Como Su vida fue absolutamente única, así fue
Su muerte. Su muerte fue real y verdadera, pero Su sufrimiento fue mucho más grande
de lo que cualquiera de nosotros pueda saber en algún momento, de lo que a duras penas
podamos comprender. (La Ultima Semana, Pág. 230).
Las tinieblas habían cubierto la tierra desde el medio día hasta las tres en punto.
Jesús había sido colgado en angustia de la carne, e infinitamente más en angustia de
espíritu, sufriendo por “el pecado en nuestro beneficio”. Ahora que se acerca el final,
“cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mat. 27:46). El
pecado separa al hombre de Dios; y como Jesús cargó nuestros pecados en Su cuerpo
sobre el madero, la separación debida al pecado lo visitó. Fue desamparado.
En frente de nuestra desesperación, Cristo murió por nuestros pecados. De esta
manera es propio de eso, en la averiguación de uno para la apropiación personal de
lo que Cristo proveyó para todos, el bautismo en Cristo Jesús es el bautismo en Su
muerte (Rom. 6:3), con su provisión adicional: “Porque somos sepultados juntamente
con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos
por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva” (Rom. 6:4).
“Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos”
(Rom. 5:6).
[Gospel Anchor, Vol. 6, Pág. 118, Patrick Farish].
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