BELIANIS DE GRECIA-III Y IV - Roderic

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FACULTAT DE FILOLOGIA, TRADUCCIÓ I COMUNICACIÓ
DEPARTAMENT DE FILOLOGIA ESPANYOLA
BELIANÍS DE GRECIA (TERCERA Y QUARTA PARTE),
DE JERÓNIMO FERNÁNDEZ:
EDICIÓN Y ESTUDIO
TESIS DOCTORAL PRESENTADA POR:
LAURA GALLEGO GARCÍA
DIRIGIDA POR:
RAFAEL BELTRÁN LLAVADOR
D 150/01 ESTUDIOS HISPÁNICOS AVANZADOS
VALENCIA, 2013
2
3
4
ÍNDICE
5
PRESENTACIÓN
9
I. INTRODUCCIÓN A LA TERCERA Y QUARTA PARTE
DEL IMBENCIBLE PRÍNCIPE DON BELIANÍS DE GRECIA
(BURGOS, PEDRO DE SANTILLANA, 1579)
13
1. LOS LIBROS DE CABALLERÍAS CASTELLANOS: BREVE APROXIMACIÓN A
UN GÉNERO LITERARIO Y EDITORIAL
15
2. EL BELIANÍS DE GRECIA Y EL GÉNERO CABALLERESCO DURANTE EL
REINADO DE FELIPE II
20
3. BREVE SÍNTESIS ARGUMENTAL
22
4. PUBLICACIÓN Y DIFUSIÓN
24
4.1. La continuación de una novela de éxito
24
4.2. Difusión e influencia
26
4.3. Don Belianís y Don Quijote
32
4.4. Final abrupto y posibles continuaciones
36
4.5. Difusión manuscrita: La quinta parte de don Beleanis de Grecia
40
5. EL AUTOR
41
6. EDICIONES Y TRADUCCIONES
42
7. EJEMPLARES Y ESTADO
44
8. PRELIMINARES Y COLOFÓN
50
II. ANÁLISIS DE LOS PERSONAJES DEL BELIANÍS DE GRECIA
(TERCERA Y QUARTA PARTE)
1. CABALLEROS, LOS PROTAGONISTAS DE LA AVENTURA
53
56
1.1. La figura del caballero
56
1.2. El héroe: don Belianís de Grecia
62
1.2.1. Nacimiento e infancia
62
1.2.2. Caballero andante
64
1.2.3. Capitán de los ejércitos
69
1.2.4. La aventura cortesana
72
1.2.5. La doble queste de don Belianís
75
a) En busca de Florisbella
75
b) En busca de Belflorán
80
5
1.3 El sucesor: Belflorán de Grecia
84
1.3.1. Nacimiento heroico
85
1.3.2. Iniciación caballeresca
87
1.3.3. Belflorán enamorado
88
a) El amor como enfermedad
88
b) El Caballero Sin Amor
89
c) Compromiso y consumación del amor
91
1.3.4. Superación de las hazañas paternas
93
a) La lucha contra el dragón
93
b) El Asiento Peligroso
95
1.3.5. Belflorán y el humor
1.4. El antagonista: Perianeo de Persia
96
99
1.4.1. Amor, caballería y religión
100
1.4.2. Perianeo de Persia en el Infierno
102
1.4.3. Conversión y reconciliación
103
1.5. Jóvenes caballeros en busca de su identidad
105
1.5.1. Los “deslices” de los héroes
105
1.5.2. Señales de destino heroico
108
1. 6. El caballero desleal: don Clarineo
111
1.6.1. El error de don Clarineo
112
1.6.2. Penitencia amorosa
116
1.6.3. Reconciliación y reconocimiento de los
errores pasados
2. DAMAS Y DONCELLAS
117
120
2.1. La mujer en la aventura caballeresca
120
2.2. La dama perfecta: Florisbella
123
2.3. La belle dame sans merci: Belianisa
126
2.4. La dama sin amor
130
2.5. La malmaridada
134
2.6. La mujer abandonada
135
2.7. La mujer guerrera
137
2.7.1. Tipología y tradiciones
138
2.7.2. La virgo bellatrix: Hermiliana
139
2.7.3. La amazona: la reina Cenobia
142
6
2.8. La doncella andante
145
2.9. La doncella disfrazada de hombre
148
3. SABIOS Y SABIAS
151
3.1. La magia en los libros de caballerías
151
3.2. La maga madrina: la sabia Belonia
153
3.3. La maga amante: la sabia Ginebra
156
3.4. El sabio Fristón
159
3.5. El sabio Merlín
162
3.6. La sabia Medea
165
3.7. Otros sabios
168
4. OTROS PERSONAJES
170
4.1. El escudero fiel
170
4.2. El gigante
173
4.2.1. Gigantes desmesurados
174
4.2.2. Gigantes corteses
183
4. 3. Monstruos y seres fantásticos
190
CRITERIOS DE LA PRESENTE EDICIÓN
195
III. BIBLIOGRAFÍA
197
IV. EDICIÓN CRÍTICA
213
1. BELIANÍS DE GRECIA, TERCERA PARTE
217
2. BELIANÍS DE GRECIA, QUARTA PARTE
417
V. GLOSARIO
929
7
8
PRESENTACIÓN
Hace veinte años podía afirmarse que la literatura caballeresca era un terreno que apenas
estaba comenzando a explorarse. Por un lado, la gran extensión de la mayoría de estos libros, su
profusión de situaciones y personajes y su estilo ampuloso y, en ocasiones, recargado, dificultan su
lectura. Por otro, a menudo los escasos ejemplares conservados son de difícil acceso. Algunos
estudiosos del género describieron obras que en realidad no habían tenido ocasión de leer, y los que
lo intentaron no tardaron en señalar que el principal problema con el que se habían encontrado era,
precisamente, el del acceso a los textos. En 1995, Eisenberg lo expresaba de esta manera:
El curioso, el investigador, el lector culto o el estudioso de Cervantes que quiera conocer
estos libros en la profundidad que el género merece, se enfrenta con una situación harto
problemática. Leídos y releídos hasta deshacerse las páginas -existen muchos ejemplares
deteriorados-, deshechos, quemados en la hoguera, mal guardados, han sobrevivido pocos
ejemplares.
Señalaba también que solo existían ediciones modernas de unos pocos títulos emblemáticos.
Y añadía:
En cuanto a los demás, que incluyen obras fundamentales además de textos cuyos atractivos
desconocemos, porque no se han leído desde hace casi medio milenio, hay dos alternativas, a
cual más problemática: las ediciones originales y las tesis que incorporan ediciones.
Unas y otras, concluía, resultan difíciles de localizar y consultar.
Por ello, en su esfuerzo por facilitar el acercamiento a la materia, Eisenberg publicó en el año
2000, en colaboración con Mª Carmen Marín Pina, la fundamental Bibliografía de los libros de
caballerías castellanos, que supuso un punto de inflexión en las investigaciones sobre el género y
una excelente herramienta de trabajo para todos los estudiosos. Entonces todavía nos recordaba la
importancia de editar los textos caballerescos1. Por su parte, José Manuel Lucía seguía reconociendo
en 2002 que, en materia de estudios caballerescos, ―el panorama no puede ser más desolador‖
(2002a). La mayor parte del corpus seguía sin contar con una edición moderna, lo cual dificultaba
sobremanera la aparición de acercamientos críticos a la materia2.
1
―El disponer de estos textos en ediciones fácilmente accesibles no dejará de tener un efecto muy positivo en
los estudios de nuestro campo‖ (Eisenberg, 2001). Otros investigadores, como José Manuel Lucía (2002a) o
Anna Bognolo, se han hecho eco también de ―la urgencia máxima de sacar cuidadas ediciones para iniciar el
estudio de libros poco conocidos‖ (Bognolo 2001: 218).
2
Uno de los motivos que se han aducido para justificar esta situación ha sido el hecho de que tradicionalmente
los críticos se han dejado influenciar por la opinión que manifestaba Cervantes sobre el género en el ya célebre
escrutinio de la biblioteca de Alonso Quijano (Lucía y Sales, 2008: 9; Eisenberg y Marín Pina, 2000: 34). En
él, el cura y el barbero solo tenían palabras elogiosas para el Amadís de Gaula y, en menor medida, para
Tirante el Blanco, lo cual explicaría por qué ambas obras han recibido una mayor atención por parte de la
crítica y se encuentran fácilmente accesibles en ediciones modernas. Casi todas las demás terminaron en la
hoguera cervantina, a donde también las condenaron sin piedad los críticos posteriores, hasta tal punto que,
según Lucía (2002b: 527), ―más que las críticas de Cervantes dentro de su obra, ha sido el desprecio por los
9
Desde entonces, y afortunadamente, muchas cosas han cambiado, en parte gracias a Internet,
que nos brinda el acceso a catálogos de bibliotecas de todo el mundo y a bases de datos que atesoran
estudios críticos y tesis que se pueden consultar online, así como portales especializados, como el
Butlletí Tirant, de la Universidad de Valencia, o bases de datos específicas tan útiles y completas
como CLARISEL, de la Universidad de Zaragoza. También se han multiplicado los congresos y
coloquios internacionales sobre caballerías, apoyados por dos efemérides recientes: 2005, cuarto
centenario de la aparición del Quijote, y 2008, quinto centenario de la primera edición conservada
del Amadís de Montalvo. Estos encuentros han favorecido el intercambio de información entre
investigadores y han contribuido notablemente al desarrollo de los estudios sobre el género. Como
señalan Ana Bueno y Antonio Cortijo en uno de los últimos balances elaborados sobre la situación:
Las publicaciones sobre el género caballeresco han experimentado en poco más de veinte
años un extraordinario repunte gracias a congresos, exposiciones, proyectos de investigación,
publicaciones periódicas, ediciones de libros, reuniones científicas parciales, tesis y otros
monográficos‖ (Bueno y Cortijo, 2010: xxviii).
Sin embargo, probablemente el hito más importante en los estudios de la literatura
caballeresca castellana haya sido la creación, por parte del Centro de Estudios Cervantinos, de dos
colecciones específicas: ―Los libros de Rocinante‖ y las ―Guías de lectura caballeresca‖, cuyo
objetivo es acercar la literatura caballeresca no solo a los investigadores, sino también al gran
público. La colección de ―Los libros de Rocinante‖ tiene como meta editar todo el corpus de textos
caballerescos españoles conservados; actualmente ya ha editado treinta títulos, entre los que destacan
algunos como el Primaleón (1512), el Palmerín de Olivia (1511), el Clarián de Landanís (1518), el
Tristán de Leonís (1501) o el Espejo de príncipes y caballeros (1580). Estas ediciones posibilitan la
lectura de obras que de otro modo resultarían difícilmente accesibles y han recibido una muy buena
acogida por parte de los estudiosos del género3.
Por su parte, las ―Guías de Lectura Caballeresca‖ nacen como complemento a los textos, y
buscan facilitar su lectura mediante resúmenes de las obras y diccionario de personajes, una
herramienta muy útil a la hora de enfrentarse a obras que, en algunos casos, presentan hasta
cuatrocientos caracteres diferentes. El plan editorial de las ―Guías‖ incluye la publicación de sesenta
libros de caballerías de los primeros comentaristas del Quijote los que han sepultado al género caballeresco en
un cementerio de lugares comunes y de cruces hermenéuticas‖. Marín Pina se pronuncia en términos similares:
―La crítica cervantina en torno al Quijote, sus comentaristas y el cervantismo en general, el desinterés y el
desprecio por el género mostrado por autores como Menéndez y Pelayo, así como la inaccesibilidad de los
textos, han contribuido a desvirtuar el valor de los libros de caballerías y a silenciarlos‖ (2008: 165). Sin
embargo, en los últimos tiempos los estudiosos están comenzando a cuestionar el criterio de Cervantes o,
cuanto menos, su intencionalidad a la hora de redactar este episodio que tanta influencia ha tenido en la crítica
posterior (Eisenberg, 1995). En todo caso, la mayor parte de la crítica coincide hoy en día en la necesidad de
estudiar el género con mayor profundidad, no solo porque estos libros son fuente directa de inspiración de la
obra cumbre de Cervantes, que los conocía bien, sino, sobre todo, por el gran éxito e influencia que tuvieron en
la literatura castellana a lo largo de todo el siglo XVI.
3
Véase Orduna: 1998.
10
y cuatro títulos, de los cuales ya han visto la luz cincuenta y siete.
Entre ellas se encuentra la Guía de Lectura del Belianís de Grecia (III-IV), que formó parte
de nuestro trabajo de investigación, presentado en julio de 2003, y que fue posteriormente publicada
en la colección con el número cincuenta y nueve.
En ―Los libros del Rocinante‖, por otro lado, está prevista la publicación de la Tercera y
Quarta Parte de la obra que ahora nos ocupa, el Belianís de Grecia de Jerónimo Fernández. Se trata
de una de las sagas más representativas del género; entre sus ilustres lectores cabe destacar al
emperador Carlos V, que sentía predilección por ella, y el propio Cervantes, quien demuestra una
atenta lectura del libro, uno de los más recreados en el Quijote. La influencia de esta obra en la
cultura del Renacimiento y el Primer Barroco fue, pues, notable.
Actualmente contamos con una excelente edición crítica de la Primera y Segunda Parte,
realizada por Lilia de Orduna (1997), cuya aparición fue muy bien recibida por la crítica4, pero
carecemos aún de una edición del resto de entregas que componen el ciclo.
El presente trabajo es una continuación y ampliación del que presentamos hace diez años, y que
estaba conformado por el texto de la ―Guía‖, que actualmente ya forma parte de la colección del
CEC, y una introducción preliminar y análisis de personajes. Lo que ahora exponemos es una
introducción a la Tercera y Quarta parte, un análisis de sus personajes principales y, por último y
como cuerpo central, la edición de la Tercera y Quarta Parte que puede servir de base para la que
previsiblemente se integre dentro de la colección ―Los libros de Rocinante‖ del Centro de Estudios
Cervantinos.
4
―And may praise go to Lilia E. F. de Orduna, whose career-long project, which began with her doctoral
dissertation, of preparing a modern edition Belianís has finally been realized (...). But the important thing is
that Don Belianís is once more available for Hispanists in general and cervantistas in particular‖ (Mancing,
2001: 112).
11
12
I. INTRODUCCIÓN A LA TERCERA Y QUARTA PARTE DEL
IMBENCIBLE PRÍNCIPE DON BELIANÍS DE GRECIA (BURGOS,
PEDRO DE SANTILLANA, 1579)
13
14
1. LOS LIBROS DE CABALLERÍAS CASTELLANOS: BREVE APROXIMACIÓN A UN GÉNERO
LITERARIO Y EDITORIAL
Los libros de caballerías son ―los que tratan de hazañas de cavalleros andantes, ficciones
gustosas y artificiosas de mucho entretenimiento y poco provecho, como los libros de Amadís, de
don Galaor, del Cavallero del Febo y los demás‖, según la definición que consta en el Tesoro de la
lengua castellana o española, de Sebastián de Covarrubias, publicado en 1611, cuando aún existía
una afición por el género que, si bien no se veía respaldada por la publicación de nuevos textos, sí
continuaba propagándose por medio reediciones de las obras de mayor éxito y, sobre todo, a través
de manuscritos5 y de la difusión oral6. Desde entonces ha habido muchas otras, pero la mayoría de
ellas tienen matices negativos, mediatizadas por una visión errónea de la lectura cervantina.
La literatura caballeresca fue uno de los fenómenos literarios y editoriales más importantes
del siglo XVI. Desde la primera edición que conservamos del Amadís de Gaula de Montalvo
(Zaragoza, 15087) hasta la aparición del último libro de caballerías original salido de las prensas, el
Policisne de Boecia, en 16028, vieron la luz más de 80 títulos adscritos al género, de los que
conocemos cerca de 243 ediciones a lo largo del XVI. No hay duda de que, a pesar de las críticas
recibidas por algunos de sus contemporáneos –que los acusaron de ser inútiles, falsos, licenciosos y
de escasa calidad–, los libros de caballerías gozaron de un importante éxito durante la etapa
renacentista y manierista.
En la actualidad, los intentos de definición y de clasificación de los libros de caballerías se
han visto desbordados por la amplitud y variedad de un género cuyos límites resultan difíciles de
fijar9. Con unos antecedentes que tienen su origen en la ―materia de Bretaña‖ medieval 10, parece sin
5
―Los libros de caballerías manuscritos ponen en evidencia cómo el modelo caballeresco pervive en el gusto
del público más allá de una imprenta, de una industria editorial que desde el último tercio del siglo XVI no
puede asumir esos voluminosos textos en formato folio que obligan al impresor o al librero que costea la
edición a una enorme inversión económica‖ (Lucía, 1998b: 318). Por tanto, ―es a finales del siglo XVI cuando
el manuscrito se convierte en un medio frecuente de difusión del género, medio que va a ir en aumento en
proporción inversa a la crisis económica que sufre la imprenta hispánica a finales de la centuria‖ (Marín Pina,
2008: 173).
6
Se ha señalado a menudo que casos como el de Román Ramírez (un morisco analfabeto que recitaba de
memoria algunos fragmentos de libros de caballerías), o escenas como la que describe Cervantes en la venta de
Palomeque demuestran que, aunque las clases más humildes no pudieran permitirse adquirir libros de
caballerías impresos, sí podían ―acceder a ellos a través de la lectura oral y colectiva‖ (Aguilar Perdomo,
2005).
7
Eisenberg nos recuerda (2001) que, en realidad, es más que probable que la princeps del Amadís de Montalvo
date de 1496, y pide a los especialistas: ―Por favor, no escriban que Amadís de Gaula es de 1508 y Las sergas
de Esplandián de 1510, y desde luego que no fueron publicados por Montalvo en dichos años‖.
8
Tampoco hay que olvidar, sin embargo, que conservamos un ejemplar manuscrito de una Quinta Parte del
Espejo de Príncipes y Caballeros, que no llegó a publicarse, pero que debió de escribirse con posterioridad a
1623, fecha de la reedición zaragozana de la Tercera y Cuarta Parte del mismo ciclo (Lucía, 1998c).
9
―Cada vez parece más evidente, en efecto, la dificultad de separar las líneas de las diferentes materias, como
la artúrica, la carolingia, la troyana, que en las obras se mezclan y confunden, haciendo imposible trazar
fronteras tajantes. El género era totalmente permeable, capaz de acoger, adaptándolas, las traducciones, o capaz
15
embargo que la crítica coincide en señalar como inicio del mismo la publicación de la primera
edición del Amadís de Gaula de Montalvo que conservamos, de 150811. Dado que los libros de
caballerías tuvieron gran éxito y difusión a lo largo de todo el siglo XVI y hasta bien entrado el
XVII, establecer un final para el género resulta un poco más complicado. Se ha propuesto como
fecha significativa 1602, por ser el año en el que se publica el último texto caballeresco original: el
Policisne de Boecia. También se ha sugerido la reedición en 1623 de la Tercera y Cuarta Parte del
Espejo de Príncipes y Caballeros, o, más recientemente, la fecha (desconocida, pero posterior a
1623) en que se escribió la Quinta Parte que continúa el ciclo y que, aunque no llegó a publicarse, es
el último texto original del género que conservamos.
Igualmente complejas han resultado las cuestiones de terminología12, clasificación y
definición. Para Green (1980: 353),
los libros de caballerías son los libros de aventuras en los cuales predominan las hazañas
heroicas de caballeros ejemplares y batallas prodigiosas.
Martí de Riquer (2008: 15) describe los libros de caballerías como
unas narraciones en prosa, por lo común de gran extensión, que relatan las aventuras de un
hombre extraordinario, el caballero andante, quien vaga por el mundo luchando contra toda
suerte de personas o monstruos, contra seres normales o mágicos, por unas tierras las más de
las veces exóticas y fabulosas, o que al mundo de poderosos ejércitos y escuadras derrota y
vence a innúmeras fuerzas de paganos y naciones extranjeras.
de asumir, renovándolos, materiales medievales, como las leyendas artúricas y tristanianas‖ (Bognolo, 2001:
217).
10
Véase Alvar, 2002.
11
Así parecía creerlo también Cervantes, al hacer afirmar al cura: ―porque, según he oído decir, este libro fue
el primero de caballerías que se imprimió en España, y todos los demás han tomado principio y origen d‘este‖
(Quijote, I, cap. 6º). Por su parte, Lucía (1998b: 313) habla de una fecha aún más temprana: 1501, con la
edición de la princeps del Tristán de Leonís en Valladolid, y Eisenberg, como ya hemos visto, se remonta a
una princeps perdida del Amadís que dataría de 1496.
12
Bognolo utiliza el término ―novela de caballerías‖ para referirse, al parecer, a toda la literatura caballeresca
en general, incluyendo la materia artúrica medieval, la narrativa caballeresca breve y los libros de caballerías
castellanos del siglo XVI. Sin embargo, reconoce que ―el mismo término «novela» en este caso puede ser
objeto de discusión, habiendo entre los críticos quien discriminó entre «novela» y «libro» de caballerías, quien
introdujo en las letras hispánicas la distinción básica de las literaturas anglosajonas entre «novela» y
«romance», y quien opina que, siendo «novela» un término moderno, es mejor referirse al género con los
nombres de la época, como «libro», «historia», «crónica», «historia fingida»‖ (Bognolo 2001: 215). Green
(1977: 353), siguiendo a Durán y a Martí de Riquer, distinguía ―entre el libro de caballerías, en el cual las
aventuras entrelazadas de un héroe casi sobrehumano se sitúan en un lugar exótico en un pasado remoto, y la
novela caballeresca, en la cual se narran sin entrelazamiento las aventuras de un héroe más humano‖. El
primer caso seguiría los pasos del Amadís de Gaula como paradigma del género, mientras que las ―novelas
caballerescas‖ tendrían como modelo al Tirant lo Blanch. No obstante, Lucía (2004-2005: 206) afirma que ―la
expresión libros de caballerías (que nunca novelas de caballerías) era la más común durante el siglo XVI para
nombrar el género narrativo (y editorial) más importante de la época‖. Eisenberg, por su parte, también prefiere
―libros de caballerías‖ por encima de ―libros de caballería‖ o ―novelas de caballerías‖, por ser la expresión
utilizada por los autores y lectores de la época para referirse al género y porque, además, ―no es tan frecuente
que tengamos un término claro, preciso y autorizado por los autores mismos para designar un grupo de obras
literarias‖ (1975).
16
Hay varias características comunes que podemos extraer de la mayor parte de los intentos de
definición y descripción del género13:
1. Se trata de obras escritas con un enfoque fundamentalmente idealista en torno a la figura
central de un caballero que realiza grandes hazañas, enfrentándose a enemigos humanos,
monstruosos o sobrenaturales en busca de la fama y para ser merecedor del amor de su dama14.
2. Aunque hunde sus raíces en la Edad Media, el género se desarrolla sobre todo a lo largo
del siglo XVI15, reelaborando temas y motivos de la materia de Bretaña e incorporando ideas y
perspectivas propias del Renacimiento.
3. La mayor parte de estas novelas son de una gran extensión, y en muchos casos forman
sagas que ocupan varios volúmenes.
4. Los ―libros de caballerías‖ están escritos en prosa y fueron originariamente redactados en
castellano.
Estos dos últimos puntos, no obstante, han suscitado cierto debate entre la crítica, ya que se
habla de una ―materia caballeresca‖ más amplia, que incluiría no solo libros de caballerías
propiamente dichos, sino también narraciones breves, textos de origen medieval y hasta romances y
obras de teatro16. Dicho de otro modo, ―todas las formulaciones textuales que tienen a la caballería –
13
Lilia de Orduna, por ejemplo, enumera las siguientes constantes: la aventura, los personajes extraordinarios,
el amor, ámbitos comunes como el bosque, la huerta y la cueva, los sueños premonitorios, el don en blanco, la
ceremonia de investidura, la corte de Constantinopla, la magia y determinados giros lingüísticos y expresiones
características (Orduna, 2001: 540-543). Rey Hazas (1982) elevaba el número de características hasta 16: ―1)
Se trata de novelas de larga extensión, 2) de estructura totalmente abierta y carente de núcleo, 3) con forma de
ciclos prolongados, 4) cuya acción a base son aventuras y pruebas inarticuladas, 5) en una repetición mecánica,
6) que genera cansancio en el lector 7) y hace que la acción sea externa. 8) Los enemigos son jayanes, enanos,
monstruos, encantadores, etc. 9) y los propósitos son liberar damas desamparadas, castigar a los malos y
constatar la lealtad al rey y a la dama. 10) Son también libros de amor, en los que domina la fidelidad entre la
pareja, la honradez y pureza de sentimientos, frente a los amores adúlteros del ciclo bretón. 11) El matrimonio
secreto es un motivo fundamental. 12) El marco geográfico es exótico o fantástico; 13) el temporal, muy
lejano. 14) No hay preocupación alguna de realismo, ni verosimilitud en beneficio de la fantasía, magia y
maravillas, 15) por tanto, no hay apenas descripciones del paisaje, ni de vestidos u objetos, pero sí de lugares y
objetos fantásticos. 16) No hay evolución cronológica ni psicológica‖. Por su parte, Guijarro (2007: 54) habla
de diez aspectos fundamentales: a) prosa de ficción idealista, b) que abarca desde el Amadís hasta el siglo
XVII, c) escrita en castellano por autores españoles, d) cuyos protagonistas son caballeros andantes que
realizan acciones de armas y amorosas, f) en torno a uno se construyen varios relatos. g) Son textos extensos,
h) con rasgos reiterados que provienen de la Edad Media, i) con aventuras iterativas, j) un mundo ficticio y
maniqueo, k) con amplia presencia de la magia, y l) las aventuras terrenas se relacionan con principios
trascendentes.
14
Este amor, aunque parte de los planteamientos desarrollados por el fin‟amors provenzal, se desarrolla en la
literatura caballeresca de formas muy distintas, asimilando diversas filosofías y generando una gran variedad
de comportamientos y situaciones sentimentales (véase Martín Romero, 2008).
15
Tendiendo, de esta manera, un ―puente genial entre la ficción medieval (la materia de Bretaña, de origen
francés) y el nacimiento de la novela moderna: Don Quijote de la Mancha‖ (Lucía y Sales, 2008: 27-28).
16
Ana Bueno y Antonio Cortijo proponen hablar de una ―literatura caballeresca en sentido más amplio‖, es
decir: ―novelas de caballerías (originales y traducidas), las historias caballerescas breves, los libros de
caballería a lo divino, las crónicas, el teatro, el romancero caballeresco, cartas y padrones de desafío, tratados
teóricos, poemas caballerescos –incluidos los poemas épicos italianos–, materiales desde los que se tienen
noticias desde campos no exclusivamente literarios‖. De esta manera ―se busca presentar la caballería como
17
con sus determinados modelos ideológicos y presupuestos ficcionales– como protagonista‖ (Lucía y
Sales, 2008: 28). Eisenberg y Marín Pina, por su parte, incluían en su Bibliografía solo los textos
originales, en prosa y de una cierta extensión, publicados en el siglo XVI y escritos en castellano
(2000: 18). Otros críticos, sin embargo, señalan que los lectores de la época no prestaban atención a
la lengua original o a la nacionalidad del autor de un libro de caballerías, sino que, como se deduce
de relatos como el del escrutinio de la librería de Alonso Quijano, reconocían los textos del género
fundamentalmente por su formato (Lucía, 2001; Trujillo, 2011: 423-424).
Por este motivo, entre otros, el corpus se amplía notablemente cuando entra en juego el
concepto de género editorial, tal y como ha señalado José Manuel Lucía en diversas ocasiones. Los
lectores del siglo XVI tenían muy claro qué obras eran ―libros de caballerías‖, y cuáles no lo eran,
porque aquellas mostraban unas características físicas determinadas, establecidas por los impresores
prácticamente desde los inicios del género. Entre estas características podemos destacar la edición en
folio, la gran extensión de los textos, los numerosos grabados que los adornaban y la impresión en
letra gótica17. Pero este formato incluye también algunas traducciones de obras no escritas
originariamente en castellano, como el Tirant, el Baldo o el Palmerín de Olivia, así como textos
medievales ―disfrazados‖ de libros de caballerías renacentistas (por ejemplo, el Zifar, reeditado en
1512 por Cromberger) y, en algunos casos, incluso crónicas y textos históricos. En todo caso, José
Manuel Lucía incluye dentro del corpus caballeresco muchos títulos que otros autores clasifican
aparte, basándose sobre todo en el hecho de que los lectores contemporáneos los leyeron como libros
de caballerías. Así, su corpus, que en 2002 constaba de 75 títulos (Lucía, 2001: 8-9, 2002a: 15-17),
se ha ampliado en la actualidad a 86, entre los que se cuentan manuscritos que nunca llegaron a
publicarse, obras que no han llegado hasta nosotros e, incluso, algún texto recuperado que se creía
irremediablemente perdido18. Esto implica que la nómina de libros de caballerías es susceptible de
verse ampliada, en la medida en que es posible seguir rescatando nuevos textos, o reducida, si
aplicamos de forma estricta criterios como la extensión o la lengua original.
Por otro lado, también parece estar en crisis la idea tradicional de que la literatura
caballeresca es estática y homogénea y se limita a repetir unos mismos patrones. Hay, en efecto,
muchas diferencias entre unos textos y otros, lo cual ha permitido a los estudiosos ensayar diversas
propuestas de clasificación en un intento por ordenar un corpus tan extenso.
Pascual de Gayangos, por ejemplo, clasificaba los libros de caballerías castellanos en tres
una forma de vida, con múltiples manifestaciones artísticas y unos comienzos históricos que se han intentado
delimitar‖ (Bueno y Cortijo, 2010: xxix).
17
No obstante, con el tiempo estos patrones se fueron relajando, debido a un intento por parte de los editores
de llegar a un público más amplio. Lucía (2000: 39-42) señala la existencia de algunas ediciones en otros
formatos o por fascículos, con el fin de abaratar su coste, o la publicación en folio de algunas historias
caballerescas breves como el Oliveros de Castilla (Sevilla, 1507); también nos recuerda que a mediados del
XVI los impresores empezaron a sustituir los tipos góticos arcaizantes por otros de estilo romano (2008: 110).
18
Lucía, 2004-2005: 217.
18
grandes ciclos: el bretón, el carlovingio y el greco-asiático:
Los primeros son, con alguna excepción, exclusivamente franceses; el tercero fue engendrado
19
en la Península por la brillante imaginación de nuestros escritores (1894: VI) .
Se trata, como ha destacado Lucía (2000: 35), de una clasificación basada en el origen y en
el contenido. Pero un género desarrollado a lo largo de todo un siglo necesariamente habrá
experimentado algún tipo de evolución. Así, se han señalado diferencias entre los primeros textos,
publicados durante el reinado de Carlos V a la sombra del Amadís, y los escritos en la segunda mitad
de la centuria. Hablaríamos, pues, de un doble paradigma20:
1. El paradigma amadisiano, que propone una visión idealista del mundo caballeresco, con
una estructura narrativa elaborada y una finalidad didáctica y propagandística que no está reñida con
el entretenimiento. En este tipo de obras, la búsqueda del héroe gira en torno a su identidad como
caballero y a la conquista del amor de su dama. Al mismo tiempo, y sin desviarse de este modelo,
comienzan a aparecer otros textos que buscan un mayor realismo y que otorgan al caballero una
nueva función: la de defensor de la fe cristiana. Así, los libros empiezan a describir grandes batallas
contra ejércitos de infieles, reflejo de lo que podríamos llamar la caballería cruzada21. Pero también
podemos encontrar algunos autores, como Feliciano de Silva, que renuevan el género potenciando
aspectos como el humor, las escenas amorosas o la magia y lo maravilloso, e introduciendo
elementos de otros géneros de éxito en la época, como la ficción sentimental o la novela pastoril.
2. Frente a este modelo, a mediados de siglo aparece un nuevo paradigma que deja de lado el
didactismo y que se limita a buscar el entretenimiento mediante ―la hipérbole (o exageración), el
erotismo y las aventuras maravillosas‖ (Lucía y Sales, 2008: 78). Esta nueva propuesta triunfa
definitivamente con el Espejo de príncipes y caballeros (1555); entre los motivos que se han
señalado para ello está la ampliación del público aficionado a los libros de caballerías, que ya no se
restringía solamente a los nobles. Por otro lado, la crisis imperante en la segunda mitad del siglo
XVI, y que afectó también al negocio editorial, obligó a los impresores a buscar una clientela cada
vez más diversa. Así, los nuevos libros de caballerías ya no se plantean como modelo idealizado del
mundo aristocrático, sino que buscan maravillar y entretener a todo tipo de público22. Ante esta
19
Según esta clasificación, el Belianís estaría incluido en este último grupo (Clase tres: ciclo greco-asiático),
en la sección III: ―Libros independientes de las dos series anteriores‖ (es decir, Amadises y Palmerines),
debido a que gran parte de las aventuras del héroe se desarrollan en Asia.
20
Lucía y Sales, 2008: 70-79.
21
―La aspiración amadisiana a la fama, tanto la que se extiende por el mundo como la que perdura en la
memoria de los hombres, deja de ser el acicate principal para unos individuos que se consideran el brazo
armado de Dios, que se definen como el instrumento mediante el cual se garantiza la supervivencia de la fe
cristiana y que, a través de su esfuerzo, esperan como recompensa la salvación de su alma‖ (Sales, 2004: 34).
22
Lucía nos recuerda que el canónigo cervantino (Quijote I, XLVII) ya establecía esta distinción cuando
hablaba de fábulas milesias (―cuentos disparatados, que atienden solamente a deleitar, y no a enseñar‖) y
fábulas apólogas (que ―deleitan y enseñan juntamente‖). Unas y otras, sin embargo, ―forman parte del género
caballeresco‖ (2002b: 538).
19
tendencia se alzaron voces como la de Cervantes, que
criticaba sus fundamentos éticos, estéticos y narrativos, y en la práctica creativa proponía
cómo podía superarse esta misma tradición usando buena parte de sus materiales con ironía,
humor y verosimilitud (Cacho Blecua, 2009-2010: 105)
De este modo, planteó con el Quijote una nueva propuesta que, sin renunciar al humor y al
entretenimiento, pretendía recuperar el realismo del paradigma amadisiano, regresando
a los modelos narrativos de las primeras décadas del siglo XVI para escribir una obra que
estuviera más cercana a la visión (renacentista) que poseía Cervantes de la ficción narrativa,
en donde la estructura y la verosimilitud se convirtieran en dos de sus claves (Lucía y Sales,
2008: 83).
Los libros de caballerías, como se ve, sufrieron una serie de modificaciones que los hicieron
evolucionar a lo largo de todo el siglo XVI. Tradicionalmente se ha hablado de una decadencia del
género en la segunda mitad de la centuria, debido a que se publican menos textos originales. Entre
las causas de esta crisis, Alvar y Lucía (2000) citan las siguientes: ―plebeyización‖ y popularización
del género, que hace que la alta nobleza ya no encuentre tan atractivos los libros de caballerías; la
llegada al trono de un monarca que, a diferencia de su antecesor, no consumía literatura
caballeresca23; las nuevas medidas tomadas para controlar la imprenta, como la Pragmática de 1558;
y, por último, los problemas económicos de finales de siglo.
Pero la proliferación de textos manuscritos, las reediciones de grandes éxitos y la
continuidad de las críticas al género hasta bien entrado el siglo XVII parecen indicar que, muy al
contrario de lo que se pensaba, la afición por los libros de caballerías se prolongó en el tiempo hasta
muchas décadas después de la publicación del Quijote. Si bien es cierto que se producen cambios a
lo largo de la centuria, estos pueden explicarse teniendo en cuenta una serie de factores que
analizaremos a continuación.
2. EL BELIANÍS DE GRECIA Y EL GÉNERO CABALLERESCO DURANTE EL REINADO DE FELIPE II
Don Belianís de Grecia fue uno de los libros de caballerías más importantes e influyentes de
la segunda mitad del siglo XVI, admirado por un buen número de aficionados al género y
moderadamente apreciado por la crítica especializada desde Cervantes hasta la actualidad24. Pese a
ello, no se ha librado del desprecio de algunos autores como Menéndez y Pelayo, que lo consideraba
23
Alvar y Lucía, sin embargo, consideran que este argumento es ―una simplificación peligrosa (...)
perfectamente controvertible‖, puesto que los gustos de ambos reyes podrían reflejar los intereses de la nobleza
de su tiempo, y no al revés (2000: 28).
24
―Belianís has a greater scope of vision and a relatively more coherent action than do most Spanish romances
of chivalry‖ (Mancing, 2001:113).
20
―disparatadísimo‖, probablemente debido a su profusión de aventuras y episodios fantásticos25.
Podríamos decir, en términos de Sylvia Roubaud, que se trata de una novela caballeresca
―nueva‖, es decir, del grupo de las publicadas a partir de los años 20 que, a su entender, presentan
―temas y matices nuevos, al perfilarse en el género con mayor nitidez una inspiración renacentista y
cortesana‖ (1999: 52).
Lucía y Sales, por su parte (2008: 77), señalan el Belianís de Grecia como antecedente del
nuevo paradigma que se desarrolló a lo largo de la segunda mitad de la centuria, y que, en oposición
al modelo amadisiano, priorizaba el entretenimiento por encima del realismo y el didactismo 26. La
Hystoria del magnánimo, valiente e inuencible cauallero don Belianís de Grecia se publicó por
primera vez en Sevilla, en 154527, y pronto alcanzó un notable éxito, siendo reeditado en diversas
ocasiones28. La Tercera y Quarta Parte, no obstante, vio la luz treinta y cuatro años más tarde, tras la
muerte de su autor. Por tanto, cabe destacar que ambas entregas fueron publicadas en dos momentos
históricos muy diferentes. La primera apareció en pleno apogeo de los libros de caballerías29, al calor
del éxito obtenido por la saga amadisiana. La Tercera y Quarta Parte, sin embargo, llegó en un
momento menos favorable. Aunque seguía existiendo una gran afición a los libros de caballerías, el
país se encontraba sumido en una profunda crisis que afectó también a la imprenta30, y durante la
segunda mitad del siglo se redujo notablemente el número de ediciones de libros de caballerías. Si
bien se siguen reeditando los libros de más éxito, solo aparecen siete textos nuevos en todo el
25
Cacho Blecua (2007) señala que, a pesar de que Menéndez y Pelayo poseía una amplia colección de libros de
caballerías (entre los que se encontraban todas las entregas de la obra de Jerónimo Fernández), no demuestra
un gran entusiasmo hacia un género que no era de su agrado y cuya lectura le resultaba tediosa en la mayor
parte de los casos.
26
También Marín Pina (2008: 180) destaca que, junto a otros textos de la época como el Palmerín, el
Primaleón o el Platir, el Belianís presenta ―el texto desnudo de sentencias, de glosas moralizantes o
comentarios doctrinales, y optan por el uso de comportamientos ejemplares además de explorar nuevas vías
experimentales en las que triunfa ante todo el entretenimiento. Todos ellos exploran, por ejemplo, la técnica del
disfraz, y en ella cifran la complejidad, el suspenso y el atractivo de sus tramas‖. Por el contrario, Martín
Romero (2004) señala varios pasajes de la Primera y Segunda Parte en los que el autor adopta un tono
didáctico o moralizante; entre ellos destaca el prólogo alegórico que precede a la segunda parte. Pese a ello,
predomina el entretenimiento a lo largo de toda la obra, y esos pasajes didácticos podrían explicarse ―por el
interés que estos autores tenían por justificar moralmente sus textos (...) en un ámbito frecuentemente criticado
por los moralistas.‖
27
La primera edición que conservamos es la de 1547. Sin embargo, existen razones para pensar que hubo una
edición anterior, de 1545 que no conservamos, y que sería la verdadera princeps de la obra. Así lo creen
también Orduna (1989 y 1996a), Eisenberg (2001), Lucía y Sales (2008: 14).
28
Tenemos noticia de cinco ediciones después de la de 1545: Burgos, Martín Muñoz, 1547; Estella, Adriano de
Anvers, 1564; Burgos, Pedro de Santillana, 1579 (perdida o inexistente); Zaragoza, Domingo de Portonaris y
Ursino, 1580; Burgos, Alonso y Esteban Rodríguez, 1587.
29
De hecho, aquel mismo año se publicaron también el Florando de Inglaterra, el Cirongilio de Tracia de
Bernardo de Vargas y el Cristalián de España, de Beatriz Bernal.
30
―A partir de la década de los años sesenta del siglo XVI, cuando el gran imperio español ideado –y
gobernado– por Felipe II empieza a hacer aguas y la economía castellana sufre las continuas bancarrotas, la
industria editorial va a vivir una gran crisis de la que solo las imprentas de la Corona de Aragón parece que van
a sobrevivir. Felipe II tendrá que llevarse a Flandes la impresión de los nuevos textos litúrgicos emanados del
Concilio de Trento, y no hay ningún impresor español que pueda igualarse –ni de lejos– con un Plantino, el
gran impresor del momento‖ (Lucía, 2008: 213).
21
reinado de Felipe II31, y la mayoría de ellos eran continuaciones de sagas anteriores. Así, el hecho de
que la Tercera y Quarta parte llegara a ser publicada a pesar de estas circunstancias adversas nos da
una idea del éxito de que gozaron las aventuras de don Belianís y sus compañeros durante todo el
siglo XVI. Y, aunque esta nueva entrega no llegó a reeditarse, algunos lectores estaban lo bastante
interesados como para desear una continuación de su ―inacabable aventura‖32.
Por otro lado, si la primera entrega de la saga constituía un antecedente del nuevo paradigma,
la Tercera y Quarta Parte se publica en pleno apogeo del mismo, y participa de sus características
más señaladas. Podemos encontrar entre sus páginas, en efecto, multitud de aventuras maravillosas,
viajes a lugares lejanos, naves y transportes encantados, objetos mágicos y criaturas extraordinarias,
grandes batallas y hazañas imposibles llevadas a cabo por caballeros de capacidades sobrehumanas;
también hay, por supuesto, enredos amorosos, doncellas que toman las armas, vicisitudes bizantinas
y episodios repletos de humor. Contra algunos de estos aspectos arremetió la incisiva pluma de
Cervantes, pero no cabe duda de que, pese a todo, el autor del Belianís de Grecia logró crear una
saga que fascinó y entretuvo a un gran número de lectores, incorporando elementos de tradiciones
antiguas y también de otros géneros como la novela bizantina o la ficción sentimental, como
veremos a continuación.
3. BREVE SÍNTESIS ARGUMENTAL
Don Belianís de Grecia relata la historia del hijo primogénito del emperador don Belanio de
Grecia, que debe hacerse un nombre antes de considerarse digno de suceder a su padre. Sus
aventuras caballerescas y sus vivencias amorosas se desarrollan tanto en Occidente como en Oriente,
donde queda prendado de la princesa Florisbella de Babilonia y compite por su amor con el príncipe
Perianeo de Persia, que se convierte en su principal enemigo y rival. Tras multitud de hazañas y
aventuras, complementadas por las vividas por sus hermanos y amigos, don Belianís alcanza por fin
la fama como caballero y el amor de la hermosa Florisbella. Sin embargo, antes de que la boda pueda
celebrarse, un carro encantado secuestra a las protagonistas femeninas del relato, comenzando así
una nueva aventura cuya resolución se anuncia para la siguiente entrega de la novela.
La Tercera y Quarta Parte relata, en primer lugar, la búsqueda de las princesas
desaparecidas. Todos los caballeros protagonistas parten en su rescate, en grupo o en solitario, en
una queste a lo largo de la cual correrán diversas aventuras, participarán en los famosos torneos de
Londres e incluso lucharán por la conquista de Troya. Una vez alcanzado el objetivo (el Castillo de
31
Alvar y Lucía, 2000: 28. Por otra parte, Marín Pina (2008: 177) señala la existencia de un período de
―repunte editorial‖ de 1575 a 1585, en el que aparecerá la Tercera y Quarta parte, posiblemente debido al
―empeño del monarca en el relanzamiento de la caballería ciudadana en pro de sus intereses políticos‖.
32
Es el caso, como veremos, de Pedro Guiral de Berrio, que llegó a tomar la pluma para escribir una Quinta
parte que no llegó a imprimirse, pero que conservamos en manuscrito.
22
la Sabia Medea), la queste se transforma en una especie de juego caballeresco en el cual todos
compiten entre sí para llegar en primer lugar y lograr así ser proclamados por Marte y Cupido como
señores absolutos de la caballería y el amor.
Tras el rescate de las doncellas y la posterior conquista de Troya se produce el esperado
matrimonio público de don Belianís y su amada Florisbella, pero sus aventuras no terminan aquí:
Florisbella dio a luz al hijo de ambos durante su estancia en el castillo encantado, y el sabio Merlín
se llevó al infante a lejanas tierras. En la cuarta parte, don Belianís se embarca en una nueva queste
que lo llevará por tierras africanas hasta encontrarse por fin con su hijo Belflorán, que ya tiene edad
para ser armado caballero. Este viaje está también complementado por la búsqueda de la princesa
Hermiliana quien, abandonada por su caballero, toma las armas y corre diversas aventuras tratando
de encontrarlo; sin olvidar tampoco las peripecias de Perianeo de Persia, que desciende a los mismos
infiernos en busca de su sobrina Belinda.
Pero el cuerpo principal de la cuarta parte es el relato de la sangrienta guerra de
Constantinopla, en la que caballeros de oriente y occidente se enfrentarán no por motivos religiosos,
sino, sobre todo, por una cuestión de amor y de celos. Perianeo moviliza toda Persia contra Grecia,
agraviado por el matrimonio de su amada Florisbella. A él se unirá el príncipe Ariobarzano de
Tartaria, resentido por la conversión al cristianismo de su hermana Imperia, que casa sin su
consentimiento con el príncipe de Fenicia. La tercera en discordia será una princesa cristiana:
Claristea de Alemania, quien, enamorada de don Belianís y furiosa por la relación de este con
Florisbella, hace creer a su padre que el héroe le dio una promesa de matrimonio que no cumplió.
Estos personajes movilizarán grandes ejércitos y toda la cristiandad tendrá que unirse contra ellos.
La contienda supone la iniciación caballeresca del nuevo héroe, Belflorán, y de todos los
jóvenes caballeros de su generación, hijos legítimos e ilegítimos de los protagonistas de las entregas
anteriores. Tras el final de la guerra se suceden nuevas batallas, torneos y aventuras que colocarán a
Belflorán en el escalafón más alto de a caballería de su tiempo, superando incluso a su padre, don
Belianís, al derrotar definitivamente al dragón del templo de Amón y ocupar el asiento peligroso de
la mítica Mesa Redonda, que le estaba destinado. El joven héroe obtendrá finalmente el amor de su
adorada Belianisa; pero el relato de su matrimonio público estaba sin duda contenido en los legajos
que el sabio Fristón, cronista de esta historia, perdió en Egipto, puesto que no se incluye en las
aventuras relatadas en la cuarta parte, donde sí se narra, en cambio, el nacimiento en altamar del hijo
de ambos, Fortimán de Grecia, y su posterior pérdida y rescate por parte de un corsario que se
encargará de educarlo lejos de su hogar y ajeno a su verdadera identidad; de este modo, el ciclo se
reinicia una vez más33.
33
Para un resumen detallado de la Tercera y Quarta Parte, capítulo a capítulo, véase nuestra Guía de Lectura
publicada en la colección del Centro de Estudios Cervantinos.
23
4. PUBLICACIÓN Y DIFUSIÓN
4. 1. La continuación de una novela de éxito
La Tercera y quarta parte del imbencible príncipe don Belianís de Grecia vio la luz en
Burgos, en el taller de Pedro de Santillana34, en 1579, más de tres décadas después de que se
publicasen la primera y segunda parte de la novela. La Hystoria del magnánimo, valiente e
inuencible cauallero don Belianís de Grecia (Sevilla, 1545) gozó de un notable éxito en la primera
mitad del siglo XVI, contando con varias reediciones, pero seguía sin aparecer la continuación que el
autor había prometido al finalizar la entrega anterior:
do cumple dar fin a esta historia, pues he sido tan prolixado que con razón della seré notado,
prometiendo lo más presto que fuera possible contar las tan brauas auenturas que a estos
príncipes sucedieron en la demanda de la princesa Florisbella y cómo el sabio Merlín fue
desencantado, para el fin della, por el príncipe don Belianís con las crudas batallas que en el
Pauoroso Castillo passaron y los sucessos de los amores de los príncipes don Clarineo y don
Lucidaner y Arsileo y don Con[tu]meliano con la linda I[m]peria, con lo demás que al
valeroso Perianeo auino, pidiendo perdón de los passados yerros. (Belianís de Grecia, Libro
II, ed. Lilia de Orduna, p. 466)
La segunda parte, en efecto, finalizaba con un momento dramático importante, puesto que las
principales damas y doncellas del relato habían sido secuestradas en un carro mágico, y sus
caballeros se disponían a remover cielo y tierra en su busca:
...si a esta ora, por los ayres, con infernal furia no viera venir más de veynte dragones
cercados de llamas de fuego, que vn carro parescían traer de la misma llama cubierto y en él
venían muchas disformes figuras. La sabia Belonia, que sintió lo que era, quiso obrar de sus
encantamientos, mas, ¡qué le aprouecha!, que ni en antigüedad ni en saber eran yguales. Toda
la gente del campo quedó admirada; el príncipe don Belianís quiso correr para donde su
señora estaua, temiéndose de lo que ser podía, mas antes llegó el diabólico carro en el qual
fueron puestas las princesas Florisbella, Hermeliana, Policena, con las hermosas Sirena y
Imperia e infanta Matarrosa con la reyna Aurora, y con la presteza que fue su venida, se tornó
a bolver a vista de todos los presentes, dando gritos las que eran lleuadas, llamando a los
príncipes que las socorriessen. La turbación y tristeza de todos los presentes, los generales
gritos que se leuantaron, ¡quién bastaría a poderlos contar! (Belianís de Grecia, Libro II, ed.
cit., pp. 463-464).
Previamente el autor nos había explicado que el mago Fristón había encontrado el castillo
encantado de la sabia Medea siguiendo las indicaciones de una profecía. Después, con la intención
de favorecer a su protegido, Perianeo de Persia, planeaba retener allí a Florisbella hasta que llegase la
persona destinada a rescatarla.
Este final es muy similar al que cierra la Tercera Parte del Espejo de Príncipes y Caballeros
(1587), en el que el mago Selagio decide raptar a todas las damas y conducirlas hasta un lugar
34
Según Lucía, se trataba de ―una imprenta de segundo orden‖, ya que ―la de mayor envergadura, dirigida
entonces por Felipe de Junta, curiosamente orilló la publicación de libros de caballerías a cambio de una
intensa dedicación al género menor de las novelas caballerescas breves, verdadero filón editorial de
rentabilidad todavía más segura‖ (2005: 272).
24
encantado (el Olimpo), de donde, según una profecía, podrá liberarlas aquel que llegue hasta ellas y
venza a Marte en combate singular. Así,
al punto lo puso por obra, que tomando un carro de ardiente fuego se puso en sala de
Constantinopla, sin que nadie se pudiesse menear, con tantos relámpagos y truenos que
parecía venir a la tierra el cielo. Passado aquello, faltaron las damas más bellas del mundo:
eran Policena, Helena, Aurelia y Rosabela, con la linda Artimisa, y del real la hija del Sofí, la
del Asirio, la del de Fenicia, Troyla y la hermana de Bembo, aunque tan niña, con la del
egypciano. Toda la corte se alborotó, queriendo partir en su busca, particularmente los hijos
de Rosabel y el de las Estrellas con el Gran Tártaro... (fol. 84-vº)35.
También aquí el rescate de las damas se deja para una entrega posterior, que tardará años en
ver la luz. En ambos casos deducimos que la búsqueda de las princesas desencadenará una queste en
la que los caballeros tendrán que demostrar al mundo su valor en las armas y su constancia en el
amor. De momento, sin embargo, don Belianís solo cuenta con la poca información que le ofrece la
sabia Belonia al final de la Segunda parte:
–No lo sé –dixo Belonia–, que estoy tan turbada que de mí no sé punto más de quanto vuestra
señora y las demás están en un fuerte encantamiento en los confines de la grande Assiria, y
creo que si por vos, no por otro, no podrá ser liberada. Y no curéys de os detener, que si
dentro de dos años no es libre, no lo será jamás. (Belianís de Grecia, Libro II, ed. cit., pp.
464-465)
Esta actitud de incertidumbre y tristeza general contrasta con las palabras tranquilizadoras
del sabio Nabato en los últimos folios del Espejo:
el qual los assosegó diziendo que era sin fruto yr entonces en su busca, porque él hallava que
no serían libres tan presto, porque una profecía lo dezía.
Después de lo cual se reanuda la fiesta en el palacio, casi como si nada hubiese sucedido,
dado que la profecía asegura que las damas van a ser liberadas antes o después. En el Belianís, la
intervención de Belonia sirve justo para lo contrario: para crear inquietud no solo en los personajes,
sino también en el lector, gracias al límite temporal impuesto para finalizar la aventura (―si dentro de
dos años no es libre, no lo será jamás‖). Así, el deseo de leer la siguiente entrega no se fundamenta
solo en la promesa de nuevas aventuras, como podría suceder en el caso del Espejo de Príncipes y
Caballeros, sino también en un manejo de la intriga que lleva al lector a preguntarse qué va a
suceder a continuación.
Con todo, y pese a las prisas de la sabia Belonia, el rapto de las princesas tuvo que aguardar
treinta y cuatro años para ser resuelto. Así, en 1579, cuando por fin se publicó la Tercera y Quarta
Parte (que anticipaba en la portada ―en que se cuenta la libertad de las princessas que de Babylonia
35
Citamos por el ejemplar digitalizado en la Biblioteca Nacional (R/11342):
http://bibliotecadigitalhispanica.bne.es/view/action/nmets.do?DOCCHOICE=1780309.xml&dvs=1353510103
929~319&locale=es_ES&search_terms=&adjacency=&VIEWER_URL=/view/action/nmets.do?&DELIVERY
_RULE_ID=4&usePid1=true&usePid2=true
25
fueron llevadas‖, para tranquilidad de los lectores de la entrega anterior36), las circunstancias ya no
eran tan favorables. Su autor, Jerónimo Fernández, ya había fallecido, según nos informa en el
prólogo su hermano, Andrés Fernández, que es quien costea la edición. Por otro lado, y como ya
hemos apuntado, la producción de libros de caballerías desciende notablemente durante el reinado de
Felipe II, con tan solo siete textos nuevos en la segunda mitad del XVI. El taller burgalés de Pedro de
Santillana, de hecho, pese a que ya había publicado otros libros de caballerías con anterioridad, se
había decantado por reeditar obras de probado éxito, como el Amadís de Gaula (1563) o los dos
primeros libros del Renaldos de Montalbán (1564), que, además, ya habían sido reeditados en
diversas ocasiones. De la misma manera, algunos críticos afirman que, al publicar la Tercera y
Quarta Parte del Belianís de Grecia, lanzó también una nueva edición de la Primera y Segunda
Parte, ofreciendo así a sus lectores por primera vez la posibilidad de adquirir la obra completa37.
Las razones que aduce Andrés Fernández para la publicación del libro son reveladoras:
aver agradado tanto a la magestad de Carlos Quinto, invictíssimo Emperador y señor nuestro,
la Primera y Segunda Parte, que gustó de oýrla diversas vezes, dio causa a qu‘el auctor, que
fue el licenciado Fernández, mi hermano, escriviesse también Tercera y Quarta, y a mi
ánimo y atrebimiento para la dirixir y presentar a Vuestra Merced (Tercera y Quarta
parte…, fol. A-2r38).
Es bien conocido el gusto de Carlos V por los libros de caballerías en general y por este en
particular39; sin embargo, y aunque la primera entrega siguió reeditándose a lo largo del reinado de
Felipe II, ocupando el tercer puesto en cuanto a número de ediciones, por detrás del Espejo de
príncipes y caballeros y del Renaldos de Montalbán, e igualado con el Amadís y el Lepolemo, entre
otros (Alvar y Lucía, 2000: 29-32), solo nos han llegado noticias de una posible reedición de la
Tercera y Quarta parte, que no conservamos40. A pesar de ello, y como veremos a continuación, la
influencia esta obra se prolongó hasta bien entrado el siglo XVII.
4.2. Difusión e influencia
¿Hasta qué punto tuvieron éxito las andanzas de don Belianís? Ya hemos hecho alusión al
número de ediciones alcanzado por su primer volumen. Pese a las críticas de moralistas como Fray
36
Esta especificación del contenido del libro en el título (en este caso, un avance del triunfo del héroe) es
habitual en los libros impresos del XVI; se trata de una estrategia comercial con una finalidad publicitaria
(Lucía, 2000: 271-272).
37
No conservamos ningún ejemplar de esta edición de la Primera y Segunda Parte, aunque parece aceptado
por parte de la crítica el hecho de que existió, y que se ha perdido (Lucía, 2002: 49; Eisenberg y Marín Pina,
2000: 264). Orduna, sin embargo, la considera una edición fantasma (1973:182 y 1997a: XVI).
38
Manejamos el ejemplar conservado en la Biblioteca de la Universitat de València (sig: BH R-1/150).
39
Lucía y Marín Pina (2008: 292-294) ofrecen una colección de anécdotas acerca de la afición del emperador
por los libros de caballerías, y hasta nos revelan el nombre de la dama que solía leérselos en voz alta: doña
María Manuel. No sería descabellado suponer que fuera ella quien le relató las primeras hazañas de don
Belianís.
40
Comentaremos la cuestión relativa a la posible edición de 1587 en el apartado I.4. EDICIONES.
26
Pedro de Malón41 y de autores como Mateo Alemán (en la tercera parte de su Guzmán de
Alfarache42), la obra fue ampliamente conocida tanto en España como en América (Roubaud 1999:
64). Ya hemos visto que el mismo emperador Carlos V ―gustó de oýrla diversas vezes‖, tal y como
se afirma en el prólogo de la Tercera y Quarta Parte43. No pocos nobles compartían esta afición de
su soberano, a juzgar por los inventarios de las bibliotecas que han llegado hasta nosotros, y varios
de ellos poseyeron algún ejemplar de la obra44.
Encontramos un Belianís de Grecia en el Índice de los libros que ay en la librería de don
Diego Sarmiento de Acuña, conde de Gondomar, en su casa de Valladolid (1623). El conde de
Gondomar fue un gran aficionado a los libros de caballerías, como se deduce de este inventario;
entre los ejemplares de su colección se incluían los siguientes títulos (Lucía y Marín, 2008: 300):
Tercera y 4ª parte del Príncipe don Belianís de Grecia. Burgos, 1579, f.
Libro primero y 2do de don Belianis de Grecia. Burgos, 1587, f.
Este manuscrito, conservado en la Biblioteca Nacional de Madrid (Ms 13593/4), cita los
libros incluidos en la biblioteca atendiendo al orden por el que fueron colocados en las estanterías.
Don Belianís de Grecia se encontraba situado entre el Palmerín de Oliva (1511) y el Primaleón
(1512) (Lucía 2000: 101).
41
―Y, como es nuestra gastada naturaleza, que de suyo corre desapoderada al mal, tuviera necesidad de espuela
y de incentivos para despertar el gusto del pecado, assí la cevan con libros lacivos y profanos, a donde y en
cuyas rocas se rompen los frágiles navíos de los mal avisados moços, y las buenas costumbres (si algunas
aprendieron de sus maestros) padecen naufragios y van a fondo, y se pierden y malogran; porque ¿qué otra
cosa son los libros de amores, y las Dianas y Boscanes y Garcilasos, y los monstruosos libros y silvas de
fabulosos cuentos y mentiras de los Amadises, Floriseles y don Belianís, y una flota de semejantes portentos
como ay escriptos, puestos en majos de pocos años, sino cuchillo en poder del hombre furioso? (....) Otros leen
aquellos prodigios y fabulosos sueños y quimeras sin pies ni cabeça de que están llenos los libros de
cavallerías, que assí los llaman, a los que, si la honestidad del término lo supiera, con trastocar pocas letras le
llamaran mejor ―de vellaquerías‖ que ―de cavallerías‖. Y, si a los que estudian y aprenden a ser christianos en
estos catecismos les preguntáis que por qué los leen y quál es el fruto que sacan de su lición, responderos han
que allí aprenden osadía y valor para las armas; criança y cortesía para con las damas; fidelidad y verdad en sus
tratos; y magnanimidad y nobleza de ánimo en perdonar a sus enemigos, de suerte que os persuadirán que Don
Florisel es el Libro de los Macabeos, y Don Bellanís, los Morales de Sant Gregorio‖ (Libro de la Conversión
de la Magdalena, 1588; citamos por la edición de 1600 que se encuentra digitalizada en la Biblioteca Histórica
de la Universidad de Valencia (BH Z-07/036)
42
―Otras muy curiosas, que dejándose de vestir, gastan sus dineros alquilando libros y, porque leyeron en Don
Belianís, en Amadís o en Esplandián, si no lo sacó acaso del Caballero del Febo, los peligros y malandanzas
en que aquellos desafortunados caballeros andaban por la infanta Magalona, que debía de ser alguna dama bien
dispuesta, les parece que ya ellas tienen a la puerta el palafrén, el enano y la dueña con el señor Agrajes, que
les diga el camino de aquellas espesas florestas y selvas, para que no toquen a el castillo encantado, de donde
van a parar en otro, y, saliéndoles a el encuentro un león descabezado, las lleva con buen talante donde son
servidas y regaladas de muchos y diversos manjares, que ya les parece que los comen y que se hallan en ello,
durmiendo en aquellas camas tan regaladas y blandas con tanta quietud y regalo, sin saber quién lo trae ni de
dónde les viene, porque todo es encantamento‖.
43
Sin embargo el emperador, al igual que su autor, ya había muerto cuando esta segunda entrega vio la luz, por
lo que no llegó a leer, ni a escuchar, la continuación de las hazañas de don Belianís.
44
Hay que tener en cuenta que, pese a ello, las cifras son reducidas o, cuanto menos, relativas; en Madrid, por
ejemplo, entre 1550 y 1650, solo 71 inventarios de los 1307 conocidos contenían libros de caballerías; la
mayoría pertenecieron a nobles o funcionarios (Rey Castelao, 2005: 128).
27
Otro noble lector de libros de caballerías fue don Pedro Álvarez de Osorio, marqués de
Astorga, que atesoraba en su biblioteca más de veinte títulos pertenecientes al género, entre los que
se encontraba, por supuesto, Don Belianís de Grecia (Aguilar Perdomo, 2005: 52).
Entre estos coleccionistas destaca especialmente Agustina de la Torre, condesa de Campo de
Alange, que inició la tarea de reunir una magnífica biblioteca que sus sucesores conservaron y
aumentaron. Su figura es una muestra más de que los libros de caballerías también contaron con
lectoras entusiastas entre el público femenino45, pero, además, reviste una especial importancia para
nuestro trabajo porque su biblioteca también incluía un ejemplar de Don Belianís, y en concreto uno
de la Tercera y Quarta Parte que conservamos todavía46.
En efecto, según el inventario redactado en 1779, entre los títulos que atesoraba encontramos
los siguientes:
Hernández (gerº.) Libro 1º y 2º del valiente e invenzible Caballeron D. Belianís de Grecia.
Burgos, 1587.
Id. La 3ª. y 4ª. parte de D. Belianis de Grecia. Burgos, 1579.
Este ejemplar de la Tercera y Quarta Parte, que aún exhibe el ex libris con el escudo de
armas de la condesa, se conserva actualmente en la Biblioteca Histórica ―Marqués de Valdecilla‖ de
la Universidad Complutense. En 1891, los herederos de la condesa vendieron su colección a la
Biblioteca Nacional; pero a este Belianís en concreto le faltan ochenta y cinco folios del principio,
motivo por el cual fue descartado, y acabó finalmente en su ubicación actual (Lucía, 2005: 272).
Sin embargo, el Belianís no solo halló refugio en las bibliotecas de los nobles. En 1594, el
autor de comedias Tomás de la Fuente poseía nada menos que 166 libros, entre los que se encontraba
la Primera y Segunda Parte de Don Belianís47..
De su éxito nos habla también su presencia en las librerías a lo largo de los siglos XVI y
XVII. Juan Lippeo, de Sevilla, contaba en 1583 con tres ejemplares de la Primera y Segunda Parte
entre los 854 volúmenes de su librería (Wagner, 2002: 464). Por su parte, Lucía (2000: 47) reproduce
el inventario de los volúmenes con los que contaba el establecimiento de Benito Boyer, célebre
librero lionés, en 1592. Entre los 525 ejemplares de libros de caballerías descubrimos que se
encuentran en su biblioteca:
45
Véase Marín Pina, 1991 y 2008.
Véase Santos Aramburo, 2004 y 2008. La condesa contaba en su biblioteca con 24 libros de caballerías,
―bien encuadernados y, en ocasiones, perfectamente restaurados‖, una muestra más del aprecio que su dueña
sentía por esta colección (2004: 6).
47
Tomás de la Fuente fue un autor de comedias prácticamente desconocido que, sin embargo, ―acumulaba en
su casa cerca de ciento setenta libros útiles para su oficio, aunque no sabemos si fueron sólo para uso personal
o quizá para alquilarlos a otros profesionales de las tablas‖ (Sanz Ayán, 2009: 408). En el inventario de su
biblioteca encontramos, aparte del Belianís, otras catorce novelas de caballerías (Amadís de Gaula, Sergas de
Esplandián, Olivante de Laura, Espejo de caballerías, Florisel de Niquea -Primera parte y Segunda de la
Cuarta-, Cristalián de España, Amadís de Grecia, Palmerín de Oliva, Caballero del Febo, Lisuarte de Grecia,
Leandro el Bel, Lepolemo) y un poema caballeresco (Celidón de Iberia). El ejemplar del Belianís que poseía
fue tasado en 14 reales (ibid, 423).
46
28
un don Belianis complido folio ducientos y trenta y ocho pliegos.
un don belianis primera y segunda parte folio y diez y nuebe pliegos.
En 1596, en el inventario de Diego Ruiz de Medrano, mercader de Medina del Campo,
hallamos un buen surtido de libros de caballerías, entre los que se hallan nada menos que dos juegos
completos de Don Belianís48.
Descubrimos además, en un testimonio aportado por Lilia de Orduna (1997: XLVIII), lo que
costaba la Tercera y quarta parte en 1582; en el Archivo de Protocolos Notariales de Burgos se
incluye el siguiente documento:
-Burgos. Leg, 2693, fol. 256. J Fernandes de Salazar. 5-III-1582. Obligación de Felipe de
Junta, librero, de pagar a Juan Baptista Espinosa, vecino de Burgos, 20400 mrs. por cien
cuerpos de libros de D. Belianis de la 3ª y 4ª parte a 6 rs. cuerpo.
Con estos datos, Orduna deduce que Felipe de Junta calculaba cerca de un centenar de
posibles compradores para la obra, tres años después de su publicación.
Marín Pina (2008: 167) refiere que todavía en 1606 podían encontrase ejemplares del
Belianís de Grecia en el inventario de la librería de Cristóbal López, que tasaba cada ejemplar en 408
maravedíes49.
Y no cabe duda de que se compraban o, al menos, se buscaban. Hasta nosotros ha llegado un
curioso documento llamado Catalogus librorum hispanicorum, redactado por un estudiante alemán
de viaje por nuestras tierras que, en torno a 1605, elaboró una larga lista de los títulos que le
interesaba comprar (nada menos que 835), entre los cuales incluyó varios libros de caballerías y,
naturalmente, el Belianís (Cátedra, 1999).
Por otra parte, Lilia de Orduna (1997: LV) destaca la gran difusión que tuvo la obra en
América50 y, citando a Irving Leonard, comenta el caso de un librero que ―solo deseaba la primera y
48
―Don Belianis 1º 2º 3º 4º 2‖; el mercader medinés contaba asimismo con ejemplares del Caballero del Febo
(I-III, dos volúmenes); Rogel de Grecia; Olivante de Laura; Amadís de Gaula; Florisel de Niquea; Sergas de
Esplandián; Lisuarte de Grecia; Palmerín de Oliva; Pigmaleon (sic); Don Cristalián de España; Felixmarte de
Hircania y el Espejo de Caballerías, según el inventario transcrito por Anastasio Rojo Vega, que se halla en el
Archivo Histórico Provincial de Valladolid (leg. 6949, fol. 1726) y que puede consultarse en su página web:
www.anastasiorojovega.com.
49
El inventario de la librería de Cristóbal López puede consultarse en el estudio de Dadson (1998: 467-502),
donde puede leerse:
[274] Don Belianis prim[er]a y segunda parte tasado en diez rreales
[275] Dos don Velianis tercera p[ar]te tasado en diez rreales
[282] Otro don Velianis tasado en doce rreales (Dadson, 1998: 492-493)
50
Irving Leonard ha estudiado con detalle la relación entre los libros de caballerías y la conquista de América.
Parece que el éxito del género entre los conquistadores se debe, en parte, a que estos se identificaban con sus
caballeros favoritos en la ficción: ―la aventura y el esfuerzo personal son dos elementos que particularmente se
avenían con las aspiraciones vitales de sus lectores conquistadores, pues estos, al igual que sus admirados
caballeros ficcionales, también se lanzaban sobre un mundo todavía mágico y lleno de misterios‖ (González,
2008: 371).
29
segunda parte, puesto que la tercera y la cuarta pueden encontrarse en el mercado de Lima‖51.
Parece, por tanto, que no pocos ejemplares de Don Belianís fueron embarcados para América. Lucía
(2008: 118) aporta el testimonio de los libros enviados para Francisco de Saavedra en 1594, entre los
que se encuentran
primera y segunda parte de don Belianís
tercera y cuarta parte de don Belianís
También señala la presencia de belianises en los informes de inspecciones a los barcos que
realizaban la travesía al Nuevo Mundo, y que detallan el contenido de las cajas de libros que
viajaban a bordo (Lucía, 2008: 119).
Así, pese a la poca fortuna que tuvo la Tercera y quarta parte comparada con la primera
entrega, podemos afirmar que su protagonista era bien conocido entre los aficionados al género,
alcanzando un gran nivel de popularidad y dejando también su huella en obras posteriores. En 1599
nos encontramos con un curioso manuscrito titulado Flor de caballerías52, que remite de nuevo al
texto que nos ocupa. Parece que su autor, Francisco Barahona, era un gran lector de libros de
caballerías, y con su obra quiso realizar ―un homenaje a todos ellos‖ (Lucía, 2007: XV). En efecto,
en los capítulos V y VI del manuscrito se relata cómo el héroe, Belinflor, por un lado, y la doncella
guerrera Rubimante, por otro, se enfrentan a los más célebres caballeros y damas en el Castillo de
Marte, en una especie de prueba que pondrá de manifiesto que ellos son el mejor caballero y la dama
más hermosa y valiente de todas. Por los Arcos de Marte, Palas Atenea y Venus van desfilando un
gran número de personajes escapados de otras novelas, entre los que se encuentran don Belianís53, el
príncipe Belflorán54, la amazona Zenobia (―la enamorada de Belflorán‖), la doncella guerrera
Hermiliana55 y las damas Belianisa y Florisbella56. Además de diversos enfrentamientos cordiales,
unos y otros intercambian comentarios corteses sobre las hazañas más conocidas de cada uno de
ellos, antes de que Belinflor y Rubimante sean declarados vencedores de la prueba. Para el autor de
51
También reseñado por Lucía (2008: 118) ―Documento fechado el 22 de febrero de 1583 en la Ciudad de los
Reyes, y que presenta seis entradas de libros de caballerías‖, entre ellas: ―8 don Belianís de Grecia, primera y
segunda parte no traiga tercera ni cuarta porque acá hay muchas encuadernadas en pergamino‖.
52
Este texto no llegó a imprimirse en su momento, y solo ha llegado hasta nosotros en forma de manuscrito
incompleto, conservado en Madrid: Real Biblioteca, II/3060. No obstante, en la actualidad contamos con una
edición moderna realizada por José Manuel Lucía y publicada en 1997 en la colección ―Los libros de
Rocinante‖ del Centro de Estudios Cervantinos.
53
―salió el valentísimo y sobre todos discreto cavallero don Belianís‖ (fol. 127-rº); Belinflor confiesa ser un
gran admirador de sus hazañas, por lo que no desea combatir contra él. Don Belianís accede a limitar el
encuentro a una justa más o menos amistosa en la que Belinflor supera a su oponente por muy poco.
54
―Tras él vino el príncipe Belflorán, y lo propio que a su padre le acaeció‖ (fol. 127-rº).
55
―...y así saved que soy la princesa Hermiliana de Francia, muger del valeroso príncipe don Clarineo de
España, que por vuestros estremos mucho os desea servir‖ (fol. 131-vº).
56
Las damas que compiten en hermosura están dispuestas en gradas: ―En la quinta estavan la infanta
Lindabrides con la princesa Lucela de Egipto y en medio tenían a la hermosísima infanta Belianisa de
Ingalaterra. En la sexta estavan los tres luceros en hermosura reina Oriana, princesa Floribella, infanta Olivia.
En el último estava la diosa Venus con una palma...‖ (fol. 132-rº).
30
Flor de caballerías, por tanto, los héroes de Jerónimo Fernández merecían estar en el panteón de los
más célebres personajes del género, y sus hechos y hazañas debían situarse también entre las más
recordadas.
Pero Flor de caballerías no remite a Don Belianís solamente en el contenido:
aparece no como un libro manuscrito habitual, sino que ha sido copiado imitando un libro
impreso, tanto en la portada, donde se ha pegado el grabado (no por casualidad) que Alonso y
Estevan Rodríguez utilizaron en Burgos para imprimir la primera y segunda parte del
Belianís de Grecia (1547 y 1587), tachando el Belianís que aparecía e una divisa en la
esquina superior izquierda y escribiendo a la derecha ―BELIN | FLOR | DE | GRECIA‖,
como también se ha imitado un título siguiendo el modelo tipográfico habitual en los libros
de caballerías impresos... (Lucía, 2007: XII).
Lilia de Orduna (2010: 135) se pregunta si estos elementos de la portada fueron realizados
por el propio autor o por algún copista avispado que pretendía acentuar la similitud entre ambas
obras; también examina otros pasajes de Flor de caballerías donde pueden rastrearse posibles
influencias de la obra de Jerónimo Fernández, hablando de ―ecos‖ o de ―repercusión‖, para concluir
finalmente que ―la aproximación entre ambas obras es simplemente genérica‖ (2010: 136).
Las alusiones a don Belianís no terminan aquí57; sin embargo, lo más significativo es la
elección de la obra en 1726 para la elaboración del Diccionario de autoridades, honor que comparte
con el Quijote y otros dos libros de caballerías, elegidos entre los más de un centenar publicados en
España en el siglo XVI: el Amadís y el Florisel de Niquea (Roubaud 1999: 64-65). Es obvio que el
Amadís fue escogido por su condición de paradigma de un género, y parece que los numerosos
episodios pastoriles del Florisel podrían haber contribuido a su elección por parte de los académicos
(Freixas, 2003: 304); no obstante, la flagrante escasez de títulos caballerescos entre las Autoridades
del diccionario hace destacar la presencia de Don Belianís, lo cual supone una muestra más de hasta
qué punto fue valorada esta obra entre otras del mismo género.
57
Tirso de Molina lo menciona en algunas de sus obras, casi siempre para hacer referencia a episodios
aparentemente fantásticos o, cuanto menos, desconcertantes, a los que se enfrentan sus personajes. Así, en La
villana de la Sagra (1613), el gracioso Carrasco compara los encuentros inesperados de su amo con la
sorprendente abundancia de doncellas andantes en el mundo ficticio de don Belianís: ―No me descontenta el
gesto /, aventuras miro raras /. Ya como don Belianís / hallas en el campo damas /y aun por eso no me llamas /
cuando duermo, don Luis‖. En La villana de Vallecas, también de 1613, el gracioso Cornejo recuerda a nuestro
caballero cuando se halla ante una situación inexplicable: ―¿Qué encanto de Belianís / es este en que me veo?‖.
De nuevo son los episodios maravillosos los evocados un año más tarde en El castigo del penséque (1614): ―Si
la historia de Amadís / verdad pudiera haber sido, / si me hubiera convertido, / Chinchilla, en don Belianís, /
pudiera ser que entendiera / que andando yo enamorado / llegué a un castillo encantado / mudándome una
hechicera / talle y cara...‖. En 1630, Polo de Medina lo mencionaba también en su romance ―A la Dama
Verde‖, contenido en su obra Academias del jardín, donde dice: ― No morirás malograda/ pues en esta vida, en
fin,/ te has dado más lindos verdes /que el potro de Belianís”. Por otro lado, tenemos noticia de la existencia de
una comedia de Cristóbal de Monroy, de mediados del siglo XVII, titulada Las violencias del amor y don
Belflorán de Grecia (Barreira y Leirado, 1896).
31
4. 3. Don Belianís y Don Quijote
No obstante, el más conocido de los lectores de Don Belianís fue Miguel de Cervantes, que
leyó la obra con gran interés y atención; no solamente la menciona a menudo en el Quijote, sino que,
además, alude específicamente a episodios pertenecientes a la nueva entrega, a su abrupto final y a la
invitación a continuarla por parte del autor58.
La opinión que le merecía esta obra aparece reflejada en el célebre episodio del escrutinio de
la librería:
–No, señor compadre –replicó el barbero–; que este que aquí tengo es el afamado Don
Belianís.
–Pues ése –replicó el cura– con la segunda, tercera y cuarta parte tienen necesidad de un poco
de ruibarbo para purgar la demasiada cólera suya, y es menester quitarles todo aquello del
Castillo de la Fama y otras impertinencias de más importancia, para lo cual se les da término
ultramarino, y como se enmendaren, así se usará con ellos de misericordia o de justicia; y en
tanto, tenedlos vos, compadre, en vuestra casa; mas no los dejéis leer a ninguno.
–Que me place –respondió el barbero (Quijote I, cap. 6)59.
El episodio que tanto molesta al cura es la aparición del Castillo de la Fama, una fortaleza
ambulante en la que habitan los Nueve de la Fama, los caballeros más célebres de todos los tiempos.
Se trata de una aventura que se desarrolla a partir del capítulo 19 de la Tercera Parte, detalle que
pone de manifiesto el hecho de que Cervantes no se limitó solo a los dos primeros volúmenes de Don
Belianís. Podríamos preguntarnos si leyó estas dos primeras entregas en su juventud (recordemos
que la primera edición que conservamos de la Primera y Segunda Parte se publicó el mismo año de
su nacimiento) y posteriormente cayó en sus manos la continuación, muchos años después, al
regresar a España tras su cautiverio en Argel; sin embargo, parece más probable que leyera la obra
completa ya en sus años de madurez60, tal y como insinúa el propio don Quijote, al hacer las hazañas
de don Belianís casi contemporáneas a las suyas:
y casi que en nuestros días vimos y comunicamos y oímos al invencible caballero don
Belianís de Grecia (Quijote, I, cap. XIII).
Parece, por tanto, que Cervantes leyó esta novela siendo ya un hombre maduro y
experimentado, y con muchas lecturas a sus espaldas. Obviamente los episodios más fantásticos,
58
―Cervantes knew enough of Belianís de Grecia to know how fiery its protagonist was, and how miraculous
the cures he received‖ (Eisenberg, 1973: 514).
59
Citamos por la edición de Martín de Riquer (1994).
60
De hecho Eisenberg (2002), en su descripción de la hipotética biblioteca de Cervantes, sitúa entre sus
estantes un ejemplar de la edición de 1587 de la Primera y Segunda Parte, posterior incluso a la publicación de
la Tercera y Quarta. Es posible que adquiriera la obra completa, quizá un ejemplar de la edición burgalesa
perdida que, según Lucía, se hizo en 1579 de la Primera y Segunda Parte, o tal vez aprovechó la reedición de
1587 para adquirir también una Tercera y Quarta Parte. No es descabellado imaginar que en algún momento
pudiera haberse editado la obra completa, aunque por el momento parece que la edición de 1579 de la Primera
y Segunda Parte es una edición perdida, y la de 1587 de la Tercera y Quarta Parte se considera en realidad una
edición fantasma.
32
como el del Castillo de la Fama, no se encontraban entre sus favoritos, y hasta don Quijote admite
que resulta inverosímil que una sola persona hubiese acometido con éxito tantas aventuras diferentes:
No estaba muy bien con las heridas que don Belianís daba y recebía porque se imaginaba
que, por grandes maestros que le hubiesen curado, no dejaría de tener el rostro y todo el
cuerpo lleno de cicatrices y señales (Quijote I, cap. I).
En uno de los sonetos laudatorios que dan inicio a la obra, de hecho, el propio don Belianís
ya se jactaba de su asombrosa capacidad caballeresca:
Rompí, corté, abollé, y dije y hice
más que en el orbe caballero andante
fui diestro, fui valiente, fui arrogante;
mil agravios vengué, cien mil deshice… (Quijote I, Preliminares)
Y más tarde, don Quijote definirá a don Belianís como el más ―acuchillado y acuchillador‖
de los caballeros andantes (Quijote, II, cap. 1).
Sin embargo, y pese a sus burlas acerca de esta ―inacabable aventura‖, Cervantes la
consideraba de mejor calidad que otros títulos adscritos al género, puesto que no la condena al fuego,
a donde van a parar, por otra parte, ilustres Palmerines, Olivantes y Esplandianes. Este es un aspecto
que ha llamado la atención de críticos como Lilia de Orduna, quien sugiere que, aunque el Belianís
contiene numerosos elementos que no eran del agrado de Cervantes, este supo valorar positivamente
aspectos como la construcción de los personajes, en los que pudo encontrar una profundidad poco
común en otros textos similares61. En cualquier caso, su predilección por esta obra ha sido puesta de
manifiesto por estudiosos actuales como Howard Mancing, quien plantea que todo cervantista
debería prestar a Don Belianís una atención especial, casi pareja al interés que ha suscitado el
Amadís en este sentido62.
En efecto, y más allá de menciones puntuales, Don Belianís de Grecia parece ser fuente
directa de inspiración de diversos episodios del Quijote. Para empezar, se trata indudablemente de
uno de los libros de cabecera del hidalgo manchego, su protagonista constituye para él un claro
modelo de conducta y sus personajes secundarios pueblan algunos de sus delirios63. En este sentido
61
Orduna (2009: 75) se refiere concretamente a Policena, Imperia de Tartaria y Contumeliano de Fenicia. Los
tres pasan a ser muy secundarios en la Tercera y Quarta Parte, pero esta no está desprovista de personajes
interesantes como, por ejemplo, la doncella guerrera Hermiliana, la princesa Claristea o Perianeo de Persia,
como veremos más adelante.
62
―I would like to propose that among Spanish romances of chivalry Belianís de Grecia may rank second only
to Amadís de Gaula in interest to Cervantes scholars. Amadís was clearly the most original and influential
romance of chivalry in Renaissance Spain, of supreme importance both for Cervantes and Don Quijote. But
Belianís is, I suggest, a clear second for both, and therefore of particular importance for readers or Cervantes‘
novel‖ (Mancing, 2001: 113-114).
63
Avellaneda, por su parte, mantendría las referencias a la obra de Fernández: su Quijote apócrifo cita a
menudo a don Belianís y a otros personajes de la saga, como Florisbella, el sabio Fristón (cuyo nombre
pronuncia correctamente, a diferencia del don Quijote original) y, muy especialmente, la reina Cenobia y
33
destaca el endiablado sabio Fristón, quien supuestamente se lleva los libros de la biblioteca de don
Quijote y a quien se le atribuyen muchas otras fechorías a lo largo de la obra 64; se trata de un
personaje importante en el Belianís de Grecia, particularmente en la Primera y Segunda Parte,
donde se nos presenta como amigo y ayudante de Perianeo de Persia, el eterno rival del héroe.
–No era diablo –replicó la sobrina–, sino un encantador que vino sobre una nube una noche,
después del día que vuestra merced de aquí se partió, y apeándose de una sierpe en que venía
caballero, entró en el aposento, y no sé lo que se hizo dentro, que a cabo de poca pieza salió
volando por el tejado, y dejó la casa llena de humo; y cuando acordamos a mirar lo que
dejaba hecho, no vimos libro ni aposento alguno; solo se nos acuerda muy bien a mí y al ama
que, al tiempo de partirse aquel mal viejo, dijo en altas voces que por enemistad secreta que
tenía al dueño de aquellos libros y aposento, dejaba hecho el daño en aquella casa que
después se vería. Dijo también que se llamaba el sabio Muñatón.
–Frestón diría –dijo don Quijote65.
–No sé –respondió el ama– si se llamaba Frestón o Fritón; solo sé que acabó en tón su
nombre.
–Así es –dijo don Quijote–; que ése es un sabio encantador, grande enemigo mío, que me
tiene ojeriza, porque sabe por sus artes y sus letras que tengo que venir, andando los tiempos,
a pelear en singular batalla con un caballero a quien él favorece, y le tengo de vencer, sin que
él lo pueda estorbar, y por esto procura hacerme todos los sinsabores que puede; y mándole
yo que mal podrá él contradecir ni evitar lo que por el cielo está ordenado (Quijote, I, cap. 7).
Don Quijote resume perfectamente en su intervención la relación entre don Belianís,
Perianeo de Persia y el sabio Fristón, colocándose a sí mismo en el lugar del héroe. La desaparición
de sus libros, por otro lado, podría estar relacionada con un episodio de la Tercera y Quarta Parte en
el que, tras una espectacular batalla, don Belianís y sus amigos derrotan a Fristón, y después,
El duque Armindos, que los ojos en Fristón tenía, le quitó un libro pequeño que trahía en las
manos, de que a Belonia plugo mucho, y a Fristón pesó, como aquel que sin el libro no
pensava ser libre (fol. 25-vº).
Es habitual que un mago pierda sus poderes al verse privado de sus grimorios66; por otro
lado, el libro arrebatado a Fristón le será devuelto poco después, tras sellar la tregua con la que se
inicia una nueva amistad entre el sabio y el héroe. Sin embargo, quizá a don Quijote le parece lógico
que, puesto que él (en el papel de don Belianís) propició su derrota y la pérdida de su libro mágico,
Fristón contraataque llevándose todos sus volúmenes caballerescos.
Perianeo de Persia, con quienes confunde, respectivamente, a Bárbara, la mondonguera, y a un noble con cuyo
séquito se cruza en una calle madrileña.
64
Cuesta Torre señala que ―para don Quijote, su antagonista por antonomasia es el malvado encantador, que
empequeñece o deforma sus hazañas y, lo que es sin duda es más grave para el caballero, que encanta a
Dulcinea, la idealización amorosa de la que toma su fuerza y su capacidad de actuación‖ (2007a: 241).
También destaca a Fristón por encima de todos los malvados hechiceros que persiguen a don Quijote, y
enumera las razones por las cuales el hidalgo manchego lo escoge precisamente a él como antagonista, y que
pueden explicarse no solo desde las preferencias literarias de Cervantes, sino también desde la propia
psicología del personaje.
65
Según Cuesta Torre (2007a: n21), Cervantes hace que don Quijote pronuncie mal el nombre a propósito,
aunque resulte poco verosímil en un personaje tan versado en los libros de caballerías: ―Cervantes hace
incongruente a su personaje a cambio de un efecto cómico‖.
66
―La magia es una ciencia aprendida. Por eso, vemos a menudo que los encantadores están muchas veces
rodeados de libros, convertidos en objetos difusores de la ciencia y los sortilegios‖ (Sales, 2004: 81).
34
También se han encontrado paralelismos entre algunas escenas de Don Belianís que parecen
parodiadas en el Quijote. Grilli, por ejemplo (2004: 109-110), destaca que la precipitación con que se
desarrolla la investidura de don Quijote es similar a la ceremonia más o menos improvisada de don
Belianís, quien, al recibir la noticia de que su padre, el emperador don Belanio, se ha ausentado de la
ciudad, acepta, aunque a regañadientes, ser armado por el Caballero de las Armas Azules:
–...Por lo qual os hago saber que aquel cauallero que allí veys es tal príncipe a quien en valor
de su persona y reynos y señoríos ninguna ventaja haze el emperador don Belanio, por tanto
para que nuestra batalla aya efecto podéys dél recebir la orden de cauallería.
–Aunque no fuesse por más de castigaros de la locura que dezís –dixo don Belianís–,
tomaremos dél la orden de cavallería (Belianís, I, ed. cit., p. 26).
Después resultará que este caballero es en realidad su padre, y ninguno de los dos ha
reconocido al otro. Don Belianís toma al emperador por un caballero cualquiera y, en un giro
burlesco, don Quijote confunde al ventero con un gran señor. En cualquier caso, ambos están
deseosos de ser armados caballeros para poder vengar un agravio:
Todo se lo creyó don Quijote, y dijo que él estaba allí pronto para obedecerle, y que
concluyese con la mayor brevedad que pudiese; porque, si fuese otra vez acometido y se
viese armado caballero, no pensaba dejar persona viva en el castillo, excepto aquellas que él
le mandase, a quien por su respeto dejaría (Quijote I, cap. III).
Eisenberg (2002) apunta también que uno de los sobrenombres de don Belianís, ―el
Caballero de la Rica Figura‖, podría haber inspirado la ―Triste Figura‖ quijotesca67. Por su parte,
Gutiérrez Trápaga (2010: 47), apunta que la figura de Merlín evocada por don Quijote parece estar
más inspirada en la versión que se ofrece en la Tercera y Quarta Parte de don Belianís que en otras
fuentes más alejadas en el tiempo, como el Baladro del Sabio Merlín, cuya última edición conocida
es de 1535.
Por otro lado, la aventura de los mercaderes relatada en el capítulo cuarto de la primera parte
podría tener relación con esta otra escena que leemos casi al final de la Cuarta Parte de Don
Belianís, protagonizada por su hijo Belflorán:
Belflorán, que se vio en el patio del castillo, atendió por ver lo que el cavallero que le
guardava hazer quisiese; el qual, creyendo que en el mundo no uviesse mejor cavallero, se
vino para Belflorán, diziendo:
–Cavallero, si quieres gozar de la misericordia d‘esta morada, confiessa que la hermosura de
Belisenia es mayor que la de las princesas Florisbella y Belianisa; si no, comigo eres en la
batalla.
–¿Eres tú Adamantes? –dixo Belflorán.
–Sí –dixo el cavallero.
–Pues muéstrame a Belisenia –dixo Belflorán– y podrá ser que, visto el desengaño, aya poca
necessidad de batalla (fol. 277).
67
Avellaneda, por otro lado, convierte a su Quijote en el ―Caballero Desamorado‖, que sigue una actitud pareja
a la que mostrará Belflorán entre los capítulos 34 y 39 de la Cuarta Parte, como veremos, cuando toma ese
mismo sobrenombre (alternado con el de ―Caballero Sin Amor‖) y declara que las damas no merecen ser
servidas.
35
Tal y como señala Cacho Blecua (2009-2010: 136-137), la lucha por defender la
superioridad de la belleza de la dama es un motivo que se repite con frecuencia en los libros de
caballerías, y no es extraño que don Quijote decida recrearlo a su manera68. En el episodio
cervantino, el hidalgo manchego adopta el papel de Adamantes y exige a los mercaderes que
declaren que Dulcinea es la dama más hermosa. Ellos responden con prudencia, de forma similar a
Belflorán:
Señor caballero, nosotros no conocemos quién sea esa buena señora que decís; mostrádnosla,
que, si ella fuere de tanta hermosura como significáis, de buena gana y sin apremio alguno
confesaremos la verdad que por parte vuestra nos es pedida (Quijote, I, IV).
Don Quijote arremete contra ellos porque considera que su palabra debería bastar. En Don
Belianís, por otra parte, lo que llama la atención es la actitud sensata de los personajes. Belflorán
parece contradecir el código que obliga al caballero a defender la superioridad de su dama como si se
tratara de un acto de fe; al contrario, admite la posibilidad de que existan otras mujeres más
hermosas que ella, y pide ver a la dama en cuestión para comprobarlo. Adamantes, por su parte, no
reacciona con ira, como don Quijote. Comprende que no le puede exigir a Belflorán que declare algo
que desconoce, por lo que se aviene a su petición y le muestra a su dama, que estaba observándolos
desde un mirador del castillo. Belflorán llega a la conclusión que no es más hermosa que su adorada
Belianisa, con lo cual la batalla se desencadena igualmente. Pero es significativo que Adamantes, al
contrario que don Quijote, reconozca la lógica de la objeción de Belflorán y lo invite a ver a su dama
para juzgar por sí mismo. De hecho los dos acaban luchando debido a una diferencia de pareceres, y
no porque Adamantes exija que ―sin verla lo habéis de creer‖, como pretendía el caballero
manchego.
Sin embargo, y a pesar de todo esto, probablemente la relación más llamativa entre Don
Quijote y Don Belianís esté relacionada con su esquiva Quinta Parte, como veremos a continuación.
4. 4. Final abrupto y posibles continuaciones
Los lectores de Don Belianís habían esperado treinta años para poder leer la continuación de
las aventuras de su héroe... solo para descubrir, al llegar a la última página, que la historia volvía a
quedar incompleta69: el libro termina con los principales caballeros dirigiéndose a participar en los
68
Lilia de Orduna, por otro lado, señala la relación de este episodio con los ―pasos de armas‖, en concreto con
el histórico de Suero de Quiñones, y también con la Aventura de la Puente Desdichada, un episodio relatado en
los capítulos 11 y 12 de la Primera Parte de don Belianís (1999b).
69
Parece ser una práctica habitual de los autores de libros de caballerías el hecho de dejar sus libros ―sin
terminar‖, con finales abruptos que remiten a futuras aventuras, aún por escribir, que refuerzan su estructura
cíclica. ―Los autores que se planteaban la composición de una obra literaria de este tipo tenían bien presente los
imperativos e la construcción de ciclos, con independencia de que luego continuaran las aventuras en un nuevo
escrito, las retomara otro autor distinto o quedaran finalmente truncas‖ (Guijarro Ceballos, 2007: 95).
36
torneos del Cayro, mientras el niño Fortimán de Grecia, nieto del protagonista, a quien todos dan por
perdido en altamar, se cría lejos de su hogar y desconociendo su linaje.
El autor se disculpa por esta circunstancia y responsabiliza del final abrupto de la novela al
sabio Fristón, el cronista imaginario de la historia de don Belianís70. Parece ser que este despistado
mago ha extraviado los legajos que contenían el final de la historia de don Belianís, una pérdida que
nos deja sin la conclusión de al menos media docena de subtramas71:
Lo que en esta estraña aventura subcedió, con las espantosas guerras de los nubianos
príncipes y libertad de la linda Belianisa, con lo que aconteció al niño Fortimán de Grecia,
que en Tartaria se criava, y lo que avino a estas dissimuladas princesas Primaflor y Dolainda,
con el fin de los amores de don Dolistor y Polisteo y otras grandes hazañas, quisiera contar
(porque la aventura d‘este torneo cada uno cumplió su promesa sin desonor de sus
compañeros); mas el sabio Fristón, passando de Grecia en Nubia, juró avía perdido la
hystoria, y assí la tornó a buscar. Yo le he esperado y no viene, y suplirle yo con
fingimientos a historia tan estimada sería agravio (Tercera y quarta parte, fol. 280-vº).
Interrumpir la acción en un momento culminante porque faltan hojas del manuscrito es un
recurso que puede contrariar a cualquier lector, pero también arrancar no pocas risas cuando lo
utiliza la genial pluma de Cervantes, que tuvo la desgracia de toparse con un manuscrito cuyo autor,
como Fristón, dejaba a medias en pleno combate de su héroe contra un airado vizcaíno:
Pero está el daño en todo esto que en este punto y término deja pendiente el autor de esta
historia la batalla, disculpándose porque no halló más escrito de estas hazañas de don Quijote
de las que halla referidas (Quijote, I, cap. VIII).
Por fortuna, el autor adquiere más tarde un nuevo manuscrito del cronista Cide Hamete
Benengeli y puede continuar la historia72. La crítica suele citar La Araucana de Ercilla como posible
fuente de este episodio, porque entre su Segunda y Tercera parte se produce una interrupción similar.
Sin embargo, otros investigadores han encontrado una relación más clara y directa con algunas
escenas de libros de caballerías, en las que la técnica del entrelacement, tan habitual en el género,
70
En la figura del cronista Fristón confluyen varios motivos literarios que Bueno y Cortijo denominan ―de la
metanarración‖, esto es: ―un grupo de recurrencias de contenido de carácter ficticio, fabulaciones que no
colisionan con el tono general de la obra, sino que refuerzan su componente ideológico y el punto de vista
adoptado, contribuyendo a reflexionar sobre el arte de la escritura y el papel del autor en el proceso‖ (2010:
xli). Entre estos motivos estarían los siguientes: ―Escritura de las hazañas del héroe por un cronista‖, ―(Falsa)
traducción de un original en lengua antigua‖ y ―Hallazgo de un manuscrito en circunstancias extraordinarias‖.
Para el tópico de la falsa traducción, véase Marín Pina, 1994.
71
Las crónicas caballerescas desaparecen muy oportunamente, pero también pueden hallarse con igual
conveniencia: ―Nunca como antes se mostró tan favorable la fortuna con los autores de libros de caballerías. El
descubrimiento de un manuscrito o el encuentro maravilloso con un mago son vías a partir de las cuales el
original llega a manos de la persona más adecuada para su difusión‖ (Sales, 2007: 149). Cervantes se hizo eco
del tópico relatando cómo había hallado por casualidad un manuscrito perdido entre los cartapacios de un
muchacho que vendía papeles viejos (Quijote I; cap. IX).
72
Lilia de Orduna (2004-2005: 106) habla de la suspensión y la dilación como procedimientos narrativos
clásicos de los libros de caballerías, que el propio Cervantes emplea en este episodio para generar la parodia:
―Se interrumpe, es decir, se suspende la descripción de la lucha entre el vizcaíno y don Quijote porque ya no
hay fuentes que documenten la continuación del combate, pero hay una larga dilación hasta el encuentro del
cartapacio‖.
37
provoca que la narración de ciertas acciones quede temporalmente pospuesta en favor del relato de
las aventuras de otro personaje73. María Luzdivina Cuesta (2007b) ha señalado la sobreabundancia
de escenas similares en el ciclo del Espejo de príncipes y caballeros, lo que pudo haber motivado la
parodia cervantina; sin embargo, también apunta que el recurso del ―manuscrito incompleto‖ como
excusa para dejar un acontecimiento inconcluso es común en el Quijote y en Don Belianís, por lo
que considera bastante probable que esta obra sea una fuente directa del episodio cervantino, al
menos en algunos aspectos:
El final de la Cuarta parte del Belianís proporciona el tema de la interrupción de la obra por
haberse perdido el manuscrito correspondiente y la búsqueda del ―manuscrito perdido‖ por
un ―segundo autor‖ (Cuesta Torre, 2007b: 568).
Si bien la interrupción cervantina se produce entre dos episodios del mismo relato, y no entre
dos volúmenes publicados en años diferentes, como sucede en el Belianís, la historia de don Quijote
vuelve a quedar en suspenso al final de la novela:
Pero el autor de esta historia, aunque con curiosidad y diligencia ha buscado los hechos que
don Quijote hizo en su tercera salida, no ha podido hallar noticia de ellos, a lo menos por
escrituras auténticas (Quijote, I, cap. LII).
El carácter cíclico del género favorece estos finales abiertos y la colaboración de varios
autores que van ampliando las hazañas de un héroe en concreto y de sus sucesores, creándose así
auténticas sagas familiares que parecen quedar siempre abiertas74. En algunos casos, el final abrupto
puede ser realmente un tópico, y el autor tiene intención de continuar la historia en algún momento o,
al menos, no espera que nadie la continúe por él75. Sin embargo, es probable que Jerónimo
Fernández sí hablara en serio cuando invita amablemente al lector a continuar en su lugar una obra a
la que no pudo, no supo o no quiso dar fin:
…y assí lo dexaré en esta parte, dando licencia a qualquiera a cuyo poder viniere la otra
parte, la ponga junto con esta, porque yo quedo con harta pena y desseo de verla.
Ya que, como él mismo confiesa en el último folio de la obra, la había terminado estando ya
mayor y enfermo:
73
―La suspensión es procedimiento característico de la literatura caballeresca, que suele estar marcado por el
narrador; el corte brusco se logra con el uso de fórmulas reiteradas: «y agora los dexaremos», «torna el autor a
contar lo que sucedió...»‖ (ibid.)
74
Esta estructura es herencia de la novela artúrica medieval: ―La materia artúrica ofreció, desde su
conformación en largos ciclos novelescos, la posibilidad de ampliación mediante continuaciones. La fórmula
preferida es la continuación de las aventuras del padre en las del hijo‖ (Cuesta Torre, 1997: 64).
75
Dado que no son extraños los casos de autores que toman la pluma para continuar una saga que ha quedado
inconclusa, es algo que parece implícito en el uso del tópico del manuscrito encontrado y el final abrupto; de
hecho, la idea de continuar Don Belianís tentó al mismo don Quijote, como veremos. Sin embargo, y pese a su
empleo del tópico, parece que Cervantes no esperaba que su obra fuese continuada, como se desprende de su
airada reacción al Quijote apócrifo de Avellaneda, y que, por lo que parece, lo llevó a ―descubrir‖ nuevos
legajos de Cide Hamete Benengeli y a escribir una segunda parte para asegurarse de que, esta vez sí, su obra
quedase total y completamente finalizada.
38
y vuestra alteza me dé licencia, si no basta la que mi enfermedad se tenía, y me mande cosas
de otra pofisión, pues para escrevir amores no me da licencia la edad, y para las armas se me
á resfriado la sangre.
Este final contrasta con el de la Primera y Segunda Parte, que sí incluía la firme promesa de
continuación por parte del autor; este justificaba la interrupción disculpándose porque ―he sido tan
prolixado que con razón della seré notado‖ (Belianís II, ed. cit, p. 466). Sin embargo, parece que
Jerónimo Fernández acabó la Tercera y Quarta parte casi de mala gana, pues no solo manifiesta que
no tiene intención de seguir escribiendo sino que, además, descarga la responsabilidad sobre otro
autor, ya sea real (―a qualquiera a cuyo poder viniere la otra parte‖) o imaginado (―el sabio Fristón,
passando de Grecia en Nubia, juró avía perdido la hystoria‖).
En todo caso, su sugerencia no cayó en saco roto, ya que, probablemente, no fueron pocos
los admiradores de las aventuras de don Belianís que se quedaron decepcionados ante este final. En
efecto, un cuarto de siglo después de la publicación de la Tercera y quarta parte, don Quijote de la
Mancha se planteaba la posibilidad de escribir la continuación, como nos cuenta Cervantes:
Pero, con todo, alababa en su autor aquel acabar su libro con la promesa de aquella
inacabable aventura, y muchas veces le vino deseo de tomar la pluma, y dalle fin al pie de la
letra, como allí se promete; y sin duda alguna lo hiciera, y aun saliera con ello, si otros
mayores y continuos pensamientos no se lo estorbaran (Quijote, I, cap. 1, pp. 100-01).
Eisenberg y Marín Pina (2000: 269) incluyen esta ―posible continuación cervantina‖ en su
Bibliografía de libros de caballerías (entrada número 1533), aunque afirman que la intención de
Cervantes no era escribir una Quinta parte, sino reescribir la Tercera y quarta parte del libro,
eliminando episodios como el del Castillo de la Fama y, probablemente, corrigiendo esa ―demasiada
cólera suya‖ de la que lo acusaba el cura Pero Pérez. Por su parte, José Manuel Lucía (2002a: 14-15)
matiza que, en realidad, quien manifiesta interés en continuar la obra es don Quijote, y no su autor.
Quizá don Quijote, buen conocedor de los códigos del género, era consciente de la relativa facilidad
con la que los autores de los libros de caballerías cedían el testigo a otros, aunque Cervantes acaba
por devolverlo al rol que, después de todo, le correspondía: el de protagonista de su propia aventura
caballeresca76.
Si bien don Quijote se limita a interpretar su propia historia, y Cervantes ya tiene bastante
con continuar su obra para desacreditar a avispados imitadores, finalmente no faltó quien tomara el
relevo para redactar más aventuras de don Belianís mucho después de la muerte de su autor.
76
Stoopen (2005: 165) considera que el deseo de don Quijote de convertirse en el nuevo cronista de las
aventuras belianisianas es un ―paso crucial‖ en la evolución de su locura: ―La admiración que le causa la
técnica utilizada por uno de sus maestros literarios, la de dejar en suspenso la actuación del héroe al tiempo de
poner fin a la escritura –lo que lo revela como un lector atento de la anécdota y los procedimientos de
composición– acicatea al virtual escritor que habita en él para terminar la historia. Sin embargo, su fantasía
desborda esta posibilidad, que se convierte en acción en el mundo dos párrafos adelante‖.
39
4. 5. Difusión manuscrita: La quinta parte de don Beleanis de Grecia
Conservamos una quinta parte que data de 1599 y nunca llegó a publicarse (Lucía, 1996: 88;
1998a: 951; 1998b: 315). En su estudio del manuscrito, Sylvia Roubaud (1999: 84) dice que fue
compuesto, según se lee en el incipit, por ―un tal Pedro Guiral de Verrio‖. Creemos que pudiera
tratarse de Pedro Guiral de Berrio, de quien Juan Flórez de Ocariz nos cuenta lo siguiente:
...que, siendo de edad de nueve años, empezó en España a servir al Rey en los libros de la
real Hazienda del reyno de Granada desde el año de 1573 hasta el de 75, que lo passó a hazer
a la corte de Valladolid, en los del contador Francisco de Ribadabia, con que fue la buelta de
la Coruña cercada entonces por el cossario Francisco Draque; y en el año de 1590, el conde
de Valencia, Virrey de Cataluña, le entregó los papeles de la secretaría de su oficio de virrey,
y después passó a Italia a servir de entretenido con 50 escudos de sueldo al mes cerca de la
persona del príncipe Juan Andrea Doria, marqués de Torrilla, Conde de Loan, Comendador
de Caravaca, del Consejo de Estado y Capitán General de la Mar, con quien anduvo en corso,
y se halló en la presa de dos galeotas de moros, que apresaron quatro del cargo de Oracio
Lercar, aviendo peleado con mucho valor en esta ocasión. Fue con título y lucimiento de
Embaxador a la ciudad de Parma a dar a su duque Reynucio el pésame de la muerte de su
padre y carta del Rey D. Felipe Segundo, que la avía remitido a Juan Andrea Doria, para
embiarla con persona de satisfacción. El año de 1595 entró a servir en el consejo de Hazienda
de entretenido, y el de 96 fue nombrado por Contador de Resultas, en cuya ocupación hizo
considerables servicios en beneficio de la Real Hazienda (...). Y estando tomando qüentas en
la ciudad de Granada el año de 1598 se le embió Real cédula para las qüentas, y cobró de la
composición de tierras valdías que se le auía encargado al doctor Luis de Padilla, Oydor de
allí. Y en el tiempo que usó el oficio de Contador de Resultas, se le cometieron por el
Consejo de Hazienda y otros Tribunales 32. comissiones, y el año de 1605 fue proveído por
Contador de Qüentas para fundar, como fundó, el Tribunal de la Ciudad de Santa Fe del
Nuevo Reyno de Granada, exerciéndolo hasta el año de 1624, que murió (...). Era Pedro
Guiral de Berrio nacido en la villa de Uxíjar de Albacete, cabeça de las Alpujarras del Reyno
de Granada, hijo del Capitán Gregorio Guiral y de D. Beatriz de Moya (...), todos christianos
viejos y personas principales, con armas, heredamientos y capilla con entierro en la villa de
Uxíjar. (...) Casó Pedro Guiral de Berrio con D. María de Miranda (...) tuvieron por hijos a
Don Pedro Guiral, que murió temprano; a Andrea de la Concepción y María de San Pedro,
monjas de la Concepción en el Convento de la Ciudad de Santa Fe de Bogotá; D. Beatriz
Guiral, que murió donzella en España; fray Gregorio Guiral, Calificador del Santo Oficio de
la Inquisición y Provincial reyteradamente de la religión de San Francisco, y al Maestro Fray
Juan Guiral, calificador también y Provincial repetidas vezes de la Orden de S. Agustín, y a
D. Mariana Guiral, y al Padre Fr. Pedro Guiral, Provincial en su Religión Agustiniana, y al
doctor Gonçalo Guiral, Comissario del Santo Oficio y Deán de la Iglesia Catedral de
Popayán77.
Conservamos dos copias de esta Quinta Parte. Una de ellas se halla en la Biblioteca
Nacional (ms. 13138), lleva por título La quinta parte de don Beleanis de Grecia y su hijo Velflorán.
Con sus grandes echos y parece ser que perteneció a Estébanez Calderón. La segunda se encuentra
en la Biblioteca Imperial de Viena (Istoria del invincible cavallero Don Belianis de Grecia, Cod.
5683); escrita en letra del siglo XVII, dividida en cuatro libros, consta de 491 folios y 91 capítulos y
le faltan varias hojas del final. Fue tomada por un manuscrito de la Tercera y quarta parte78,
77
Libro Primero de las Genealogías del Nuevo Reyno de Granada (1674), fols. 321-325. Transcribimos por el
ejemplar digitalizado en http://books.google.es/books?id=K9b6vV_ry2EC&hl=es&source=gbs_navlinks_s
78
―De esta Tercera y quarta parte existe copia manuscrita, también en la Oesterreichische National-Bibliothek.
Cod. 5863‖ (Orduna 1997: XLI).
40
confusión provocada por el incipit, donde se lee: ―Comiença el primer libro de la tercera parte…‖.
En realidad, el manuscrito relata ―esencialmente la carrera del hijo de Velflorán y nieto de Belianís,
el joven Fortimán, cuyo nacimiento se cuenta en las últimas páginas del Libro IV‖ (Roubaud 1999:
84). Contamos con una edición moderna de tres fragmentos incluidos en la Antología de libros de
caballerías castellanos publicada por José Manuel Lucía en el Centro de Estudios Cervantinos
(2002a: 94-98)79.
5. EL AUTOR
Poco sabemos de Jerónimo Fernández, aparte de los datos incluidos en el colofón y en la
portada del libro. Hijo del ―virtuoso varón‖ Toribio Fernández (quien pagó la impresión de la
Primera y segunda parte, y cuyo nombre aparece en los colofones de casi todas las ediciones
conservadas) y vecino de Burgos, conocemos que Jerónimo Fernández ya había fallecido cuando se
publicó la Tercera y quarta parte, en 1579. Fue su hermano, Andrés Fernández, quien costeó la
edición de la obra, y a quien se dirige la Licencia, que nos revela más datos acerca del autor:
por parte de vos, Andrés Fernández, vezino de la ciudad de Burgos, nos fue hecha relación
diziendo que el licenciado Hernández, vuestro hermano difunto, abogado que fue en este
nuestro consejo, avía compuesto la historia que dezían de don Belianís de Grecia (Tercera y
quarta parte, fol. A1-rº).
Parece ser, pues, que Jerónimo Fernández fue licenciado y trabajó como abogado en el
Consejo Real. Lilia de Orduna no ha encontrado más datos acerca del autor en los archivos
burgaleses, pero sí ha hallado referencias a su hermano, Andrés Fernández, que era notario, y trabajó
de 1565 a 1592 para el Real Monasterio de las Huelgas (Orduna 1997: LI).
A pesar de que la autoría de la novela parece clara, algunos estudiosos han sufrido curiosas
confusiones al respecto, atribuyéndosela a Toribio Fernández, según Palau y Dulcet, que aclara:
―pero en el colofón de la 4ª parte (…) se determina bien claro ser de su hijo, el licenciado Gerónimo
Fernández‖ (1990: 198). Con todo, la equivocación más llamativa es la de Claude de Bueil, traductor
de la primera parte al francés, quien ―puso equivocadamente por autor a Fristón, personaje
imaginario, citado con frecuencia en los libros de caballerías‖. Parece claro que Bueil tomó por
cierto el tópico caballeresco de la falsa traducción, tan habitual en este tipo de obras80.
79
El primero, correspondiente a los folios 4vº-7rº, relata la llegada de caballeros y damas al lugar en el que se
celebrará la justa, con una detallada descripción de armas, letras y atavíos; el segundo fragmento (folios 106vº108rº) constituye un debate entre damas a favor y en contra del amor, que incluye composiciones líricas por
ambos bandos. Finalmente, el último texto (folios 117vº-119vº) describe el comienzo de un nuevo torneo junto
con la ceremonia de investidura de un caballero nobel a quien llaman ―el segundo Marte‖.
80
También Nicolás de Goyri, según Lilia de Orduna (1997: XIV), se tomó al pie de la letra el falso papel de
traductor asumido por Jerónimo Fernández.
41
6. EDICIONES Y TRADUCCIONES
La edición más antigua que conservamos de la Primera y segunda parte es de 1547 y salió
del taller burgalés de Martín Muñoz81. Sin embargo, algunos investigadores han señalado la posible
existencia de una edición anterior, que habría visto la luz en Sevilla, en 1545. Pero únicamente la
menciona Clemencín (1805: 8 y 67), y nadie más da noticia de ella ni se conoce ningún ejemplar
conservado. Tras el estudio y cotejo de cuatro ediciones distintas, Lilia de Orduna (1989 y 1996a)
comenta la posibilidad de que existiese un arquetipo en el cual se basarían las ediciones posteriores,
aunque señala que no podemos afirmar que se trate de la edición perdida de 1545. Eisenberg y Marín
Pina, por el contrario, citan esta hipotética edición como la prínceps de la obra (2000: 263).
Después de la de Burgos, 1547, conocemos cuatro ediciones más:
-Estella: Adrián de Anvers, 1564.
-Burgos, 1579; no conservamos ningún ejemplar de esta edición, citada por algunos
estudiosos como Pellicer y Nicolás de Goyri (Orduna 1997: XIV). Puede ser que se trate de una
confusión con alguno de los ejemplares de la Tercera y Quarta parte, publicada por primera y única
vez en Burgos, en el taller de Pedro de Santillana, en 157982. Por otro lado, Eisenberg y Marín Pina
apuntan la existencia de un ejemplar de la edición de Burgos, 1587, que lleva manuscrita la fecha
1579, lo cual ―puede haber inducido a los bibliógrafos más tempranos a afirmar la existencia de una
edición de 1579 de las partes I y II, de la que no hay constancia evidente‖ (2000: 264; véase también
Orduna, 1973). Pero podría ser también que Pedro de Santillana decidiese editar la primera entrega a
la vez que la Tercera y quarta parte, para así poder vender la obra completa, o bien atraer a
compradores que no hubiesen leído la primera parte y, por tanto, no estuviesen interesados en la
continuación. Lucía (2000: 600) parece inclinarse por esta posibilidad, ya que en el listado de libros
y ediciones que ofrece al final de su estudio incluye una edición burgalesa de 1579, por Pedro de
Santillana, si bien especifica que se trata de una edición perdida.
-Zaragoza: Domingo de Portonaris y Ursino, 1580.
81
Lilia de Orduna reproduce en su edición de la obra el contrato entre los impresores y Toribio Fernández,
padre del autor, fechado el 4 de octubre de 1547, por el que se comprometen a imprimir mil ejemplares ―dentro
de 7 meses‖ (1997: XLVII).
82
Por esta opción se inclinan estudiosos como Palau y Dulcet (1990: 198) y Simón Díaz (1959, III, vol. 2: 47374), quien solo menciona tres ediciones de la primera parte: Burgos, 1547; Zaragoza, 1580; y Burgos, 1587.
Por otro lado, Lilia de Orduna está convencida de que no existieron ni la edición de 1579 de la Primera y
Segunda Parte ni la de 1587 de la Tercera y Quarta Parte: ―Lo cierto es que hubo una confusión en la
atribución de fechas y lugar que en otra oportunidad intentamos aclarar: se creyó en la existencia de dos
ediciones, de la Primera y Segunda Partes, Burgos, 1579, y de la Tercera y Quarta Partes, Burgos, 1587, que
nadie declara haber visto y, a nuestro parecer, inexistentes. Entendemos que el equívoco pudo haber partido de
un cruce de atribución de fechas, dado que en Burgos se editaron, ciertamente, en distintos momentos, las
cuatro partes (Primera y Segunda, en 1587; Tercera y Cuarta, en 1579; fácil es comprender el error de
primitivas citas bibliográficas, por mucho tiempo repetido, y que consistió en el añadido de dos ediciones que,
quizá, nunca vieron la luz. Por otra parte, tal vez el año de la licencia de la Primera y Segunda Partes (Burgos,
1587, 4ª ed.), fechada en octubre de 1579, pudo haber contribuido al equívoco‖ (1997a: XIV-V)
42
-Burgos: Alonso y Esteban Rodríguez, 1587.
En cuanto a ediciones modernas, disponemos ahora de una edición crítica realizada por Lilia
de Orduna (1997).
La Tercera y quarta parte, por el contrario, no tuvo tanta difusión. Nos ha llegado a través
de la edición de 1579 que Pedro de Santillana realizó en Burgos83. Conservamos, como curiosidad,
un documento en el Archivo de Protocolos Notariales que autoriza a Pedro de Santillana a vender su
edición de Don Belianís:
Burgos, Leg. 3153, fol. 507. A. de Santotis. 16-VIII-1579 Poder de Juan de Sojo, vecino de
Burgos, a Pero Rodrigues de Santillana, impresor de libros, vecino de Burgos, para que pueda
vender todos los libros que con licencia de S.M. el imprimio a su cuenta del Libro que llaman
D. Belianis de Grecia (citado por Orduna, 1997: XLVIII)
Acerca de este taller, sabemos que no era muy grande, y que estaba situado en el barrio de
San Pedro de la Fuente (Orduna, 1997: XLV). Las imprentas burgalesas más importantes en aquellas
fechas eran las de Juan de Junta e hijo, Martín Muñoz, y Alfonso y Esteban Rodríguez, quienes, en
1587, acometieron la reedición de la primera y segunda parte del Belianís de Grecia (y, según
algunos, también de la Tercera y Quarta parte).
La primera edición consta de 280 folios numerados e impresos a dos columnas en letra
romana84, aunque en realidad son 275 folios; debido a un error de numeración, el folio 6 aparece
como 9, el 7 como 10…, error que subsistirá a lo largo de todo el libro.
Se han conservado nueve ejemplares de esta primera edición, pero no tenemos ninguno de la
supuesta edición de 1587, lo cual ha hecho dudar de su existencia. Sin embargo, Gayangos lo
describe con cierto detalle: ―Tercera y Quarta partes, etc., Burgos, Alonso y Estéban Rodríguez,
1587, fólio, á dos columnas‖ (1874: XXIII). Conservamos once ejemplares de la edición de 1587 de
las partes I y II, mientras que la de la Tercera y quarta parte, si es que existió, se ha perdido.
La buena fortuna que tuvo el Belianís de Grecia fuera de nuestras fronteras se redujo, por lo
que parece, a las partes I y II, de las cuales tenemos constancia de diversas traducciones (Simón
Díaz, 1959, tomo III, vol. 2: 198):
-L‟histoire de Don Belianis de Grèce. Tradvctión novvelle, par Claude de Bueil. A Paris,
Chez Tovssainct dv Bray, M.DC.XXV.
-Historia del magnanimo et invencibil Principe don Belianis, tradotta di lingua greca in
castigliana, et di castigliana in italiana da Oratio Rinaldi bolognese (parte prima). In Ferrara per
83
Según Lucía (2008: 107), a lo largo de casi un siglo en Burgos existieron siete talleres de impresión que
realizaron diez ediciones de libros de caballerías, entre las que se cuentan cuatro princeps. Tres de esas diez
ediciones (cuatro, sin incluimos la edición perdida de 1579 de la Primera y Segunda Parte) corresponden a
algún título del ciclo de Don Belianís.
84
La Primera y Segunda parte se había publicado en letra gótica, otra muestra más de la distancia temporal
entre ambas entregas. Para cuando salió la Tercera y Quarta Parte, la letra gótica había quedado desfasada; la
mayor parte de las imprentas habían optado por la romana a mediados del siglo XVI (Lucía, 2008: 110)
43
Vittorio Baldini, 1586. La seconda parte dell‟historia del valorosiss. prencipe don Belianis figliuolo
dell‟imperatore don Belanio di Grecia. Tradotta di lengua castigliana in italiana da Oratio Rinaldo
bolognese, in Verona, apresso Sebastiano dalle Donne, 1587. Se trata de una adaptación que ignoró
la Tercera y quarta parte.
-Don Bellianis of Greece o The honour of chivalrie¸ by L. A. London, 1598. Volvió a ser
traducida al inglés a mediados del siglo XVII, y en 1674 el traductor añadió una ―Tercera parte‖ o
continuación de su invención. A lo largo del XVIII se difundió por medio de folletines y versiones
abreviadas dirigidas a un público más popular. Pese a ello, en 1780 el doctor Johnson lo cita como
fuente de inspiración de Milton en un detalle del Paraíso Perdido; y más tarde, el Belianís aparecería
en la novela histórica Kenilworth (1821) de Walter Scott como la lectura favorita de uno de los
personajes (Roubaud 1999: 63).
7. EJEMPLARES Y ESTADO
De la edición burgalesa de 1579 conservamos, como apuntábamos más arriba, nueve
ejemplares. Eisenberg y Marín Pina (2000: 27) citan solamente ocho, pasando por alto el de la
Biblioteca Histórica de la Universidad Complutense de Madrid que perteneció a la condesa de
Campo de Alange. Hemos podido consultar, bien in situ, bien a través de copia, los ejemplares de
Valencia, Barcelona, Londres y Madrid (biblioteca de la UCM). De los demás ofrecemos la
descripción que hemos hallado en los propios catálogos digitales de las bibliotecas que los custodian.
-Valencia: Biblioteca Universitaria (sig. R-1/150). Encuadernado en piel. Sello de la
Biblioteca Histórica de la Universidad de Valencia. Falto del prólogo y del folio 83. Ejemplar que
perteneció a don Giner de Perellós, marqués de Dos Aguas; lleva su firma en la portada. Errores de
foliación: el más significativo es el que numera la página 6 como 9, produciéndose así un salto en la
foliación que persiste a lo largo de toda la obra, de modo que se cuentan 280 folios cuando en
realidad son 275. Hay otros errores menores que detallaremos más abajo85.
-Barcelona:
Biblioteca
de
Catalunya
(sig.
Bon
9-III-3)
Ejemplar
guillotinado.
Encuadernación en piel roja. Errores en la numeración: los mismos que el ejemplar de Valencia, si
bien en este caso presentan correcciones manuscritas. Cubierta: superlibris de la biblioteca Salvá.
Guarda anterior: superlibris de Heredia. Este ejemplar pertenecía a la Biblioteca de Vicente Salvà,
que fue parcialmente adquirida a su muerte86.
-Londres: British Library (sig. G.10261). Falto de los folios 241 y 248. Presenta los mismos
errores de foliación que el ejemplar de Valencia, salvo en el caso del folio 167 que, a diferencia de
85
Este
ejemplar
fue
digitalizado
por
la
Biblioteca
y
puede
consultarse
en:
http://roderic.uv.es/handle/10550/7686
86
Este ejemplar fue digitalizado y puede consultarse on-line en la web de la Biblioteca de Cataluña:
http://mdc.cbuc.cat/cdm/ref/collection/llibimps16/id/52982
44
aquel, está correctamente numerado.
-Madrid: Biblioteca Histórica de la UCM (sig. BH FLL Res. 263): Falta la portada y las
hojas 1-85, con lo que, en realidad, solo contiene la Quarta Parte. Ex-libris de la condesa de Campo
de Alange. Sello de la Biblioteca Librería de Campo de Alange. Encuadernación en pergamino.
Anotaciones manuscritas. Errores de foliación: los mismos que en los ejemplares ya descritos87.
-Madrid: Real Academia Española (sig. R-105). Encuadernación en pergamino. Sello
Academia Española. Falto de portada y de las primeras páginas. Error de foliación: del 5 pasa al 9.
-Alcalá de Henares: Biblioteca Complutense de la Compañía de Jesús de la Provincia de
Toledo (sig. HUM/1944). Encuadernado en cartón. Sello del Colegio de Nª Sª del Recuerdo, Madrid.
Falto de portada, hasta el folio 8 y a partir del folio 279.
-Santander: Biblioteca Menéndez y Pelayo (sig. 819). Sin encuadernar. Deteriorado. Faltan
la portada y las dos últimas hojas.
-Santiago de Compostela: Biblioteca Universidad (sig. INC 369 3-4). Incompleto.
-Viena: Nationalbibliothek (sig. 40.R.31).
Manejamos el ejemplar de la Biblioteca Universitaria de Valencia, el cual se conserva en
bastante buen estado, si bien presenta algunas manchas de humedad y le falta la hoja del prólogo, a
la que accedemos a través de una copia en CD del ejemplar de la British Library, que poseemos
gracias a la gentileza de Juan Manuel Cacho Blecua.
Dos tercios de la portada están ocupados por un grabado que representa a dos caballeros
jinetes, uno mayor y otro más joven, vestidos a la romana, en una imagen tranquila y reposada, a
pesar de que el caballo del primer jinete está en posición de corveta FIG.1. Este grabado es una
copia mejorada de un grabado anterior, el que adornaba la edición vallisoletana del Cristalián de
España de Beatriz Bernal (Valladolid: Juan de Villaquirán, 1545), y que presentaba un escudo de
armas sobre la imagen de los dos jinetes FIG.2. Pedro de Santillana ya había utilizado este mismo
grabado para una edición del Amadís de Gaula que realizó en 1563 FIG. 3; para la Tercera y
Quarta parte, sin embargo, suprimió el escudo de armas y recortó el lateral superior, probablemente
para ceder espacio al largo título que había de ir al pie88.
Este grabado, por otro lado, fue copiado por Alfonso López para una edición del Lisuarte de
Grecia (1587), donde aparece invertido FIG. 4. También existe una copia mejorada del original en
la edición del Olivante de Laura que Claudio Bornet realizó en Barcelona en 1564 FIG. 5.
87
Este ejemplar fue digitalizado por Google Books y puede consultarse on-line:
http://books.google.es/books/about/Tercera_y_quarta_parte_del_imbencible_pr.html?id=y1avPTzYKlYC&red
ir_esc=y . Para una descripción pormenorizada del mismo, y también de otros libros de caballerías procedentes
de la misma biblioteca, véase Santos Aramburo, 2004.
88
El impresor utilizó nuevamente el grabado en el interior del libro, esta vez completo, para separar la Tercera
Parte de la Quarta, en el folio 83-rº. Si bien falta esta hoja en el ejemplar de la Biblioteca de Valencia, se
puede comprobar su presencia en el resto de ejemplares a los que hemos tenido acceso: el de la Biblioteca de
Cataluña, el de la British Library y el incompleto de la Biblioteca Complutense.
45
FIG. 1: Belianís de Grecia, III y IV (1579)
46
FIG. 2: Cristalián de España (1545)
FIG. 3: Amadís de Gaula (1563)
FIG. 4: Lisuarte de Grecia (1587)
FIG. 5: Olivante de Laura (1564)
47
Ninguno de los dos caballeros aparece en posición de ataque o agresiva. José Manuel Lucía
(2000: 190) señala la evolución del motivo del caballero jinete en los grabados desde una imagen
bélica hasta otra progresivamente más renacentista y cortesana, más acorde con la época (finales del
XVI) en que se publica esta obra.
Los motivos de la elección de este grabado para la Tercera y quarta parte parecen ser, a
nuestro entender, bastante claros. El título hace referencia a dos héroes: don Belianís y su hijo
Belflorán, representados, probablemente, por el caballero maduro y el caballero joven que aparecen
en la imagen:
Tercera y quarta parte del imbencible príncipe don Belianís de Grecia, en que se cuenta la
libertad de las princessas que de Babilonia fueron lleuadas, Con el nascimiento y hazañas
del no menos valeroso principe Belflorán de Grecia, su hijo.
También se mencionan dos protagonistas en otros dos de los libros en los que se utilizó este
mismo grabado:
-Comiença la hystoria de los inuitos y magnanimos caualleros don Cristalian de España,
principe de Trapisonda y del infante Luzenscanio, su hermano; hijos del famossissimo
emperador Lindedel de Trapisonda.
-Libro septimo de Amadis, en el qual se tratan los grandes hechos en armas de Lisuarte de
Grecia, hijo de Esplandian. Y de los grandes hechos de Perion de Gaula.
Pese a ello, se trata de un grabado más simbólico que informativo, que utiliza un motivo
clásico en las portadas de los libros de caballerías, empleado sobre todo para insertar la obra dentro
de un determinado género editorial.
Bajo el grabado encontramos el título, el nombre del impresor, la fecha y el lugar de
impresión, así como información sobre la tasa, la licencia y el privilegio.
Tercera y quarta parte del imbencible principe
don Belianis de Grecia, en que se cuenta la libertad
delas princessas que de Babilonia fueron lleuadas,
Con el nascimiento y hazañas del no menos valeroso principe Belfloran de Grecia su hijo
Inpresso en Burgos por Pedro de Santillana en este año de. 1579.
Con licencia y Preuilegio Real.
Tassado por los señores de su real Consejo.
Es aquí donde se ofrece al posible comprador más información sobre el contenido de la obra.
La indicación ―Tercera y quarta parte‖ busca insertar el libro dentro de una serie de aventuras
protagonizadas por un mismo héroe, relacionando esta obra con otra ya publicada y de reconocido
éxito, lo cual es una estrategia editorial destinada a llamar la atención del comprador desde el mismo
título. Además se incluyen comentarios sobre el contenido, proyectados hacia el pasado (―las
princessas que de Babylonia fueron lleuadas‖, en una alusión a un episodio que se planteaba en el
libro anterior, y del que se ofrece la resolución) y hacia el futuro (―con el nascimiento y hazañas del
48
no menos valeroso príncipe Belflorán de Grecia, su hijo‖, en la promesa de la continuación de la
saga familiar). También los adjetivos utilizados para enaltecer al héroe y a su hijo constituyen una
nueva estrategia publicitaria. Se presenta a don Belianís como ―invencible‖, destacando
seguidamente a su hijo como ―no menos valeroso‖, lo cual anticipa que las hazañas del nuevo
caballero serán de igual o mayor calibre que las de su progenitor.
El nombre del impresor, así como el lugar y el año de impresión, están claramente plasmados
en la portada, pero no el nombre del autor, a pesar de que, a partir de la Pragmática de 1558, era
obligatorio consignarlo; sin embargo, sí aparece en la licencia, como ―licenciado Hernández‖,
hermano de Andrés Fernández; y nuevamente en el colofón, con el nombre de ―licenciado Gerónimo
Fernández‖.
En la misma portada, en el ejemplar de la Biblioteca Universitaria de Valencia, encontramos
manuscrito el nombre de uno de los poseedores del volumen: ―Don Giner de Perellós‖, nombre que
también aparece en el ex libris añadido a la cara interior de la cubierta de la encuadernación: ―Ex
libris Academiae Valentinae legatis ab Excmo. D. Januario Perellós, Marchione de Dosaguas‖ 89.
Otra mano, sin embargo, parece ser la autora de la frase manuscrita, casi ininteligible, que
aparece en el folio 79-rº: ―Compitiendo con las selvas quando la…‖. La frase no tiene nada que ver
con el contenido del folio 79-rº y, por otra parte, se repite en el folio 93-rº: ―Compitiendo con las
selvas quando las flores…‖.90. Probablemente fueron escritos en una prueba de pluma o probatio
calamis, dado que el trazo de la frase manuscrita del folio 93 es más grueso que el del 79.
Encontramos otra anotación en el folio 165-rº: ―Mas que quien o mas que que ablativo sin
prepocici…‖, escrito, a juzgar por la letra, por otra persona.
Llama la atención en esta edición el elevado número de erratas, excesivo para tratarse de una
edición cara, en folio, dirigida a un público de un elevado nivel adquisitivo. Se trata de erratas tales
como tipos volcados o cambiados por otros, palabras repetidas o errores en la foliación. Aparte del
ya mencionado salto del folio 5 al 9, encontramos las siguientes erratas, que, pese a todo, no alteran
el orden de los folios:
-Folio 38 numerado como 30.
-Folio 129 numerado como 136.
-Folio 130 numerado como 129.
89
Probablemente se trate de Don Giner Rabasa de Perellós y Rocafull, primer Marqués de Dos Aguas. Tras su
muerte, en 1707, se realizó un completo inventario de su monumental biblioteca de 2723 volúmenes, muchos
de los cuales fueron donados años más tarde a la Biblioteca Histórica de la Universidad de Valencia. En el
inventario de 1707 podemos encontrar la siguiente entrada: ―Item, dos tomos en foleo, titulats Don Belianis de
Grecia, Gerónimo Fernández‖ (Catalá y Bohigues, 1992: 60). Muy probablemente se refiera a la Primera y
segunda parte (un ejemplar de la edición de 1580, Zaragoza, Domingo de Portonaris y Ursino, se encuentra en
la misma Biblioteca Universitaria, sig. R-1/149) y a la Tercera y quarta parte, puesto que cada una de ellas
constituye un solo tomo.
90
Los versos forman parte de un romance de Antonio Hurtado de Mendoza (1586-1644): ―Compitiendo con las
selvas / donde las flores madrugan / los pájaros en el viento / forman abriles de plumas‖.
49
-Folio 167 numerado como 170.
-Folio 176 numerado como 172.
-Folio 178 numerado como 180.
-Folio 222 numerado como 214.
-Folio 226 numerado como 229.
Estas erratas se repiten también en los ejemplares de la Biblioteca de Cataluña y de la British
Library; pero, mientras que en el primero han sido corregidas a mano, en el segundo no hemos
apreciado enmiendas de ningún tipo.
8. PRELIMINARES Y COLOFÓN
La licencia fue rubricada en Madrid, el 5 de marzo de 1578, por los licenciados Fuenmayor,
Contreras y Luys Tello Maldonado; y por los doctores Aguilera, Francisco Hernández de Liébana,
Francisco de Villafañe e Ýñígo de Cardenaspata y el escribano Alfonso de Vallejo. En el prólogo,
Andrés Fernández, hermano del autor, dedica la obra al ―Illustre licenciado Fuenmayor, cavallero de
la Orden de Santiago, del Consejo real y cámara de su Magestad, mi señor‖; el mismo licenciado que
dio el visto bueno a la licencia y el privilegio, por lo que, a pesar de tratarse de un familiar del rey y
caballero de muy alto rango, sin duda, la dedicatoria fue acertada. Sin embargo, y pese a que
ignoramos a quién pretendía enderezar Jerónimo Fernández su Tercera y quarta parte, posiblemente
se trataba de un miembro de la realeza, quizá Carlos V o incluso Felipe II91, ya que en el texto se
dirige a ―vuestra señoría‖ y a ―vuestra alteza‖ en algunas ocasiones (Roubaud, 1999: 58). A lo largo
del texto, no obstante, el autor se dirige a dos interlocutores en concreto: por un lado, un varón de
alto cargo que supuestamente encomendó al autor la redacción de la obra, y cuya benevolencia se
pretende captar:
Con el claro sol veo ya, poderoso señor, que los ñublados del alma desaze de vuestra vista el
deseado puerto para donde he caminado por este océano de hazañas. No veo lo que a los
otros hystoriadores les suele aguardar al puerto de sus trabajos, porque no solamente no
descubro persona que me aguarde ni quien se alegre de mi llegada, ni veo corona ni guirnalda
de flores, ni aun de roble por la perseverancia en mis trabajos, pero veo la tierra seca, mal
parada, con grandes aberturas a cada parte. No me espanta tanto esto, que en fin es proprio de
mi co[s]echa hallar mal pago de mis trabajos, como que más dentro en la tierra, a la parte que
yo cuydava acogerme por guarida de los hambrientos murmuradores, veo gran copia de
varones a mi gusto sabios, con determinación no solo de no acogerme, pero ni aún dexarne
descansar por sola una hora de mis trabajos. Bien veo que no les falta razón para ello, y a la
causa quise dar con esta rueda y mal compuesta obra en la cárcel del olvido, si no mirara que
91
Jerónimo Fernández afirma haber escrito la Tercera y Quarta Parte por encargo de su destinatario; dado que
fue una obra muy apreciada por Carlos V, es probable que tuviera intención de dedicársela a él. Sin embargo, y
puesto que Carlos V falleció en 1558, o bien Jerónimo Fernández escribió la Tercera y quarta parte antes de
esta fecha, o bien el libro está dedicado a otra persona. Felipe II es la opción más probable; aunque no era un
gran aficionado a los libros de caballerías, tal vez lo fuera en su juventud; de hecho, Beatriz Bernal le dedicó su
Cristalián de España cuando aún era infante.
50
procedían mis trabajos de vuestro mandado; con lo qual, si no me haogo a tres pasos del
puerto, daré salto en tierra firme, poniendo en mi memoria ser vuestro, a quien suplico por la
atención acostumbrada, porque veamos lo que a Belflorán le sucedió. (fol. 229-rº) (el
subrayado es nuestro)
Pudiera pedir licencia, poderoso señor, con justa causa, pues e dado cabo a las más
espantosas guerras que el mundo a tenido, y quedo d‘ellas tan fatigado que no sé si alguno de
los que en ellas se hallaron rescibió mayor trabajo, si no me fuera a la mano el desear servir a
quien sobre todo el mundo tiene esta deuda y contar grandes aventuras que [a] estos príncipes
antes de bolver a sus casas succedieron (fol. 209-vº)
Muchas vezes, señor, e estado determinado de pasar este capítulo sin screvir d‘él letra,
porque el sabio Fristón, a quien yo sigo, lo hizo así. Mas porque el arçobispo de Rosselis,
como más aficionado a cosas semejantes, lo escri[v]ió, quiero seguirle, y también porque,
estando yo sepultado, a lo menos en vuestro olvido, no viene a mala coyuntura poner el
enterramiento del tártaro príncipe, cosa particular en el mundo (138-vº)
Ninguna infernal Furia sería tan cruel, magnánimo señor, con tanta razón por los mortales
aborrecida, como la guerra (107-vº).
No obstante, el autor se dirige también a menudo a un interlocutor femenino, a quien suele
llamar ―mi señora‖92:
Mi señora, grandemente me he tornado a enbocar en estas cosas de que quería sacar la mano;
acontecido me a como al páxaro que, tocado con la liga, querer desasirse de la una ala le
acaba de aprisionar. Y veo ya que causo desgusto con mi prolixidad y a la causa, aunque
algunas cosas os cuente, más será por no dexar assí la obra sin pies que por proseguirla, que
sería nunca acabar, que tenía grandes cosas que dezir de los estremados príncipes don
Dolistor y Polisteo (fol. 246-vº)
Al cabo yva ya de mi jornada, señora de la hermosura, si la reyna de Escocia no me detuviera
con aquella gravedad suya, que le obligó a responder tan desabridamente al enternecido
portugués (257rº)
Bien creo, mi señora, que ve la vuestra merced tan bien como yo cómo he tomado el esquife
para dar un salto en tierra; bien sé que no tomaré el puerto que yo quisiera, mas ya tengo
hecho el escudo de sufrimiento, y aquí quiero contaros lo que a la flor de la cavallería
aconteció. (278-vº)
Quizá Jerónimo Fernández pensaba dedicar su obra a un matrimonio de alta alcurnia93. Si
bien no olvida en ningún momento a su destinataria femenina, tal vez lo haga con la esperanza de
que ella interceda por él ante el ―poderoso señor‖, de quien espera algún tipo de favor o
reconocimiento. En cualquier caso, el autor es consciente de la diversidad de su público y de que, por
tanto, sus preferencias también variarán, y adecúa su obra en consecuencia:
92
Marín Pina (1991: 141-142) señala que los autores de libros de caballerías descubren muy pronto el
potencial del público femenino, y no solo se dirigen a ellas explícitamente a lo largo de sus textos sino que,
además, les dedican algunos de ellos.
93
Dado que Carlos V ya era viudo cuando se publicó la primera parte de la novela, si el libro está dedicado a
él, ―mi señora‖ podría ser alguna de sus hijas, puesto que tanto doña Juana como María de Austria compartían
sus aficiones caballerescas (Lucía y Marín, 2008: 295). Felipe II estuvo casado con María de Portugal hasta
1545; en 1554 casa con María I de Inglaterra, pero no nos consta que fuera lectora de libros de caballerías. Si
fue Felipe quien encargó la redacción de la obra, quizá Fernández tenía pensado dedicársela a él y a alguna de
sus hermanas.
51
Guardar me combiene en esta obra la orden del diestro tañedor, que para consonancia de la
música, agora las agudas y después las graves cuerdas le combiene tocar, y las más vezes
todas juntas, pues andar de (de) todo punto sola no es possible, y ansí, en lo que algo yré
lexos de las agudas cuerdas del amor, prosiguiendo espantosas guerras y batallas; aunque,
como bien ha sido de la yerva, donde quiera que fuere llevaré tras mí muchas de sus cosas.
Por agora, valerosas damas, las que no soys a trances y hechos de guerra afficionadas,
supplíco's perdonen, que tampoco lo escriviera yo si del amor estas no procedieran. (132-vº)
De la misma forma, se excusa ante los lectores varones cuando se dispone a relatar escenas
amorosas:
Mas comviene tocar estas cosas, aunque tan sumariamente, porque las aventuras que a esta
dama le acontecieron son estrañas, que con gran razón se quexaría de mí si las olvidasse; y
assí, los lectores a quien esto diere pessadumbre, como no menos afficionados a cosas de
amores, pássenlo, que poco cuesta dar buelta a tres o quatro hojas. (97-rº)
E invita a los lectores en general a seguir saltándose los capítulos que les parezcan menos
interesantes.
si a alguno diere fastidio, todo lo haze passarse dos ojas adelante, prosiguiendo su ystoria,
que no enbaraça nada lo que aquí se escrive. (138-vº)
En la dedicatoria, Andrés Fernández justifica su atrevimiento de dirigirse a tan encumbrado
personaje recordando la afición de Carlos V al Belianís de Grecia, para enumerar seguidamente las
virtudes de la obra, entre las que destaca por encima de todo su valor didáctico:
En esta hystoria se verán muchos avisos, traças y artificios para la guerra, admirables razones
y sentencias, por donde muestra no solo a los de muy altos y claros juyzios, pero aún a los de
muy vastos y groseros entendimientos la obligación que tienen los príncipes y cavalleros y
todo género de personas, assí para lo que toca a su salvación como para su honor y de sus
hijos y descendientes, de preciarse de servir lealmente hasta la muerte a su Rey (fol. A2- rº)
La ponderación del didactismo de la obra es un tópico caballeresco más, al igual que el de la
falsa traducción o el de su valor histórico. Roubaud encuentra original, sin embargo, el hecho de que
con ellos se pretenda obtener el favor del rey, ―como si a la literatura caballeresca le correspondiera
por derecho un lugar privilegiado a la sombra del trono‖ (1999: 60).
La obra finaliza con un colofón donde se especifica el autor, el impresor y el lugar y año de
impresión:
Aquí se acaba la tercera y quarta parte de
don Belianís de Grecia, compuesta por el Licenciado Gerónimo Fernández,
assí mismo autor de la primera y segunda. Impressa en la muy
noble y muy más leal ciudad de Burgos, cabeça
de Castilla, cámara de su Magestad, por
Pedro de Santillana, impressor.
Año de mil y quinien
tos y setenta y
nueve.
52
II. ANÁLISIS DE LOS PERSONAJES DEL BELIANÍS DE
GRECIA (TERCERA Y QUARTA PARTE)
53
54
Resulta complejo establecer una tipología de los personajes de una novela en la que hemos
contabilizado hasta 392 caracteres, entre protagonistas, secundarios y circunstanciales. Algunos de
ellos habían sido ya presentados en la Primera y segunda parte; otros muchos, por el contrario,
aparecen por primera vez en la Tercera y quarta parte. Casi todos pertenecen a la alta nobleza,
puesto que Don Belianís de Grecia nos muestra un mundo de aristócratas, donde incluso los gigantes
son caballeros y los antiguos dioses clásicos honran a los nobles de alto linaje. Estos personajes se
relacionan, fuera de su círculo social, únicamente con seres extraordinarios: sabios y sabias, héroes
de la Antigüedad y divinidades o personajes alegóricos que pueblan espacios maravillosos o
simbólicos como el Infierno o el Castillo de la Sabia Medea. La presencia de eclesiásticos es
mínima: aparecen simplemente para oficiar alguna misa o celebrar algún matrimonio; el Arçobispo
de Roselis comparte protagonismo como cronista de la historia con el sabio Fristón, un poderoso
hechicero. Y brillan por su ausencia personajes adscritos a otros grupos sociales. Esta carencia no
deja de resultar extraña en una obra que, si bien pertenece a un género dirigido fundamentalmente a
un público noble, había alcanzado un cierto grado de popularización a lo largo del siglo XVI,
llegando a una audiencia a través de medios como las historias caballerescas editadas en formato
cuarto, la publicación por fascículos o la lectura oral (Lucía, 2000: 40-41), de la que nos han llegado
algunos testimonios, como el del letrado Juan Arce de Otálora, recogido por Chevalier (1976: 91):
En Sevilla dicen que hay oficiales que en las fiestas y las tardes llevan un libro de ésos y le leen
en las gradas.
Tampoco debemos olvidar la famosa escena de la venta de Palomeque que recoge Cervantes,
en la que le ventero afirma:
…cuando es tiempo de la siega, se recogen aquí, las fiestas, muchos segadores, y siempre hay
algunos que saben leer, el cual coge uno destos libros en las manos y rodeámonos dél más de
treinta, y estámosle escuchando con tanto gusto que nos quita mil canas (Quijote, I, cap. XXXII).
En el mundo caballeresco descrito por Jerónimo Fernández, sin embargo, no hay lugar para
los plebeyos. Obviamente existen, puesto que los reyes, duques, condes y señores gobiernan sobre
otros hombres y mujeres; pero estos no se ven reflejados en la novela. Son invisibles, hasta el punto
de que don Belianís y sus compañeros pueden viajar por toda Europa, parte de África, Asia y hasta
América sin prácticamente encontrarse con nadie que no sea caballero, dama o doncella.
A continuación proponemos un análisis y clasificación de los personajes principales;
caballeros y damas se insertan o no en una determinada tipología que se repite, con escasas
variaciones, en la mayor parte de los libros de caballerías. Prestaremos también una especial atención
a aquellos personajes que consideramos presentan una mayor originalidad o desviación con respecto
al modelo, extrayendo de todo ello una serie de conclusiones que nos ayudarán a tratar de poner algo
de orden en esta abrumadora multitud que puebla la Tercera y quarta parte del Belianís de Grecia.
55
1. CABALLEROS, LOS PROTAGONISTAS DE LA AVENTURA
1.1. La figura del caballero
Casi todos los personajes masculinos de la novela ejercen el oficio de la caballería. El
caballero nace y se hace pues, a pesar de que en sus orígenes se trataba de una clase abierta, a la que
se accedía por méritos, con el tiempo se cerró a un grupo aristocrático al que se pertenecía por
herencia. Bueno y Cortijo (2010) señalan dos aspectos importantes en la evolución de la caballería
medieval europea. El primero de ellos tiene que ver con las reformas de la época carolingia
(generalización de la caballería de origen germano por encima de la infantería, renovación
armamentística y establecimiento de vínculos de vasallaje entre los nobles y el monarca); el segundo
es el desarrollo de
una ideología que humanizara la institución y le otorgara una ética en cuyo diseño
intervendría la Iglesia, que paso de condenar la actividad caballeresca a legitimar las
incursiones bélicas de la cruzada contra el infiel (milites Christi) y llamar a la guerra santa
(Bueno y Cortijo, 2010: xxxi)
Así, más adelante Ramón Llull hablará de los caballeros como hombres escogidos entre un
millar para ejercer una tarea heroica de salvaguarda de la justicia y protección de los débiles y
desamparados:
Al comenzar en el mundo el menosprecio de la justicia por disminución de la caridad,
convino que la justicia recobrase su honra por medio del temor; y por eso se partió todo el
pueblo en grupos de mil, y de cada mil fue elegido y escogido el hombre más amable, más
sabio, más leal y más fuerte, y con más noble espíritu, mayor instrucción y mejor crianza que
todos los demás (Libro de la orden de caballería, p. 21)94
Sin embargo, a un caballero no le basta un linaje noble. Hasta los más altos príncipes
necesitan probar su valía en torneos, justas, aventuras, questes y aventuras diversas; se convierten
entonces en caballeros andantes. El nacimiento de la figura del chevalier errant ha sido analizado
por Georges Duby desde un punto de vista histórico; se trataba en su origen de hijos segundones de
nobles que se dedicaban a deambular en busca de fortuna, desprovistos de un feudo que pudiesen
heredar y con pocas esperanzas de lograr un matrimonio ventajoso (Duby, 1980: 132-147). Por su
parte, Köhler atribuye la aparición de este modelo a causas sociológicas:
El modo de vida caballeresco y militar, en la forma específica del chevalier errant,
desprovisto de medios, que va de torneo en torneo, de combate en combate, engloba en su
expresión literaria todas sus formas de manifestación y subordina los sucesos de la vida
errante a una imagen ideal del hombre que constituye el ser mismo del caballero (1990: 64).
Las andanzas de los primeros caballeros errantes literarios giraban en torno a la aventure
94
Citamos por la edición y traducción de Luis Alberto de Cuenca (1986).
56
que, según Köhler, en los primeros romans era sinónimo de ―suerte‖ o ―azar‖. Se produce, así, una
evolución desde el concepto de gesta de la poesía épica hasta la aventura caballeresca:
De un lado en la épica, la batalla tiene una trágica seriedad. El héroe combate paladinamente
en defensa de su patria, por cumplir con el deber sagrado del vasallaje hacia Dios y su rey en
contra de los infieles enemigos o por defender su posesión feudal, y en el combate le va el
honor y la vida. En cambio, en el aire festivo con que el caballero sale al campo desaforado
―a buscar aventuras‖, en contra de malvados indefinidos y de encantamientos extraños, hay
una cierta alegría deportiva, como en el lucimiento del torneo ante los ojos de las damas
(García Gual, 1988: 60-1)
Pero, con el tiempo, el concepto de aventure evolucionó hacia un tipo de peripecia más
relacionada con la ―fortuna‖ o el ―destino‖ individual: el caballero no se encuentra con las pruebas
por casualidad, sino que estas lo estaban esperando; así, una batalla, un encantamiento o un torneo
está predestinado al héroe, y solo él puede acometerlo con éxito y triunfar donde todos los demás
caballeros han fallado. De esta manera, ―en la medida en que las aventuras ya están esperando al
héroe y parecen preparadas para él, la evolución del protagonista alcanza el carácter de una
determinación suprapersonal‖ (Köhler 1990: 64).
Sin embargo, la aventure no tarda en ser reemplazada, o cuanto menos enlazada con la
queste, ejemplificada en la leyenda del Graal (Gracia, 1998b): todos los caballeros parten en busca
de algún objeto o persona95, y durante la búsqueda se enfrentan a innumerables peligros, participan
en torneos y justas, y deshacen agravios y encantamientos, hasta que finalmente solo uno, aquel a
quien estaba destinada la victoria, logra culminar la queste96. A menudo este determinismo se ve
reforzado también por profecías que parecen oscuras en el momento de ser pronunciadas, pero cuyo
sentido se entenderá al resolverse la aventura satisfactoriamente.
Los motivos por los cuales un caballero se convierte en un chevalier errant han
evolucionado desde sus orígenes hasta la literatura caballeresca del XVI. Históricamente, como ya
hemos apuntado, se dio el caso de que muchos caballeros segundones tuvieron que partir en busca de
fortuna; el reflejo literario de este hecho dio lugar a la figura del caballero andante por vocación,
como modelo sumo de caballería: todo buen caballero debía ser un caballero andante y salir en busca
de aventuras, tuertos que enderezar y agravios que deshacer97. Esta idea estaba tan asentada y
presente en la literatura caballeresca que, ya en pleno siglo XVII, el hidalgo Alonso Quijano
consideraba que la mejor forma de caballería era la del caballero andante, con todo lo que ello
implicaba, y en ningún momento se le pasó por la cabeza convertirse en un caballero ―sedentario‖.
95
Recordemos en este caso el secuestro de Ginebra en El caballero de la carreta de Chrétien de Troyes, y
cómo todos los caballeros se lanzan a una búsqueda cuya culminación estaba destinada a Lanzarote.
96
La mítica búsqueda del Graal, que congrega a tantos caballeros en algo similar a una cruzada mística, estaba
reservada únicamente para Galaz, el más virtuoso de todos (García Gual, 1988: 263-65; Alvar, 1991a: 179-81)
97
―El modelo de caballero se genera, entonces, de un anhelo por desarrollar un personaje con características
precisas y admirables dentro de un mundo absoluto en perfección y belleza. Lo cual solo podría lograrse
mediante la abstracción e idealización que la literatura permite‖ (Lobato Osorio, 2008: 69).
57
La literatura caballeresca española del siglo XVI mantiene estos conceptos de queste y
aventure, desarrollando sin embargo una nueva estructura novelesca, la llamada estructura
biográfica, donde las hazañas de un héroe determinado adquieren mayor protagonismo, en
detrimento de las aventuras de otros caballeros, perdiéndose así la importancia del entrelacement que
había caracterizado la novelística artúrica medieval. Esta nueva estructura narrativa se basa en dos
ejes: la identidad caballeresca y la búsqueda amorosa98. Así, siguiendo el modelo del Amadís de
Gaula, encontramos héroes cuyo nacimiento se nos presenta como mítico o, cuanto menos,
excepcional, y que son alejados de su núcleo familiar nada más nacer. Por tanto, la primera tarea del
héroe consistirá en encontrar sus raíces y recuperar su nombre, lo que suele coincidir, en una especie
de iniciación, con la elección de la mujer que va a ser su dama durante el resto de la novela, y por la
cual emprenderá nuevas aventuras con la intención de ganar su amor. La literatura artúrica apenas
hacía mención de la infancia de sus protagonistas; pero Amadís y sus sucesores son héroes nuevos, y
es necesario relatar su historia desde el principio (Bognolo 1997: 103-112).
La queste y la aventure tienen, por tanto, una motivación relacionada con un deseo de fama y
de gloria. Incluso en el caso de los héroes que ya conocen su origen desde el principio se impone la
necesidad de salir en busca de aventuras y viajar a lugares donde no se los conozca. Estos caballeros,
poseedores ya de un nombre, lo mantienen en secreto y no lo desvelarán hasta ser dignos de él. Por
tanto, el anonimato se convierte en algunos casos en condición necesaria para todo héroe
caballeresco, a quien la fama debe sobrevenirle por sus hechos, y no por su linaje 99. En Don Belianís
de Grecia encontramos los dos casos, e incluso un punto intermedio, como veremos más adelante,
encarnados en las figuras de los tres representantes de la saga familiar: don Belianís, Belflorán y
Fortimán.
Los principales deberes del buen caballero se pueden resumir en una serie de aspectos:
1. Lo que, en palabras de Cervantes, podríamos resumir como ―enderezar tuertos y deshacer
agravios‖, es decir, mantener la justicia y la virtud y luchar contra los malvados,
criminales, falsos y traidores, tal como ya lo prescribía Ramón Llull:
Por los caballeros debe ser mantenida la justicia, pues así como los jueces tienen oficio de
98
―El sentimiento amoroso y las damas que lo ocasionan aportan las diferencias necesarias para que el héroe
épico se convierta en un caballero propiamente novelesco‖ (Lobato Osorio, 2008: 77-78). La misma autora
señala en un trabajo posterior que el inicio de esta evolución se puede encontrar ya en los romans de la materia
antigua, ―cuando al modelo de guerrero épico y vasallo se le añadieron características tales como una
fisonomía hermosa, distintas motivaciones para ganar honra, actitudes refinadas en su relación con las damas y,
sobre todo, la exhibición de sentimientos amatorios. Todos estos flamantes rasgos son fruto del enlace entre la
acción bélica y el interés amoroso‖ (Lobato Osorio, 2009a: 124).
99
―En las primeras obras del género la adopción de un determinado sobrenombre obedece a una nueva etapa
biográfica en la trayectoria del héroe: un suceso amoroso o personal interfiere en la progresión del individuo y
determina la elección de un nuevo alias que tiene mucho que ver con los emblemas que figuran en sus armas
nuevas (...). Sin embargo, conforme se suceden los textos cualquier circunstancia puntual da lugar a estos
cambios en las armas y en el sobrenombre que devuelven al caballero otra vez al anonimato, hasta que vuelva a
apropiarse de otra entidad caballeresca‖ (Sales, 2004: 31).
58
juzgar, así los caballeros tienen oficio de mantener la justicia (Libro de la orden de
caballería, p. 32)100.
2. Ayudar militarmente a su señor; esto supondrá, como veremos, un conflicto en uno de
los episodios de la Tercera y Quarta parte, cuando los caballeros alemanes se vean en el
dilema de apoyar o no a su emperatriz, Claristea, en la guerra contra don Belianís,
capitán de la Tabla Redonda y, por tanto, también su superior (IV, 23).
3. Ser superior al resto de los hombres no solo en pericia guerrera, sino también en
virtudes, similares a las que Ramón Llull enumeraba: ―justicia, sabiduría, caridad,
lealtad, verdad, humildad, fortaleza, esperanza, experiencia‖ (Libro de la orden de
caballería, p. 33). También Alfonso X el Sabio afirmaba en las Siete Partidas que los
caballeros debían
aver en si quatro virtudes principales (...), cordura e fortaleza e mesura e justicia (...), porque
ellos han a defender la eglesia e los reys e todos los otros, ca la cordura les fara que lo sepan
fazer a su pro e sin su danno e la foraleza que esten firmes en lo que fizieren e que non sean
camiadizos, e la mesura que obren de las cosas commo deuen e non passen a mas e la justicia
101
que la fagan derechamientre .
4. Defender el cristianismo frente a los infieles102; pero pronto veremos que, en Don
Belianís, hay destacados y reputados caballeros paganos, y su relación con los cristianos
es de respeto mutuo por sus respectivas religiones. En ningún momento se trata de
convertir a los paganos a la fe católica; los caballeros malvados son castigados, pero no
por sus creencias, sino por sus actos. La exacerbada enemistad entre don Belianís y
Perianeo de Persia, alabado como uno de los mejores caballeros del mundo, no nace de
la diferencia de credos, sino de su rivalidad por el amor de Florisbella, que, por otro
lado, es una princesa pagana. Flerisalte, el escudero de don Belianís, tampoco es
cristiano, y no abrazará la fe de su señor hasta el capítulo vigésimo noveno de la tercera
parte, donde, conmovido por una curación milagrosa, pide ser bautizado. Sin embargo,
como Flerisalte, todos los paganos de buen corazón acaban reconociendo su error y
convirtiéndose voluntariamente al cristianismo, lo cual es también condición sine qua
non para que los matrimonios mixtos puedan realizarse. Por otro lado, también la Tabla
Redonda está vedada a caballeros paganos:
100
El caballero se considera, por tanto, con derecho a impartir la justicia en nombre de un rey ausente en la
mayoría de las ocasiones. ―El actuar regis vice se justifica por una sensación de caos que viene a reflexionar
sobre la legitimidad del caballero en la resolución de conflictos; y, desde su lógica y moral, el caballero se
considera legítimo para infringir el castigo del ofensor, aunque no haya sido el ofendido‖ (Bueno y Cortijo,
2010: xliiii).
101
Craddock, Jerry R; & Rodríguez-Velasco, Jesús. (2008). Alfonso X, Siete Partidas 2.21 De los caballeros.
UC Berkeley: Spanish and Portuguese. Consultado a través de la copia digitalizada en
http://escholarship.org/uc/item/1cg57404.
102
―Oficio de caballero es mantener la santa fe católica…‖ (Libro de la orden de caballería, p. 29).
59
por esta orden estavan todos sentados hasta el cumplimiento de todas las sillas, sin que
alguno de aquellos que la ley de Christo, verdadero Dios, no conoscían, pudiesse ganar silla,
como como eran Ario Barçano, y el rey Paremio, y otros que por bondad de armas las
merescían (Tercera y quarta parte, fol. 49-vº).
5. Honrar y servir a damas y doncellas, según las pautas de la cortesía. Parece también
preceptivo que cada caballero tenga una enamorada entre las mujeres de alta guisa:
se dio a entender que no le faltaba otra cosa sino buscar una dama de quien enamorarse;
porque el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma
(Quijote, I, 1).
Más adelante, Belflorán cometerá una descortesía imperdonable ante los ojos de todas
las damas en general, y de Belianisa en particular, al proclamarse ―Caballero Sin Amor‖ y
defender por armas su convicción de que estas no merecen los desvelos de sus
enamorados103. Ellas le devuelven una carta en la que le recuerdan el tópico cortés de la
superioridad de la dama y le echan en cara su actitud, pues son los caballeros quienes
deben esforzarse por merecer a sus señoras, y no al revés.
Y si esto te haze juzgar el no ser de tu dama favorecido, bives engañado, porque en el amor
no ay dos coraçones, sino uno, y este es el de la dama querida, el qual es el govierno de este
peligroso tranze. Y si ella te quiere mal, aborrécete tú y ayuda a su propósito, y d‘esta manera
a la ventura alcançarás lo que desseas, y a lo menos darás contento a tu dama con cumplir su
voluntad. (fol. 181-rº)
Es esto tan evidente a los ojos de las damas que achacan el ―desliz‖ de Belflorán a su
desconocimiento de los códigos corteses, de los que acaba de ser adecuadamente
informado. Por tanto,
Con los avisos de nuestra carta bien crehemos de aquí adelante serás enamorado, pues el no
serlo lo causaba la falta del conoscimiento.
Tras esta aventura, Belflorán volverá a mostrarse debidamente enamorado, pero le
costará mucho recuperar el favor de Belianisa.
6. Otros menesteres típicamente caballerescos:
El caballero debe cabalgar, justar, correr lanzas, ir armado, tomar parte en torneos, hacer
tablas redondas, esgrimir, cazar ciervos, osos, jabalíes y las demás cosas semejantes a estas
que son oficio de caballero; pues por todas estas cosas se acostumbran los caballeros a los
hechos de armas y a mantener la orden de caballería (Libro de la orden de caballería, p. 33).
103
Lucía y Sales (2009) señalan que la figura del caballero desamorado, como la del adúltero, implican un
desvío del prototipo amadisiano en el que el caballero debía ser fiel a su dama. En el primer caso se huye del
amor, y en el segundo hay un exceso de relaciones amorosas. Sin embargo el gesto de Belflorán, como
veremos, no es más que una pose, porque él no deja de estar enamorado en ningún momento.
60
Todas estas actividades contribuyen a acrecentar su fama y su nombre, y el caballero se
entrega a ellas con entusiasmo. Tiene que ser, en definitiva, valiente, cortés y piadoso:
El caballero literario está diseñado tomando en cuenta estos tres lineamientos de manera más
creativa: la guerra está representada mediante la aventura y el uso de las armas para cumplir
sus obligaciones caballerescas, con el propósito principal de ganar fama y honra; la cortesía
está encauzada hacia el amor incondicional hacia una dama y, por último, la religión se
refleja desde rituales cotidianos hasta búsquedas de orden místico (Lobato Osorio, 2008: 70).
Este caballero literario se constituye a veces como modelo de conducta para el caballero
histórico. Así lo plantea Jerónimo Fernández cuando aprovecha una escena en la que Belflorán se
echa a dormir en el bosque, ―con harto ruin adereço de cenar ni menos de dormir‖, para exhortar a
los caballeros de su tiempo a seguir su ejemplo:
gran exemplo para los regalos d‘estos tiempos, donde si se toma el arnés para justar un día no
bastan los regalos de Eleo[g]ávalo ni los remedios de Galieno para reparar el daño que se
haze. No se advierten d‘esto nuestros cavalleros; quiera Dios no tengamos necessidad de, sin
averlo usado, salir a comer al sol y dexar de bever frío para resistir tanto tropel de enemigos
como salen a impedir la monarchía (¿a qué espera nuestra España?); y, aunque no los
moviesse otro exemplo que el de su rey, puesto cada día al trabaxo del sol y frío, con tantos
desa[so]siegos como son notorios, avrían por bueno trocar la manera de la vida. Mirad,
cavalleros, que la tela para justar en la plaça más honrra da a los cavalleros que los preciosos
adereços en su casa, los quales son comparados con los dineros, y en ello los ricos
mercaderes os harán ventaja. Y en lo otro está la estimación, la honrra, el ser estimado;
ninguna alegría hay ygual que vencer en actos de guerra, ser estimados(s) en ella. Hazed el
cuerpo al trabaxo, que no es más de como se trata, que el regalado toma mal el arnés, no le
entabla la lança, aunque decienda de los godos y sea de las noblezas antiguas de nuestra
España; y el que está acostumbrado a justar y a tornear y a los otros militares exercicios tiene
por muy buena una tienda, por fría el agua del arroyo y por muy buen regalo la comida de
munición, y aún passa sin ella sin trabaxo, como agora Belflorán. Y creedme, que los
cavalleros ociosos an de gastar sus haziendas en juegos, en vanquetes y en otras cosas que
pierden almas y todo, y en el exer[ci]cio militar no se gasta sino lo necessario. Porque,
quando la hazienda se á de gastar en mal, no tiene rienda ni se qüenta si hará necesid[a]d
adelante, y quando es para buenas obras, aunque sea para socorrer los pobres, se tiene qüenta
con las necesidades proprias con las de su casa y familia. Bolved, pues, cavalleros, a vuestro
a[n]tiguo ser; poblad las plaças de telas, las casas de harmas, los coraçones de desseo de
fama, y véase lo que solía: que, aunque demos tres bueltas a España, no hallaremos un
exerci[ci]o de guerra; y tened qüenta con lo que la Fortuna le dio en las manos a este
príncipe, tendido al pie d‘estos mal sombríos árboles (fol. 253).
Previamente ya había deslizado otro reproche similar al principio de la Quarta Parte:
¡O, España! Cuando leo tus cosas y te veo, no sin lágrimas lo escribo. Sola Aragón, si no me
engaño, solo un conde de Barcelona hazía vivir con cuydado al francés; tendían sus términos
hasta el Ródano de Francia, y agora, con un príncipe tan poderoso, tan belicoso, tan deseoso
de la inmortal fama, puestos los días y noches en el campo, no sé lo que passa, ¡o españoles!
Deve ser la culpa que, haviendo crecido en rentas y dineros, con tantos mineros de oro y
plata, necesitamos nuestros reyes, con pedir largas y recidos sueldos, no nos juntamos sino
tarde. Y cáusalo que, con el regalo, tomamos mal las armas; con la riqueza, no ay quien
trabaje en estos tiempos; no hera necessidad de tantos pífanos y atambores, cada uno sabía
dónde era menester para ser allí luego con armas y cavallo. Agora no se harán con offrecer
sueldos, con yr nuestro rey delante, con largas dádivas y y dones suyos, diez mil hombres en
diez años. Mirad, cavalleros, que, si no bolvéys al antiguo exercicio de vuestros passados, no
61
conserváys sus honores, los mayorazgos, los vínculos. Para esto los hizieron los fundadores,
no para regalos, banquetes ni fiestas (fol. 130-vº).
En función de todo lo anterior, la literatura caballeresca divide a sus personajes masculinos
en buenos y malos caballeros. Los primeros son los que cumplen con las leyes de la caballería. En
palabras de Ruiz-Doménec,
el código caballeresco, expresado en una larga tradición de gestos, costumbres,
comportamientos, ofrece unas reglas comunes con las que afrontar el juego. Pocos las osan
transgredir. Aquellos que lo hacen son reprobados como soberviosos, es decir, extraños a la
ética particular que rige la caballería andante (1993: 116-17).
Junto al héroe, encarnación de todas las virtudes caballerescas, encontramos caballeros leales
y traidores, virtuosos y malvados, corteses y descomedidos, honrados y falsos, fieles y adúlteros,
cristianos y paganos…; unos y otros cumplen o no las características y el comportamiento que se le
supone al buen caballero.
Lo veremos ejemplificado a continuación al estudiar a los principales caballeros del relato.
1.2. El héroe: don Belianís de Grecia
El protagonista de la novela se presenta en principio como un caballero perfecto; sin
embargo, a veces descubrimos detalles de su personalidad que empañan esta imagen aparentemente
sin mácula, convirtiéndolo, al mismo tiempo, en un personaje más humano, pese a su evidente
superioridad. Es así como vemos que a veces se deja llevar por la ira o por el orgullo104, comete
errores o utiliza argucias poco honestas para conseguir sus objetivos, aunque en estos casos se
destaca su astucia como un valor positivo105. A medida que vaya ganando espacio Belflorán, don
Belianís parecerá un caballero más sensato y mesurado, en abierto contraste con el ardor juvenil de
su hijo. No obstante, su capacidad caballeresca comenzará a fallar, y las grandes aventuras ya no
estarán destinadas a él, sino a la generación siguiente, encarnada en Belflorán.
1.2.1. Nacimiento e infancia
En el capítulo segundo del Libro I se nos relata el origen del protagonista de la historia:
104
―En cuanto a los aspectos negativos del héroe, el narrador no rehúsa presentar sus errores, por los cuales y
en ambiente de desmesura, el protagonista llega a la furia con el posterior sentimiento de culpa y el
remordimiento siguiente, situaciones que a veces conllevan el deseo de venganza‖ (Orduna, 2009: 52).
105
Como episodio emblemático tenemos el relatado en el capítulo 23 de la Primera Parte, donde don Belianís
se disfraza de doncella para escapar de una prisión. Por el camino, don Contumeliano de Fenicia lo confunde
con una mujer y le declara su amor; don Belianís se ríe para sí del ardor del joven, y no solo no lo saca de su
error, sino que flirtea con él y aprovecha para pedirle que le restituya sus armas mediante un don en blanco.
Los aspectos humorísticos de esta escena en concreto han sido analizados por Hernández Vargas (2006: 29 y
ss.), quien concluye que la forma en que don Belianís asume el disfraz y desvela más tarde el engaño sin rubor
alguno no hace otra cosa que resaltar su heroísmo, ―pues no le importa usar vestidos de mujer con tal de ayudar
a Persiana y al duque‖ (p. 37); según esto, quien quedaría en ridículo sería el atribulado Contumeliano.
62
Cuenta la hystoria que el emperador Belanio vuo en la emperatriz Clarinda, su muger, tres
hijos, el mayor de los quales vuo nombre el príncipe don Belianís de Grecia, emperador que
fue después de los días de su padre (Belianís de Grecia, p. 4).
Como vemos, no encontramos aquí ningún tipo de nacimiento extraordinario106. En el
capítulo primero se había hablado del cortejo y petición de mano –totalmente correctos y
convencionales– del emperador Belanio de Grecia a la princesa Clarinda, hija del rey Toloyano de
España107. Don Belianís es, además, el primogénito y heredero del imperio griego108, luego no tiene
motivos para salir en busca de aventuras y procurarse un territorio; pero debe demostrar que su valía
está a la altura de su linaje, como todo buen caballero que se precie.
Don Belianís crece en la corte real y recibe una esmerada educación, sobresaliendo en todas
las disciplinas, incluido ―el exercicio de las armas‖, y asombrando a todos también por su belleza y
apostura109, tal y como sugiere su nombre, formado por la partícula Bel- y una terminación que
recuerda al nombre del más famoso caballero castellano, Amadís de Gaula110.
A los catorce años le sucede su primera aventura aparentemente por azar, cuando, en una
cacería, y siguiendo a un oso, entra en una cueva y se enfrenta a un gigante, a quien derrota sin
muchos esfuerzos111. Además del animal-guía que dirige al héroe hasta un espacio fantástico o
106
Lilia de Orduna (2001: 541) destaca que esta ausencia de antecedentes extraordinarios, junto con su
nacimiento dentro de la legalidad del matrimonio, hace de Belianís una excepción en este aspecto en la
literatura caballeresca.
107
El rey Toloyano aparece también en la Tercera y quarta parte, donde constituye el testimonio más claro del
cariño que Fernández sentía hacia sus personajes, siendo incapaz de prescindir de la mayor parte de ellos;
efectivamente, este rey español goza de una sorprendente longevidad, ya que muchos años después lo veremos
participando activamente en la guerra de Constantinopla junto a su yerno don Belanio, su nieto don Belianís y
su bisnieto Belflorán, que ya es un joven caballero de veinte años.
108
Cuesta Torre apunta la posibilidad de que Fernández pretendiera hacer de su personaje un émulo de
Alejandro Magno: no solo comparten su ascendencia griega, sino que también recorren los mismos espacios:
Persia, Babilonia y Egipto, ―en particular el templo de Amón (Alejandro se consideraba hijo de este dios)‖
(2010: 147, n. 22). También establece relaciones entre Alejandro Magno y la historia troyana, muy presente en
la biografía de don Belianís.
109
Se insiste mucho en la belleza superior del héroe, hasta el punto de que, cuando se disfraza de doncella, el
caballero don Contumeliano de Fenicia lo toma por tal. Esta hermosura no se ve menoscabada con los años ni
empañada por las heridas de guerra que, como ya apuntara Cervantes con ironía, ni siquiera parecen dejar
cicatrices en la fina piel del héroe. Esto se explica si tenemos en cuenta que la perfección física es un reflejo de
la perfección moral: ―La belleza y la juventud son igualmente cualidades distintivas del caballero. En efecto,
los destinados a una alta misión tenían que ser fuertes y valientes, pero también apuestos, ya que, en el
universo cortés, la fealdad era sinónimo de vileza‖ (Lendo Fuentes, 2004: 15). Sales apunta que ―según el
concepto griego de la kalokagathia, su importancia no se reducía al mero aspecto físico del individuo, sino que
planteaba una correspondencia armónica entre la apariencia externa del hombre y sus virtudes internas‖ (Sales,
1999: 8).
110
Cacho Blecua comenta, justamente, la relación de Bel- con la hermosura de Amadís cuando este cambia su
nombre por el de Beltenebros (2001: 146).
111
Se trata de una aventura iniciatoria. No es casual que la primera hazaña del héroe tenga que ver con su paso
a través de una cueva: Propp analiza el trayecto a las entrañas de la tierra como evolución del motivo del héroe
tragado y eructado por un monstruo totémico, generalmente una serpiente; se trata de un rito de iniciación en el
cual el neófito regresaba de su viaje simbólico por el estómago del animal –metáfora del morir-renacer–
habiendo adquirido sus poderes, que le aseguraban un lugar en el mundo adulto (Propp, 1974: 329-357).
63
maravilloso112, nos encontramos con una fuerza misteriosa que impide a Arsileo, que acompaña a
don Belianís, entrar en la cueva junto a su amigo. Parece, por tanto, que la aventura estaba reservada
a Belianís, pese a que él, como le advierte al gigante, no ha sido armado caballero todavía.
Después de derrotar al gigante, don Belianís obtiene una espada que ha de sacar de una
roca113, conoce las primeras profecías sobre su persona y encuentra a Aurora de Antioquía, la
primera doncella a quien tendrá que defender.
Así comienzan las aventuras de don Belianís de Grecia. Su nacimiento no tenía nada de
extraordinario, pero a partir del episodio de la cueva comprendemos inmediatamente que se trata de
un héroe elegido y predestinado, y pronto descubriremos en él a un compendio de todas las virtudes
caballerescas. Sus aventuras como caballero andante lo llevarán por Grecia, Babilonia, Troya, Persia,
Antioquía, Tartaria y más allá114. Ocultando su identidad realizará las más altas proezas caballerescas
en tierra de paganos, hasta obtener el amor de la princesa Florisbella, hija del Soldán de Babilonia115.
1.2.2. Caballero andante
En la Tercera y Quarta parte encontramos a un don Belianís que está a punto de alcanzar la
cumbre de su carrera caballeresca. Tras ser reconocido como uno de los mejores caballeros del
mundo y consumar su amor por Florisbella, parece que lo único que le falta para aumentar su honra
es el matrimonio público y la llegada de un heredero. Sin embargo, sus aventuras continúan116. Una
serie de circunstancias hacen que el matrimonio público se demore una y otra vez, obligando a don
Belianís a seguir con su vida errante.
En la Tercera y Quarta parte, don Belianís viajará por gran parte de Europa, el norte de
112
Harf-Lancner señala la importancia del animal-guía en los cuentos morganianos, que relatan el viaje del
héroe a otro mundo, donde mantiene una relación amorosa con un ser femenino sobrenatural. En la mayor
parte de estos casos, el animal encantado es la causa por la cual el protagonista se aleja de sus compañeros
durante la cacería, pero también es algo más: ―l‘animal est un messager de l‘autre monde, parfois même un
avatar de l‘être surnaturel qui veut attirer l‘héros dans l‘audelà‖ (1984b: 206). La idea del viaje al Más Allá
cobra mayor importancia en este episodio del Belianís de Grecia cuando, después de derrotar al gigante y de
recibir como premio una espada extraordinaria, el héroe descubre en la cueva a una princesa cuitada, Aurora de
Antioquía, quien dice encontrarse allí por consejo de la sabia Belonia, una poderosa hechicera, que ya había
profetizado la primera hazaña del protagonista, y a quien pertenecía el oso-guía.
113
Este conocidísimo motivo folklórico es el que encontramos, también, en la leyenda del rey Arturo y la
espada Excalibur. Thompson D1654.4.1.: Sword can be moved only by the right person, y también H31.1.:
Recognition by unique ability to dislodge sword. Sword is stuck in a stone or tree.
114
Cuesta Torre (2010) analiza la oposición geográfica que se establece en la novela entre el norte y el sur,
cuyo eje sería el mar Mediterráneo. Así, el norte estaría representado por la civilización cristiana y el sur
simbolizaría la barbarie y el paganismo. No obstante, estos límites son permeables, y habrá ciudades y reinos
paganos que se alíen con el héroe (como Babilonia) y naciones cristianas que se unan al ejército pagano (como
es el caso de Alemania, representada por Claristea).
115
―Babilonia representa en la novela el sur amistoso. Aun conservando sus marcas de espacio ajeno,
misterioso, territorio de la aventura, teóricamente enemigo por razones religiosas (en un principio Belianís y
los suyos han de encubrir su identidad), en Babilonia esa oposición se halla neutralizada por la amistad del
Soldán hacia el héroe, lograda al evitar este el rapto de su hija, y por el amor de Belianís y Florisbella. Esta
relación, en contra de lo que pudiera esperarse, recibe la aprobación del Soldán‖ (Cuesta Torre, 2010: 147).
116
―–Esto ha de ser assí –dixo don Belianís–, que cobardía sería ver el aventura y no provarla‖ (fol. 123-vº).
64
África, Asia y hasta América, en todo tipo de medios de transporte: a pie, a caballo, en barco, en
carros encantados e incluso en el mágico Castillo de la Fama, que resulta muy útil a la hora de cubrir
grandes distancias en un tiempo mínimo.
La mayor parte de peripecias que vive don Belianís en esta etapa errante están insertadas en
una queste o búsqueda de la que hablaremos con detalle más adelante. Comentaremos ahora las
―aventuras sueltas‖ que aderezan el largo viaje del héroe.
A su llegada a la corte de Alemania, don Belianís se ve desafiado por el príncipe Daristeo de
Polonia que, enamorado de la princesa Claristea, se siente celoso por las atenciones que esta dedica
al protagonista. Por otro lado, don Daristeo ha hecho un voto, práctica muy popular entre los
caballeros andantes, y que provocaba numerosos enfrentamientos entre unos y otros:
–Bien creo –respondió–, señor cavallero, avréys oýdo cómo el príncipe don Daristeo está
penado por la princesa nuestra señora y cómo, desdeñando ella su amor, le haze hazer mil
desatinos, hasta tanto que agora defiende otra locura no menor que las passadas, diziendo que
ningún cavallero merece como él ser de su dama faborescido; y aunque él es muy estimado,
haze las cosas tan a su ventaja que le haze perder mucho de su honor, porque tiene consigo
quatro hermanos bastardos que su padre huvo en una muger de linaje de jayanes, hija de
aquel valiente Balurdán que en el imperio griego fue muerto, con los quales primero a de
hazer batalla el cavallero que con él huviere de combatir, donde hasta agora han sido muertos
y vencidos tantos que es gran pérdida (Tercera y quarta parte, fol. A3-vº).
Las condiciones de tan desigual pelea son injustas, pero don Belianís acepta el desafío; no
lucha por Claristea, sino por defender su honor y reparar una situación abusiva117. La justicia está de
su lado y por eso, aunque gravemente herido, logra finalmente derrotar a los cuatro gigantes y al
príncipe, que reconoce su error y actuará a partir de ahora como un caballero leal, obteniendo en
premio, al final de la historia, la mano de Claristea.
Más arriba, citando a Ramón Llull, habíamos señalado que ―Por los caballeros debe ser
mantenida la justicia‖. Y es esto lo que hace don Belianís en varias ocasiones. En Inglaterra conoce a
la doncella Valeriana, quien, agraviada por el duque de Calés, solicita su ayuda. Don Belianís no
tendrá ocasión de enfrentarse a él hasta los torneos de Londres, donde lo derrota y lo mata118. En esta
novela, pocos son los caballeros que mueren en justas y torneos, pero el duque de Calés debía ser
uno de ellos porque ha actuado como un traidor y ha deshonrado la orden de la caballería119. El
castigo es ejemplar, al igual que el que había recibido previamente Valianor de Escocia, que había
117
Don Daristeo no está actuando como un buen caballero; el mal caballero es incluso peor que un plebeyo,
como señala Ramón Llull: ―De donde, si el caballero no cumple con el oficio de la caballería, es contrario a su
orden y a los principios arriba citados; por cuya contrariedad no es verdadero caballero, aunque sea llamado
caballero; y tal caballero es más vil que el tejedor y el trompetero, que cumplen con su oficio‖ (Libro de la
orden de caballería, p. 29).
118
A menudo, los caballeros ―toman el lugar de la víctima o persona miserabilis, asumen por voluntad propia
la venganza y administran justicia a través de su espada‖ (Bueno y Cortijo, 2010: xliiii).
119
―Traidores, ladrones, salteadores deben ser perseguidos por los caballeros; pues así como el hacha se ha
hecho para destruir los árboles, así el caballero tiene su oficio para destruir a los hombres malos‖ (Libro de la
orden de caballería, p. 38).
65
atacado a traición a don Belianís y al duque de Tebas, y que había sido condenado a arder en altamar
junto con el barco que capitaneaba:
y, como el duque Armindos tuviesse determinado de se bien vengar de aquellos traydores,
haziéndolos a todos atar muy bien, hizo pegar fuego por muchas partes a los galeones, donde
a su vista todos fueron quemados, que fue cosa assaz espantosa y de gran piedad para los que
la miravan. (fol. 28-vº)
Más tarde, en la guerra de Troya, don Belianís luchará junto al Caballero Salvaje, contra don
Epidauro de Ponto y el príncipe Mitrídano para liberar a su amigo don Palineo de la Ventura, que ha
sido capturado. No se explica por qué los troyanos conceden a sus enemigos una oportunidad para
que rescaten a un prisionero de guerra; pero es un episodio clásico en la literatura caballeresca que la
vida o la libertad de un caballero o una dama dependan de un combate singular que actúa como
ordalía o ―juicio de Dios‖. Cada una de las partes defiende la culpabilidad o la inocencia del acusado,
y se considera que el ganador de la batalla ha sido favorecido por Dios porque defiende la justicia y
la verdad120. En este caso, los troyanos hacen trampa, y el mago Orístenes interviene en la lucha
cuando comprueba que los suyos van perdiendo y que el príncipe Mitrídano va a ser derrotado por
don Belianís. La llegada del Castillo de la Fama interrumpe súbitamente el duelo y crea una
confusión que permite que Mitrídano salve la vida, por un lado, y que los griegos rescaten a don
Palineo, por otro:
De otro golpe desseava don Bellianís dar fin a aquella batalla, y con esto se dava más priessa
que hasta entonces, no se le escusando la muerte al troyano si el mágico Orístenes, que en el
campo estava, no proveyera en ello; porque, usando de sus acostumbradas artes, el cielo se
cubrió de ñublado escuro, que el campo no se dexava ver. Salieron por una abertura de la
tierra tres salvages, y con ellos tres formas de las más feas que hasta entonces se vieron. Eran
de la forma de grifos, los quales llegaron a travar del príncipe don Bellianís, que a esta hora
fuera en no pequeño peligro, si el Famoso Castillo no viera venir, tocándose en él nos
militares instrumentos en abundancia, a cuya venida las tinieblas mágicas començaron a
deshazerse. El rey Astoril[do], travando de la mano a Mitrídano, sin que él fuesse parte para
otra cosa, le puso dentro en la ciudad (fol. 64-rº).
Pero probablemente la acción justiciera más espectacular que lleva a cabo don Belianís es la
reconquista de Babilonia. Aprovechando la ausencia del soldán, los gobernadores del territorio se
han sublevado contra su señor natural y han usurpado el poder. Don Belianís acude rápidamente a
recuperar el reino de su suegro junto a su hijo Belflorán, a quien corresponde por herencia. Como no
podía ser de otra manera, los traidores reciben un castigo ejemplar121:
120
Este tipo de enfrentamientos suelen ser más habituales cuando lo que está en juego es la vida de una dama
que ha sido acusada de alevosa, traidora o infiel. En muchos libros de caballerías la dama busca
desesperadamente a un caballero que luche por ella, y el héroe llega oportunamente para desempeñar tal papel.
Esto sucederá también en el Belianís, como veremos, en el caso de Laura, princesa de Macedonia.
121
―De esta forma al final de la novela el norte simbólico va ampliando su territorio, a la vez que se garantiza
la legitimidad del poder, que recae en los personajes que ostentan los derechos a la corona, mientras se castiga
a los usurpadores, que eran también enemigos del cristianismo‖ (Cuesta Torre, 2010:145).
66
y, tomando los cuerpos de Adriano y Gilerpio, los arrastraron por los pies como traydores,
quemándolos en la plaça de Babilonia (fol. 147-rº).
El azar o la predestinación llevan a don Belianís hasta Chipre, donde él y sus amigos son
apresados a traición por el gigante Bradaliano. Sin embargo, en esta ocasión quienes acuden al
rescate son Sabiano de Trebento, un ermitaño y un grupo de damas y doncellas. Esta aventura
acontece ya cuando don Belianís está en la cumbre de su carrera y, en realidad, a estas alturas el
lector sigue con más interés las andanzas de su hijo Belflorán. El hecho de que en esta ocasión no sea
él el héroe de la aventura es bastante significativo. Hasta Florisbella, que es quien primero acude a
rescatarlo de su prisión, se permite bromear con ello:
le dexaron por yr ha buscar a los príncipes a la parte que el hermitaño les dixera que con
traición los avían metido. Y aunque no atinaron bien, llegaron a la ventana por donde el
gigante avía hablado. Y no pensando que aquella fuesse, Florisbella se puso a mirar. Los
príncipes c[u]ydaron que el gigante fuesse, y Perianeo le d[i]ze si tenía determinado de darles
de comer, que no p[or]fiasse en pedir las harmas, que aquellas supiesse que no se las avían de
dar.
–Si queréys comer –dixo la princesa–, dad las armas, pues no tenéys otra prenda. Si no, sabed
que es escusado, que en esta tierra no fían a nadie.
Disimuló la princesa la boz, y los príncipes tenían tanto enojo que no la conoscieron. Y don
Belianís le responde que hazía mal; que, puesto que con trayción los huviesse prendido, hera
obligado a darles de comer y no dexarlos morir de hambre; y que, si no quería aquello, que le
dexassen salir a él solo y que si él muriesse ganarían más honrra y perderían el nombre de
traydores.
–Muy valiente pensáys que soys –dixo Florisbella–. Pues yo quiero entrar allá sin harmas, si
me aseguráis, y a la ventura haremos mejor nuestros partidos.
–Baxad en buen hora –dixo Mitrídano–, que nosotros os aseguramos.
Con esto las princesas baxaron corriendo a quien más podía hasta llegar a la puerta, la qual
con las llaves de la puerta del castillo abrieron, y dieron bozes a los príncipes que saliessen
fuera. Y no siendo en aquello muy perezosos salieron a lo claro, donde, viendo a las
princesas, ¡quién contara su turbación! Quedaron atónitos, no sabiendo si soñavan. No se les
hizo ha ellas muy de mal abraçarlos descalços y con solas las camisas muy mal tomadas; de
la agua de la mar las colores tenían muy perdidas. Dexó caer don Belianís la espada y,
abraçando a Florisbella, dize:
–¿Qué es esto, mi señora? De tal peligro justo era que con tales manos fuéssemos libres.
Florisbella, que llorando de verle tal estava, le dize:
–Sabed, señor mío, que avemos hecho más de lo que cuydáys, que por nuestras personas
avemos ganado este castillo (fol. 228).
En esta aventura, Belianís comparte prisión nada menos que con sus antiguos enemigos:
Mitrídano de Troya y Perianeo de Persia. Los tres son ya compañeros de fatigas, están felizmente
casados y no ven ya motivos para pelearse, ni por amor ni por cuestiones de territorio, ni siquiera
religiosas, puesto que tanto Mitrídano como Perianeo se convirtieron al cristianismo tras la guerra de
Constantinopla. Es un signo más de que sus tiempos han pasado; los viejos rencores no tienen ya
razón de ser, las guerras antiguas han quedado ya olvidadas y los caballeros veteranos han de ser
rescatados por doncellas y ermitaños. Es hora de dejar paso a una nueva generación de héroes, a sus
hazañas, sus conflictos y sus amores.
67
A pesar de todo, don Belianís no se resigna a dar por finalizada su vida caballeresca, y no
tarda en desear alejarse del lado de su esposa para vivir nuevas aventuras122. Ya habíamos asistido a
la inquietud que lo corroía al poco tiempo de celebrarse su matrimonio público con Florisbella, y que
requirió la intercesión de su padre, el emperador Belanio, para que él pudiera marcharse sin siquiera
despedirse de ella123:
–...y para esto y otras cosas que me han subcedido me cumple partirme en breve de
Constantinopla.
–Gran plazer me haréys en ello –dixo el emperador–, y porque también de camino procuréys
de saber del príncipe don Clarineo, vuestro hermano, que, según lo mucho que ha que d‘él no
se sabe, creo deve ser muerto o está en algún gran peligro.
–No sé cómo lo haga –dixo don Belianís–, que tengo entendido la pena que de mi ausencia a
de recebir Florisbella.
–Yo os daré buen remedio –dixo el emperador–. Imbiemos por vuestras armas secretamente y
partíos luego sin dar parte a nadie, que después yo os escussaré con todos como a vuestra
honra y descanso de la princesa combiene.
Bien conoció el príncipe don Belianís quánta voluntad tenía el emperador de que él hiziesse
aquel camino y, por no mostrarla él menor, dixo que le plazía muy bien. Y luego
secretamente mandaron a Flerisalte que le traxesse sus armas, y con otro mandaron adereçar
una galera, la más ligera ansí al remo como a la vela que en aquellas costas se hallava, en la
qual se metió el príncipe y su escudero, que no quiso otra compañía. Y con la bendición del
emperador, que de aquel camino no mostró algún sentimie[n]to, dieron los remos al agua,
partiendo de Constantinopla.
El emperador se bolvió a la ciudad y, hallando todos los príncipes, dixo que él havía
mandado partir a don Belianís a una cierta aventura, de que no havía cumplido dar parte a
nadie hasta que fuesse ydo. A todos dio su partida gran sentimiento, y más a la princesa
Florisbella. Y ninguno ossó dezir algo contra ella, viendo que fuera por mandado del
emperador (fol. 113-vº).
El motivo ―oficial‖ de la partida de don Belianís es la búsqueda de don Clarineo y de su hijo
Belflorán, a quien nadie ha vuelto a ver desde su extraordinario nacimiento en el castillo de la sabia
Medea. Pero previamente el narrador nos había desvelado que la razón oculta de la partida del héroe
es la persecución de su enemigo, Perianeo de Persia, que había partido de Constantinopla poco antes
que él.
En esta ocasión, la partida de don Belianís parece justificada; Florisbella se resigna y el
emperador da su bendición. Sin embargo, la última aventura que protagoniza en esta parte de la saga
no será juzgada con tanta benevolencia: el héroe abandona la corte para ir a enfrentarse al soberbio
122
La disyuntiva entre matrimonio y caballería ya había sido desarrollada narrativamente, y resuelto su dilema,
por Chrétien de Troyes: en Erec, el protagonista olvida su vida caballeresca en los brazos de su bella esposa,
Enide; por el contrario, en Ivain, el caballero abandona a su dama para vivir aventuras. En ambos casos se
encuentra una solución feliz y un equilibrio entre amor y caballería. Acerca de estas dos novelas, véase el
comentario de García Gual (1988: 178-86 y 195-99).
123
En palabras de Eisenberg (1973: 521), ―It was, in fact, customary for knights-errant to start off their
adventures secretly. Generally, their families and friends were interested in seeing them remain at home,
believing them, for one reason or another –often their youth– unready to practice the demanding profession of
knight-errantry. Thus, the only way they could begin their adventures was secretly‖. En este caso, el problema
de don Belianís no es que sea aún demasiado joven, sino que empieza a ser demasiado mayor, y su nuevo
estado requiere de él otro tipo de comportamiento, como veremos. Por tanto, y anticipando la oposición de su
esposa, don Belianís se marcha sin avisar a nadie, como si fuera un doncel ansioso de fama y aventuras.
68
Adamantes, que ha declarado que su dama es más hermosa que Florisbella y Belianisa, pero este
hecho no se relata directamente: sabemos de él por una conversación que sorprende Belflorán en la
remota Libia:
–¿Y a esto solo salió el emperador don Belianís de Babilonia? –dixo el escudero.
–Sí –dixo el cavallero.
–Paréceme que hizo sandez –dixo el escudero–, porque a la vuestra merced, como mancebo,
sea lícito entender en esso; no lo es al emperador, que valdría más entender en su estado, y
otra cosa creo yo que le hizo hazer esso, que no la porfía de Adamantes ni el desseo de
vencerle; porque las nuevas que llegaron de sus hijos no eran muy buenas, y la emperatriz no
le quería dar licencia (fol. 273-rº).
La promesa de una nueva aventura de don Belianís ya no es tal. El relato se focaliza
totalmente en Belflorán, dejándolo a él como un héroe veterano que no se resigna a perder
protagonismo. Hasta un simple escudero se permite calificar su acción de ―sandez‖, pues a estas
alturas de la historia su función es la de ―monarca en la corte‖: debe dedicarse a impartir justicia y a
mantener un espacio que ejerza de lugar de reunión de la caballería activa, de la que él, al estar en un
momento vital diferente, ya no forma –o no debería formar– parte.
Ciertamente, lo encontraremos en el castillo de Adamantes, dispuesto a vengar el agravio
bajo la identidad del Caballero de las Coronas; pero será Belflorán quien finalice la tarea, una vez
más, derrotando al caballero desmedido y salvando a su padre del encantamiento en el que había
caído por no haber sido capaz de superar la aventura.
La última vez que vemos a don Belianís, se dirige a los torneos del Cairo, pero en esta
ocasión acompaña a un grupo numeroso de caballeros, entre los que se encuentra no solo su hijo
Belflorán, sino también su padre, don Belanio124.
1.2.3. Capitán de los ejércitos
El modelo artúrico se estructuraba en base a una dicotomía entre la corte y la aventura. Sin
embargo, el nuevo modelo caballeresco del siglo XVI evoluciona hacia una nueva oposición entre
corte y guerra, resucitando el viejo espíritu de la cruzada125. El concepto mismo de la guerra
evoluciona; ya no es un mero asunto feudal, concerniente solo a la aristocracia y al rey (pro domino
mori), sino que pasa a ser una cuestión de Estado (pro patria mori) (Bueno y Cortijo, 2010: xlv). Es
124
Ya nos hemos referido anteriormente al hecho de que los héroes de Jerónimo Fernández muestran una
obstinada resistencia a abandonar las armas, algo que llama especialmente la atención en el caso del rey
Toloyano, bisabuelo de Belflorán. Veremos, además, cómo Perianeo de Persia manifiesta en su madurez
sentirse cansado y con ganas de retirarse de la caballería activa; sin embargo, se encuentra también entre los
caballeros que acuden a los torneos del Cairo. Tal vez fuera esta la última calaverada de un grupo de hombres
que se niega a envejecer y a ceder el testigo a la nueva generación, o quizá Jerónimo Fernández tenía intención
de seguir recurriendo a ellos, al igual que al longevo rey Toloyano, haciéndolos compartir aventuras con los
hijos y los nietos de Belflorán.
125
―Frente al viaje arbitrario, la intervención astuta y premeditada, la estrategia militar que facilita la aparición
de un renombre, pero que, asimismo, abre las puertas de la salvación eterna y reafirma o expande los límites de
la Cristiandad‖ (Lucía y Sales, 2008: 187).
69
por eso por lo que, a todas las tradicionales virtudes caballerescas, el héroe debe añadir la
inteligencia táctica y la capacidad de capitanear un ejército (Bognolo, 1997: 123 y ss.)126. Estas
habilidades lo sitúan por encima de los demás incluso en la confusión de una batalla:
La base de la tensión dramática está en sobrepujar a un caballero sobre los de su condición, y
en los combates colectivos, donde el anonimato se convierte en una prioridad, se pierde la
función y las posibilidades narrativas de la guerra; de ahí la necesidad de ―focalizar‖ el relato
en los personajes principales, destacando su labor en el campo por contraste con los otros.
(Bueno y Cortijo, 2010: xlv).
Sin embargo, como veremos, en realidad estas funciones están más bien encarnadas en el
emperador Belanio de Grecia, el padre del héroe. El asedio a la ciudad de Troya127 se desarrolla
mientras don Belianís está inmerso en su queste particular, y se nos relata, siguiendo la clásica
estructura del entrelacement, a la par que las andanzas del protagonista128. Los ardides necesarios
para tomar Troya son ideados por don Belanio, primero, y por don Palineo de la Ventura, después,
cuando el emperador parte hacia Asiria junto a su hijo129.
Don Belianís llegará a tiempo para participar en la gran batalla final y se le otorga el mando
126
En su estudio sobre los tratados militares del siglo XVI, Rodríguez Velasco (2008) detecta también una
cierta desacreditación en la caballería de la época, que lleva a los tratadistas a preferir otro tipo de modelo,
alguien como el Duque de Alba o Gonzalo Fernández de Córdoba. Así, ―el caballero desaparece y, en su lugar,
aparece el capitán‖, que ―lucha, al mismo tiempo, en los campos de batalla y en las páginas de los libros. Junto
a él, un nuevo concepto del ejercicio de virtud que permite el ascenso individual e intransferible, fuera de todo
discurso sobre el linaje‖ (686).
127
La materia troyana está muy presente en la obra de Fernández; a la guerra entre griegos y troyanos relatada
en la tercera parte debemos añadir la inclusión de héroes como Héctor, Aquiles o Troilo entre los Caballeros de
la Fama o el ejército de Marte y, sobre todo, la aparición en la primera parte de la que será una de las damas
más importantes del relato: la princesa Policena de Troya, hija de Príamo y causante de la muerte de Aquiles.
Las historias troyanas relatan su muerte a manos de los griegos como represalia por la traición cometida contra
Aquiles, pero en el Belianís de Grecia se nos cuenta que no murió, sino que fue encantada y rescatada siglos
después por don Lucidaner de Tesalia, hermano del héroe, quien más adelante se casará con ella (sobre el
personaje de Policena, véase Orduna, 1986a). Las historias troyanas se habían difundido por la Europa
medieval a través de los relatos de Dares (De excidio Troiae historia) y Dictis (Ephemeris belli Troani) y de su
versión romanceada, el Roman de Troie de Benoit de Sainte Maure (véase García Gual, 1988: 113-118, y
Roubaud 2000: 61-72). Sobre las fuentes empleadas por Jerónimo Fernández, sin embargo, nada sabemos:
―¿Habría leído las traducciones castellanas del Roman de Troie y de la obra de Guido de Columnis? ¿Pudo
conocer la Historia Troyana? ¿Leyó realmente las Sumas Troyanas de Leomarte o alguna de las muchas
ediciones de la Crónica Troyana? Pero las respuestas serían mera conjetura, pues solo sabemos su nombre,
profesión y su lugar de origen y residencia‖ (Orduna, 1986a: 387). En otro trabajo posterior, la propia Orduna
señalaba el tema troyano como uno de los desvíos más comunes del paradigma amadisiano, que centrará la
atención de autores como Beatriz Bernal o el propio Jerónimo Fernández a partir de mediados de siglo; estos
autores ―quisieron relevar personajes cuyas vidas reinventaron, logrando verdaderos prodigios de
intertextualidad al unirlos a los acontecimientos de sus propias criaturas de ficción‖ (Orduna, 2001: 549). Grilli
(2004: 75) citaba también el caso de Don Belianís como reescritura caballeresca de la materia troyana: ―Lo
fabuloso trasluce en la obra de Fernández al transformar paulatinamente a los personajes de la contienda de
Troya en contemporáneos y aliados de Belianís‖. Acerca de este tema, véase también Orduna (1986b) y Sales
(2009).
128
Para una descripción detallada del origen, tipos y fórmulas de entrelazamiento, véase Cacho Blecua (1986).
129
Don Belanio se hace armar como un caballero troyano para que le abran las puertas de la ciudad y así, una
vez dentro, dejar que entre también su ejército. Se trata de un ardid similar al que utilizaba Ulises para penetrar
en Troya. Don Palineo, por su parte, ―disfraza‖ a cuatro mil de sus caballeros con las divisas del rey de Tripol
para crear confusión entre sus enemigos.
70
de las tropas griegas; pero incluso en este momento cumbre, él y su hermano toman por guía al
―caballero‖ más inesperado:
–¿Queréysme seguir, mis señores? –dixo Hermiliana a los príncipes.
–Hazed a vuestra voluntad –dixeron ellos–, que nosotros tendremos cuydado de obedeceros.
Entonces la hermosa señora, hechando el escudo a las espaldas, tomó el espada en ambas
manos y, dando golpes a una y a otra parte, colando por las lanças y espadas como si fueran
muy delgadas cañas, rompiendo por mitad de aquellas gentes como furioso rayo entre las
nieblas, llevando a su lado a los dos príncipes (…) hasta llegar al estandarte del rey de
Cartago, al qual hizieron pedaços; no menos hizieron al rey de Chipre… (fol. 77-vº).
La segunda gran guerra en la que participa don Belianís es la de Constantinopla, promovida
por Perianeo, Ariobarzano y Claristea, que, junto a sus aliados africanos, marchan contra el imperio
griego130. Nuevamente el héroe llega tarde, puesto que está en mitad de otra queste, que tiene por
objetivo localizar a su hijo perdido, Belflorán.
En la primera batalla en la que participa, que se genera inmediatamente después de la
ceremonia de investidura de Belflorán, el narrador vuelve a mostrarnos una escena coral
protagonizada no por uno, sino por varios caballeros; se nos relatan las acciones de don Belianís y
Belflorán, pero también de don Belanio, don Clarineo, don Lucidaner131, Hermiliana, Astrideo,
Sabiano de Trebento, Palineo de la Ventura, Bradaleón, Perianeo, el rey de Hungría… El héroe
destaca sobre los demás únicamente por el hecho de ser el primero en dar la alarma ante el ataque de
los enemigos. Por otro lado, la atención del narrador empieza a desviarse claramente hacia Belflorán
y hacia su mayor rival en esta etapa de la historia: Astrideo de Bohemia.
En las siguientes batallas vemos a don Belianís actuar como un capitán, organizando a los
caballeros y dando órdenes a los distintos grupos, pero no se destaca excesivamente este papel
dirigente, que a menudo queda en manos de otros caballeros principales como el duque de Tebas, el
gran estratega de la batalla naval. Es en esta guerra de Constantinopla donde empezamos a ver el
declive de don Belianís como caballero. Es el capitán del ejército de Constantinopla, pero la alta
responsabilidad que conlleva este cargo parece aportar una excesiva gravedad al personaje, y el autor
prefiere focalizar su atención en las luchas individuales del joven Belflorán, cuyo ardor, entusiasmo
y, en muchas ocasiones, imprudencia, otorgan más intriga e interés al relato que un don Belianís ya
130
Orduna (2001: 542-543) señala que Constantinopla es una de las constantes del paradigma amadisiano, y
con el tiempo ―se transforma en un referente novelesco obligado‖. Lucía y Sales apuntan que este tópico ―pudo
tener sus orígenes en un deseo compartido en los territorios cristianos de occidente de volver a recuperar esa
ciudad conquistada por los turcos en 1453‖ (2008: 97), si bien Montalvo, que describe el asedio de
Constantinopla por parte de los paganos en las Sergas de Esplandián, deja entrever ―un cierto afán por rivalizar
con las empresas bélicas narradas en la materia troyana‖. La Constantinopla representada en el Belianís, sin
embargo, aunque ―tiene un referente en el espacio geográfico terrestre, recibe un tratamiento fantástico, pues
no cumple las leyes del espacio real‖, pasando a formar parte de la geografía mítica de la novela (Cuesta Torre,
2010: 143). Esta guerra de Constantinopla descrita por Fernández, por otro lado, parece estar directamente
inspirada en la de las Sergas, si bien allí lo que motiva el ataque de los paganos es la religión, mientras que el
conflicto en el Belianís está provocado sobre todo por el amor y los celos.
131
Roubaud (1999: 53) ha detectado en el nombre de este personaje una influencia del Clarián de Landanís
(1527), donde Lucidaner era un moro enemigo del héroe.
71
maduro y en la cumbre de su carrera.
Pese a ello, es el propio don Belianís quien contribuye a poner fin a la guerra, logrando llegar
hasta el carro de Claristea para hablar con ella y hacerla entrar en razón.
Pasó, pues, don Belianís hasta donde estava Claristea, y de verla tan triste no pudo dexar de
sentir su parte. Y como él desease en lo que él pudiesse no ser ingrato al amor d‘esta
princesa, que tan aficionadamente le cobrara, alçó la visera del yelmo y ante ella se hincó de
rodillas diziendo:
–Esclarecida princesa, si algún enojo hasta agora de mí avéis recebido, en el qual yo no creo
tener culpa, veisme aquí en vuestro poder, y con esta, mi espada, tomad la safistación; y no
permitáys que tantas gentes mueran, y remédiesse lo que fuere possible, que yo veo vuestro
campo arder [en] bivas llamas donde el nuestro no deve parecer menor daño.
Turbose tanto Claristea quando vio a don Belianís que salió de su sentido y no le pudo
responder palabra. Mas como él fue conocido, muchos llegaron sobr‘él por darle la muerte
que, pareciéndole a él estraño descomedimiento, tan furioso se levanta que más de veynte
cavalleros puso por el suelo. Y tornando a donde Claristea estava, hallola en su acuerdo,
llorando espessas lágrimas, con las quales le abraçó, diziendo:
–¡Ay, príncipe de Grecia, y cómo Dios quiere que todas las cosas se acaben por tu mano y
que mi endurecido coraçón sea agora tan rendido a lo que tú quisieres! Bien veo que esto me
está a mí muy bien, porque tengo perdido el campo, según se cree, pues tú a tal tiempo dexas
la batalla. Mas, aunque me estuviera mal, lo hiziera, que mi coraçón no a deseado jamás otra
cosa que contentarte (fol. 206-vº).
Con esta apaciguadora acción, significativamente, don Belianís obtiene más resultados que
con toda la inteligencia táctica y pericia militar que había puesto en juego hasta el momento.
1.2.4. La aventura cortesana
La corte actuaba en la literatura artúrica como lugar de encuentro y reposo, y espacio de
relaciones amorosas, en oposición al exterior, considerado como el territorio de la aventura. Es cierto
que ―el caballero no puede permanecer durante mucho tiempo en la corte, puesto que las principales
aventuras, infracciones que reparar, suceden fuera de sus ámbitos‖ (Cacho Blecua, 2001: 162). Sin
embargo, la literatura caballeresca irá evolucionando hasta hacer de la corte, en el siglo XVI, un
espacio importante en el que el buen caballero puede igualmente probar su valía. No solo empezarán
a proliferar las justas y juegos corteses, sino que, además, también comienza a ser habitual que la
aventura acuda a la corte: personajes extraños o misteriosos se presentaban ante el rey proponiendo
un reto, a menudo generado mediante la magia, en el cual deben participar los caballeros o damas 132.
El premio para el ganador puede ser deshacer un encantamiento, obtener un objeto mágico o,
sencillamente, la honra de ser considerado el mejor de todos.
En la novela artúrica había una sola corte que ejercía de centro de la vida caballeresca. La
literatura de caballerías del XVI amplía esta perspectiva; en la mayor parte de los casos, no hay una
132
―Un altro tipo di avventura, pur radicandosi nel modello arturiano, è sviluppato in modo particolare nei
romanzi spagnolo: la prova meravigliosa al cospetto de la corte‖ (Bognolo, 1997: 87). Un ejemplo de este tipo
de prueba la encontramos en la Aventura de la Verde Espada y de la Guirnalda relatada en el Amadís (II: LVILVII).
72
única corte, sino varias, pertenecientes a reinos o imperios de distintas culturas que, sin embargo, se
construyen siguiendo siempre el modelo cristiano (Bognolo, 1997: 108). En la Tercera y quarta
parte las cortes más importantes son las de Constantinopla, Londres y Colonia. También hacen
apariciones fugaces cortes como la del Gran Sophí de Catayo, la de Bohemia o la del rey de Francia.
En todas ellas sucede algún tipo de aventura que, o bien debe ser resuelta allí mismo o bien provoca
la partida inmediata del héroe. No faltan, por supuesto, justas, torneos y pasos de armas.
Don Belianís se presta a estos juegos cortesanos con enérgico entusiasmo. En el mundo
caballeresco descrito por Fernández cualquier ocasión es buena para celebrar una justa o un torneo.
Destacan los torneos de Londres, auspiciados por el rey de Inglaterra con el objetivo de reclutar a los
mejores caballeros del mundo para resucitar la antigua Tabla Redonda:
este reyno de Ynglaterra es el que antes la Gran Bretaña se solía llamar, y en él en tiempos
passados huvo un número de cavalleros que las aventuras seguían, los quales en ellas
ganaron más honra que ningunos de otra tierra, y fue en aquella sazón el más nombrado y
estimado reyno que entre christianos ni moros se hallase; el qual después, por desdichas que
en este reyno vinieron y por perderse aquel tan nombrado rey, se deshizo, y cada uno se
bolvió a su tierra. Y siendo casados huvieron hijos y nietos, de los quales el rey que a la
sazón es, assí mismo es muy perseguido e importunado que torne a juntar aquel número de
cavalleros, porque d‘esta manera él será más estimado(s) de todos los reyes comarcanos, y
los cavalleros honrarán más altamente cavallería. Y d‘esto ha sido el rey muy contento, y
para ello manda hazer unos torneos, en los quales el cavallero que más se aventajare será el
primero y capitán, a quien todos los otros sigan, con el qual el rey quiere casar una hermana,
la más hermosa dama que en el universo por el presente se halla ( fol. 23-vº).
Los caballeros más importantes del relato dejan todo lo que están haciendo (incluida la
búsqueda de las ocho princesas que habían sido secuestradas tiempo atrás) para participar en tan
trascendental evento. Los torneos enfrentarán durante tres días a los caballeros ingleses y a los
caballeros extranjeros. Como es lógico, don Belianís participa en el bando de los caballeros
extranjeros, logrando la victoria de estos. Esa misma noche el rey de Inglaterra, que desconoce su
identidad, le pide que luche en su bando. En el segundo día, por tanto, el héroe pelea junto a los
caballeros ingleses. Y el tercer día, tras enfrentarse a los Nueve de la Fama, es declarado capitán de
la Tabla Redonda. El héroe se nos muestra aquí, pues, como el elemento desequilibrante, el hombre
clave que marca la diferencia entre la victoria y la derrota.
Las justas de Constantinopla descritas en la cuarta parte tienen mucha menos importancia
narrativa y simbólica en el relato. Son convocadas con motivo de un acontecimiento festivo: la boda
pública de don Belianís y Florisbella. El héroe, haciendo honor a su recién adquirido status, actúa
como juez, puesto que ahora está por encima de todos los jóvenes caballeros andantes que todavía
necesitan probar su valía en torneos, justas y aventuras varias. Estas nuevas justas, en realidad, están
dispuestas aquí para mayor gloria y lucimiento de Belflorán, el nuevo héroe de la novela.
En la tercera parte apenas hay aventuras cortesanas, si exceptuamos los torneos de Londres y
la llegada del Castillo de la Fama, que obliga a los caballeros a luchar contra los nueve guerreros más
73
famosos de la historia, en un reto que logra culminar don Belianís, convirtiéndose en capitán de
todos ellos. Es en la cuarta parte donde hallamos más ejemplos de este tipo de ―aventura
sobrenatural‖ que acude al encuentro de los caballeros en la misma corte.
La aventura de Legiadra133, sin embargo, no estaba destinada al héroe. Legiadra, Coliseo y
Tíndaro, los protagonistas de la desdichada historia que dio origen a la aventura, están encantados, y
solo podrán ser liberados por
un caballero que en el valor de su persona fuesse más abentajado que los dos príncipes, y en
amores más penado y mal galardonado que Legiadra (fol. 109-vº)
Don Belianís ha obtenido el favor de su dama, Florisbella, y está claro que la aventura no
debe acabarla él. Los elegidos son Perianeo de Persia (enamorado sin esperanza de Florisbella) y
Claristea de Alemania (que ama a don Belianís).
La aventura del templo de Amón tampoco estaba destinada al héroe, como veremos. La
primera vez que don Belianís se encuentra en el templo de Amón se le comunica que otro caballero
de más valor finalizará la tarea en su lugar. Cuando, tiempo más tarde, la propia aventura acude a la
corte, con la llegada a Constantinopla del dragón del templo de Amón, don Belianís, junto con otros
caballeros y damas de la corte, es secuestrado por la bestia y liberado por el nuevo caballero elegido,
su hijo Belflorán.
La más interesante de las aventuras cortesanas es, sin embargo, la del Caballero Sin Amor,
que enfrenta a padre e hijo en un momento clave de la novela; en ella podemos detectar una cierta
tensión entre el héroe maduro que se retira y el joven héroe que irrumpe con fuerza en el relato.
Belflorán, rechazado por Florisbella, adquiere por medios mágicos la apariencia del
descortés Caballero Sin Amor, que sostiene que las damas no merecen ser servidas, y reta a todos los
caballeros a defender lo contrario. Sin embargo, dado que no quiere enfrentarse a su padre, a sus tíos
ni a sus amigos, pone como condición que no peleará contra una serie de caballeros de su elección.
Don Belianís no encaja bien el hecho de verse apartado de la aventura134 y, disfrazándose de
caballero moro, solicita enfrentarse a Belflorán, desobedeciendo por tanto las reglas del juego. Padre
e hijo, sin reconocerse, mantienen una feroz lucha en la cual no parece haber un claro vencedor. Este
tipo de situaciones parecen ser habituales en los libros de caballerías, y se utilizan para poner de
manifiesto el relevo generacional:
Los mejores caballeros verán oscurecida su fama por los éxitos de sus descendientes, hecho
éste que contribuirá a la reiteración de un motivo tópico: el enfrentamiento armado entre el
padre y el hijo, una prueba que plantean las generaciones precedentes en un intento por
133
Fernández, significativamente, titula este capítulo ―de una extraña aventura que a la corte avino, y quiénes
fueron los que la acabaron‖ (el subrayado es nuestro).
134
Ya hemos visto cómo, más tarde, tampoco se resignará a convertirse en un respetado caballero ―sedentario‖
y partirá a Egipto en busca de nuevas aventuras.
74
revitalizar los pasados laureles. Este motivo ya aparece en la literatura caballeresca francesa,
en obras como La búsqueda del Santo Grial, donde una simple justa entre Galaz y su padre
Lanzarote pone de manifiesto la superioridad del primero (Sales, 2004: 31).
La lucha entre Lanzarote y su hijo viene justificada por el hecho de que no se han reconocido
mutuamente, como sucede en el Belianís. Sin embargo, en este caso el autor no se arriesga a apostar
por ninguno de los dos y soluciona el enfrentamiento despojando oportunamente a Belflorán de su
anillo mágico, con lo que este recobra su verdadera apariencia y la batalla se detiene.
Don Belianís, por tanto, aparece integrado en la corte y participando en todos sus retos; sin
embargo, a partir de la aparición en escena de Belflorán sus intervenciones serán cada vez más
limitadas, hasta que las aventuras propuestas dejen de estar destinadas a él.
1.2.5. La doble queste de don Belianís
a) En busca de Florisbella
Al final de la Parte II, en plena celebración cortesana en Babilonia, un carro mágico raptó a
las princesas protagonistas de la historia, y, por supuesto, la Tercera y Quarta parte comienza por la
búsqueda, la queste, de las damas y doncellas secuestradas.
Don Belianís emprende el viaje lamentándose amargamente por la ausencia de su señora y
seriamente preocupado por su suerte. Sin embargo, pronto lo veremos acudir alegremente a los
torneos de Londres o perseguir sin tregua a Perianeo de Persia cuando este se cruza en su camino,
posponiendo una y otra vez el rescate de su amada. Esto no se comprende si no tenemos en cuenta
que, a pesar de la espectacularidad dramática del secuestro de las princesas, en realidad no es más
que un juego, una prueba para lucimiento de los caballeros implicados, una competición por
demostrar quién es el mejor de todos.
La queste lleva a don Belianís a Alemania, donde conocerá a la emperatriz Claristea, que se
enamora perdidamente de él. Esta es la primera prueba que debe superar el héroe para poder
reencontrase con su amada. Claristea le ofrece su persona y su imperio; don Belianís debe demostrar
aquí que sigue siendo fiel a Florisbella y que realmente merece su amor. El héroe rechaza con
sutileza a Claristea, ignorando que, desde el castillo de la sabia Medea, Florisbella sigue todos sus
pasos a través de un espejo encantado; por tanto, si él hubiese sido infiel, ella lo habría sabido al
instante. Tras superar esta prueba, el héroe reafirma su amor por su dama.
El segundo problema que se le plantea a don Belianís es cómo declinar el ofrecimiento de
Claristea sin ofenderla a ella ni a su padre, el poderoso emperador Constancio de Alemania135. La
135
También Amadís de Gaula se vio en un dilema semejante ante los requerimientos de Briolanja; en su caso,
el problema era mayor, pues estaba obligado a acceder a sus peticiones en virtud de un don contraignant. Este
episodio es uno de los más atractivos y ambiguos de la novela, puesto que el mismo Montalvo reconoce la
existencia de tres versiones de la resolución del conflicto (Cacho Blecua 1979: 193-99). En este episodio del
Belianís no existe esta tensión provocada por la concesión de un don; sin embargo, el protagonista se ve
75
princesa plantea su ofrecimiento a través de su doncella Lindorena, pero de forma tan directa que no
deja lugar a dudas sobre sus intenciones:
–¿Por qué dize esso la vuestra merced? –dixo don Belianís.
–Dígolo –dixo Lindorena– porque avéys sido el cavallero de más ventura que se aya visto,
que yo he entendido que la princesa, mi señora, con ninguno casaría de mejor voluntad; y aún
con el emperador sería muy fácil de acabar.
–Tal ventura como essa, mi señora –dixo don Belianís–, no está guardada para cavallero de
tan poco merecimiento, que sería locura pensarla.
–Dezidme vuestra voluntad –dixo Lindorena–, que no sería mucho que fuéssedes en breve
emperador de Alemania.
Muy turbado fue don Belianís de la desemboltura de Lindorena, y pesole en el alma, que bien
vio que no sin causa dezía semejante cosa; y con esto le dize:
–Mi señora, por agora mis heridas no dan lugar a responderos, que a tan gran cosa no es bien
responder sin más acuerdo (fol. 12rº-vº).
Don Belianís seguirá esquivando a Claristea con evasivas y palabras corteses. Sin embargo,
y a pesar de todas sus precauciones, se granjea la ira de la princesa en dos ocasiones y, si bien la
primera no tiene mayores consecuencias, la segunda provocará la gran guerra relatada en la Parte IV.
Pasada la prueba de la fidelidad amorosa, don Belianís deberá enfrentarse a un reto aún
mayor: persiguiendo a Perianeo de Persia se encuentra con el sabio Fristón, enemigo de la casa de
Grecia, que trata de engañarlo bajo la apariencia de un marinero. En ese momento llega
oportunamente la sabia Belonia, maga protectora de los príncipes griegos, y, metamorfoseándose en
águila, se enfrenta a Fristón, que se transforma en grifo. Don Belianís es testigo de la espectacular
batalla entre ambos, pero pronto debe acudir en auxilio de su amiga Belonia y derrotar él mismo al
malvado mago.
El enfrentamiento del héroe contra lo sobrenatural y su victoria contra un adversario que se
vale de poderes mágicos suponen un nuevo encumbramiento para él. No solo es capaz de vencer a
caballeros por la fuerza de su espada, sino que además su valía es tal que no se le puede derrotar con
engañosos encantamientos. El héroe está también, por tanto, por encima de lo sobrenatural, y ratifica
su condición de ―superhombre‖136.
La victoria en esta batalla proporciona dos beneficios a don Belianís. En primer lugar, y tras
demostrar su magnanimidad de caballero perdonando a Fristón, obtiene la gratitud y la amistad de
este, librándose así de un temible enemigo y ganando un aliado. En segundo lugar, este nuevo aliado
le indica el lugar donde se encuentran las princesas secuestradas, otorgando así un destino a su larga
obligado, como buen caballero, a obedecer a cualquier dama de alta guisa, so pena de quedar como descortés,
desmesurado y desagradecido. Por otro lado, todo buen amante cortés debe mantener en secreto sus amores,
con lo que don Belianís no puede justificarse ante Claristea aduciendo la existencia de un compromiso anterior
con Florisbella. En este aspecto, la conducta de don Belianís para con su dama es intachable; ni siquiera en la
sentida canción amorosa que canta en Colonia, y donde revela su propio nombre, hace mención al de su amada
(para desencanto de Claristea, que estaba escuchando tras la puerta).
136
Cacho Blecua hace notar la importancia de este aspecto a propósito de la lucha de Amadís contra Arcaláus
el Encantador (1979:123). En este episodio, también Amadís recibe ayuda sobrenatural, encarnada en la mujer
de Arcaláus; sin embargo, deberá vencer él mismo al mago, más adelante, igual que sucede con don Belianís.
76
queste: ―la grande Assiria‖.
Tras embarcar para Asiria, el traidor capitán Valianor de Escocia trata de hacerlos
prisioneros, pero don Belianís, en la refriega, cae por la borda y llega, desarmado y solo, a la costa,
donde consigue nuevas armas y ―un cavallo de poco valor‖, y adopta una nueva identidad para
participar en los famosos torneos de Londres: la del Caballero del Liocornio137. Este cambio de
nombre viene reforzado por el hecho de que, como pronto descubre, sus amigos lo dan por muerto,
celebran su funeral y lloran su muerte. Pese a encontrarse con ellos en Londres, a donde acuden
como la compañía de los Caballeros del Luto, vestidos con armas negras, don Belianís no se da a
conocer. Así, los torneos de Londres son una suerte de período de prueba autoimpuesto: no solo
permanece en el anonimato y participa en los torneos con unas armas humildes que no corresponden
a su estatus social y caballeresco sino que, además, se lo da por muerto, y él no hace nada para
deshacer el equívoco138.
Simbólicamente, los torneos duran tres días; la noche del segundo día, el secreto de don
Belianís queda al descubierto, puesto que la inquieta Claristea lo espía por la noche y, tras verlo
dormido sin el yelmo puesto, lo reconoce, para, seguidamente, robarle sin ningún escrúpulo su
preciada espada y su relicario139.
Al día siguiente, una enviada de la sabia Belonia entrega nuevas armas a don Belianís, por
las cuales se lo conocerá como el Caballero de las Armas Resplandecientes. Por tanto, al tercer día
don Belianís renace o ―resucita‖ como caballero y como persona, puesto que con estas nuevas y
137
Muchos son los sobrenombres de don Belianís a lo largo de sus aventuras en la Tercera y quarta parte:
Caballero del Liocornio, Caballero de los Fuegos, Caballero de las Armas Resplandecientes, Caballero de las
Coronas…; cada una de estas denominaciones corresponde a una nueva aventura o etapa. En este caso, el
Unicornio o Liocornio –llamado así en virtud de su cola de león, lo que le aporta un nuevo aspecto de
ferocidad y nobleza– tiene unas connotaciones claras, por las cuales fue un motivo ampliamente difundido en
la heráldica: ―Si consideramos que la castidad era una de las principales virtudes caballerescas, no debe
sorprendernos hallar al unicornio representado en muchos sellos y escudos de las armas de los caballeros.
Tenía cierto aire esencialmente aristocrático. Su semejanza con el caballo, siempre asociado a los caballeros,
resultaba sugerente, pero aún más importante era su devoción por las mujeres bellas. Era feroz, altivo y
peligroso para sus enemigos, como un caballero, pero también era amable; tenía la dignidad de la soledad, era
bello y fuerte; pero lo más importante era que actuaba como protector de otros animales contra la vileza de sus
enemigos‖ (Shephard, 2000:82). Don Belianís acude a los torneos de Londres acompañado por una doncella
agraviada –no tarda en derrotar a su agresor–, tras haber hecho voto de no permanecer más de un día junto a la
misma persona. Tanto la compañía de la joven como sus deseos de justicia y soledad son aspectos que encajan
a la perfección con las atribuciones del unicornio, como hemos visto.
138
En ciertos aspectos podríamos comparar esta muerte simbólica con el retiro a la Peña Pobre de
Amadís/Beltenebros y, más adelante, con la reacción de Belflorán tras el rechazo de Belianisa. Sin embargo,
tanto el voto de soledad de don Belianís como su deseo de mantener en secreto que sigue con vida, no están
motivados por ningún conflicto amoroso y no son explicables desde este punto de vista. Encontraremos, de
hecho, más similitudes con el episodio amadisiano en el caso de don Clarineo, hermano del héroe que, como
veremos, habrá de purgar sus errores amorosos viviendo ―a lo salvaje‖ durante muchos años en una isla
desierta.
139
―La espada es sustancialmente el elemento de defensa, pero también el de la virilidad prolongada‖ (Cacho
Blecua, 1979: 43). Claristea devolverá el relicario a su dueño al día siguiente pero, significativamente, habrá de
ser Belflorán, el hijo de don Belianís, quien muchos años después recupere la espada de su padre. En este
mismo momento del relato, Florisbella está ya encinta y a punto de dar a luz a Belflorán en el Castillo de la
sabia Medea.
77
espléndidas armas se hace con la victoria en el torneo y se desvela, por fin, su identidad.
Y renace para lograr el más alto honor de la caballería, puesto que a partir de ahora don
Belianís será el capitán de los nuevos caballeros de la Tabla Redonda. Sin embargo, para ganarse ese
honor todavía deberá superar otra prueba: tras haber combatido y derrotado a los mejores caballeros
de su tiempo, aún tendrá que demostrar su valía ante los mejores caballeros de todos los tiempos. Y
así, poco antes de que acabe el torneo, se presenta en la plaza el encantado Castillo de la Fama,
donde habitan los nueve Caballeros de la Fama, los que tradicionalmente fueron los mejores
guerreros de la historia140. Los principales caballeros del torneo afrontan el reto, pero, nuevamente, la
aventura estaba predestinada solamente a don Belianís; este, que ya había derrotado anteriormente a
tres de los Nueve de la Fama (Héctor, Troylo y Bandenazar), se enfrenta a los seis restantes,
capitaneados por el mítico rey Artús de Bretaña.
Una vez ha obtenido la gloria máxima de la caballería, siendo proclamado como el mejor
caballero de todos los tiempos, don Belianís obtiene un puesto de honor en la Tabla Redonda como
capitán. Sin embargo, existe todavía una silla vacía, reservada a alguien que aventajará al héroe en
hechos y valor. De esta manera se anticipa la llegada de Belflorán, el hijo de don Belianís y
Florisbella, cuyo extraordinario alumbramiento, que tendrá lugar unos capítulos más tarde, nos
indica que, con toda probabilidad, será el destinado a superar los logros del padre.
Vencidas las pruebas de la lealtad amorosa, del enfrentamiento contra lo sobrenatural, de la
muerte y renacimiento simbólicos, y de la más alta caballería (es el nuevo capitán de la Tabla
Redonda y de los Nueve de la Fama), don Belianís se dirige por fin a Asiria, viajando en el mágico
Castillo de la Fama. Por el camino reafirma su condición de caballero escogido, rescatando nada
menos que al sabio Merlín, atrapado en su tumba desde tiempos remotos. Don Belianís lleva a cabo
la tarea de liberarlo, asignada en principio a Tristán, que nunca acudió en ayuda del desdichado
mago141.
Después de una breve parada en Troya, donde lucha para liberar a su amigo don Palineo de
la Ventura y se reencuentra con su padre, ambos reemprenden la queste y no tardan en llegar al
140
Los nombres de los Nueve de la Fama varían según autores, y Fernández solo cita a cuatro, pero parece
estar comúnmente aceptado que el grupo se componía, desde la Edad Media, de tres héroes paganos, tres
bíblicos y tres cristianos. El origen de los Nueve de la Fama está en la obra de Jacques de Longuyon, Les Vœux
du Paon (para la herencia en castellano, véase Bautista, 2009, y Arizaleta, Beltrán y Bautista, 2011). El tema
gozó de cierta popularidad en el Renacimiento: como ejemplo tenemos la Casa de la Fama de Chaucer o la
Chronica llamada el triunpho de los nueue mas preciados varones de la fama, más conocida como Los Nueve
de la Fama, de Antonio Rodríguez Portugal, que fue publicada en Valencia, en la imprenta de Juan Navarro, en
1532. En la descripción del Castillo de la Fama, Roubaud señala también la influencia de las Doscientas del
Castillo de la Fama, de Alfonso Álvarez Guerrero (1520) y de las ―tramoyas alegóricas que solían ensalzar, en
la vida real, la celebración de las fiestas públicas‖ (1999: 80). A propósito de la obra de Álvarez Guerrero,
véase el trabajo de Tubau (2012).
141
A partir del siglo XIII, las dos ramas de la materia de Bretaña (la leyenda artúrica y la tristaniana) se funden
en una al hacer a Tristán caballero de la Mesa Redonda (Alvar, 2002: 62).
78
castillo de la sabia Medea, donde han de superar el reto impuesto por esta142, una especie de
competición caballeresca que tiene más de deportiva que de amenazadora, en la que el mejor
caballero del mundo, es decir, aquel que gane el castillo, merecerá la mano de la dama más hermosa.
Efectivamente: a pesar de que las princesas han sido tratadas a cuerpo de reinas, y de que la
sabia Medea se ha presentado ante ellas como su amiga y aliada, los caballeros que acuden al castillo
deben llegar hasta las ―prisioneras‖ por la fuerza de las armas143. El propio Marte se encarga de
enviar contra ellos a sus más aventajados guerreros, entre los que se encuentran héroes míticos como
Hércules, Jasón, Ájax o Eneas; grandes generales históricos, como Aníbal o Cipión; e incluso dioses,
como Plutón. Los caballeros derrotados son apresados, pero los que vencen quedan como guardianes
del castillo, en virtud de un extraño encantamiento. Por este motivo, cuando don Belianís y su padre,
don Belanio, llegan por fin al Castillo de la sabia Medea, deben enfrentarse no solo a los grandes
guerreros de Marte, sino también a sus propios amigos.
Esto, como decíamos, no parece otra cosa que un juego, una competición caballeresca que
tiene sus propias reglas que ninguno osa desobedecer144.
En un principio, parecía que don Belianís estaba destinado a llegar el primero al Castillo de
la sabia Medea. Pronto descubrimos, con relativa sorpresa, que esto no es así; una gran multitud de
caballeros ha llegado antes que él, incluido su más odiado rival: Perianeo de Persia. Comprendemos
entonces que el objetivo no era llegar el primero, sino ganar el castillo; y así, resultaba conveniente
que don Belianís llegase el último para, una vez más, triunfar donde todos los demás habían
fracasado.
Una vez en las puertas del castillo, el reto se concreta: no solo debe vencer a todos los
caballeros y monstruos enviados por Marte para probarlo, sino que además debe hacerlo antes que
Perianeo de Persia, con quien ha de competir por ser el primero en llegar a las princesas, puesto que
ambos acometen la prueba a la vez.
Ahora sí, el reto del castillo de la sabia Medea se ha convertido en una carrera; pero una
carrera en la que solo participan los dos caballeros más destacados de la novela hasta el momento.
142
―Yo soy la sabia infanta Medea –respondió la dueña–, que, para tu descanso y el mío, esta aventura por mi
saber ordené‖ (fol. 16-vº).
143
Aguilar Perdomo comenta un episodio similar en el Amadís de Grecia, en el que la doncella Niquea debe
ser rescatada del castillo mágico en el que se encuentra encerrada. ―De esta manera el castillo cumple la
función de ser prisión y a la vez prueba amorosa, pues Niquea únicamente podrá ser liberada por el caballero
más extremado en amores‖ (2007:135).
144
Por ejemplo, está el hecho de que se pide a los caballeros que combatan de dos en dos; es evidente que las
princesas raptadas no han estado en peligro en ningún momento, y los caballeros lo saben; de lo contrario,
habrían sitiado el castillo, empleando ardides como los que utilizan en guerras como la de Troya y la de
Constantinopla, donde todo vale con tal de obtener la victoria. La rabia y el dolor por el rapto de las doncellas
no parecen ser más que una pose, un guión aprendido: todos los caballeros están dispuestos a participar en el
juego, y asumen alegremente su papel de enamorados ―salvadores‖, acatando las reglas de la competición sin
dudarlo ni un instante. Así, ―el camino de obstáculos del caballero para obtener a su dama, que antaño se
situaba entre la proeza y la penitencia, se convierte ahora en un juego palaciego, en ocasiones caprichoso y en
otras puramente deportivo‖ (Trujillo, 2007: 286).
79
Tanto Perianeo como don Belianís encarnan las más altas virtudes de la caballería; don Belianís es el
mejor caballero cristiano, y Perianeo el mejor caballero pagano y su más digno rival. En la ―final‖ de
la competición solo han quedado los dos mejores, y pronto ambos se olvidan de vencer las pruebas
de Marte para concentrarse en ser más rápido que su contrario.
Tras una dura batalla, don Belianís logra vencer a Perianeo de Persia, quien no es solo ―su
más mortal enemigo‖, sino su principal rival por el amor de Florisbella. Esta era la última prueba que
el héroe debía superar: Marte lo presenta ante Cupido como el mejor caballero del mundo, y Cupido
le entrega la mano de Florisbella como recompensa145.
Desde el momento en que el juego del castillo de la sabia Medea se plantea como una
competición entre hombres para obtener el favor de una dama que actúa como señuelo, se convierte
en una reelaboración del juego del amor cortés146. El héroe ya había logrado el amor de su dama,
pero ahora debía demostrar ante los demás que merece ser su esposo. Una vez rescatada Florisbella,
don Belianís se ha ganado su mano por derecho propio, y no tardará en contraer matrimonio con
ella147. Su larga queste ha finalizado.
b) En busca de Belflorán
Una vez celebrado el matrimonio público, Florisbella confiesa a don Belianís que, durante su
estancia en el castillo de la sabia Medea, dio a luz a Belflorán, el hijo de ambos, y que el sabio
Merlín se lo llevó lejos para educarlo. Pese a la amenaza de guerra que pesa sobre Constantinopla,
don Belianís decide salir en su búsqueda y, de paso, tratar de encontrar también a don Clarineo, su
hermano desaparecido.
Esta nueva queste, como si de una novela bizantina se tratara, lleva a don Belianís a las
costas de África, después de que su barco haya naufragado tras una tempestad. Allí, de la cumbre de
la caballería desciende al más ínfimo escalafón social, puesto que los moros lo capturan y lo venden
como esclavo al alcaide Brandasides. Sin embargo, no parece importarle esta humillación; de hecho,
en lugar de la cólera y el orgullo caballeresco, el héroe pone aquí en juego toda su astucia: oculta su
145
Pomer y Sales (2009) comentan extensamente este episodio y destacan que la presencia de héroes y dioses
mitológicos está pensada para reafirmar la superioridad del héroe, que de esta manera queda ―sancionada por la
autoridad de unos personajes sumamente cualificados para formular este privilegio‖ (p. 121).
146
En sus orígenes, como argumenta Georges Duby, el amor cortés se planteó como un método de educación
sexual para los jóvenes caballeros que aún no habían encontrado una esposa para formar una familia e
integrarse en la sociedad y que, frustrados, se comportaban de manera agresiva con damas y doncellas. Por un
lado, el juego del amor cortés enseñaba al joven a controlarse, lo ―domesticaba‖, y a la vez preparaba el
terreno para su encuentro con la dama. Así aparecen códigos como el De amore de Andreas Capellanus, que
venían por parte de la Iglesia en un intento de ritualizar el deseo y canalizar las insatisfacciones de esposos y
solteros, ya que algunos de estos estaban a veces condenados al celibato. Por otro lado, realzaba los valores
caballerescos, puesto que solo los nobles podían participar en él.
147
Así, la relación entre don Belianís y Florisbella se ajusta al patrón más extendido dentro del género, que
desarrolla la unión amorosa entre los protagonistas en cinco fases sucesivas: ―enamoramiento, dificultades del
amor (...), relación sexual en citas nocturnas (con matrimonio previo, a veces), breve referencia al embarazo y
alumbramiento, y matrimonio público‖ (Bueno y Cortijo, 2010: l).
80
identidad y la de sus compañeros bajo un disfraz de marinero, advirtiéndoles que no revelen su
nombre:
encomendando a todos el príncipe el secreto de quién él fuesse, avisándoles que en aquello
estava ser todos libres, porque de otra suerte quedarían para siempre captivos, prometiendo
de en breve liberarlos (fol. 115-rº).
Después convence al alcaide para que los compre a todos, hablándole, además, en su propia
lengua. No vemos, pues, en ningún momento, una gran preocupación por parte de don Belianís, a
pesar del brutal cambio de su fortuna. El héroe tiene fe en su buena estrella y parece convencido de
que, si oculta su identidad y emplea su inteligencia, pronto se le presentará la oportunidad de
escapar. Sin embargo, tras ser aherrojados, el narrador nos dice que
Del mal tratamiento no le pessava mucho a don Belianís; antes le plazía, porque el alcayde se
fiava tan poco (fol. 115-rº).
Entran aquí en conflicto el hombre astuto y el caballero orgulloso. Por un lado, don Belianís
trata de ganarse la confianza de Brandasides para poder encontrar así una oportunidad para escapar;
por otro, es el mejor caballero del mundo, y le complace que su captor lo considere un hombre
peligroso. De esta manera, el autor nos descubre que, bajo la actitud aparentemente servil del héroe,
todavía late un corazón orgulloso.
Don Belianís y sus compañeros aceptan su nueva condición de esclavos y trabajan durante
un tiempo para Brandasides. Y por fin, la ocasión se presenta: don Belianís se encuentra
oportunamente cerca para salvar la vida del alcaide, atacado por un grupo de caballeros traidores.
Esto desencadena una serie de acontecimientos que lo llevan a ganarse el favor de la princesa
Troyana de Cartago y a defender a Brandasides y al caballero Zoroaydes de la cólera del rey
cartaginés, bajo la identidad del Caballero de los Fuegos148.
De esta manera se abre un nuevo ciclo de aventuras en África, donde don Belianís, con otro
nombre y otra divisa, volverá a afrontar una serie de pruebas. La primera, como hemos visto, suponía
verse despojado de su orgullo y su libertad, y obligado a trabajar como esclavo de un pagano.
Poniendo en juego la humilitas que era deseable en todo buen caballero cristiano149, don Belianís ha
soportado este duro revés de la fortuna y ha salido triunfante. Tal vez esta lección de humildad esté
preparándolo para afrontar, en un futuro cercano, el hecho de que sus hazañas se verán superadas por
148
También Tirant lo Blanc naufragaba y llegaba a las costas de África, donde entraba al servicio del Caudillo
de Caudillos del rey de Tremicén. Tras salvar la vida al rey y a su hija, la princesa Maragdina, Tirant se gana
su gratitud y el amor de ella, le conceden la libertad y se queda para ayudar a su señor en la guerra que
mantiene contra el negro Escariano. El caso de don Belianís es muy similar; si bien Troyana no llega a
enamorarse de él, Fernández no ha podido resistir la tentación de introducir a otra princesa mora que suspire
por el favor del héroe: se trata, como veremos más adelante, de Dolisena, hija del rey de Garamantes.
149
―Si justicia y humildad fuesen contrarias, caballería, que concuerda con justicia, sería contra humildad y
concordaría con orgullo. Y si caballero orgulloso mantiene el oficio de caballería, otra caballería fuera aquella
que comenzó por la justicia y para mantener a los hombres humildes contra los orgullosos injustos‖ (Libro de
la orden de caballería, p.42).
81
un caballero que resultará ser mejor que él: su hijo Belflorán.
Tras abandonar Cartago, don Belianís prosigue su viaje a través de África hacia Egipto,
atravesando el desierto150. En Egipto conocen a las princesas Dolisena y Meridiana, hijas del rey de
Garamantes, enemigo de la casa de Grecia. Dolisena se enamora de don Belianís, y persiste en su
amor incluso después de conocer su identidad y de que él le descubra que está casado con otra
mujer151.
La aventura del templo de Amón, relatada a continuación, reproduce una situación tópica en
los libros de caballerías. Es habitual que todo tipo de damas y doncellas de alta guisa se enamoren
del héroe; pero este, como buen amante cortés, debe permanecer fiel a su dama. La única manera de
romper su determinación es mediante la magia y el encantamiento (Whitenack, 1994). Dolisena no
es una maga152, pero el templo de Amón está encantado y, cuando ella y don Belianís entran en él,
este cree hallarse junto a su amada esposa, Florisbella. Durante los días que permanecen atrapados en
el templo, don Belianís deja encinta a Dolisena, que no lo saca de su error. Con el nacimiento, más
adelante, de los gemelos Dolistor y Polisteo, don Belianís se encontrará con dos hijos ilegítimos,
algo impensable en un caballero que debe ser modelo de amante fiel. Sin embargo, esta falta no es
achacable al héroe, puesto que actuó engañado y convencido de que la dama que lo acompañaba era
Florisbella; con lo cual, moralmente, su fidelidad sigue siendo intachable.
Sin embargo, significativamente Cupido, que se encuentra también prisionero en el templo,
le advierte que la aventura no está reservada para él. Es la primera vez –si exceptuamos el detalle del
asiento prohibido de la Tabla Redonda– que una aventura no puede ser emprendida por don
Belianís153. Es una nueva alusión al futuro héroe de la novela, Belflorán de Grecia; pero puede que se
trate también de un castigo de Cupido por no haber sabido distinguir a Florisbella de Dolisena. Don
Belianís ya no es digno de probar los desafíos del dios del amor porque, aunque no es del todo
culpable de infidelidad, tampoco es del todo inocente.
Siguen catorce años de búsqueda incansable, a lo largo de los cuales continúa preparándose
150
El desierto es visto desde el Antiguo Testamento como un lugar de pruebas y de tentaciones; en la Edad
Media se convirtió en el ideal de la vida eremítica, en oposición a la ciudad, espacio de pecado (Le Goff 1999:
25-30). El viaje de don Belianís por el desierto no solo supondrá un desafío a su resistencia física como
caballero y una purificación de su espíritu sino que, además, le traerá una nueva tentación en la que deberá
demostrar, una vez más, su fidelidad amorosa: su encuentro con Dolisena.
151
La situación es similar a la provocada por Claristea en Alemania, pero en este caso al héroe le resulta mucho
más sencillo rechazar a la doncella, puesto que el matrimonio público ya se ha celebrado y don Belianís no
tiene ya motivos para mantener en secreto el nombre de su amada.
152
Veremos más adelante, en el episodio de Perianeo y la sabia Ginebra, un ejemplo de maga que obtiene el
amor de un caballero.
153
Previamente, como ya hemos visto, don Belianís había fallado en la aventura de Legiadra, siendo vencido
por su rival, Perianeo de Persia; pero en esta ocasión se trataba de probar quién superaba a todos en amor
desgraciado, así que no es extraño que fuera otro quien obtuviese ese dudoso honor, puesto que el héroe estaba
ya felizmente casado.
82
la guerra de Constantinopla154, don Belianís se encuentra con la princesa Hermiliana y ambos
rescatan a don Clarineo, que llevaba años cumpliendo penitencia en una isla desierta del Caribe. Una
vez concluido el primer objetivo de la búsqueda, y tras un corto viaje por España y Francia,
finalmente el sabio Merlín proporciona al héroe un medio para llegar hasta donde se encuentra su
hijo.
Del mismo modo que en la queste de Florisbella, don Belianís debe penetrar en el castillo
encantado donde se halla Belflorán como prueba final para lograr su objetivo. El castillo del sabio
Silfeno no presenta ese ambiente festivo y deportivo del castillo de la sabia Medea. Gigantes,
dragones, vestiglos y pavorosas apariciones entorpecen el camino del héroe, en un entorno mucho
más oscuro y siniestro, de modo que la expedición adquiere de pronto las connotaciones de un
auténtico descensus ad inferos:
Repressentáronsele ter[r]ibles y espantossas bisiones, tan feas como las infernales, unas con
espadas y otras con otras armas, haziendo acometimiento de herirle, con los quales muchos
golpes le hazían dar en baçío, reparándosse al ayre. Hazíanle andar de una parte a otra, medio
tonto. Mas, atinando a una parte por donde le pareçía ver claridad, poniendo para ello todo su
esfuerço, llegó allá; y, saliendo por una pequeña puerta, vio delante de sí un río grande, más
turbio que el Leteo. Por encima d‘él andava una mortal niebla, tan ciega y escura que no
dexaba ver veynte pasos de la temerosa corrida. Parescía que venía herbiendo, rebuelto con
çeniça. Tenía otra cosa más mostruossa: que por el río parescía gran copia de temerossos
dragones y otras fieras del agua, mayormente unos temerossos cocodrillos, los quales por
todo él cubrían un fuego qual se mostrava en el cielo la noche del verano que, abiendo
preçedido gran calor el día antes, por entre las nubes pareze mostrarse la rexión del fuego
(fol. 144vº).
Don Belianís no puede acometer solo la aventura, por lo que el sabio Merlín acude en su
ayuda como auxiliar contra magia y encantamientos. Este punto resulta un poco contradictorio,
puesto que había sido el mismo Merlín el encargado de llevarse a Belflorán al castillo del sabio
Silfeno, que hasta ahora se había presentado como un entorno mucho más agradable y propicio para
la educación del joven infante. Probablemente en sus inicios esta aventura estaba pensada como una
prueba deportiva semejante a la que coronaba la queste de las doncellas raptadas, pero terminó
evolucionando hacia un enfrentamiento del héroe con lo sobrenatural demoníaco y peligroso155;
llama la atención en este sentido la advertencia previa de Merlín, que recuerda a las prohibiciones
que debe respetar el héroe que se adentra en el Más Allá como, por ejemplo, la de no probar la
comida que le ofrezcan, so pena de quedar atrapado allí para siempre:
154
Resulta inverosímil que una guerra tarde catorce años en iniciarse desde el momento de ser anunciada;
evidentemente, Fernández necesitaba que su nuevo héroe, el infante Belflorán, creciese lo suficiente como para
poder participar en ella como caballero.
155
De hecho, la aventura estaba profetizada desde la Segunda Parte: ―Y assí fue la verdad, que en este castillo
estuuo preso el príncipe Uelflorán, hijo del príncipe don Belianís y de la princesa Florisbella, hasta tanto que
fue de edad de tomar armas, como en la Tercera Parte desta Hystoria se verá, que grandes trabajos causó su
libertad‖ (Belianís, II, p. 436).
83
De una sola cosa os aviso: que a ninguno deis aquí dentro la orden de cavallería, porque
quedaréis para siempre perdido. Lo demás, todo está cometido a vuestro esfuerço, que para
mayores cosas que estas basta (fol 143-rº).
Naturalmente, Belflorán rogará con insistencia a su padre que lo arme caballero cuanto antes,
pero don Belianís seguirá el consejo del sabio y dejará la investidura de su hijo para otra ocasión más
propicia. Así, por un lado, el autor tiene la oportunidad de desarrollar una ceremonia de investidura
fastuosa y solemne para el nuevo héroe, en contraste con la precipitación con la que había sido
armado don Belianís en la Primera Parte156; al mismo tiempo, además, a través de la prohibición del
mago se subraya el carácter sobrenatural de la incursión en el castillo, de la que el héroe sale
triunfante gracias a un ayudante mágico.
Una vez superada la prueba, padre e hijo escapan del castillo y Belflorán conoce por fin sus
orígenes y su verdadera identidad. Esta queste ha durado más tiempo que la anterior y, sin embargo,
no propone tantos desafíos al héroe; es evidente que don Belianís, que ha llegado al culmen de la
caballería, no necesita probar nada más. A partir de ahora será su hijo, Belflorán, quien concentrará
la atención del autor y de los lectores y oidores.
1.3. El sucesor: Belflorán de Grecia
Resulta habitual en los libros de caballerías que los héroes engendren hijos que continúen o
incluso superen sus hazañas. Es lo que Green ha llamado ―la sucesión potencial del héroe por medio
del nacimiento de un heredero‖, y que ―hace posible la continuación de la historia en otro libro y
explica la existencia de los llamados ciclos caballerescos‖ (Green, 1977: 355). Esto se refleja
también en los títulos de las obras: la primera entrega del Belianís hace solo referencia al padre
(Hystoria del magnánimo, valiente e inuencible cauallero don Belianís de Grecia), mientras que la
segunda incluye ya al hijo en segundo plano (Tercera y quarta parte del imbencible príncipe don
Belianís de Grecia, en que se cuenta la libertad de las princessas que de Babilonia fueron llevadas,
con el nascimiento y hazañas del no menos valeroso príncipe Belflorán de Grecia, su hijo) y la
última lo presenta al mismo nivel que el padre: Quinta parte de don Beleanis [sic] de Grecia y su
hijo Velfloran, con sus grandes hechos.
El autor presenta, por tanto, a un nuevo héroe que debe ganarse las simpatías de los lectores
desde el principio, y prepara el terreno para que quede claro que el recién llegado no será un
personaje más; que está destinado a realizar grandes actos que igualarán e incluso superarán a los de
su padre.
156
Tal vez esto responda también a la propia evolución histórica de la ceremonia, que se va cargando de
simbología y complejidad a medida que se desarrolla la cultura caballeresca (Bueno y Cortijo: xxxi).
84
1.3.1. Nacimiento heroico
Belflorán de Grecia nace en un espacio mítico y maravilloso: el castillo de la sabia Medea.
Quien asiste a su madre, Florisbella, durante el parto es nada menos que la diosa Juno157:
la princesa parió un infante tan hermoso de mirar como lo es el claro y rubicundo sol puesto
en las mares de España; nasció en los braços de Iunno, que alegre era de ver cosa tan bella
(fol. 60-vº - 61-rº).
Además, Belflorán nace con la marca del héroe158:
hera cosa assaz maravillosa de ver que en medio de los pechos tres estrellas; las dos blancas,
que sobre la blancura suya se dexavan assaz mirar; la otra era bermeja, del color de un
ardiente rubí. Junto a cada una d‘ellas tenía una letra muy bien tallada, cuya significación
Iunno dezir no les quiso, diziendo que adelante con el tiempo serían todas aquellas cosas
claramente conoscidas (fol. 61-rº).
La descripción de la marca de Belflorán recuerda mucho a la que presenta otro conocido
héroe caballeresco en el momento de su nacimiento:
Estonces encendieron una vela y, desembolviéndolo, vieron que tenía debaxo de la teta
derecha unas letras tan blancas como la nieve, y so la teta isquierda siete letras tan coloradas
como brasas bivas; pero ni las unas ni las otras supieron leer, porque las blancas eran de latín
muy escuro, y las coloradas, en lenguaje griego muy cerrado (Amadís, II, cap. LXVI, p.
1004)159.
Las letras en el pecho de Esplandián revelan su nombre y el de su amada, lo cual supone una
extraordinaria predestinación que se pone de manifiesto ya desde el mismo momento del nacimiento.
No llegamos a conocer el significado de las marcas de nacimiento de Belflorán, cuya explicación tal
vez reservaba Fernández para la quinta parte de la obra.
Las marcas de nacimiento sirven para señalar la llegada de un ser superior y extraordinario;
en este sentido, Belflorán destaca claramente sobre su padre desde la cuna, puesto que, como
veíamos, el nacimiento de don Belianís era completamente anodino. Las marcas suelen cumplir
también una función determinada en el relato: gracias a ellas, la madre puede reconocer a su hijo
perdido tiempo atrás160. En el caso de Belflorán, esto no sucede así; pero más adelante veremos
reflejado este mismo aspecto en el caso de los gemelos Dolistor de Nubia y Polisteo de la Selva, los
hijos perdidos de Dolisena y don Belianís.
Es la propia Juno quien escoge el nombre del infante: Belflorán de Grecia, formado a partir
157
Juno, esposa de Júpiter, era también la diosa del hogar y auspiciaba los nacimientos.
Thompson T563: ―Birthmarks‖. Sobre las marcas de nacimiento como característica heroica véase Gracia,
1991: 137-43.
159
Citamos por la edición de Cacho Blecua (1991).
160
También suele ser habitual que los héroes sean abandonados o raptados nada más nacer y, por tanto, crezcan
y se eduquen lejos del núcleo familiar, desconociendo su linaje. Es lo que sucede con Amadís y el mismo
Esplandián.
158
85
de los nombres de sus padres (Belianís y Florisbella) y con la terminación del nombre del caballero
en cuyo nacimiento parece inspirarse Fernández para describir el de su nuevo héroe: Esplandián161.
Después, el sabio Merlín hace acto de presencia para llevarse al infante para bautizarlo y
educarlo:
por la puerta vieron entrar un hombre viejo, y al parescer de autoridad. Con él venía la sabia
Medea, que lo traýa por la mano. Juntos llegaron hasta la cama de la princesa, que
maravillada y con (ver)vergüença estava; y haziendo su acatamiento a Juno, Medea le dixo:
–Soberana princesa; cumple, si de la vida del príncipe, vuestro hijo, gozar queréys, que le
deys a este estimado sabio que comigo viene, que le pondrá en la parte donde un tal príncipe,
y que con razón será tan valeroso, deve ser criado.
–¡Ay de mí! –dixo la princesa–, mi señora, ¿y cómo queréys llevar tan cedo al infante, que
aún apenas de su vista he gozado un solo punto? Mas como quiera que sea, hazed a vuestra
voluntad.
Entonces se quitó un preciado relicario del cuello, que el príncipe don Belianís le diera; y,
poniéndosele a él, llamando al viejo, le dixo que por cortesía le dixesse quién era, para que
ella pudiesse tener qüenta a quién el infante avía encomendado.
–Sabed, soberana señora –dixo el viejo– que yo soy el sabio Merlín, si mi nombre jamás
avéys oýdo, que en lo que a vuestro servicio tocare continuamente tengo de ser el primero.
Entonces la princesa le hizo acercar a sí, y en secreto le encomendó que al infante diesse
luego el agua del baptismo, sin la qual no podía ser salvo, y que aquello llevasse en principal
encomienda, que con ello quedaría ella algún tanto consolada. Merlín se lo prometió. Y como
la necessidad no suffría dilación, tomó luego el niño en sus braços, y Juno le mandó, con
acuerdo de la princesa, que le llamassen el infante Velflorán de Grecia. Y a la hora
súbitamente desapareció con el infante, dexando a la princesa con el alegría que quedan
aquellos que en sueños se les ha representado aver hallado un rico thesoro, y quando
despiertan se hallan sin cosa alguna (fol. 63-vº).
La formación del infante parece motivo suficiente para su alejamiento de su madre, pero no
es el único. Florisbella es todavía una mujer soltera, y ha mantenido en secreto su embarazo durante
su estancia en el castillo de Medea, con la ayuda de la propia Medea y de su amiga Matarrosa. Al
igual que otras damas antes que ella, como Elisena y la misma Oriana, se ve obligada a ocultar el
nacimiento de su hijo y a separarse de él.
El nuevo hogar de Belflorán será el castillo del sabio Silfeno, donde, al cuidado de una
duquesa que hará de ama de cría y de un santo ermitaño que se encargará de su educación162, ―con
compañía abundante de cavalleros y gente de servicio‖, Belflorán permanecerá los siguientes veinte
años.
161
La partícula Bel- hace referencia, como en el caso de su padre, a la belleza física del caballero. Marín Pina
hace notar, además, que muchos héroes caballerescos ―llevan en su nombre la raíz de la flor, imagen
arquetípica del alma, de la belleza y de la fugacidad. Florisando, Floriseo, Florindo, Florambel de Lucea,
Florisel de Niquea, Florando de Inglaterra, Floramante de Colonia, etc., son, en expresión típica del género, la
flor de la caballería, lo más granado de la orden a la que pertenecen‖ (2011b: 229).
162
―Los personajes jóvenes, que están en el proceso de aprender y obtener experiencia, normalmente
encuentran ayuda y consejo en un ermitaño u hombre santo. Éste es un aspecto de la educación del caballero,
que incluso aparece más claramente en los libros de caballerías, en los que este personaje frecuentemente
adquiere el papel de preceptor o tutor‖ (Campos García-Rojas, 2005: 30). En el caso de Belflorán, la presencia
del hombre santo es importante, puesto que Merlín, como mago relacionado con el demonio, no puede
encargarse de su formación espiritual. Veremos también que los gemelos Dolistor y Polisteo serán educados
por otro ermitaño, pero en este caso no se trata de un hombre cristiano, debido a que viven en la tierra de su
madre, la princesa de Garamantes. Todos estos factores determinarán su posterior adhesión a la alianza pagana
y los llevarán a luchar contra las huestes de su propio padre.
86
1.3.2. Iniciación caballeresca
Es entonces cuando llega al castillo su padre, don Belianís, en su busca. Tras una larga
queste que ha durado más de quince años, por fin el sabio Merlín se ha dirigido al héroe para
revelarle el paradero de su hijo163. Pero, como hemos visto, una de las condiciones para rescatar a
Belflorán –que, misteriosamente, está ahora atrapado en el castillo encantado–, consiste en que don
Belianís no debe armarle caballero dentro del recinto del castillo.
El joven se reencuentra con su padre y le son revelados su nombre y su linaje164, pero todavía
no es un caballero, ni lo será tampoco durante su primera acción propiamente caballeresca, llevada a
cabo junto a su progenitor: recuperar el imperio de Babilonia, usurpado por un grupo de traidores.
Una vez hecho esto,
por todo el ymperio se mandaron juntar cortes, en las quales Belflorán fue jurado por príncipe
heredero de los estados (fol. 147-rº).
Naturalmente, como hijo primogénito de Florisbella de Babilonia, Belflorán es el heredero
de su imperio. Sin embargo, no deja de resultar chocante la facilidad con que se le reconocen sus
méritos, al igual que el espléndido recibimiento con que es acogido en Constantinopla y las
espectaculares fiestas que se celebran con motivo de su investidura, en la cual él mismo armará
caballero a otros donceles. La predestinación de Belflorán es tal que se reconoce su valía sin
necesidad de que tenga que demostrarla, simplemente se le juzga en virtud de su linaje.
Esto contraviene las leyes de la caballería y el mérito de la tarea del héroe165. El propio
Belflorán parece consciente de esta circunstancia, y hará todo lo posible por no ser reconocido en sus
primeras aventuras. Se muestra muy contrariado cuando otras personas descubren su identidad166,
porque considera que debe ganarse la honra por sus actos, y no por su alcurnia ni a causa de la fama
ya adquirida por su padre167.
163
Parece claro que tanto el autor como el mago consideraban que hasta entonces Belflorán no había estado
preparado para la vida caballeresca. El único que no parecía saberlo era don Belianís; por tanto, esta segunda
queste no es más que una excusa para correr nuevas aventuras.
164
Resulta una manera un tanto extraña de recobrar la identidad perdida. La mayor parte de los héroes alejados
de su familia deben primero mostrar su valía como caballeros y conocer a la mujer destinada a ellos antes de
recuperar su nombre (véase Gracia, 1991: 192-95). Ha de ser don Belianís quien rescate a Belflorán y le
devuelva lo perdido. Al nuevo héroe, por tanto, todo le viene dado.
165
Todo lo contrario sucede, como veremos, en el caso de otros jóvenes caballeros de la generación de
Belflorán, como Dolisteo, Polistor y Astrideo de Bohemia; todos ellos desconocen su identidad, que no les será
revelada hasta que hayan demostrado su valor.
166
―Pesole a Belflorán que le huviese conocido Hermiliana, y disimulándolo le dize: –No quisiera, mi señora,
por cosa del mundo que me huviérades conoscido, que por otro estado como el de Grecia no dexaré de hazer la
batalla; y, si merced me avéys de hazer, es que disimuléys el averme conocido, con juramento que os hago que,
si otra cosa hazéys, yrme donde nunca parezca; y esta es mi voluntad, sin otra respuesta, y sabed que tampoco
me conoce este cavallero que comigo viene‖ (fol. 238-rº).
167
―Esta carrera exitosa de los ascendentes se convierte en un arma de doble filo para el héroe: lo integra en el
seno de un linaje extraordinario, al tiempo que la fama alcanzada por los antepasados pasa a ser un difícil reto
que tendrá que ser superado. Para ser el mejor habrá que desplazar de la cima de la caballería a los adalides
87
Su ceremonia de la investidura reafirma esta idea. Solo por ser hijo de quien es, al doncel lo
arman nada menos que cinco reyes y un emperador, y la hermosa Belianisa le ciñe la espada168.
Junto con la mujer de su vida, Belflorán conocerá en ese mismo momento al que será su
enemigo: Astrideo de Bohemia. A lo largo de los siguientes capítulos se nos describe la intensa
rivalidad que se desarrolla entre estos dos jóvenes, que se odian sin saber que son primos hermanos y
pertenecen al mismo linaje. Sin embargo, esta enemistad, aunque posee una gran carga dramática, no
tiene la fuerza de la eterna rivalidad entre don Belianís y Perianeo de Persia quienes, además de
competir por ser el mejor caballero del mundo, están divididos por la religión y por el amor de una
mujer. La oposición entre Belflorán y Astrideo se resolverá en el mismo momento en que este
descubra su origen, dejando al nuevo héroe sin un antagonista que pueda aportar más matices a su
personalidad.
Belflorán participará en la batalla que se desarrolla inmediatamente después y será una figura
clave en la guerra de Constantinopla. Es el nuevo caballero mancebo169, sediento de fama y deseoso
de mostrar su valía, que sustituye al héroe anterior, que ya no necesita demostrar nada; sus hechos de
armas, por tanto, comienzan a despuntar ahora, al mismo tiempo que asistimos al comienzo del
declive de don Belianís.
1.3.3. Belflorán enamorado
a) El amor como enfermedad
El nuevo héroe había quedado prendado de Belianisa, princesa de Inglaterra, en el mismo
momento de su investidura, como habíamos visto. Sin embargo, la guerra de Constantinopla no
permite que se desarrolle este sentimiento hasta que se declaran unas treguas. Belflorán deambula
por la corte, espacio de encuentro amoroso, y empieza a mostrar los síntomas de la ―enfermedad‖170:
no solo en las primeras oras, mas en las de la medianoche y mañana parescía encantado o
echo de yerro, porque no dormía ni comía, sino muy poco; a las cosas del amor estava atento,
y como hera muy moço y no procurava librarse sino encadenarse, no salía muy al revés el
subcesso. Estava flaco, y aun su hermosa color muy ajena de lo que ser solía (fol. 168-vº).
más extraordinarios y cuando se tercie, como se verá en otro momento, batallar contra el propio padre y
derrotarlo‖ (Sales, 2004: 21).
168
Belflorán y Belianisa se enamoran en ese mismo instante. La relación entre la iniciación caballeresca y el
primer enamoramiento está presente también en el Amadís de Gaula: es Oriana quien pide a Perión que arme
caballero a Amadís. Aunque históricamente no era habitual que las mujeres estuviesen presentes en las
investiduras, hay que tener en cuenta ―la ideología cortesana en la que la caballería está indisolublemente unida
al amor‖. Al igual que Belflorán, ―Amadís, con un rito iniciatorio, deja a un lado su mundo asexuado anterior.
Se convertirá en hombre cuya personalidad está marcada por el sino amoroso (…). La iniciación transforma al
niño en hombre y al joven en caballero‖ (Cacho Blecua, 1991: 68).
169
―La mancebía se presenta como una edad de lozanía, arriesgada por la soberbia con que puede comportarse
el caballero, pero fundamental para acometer las pruebas de las que va a depender su identidad caballeresca‖
(Gómez Redondo, 2008: 299).
170
Sobre el tema de la enfermedad de amor en los libros de caballerías, véase Aguilar Perdomo (2001) y
Magro García (2010), que incluye entre los síntomas ―palpitaciones, temblores, pérdida del habla, tartamudeo,
vista nublada (...), insomnio, falta de apetito, palidez o amarillez, deseo de suicidio‖ (p. 1264).
88
Sin embargo, y pese a que los signos de su enamoramiento son todo lo canónicos que deben
ser en cualquier amante cortés, sus preocupaciones no tienen nada que ver con la aceptación o el
rechazo de su amada,
paresciéndole que, si él la pidiesse al rey de Ingalaterra, se la daría por esposa; y por otra
parte vía que, si tal hiziesse, le cumplía dexar las armas, y que le haría yr en Babilonia (ibid.).
De nuevo encontramos la disyuntiva entre matrimonio y caballería. Pero lo que más llama la
atención en este fragmento es la total ausencia de la humilitas deseable en cualquier amante cortés.
Él no se considera inferior a su amada, y de hecho está convencido de que obtendrá su mano con
facilidad, porque la merece; pero no está dispuesto a abandonar su vida caballeresca por amor. Quizá
quiera que sea su fama la que hable por él, y no desea que el padre de Belianisa se deje deslumbrar
por su nombre o su linaje, vacíos todavía de hechos de armas significativos. Pero, en cualquier caso,
no es habitual creer segura la mano de la dama, puesto que todo amante cortés sabe que debe
esforzarse para merecer su favor y conquistarla poco a poco. Belflorán no sigue aquí las reglas de la
cortesía, y tampoco lo hará más adelante, como veremos.
Tras pedir consejo sobre el particular a su escudero Balisán, que actuará de confidente e
intermediario entre ambos, opta por escribir a Belianisa una larga carta llena de tópicos, pidiéndole
su favor. Inmediatamente después, Belflorán debe salir de la corte para cumplir con una aventura;
cuando regresa se encuentra con que la respuesta de Belianisa no es la que esperaba. En el fondo, ella
también se ha enamorado de él, pero debe proteger su honestidad y por ello le escribe una carta en la
que, con duras palabras, le reprocha su actitud.
b) El Caballero Sin Amor
Desesperado, Belflorán abandona la corte. No tarda en encontrarse con una doncella que, en
virtud de un don contraignant171, le pide que lleve a cabo una curiosa aventura, cosa que hará de
171
―El «don contraignant» es una de las fórmulas preferidas por los autores de libros de caballerías para
producir aventuras. Este motivo se cimenta en la concesión de un don por el caballero sin saber lo que tendrá
que hacer para cumplirlo, lo cual implica que siempre se desarrolle en dos tiempos: el primero, que
corresponde con la petición y concesión del mismo, y el segundo, que coincide con el de su realización. El
planteamiento del motivo del don reúne las características principales que debe poseer cualquier caballero: su
valentía y obligación de ayudar al desvalido en el momento de su aceptación, y su alto sentido del honor al
cumplir la petición demandada. Al mismo tiempo, es una marca que permite identificar al héroe como un
elegido entre los otros caballeros, y soslayar su predestinación a la aventura‖ (Haro, 1988: 184). Orduna
(1997b) estudió tres episodios de la Primera y Segunda Parte del Belianís de Grecia en los que Fernández
utiliza el motivo del don en blanco. El primero de ellos obliga a don Belianís a ayudar a una doncella a
recuperar el reino usurpado de su padre; el segundo pone a un grupo de caballeros en la tesitura de tener que
revelar su identidad en un momento en que desean permanecer en el anonimato; y, por último, el propio don
Belianís, disfrazado de doncella, pedirá a don Contumeliano un don en blanco como parte del papel que
representa. Orduna concluye que Jerónimo Fernández ―ha usado el tópico con mesura y sin caer en la mera
utilización mecánica de un lugar común más‖ (p. 156). En la Tercera y Quarta Parte los ejemplos de don
89
buen grado. Gracias a un anillo mágico –no en vano la doncella es en realidad el sabio Fristón–,
Belflorán toma la apariencia del Caballero sin Amor, ―henemigo de Cupido‖ y desafía a todos los
caballeros, cristianos y paganos, proclamando ―que las damas heran yngratas y no merecían por
cavalleros leales ser servidas‖ (fol. 178-vº). Por supuesto, esto causa un gran revuelo y mucha
indignación entre los caballeros de la corte, que aceptan rápidamente el reto. También las damas
reciben una carta del Caballero Sin Amor, en la que se las acusa de ser ―crueles y engañosas, no
merecedoras de leales amantes‖ (fol. 179-vº)172. Damas y doncellas, lejos de ofenderse, se toman la
carta ―con la mayor risa‖. Está claro que el Caballero Sin Amor es un bufón, un payaso, que dice
cosas absurdas e impensables en cualquier caballero de alta guisa. Esto no resulta extraño si tenemos
en cuenta que otros ―caballeros desamorados‖, como Dinadán (Tristán de Leonís, 1501), Orsil el
Casto (Lisuarte de Grecia, 1526) o Durteo el Desamorado (Florando de Inglaterra, 1545)
protagonizan episodios cómicos y se presentan como personajes con tintes bufonescos (Lucía y
Sales, 2009: 530-533)173. En su respuesta, las princesas reprochan al Caballero Sin Amor su carta
―poblada de mil desatinos, tales que requieren tu castigo‖; defienden su libertad para elegir
compañero (―que ninguno está obligado a ser contra sí cruel por ser con otro piadoso‖)174 y le
contraignant son todavía más escasos, y los más significativos tienen como destinatario a Belflorán. El más
importante es, precisamente, el que genera la aventura del Caballero Sin Amor. Es curioso que en este caso,
como en el del disfraz de don Belianís de la Primera Parte, sea una falsa doncella quien lo solicite, pues se
trata en realidad del sabio Fristón. El otro episodio reseñable es el don solicitado por Belisenia casi al final del
relato:
–Señor cavallero, vuestra es la gloria del vencimiento de esta morada; mas conviéneos
otorgarme un don.
–Yo os le otorgo –dixo Belflorán.
–Pues avéysme otorgado –dixo Belisenia– de buscarme por todas las partes del mundo seys
años, hasta que me halléys.
Entonces, con un estallido, el castillo y quanto en él avía desapareció, y Belisenia, a la vista
de todos, fue llevada en un carro que muy hermosos grifos llevavan, y con la ligereza posible
fue llevada a las celestiales yslas, juntamente con Margiano (fol. 278-vº)
La resolución de la aventura se deja para la siguiente entrega. Cabe destacar, sin embargo, que a estas alturas
del relato el don en blanco funciona como generador de aventuras, pero solo en la medida en que los caballeros
parecen dispuestos a seguir el juego. Solo así se explica que Claristea tenga que insistir para que don Belianís
abandone una batalla en el capítulo 5 de la Tercera Parte, o que Belflorán, ante el don solicitado por la falsa
doncella, acepte porque ―aún os digo que me biene muy vien‖.
172
Es el tópico de la belle dame sans merci llevado a su extremo. Los amantes corteses se quejan de la
crueldad de la dama, pero con la misma facilidad se la acusa de ―aleve‖ si accede a los deseos del amante. Con
respecto a la naturaleza engañosa de las mujeres, hay una larga tradición en la literatura misógina de la Edad
Media. Véanse al respecto los trabajos de Esteva (1994), Cátedra (1986), Lacarra (1986, 1987 y 1993) y
Mérida (1994a), entre otros.
173
También hay desamorados que exhiben una cierta conducta misógina y anticortesana, una corriente que
siguen autores como Páez de Ribera (Florisando) o Basurto (Don Florindo), que presenta a un héroe
perfectamente cristiano que se aplica a su deber caballeresco sin dedicar su tiempo a asuntos amorosos. Marín
Pina (1991:141) señala que ―este cambio de actitud frente a la mujer y al amor responde en definitiva a los
nuevos aires reformistas, quizá avivados por las repetidas críticas, que desean limpiar el género de
deshonestidades e inmoralidades‖.
174
Años después, también Cervantes pondría en boca de la pastora Marcela –acusada de cruel por haber
rechazado a Grisóstomo, que se ha suicidado– unas palabras semejantes: ―Si como el cielo me hizo hermosa
me hiciera fea, ¿fuera justo que me quejara de vosotros porque no me amábades? Yo no escogí la hermosura
90
recuerdan que, según las normas de la cortesía,
en el amor no ay dos coraçones, sino uno, y este es el de la dama querida, el qual es el
govierno de este peligroso tranze; y si ella te quiere mal, aborrécete tú, y ayuda a tu
propósito, y d‘esta manera a la ventura alcançarás lo que desseas, y a lo menos darás contento
175
a tu dama con cumplir su voluntad (fol. 181-rº) .
Belflorán no había encajado bien el rechazo de su dama y, actuando como un muchacho
inmaduro, consentido e irreflexivo, en lugar de esforzarse por ser digno de ella ha arremetido contra
la condición femenina en general. Esta ―pataleta‖ le costará muy cara, porque, una vez se desvela
que él es el Caballero Sin Amor, pierde el favor de Belianisa, y tendrá que luchar mucho para
ganarse sus simpatías.
En realidad, Belianisa está enamorada de él, como demostrará más adelante al arriesgar su
propia vida para salvarlo en la huerta del dragón del templo de Amón. Pero sigue ocultando sus
sentimientos a Belflorán, asegurándole que lo que vio –a ella misma ofreciéndose en sacrificio para
salvarle la vida– fue fruto de un sueño.
En las justas de Constantinopla, Belflorán logra por fin que Belianisa acepte indicarle las
armas que debe llevar. Tras vencer en las justas (bajo el nombre de Caballero de la Fe, lo cual indica
un significativo cambio de actitud por su parte), Belflorán se despide de Belianisa; ambos acuerdan
encontrarse en Inglaterra un año después.
c) Compromiso y consumación del amor
Tras entretenerse en múltiples aventuras, el héroe llega tarde a su cita con Belianisa,
traicionando nuevamente la confianza de su amada, que cae enferma de tristeza. Para cuando
Belflorán llega a Inglaterra, Belianisa ha sido secuestrada por dos malvados caballeros y su aliado, el
viejo mago Baldano.
Como vemos, también Belflorán debe superar una serie de pruebas para llegar hasta su
dama. Previamente había rechazado sin grandes problemas a Cenobia y Primaflor, que se habían
que tengo (…). Y si los deseos se sustentan con esperanzas, no habiendo dado yo alguna a Grisóstomo ni a otro
alguno, en fin, de ninguno dellos, bien se puede decir que antes le mató su porfía que mi crueldad‖ (Quijote, I,
XIII).
175
Roubaud y Joli (1985) analizan el género epistolar en los libros de caballerías, haciendo mención a la
primera entrega del Belianís, en la que contabilizaban trece cartas, repartidas en cinco categorías: informativas,
peticionarias, de amor airado, de amor apasionado y de desafío. De entre las dieciocho cartas que se
reproducen en la Tercera y Quarta Parte, las más interesantes son las que cruza el Caballero sin Amor con las
damas de la corte. Está claro que su demanda ha sido provocada por un desengaño amoroso, pero él dirige su
reproche a todas las damas en general, y no a una sola. Es una carta de desamor, pero también de desafío. Las
damas no pueden tomar en serio semejante desatino, y le responden también como colectividad. En su carta
rebaten los argumentos del Caballero Sin Amor, aceptando al mismo tiempo el desafío propuesto.
91
enamorado de él176. Ahora debe derrotar a dos de los mejores caballeros de su tiempo y enfrentarse
también a lo sobrenatural, encarnado en Baldano. En esta ocasión, el héroe no cuenta con ningún
ayudante mágico, pero sí con un objeto –su espada– que lo protege de encantamientos.
Una vez hecho esto, Belflorán obtiene el favor de Belianisa, su promesa de matrimonio y
hasta la consumación de su amor177. Si comparamos este proceso con las pruebas que tuvo que
superar su padre, parece ciertamente insuficiente, sobre todo después de la lamentable metedura de
pata de Belflorán en el episodio del Caballero Sin Amor. Sorprende todavía más el relato de esta
consumación:
–No sé, mi señor, cómo crea vuestras palabras ser verdaderas, pues veo que en ninguna cosa
os conformáys con mi voluntad. No sé qué premio pedís a quien se os dio a ssí misma por
esposa. Y, pues ya lo más está tan seguro, no perdáys mi voluntad con pensar de hazerme
algún agravio, y no se diga que me defendistes de lo menos para enojarme en lo que va más,
porque no menos me daría la muerte por esto que si otro qualquiera me hiziese tal ofensa, y
aún mejor, pues solo este remedio quedava para tanto daño.
Turbose Belflorán con estas palabras; y aquí se vey el maldito herror de los enamorados,
porque ni la piedad de las palabras ni parecerle que se aventurava tanto en enojar a su dama
fueron parte para estorvar que no causasen a Júpiter vergüença de averse enamorado de Hío,
y a Marte de los amores de Venus, y a Paris del robo desseado de Elena, viendo tanto premio
y galardón para un cavallero. Y assí Belianisa perdió el nombre de donzella, quedando con
tanto enojo que no estuvo en mucho matarse o tratar a Belflorán con palabras villanas; y,
bañados sus ojos con lágrimas, le dize:
–¡Agora, Belflorán, quedaréys contento con tan alto vencimiento como el de una flaca
muger! (...) Yo os prometo que, aunque avéys alcançado vuestros deseos, que avéys perdido
en mi voluntad más que ganastes en lo demás. (fol. 254-vº).
Asistimos al relato de una violación178. Es cierto que previamente se habían prometido en
matrimonio, con la doncella Lindonisa como testigo, y que, según enseñaba la iglesia, la esposa
estaba obligada al debitum conyugal, como recuerda seguidamente el autor, para quien, a pesar del
―maldito herror‖, al fin y al cabo ―Belflorán poseýa lo que era suyo‖. Sin embargo, la actitud de
Belflorán va en contra de las más elementales normas de la cortesía179. El joven consuela a su amada
176
Nuevamente se nos muestra la superioridad absoluta de Belflorán, que no teme desairar a una dama
poderosa; Claristea se sentía autorizada para declarar la guerra a don Belianís por despecho, pero ni Cenobia ni
Primaflor pueden hacer otra cosa que resignarse a no ser correspondidas.
177
También Amadís consumaba su amor por Oriana tras liberarla de sus secuestradores. Aunque la petición
está enmascarada bajo una capa de retórica, tanto Amadís como Belflorán exigen un premio, una recompensa
por su acción: ―En el rescate de la princesa ha podido salvarla, y ha obtenido la recompensa correspondiente.
El esquema narrativo es semejante al utilizado en numerosas ocasiones, y lo podríamos reducir a lo siguiente:
el beneficiario de una ayuda premia de alguna manera a su protector‖ (Cacho Blecua 1979: 187). Sin embargo,
todo buen amante cortés debe pasar por una serie de fases: fenhedor, pregador y entendedor, antes de llegar a
drutz (amante) (Riquer 1975: 90-91), y da la sensación de que Belflorán ha pasado muy deprisa por ellas,
obviando incluso la primera (fenhedor o ―tímido‖).
178
―Como recurso de la acción y para escándalo de los moralistas, este amor caballeresco se consumaba antes
del matrimonio, a veces en contra del deseo de las doncellas‖ (Bueno y Cortijo, 2010: li).
179
Este episodio recuerda a los desastrosos comienzos amorosos de Perceval, a quien su madre había
aconsejado cortejar a las doncellas: ―De una doncella, ya es mucho obtener un beso; si ella consiente en que la
beséis, el resto os lo prohíbo yo, si por mí queréis renunciar. Pero si ella tiene un anillo en el dedo o limosnera
en el cinturón, y si os lo da por amor o ruegos, bien me parecerá que os llevéis el anillo (Perceval, p. 35;
92
con dulces palabras y ella parece aceptar finalmente la situación.
Tiempo después, en Inglaterra, Belflorán se plantea de nuevo el dilema entre contraer
matrimonio o proseguir un tiempo más como caballero andante. Por otro lado, Belianisa está
embarazada. Se opta por una solución intermedia: Belflorán pide la mano de Belianisa al rey de
Inglaterra, y se anuncia públicamente el compromiso de ambos. Sin embargo, se retrasa la boda para
que el joven caballero pueda emprender nuevas aventuras.
En sus nuevas correrías, Belflorán será el intermediario de los amores de Rindaro y
180
Lisenda , y más tarde acudirá con gran entusiasmo a defender la belleza de Belianisa contra el
soberbio Adamantes. Entretanto, su prometida ha dado a luz en altamar a Fortimán, el hijo de ambos,
y lo ha perdido con ocasión de una tempestad.
La historia de Belflorán y Belianisa no concluye aquí, pero Jerónimo Fernández no escribió
nada más al respecto.
1.3.4. Superación de las hazañas paternas
Ya hemos visto cómo el nuevo héroe, que conoce su identidad y a quien todos admiran y
respetan debido a su linaje, no necesita que lo conozcan; pero debe forjarse otro tipo de identidad, la
identidad caballeresca, que se obtiene a través de grandes hazañas y hechos de armas. Para no vivir
siempre a la sombra de su afamado padre, Belflorán se ve obligado a acometer múltiples retos y
aventuras, a ser posible bajo pseudónimo, de modo que sean sus hazañas, y no su nombre, las que
hablen por él. Dado que su duelo directo con don Belianís fue interrumpido por una oportuna
anagnórisis, el joven caballero solo podrá demostrar su superioridad llevando a cabo con éxito las
tareas que su padre no llegó a concluir.
a) La lucha contra el dragón
Veíamos antes cómo, ya en la Tercera Parte, don Belianís empezaba a encontrarse con
aventuras que no estaban destinadas a él. Adivinamos enseguida que su hijo, Belflorán, será el único
capaz de llevarlas a término.
Se intuye ya en el hecho de que en la guerra de Constantinopla sea Belflorán el caballero
más destacado, y no don Belianís. Pero es después de la guerra cuando la aventura que don Belianís
dejó sin finalizar se presenta en la corte de forma súbita. Cupido está preso por culpa de un
citamos por la edición de Magisterio, 1979). Perceval malinterpreta las palabras de su madre y, en cuanto topa
con una doncella, la besa por la fuerza y le arrebata su anillo. Esta parece ser la actitud de Belflorán: da por
sentado que, puesto que ha rescatado a Belianisa, merece una recompensa, y encuentra justo tomar él mismo lo
que Belianisa le niega, ignorando que una de las leyes fundamentales del amor cortés es la obediencia a la
dama.
180
Esta nueva aventura se desarrolla en la Isla de la Ventura, escenario de la lucha de Belflorán contra un
gigante, hermano de otro, llamado Persides, que pretende hacerse con el control del lugar. Sobre la isla
caballeresca como lugar maravilloso, poblada de seres extraordinarios, véase Cuesta Torre (2001a).
93
encantamiento, y solo los caballeros leales en el amor pueden tratar de liberarlo, enfrentándose
primero a la pavorosa bestia que actúa como guardián. Don Belianís ya mató al dragón en una
ocasión, pero no logró liberar a Cupido. Ahora será Belflorán quien luche contra el monstruo.
La serpiente o dragón simboliza el lado oscuro de la personalidad, la lucha del hombre
contra la bestia y la imagen del caos; los relatos del duelo del héroe contra el dragón son
antiquísimos y se repiten en casi todas las culturas181. El cristianismo dio una nueva dimensión al
motivo y ―los dioses y héroes matadores del dragón se convirtieron en Cristo o en una legión de
santos vencedores del Mal‖ (Eslava Galán, 1989: 220). Así, la serpiente es una nueva representación
del diablo, y el héroe reafirma su condición de paladín del bien.
Por otro lado, Vladimir Propp ha estudiado el motivo del duelo con la serpiente o dragón
como aventura iniciática: el hecho de que se trate también de una ‗serpiente engullidora‘ que
amenaza con comerse al héroe parece hundir sus raíces en los ritos de iniciación que consistían en el
paso al otro mundo a través de la boca de un ser monstruoso; el posterior eructado del iniciado
confirmaba su regreso del Más Allá, la muerte ritual del niño y el nacimiento del adulto. Con
frecuencia este monstruo engullidor es representado como una gigantesca serpiente (1974: 329-57).
Cabe destacar aquí que una de las primeras aventuras del joven don Belianís en la Parte I consistió
en matar al dragón de la selva Rifea (I, XVIII).
Sin embargo, Belflorán es ya un caballero consagrado y su enfrentamiento con el dragón
dista mucho de ser una aventura iniciática. De hecho, el desafío se presenta como una típica aventura
cortesana. El dragón se presenta en la corte de Constantinopla, y unas doncellas que lo acompañan
explican que Cupido sigue preso y que se liberará tras la derrota de la bestia182. Los caballeros deben
de considerarlo una especie de evento deportivo, puesto que deciden que probarán la aventura al día
siguiente.
El dragón, sin embargo, no opina lo mismo; en un descuido secuestra a varios de los
caballeros y damas más principales de la corte, entre los que se encuentra el propio don Belianís.
Esto precipita las cosas, y Belflorán se lanza en su persecución. Tras una dura lucha, logra derrotar al
dragón, pero él mismo queda gravemente herido. Solo el sacrificio de Belianisa, que ofrece su propia
vida a cambio de la del héroe, romperá el encantamiento y liberará a Cupido.
El sentido de la aventura es claro. Don Belianís se había enfrentado al dragón acompañado
de Dolisena; ella estaba enamorada de él, pero el sentimiento no era mutuo. El héroe no ha acudido
al rescate de Cupido junto a su verdadera enamorada, y por este motivo el encantamiento no puede
181
Eslava Galán (1989: 218) señala como mito más antiguo la lucha del dios Marduk contra la serpiente
Tiamat en la mitología babilónica.
182
En el Cirongilio de Tracia de Bernardo de Vargas (Sevilla, 1545) se planteaba una aventura similar. La
doncella Palingea se presentaba en la corte y anunciaba que estaba bajo un encantamiento y que solo sería libre
tras la derrota de un pavoroso dragón… que resultaba ser la propia Palingea transformada.
94
deshacerse183. En cambio, Belflorán y Belianisa dan muestras de auténtico y verdadero amor; el
esfuerzo de él y el sacrificio de ella terminan con el encantamiento.
Esto no le resta importancia al hecho de que, en esta ocasión, el héroe predestinado era otro.
Belflorán ha triunfado donde su padre había fracasado.
b) El Asiento Peligroso
Tras anunciarse el compromiso de Belflorán y Belianisa, los caballeros de la Tabla Redonda
se reúnen una vez más. Previamente se nos había hablado de la existencia de un asiento reservado en
la mesa que ni siquiera don Belianís es digno de ocupar:
La primera de todas era del príncipe don Belianís, y al otro lado la del rey de Inglaterra;
entr‘ellos dos avía una silla vacía con una claridad tan grande que apenas consentía ser
mirada, con unas letras que dezían: «Ninguno, por atrebido que sea, tome locura de sentarse
en esta silla, que continuamente será desdichado» (fol. 49).
Se trata del Asiento Peligroso de la mitología artúrica184. Se le ofrece a Belflorán el lugar de
su padre, pero él opta por sentarse en la silla vacía, a pesar de las advertencias de los demás
caballeros. Semejante comportamiento soberbio e irreflexivo debería acarrearle terribles
consecuencias, pero en su lugar
todo el palacio fue lleno de un olor estraño y excelente; por la ventana alta entró una águila
con una corona en la cabeça, y poniéndola a Belflorán en las manos se desapareció (fol. 263rº)
Las señales son claras. El rey de Inglaterra declara que la corona de la suma caballería
pertenece a Belflorán, y que ―donde vuestro padre era capitán seréys vos rey y señor‖185.
183
Por otro lado, y como ya hemos visto, el encantamiento confunde los sentidos de don Belianís hasta el
punto de no ser capaz de distinguir a Dolisena de su amada Florisbella.
184
―Sitio de la Mesa Redonda reservado al Caballero Escogido (Galaz), al lado del lugar que tiene Lanzarote.
Cualquier otro caballero que se atreva a ocuparlo recibirá un castigo inmediatamente, y así le ocurre a
Brumante el Orgulloso que, desoyendo las advertencias de Lanzarote, y desafiando todas las prohibiciones, se
sentó en el lugar prohibido y quedó reducido a cenizas ante los ojos de los demás caballeros de la Mesa
Redonda‖ (Alvar, 1991a: 30). Se representa habitualmente como una silla envuelta en llamas, aunque el autor
del Belianís no especifica que este sea el castigo reservado al que ose ocuparla, sino que ―continuamente será
desdichado‖, y más tarde los caballeros ingleses ―le refirieron estraños desastres que a muchos que lo provaran
les avía[n] subccedido‖, y ―que a muchos costara la vida‖ (fol. 263-rº).
185
En la mitología artúrica, el asiento estaba reservado al caballero más puro de todos: Galaad, destinado a
encontrar el Grial. Belflorán no se nos presenta como un caballero especialmente puro o casto, y tampoco lleva
a cabo ninguna queste de connotaciones místicas o trascendentes. Así, en la obra de Fernández, este Asiento
Peligroso es en realidad un puesto de honor, idea ratificada por las palabras del rey de Inglaterra. Belflorán
ocupa la silla reservada porque será ―rey y señor‖ de los mejores caballeros del mundo; es decir, que no será el
émulo de Galaad, sino del propio rey Arturo, paralelismo que se refuerza por el hecho de que, al igual que este,
Belflorán también cuenta con la protección y guía del mismísimo Merlín. Pero el tema del Asiento Peligroso
traspasó las fronteras de la ficción. Así, fue tomado por el rey Alfonso V de Aragón, Alfonso el Magnánimo,
como una de sus tres divisas o emblemas principales (junto con las espigas de mijo y el libro abierto). Este
―Siti Perillós‖, según Beltrán, ―se refiere claramente a la silla de la Tabla Redonda reservada a quien, puro de
95
Es muy alto galardón para un caballero que todavía no ha realizado ni la mitad de grandes
hazañas que su padre; sin embargo, a través de unos pocos aspectos importantes (las marcas de
nacimiento, la lucha contra el dragón y la prueba definitiva del Asiento Peligroso), el autor transmite
al lector la certeza de que, efectivamente, Belflorán es un nuevo y rutilante héroe.
1.3.5. Belflorán y el humor
Precisamente por eso, su torpeza en asuntos amorosos resulta chocante, sobre todo si la
comparamos con la intachable conducta de su padre, siempre servidor de las damas y seguidor
escrupuloso del código cortés. Quizá este código empieza a parecer un poco obsoleto para los
jóvenes de su generación, y así se deja entrever en algunos momentos con un toque de humor:
–Si vos me dezís quién soys –dixo Lindonisa–, ya podría ser que lo hiziese, que de otra suerte
téngole miedo.
–Y[o] tengo jurado de no dezir mi nombre –dixo Belflorán.
–Por eso no quede –dixo la donzella–, que vuestro escudero me lo podrá dezir (fol. 246-vº).
No será esta la única vez que la dignidad de Belflorán se vea comprometida. Si, como
señalaba Orduna (2001: 550), ya resultaba inaudito descubrir a don Belianís alentando los requiebros
de don Contumeliano vestido de mujer en la Primera y Segunda Parte, tampoco esperamos que su
hijo, culmen de la caballería, se encuentre de pronto en una situación tan poco airosa como la que
sigue:
Mas algunas vezes son los hombres más graciosos de lo que ellos querrían, porque estava el
prado con mucha yerva y alguna agua que de las fuentes por él corría; y al cavallo del
príncipe se le van las manos por él y, sin se poder reparar, fue a dar de ojos con su señor a los
pies de Furibundo (fol. 172-rº).
El humor es, sin duda, uno de los principales elementos de desvío con respecto del
paradigma amadisiano (Lucía y Sales, 2008: 79), y Jerónimo Fernández lo utiliza en pequeñas dosis
y momentos muy escogidos. Belflorán se presenta como un caballero destinado a superar a su padre
en todos los sentidos; sin embargo, y mediante pinceladas ocasionales de fina ironía, el autor lo
muestra a veces como un príncipe inmaduro y consentido y, por descontado, no tan perfecto como
cabría esperar. Esto humaniza al personaje y crea un curioso contraste entre lo que percibe el lector y
lo que parecen creer los personajes de la novela, incluyendo el propio Belflorán: que está destinado a
ser el mejor caballero del mundo y es lógico que, tanto caballeros como doncellas (y, por supuesto,
Belianisa) lo honren como a tal.
Sin embargo, la propia Belianisa descubre a veces al niño que se oculta tras el exitoso héroe.
Y así, cuando ella anuncia su inminente partida a Inglaterra y Belflorán cae enfermo de melancolía,
corazón, lograra sentarse en ella –a riesgo de perder su vida, tragado por la tierra‑, demostrando así estar
destinado a encontrar el Santo Graal de la Última Cena‖ (2007: 63). Véase también Beltrán, 2011.
96
su dama le reprocha su actitud:
–¿Qué es esso, valeroso príncipe? Continuamente avéys de mostrar en vuestras cosas tan
poco ánimo que aya yo de pagarlas. Esforçad, por Dios, que me da mucha pena vuestro mal.
Belflorán se queja porque van a separarse, pero Belianisa no le sigue el juego. Después de
todo, él es un caballero andante habituado a viajar por medio mundo, de modo que le recuerda, no
sin cierta ironía, que
el camino desde aquí a Ingalaterra no es tan lexos, ni vos allá tan mal querido que no podáys
ser allá más fácilmente que mostráys (fol. 223-rº).
Con todo, los lamentos de Belflorán lograrán que Belianisa le entregue un retrato suyo como
prenda de su amor, deslizando, no obstante, un último reproche al hecho de que él precise de tal
objeto para recordarla, mientras que ella tiene a su amado tan presente que le basta ―el vuestro más
natural que yo conmigo llevo‖.
Los episodios cómicos relacionados con Belflorán, sin embargo, no siempre provienen de
personajes o situaciones ajenos a él. Hacia el final del libro encontramos una curiosa escena en la que
él es el burlador; de la misma manera que su padre engañaba a un joven caballero haciéndose pasar
por mujer, Belflorán se fingirá cobarde para ridiculizar a Salisterno (cuyo sobrenombre es,
precisamente, Sin Pavor). Ambos son amigos, pese a que Salisterno es hijo de Perianeo de Persia, el
gran rival de don Belianís; pero, en el momento del encuentro, Belflorán ha cambiado de armas, por
lo que su compañero no lo reconoce. El héroe se vale de esta ventaja para crear una situación cómica
que se prolongará a lo largo de varias páginas:
–Y vos, señor, ¿para dónde camináys? –dixo Belflorán–, que yo os haré compañía si vays al
campo.
–En buen ora –dixo Salisterno–, mas, ¿a qué parte avéys de ayudar?
–A donde mejor me lo pagaren –dixo Belflorán–, que oy día no se hallan las armas y cavallos
de balde.
Sonriose algo Salisterno, pareciéndole hombre de poca cuenta quien aquello dezía y, por
echarle de sí, le dixo:
–Yo querría provar una aventura que está en este castillo, y seros á trabajosa, y aún quiçá me
deterné mucho tiempo. Por esso, ved lo que os parece.
–No es mucho trabajo ver vuestras cavallerías –dixo Belflorán–, mas no tengo por buen aviso
entrar assí endonadamente solo en un castillo, que podría aver dentro más cavalleros, y está
el peligro en la mano.
–¿Vos no me ayudaréis –dixo Salisterno– si algo me sucede, o es menester también sueldo
para ayudar el compañero?
–Sí haría –dixo Belflorán–, si yo os conociese y los cavalleros no fuessen más que nosotros.
–¿Y si fuessen más? –dixo Salisterno.
–Aora, señor cavallero –dixo Belflorán–, no queráys apretar assí los cavalleros, que basta que
haré todo lo que yo pudiere por vos.
Reýanse los escuderos de Salisterno, y más Belflorán de ver cómo Salisterno le tenía por tan
covarde (fol. 273-vº).
Más adelante se encontrarán con las doncellas Primaflor y Dolainda, que buscan a Belflorán
97
disfrazadas de escuderos. Ellas sí lo reconocen, pero no sacan a Salisterno de su error, sino que se
suman a la burla:
–No me ayuden los dioses –dixo Salisterno– si este castillo no está bien guardado. ¿Qué os
parece, señor cavallero, que hagamos?
–Lo mejor es bolvernos –dixo Belflorán–, que estas cosas son de locura. Bastavan estas
guardas a defender la entrada no a un cavallero solo, mas a todo el mundo. Si tan cara á de
costar la vista de Belisenia, yo la renuncio desde aquí.
Mucho se rió Salisterno de la respuesta, y aún Primaflor y Dolainda, aunque con diversos
pensamientos, que ellas se reýan de lo que creýa Salisterno, y él de la covardía de Belflorán
(fol. 274-rº).
Confluyen así en Belflorán las figuras del caballero miedoso y el caballero bromista, motivos
humorísticos habituales en los libros de caballerías186. Pero no tardará en probar con hechos lo que
sus palabras desmentían, alejando de sí cualquier duda sobre su valía:
Mas Belflorán estava con tanta pena que, sin aguardar otra respuesta suya, arremetió para el
cavallero del castillo, de que Salisterno se rió algún tanto. Mas Primaflor, que aún en aquello
no tenía assí buena paciencia, le dixo:
–¿De qué os reýs, señor cavallero? Creo que cuydáys que acabaríades vos mejor esta
aventura que el Cavallero del Sol; pues no lo penséys, que no tiene el mundo otro mejor
cavallero que él, y si falleciesse de esta aventura, escusado sería provarla otro ninguno.
–No sé cómo crea esso –dixo Salisterno.
–Aora lo veréys –dixo el escudero (fol. 276-rº).
Salisterno asiste maravillado a las proezas de Belflorán. Descubierto ya el engaño,
comprende que se ha convertido en un burlador-burlado, lo que provoca la hilaridad de su
acompañante:
y Furibundo a Salisterno dize:
–¿Qué os paresce, señor, de tal estremo? Este nació para que las obras de los otros no fuesen
en nada tenidas.
–Estoy corrido –dixo Salisterno–, que, fingiéndose covarde, me hizo estraña burla, que yo le
tuve por tal.
Entonces contó lo que con él le aviniera, que dio mucho que reýr a Furibundo (fol. 278-rº).
No es esta la primera vez, sin embargo, que vemos a Belflorán hacer burla de un caballero.
Unos capítulos atrás se había topado con Cenobia, reina de las amazonas, que expresaba sus quejas
amorosas en medio del bosque. Belflorán la escucha y la reconoce, pero finge que no lo ha hecho.
Los dos son ya viejos amigos; Cenobia, además, está enamorada de él sin esperanza, y Belflorán es
consciente de ello. No obstante, no resiste la tentación de hacerse pasar, de nuevo, por un anónimo
caballero. De este modo no solo engaña a Cenobia sino que también, de paso, se burla sutilmente de
la costumbre de los enamorados de lamentarse en bosques bastante más concurridos de lo que cabría
esperar:
–¿Quién es el que en tal parte con tanto descuydo se quexa?
No entendió la reyna las palabras, aunque tornó en sí a la boz; y enojándose que le huviesse
186
Véase Hernández Vargas (2006: 81).
98
quitado de su elevación, se puso en pie diziendo:
–¿Quién viene dando bozes como loco por tan solitarios valles?
–Un cavallero –dixo Belflorán– que no cuydava enojar a nayde con ellas.
–A los robles enojárades con esso –dixo la reyna–, quanto más a las gentes. Por esso, pasá
vuestro camino como cuerdo, y dexad las bozes para los furiosos.
–Yo –dixo Belflorán– no trayo otro camino sino el d‘estos robles, que vengo mal parado de
amores, y querríame quexar aquí, que es el mejor lugar d‘estas selvas.
–Vos devéys de ser –dixo la reyna– algún cavallero de poca cuenta, que de tal suerte venís.
–Especial soys –dixo Belflorán– en vuestras cosas. ¿Qué cuydado tenéys vos de mí que sea
yo poco o mucho, pues no os pido nada? Sentaos donde estávades o ýos donde os pareciere,
que esta tierra es del rey de Francia y no vuestra.
Y, diziendo esto, arrojose entre los robles.
–¡Por los dioses –dixo Cenobia– que no he visto cavallero tan mal mirado! Agora hos yd de
aý, si no queréys no poder yros después.
–¿Qué sabéys vos –dixo Belflorán– quién yo soy, que ansí me tratáys, no teniendo más de
unas armas, como yo? ¿Tan poco os parezco que no bastaría a defenderme de vos, aunque
fuéssedes [e]l príncipe nuestro, don Clarineo, o su sobrino Belflorán?
Riose d‘estas palabras de buena voluntad Cenobia, y dízele:
–Agora os levantad, que arto mal aría yo si no viesse para lo que basta un cavallero tan
valiente (fol. 237-rº).
Es llamativo que la mayor parte de episodios humorísticos que podemos leer en la Tercera y
Quarta Parte tengan como protagonista a Belflorán. En algunos de ellos se detecta por parte del
autor la intención de ridiculizar al héroe, aunque sea sutilmente, antecedente quizá de la parodia
cervantina. En otras ocasiones, sin embargo, es el propio carácter de Belflorán el que motiva la risa.
Así, el protagonista pasa a comportarse como un caballero burlador187, compensando de este modo
la gravedad que ha adquirido su padre, por un lado, y aliviando el peso de la predestinación que
carga el héroe sobre sus hombros, por otro.
1.4. El antagonista: Perianeo de Persia188
Perianeo, hijo del Soldán de Persia, es el caballero perfecto. ―Valiente y esforçado‖, cortés,
generoso y justiciero, es el reflejo de don Belianís, pero también su peor enemigo. Igual que don
Belianís es el héroe de los cristianos, Perianeo es el punto de referencia de la caballería pagana. Los
dos estaban destinados a encontrarse y a competir entre ellos por ganarse el honor de ser considerado
el mejor caballero del mundo.
Pero hay otro motivo por el cual ambos están enfrentados: el amor de la princesa
Florisbella189.
187
Para más ejemplos de caballeros burladores (aquellos que ―actúan con un claro propósito de causar
hilaridad‖), véase Herrán Alonso, 2003.
188
No es casual que el principal enemigo de don Belianís provenga de Persia, nación que ―obviamente
representaría para los lectores contemporáneos, con bastante claridad, al imperio turco‖ (Cuesta Torre, 2010:
148).
189
Cuesta Torre (2007a: 153) señala, con respecto a las razones de la enemistad hacia el héroe, que a menudo
―el carácter de antagonista viene dado por las motivaciones propias del personaje, no por su catadura moral‖.
99
1.4.1. Amor, caballería y religión
Perianeo de Persia hace su entrada en la novela en el capítulo 5 del Libro I; la princesa
Aurora de Antioquía relata a don Belianís que no hace mucho
vino a la corte del soldán Marceliano un caballero cuyo nombre por muchos tiempos en la
corte del soldán no pudo ser sabido, mas de que por unas ymágenes que en su escudo traýa,
fue llamado el Cavallero de las Tres Ymágines. El qual se mostró tan esforçado y valeroso
que no avía en la corte del soldán diez cavalleros los más esforçados que le osassen tener
campo. El qual en la tierra del soldán hizo tan grandes y estraños hechos que como el dios
Marte era por todos reputado. El qual era del soldán Marceliano tan querido que nunca sin él
se hallava, lo qual dio causa a que, estimándose merecedor de mayor alteza, muy perdido de
los amores de la linda Florisbella se mostrava (Belianís, I, pp. 22-23).
Este es el retrato que se nos hace de Perianeo de Persia, cuya verdadera identidad no
descubriremos hasta más adelante. Mucho antes de que don Belianís realice sus primeras hazañas e
incluso conozca en persona a Florisbella, Perianeo ya ha iniciado su carrera caballeresca y sus
primeras tentativas de conquistar a la princesa.
Por este y otros motivos, Perianeo merecería estar a la altura del protagonista de la novela.
Sin embargo, dejando aparte el hecho de ser pagano, el joven príncipe de Persia presenta dos graves
defectos: la ira y el orgullo:
muy enojado dijo antel soldán que hazía sin razón en le mandar salir de su tierra, pero que él
era tal príncipe que le mostraría cómo no se devían tratar assí los cavalleros como él
(Belianís, I, p. 23).
A lo largo de la primera y segunda parte, don Belianís y Perianeo se encuentran
irremediablemente en justas, guerras, torneos y aventuras varias, y siempre es el héroe cristiano
quien aventaja al persa, a veces por un escaso margen. Sin embargo, Perianeo persiste en su intento
de superar a don Belianís y obtener el amor de la hermosa Florisbella incluso cuando esta ya ha
entregado su corazón a su rival.
En la Tercera y Quarta parte Perianeo emprende también la búsqueda de las princesas
raptadas. Como no podía ser de otra manera, él y don Belianís coinciden en Colonia y se enfrentan
en un duelo, aunque sin conocer la identidad del otro. En plena batalla, don Belianís descubre que su
contrincante es su más mortal enemigo, pero la lucha ha de interrumpirse a petición de Claristea, y
Perianeo se marcha sin llegar a saber que ha peleado contra el príncipe griego.
Volvemos a encontrarlo, tiempo más tarde, en tierras del Gran Sophí de Catayo, donde salva
a la infanta Labrinda de unos desaprensivos y, seguidamente, lucha en un duelo judicial para
defender la inocencia del duque Damalerque, acusado injustamente. Actúa, por tanto, como un
perfecto caballero, deshaciendo agravios y enderezando tuertos, y obtiene la libertad de Damalerque
con la ayuda del duque Armindos de Tebas, gran amigo de don Belianís: cuando se trata de defender
la justicia, el autor del Belianís de Grecia no diferencia entre cristianos y paganos, sino entre buenos
100
y malos caballeros190.
Más tarde, en Asiria, Perianeo tiene un sueño profético191:
se le figuró que vía a la princesa Florisbella en un castillo y, queriéndola librar, el príncipe de
Grecia se la quitava, de que con desmedida congoxa despertó (fol. 64-vº).
Efectivamente, es lo que sucederá en el Castillo de la Sabia Medea. Perianeo llegará antes,
pero deberá esperar a don Belianís para acometer la aventura juntos. Previamente, Perianeo se había
repuesto de sus heridas en el Castillo de la Sabia Ginebra quien, como sabremos más adelante, ha
quedado embarazada y dará a luz a Salisterno Sin Pavor.
Es habitual en los libros de caballerías que el caballero mantenga una relación amorosa con
una maga que se ha quedado prendada de él. Sin embargo, este tiene que ser fiel a su dama y, por
tanto, la maga solo puede obtener su amor mediante encantamientos (philocaptio)192.
En ningún momento se nos dice que la sabia Ginebra obrase encantamientos sobre Perianeo;
de hecho, el episodio se nos relata de forma muy somera, y hasta la llegada de Salisterno a
Constantinopla, muchos años después, no sabremos qué sucedió en realidad en el castillo encantado.
Sin embargo, el autor nos contará entonces que Perianeo engendró a Salisterno ―contra su voluntad‖
(fol. 175-rº); la philocaptio está, pues, implícita en el episodio.
Perianeo y don Belianís llegan al Castillo de la Sabia Medea, pero Perianeo alcanza antes su
objetivo. Sin embargo, don Belianís ha acudido a demostrar su valor a los torneos de Londres,
mientras que Perianeo se ha perdido tan importante acontecimiento. Por otro lado, en la prueba de la
fidelidad amorosa, don Belianís ha salido triunfante, pues no ha aceptado el ofrecimiento de la bella
Claristea, mientras que Perianeo se ha entregado, lo quisiera o no, a la sabia Ginebra193.
Ambos inician una carrera para llegar hasta Florisbella, pero es don Belianís quien vence, y
esta será la peor derrota encajada por Perianeo de Persia. Se nos relata su caída anímica, que
coincide, significativamente, con su ascenso al trono de Persia tras la muerte de su padre. Después de
ser vencido en el Castillo de la Sabia Medea, Perianeo recibe también, impotente, la noticia del
casamiento de su amada Florisbella con su más odiado enemigo, don Belianís.
190
En palabras de Sales, ―estos relatos vienen a decirnos que tanto los cristianos como los musulmanes o
cualquier pagano son personas capaces de una conducta y unos sentimientos ejemplares, sea cual sea su raza o
su credo religioso. En síntesis, una lección moral más próxima a la maurofilia de la novela morisca o a la ética
humana más esencial‖ (2004: 103).
191
―Los sueños suponen una de las vías privilegiadas de representación de la órbita de lo sobrenatural en el
Medioevo, aunque gozaran de un prestigio secular (…) Existe también una fecunda tradición literaria de
sueños premonitorios en las letras medievales, en latín y en vulgar, que ofrece abundantes ejemplos y variantes
en géneros muy diversos‖ (Mérida, 2001: 76-77). Acebrón (1998) nos ofrece un estudio detallado de los
sueños en los libros de caballerías, donde analiza la evolución de los sueños en la literatura medieval hacia un
tratamiento más laico y literario en el siglo XVI.
192
Whitenack (1994) ha estudiado la presencia del motivo en diferentes libros de caballerías. Más abajo
analizaremos con más detalle la figura de la sabia Ginebra.
193
Sin embargo, también don Belianís sucumbirá más adelante, como hemos visto, a los encantamientos
obrados en el templo de Amón.
101
En el libro IV encontramos a Perianeo deprimido y desesperado, hasta el punto de no querer
asumir sus obligaciones como nuevo soldán:
y por mucho que fue importunado no lo quiso hazer, diziendo no les estar bien jurar por señor
a cavallero tan desgraciado y subjeto a tantas desventuras (fol. 84-vº).
Pero la caída de Perianeo no termina aquí. El secuestro de su sobrina Belinda lo saca de su
apatía y lo hace partir en una nueva búsqueda que lo llevará al mismísimo infierno.
1.4.2. Perianeo de Persia en el Infierno
El descenso a los infiernos es un motivo clásico de la literatura de todos los tiempos, pero
también supone un rito de iniciación, un morir-renacer representado por el viaje y retorno del héroe a
otro mundo, el mundo de los muertos194. Este rito implica, como habíamos visto antes, la muerte del
niño y el nacimiento del adulto (Propp, 1979: 69-161). El descenso a los infiernos es una variante de
esta muerte y resurrección ritual y, por tanto, ―bajar en vida a los infiernos, enfrentarse con los
monstruos y demonios infernales, es una prueba iniciática‖ (Eliade, 1979: 103). Perianeo de Persia
ya es un caballero experimentado y se ha iniciado en el amor; sin embargo, a pesar de que este
descensus ad inferos es sobre todo una metáfora de su hundimiento moral y anímico, también es
cierto que le aportará algo y que regresará cambiado195.
Se ha analizado el primer enfrentamiento de Amadís de Gaula y Arcaláus el Encantador
como un descenso infernal (Cacho Blecua, 1979: 118-132), pero el relato que encontramos en la
Tercera y Quarta parte es mucho más explícito:
vio todo el valle elado con perpetua nieve, por la qual se hazía una calle que parecía yr
baxando hasta los infiernos, y no es de maravillar, que era una de las siete puertas que llevan
al reyno de la muerte (fol. 84-vº).
Perianeo llega hasta la puerta, y una anciana le informa de que se encuentra ante la Puerta de
la Envidia y de que ya no puede volver atrás196. En su descenso al mundo infernal, Perianeo topará
con todos los elementos clásicos asociados a este espacio simbólico: olor a azufre, el barquero
infernal –Carón– que hace cruzar a los muertos el río Leteo, el Cancerbero…. Allí conoce también a
194
Sobre el descenso a los infiernos, véase el estudio clásico de Patch (1956); por su parte, Cacho Blecua
(1995) ha analizado también la presencia del tema en los libros de caballerías.
195
No todos pueden enfrentarse a un descenso a los infiernos, prueba que está solo destinada a semidioses y
auténticos héroes (Alvar, 1989: 17). Tal vez por eso Perianeo, que es un excelente caballero pero ha vivido
siempre a la sombra del auténtico héroe del relato, es capaz de afrontar la experiencia, pero no sale indemne de
ella.
196
Propp señalaba la presencia, en el cuento ruso, de una mujer vieja en la cabaña en medio del bosque a la que
llegaba el héroe, y cuyo paso suponía un rito de iniciación: ―La vieja maga se nos va revelando poco a poco
como la guardiana de la entrada al reino lejano y, junto a eso, como un ser ligado al mundo de los animales y al
mundo de los muertos‖ (1974: 98). Thompson, F91: Door entrance to lower world.
102
multitud de hombres y mujeres legendarios que fueron condenados y sufren tormento por ello197.
Cuando por fin se halla ante Plutón y Proserpina, los señores del infierno, se le revela parte
de su futuro en forma críptica a través del hilo de su vida que tejen las Parcas, que ―tenía en los
principios la mitad cubierto de sangre, mas la otra mitad más claro que la luz del medio día‖ (fol. 86vº).
Los reyes del infierno le ofrecen su ayuda y la de otras criaturas infernales (las Furias, la Ira,
la Discordia, etc.) para emprender una guerra contra los griegos y acabar por fin con don Belianís y
su estirpe, y el príncipe persa acepta sin dudar198. Cuando Perianeo regresa a su mundo, lo hace lleno
de odio y deseos de venganza, lo cual confirma su caída moral y emocional. También don Belianís
había pasado por una muerte y resurrección ritual; pero la de Perianeo es más evidente y, sin
embargo, no la supera de la misma manera que el héroe. Mientras que don Belianís resurge de sus
cenizas para proclamarse capitán de la Tabla Redonda y señor absoluto de la caballería, Perianeo,
con el apoyo de los habitantes del infierno, promueve una guerra injusta contra el imperio griego.
Por tanto, Perianeo ha fracasado en la prueba. A lo largo de su viaje a través del Infierno, los
seres del Otro Mundo han tratado de tentarle para que se deje llevar por su carácter iracundo y por su
envidia (no en vano fue esta la puerta que atravesó para llegar al mundo infernal) y tome la decisión
equivocada. Y Perianeo ha sucumbido. Su descenso a los infiernos tenía por objeto mostrarle las
consecuencias de una conducta poco ética y la posibilidad de un futuro feliz para él, una vez pasada
la ―etapa sangrienta‖ del hilo de su vida. Pero el príncipe persa, haciendo caso omiso de todas las
señales, sale de su apatía vital para volcar su odio y su rabia contra los protagonistas. La experiencia
infernal ha provocado cambios en él, pero no los que se esperaban199.
1.4.3. Conversión y reconciliación
A lo largo de la guerra de Constantinopla, Perianeo seguirá tratando de vencer a don Belianís
y de conquistar a Florisbella, pese a que ella es ya una mujer casada y su hijo, Belflorán, lucha junto
a los griegos contra los persas y sus aliados. Perianeo ya no es joven; es un caballero maduro y, sin
embargo, no ha encontrado la paz ni la estabilidad amorosa. Ha pasado casi treinta años enamorado
de una mujer que lo desdeña y ahora ya no parece el apuesto y valiente caballero de antaño, sino una
197
Thompson, A671: Hell. Lower world of torment; E481.1: Land of the dead in lower world; E755.2: Souls in
hell; F80: Journey to lower world; F81: Descent to lower world of dead; F721: Subterranean world; Q560:
Punishments in hell, etc.
198
Marín Pina (2010b) señala que este pasaje del Belianís inspiró el episodio del ―infierno de Jasón‖ relatado
en Flor de caballerías; no obstante, en la obra de Barahona el héroe, Belinflor, al ser cristiano, no rinde tributo
a Plutón, sino que dedica sus esfuerzos a rescatar a Jasón. Fernández, como veremos, no siente la misma
simpatía por el ―amador de Medea‖, personaje recurrente que sufre tormento en tres espacios encantados
distintos: el infierno, el castillo de la sabia Medea y la aventura de la Desesperación de Amor.
199
Simbólicamente, reaparece portando nuevas armas, igual que don Belianís en el tercer día de los torneos de
Londres; las del príncipe griego le habían sido proporcionadas por su amiga, la sabia Belonia, mientras que las
nuevas armas de Perianeo provienen también de un donante sobrenatural, Vulcano, con lo cual los paralelismos
entre el héroe y su antagonista se acentúan todavía más.
103
sombra de sí mismo, anclado todavía en sus pretensiones de adolescente y sin haber sido capaz de
evolucionar.
En la batalla final de la guerra de Constantinopla, Perianeo tropieza con la Desesperación de
Amor, un castillo mágico en el que habitan Cupido y su corte, y que encierra a los amantes traidores
o infieles, que obtienen así un castigo simbólico. Perianeo acomete la aventura y, tras derrotar a una
serie de caballeros legendarios que se encuentran allí por haber sido ingratos en el amor, es
conducido ante Cupido, y una serie de personajes alegóricos tratan de convencerle de que olvide su
odio a los griegos y su amor por Florisbella. Perianeo tiene que subir hasta donde se encuentra
Cupido; este trayecto ascendente contrasta con el descensus ad inferos que había acometido tiempo
atrás, y supondrá la llegada de Perianeo a su escalafón más alto en la sociedad, la caballería y el
amor. Gracias a Cupido, Perianeo se enamora de la infanta Sirena, que hacía tiempo que lo amaba en
secreto. Esto provoca la liberación de todos los presos del castillo y el final de la guerra de
Constantinopla.
Una vez apaciguado su amor sin esperanza por Florisbella, Perianeo se siente mayor y
cansado200, y comunica a su gente su decisión de abdicar en favor de su hijo Salisterno para
convertirse al cristianismo y buscar la paz que hasta ese momento no ha sabido encontrar.
yo estoy ya muy fatigado y cansado, y donde la casa de Persia tiene necesidad de rey que la
govierne y capitán que la deffienda tendría en mí un hombre inpidido que entretener y un
cavallero cansado que sustentar, lo qual para vosotros y aun para mí resultaría en grave daño
(fol. 210-rº)201.
Pese a ello, los suyos no le permiten abandonar el trono y deciden unánimemente convertirse
también al cristianismo. Esto allana el terreno para que Perianeo pueda pedir al emperador la mano
de la princesa Sirena. Con su matrimonio comenzará la vida clara y resplandeciente que le habían
augurado las Parcas; pero, sobre todo, empezará también una nueva etapa en la que Perianeo y don
Belianís, que habían sido enemigos encarnizados desde su primera juventud, se convertirán en
amigos, compañeros e incluso hermanos, dado que Sirena, la mujer con la que Perianeo contrae
matrimonio, es la hermana de don Belianís.
200
No es esta la primera vez que Perianeo experimenta sentimientos parecidos. Fernández nos cuenta que, al
conocer a su hijo Salisterno, ―las lágrimas le vinieron a los ojos, porque él tenía poco menos de treynta y nueve
años y no hera casado, y viéndole tal cavallero no tuviera a mucho dexarle su estado si otros hijos la Fortuna no
le diesse‖ (fol. 175-rº).
201
Esta actitud recuerda al Amadís entrado en años que presenta Feliciano de Silva en la cuarta parte del
Florisel de Niquea (1551), donde, ―aunque el héroe no puede abandonar las leyes de la caballería, sabe que ya
tiene una edad más propicia para el descanso que para la vida errante. El caballero es consciente de que las
aventuras caballerescas son más adecuadas para los jóvenes‖ (Martín Romero, 2009: 253). Este cansancio de
Perianeo contrasta con la aparente inmortalidad de personajes como el rey Toloyano, bisabuelo de Belflorán, o
con los reproches que otros personajes dirigen a don Belianís en su madurez cuando parte a correr aventuras,
cosa que, como hemos visto, era calificada de ―sandez‖, porque el emperador ―valdría más entender en su
estado‖ que en actividades reservadas a caballeros mancebos. La melancolía que manifiesta Perianeo humaniza
al personaje y lo hace más real y cercano que otros héroes aparentemente incombustibles como el mismo don
Belianís.
104
Este final no deja de llamar la atención sobre un aspecto: en este relato el enemigo del héroe
no ha de ser destruido, ni resulta ser una encarnación del mal; es más un rival en una contienda
deportiva que un enemigo en una guerra contra el mal. Es el antagonista de don Belianís, pero
también su reflejo en el espejo. Una vez solucionados los puntos de discordia (el amor y la
religión)202, don Belianís y Perianeo pueden estar en el mismo bando y luchar juntos contra la
injusticia y los malos caballeros, siendo ejemplo de cortesía, valor y buena caballería203.
1.5. Jóvenes caballeros en busca de su identidad
Belflorán, como veremos, no era el único que se criaba lejos de sus progenitores. No
tardamos en descubrir que no pocos caballeros de su generación han tenido también un nacimiento
extraordinario o, cuanto menos, inusual. Al crecer alejados de sus padres, estos jóvenes deben partir
en busca de aventuras que aumenten su fama caballeresca, lo cual compensará, en cierto modo, la
carencia que supone para ellos el desconocimiento de su verdadera identidad. Esta les será revelada
cuando sus actos los hagan merecedores de su nombre y su linaje.
1.5.1. Los “deslices” de los héroes
La característica común en estos jóvenes caballeros es que todos han sido engendrados fuera
del matrimonio, como dictan los cánones del amor cortés; sin embargo, mientras que Belflorán es
fruto del amor puro y verdadero entre don Belianís y Florisbella, los demás han nacido a causa de la
traición, voluntaria o no, de un caballero a la dama a quien decía servir. El caso más evidente es el de
Astrideo de Bohemia. Este doncel es hijo de don Clarineo y la bella Rosaliana y, por tanto, sobrino
de don Belianís. Don Clarineo abandona la búsqueda de su amada Hermiliana, prisionera en el
castillo de la sabia Medea, para iniciar una relación clandestina con Rosaliana. Cuando él regresa
junto a Hermiliana, Rosaliana se ve sola y embarazada, por lo que decide enviar al infante lejos para
que su honra no se vea menoscabada. Será su amiga Claristea, princesa de Alemania, quien se
encargue de su educación.
Don Clarineo, como veremos con más detalle, es infiel a su dama de forma consciente y
deliberada. Otros caballeros, como Perianeo o el mismo don Belianís, engendran descendencia
202
También son estos dos aspectos los que hacen que Ariobarzano de Tartaria se una a la alianza contra los
griegos. Además de estar enamorado de Florisbella, igual que don Belianís y Perianeo, no acepta la conversión
al cristianismo que su hermana Imperia lleva a cabo para contraer matrimonio con don Contumeliano de
Fenicia. Sin embargo, Ariobarzano es un personaje secundario, mucho menos interesante que Perianeo de
Persia.
203
Cuesta Torre califica de ―poco convencional‖ la resolución que otorga Fernández al ―enfrentamiento entre
el norte y el sur‖, puesto que el imperio griego no se expande únicamente por la fuerza de las armas, sino que
se recurre a menudo a los tratados de paz y a la política matrimonial. Esto es debido a que la causa del
conflicto ―ya no es únicamente la religión, sino también el amor‖. Por ello, al final el autor ―hace posible la
amistad y la paz entre Belianís y los suyos, representantes del norte (Europa, cristianismo) y Perianeo de
Persia, representante del sur, cuyos méritos se reconocen como semejantes y, dentro de ciertos límites,
equiparables a los del héroe principal‖ (2010: 153-154).
105
ilegítima en virtud de algún extraño encantamiento204.
Es así en el caso los gemelos Dolistor y Polisteo, hijos de la princesa Dolisena de
Garamantes. La escena comienza en el templo de Amón, con la descripción del bello jardín por el
que más tarde pasearán los príncipes:
Mas ansí fue que aquella tarde, preguntando por la huerta para se solaçar, los llevaron a unas
ventanas que sobre ella cahían; y esto fue lo que los dexó más maravillados, porque vio tanta
hermosura de árboles que los dexó casi fuera de sí, los unos con flores, otros con fructa y
otros tan altos que se perdían de vista, y otros menores y más pequeños. El concierto de las
calles, de las yervas q[u]e en ellas havía a cada costado, las riquezas de las maderas en que se
apartavan no lo bastaría nadie a lo escrevir. (fol. 123-rº)
Los jardines de los libros de caballerías, como este que describe Fernández, combinan a
menudo una concepción renacentista (intervención del hombre en la naturaleza para crear
artificialmente un espacio apropiado para el descanso y el deleite) con la idea medieval del hortus
conclusus, un espacio cerrado e íntimo y que invita, por tanto, al encuentro amoroso205. Así,
El caballero se encuentra en un recinto paradisíaco y allí, incentivado por la belleza de su
entorno, cede a los requerimientos de la princesa y se enamora de ella (Aguilar Perdomo,
2010: 209).
Sin embargo, don Belianís es un caballero leal, y no bastará con un locus amoenus para
doblegar su voluntad. Por eso, el jardín también está encantado, cosa que descubrimos cuando los
sirvientes del templo advierten a sus visitantes sobre la pavorosa bestia que habita en el recinto.
Naturalmente, don Belianís habrá de enfrentarse a ella; pero la prueba es sobre todo para Dolisena,
que tiene que demostrar que es digna del amor del héroe. Como veremos, la princesa saltará al
interior de la huerta para distraer al dragón y salvar así la vida de su amado, arriesgando la suya
propia. Una vez hecho el sacrificio, el encantamiento del lugar obrará en su favor y don Belianís
caerá en sus brazos, aunque sin percatarse de ello:
Mas no anduvieron mucho quando a don Belianís se le olvidaron todas las cosas del mundo.
Fue fuera de su sentido; paresciole que aquella dama que con él yva hera la princesa
Florisbella, su señora, que para aquel effecto aquel encantamento estava hecho; de lo qual él
se mostrava muy contento, y con esta alegría le dize:
–¡O, mi señora Florisbella! ¿Cómo ha sido mi ventura tan estraña que aya gozado de veros en
parte donde jamás lo pensara?
Turbose con estas palabras Dolisena; cuydó estuviesse fuera de su juyzio. Mas, como hera
gentil y havía oýdo dezir que el dios Cupido estuviesse allí su morada, tuvo por cierto que,
204
―Entre los caballeros cristianos en las relaciones breves entran en juego variantes que vienen a disculpar
moralmente el adulterio: a) la coacción de la mujer, b) estar sometido el caballero por encantamiento o «yervas
de bien querer» y c) ser tentado por la lujuria‖ (Bueno y Cortijo, 2010: li). Los casos de infidelidad masculina
que encontramos en la Tercera y quarta parte se deben a los dos últimos motivos. Como veremos más
adelante, el autor disculpa a los caballeros que son infieles contra su voluntad debido a algún encantamiento,
mientras que el hecho de ser ―tentado por la lujuria‖, como será el caso de don Clarineo, no le parece motivo
suficiente como para justificar su comportamiento.
205
Véase Aguilar Perdomo, 2010.
106
pues de otra suerte su mal no llevava remedio, lo avía querido hazer de aquella, y entre sí le
dava las grazias. Y dissimulando con don Belianís, mostrándose ni más ni menos alegre,
paresciéndole que aún de aquella suerte se podría cumplir lo que los astrólogos de su
nascimiento dixeran, en dulzes pláticas fue con él, gozando de la hermosura de la huerta, del
agraciado parecer y olor de las lindas flores, del dulze canto de las aves que por allí andavan
rebolando de rama en rama, diziéndose mil palabras amorosas, dándose otros tantos
abraços... (fol. 127-rº)
Don Belianís no es consciente de haber traicionado a su dama, porque cree estar con ella en
todo momento. Más tarde, los caminos de ambos se separarán, y Dolisena descubrirá que está
embarazada. Como es doncella soltera, ha de ocultar su embarazo, y tampoco puede comunicárselo a
don Belianís, pues él ignora lo que ha sucedido entre ambos. Desde su punto de vista, su conducta ha
sido intachable, y así habrá de verlo también Florisbella cuando, muchos años más tarde, se entere de
la traición involuntaria de su esposo.
Perianeo, por su parte, no tiene ninguna obligación para con Florisbella, ya que ella no solo
no lo ama, sino que ni siquiera tolera su presencia. No obstante, él desea serle fiel, y por ello la sabia
Ginebra (―que d‘él estava no poco enamorada‖, fol. 69-rº) habrá de utilizar encantamientos para
doblegarlo:
la hystoria qüenta que, quando Perianeo venció a Saviano de Trebento, herido de graves
heridas fue llevado por esta sabia donde, aunque contra su voluntad, fue engendrado este
Salisterno, que Sin Pavor se llamava, y al despedir a Genevra se lo dixo (fol, 175-rº).
En ambos casos, la magia ha sido más poderosa que la lealtad del caballero hacia su dama:
El amor y la magia están unidos en las mismas condiciones en las que funciona la magia en
los libros de caballerías: a) Por ingenio objetivo, sinónimo de conocimiento libresco o
nigromancia, y b) por engaño, por ilusión subjetiva (Bueno y Cortijo, 2010: liii).
El primer caso es claramente el que sufre Perianeo, mientras que el segundo es el que
experimenta don Belianís en el templo de Amón206.
Quizá porque Perianeo no está obligado a rendir cuentas a ninguna dama, su hijo Salisterno
recibirá una educación similar a la de Belflorán, en un castillo encantado, y será devuelto a su padre
en el momento oportuno. Naturalmente, tiene que ganarse una reputación; pero, al igual que a
Belflorán, se le revelan muy pronto su nombre y su ascendencia.
En cambio Astrideo, Dolistor y Polisteo, nacidos de la traición, crecerán desconociendo su
linaje e incluso habrán de enfrentarse a él en el transcurso de la guerra de Constantinopla.
La búsqueda de la identidad es parte de la tarea del héroe, como apuntábamos más arriba;
pero aquí solo parece reservada a los hijos ilegítimos, que deben descubrir sus raíces207.
206
―El engaño, en cambio, se basa en la manipulación de la fantasía, de la imaginación, haciendo aparecer a los
ojos elementos que no existen y sensaciones que tampoco están presentes‖ (Bueno y Cortijo, 2010: liii).
207
Tradicionalmente, el héroe ha de ganarse la devolución de su nombre, y es lo que harán Dolistor, Polisteo y
Astrideo. A Belflorán, sin embargo, se le ―perdona‖ esta primera tarea, ya que es su propio padre quien acude
en su busca para devolverle su identidad perdida.
107
1.5.2. Señales de destino heroico
Ya hemos descrito el extraordinario nacimiento de Belflorán. Como hermanos suyos, aunque
ilegítimos, los gemelos Dolistor y Polisteo muestran también señales míticas al nacer208. En primer
lugar, su nacimiento estaba profetizado, tal y como anticipa Dolisena:
Agora tengo por más venturosas cosas mis acontecimientos de quantas han dicho los sabios
que de mi nascimiento hablaron, a los quales condenno por nescios, que, no conosciendo las
mayores, dixeron que havía de tener hijos, los quales mandarían gran parte del mundo (fol.
124-vº).
Estos niños destinados a gobernar el mundo son engendrados en el templo de Amón, un
lugar de prodigios y maravillas. También el alumbramiento de Salisterno se presume extraordinario,
ya que se produce en un castillo encantado, y él mismo es hijo de una mujer con poderes mágicos,
ambas señales inequívocas de destino heroico209.
Dolistor y Polisteo, en cambio, nacen en medio del bosque. El autor nos cuenta que Dolisena
parió dos niños, los más hermosos que la imaginación pudiera pensar (…) el que primero
nació traýa una señal en cuya ymaginación debió de ser concebido, porque traýa a Cupido
con su arco y flechas baxo la tetilla hizquierda, tan natural que bibo parescía (…) traýa el otro
a la parte derecha una cruz tan blanca que no se dexava mirar (fol. 164-vº).
Las marcas son muy especiales, y anticipan el futuro de los niños210. Sin duda, uno de ellos
destacará por sus amores, mientras que el otro será un ferviente defensor del cristianismo…, aunque
mucho más adelante ya que, por el momento, se criará en tierra pagana.
Pero una leona rapta a los niños y se los lleva para criarlos en lugar de sus cachorros
perdidos. El ermitaño Nicanor los encontrará y, en lugar de ahuyentar a la leona, ambos cuidarán
juntos de los infantes211.
Y paresciéndole que todas aquellas cosas fuessen obras maravillosas de sus dioses, él hizo
allí de las ramas de los árboles una choça para sí, y a los niños bistió de algunos pellejos de
animales, que él matava hartos. Y afficionándose no menos a él la leona, entr‘ambos tenían
cuydado d‘ellos.
208
Roubaud apunta que las parejas de hermanos son un motivo clásico dentro de la literatura caballeresca, que,
―à l‘origine, les avait emprunté aux narrations arthuriennes; dans celles-ci d‘ailleurs, on pouvait dejà entrevoir
au moins un cas de parenté fraternalle laissant pressentir l‘aparition future du motif des jumaeux: celui des
frères de Gauvain, Gaheriet et Guerrehet‖ (2000: 162).
209
―La condición de sus madres, magas, confiere a su embarazo unas connotaciones misteriosas, relacionadas
con lo casi sobrenatural‖ (Cacho Blecua, 1979: 30).
210
Aunque esto no se ve reflejado aún en la Tercera y quarta parte, probablemente estaba reservado para la
siguiente entrega.
211
Nicanor es un viejo caballero que, a causa de un desengaño amoroso, abandonó las armas y se hizo
ermitaño, igual que hará más tarde Sabiano de Trebento tras conocer el matrimonio de su amada Laura. Esto
parece ser un comportamiento habitual en los héroes caballerescos; sin embargo, lejos de la desesperación de
Amadís en la Peña Pobre o la locura de don Quijote en Sierra Morena, los ermitaños del Belianís de Grecia son
hombres que han hallado la paz y el equilibrio emocional a través del camino de perfección y purificación que
supone la vida ascética. ―Tradicionalmente, la montaña ha sido relacionada, como el bosque, con la figura del
ermitaño y con la idea de refugio. Es el escenario perfecto para escapar del mundo y de la vida en sociedad‖
(Campos García-Rojas, 2005: 29).
108
Cosa fue admirable la d‘estos infantes que, faltándole a la leona la leche, los crió Nicanor con
aquellos manjares que en tal parte podréys creer que tendría; donde, ya que fueron de cinco o
seys años, su hermosura y disposición al salbaje Nicanor traýa fuera de sí. Nunca él estuvo
tan alegre en su vida, y en este entretenimiento que os dezimos, sin les declarar que huviesse
otro mundo que aquel, los detuvo hasta que heran de edad de catorze años, que, admirado del
espantoso ser y balor suyo, no sabía qué hazer d‘ellos. No havía león, onça ni tigre en toda la
montaña que no matassen. Hiziéralos diestros de jugar armas, aunque de madera, y de tirar
con arcos que él les hiziera. No tuvieran en casa de sus abuelos mejor ayo; era muy cercano
pariente suyo, uno de los animosos cavalleros que conocía Áffrica; por su voluntad bien
muriera él en aquella vida, mas no lo quiso hazer por los donzeles (fol. 165-rº).
Este relato es muy similar al que Montalvo nos presenta de la primera infancia de
Esplandián. Después de comprobar, como hemos visto, la existencia de extraordinarias marcas de
nacimiento en el pecho del niño, Oriana lo entrega a la Doncella de Dinamarca para que se lo lleve
lejos. Por el camino, ella se detiene a beber. Se oye entonces el rugido de una leona, que espanta a
los caballos; y, mientras corren tras ellos para recuperarlos, la leona se acerca a la fuente y se lleva al
infante (Amadís, IV, cap. LXVI).
En este caso, la leona sí tenía cachorros; la intervención del ermitaño Nasciano es, en
consecuencia, muy oportuna, dado que le arrebata el infante a la leona y lo salva de ―ser vianda para
sus hijos‖. Sin embargo, la paciencia y santidad de este ermitaño lograrán amansar a los leones, y
también Esplandián crecerá entre ellos. Encontramos aquí, por tanto, el motivo del león reverente, un
animal habitualmente fiero que se muestra manso al reconocer las cualidades superiores de un
personaje en concreto (Campos García Rojas, 2010: 272).
La leona de Don Belianís se presenta mansa en un principio, al menos ante Nicanor.
Mas la leona, que más humana hera hecha que Nicanor, le vino alagando, echándose por el
suelo como un doméstico perro (fol. 165-rº).
En este caso, cabría preguntarse si el autor presupone santidad en un hombre pagano; tal vez
la leona encuentre en él cualidades humanas extraordinarias que pueden hallarse en determinadas
personas, independientemente de la religión que profesen. No obstante, parece que el animal se
muestra sumiso ante Nicanor porque ve en él a un posible padre para los niños que acaba de
adoptar212.
Por tanto, Fernández parece recrear en los hijos de don Belianís los detalles del nacimiento y
212
De la misma manera actuará la leona que traba amistad con don Clarineo durante su retiro ―a lo salvaje‖ en
una isla desierta, como veremos. En ese momento de su vida, el caballero está purgando su traición a
Hermiliana, por lo que no se presenta como modelo de conducta. La actitud mansa de la leona se inicia cuando
ve a don Clarineo jugando con sus cachorros y comprende que no es una amenaza: ―Mas, en entrando, vio en
ella unos doze leonzillos, pequeños como perrillos; los quales, viéndole, se vinieron a él, alagándole. Él se
holgó con ellos, paresciéndole algún entretenimiento. A esta hora vino una gran leona, cúyos heran; que,
viendo a don Clarineo que no hazía mal a sus hijos, se vino para él, asimismo alagándole. Y metiendo en la
cueva un animal que traýa muerto, le puso delante de don Clarineo, que con su espada le partió, dando d‘él a
los leones y a la madre, y con su espada, tomando yesca de unos robles viejos, de unas peñas sacó lumbre, en la
qual puso a assar parte del que para sí guardara. Y comió con mejor gana que en la mar, y a la tarde con la
leona salió de caça, con lo qual ella le tomó mucho amor‖ (fol. 100-vº). Don Clarineo colaborará activamente
en la crianza de los cachorros, que al crecer se convertirán en sus mascotas.
109
crianza de Esplandián. Veíamos que el motivo de las marcas en el pecho estaba presente también en
Belflorán; ahora, el rapto del león y la educación por parte del ermitaño se reproduce en los gemelos
Dolistor y Polisteo213.
En ambos casos, la crianza de los infantes corresponde por partes iguales al ermitaño, un
hombre santo, y a un animal214, cuya leche materna transfiere al héroe algunas de sus cualidades.
Esplandián será ―fuerte y bravo de coraçón‖, características atribuidas a los leones215. La principal
diferencia entre ambos estriba en que Nicanor es pagano; por tanto, los gemelos se educarán en la fe
de su madre, desconociendo la doctrina cristiana.
Años más tarde, el ermitaño decide enviar a sus ahijados a la guerra de Constantinopla, para
que se hagan hombres. Allí se unirán a la alianza pagana hasta que Dolisena reconozca a uno de ellos
gracias a la marca de su pecho y los gemelos recobren por fin su nombre y su identidad.
Mientras tanto, los jóvenes caballeros pelean en la guerra con la intención de ganarse una
reputación entre los mejores caballeros del mundo, lo cual los llevará a enfrentarse, sin que lo sepan,
a su padre, don Belianís, que lucha en el bando cristiano.
Algo similar sucederá con Astrideo de Bohemia. No hubo nada de extraordinario en el
nacimiento de este joven, hijo de don Clarineo y Rosaliana. Criado por Claristea en la corte de
Alemania, crece sin conocer su identidad, y más tarde sigue a su señora y protectora en su guerra
contra los príncipes griegos.
Se plantea desde el principio una intensa rivalidad entre Belflorán y Astrideo, que se odian
sin saber que son primos. Astrideo acude a la ceremonia de investidura de Belflorán y le pide que lo
arme caballero. Sin embargo, Belflorán replica que las normas de la ceremonia lo obligan a investir
solamente a príncipes ese día; dado que Astrideo desconoce su origen, Belflorán le sugiere que
espere al día siguiente o bien que sea armado por otra persona. A pesar de que es el mismo
emperador don Belanio quien se encarga de investir al joven, este no tolera la ofensa, y se establece
así el comienzo del odio entre los dos, simbolizado por la espada que porta Astrideo; esta le fue
entregada por Claristea, y es la misma que ella robó a don Belianís años atrás, durante los torneos de
Londres. El objetivo de Belflorán es, por tanto, derrotar a Astrideo para recuperar la espada de su
padre, algo que se convierte en una cuestión de honor216. No tarda en llevar a cabo sus propósitos.
213
Las señales extraordinarias del nacimiento de Esplandián, incluyendo el motivo del león manso, han sido
estudiadas por Gracia (1991: 137-143) y Cacho Blecua (1979: 29-31 y 50-54), entre otros.
214
El motivo del héroe criado por un animal es el B.535 de la catalogación de Thompson. El tema de los
gemelos criados por un animal, en este caso una loba, está ejemplificado en la leyenda de Rómulo y Remo.
También Garfín, uno de los dos ―fijuelos‖ del Cavallero Zifar, fue raptado por una leona y criado lejos de su
casa.
215
El león, al que se atribuyen características mágicas, es un animal recurrente en la zoología del Belianís de
Grecia; aparece como contrincante, como símbolo en profecías y como elemento heráldico, fundamentalmente
(Orduna, 1999a, 105-106).
216
―La espada pende en toda hora del costado del héroe. Este es su sitio de honor. La espada es, por así decirlo,
la otra dama del caballero. El héroe nunca la abandona‖ (Cuenca, 1991: 22).
110
En este caso no eran necesarias marcas de nacimiento porque Claristea era depositaria del
secreto de la identidad del joven. La anagnórisis se producirá cuando, al finalizar la guerra, Rosaliana
acuda al emperador para exigir justicia:
Esclarecido príncipe, la fama de tu justicia me á compelido a venir de tan lejos a pedirte me
des licencia para que por estos, mis cavalleros, sean retados don Clarineo y Hermiliana, tus
hijos; porque sabrás que el uno d‘ellos, con la mayor falsedad que nunca cavallero cometió,
aviéndome librado de una fortaleza que a él no será olvidada, prometiéndome de sus reynos y
señoríos hazerme señora, hizo comigo la mayor crueldad que sea en memoria, por lo qual soy
agora deseredada. Y Hermiliana atrevidamente de mi palacio me llevó las cosas de mí más
amadas, prometiéndome bolbérmelas, lo qual nunca hizo; antes con profundo descuydo el
uno y el otro están en los regocijos d‘esta corte. Agora, soberano señor, dadme licencia para
que por batalla se les muestre averlo ellos hecho como malos, y con esto seré yo contenta
(fol. 221-rº).
La batalla no llegará a producirse, ya que don Clarineo y Hermiliana le suplican
humildemente perdón, y el primero reconoce a Astrideo como hijo y lo reinserta en su linaje. Así el
joven puede ocupar su lugar en la sociedad y su odio hacia los griegos ya no tiene razón de ser.
Salisterno, por su parte, será también reconocido por Perianeo cuando la sabia Ginebra lo
envíe a presentarse ante él con una carta que lo acredita como digno hijo de su padre:
aunque en él tengas tanta parte como yo, por ser tu hijo, no lo hiziera si en alguna manera
viera que no respondía a la real sangre de Persia; mas Salisterno Sin Pavor es tal que muy
bien meresce ser por tuyo tenido (fol.175-vº).
Salisterno no tardará en avalar con hechos las palabras de su madre. Igualmente destacarán el
resto de los caballeros de su generación, aunque nunca lo suficiente como para hacer sombra a
Belflorán, ni siquiera en el caso de los gemelos, que son también hijos de don Belianís y, como
hemos visto, han sido marcados con las señales del héroe. Quizá su condición de ilegítimos pese más
que la sangre de sus padres, aunque no dudamos que el autor tenía grandes planes para ellos, y que la
profecía que anunciaba que ―mandarían gran parte del mundo‖ acabaría por cumplirse tarde o
temprano.
1. 6. El caballero desleal: don Clarineo
Don Clarineo de España es uno de los hermanos de don Belianís. En la Primera y Segunda
Parte se presenta como un caballero cortés y esforzado, que sigue los pasos de su hermano mayor. El
autor dedica varios capítulos a sus aventuras, bien en solitario, bien acompañado de su otro hermano,
don Lucidaner de Tesalia; en una de ellas conoce a Hermiliana, princesa de Francia, la rescata de las
garras del malvado duque de Calés y se compromete con ella. Sin embargo, no tardará en toparse con
una aventura que pondrá a prueba su fidelidad amorosa y que, como veremos, no será capaz de
superar satisfactoriamente.
1.6.1. El error de don Clarineo
111
Al comienzo de la Tercera y Quarta Parte, don Clarineo emprende la queste de las doncellas
desaparecidas, entre las que se encuentra la propia Hermiliana. Lo acompaña, como en otras
ocasiones, su hermano Lucidaner, que también ha perdido a su amada Policena. Poco después les
sale al paso una aventura que los aguarda en un castillo encantado:
vieron número de más de veynte castillos, con tantas torres y dorados chapiteles que davan
gran sabor a quien los mirava. En medio de todos en aquel llano estava assentado otro
castillo, tan fuerte que con razón parecía ser inispugnable. No se vio cosa más alindada al
parescer de los príncipes, los quales, muy alegres de haver aportado en tal parte, se fueron
por un camino algo ussado que en el llano avía (fol. 18-vº).
El castillo es la prisión de una doncella cuitada que se muestra de esta manera ante los
príncipes, ofreciéndose a sí misma como premio de la competición caballeresca:
encima de una torre que de muy fino christal parecía ser hecha, vieron una donzella tan
hermosa que a los príncipes dexó maravillados de su hermosura, cuydando no haver visto
otra más estremada. Estava vestida de una saya de damasco blanco toda golpeada, y por los
golpes se mostrava un embés de fino oro. Tenía un tocado rebuelto a la cabeça por cima de
una redecica de oro con que los cabell[o]s tenía cogidos. Parecía estar de aquella manera
como persona que de sí tenía muy poco cuydado, ya qu'el descuydado disfraz causava en ella
tanta hermosura que la natural en muchos quilates acrecentava. Tenía sus alindados pechos
descubiertos todo lo que del cuerpo de la saya, que algún tanto era derrocada, se podía
mostrar. Tenía en las manos unos delicados guantes, los quales parecía aparejar para calçar,
y, aunque parescía en aquello tener todo su pensamiento, no hera ansí, antes tenía
encubiertamente puestos los ojos en los cavalleros, paresciéndole no menos bien dispuestos
que ella a ellos gentil y graciosa dama (fols. 18-vº-19-rº).
Lucidaner no se deja tentar; don Clarineo, sin embargo, sucumbe rápidamente a los encantos
de la misteriosa dama.
Y, no esperando a que los príncipes le pudiessen responder, se quitó de las finiestras, con
cuya ausencia quedó el príncipe don Clarineo tan embelesado que en aquel punto no se le
acordava de la princesa Hermeliana, su señora; antes su apassionado coraçón en bivas llamas
por la donzella ya vista ardía. (...) Con la nueva llaga de amor se metió por el pequeño
camino don Clarineo, llevando en su memoria representada la hermosa figura que biera; y,
aunque la memoria de la princesa de Francia le diesse alguna pena, no hera de manera que
le diesse la congoxa que solía (fol. 19-rº).
Los dos hermanos acometen la aventura, pero es don Clarineo quien la culmina con éxito,
derrotando a las guardas del castillo y liberando así a la bella Rosaliana del encantamiento en que la
había sumido el sabio Licanor. Más allá del ambiente maravilloso en el que se encuentra, no se nos
dice en ningún momento que Rosaliana tenga poderes mágicos, por lo que podemos descartar
cualquier tipo de philocaptio. El hecho de que don Clarineo se acuerde aún de Hermiliana y
experimente cierto remordimiento parece confirmar que es perfectamente consciente de lo que está
haciendo.
Superado el reto caballeresco, don Clarineo habrá de enfrentarse a la prueba de la lealtad
112
amorosa. Una carta de la sabia Belonia exhorta a los caballeros a partir de inmediato, pero especifica
que don Clarineo, como libertador de Rosaliana, ha de acompañarla y responsabilizarse de ella. Es
habitual que los caballeros escolten a las doncellas, pero en este caso la compañía supone para él una
tentación difícil de resistir,
no le pesando a don Clarineo en quedar solo con Rosaliana, passando con ella mucha dulçura
de sabrosos amores, teniendo a la princesa de Francia muy olvidada, no se les acordando de
partir de allí por muchos días. Al cabo de los quales, paresciéndoles que quanto más se
detuviessen hera peor, acordáronse de partir para la corte del rey de Tracia, adonde les
acaescieron muchas aventuras que adelante serán contadas, que esta princesa causó mucho
destraymiento en don Clarineo y mucha passión en la princesa Hermeliana, como adelante
vos será contado (fol. 24-vº).
Tiempo después, todos los caballeros importantes del relato se darán cita en el castillo de la
sabia Medea para rescatar a las princesas secuestradas. El único gran ausente será, precisamente, don
Clarineo; Hermiliana teme que pueda hallarse en peligro, y toma las armas para ir en su busca. Tras
muchas aventuras lo encuentra en Bohemia, disfrutando de la vida cortesana y de su relación
clandestina con Rosaliana.
Hermiliana no se da a conocer; aún bajo su disfraz de caballero andante, se dispone a
acometer la Aventura del Valle Desastrado, y don Clarineo, que la ve desde lejos, envía a su
escudero para advertirle del peligro. La princesa aprovecha para echarle en cara su actitud, aludiendo
al intercambio de roles que ha provocado su infidelidad:
–¿Soys vos suyo? –dixo Hermiliana.
–Sí, señor –dixo el escudero.
–Pues agora le dezid de mi parte –dixo la princesa– que me paresce bien que, pues á dexado
de hazer lo que como cavallero a quienes era obligado, tornándose guardador de damas, que
tenga cuydado, como donzella, de avisar a los cavalleros que se guarden de las peligrosas
aventuras; y que, para que vea la differencia de lo uno a lo otro, que venga él y verá cómo los
cavalleros no han olvidado lo que son [o]bligados (fol. 94-rº).
Don Clarineo, furioso, la reta a un duelo, pero Hermiliana responde:
no sé por qué queréys batalla, la qual yo haría con vos de buena voluntad, aunque no sé para
qué la tengo de aver con un cavallero tan descuydado de su honra, que por estar en vicios y
passatiempos ha dexado perder lo que tan ganado tenía. Porque, si esto no fuera, no
dexárades de buscar a vuestras hermanas en las montañas de Syria, como hizo el emperador
don Belanio y los príncipes, vuestros hermanos, hasta darles libertad; no dexárades de
hallaros en la guerra troyana, donde con tanta sangre griega Policena fue restituyda en su
estado; y aun lo que peor es, que assí ayáys olvidado el amor de la princesa de Francia, que,
según yo la vi, ya deve de ser casada, vistos vuestros descuydos y cosas feminiles que avéis
tomado (fols. 94-vº y 95-rº) .
La inversión de roles no terminará aquí. Hermiliana, superada con éxito la aventura del Valle
Desastrado, salvará a don Clarineo de una emboscada que le tienen sus enemigos en el jardín de
113
Rosaliana217. Tras derrotar ella sola a los atacantes y llevarse a su amado, gravemente herido, a un
lugar seguro, le revela su identidad218.
En este momento, don Clarineo no solo ha perdido a Hermiliana, sino también su honor y su
hombría. La doncella ha tomado las armas y ocupado su lugar como caballero, y le reprocha no solo
su infidelidad, sino también su vida cómoda y regalada219. Don Clarineo ha sido ampliamente
superado por Hermiliana en fidelidad amorosa y hechos de armas, puesto que ella ha culminado con
éxito una aventura que él no pudo acabar. Además le ha salvado la vida cuando se disponía a
encontrarse en secreto con su amante; don Clarineo, por tanto, no puede caer más bajo a los ojos de
la princesa. Es entonces cuando reconoce su error y pide perdón:
–Esclarescida princesa, mis yerros ninguna respuesta tienen, pues he sido el más desleal de
quantos han sido. Supplícoos que me deys la muerte, que bien merescida la tiene quien tan
mal conoscimiento de lo mucho que se os devía ha tenido, que con esto escussaréys que no
me la dé yo desesperadamente para perder el alma (fol. 99-vº).
No obstante, Hermiliana considera que ya ha hecho suficiente:
Ciertamente, el desengaño que yo he visto de otro que de mi misma persona no lo creyera, y
aun ansí estoy sospechosa que seas aquel don Clarineo que del duque de Calés me libró,
porque aquel hera un príncipe, hijo y hermano de los mejores cavalleros del universo, y a ti
hete hallado afeminado de los regalos de las mugeres, viol[a]ndo las casas reales de altos
príncipes; y, p[u]es assí es, ya quedamos iguales, que de un peligro me librastes, ya yo os lo
he pagado en otro tanto. Dende oy más biviré descansada de la obligación que tenía. Y vos,
cruel engañador, quedaréys con aquello que escogistes (fol. 99-vº).
Don Clarineo se muestra muy arrepentido, pero esto no bastará para recuperar a Hermiliana.
La doncella ha afrontado una larga queste por él, solo para descubrir que no era merecedor de su
amor. Por tanto, deberá purgar sus errores para demostrar que es digno de recuperarla.
Si bien es obligación de todo caballero ser leal a su dama, en la literatura caballeresca no
217
Según Sales, ―la huerta vuelve a presentarse como espacio de recreo y solaz, al tiempo que las dificultades
para acceder al recinto envuelven el hipotético deseo del caballero de encontrarse con su amada de unas
connotaciones simbólicas evidentes. Para gozar de la pasión fuera del matrimonio, hecho reprobable desde la
ortodoxia cristiana, el amante debe salvar los impedimentos espaciales, el muro, identificados si se quiere con
unas barreras de tipo moral‖ (Sales, 2004: 127). Velázquez Elizalde, en el análisis que realiza de la función del
huerto en Tirant lo Blanch (2008: 177-181), lo destaca también como lugar de encuentros amorosos, si bien
señala que su carácter de locus amoenus puede verse alterado por escenas o sucesos violentos. Este pasaje del
Belianís reúne los dos aspectos, puesto que la batalla se produce cuando don Clarineo se disponía a reunirse en
secreto con su amante.
218
La historia de Hermiliana y don Clarineo recuerda al célebre romance de la condesita que se echaba a los
caminos para buscar a su esposo perdido en la guerra. Ambos se reencuentran cuando él está a punto de casarse
con otra mujer; finalmente, el conde reconoce a su esposa legítima y decide regresar junto a ella, porque ―los
primeros amores son tardidos de olvidar‖ (Romancero, ed. cit., p. 293).
219
―Mientras el personaje se encuentra ocioso, no realiza ningún acto valeroso y entonces, su reputación y la de
sus antepasados puede verse resentida‖ (Sales, 2004: 30).
114
faltan personajes que destacan precisamente por lo contrario220. El más célebre de todos ellos es, sin
duda, Galaor, el hermano de Amadís de Gaula, conocido por sus múltiples escarceos amorosos221.
Sin embargo, Jerónimo Fernández no presenta a don Clarineo como un caballero libertino, puesto
que su relación con Rosaliana no es breve ni ocasional. Don Clarineo, en realidad, es bígamo: se
enamora de dos mujeres y alterna su relación con una y con otra, traicionando así la palabra dada a
ambas.
Martín Romero señala que, entre el caballero fiel y el seductor, existe otro tipo de amante:
―el caballero que siente un amor idealizado por una determinada dama, pero que falta a su primer
amor cuando se enamora de otra doncella‖ (2010b: 168). Como ejemplo analiza el caso del
protagonista de Amadís de Grecia (1530) que, aunque sirve lealmente a Lucela, la abandona cuando
conoce a la bella Niquea. También se da un caso similar en el Caballero del Febo, que se debate
entre el amor de Lindabridis y Claridiana. Ninguno de estos caballeros, sin embargo, regresará junto
a su primer amor. Don Clarineo sí lo hará, y en el proceso, tratando de reparar su relación con
Hermiliana, abandonará a su vez a Rosaliana.
En palabras de Bueno y Cortijo, ―la infidelidad a la amada es una constante apoyada en la
impunidad de la mentalidad patriarcal cristiana y en que el adulterio era un delito femenino por las
implicaciones en la transmisión de la herencia o heredad‖ (2010: li). Esto último lo vemos
claramente en el caso de Rosaliana que, tras ser abandonada, denunciará ante el emperador que su
amante ―hizo comigo la mayor crueldad que sea en memoria, por lo qual soy agora deseredada‖ (fol.
221-rº). En cambio don Clarineo solo tiene que responder ante Hermiliana, con quien existía un
compromiso anterior. Sus acciones no tendrán consecuencias en sus derechos dinásticos, si bien ―sí
encontramos repercusiones literarias, pues los caballeros voluntariamente infieles a las damas o
especialmente proclives al amor no alcanzan el estatuto heroico del protagonista, viviendo el
espectador su infidelidad como una tara‖ (Bueno y Cortijo, 2010: li).
Por tanto, don Clarineo deberá expiar su traición mediante un retiro tanto físico como
espiritual que lo redima ante Hermiliana y, sobre todo, ante los lectores.
220
Ortiz-Hernán (2009) distingue entre caballeros seductores y caballeros adúlteros; don Clarineo encajaría
en esta última categoría ya que, si bien en este momento de la historia aún no está casado, la ruptura de palabra
dada a Hermiliana basta para considerar su actitud como una infidelidad. Así lo entenderán la propia
Hermiliana y otros personajes como el mismo don Belianís.
221
―Galaor renuncia desde el principio de su carrera aventurera a mantener relaciones con una única mujer. A
lo largo de su biografía son diversas las situaciones en que este caballero pasa por encima de ilusorias lealtades
y no tiene reparo alguno en gozar de aquellas damas y doncellas hacia las que se siente atraído. Galaor encarna
una concepción del amor más sensual y libertina, decididamente opuesta a los tópicos cortesanos‖ (Sales,
2004: 54). Cacho Blecua relaciona su actitud con la educación recibida, lejos de la corte y la civilización, tras
ser raptado por un gigante, lo cual hará que desarrolle una ―vida amorosa más instintiva‖ (2001: 123).
Herederos de Galaor son personajes como Rogel de Grecia (Tercera Parte del Florisel de Niquea) o Perión
(Lisuarte de Grecia).
115
1.6.2. Penitencia amorosa
Tras la partida de Hermiliana, don Clarineo no regresará con Rosaliana. Trata de salir en
busca de su antiguo amor, pero una tormenta hace naufragar el barco en el que viajaba, y lo arroja a
una isla desierta:
Mas, levantándose de allí, se fue por ver si en la isla havía algún poblado, y subiosse en una
pequeña cuesta que allí havía, donde vio la isla toda, pequeña, sin población ni casa ni señal
de haverla havido jamás, si no fuesse de muchos animales bravos que por allí havía (fol. 100vº).
Entre esos ―animales bravos‖ destacan una leona y sus cachorros, con quienes don Clarineo
traba amistad.
Y en esta vida estuvo mucho tiempo, que los leones crescieron, y tomáronle tanto querer que
le guardavan como si fueran lebreles de Yrlanda. Y él cada día en sus lágrimas y quexas,
dando por aquella isla mil gritos que sus males publicavan, y viéndole los leones hazer
aquello, con una desapacible música de gemidos le ayudavan.
Este episodio parece claramente inspirado en la penitencia de Amadís en la Peña Pobre:
Assí como oís fue encerrado Amadís, con nombre de Beltenebros, en aquella Peña Pobre,
metida siete leguas en la mar, desamparando el mundo, la honra, aquellas armas con que en
tan grande alteza puesto era, consumiendo sus días en lágrimas y en continuos dolores
(Amadís, I, p. 711).
Amadís, privado del favor de su señora, se retira voluntariamente del mundo, actitud que
será imitada por no pocos caballeros posteriores a él222. Don Clarineo arriba a la isla por azar, y su
falta es todavía más grave que la cometida por el enamorado de Oriana. Por tanto el autor le hará
permanecer en su retiro durante largos años, a lo largo de los cuales nadie tendrá noticias suyas,
Hermiliana seguirá ejerciendo de ―caballero andante‖ y el hijo de Rosaliana crecerá hasta convertirse
en un doncel dispuesto a tomar las armas.
Pasado este tiempo, en un encuentro fortuito con Hermiliana, don Belianís pide nuevas de
don Clarineo y se entera por fin de la traición que ha cometido:
–¿Qué es esto, mi señora, que me contáys? –dixo don Belianís–, ¡que a don Clarineo por
mejor empleado le tenía yo! No es possible que él aya perdido su tan buen conoscimiento.
–¡Ay, mi señor! –dixo Hermiliana, derramando lágrimas en abundancia–, ¿y cómo estáys tan
engañado? Creedme, que a otro que a mí misma no diera crédito.
Entonces le contó quanto por sus ojos viera, ayudándole don Belianís con otro no menor
pesar.
–D‘essa suerte, mi señora –dixo el príncipe–, por demás nos cansamos en buscar a don
Clarineo, que cavallero que tal yerro y contra tal princessa hizo, él mismo se havrá enterrado
bivo, o se avrá puesto en parte donde hasta el último día no se sepan d‘él nuevas.
–No esperéys tal arrepentimiento –dixo Hermiliana– en quien goza tales amores, que no se
suffre; y de Roseliana me pesa que la dexó así perdida, y fuy yo d‘ello la causa (fol. 127-vº).
222
Véase Aguilar Perdomo, 2001.
116
Vemos, pues, que también el héroe del relato condena la actuación de su hermano y
considera que su falta solo puede ser enmendada con un retiro radical como el que, de hecho, está
sufriendo don Clarineo.
Poco después, don Belianís y Hermiliana llegan también a la isla por casualidad. El autor
insiste en lo inhóspito del lugar, trasunto del alma de su único habitante:
Y llegando a lo alto con algún trabajo, vieron la ysleta en torno, cercada de agua, sin
memoria de ningún edificio, y por lo más bajo vieron andar algunos animales bravos, algunos
ossos y tigres, y no muy lexos d‘ellos passaron dos dragones, dando espantosos silvos.
–No he visto más mala tierra que esta jamás –dixo Hermiliana–. Esta morada aun para los
diablos es áspera.
Avía en ella un olor malo, que al parescer inficionava, y causávanlo unos animales terrestres
llamados burcos, que su olor de muy junto atosiga como un ponçoñoso veneno (fol. 128-rº).
No tardan en encontrarse con don Clarineo; sin embargo, la vida salvaje lo ha transformado
hasta tal punto que no lo reconocen:
estava tendido un grande salvaje cubierto de unas pieles de lobos marinos mal adereçadas; los
cabellos de la cabeça por sobre la ropa caýan hasta la cinta, cubriéndole la mayor parte del
rostro; tenía una espada ceñida con una guarnición de oro, esmaltada con algunas
relumbrantes piedras por ella. Al parescer dormía; alderredor d‘él estavan diez o doze leones
hechados, como que de le guardar tuviessen cargo (...) Y quitáronle los cabellos de sobre el
rostro, que le ahogavan, mas no por esso le conoscieron; estava don Clarineo tan tostado del
sol que se havía buelto de la color de un etíope o poco menos. Estava muy flaco, los ojos
muy metidos; no le conoscieron, ni aun era menos, según él estava dessemejado (fol. 128-rº).
Don Clarineo ha cambiado por fuera, pero también por dentro. Así, la descripción de la isla
como locus eremus se relaciona con la devastación física que presenta el caballero, que es también
un reflejo de su desolación interior223. De hecho, don Clarineo reconoce a sus seres queridos, pero ya
no se considera digno de ellos, por lo que mantiene en secreto su verdadera identidad, haciendo, esta
vez sí, lo que se espera de él: ―se havrá enterrado bivo, o se avrá puesto en parte donde hasta el
último día no se sepan d‘él nuevas‖.
La prueba de fuego de don Clarineo se produce cuando deja marchar a su hermano y a su
amada sin confesarles la verdad. Llegó a la isla por azar, pero permanece en ella voluntariamente
para expiar sus faltas, y esta fortaleza de carácter propiciará su redención.
1.6.3. Reconciliación y reconocimiento de los errores pasados
Dado que el personaje ha demostrado una evolución y un cambio de actitud, el autor decide
darle una nueva oportunidad y, aunque don Belianís y Hermiliana parten de la isla sin haberlo
223
―De acuerdo con las exigencias cortesanas, el servicio amoroso obliga al caballero a obedecer a la dama. Sin
embargo, la ruptura de la relación simbiótica entre amor y caballería lleva al amante a una situación muy
dramática. Al perder su referente vital, el héroe se abandona. No discute la decisión de su dama y se entrega a
una penitencia amorosa que supone su máxima postración‖ (Sales, 2004: 135).
117
reconocido, una tempestad los devuelve convenientemente a ella, justo en el momento en que don
Clarineo expresa sus quejas en voz alta. Se produce la anagnórisis y Hermiliana, juzgando que su
amado ya ha penado bastante, lo perdona y le permite regresar a su lado:
–¿Qué os paresce, mi señora –dixo don Belianís– de tal lealtad? No sin causa os dezía yo que
tenía a don Clarineo por perdido, que tal aventura como esta no mereze ser olbidada.
–Bien me plaze –dixo Hermiliana, sus más graciosos ojos que otros del mundo hechos
fuentes de lágrimas– que, como vi el yerro, aya visto la enmienda; de que don Clarineo aya
hecho tal locura me pesa, que con un sospiro de tantos como él por esta ysla ha dado le
perdonara yo mi muerte y quedara más que satisfecha (fol. 129-rº).
Una vez producido el reencuentro, los dos formalizan y consuman su amor:
–Agora, mis señores –dixo el príncipe don Belianís–, pues yo también he passado parte de mi
trabajo, quiero llevar parte de la merced.
Entonces, tomándoles las manos, con grande alegría y contentamiento de entr‘ambos los
desposó, y la hermosa francesa abraçó y besó al denegrido salvaje, no le paresciendo menos
ermoso que quando del duque de Calés la librara (...) En el entretanto que la fusta se
hadereçava salían a caça con los leones, donde no faltó alguna vez que, perdiéndose en ella el
príncipe don Clarineo y la princessa Hermiliana, cumplieron sus desseos, con no menos
alegría entr‘ambos que hasta allí passaran de travajos (fol. 129-vº).
De este modo, don Clarineo regresa a la caballería andante habiendo purgado su infidelidad
y obtenido por ello el amor de su dama. Símbolo de su resurgimiento son los leones que lo
acompañan en su retorno a la civilización: ―hizieron un artificio en que los leones fuessen, que por
ninguna manera los quiso dexar don Clarineo, que con él yban tan mansos como corderos‖ (fol. 130rº)224.
A partir de ahora, Hermiliana y don Clarineo serán inseparables. Resuelto el conflicto que
motivó su queste, la doncella, sin embargo, no abandonará las armas, de modo que veremos a la
pareja acudir juntos a justas, guerras y aventuras, y pelear codo con codo como dos valientes
caballeros.
Lo único que falta para devolver a don Clarineo al camino de la buena caballería es
solucionar el estado de Rosaliana, la princesa abandonada que, como hemos visto, ha perdido su
honra y su herencia por culpa del engaño de su amante. Acudirá a pedir justicia ante el emperador;
pero Hermiliana y don Clarineo, en su felicidad, no desean iniciar ningún conflicto con ella, por lo
que reconocen su implicación en el asunto y piden humildemente perdón:
Mas esto ni otra cosa no pudo a los príncipes mover a la batalla; que, siendo por su demanda
conoscida ser la bella Rosaliana, ambos se tomaron por las manos, y con admiración del
emperador y los presentes, ante ella se hincaron de rodillas, y don Clarineo le dize:
224
Estos animales, a diferencia de su madre o de la leona que criaba a los gemelos Polistor y Dolisteo, han sido
domesticados porque han crecido junto a don Clarineo. También el protagonista de Ivain, de Chrétien de
Troyes, retornaba a la corte acompañado por un fiel león después de un retiro ―a lo salvaje‖, motivo por el cual
obtenía el sobrenombre de ―El Caballero del León‖. Tampoco hay que olvidar que la presencia del león
simboliza ―la lucha continua, la luz solar, la mañana, la dignidad real y la victoria‖ (Cirlot, 1997: 279).
118
–Soberana princesa de Boemia, no son las mercedes de vuestra parte hechas de tal calidad
que se puedan poner en juyzio de batalla: mas, de que conociendo aver sido en todo culpados
en lo que a vos se devía, hagáys de nosotros lo que vuestra boluntad fuere, como de aquellos
que fuera de esse hierro en todo emos deseado vuestro contentamiento.
¡Quién os dirá lo que Rosaliana sintió de ver los príncipes delante de sí! Acordándosele de las
cosas pasadas, no podía hablar palabra más de derramar espesas lágrimas, sin tener acuerdo
para mandarlos levantar (fol. 221-vº).
Dado que don Clarineo ya está casado oficialmente con Hermiliana, Rosaliana no puede
aspirar a recuperarlo. Sin embargo, sí pide a su antiguo amante que reconozca a Astrideo, su hijo,
para que pueda heredar el trono de Bohemia. Así lo hace don Clarineo, de modo que el joven
caballero queda ligado al linaje del imperio griego, subiendo espectacularmente en el escalafón
social.
Vemos por tanto, que, aunque la figura del caballero adúltero no es inusual en los libros de
caballerías, Jerónimo Fernández se posiciona decididamente en contra de la deslealtad amorosa,
justificando los ―deslices‖ de sus héroes mediante encantamiento o philocaptio, como ya hemos
visto, o bien obligándolos a purgar su error y responsabilizarse de sus actos. Esto llama la atención
porque parece contradecir la tendencia habitual del género; según Cuesta Torre, ―estas novelas
reflejan la diferente postura de la sociedad medieval respecto al adulterio femenino y al masculino.
El primero debe ser castigado, el segundo carece de importancia‖ (2001b: 113).
119
2. DAMAS Y DONCELLAS
2.1. La mujer en la aventura caballeresca
A pesar de su escasa actividad, representa una entidad fundamental en los libros de caballerías,
hasta el punto de que ―es prácticamente imposible comprender la esencia del caballero sin la
presencia femenina‖ (Haro, 1998: 181). La dama es la inspiración del caballero, y existe una relación
indisoluble entre amor y caballería; la iniciación caballeresca suele darse al mismo tiempo que la
iniciación amorosa, conociendo el caballero novel a su dama casi al mismo tiempo de ser investido.
Por ella acometerá las más asombrosas hazañas, será su nombre el que invoque antes de la batalla y
su belleza la que defienda ante todo el que ose negarla.
En palabras de Marín Pina,
la mujer no es la protagonista de estas ficciones, pero sí pieza indispensable de las mismas.
La existencia del héroe, protagonista indiscutible de estos libros, pocas veces se entiende sin
las mujeres; ellas justifican en principio y parcialmente su razón de ser como caballeros,
porque dentro de la aceptación del código caballeresco se halla el compromiso de su defensa
(1991: 136-137).
El caballero coloca a la dama, por tanto, en un pedestal, de donde se espera que ella no se
mueva en tanto que su enamorado trata de llegar hasta allí:
La mujer es en tales casos su inspiradora, un ser perfecto, una obra maestra de Dios, objeto
de culto y reverencia. Esta idolatría a la mujer, que también presentan por las mismas fechas
la ficción sentimental o la poesía cancioneril, está en la esencia de toda la ideología del amor
cortés y la hereda en arte la literatura caballeresca peninsular del roman artúrico, que lo había
practicado notablemente en sus primeros textos, donde la mujer estaba conceptuada como un
ser superior capaz de ennoblecer y dar categoría al amante (Marín Pina, 1991: 137).
Por un lado, el caballero acepta la superioridad de la dama, pero por otro se la considera un
ser frágil y desvalido. Ella se limita, pasivamente, a esperar a que el caballero regrese de sus
innumerables aventuras, o a ―ventanear‖ para ser testigo de sus hazañas cortesanas. Su función
consiste en reaccionar ante las maniobras –acertadas o no– del caballero, bien premiándole con un
nuevo galardón que lo acerque más a su corazón y a su lecho, bien castigándolo con el azote de su
indiferencia. La dama es, por tanto, juez, pero también es el premio. En muchas ocasiones esto se
manifiesta de forma más clara cuando la dama es secuestrada, y el caballero debe acudir en su ayuda.
No obstante,
el héroe rescata a la dama del dragón, es decir, de sí misma, de la imaginación, de la
exuberancia sensual, de la imprevisibilidad devoradora, para someterla, frágil y sumisa, al
matrimonio legitimador y anafrodisíaco, hecho de suspiros y de un bordar solitario en lo alto
de la torre (Savater, 1982: 98-99).
Esto no implica, sin embargo, que no existan damas activas, herederas de los personajes
120
femeninos del roman cortés; magas con poderes sobrenaturales, damas y doncellas requeridoras de
amores, guerreras o andantes, que contrastan con el papel pasivo que suele adoptar la protagonista:
Los personajes femeninos y su tratamiento en los libros de caballerías hispánicos mantienen
ese haz y ese envés: la mujer activa y tentadora, que el amor cortés idealiza paulatinamente, y
una postura misógina, que hace desaparecer a la mujer o la subyuga. El modelo de mujer
sexualmente activa parece claramente morganiano. El propio arquetipo, la reina Morgaina,
mantiene relaciones libremente con diversos caballeros y lleva una vida independiente, como
corresponde a una mujer de origen feérico; pero en las traducciones su presencia quedará
muy disminuida, y su influencia suprimida. En las novelas escritas en el siglo XV,
especialmente las catalanas, la propensión al realismo y la sensualidad se extrema; el Amadís,
modelo castellano por excelencia es, sin embargo, una obra casta dentro del amor cortés, en
la que el amor es fiel y duradero (Trujillo, 2007: 276).
La meta de este amor es el matrimonio; una vez que la doncella, soltera y virgen, se
convierte en una dueña, es decir, en una mujer casada, deja de ser un personaje importante en el
relato caballeresco y se la condena al olvido. Sin embargo, para llegar hasta este punto es necesario
pasar por varias etapas225. Ante todo, el caballero debe llamar la atención de su dama y lograr que se
fije en él. Con esta intención acomete todo tipo de aventuras y lucha por hacerse un hueco entre los
caballeros más famosos. Todo esto lo lleva a cabo sin darse a conocer; porque el caballero no solo
pretende ser digno de su linaje a través de sus hechos de armas, sino, también, despertar el interés y
la curiosidad de la dama por medio del misterio sobre su identidad.
En la literatura caballeresca, el enamoramiento entre el héroe y su dama suele ser recíproco y
simultáneo. No obstante, ella se guardará mucho de demostrarlo, puesto que debe defender su
honestidad226. Es misión del caballero ir superando poco a poco estos obstáculos, hasta que ella le
entregue su corazón, primero, y le dé palabra de matrimonio después. Esto suele suceder con
solamente uno o dos testigos, pero basta para que el amor entre ambos pueda consumarse. Sin
embargo, dado que todavía no se ha hecho pública, la relación debe mantenerse en secreto hasta que,
por fin, las circunstancias sean lo bastante favorables como para que el matrimonio pueda
celebrarse227.
El amor cortés no contemplaba el matrimonio, puesto que planteaba una relación adúltera.
225
Bueno y Cortijo señalan cinco: ―enamoramiento, dificultades del amor (...), relación sexual en citas
nocturnas (con matrimonio previo, a veces), breve referencia al embarazo y alumbramiento, y matrimonio
público‖ (2010: l)
226
Esta preocupación por la honra no se contemplaba en la narrativa cortés anterior, y parece específica de los
libros de caballerías hispánicos. En palabras de Bueno y Cortijo, ―Desde el momento en que las damas, durante
el cortejo, comienzan a preocuparse por las consecuencias para su honra –en realidad, la del linaje de su
familia– y por la repercusión social que tendría aceptar o rechazar la unión sexual, en la línea de la ficción
sentimental, se están poniendo en la picota unos problemas que tienen vigencia, por lo menos en el ámbito de
la literatura, en las postrimerías del siglo XV‖. Los personajes de los libros de caballerías, en especial el
Amadís, se establecen como modelos de conducta al reproducir ―el paradigma oficial de comportamiento
masculino y femenino con intención normativa, y para consolidar y reforzar los modos patriarcales‖ (2010:
xlix).
227
Sobre el tema del matrimonio secreto, es clásico el estudio de Ruiz de Conde (1948).
121
Normalmente el caballero se enamoraba de la esposa de su señor, en lo que Duby ha señalado como
una forma más de relación de vasallaje, un juego pedagógico que va encaminado a sublimar la
tendencia violenta de los jóvenes guerreros. Esto se ve reflejado en la literatura cortés a través de
parejas clásicas como Lanzarote y Ginebra o Tristán e Iseo. Sin embargo, la literatura caballeresca
del siglo XVI nos presenta amores que, tras largas vicisitudes, casi siempre terminan en boda. En los
libros de caballerías castellanos, por norma general, se condena el adulterio, y el protagonista se
enamora de una doncella de su edad. Esto se entiende si tenemos en cuenta el halo de predestinación
que rodea al héroe; su relación con su dama a menudo está apoyada por profecías y señales del
destino, por lo que resulta inconcebible que ella se case o ―pertenezca‖ a otro hombre, ya que está
predestinada al mejor caballero del mundo. Otro factor fundamental es el hecho de que el adulterio
contradice la moral de la Iglesia, y en los libros de caballerías castellanos se termina por condenarlo
y ensalzar el matrimonio estable, una solución más acorde con la doctrina religiosa oficial228. Por
otro lado, tanto la dama como el caballero son dechados de virtudes; su amor mutuo también es
perfecto e intachable y, por tanto, no ha de ser enturbiado por una relación con un tercero.
La protagonista femenina de los libros de caballerías suele atenerse, por lo común, a una
serie de características esenciales:
1. Es la más hermosa de su tiempo y ninguna otra le hace sombra; en este sentido, la
belleza de la dama es pareja al valor de su caballero: el mejor caballero del mundo tiene
por enamorada a la dama más hermosa. Así, del mismo modo que el valor caballeresco
se plantea como la mejor cualidad del héroe, la belleza es lo que define a su dama229.
2. Es una doncella de alta guisa, generalmente una princesa, hija de rey, emperador o
soldán:
Princesa o infanta, la dama protagonista está relacionada directamente con el trono
de un reino o de un imperio, puesto que el desenlace final de sus relaciones
sentimentales con el héroe conducirá al matrimonio público y con suma frecuencia
conllevará la herencia de una corona (Lucía y Sales, 2008: 191).
3. Es un modelo de honestidad, aunque solo hasta que conoce a su caballero. Así, estas
damas enamoradas,
adornadas de toda suerte de cualidades y virtudes, amén de una extraordinaria
belleza, viven recluidas en el hogar paterno. Su actitud en principio es de sumisión,
sin embargo, relativa, porque, tan pronto como descubren el amor y mantienen
228
―La literatura artúrica exalta la fidelidad de los amantes, no la de los cónyuges. La novela de caballerías
posterior, que recogerá muchos de sus rasgos, encontrará un camino intermedio: los caballeros serán fieles a
sus esposas secretas. El matrimonio secreto permite conservar en las relaciones de los enamorados las
características del amor fuera del matrimonio (necesidad de discreción, encuentros furtivos, pasión, fidelidad) a
la vez que elimina el pecado‖ (Cuesta Torre, 2001b: 111)
229
Sales (2004: 45-46) subraya la importancia del atractivo físico en la descripción de la dama, que en algunos
unos casos incluye también alguna pincelada erótica, y pone como ejemplo el retrato de Carmesina en el Tirant
(1511); destaca también el hecho de que con el tiempo el retrato femenino se va volviendo más minucioso,
respondiendo a un ideal de mujer que tiene su raíz en el medievo y que ―años después seguirá viva en la poesía
de Garcilaso o el mismo Góngora‖.
122
relaciones secretas con sus enamorados, burlan y desafían la potestad de sus
progenitores (Marín Pina, 1991: 138).
Tras una etapa de galanteos, la dama se entrega a su amado, no sin antes haberse
prometido en matrimonio, y debe ocultar sus amores –y con harta frecuencia, también
un embarazo– hasta que él esté preparado para casarse con ella en público.
4. El espacio de la dama es la corte230. Es el caballero quien recorre medio mundo en busca
de aventuras, pero siempre volverá a la corte para reencontrarse con su amada, que lo
esperará con paciencia y enfermará de dolor si él se retrasa.
En el Belianís de Grecia hay muchas damas y doncellas, pero hay pocas que destaquen sobre
las demás. Lógicamente, los personajes femeninos más interesantes de la novela son precisamente
los que se apartan del modelo, representado por Florisbella.
2.2. La dama perfecta: Florisbella
Florisbella es la hija del soldán de Babilonia y, por tanto, una princesa pagana. Ella y don
Belianís no se conocen hasta el capítulo XLIII de la Primera Parte, con lo que su entrada en escena
es bastante tardía. Sin embargo, don Belianís ya la había visto previamente: el escudo entregado por
la sabia Belonia presentaba una imagen de Florisbella, aunque el héroe desconocía su identidad. Más
tarde, la doncella Floriana le confirma el nombre y condición de la misteriosa desconocida y le habla
de sus virtudes, que se reducen, por lo visto, a su extraordinaria belleza, constatada por un retrato231:
…como fulminante rayo de los coraçones de los caualleros es tenida su vista.
–¿Tanta es su hermosura –dixo don Belianís– que tal operación en ellos causa?
–No lo podéys creer, señor –dixo la hermosa Floriana (…)
E luego la sacó de vna ancha manga que vestida traýa Periana y descogendo la que en vn
pergamino estaua, luego por el Cauallero de la Rica Figura fue conocida ser la misma quél en
su escudo pintada traýa, aunque la de su escudo estaua mejor sacada, y aunque muchas vezes
230
Velázquez Elizalde (2008) señala la importancia que tuvo el remplazo del castillo por el palacio a finales de
la Edad Media; mientras que el castillo era un lugar esencialmente militar y defensivo, el palacio constituye la
sede del poder real y también actúa como lugar de reunión de la caballería en torno al monarca. En este espacio
los caballeros interactúan entre ellos y con las damas, haciendo gala de su cortesía y sus habilidades
diplomáticas. Si bien los espacios públicos de la corte facilitan los primeros galanteos entre la dama y su
enamorado, es en los aposentos privados donde tienen lugar los encuentros amorosos más apasionados. La
dama que se encuentra en la corte tiene, además, un status diferente al de las mujeres con las que el héroe se
cruza a lo largo de sus aventuras. La primera es, de algún modo, la ―pareja estable‖, mientras que las otras son
relaciones breves. En palabras de Bueno y Cortijo, ―el tratamiento varía de las aventuras de camino a los
escarceos en la corte, porque una y otra forma de amar tienen desigual trascendencia; en el primer caso es
fortuita y en el segundo, si bien también ocasional, a veces trae asociada la gestación de descendencia‖ (2010:
l). En la Tercera y quarta parte nos encontramos con que, efectivamente, la relación con una ―dama del
camino‖ recibe un tratamiento diferente, pero este no tiene que ver con la descendencia, ya que Ginebra,
Dolisena y Rosaliana quedarán embarazadas, sino con el hecho de que ninguna de ellas contraerá matrimonio
con su amado, mientras que las ―damas de corte‖ (Florisbella y Belianisa) sí lo harán.
231
Se reiterará la suprema hermosura de Florisbella a lo largo del relato. Durante un ágape en el castillo de la
sabia Medea, las damas y doncellas son situadas en torno a la mesa en virtud de su hermosura, y Florisbella
ocupa un puesto de honor. Más tarde, Cupido la declara la mujer más hermosa (III, 6).
123
aquella figura en su escudo viera, no preguntó jamás cúya aquella figura fuesse, que no
pensaua él que tan gran hermosura en el mundo se hallasse y pensaua que por polideza la
auía allí la sabia Belonia pintado y súbitamente, sin que fuesse parte para lo resistir, fue entre
sí herido de tan cruel fuego de amor que todos los días de su vida le duró (Belianís de Grecia,
I, cap. XXIII, p. 129).
Conocemos, por tanto, a Florisbella a través de la mirada de don Belianís, que se enamora de
ella de visu, atraído por la hermosura que contempla en su retrato, puesto que Floriana no ha
ensalzado otras virtudes, como podrían ser la honestidad y la discreción, que suelen ser complemento
de la belleza de la dama, y por las cuales un caballero puede enamorarse también de auditu.
Más adelante, don Belianís llega a Babilonia a tiempo para rescatar a Florisbella de las
garras del sabio Fristón, que está a punto de secuestrarla para tratar de que se case con Perianeo de
Persia. Una vez solucionado el problema, el héroe se presenta por primera vez ante su dama, pero no
le muestra su rostro ni le revela su identidad. Sin embargo, le entrega el anillo que lleva puesto.
Florisbella, como debe corresponder a una doncella prudente y recatada, duda sobre si
aceptar el presente, pero su padre la anima a ello. La princesa, por otro lado, se fija en las perfectas
manos de don Belianís, la única parte de su cuerpo que puede ver.
Más tarde, fantaseando sobre su identidad y su aspecto, Florisbella se da cuenta de que se ha
enamorado de él; y, aunque intenta disimularlo ante su prima Matarrosa, ella lo descubre casi
inmediatamente. Florisbella se nos presenta, por tanto, como una joven dulce, inocente, sumisa y
obediente; su carácter dócil contrasta con el de la inquieta, alegre y vivaz Matarrosa, su mejor amiga
y confidente, a través de la cual conoceremos los más recónditos sentimientos de la protagonista.
Poco a poco, la joven princesa irá descubriendo más detalles sobre el misterioso
desconocido. Don Belianís se va mostrando gradualmente, en una estrategia destinada a inflamar la
imaginación y los sueños de una muchacha confinada en el palacio de su padre, que prefiere entregar
su corazón al héroe enigmático que viene y va, antes que a Perianeo de Persia, que la había cortejado
de manera más continuada.
En la Tercera y quarta parte, don Belianís ya ha superado todos los obstáculos para llegar
hasta ella y la pareja ha consumado su amor. A pesar de ser un caballero cristiano, don Belianís es
bien recibido en la corte de Babilonia y nada parece interponerse entre los dos amantes.
Sin embargo, el secuestro de las princesas y el inicio de la queste colocan a Florisbella en
una situación de espera, una vez más. Desde el castillo de la sabia Medea, la princesa de Babilonia
no puede hacer otra cosa que contemplar las hazañas de su caballero a través de un espejo encantado,
resignada, de nuevo, a mirar mientras son otros –los caballeros– los que actúan.
El espejo es un atributo femenino y un símbolo de vanidad, pero también, en el caso de los
espejos esféricos, se trata de la representación alquímica del universo (Malaxecheverría, 1989: 166);
por eso no resulta extraño que Florisbella pueda ver con él a través de la distancia.
124
Pero el espejo también está relacionado con el amor232. En este caso, se trata de una variedad
elaborada de la ventana o celosía a través de la cual la dama sigue las evoluciones de su caballero. El
ingenio permite a Florisbella, por tanto, seguir ―ventaneando‖ sin estar físicamente presente233.
El único suceso importante que viene a turbar su espera en el castillo de la sabia Medea es el
nacimiento de su hijo Belflorán. Como otras muchas damas caballerescas antes que ella, y como
sucederá también con Dolisena, Florisbella se verá obligada a separarse del infante para proteger su
reputación, puesto que todavía no se ha hecho público su compromiso con don Belianís. Observa por
tanto, impotente, cómo el sabio Merlín se lleva lejos a su hijo, nacido con la marca heroica.
Tras el rescate y posterior boda con don Belianís, Florisbella pasa a ocupar un lugar
secundario en la trama. Su esposo parte en busca de Belflorán y tarda más de quince años en
regresar. Y Florisbella, nuevamente, se queda aguardándolo, tal y como se espera de ella.
El autor centra su atención en ella solamente en tres ocasiones más: nos cuenta su airada
reacción al recibir una carta de Perianeo de Persia, respondiendo con furia a sus pretensiones y
defendiendo su condición de respetable mujer casada; nos describe sus aventuras en Chipre, a donde
llega tras un naufragio junto a cuatro princesas más (pero en este caso, las cinco funcionan como una
colectividad y apenas se nos describen sus actos de manera individualizada)234; y, finalmente, nos
reproduce sus reproches a don Belianís cuando se desvela su aventura con Dolisena en el Templo de
Amón.
Sin embargo, incluso en este último caso, Florisbella acata rápidamente la voluntad de su
marido y señor. Al final de la obra se sigue alabando la belleza de la princesa de Babilonia, pero ella,
una vez casada, ya no tiene nada más que decir. El héroe ya ha obtenido su amor y su mano, y partirá
en busca de otros horizontes. Y Florisbella quedará en el palacio esperándolo, una vez más, mientras
otras damas más jóvenes empiezan a competir con ella en belleza y se convierten en las nuevas
protagonistas del juego del amor.
232
En un hábil juego de cortesía, el caballero puede confesar a la dama su amor por ella tendiéndole un espejo
y diciéndole que este le mostrará a la mujer a la que él ama…, no viendo la dama otra cosa que su propio
reflejo, como sucede en el Tirant. Hay espejos mágicos que, ciertamente, no reflejan al que los contempla, sino
que le muestran una imagen de su amante, como ocurre en el Primaleón (1512) (Beltrán y Requena, 2002). El
espejo de Juno parece ser una variante de estos, pues le muestra a Florisbella lo que está haciendo don Belianís
para consolarla de su ausencia. Corresponde al motivo D1323.1.: Magic clairvoyance mirror.
233
Sales (1999) analiza el papel de la mirada en los libros de caballerías, y destaca el hecho de que la belleza
de las damas, las grandes maravillas y, por supuesto, las hazañas caballerescas, no tienen el mismo significado
si no hay nadie para admirarlas. Por ese motivo no tiene sentido que don Belianís lleve a cabo grandes proezas
si su dama no puede contemplarlas. Así, ―conforme avanza el género, las mismas criaturas ficticias toman
conciencia del poder y las posibilidades de la mirada, y voluntariamente actúan para ser observadas‖ (p. 31).
234
―La mediación de la fortuna en forma de tormentas marítimas es un recurso que, en ocasiones, acerca el
libro de caballerías al relato bizantino. Una pareja o un grupo de personajes que navegan en varias
embarcaciones pueden separarse, de forma que se plantea un proceso posterior de búsqueda y reencuentro entre
los amigos, parientes o amados‖ (Sales, 2004: 139).
125
2.3. La belle dame sans merci: Belianisa
Belianisa es la hija de los reyes de Inglaterra. La vemos por vez primera en la guerra de
Constantinopla, rodeada de doncellas y princesas de alta guisa que, sin embargo, no le harán sombra,
puesto que ella es la dama más hermosa de su generación y, por tanto, la destinada al nuevo héroe;
sus amigas recibirán, en una perfecta simetría, los galanteos de los amigos del héroe.
Belflorán se enamora de ella en el mismo momento de su investidura, ya que es Belianisa
quien le ciñe la espada, estableciéndose así una estrecha relación entre la vida amorosa y la vida
caballeresca del héroe235. El enamoramiento de visu es súbito, mutuo y fulminante:
Y con esto fue por le ceñir la espada; mas, queriéndole dar armas con que se defendiesse, le
dio la más espantosa herida que jamás recibió, porque, viendo tal ocasión, no la quiriendo
perder, aquel destruydor de los humanos coraçones a entr‘ambos asaeteó de un golpe con el
qual, sin valer las armas ni el animoso de ser suyo, passó entr‘ambos coraçones. ¡O,
príncipes!, verdaderamente os tengo lástima, que de tan pocos años tanta crueldad se os
apareja. ¡Quién contara quál quedó Belflorán, viendo tal hermosura quál se llegó Velianissa a
darle la espada! Creo ninguno lo supiese dezir, pues ellos jamás lo entenderán. Son estos
lazos del amor de tal suerte, y aprisionan con tanta dulçura que no ay herida que quiera ser
libre, ni libre que no busque su perdición. Nunca este día se les olbidará, en el qual el uno y
el otro quedaron del Amor tributarios. Mas, como en las damas la vergüença sea el más duro
freno, tiró por la princesa, la hizo tornar en sí un poco (fol. 152).
Esa ―vergüença‖ de la que habla el autor obligará a Belianisa a fingir indiferencia hacia
Belflorán, pese a que se sabe enamorada y sufre por él236. Sin embargo, su actitud no se debe solo a
la timidez o al deseo de salvaguardar su honra. Cuando Belflorán le envía una carta confesándole sus
sentimientos, Belianisa, perfecta conocedora del código cortés, sabe cuál debe ser su reacción.
Belflorán va demasiado deprisa, y Belianisa le devuelve una réplica airada para ponerlo en su lugar y
enseñarle que en materia de amor hay que ser constante y esforzado. Pese a que también ella está
enamorada, se atiene perfectamente a las reglas del juego y actúa como una perfecta belle dame sans
merci237, ocultando sus sentimientos con más éxito del que había obtenido su futura suegra,
Florisbella.
Efectivamente: Belianisa está rodeada de doncellas, pero ninguna de ellas es su confidente
en asuntos amorosos, con lo cual el secreto de sus amores continúa sin ser compartido. No necesita a
235
Cacho Blecua señala la excepcionalidad de la presencia de Oriana y otras damas en la investidura de
Amadís, por ser tradicionalmente un rito vedado a las mujeres, tal y como se deduce de las fuentes históricas
(1979: 78-79). La relación simbólica entre iniciación amorosa y caballeresca es tan poderosa, sin embargo, que
se verá reflejada en otros libros de caballerías posteriores, convirtiéndose en un tópico del género.
236
―Muchas mujeres protagonistas responden a las primeras aproximaciones del caballero con una doble
reacción. Exteriormente, manifiestan el comedimiento lógico que deben mostrar para que su honra no se vea
cuestionada. Interiormente, se ven satisfechas ante la petición de aquel pretendiente que solicita ser su vasallo y
quiere dedicarle un servicio amoroso‖ (Lucía y Sales, 2008: 193).
237
El rigor de la dama era un elemento básico del juego cortés: ―En el «cortejar» o «hacer la corte» tiene la
amada la última palabra, y se permite fingir desdenes y aprestar obstáculos para probar a su galán (…) La belle
dame sans merci sabe prolongar ese juego cortesano. En el largo asedio galante se purifica y se sublima el
deseo sexual‖ (García Gual, 1988: 76).
126
nadie a quien confiar sus dudas, porque no las tiene. Sabe exactamente cómo ha de comportarse238.
Belflorán se convierte en el Caballero Sin Amor y declara que las damas no merecen ser
servidas, demostrando un total desconocimiento del juego cortés y avergonzando con ello a su dama,
que lo trata todavía con más dureza. También se mostrará celosa al advertir las atenciones que la
reina Cenobia dispensa a Belflorán. Siguiendo el modelo de Oriana, sospecha que su amado pueda
serle infiel, pese a que él nunca llegará a corresponder a la amazona.
Más tarde, durante la aventura del dragón del templo de Amón, sus sentimientos salen a la
luz. Belflorán queda gravemente herido, y una inscripción en un padrón advierte a Belianisa que ―la
vida del griego príncipe no puede ser restituýda sin la muerte de quien más le quiere‖ (fol. 214-vº).
Sin dudarlo, Belianisa clava en su pecho el puñal de Belflorán:
Entonces, sin se le acordar del cielo ni de la tierra, quitó a Belflorán la daga de la cinta; que,
viendo a lo que ella estava determinada, no ay con qué encarecer su pesar; viendo que no se
podía rebolver, determinado estava que avía de acaecer de entr‘ambos lo que de los sin
ventura Píramo y Tisbe junto a la fuente, que bien vía él en Belianisa el más encendido amor
que él cuydara. La qual a esta ora puso la mançana de la daga sobre los pechos de Belflorán,
determinada de quedar muerta entre sus braços, y con la mayor fortaleza y determinación
posible dize:
–Acuérdate, señor mío, de quien dio su propria vida por la tuya, y diera mil si tuviera, y solo
muere con pesar de que siendo bivo no conociste su coraçón.
Entonces se arrojó sobre la daga, acabando la más estraña aventura que fuesse jamás vista
(fol. 215-rº).
Su sacrificio pone fin al encantamiento y todos acaban sanos y salvos 239. El gesto de
Belianisa, quien decididamente toma la iniciativa para salvar la vida de su amado, ofreciendo la suya
propia, aporta una mayor profundidad al personaje. Es ahora cuando descubrimos hasta dónde llega
238
Mucho más adelante, ya hacia el final de la novela, Belianisa escribe una carta a Belflorán y precisa de
alguien que se la entregue. Aparece entonces la figura de la doncella Lindonisa, que se muestra conocedora de
los amores de su señora, aunque nunca antes la hayamos visto confiarle sus cuitas de amor. El lector entiende
que Belianisa ha revelado su secreto por necesidad, o que la propia Lindonisa ha deducido los motivos que
podría tener su señora para escribir al príncipe de Grecia. También, tiempo después, la intervención de
Lindonisa en la relación de los amantes seguirá manteniendo esa motivación práctica: necesitan su presencia
como testigo en su boda secreta.
239
Campos García-Rojas (2003) señala que, aunque el suicidio es contrario a la doctrina cristiana, la Iglesia era
más benevolente en determinados casos, y esta simpatía se refleja en los libros de caballerías, cuando el
personaje que se quita la vida lo hace llevado por la desperatio, arrastrado a una situación de extremo
sufrimiento. Este autor analiza tres motivaciones principales: ―la pasión amorosa no correspondida, el rechazo
a la conversión al cristianismo y la derrota deshonrosa‖ (409). El caso de Belianisa no se ajusta a ninguna de
ellas, aunque su acción está motivada por el amor. Al dar su vida por Belflorán, Belianisa muestra sus
verdaderos sentimientos, por si algún lector dudaba de ellos. Superada la ordalía amorosa (pues no se trataba
de otra cosa), Belianisa vuelve a la vida, habiendo demostrado que está dispuesta a sacrificarse por el héroe,
gesto que la hace digna de él. Jerónimo Fernández, al poner a su personaje en la terrible disyuntiva de elegir
entre su propia vida o la de su amado, desarrolla también una escena conmovedora y de gran fuerza emocional.
El suicidio aparece, por tanto, como un recurso de los libros de caballerías para generar tensión y profundizar
en la psique de los personajes; sin embargo, también ―debemos valorarlo como una fuente y espejo de pasiones
y sentimientos humanos que dotan de una riqueza aún mayor a los libros de caballerías‖ (Campos GarcíaRojas, 2003: 410).
127
su amor por él240. Por otro lado, Belflorán es joven y atolondrado; Belianisa ha de enseñarle cómo
comportarse en temas amorosos y debe estar allí para salvarle la vida. Es su enamorada, pero
también su protectora y su guía en este proceso de iniciación que llevará al joven caballero a la edad
adulta241. Cuando Belflorán pregunta acerca de lo sucedido en el templo, Belianisa le asegura que
todo fue un sueño y sigue tratándolo con rigor:
Cosa prolija sería contar de la suerte que por los unos y los otros fueron recebidos, y era de
todos tal el contento que tuvo Belflorán lugar de dezir a su señora:
–Ya de oy más, mi señora, biviré en continua gloria, pues esta no es posible perderla a quien
vos avéis puesto harto más alto que la Fortuna llegar puede.
–No os entiendo –dixo Belianisa–, que siempre me dezís cosas que estaría mejor no me las
traer a la memoria; que, si alguna cosa en este encantamento á pasado, son cosas de sueño,
que no se á de tomar nada d‘ellas. Baste que sepáys que de veros tal qual yo os vi me pesó
mucho.
Y con esto, no le quiriendo oýr otra palabra, se fue con Hermiliana y Cenobia, que ya todos
venían, y en el alegría de Belflorán metió un ñublado que no supo qué dezirse. Pareciole que
avía soñado quanto de Belianisa viera. Y es cierto que el mal estava ya tan adelante que a lo
que él mismo vía no osava dar crédito. (fol. 216-rº)
Belflorán tiene aún mucho que aprender antes de que ella le conceda su amor. Pero su
esfuerzo caballeresco y las palabras de las doncellas contribuyen a ablandar un poco más el corazón
de Belianisa, que concede su favor al joven príncipe durante las justas de Constantinopla.
Finalmente, cuando ella y su familia regresan a Inglaterra, acuerda con Belflorán encontrarse en
Londres un año más tarde.
Nuevamente, es ella quien pone plazos en el amor, tratando de enseñar a su caballero cómo
debe hacerse un verdadero cortejo. Pero Belflorán se retrasa, y Belianisa sufre su ausencia,
enfermando de pena. Envía entonces una carta a su enamorado, ordenándole que acuda
inmediatamente a verla y reprochándole su tardanza.
Sin embargo, Belianisa no tardará en ser secuestrada y convertirse, de nuevo, en el premio
del esfuerzo caballeresco. Belflorán logra finalmente rescatarla, derrotando al mago Baldano y sus
caballeros.
Belianisa se rinde entonces. Belflorán ha ocupado, por fin, el puesto que le corresponde en la
relación, se ha comportado como un hombre y ha acudido rápidamente a rescatar a la doncella y a su
240
―El suicidio es la forma más frecuente de expresión de fidelidad. Los ejemplos son numerosos: doncellas
que se clavan la espada de su amigo en el pecho cuando lo ven muerto o que se interponen entre la espada de
otro caballero y el cuerpo de su amante para salvar su vida. En cuanto a la fidelidad masculina, su
demostración es menos dramática: consiste en rechazar todos los ofrecimientos amorosos de otras mujeres‖
(Cuesta Torre, 2001b: 110). Esto se ve muy claramente en el caso de la pareja formada por Belflorán y
Belianisa: ella entrega su vida por él, mientras que Belflorán rechaza a Cenobia y Primaflor sin que la idea de
traicionar a su señora pase siquiera por su mente.
241
Belianisa cumple también, por tanto, con el papel de doncella educadora, instructora y a veces donante de
algunos personajes femeninos de la novela medieval, por ejemplo, Güelfa con Curial, la Belle Dame con el
protagonista de Le petit Jehan de Saintré, de Antoine de la Salle (siglo XV), etc.
128
padre. Merece un premio, un galardón242. Belianisa juzga que está preparado, ambos se confiesan su
amor y se prometen en matrimonio243.
Pero Belflorán quiere más. Belianisa se niega a sus peticiones y pretende obligarlo a seguir
esperando. Sin embargo, ―la belle dame sans merci se ve obligada a renunciar a su papel porque el
amor y el servicio cortés merecen una recompensa‖ (Bognolo, 1996: 71).
Por tanto, las cosas ya no son como antes. Belianisa ya no tiene poder sobre Belflorán
porque le ha dado su palabra de matrimonio. Ya no es el caballero quien pertenece a la dama, sino al
contrario. Belflorán ya no tiene que obedecer a Belianisa. Es ella quien, como esposa, debe plegarse
a los deseos de él. Así, a pesar de la respuesta negativa de ella, Belflorán ―poseyó lo que era suyo‖, y
Belianisa comprende que el juego para ella ha terminado y, aunque al principio le reprocha su actitud
―bañados sus ojos con lágrimas‖, finalmente termina perdonando la afrenta de su enamorado.
José Ramón Trujillo señala que en la literatura artúrica podemos encontrar numerosos
ejemplos de violaciones, cometidas no solo por malos caballeros, sino también, a veces, por
personajes masculinos que se presentan como un modelo de conducta244. Esta herencia se traslada a
los libros de caballerías, pese a que ―la violación marca la transgresión de las reglas del juego cortés
y de los modelos sociales y literarios establecidos (...), porque el hombre abandona la cortesía y
emplea la violencia contra la mujer indefensa, ya sea su amica, ya una desconocida deseable‖ (2007:
279). Si la doncella sobrevive, ella o algún familiar busca venganza, que se ejecuta contra el
caballero transgresor, aunque a menudo el episodio se resuelve mediante el matrimonio de la joven
deshonrada con su violador. En este caso, no se trata tanto de penalizar la violencia contra la mujer
como de regular las relaciones fuera del matrimonio, entendiendo que el debitum conyugal autoriza
al marido a yacer con su esposa, aunque sea sin su consentimiento. Casadas ambas partes, el agravio
ya no existe. Lo que se hace, pues, es legalizar la violación. Por eso, aunque Belflorán entiende que
su acción es éticamente reprochable, legalmente, puesto que ya está casado con Belianisa, tiene todo
el derecho a ―poseer lo que era suyo‖. De todos modos, y para sellar definitivamente la unión, el
héroe no tardará en pedir al rey de Inglaterra la mano de Belianisa.
El ciclo de repite. Belianisa ha quedado embarazada y, tras dar a luz al infante Fortimán, lo
242
Cacho Blecua señala la estrecha relación que existe en estos casos entre hazaña caballeresca y recompensa
amorosa, ―por lo que el amor y las aventuras bélicas se aúnan, recreándose tres estructuras narrativas
fundamentales: 1) la obtención del amor como recompensa de una actividad bélica, casi siempre relacionada
con una mujer en peligro. 2) La amada como acrecentadora de los actos bélicos. 3) La suma de los dos
anteriores, cuando la mujer liberada de un peligro corresponde a la amada‖ (2001: 124).
243
Se trata de un matrimonio secreto o sponsalia per verba futura; este tipo de contrato matrimonial está
documentado y se ve reflejado ya en Las Siete Partidas (Partida IV, ley IX, título I). En él ―basta el
consentimiento y la voluntad de los amantes para que haya matrimonio, sin mediación de ninguna autoridad
civil o religiosa‖ (Bueno y Cortijo, 2010: li). Fue derogado oficialmente por el Concilio de Trento en 1566.
244
En este sentido, es revelador el comentario acerca de un episodio de la Demanda del Santo Grial en el que
el mismo rey Arturo fuerza a una doncellita (Trujillo, 2007: 277-279).
129
perderá en alta mar245. Deberá aguardar, por tanto, a que el niño regrese a casa transformado en un
héroe, igual que habían hecho, antes que ella, damas como Elisena y Oriana en el Amadís de Gaula,
y Florisbella o Dolisena en el mismo Belianís. Por lo demás, la tarea de Belianisa ha acabado.
2.4. La dama sin amor
Suele ocurrir que el héroe, dada su condición de hombre perfecto, tenga que hacer frente al
hecho de que hay muchas damas y doncellas que suspiran por él. Sin embargo, una vez que ha
entregado su amor a su dama ya no puede traicionarla y, con harto dolor de su corazón, se ve
obligado a rechazar a las demás candidatas.
En la Tercera y quarta parte encontramos varios ejemplos de mujeres que, a pesar de
destacar por su gran belleza y alto nacimiento, no pueden competir con los encantos de la dama más
hermosa del mundo y, por tanto, son rechazadas por el héroe. Cada una de ellas reacciona de
diferente manera ante esta situación.
Claristea de Alemania es muy consciente de su valor como princesa. Es la única hija del
emperador de Alemania y sobresale por su gran hermosura, de modo que cuando se declara a don
Belianís, a través de su doncella, ambas están esperando una respuesta afirmativa,
dado que tenían por cierto no desdeñaría cosa que tan bien le estava, y con razón, porque
allende de su hermosura ser tal como os havemos dicho, el desseo de tan grande estado
bastava a mover qualquiera coraçón (fol. 9-rº).
Don Belianís también lo sabe, y por eso no la rechaza directamente; no conviene ofender a
tan poderosa doncella desdeñando el alto honor que le ha ofrecido.
Sin embargo, Claristea comienza a darse cuenta de que don Belianís tiene otras prioridades,
como, por ejemplo, perseguir a su enemigo, Perianeo de Persia, en contra de los deseos de ella.
Claristea reacciona como la mujer orgullosa que es y le manifiesta su disgusto en una carta en la que
le ordena que no vuelva a pisar sus dominios. Pero cuando llega hasta ella la noticia de la muerte de
don Belianís, la princesa alemana hace gran duelo y forma la compañía de los Caballeros del Luto
para asistir a los torneos de Londres. Allí, espiando al Caballero del Liocornio, descubre que se trata
de su amado y, haciendo gala de una audacia singular, se atreve a robarle su espada y su relicario
mientras duerme:
Y entonces, muy passo silaneó en la tienda y, llegándose a la cabecera, lo primero que hizo
fue tomarle la su rica espada, que a la cabecera tenía; y sin duda hizo otro mayor atrevimiento
245
Si don Belianís se había educado en el seno de la propia familia y a Belflorán se lo había llevado un amigo
del héroe con buenas intenciones, Fortimán está totalmente perdido. Conservará consigo a su nodriza, pero su
familia le ha perdido la pista, lo cual supondrá para el joven una futura búsqueda de su identidad perdida, que
se deja para la Quinta parte. A pesar de la ausencia de marcas de nacimiento, el alumbramiento de Fortimán es
también heroico; su viaje a la deriva sobre el barco vacío puede considerarse una variante del motivo del recién
nacido entregado a las aguas (véase Gracia, 1991: 16-30).
130
qual nunca donzella hiziera, porque el príncipe traýa a su cuello un relicario que ya muchas
vezes su señora tuviera; estimávale el príncipe más que otra cosa alg[u]na que huviesse
tenido. Este cortó la princesa, y aun lo mismo pudiera hazer la cabeça sin que él la sintiera,
que dormía un sueño tan sossegado quanto otro jamás en su vida durmiera (fol. 43-vº).
Don Belianís la trata con cortesía y ella le devuelve su relicario, pero no la espada, esperando
sin duda que ambos objetos creen un vínculo entre los dos.
Sin embargo, tiempo después Claristea recibe la noticia del matrimonio de don Belianís y
Florisbella, se siente enormemente ofendida y humillada y su amor se transforma en odio. Miente
entonces a su padre, diciéndole que don Belianís le había prometido matrimonio, y de esta manera
consigue implicar a Alemania, una nación cristiana, en la guerra que los reyes paganos están
promoviendo contra el imperio griego y sus aliados:
Y la causa hera porque, sonándose por todo el mundo universo la forma de las cosas
passadas, llegando a oýdos de la bella Claristea, grandes exclamaciones hizo, llegándola al
punto de muerte. Tanto lo sintió que el emperador, su padre, huvo de ser d‘ello sabidor, y
preguntando a la princesa si en algún tiempo el príncipe don Belianís le prometiera de casar
con ella, con el enojo que tenía, dixo que sí; que, sintiéndolo el emperador a par de muerte,
determinando de satisfazer su injuria, escrivió a todos aquellos de quien esperava favor y,
confederándose con los affricanos, grandes poderes de gentes juntava (fol. 80-vº).
No obstante, al emperador de Alemania no se lo verá en la guerra de Constantinopla. Será
Claristea, convertida en una dama de hierro, fría, severa y vengativa, quien lidere a los caballeros
alemanes en la contienda. Así, será una de los caudillos de la alianza pagana, junto a Perianeo de
Persia y Ariobarzano de Tartaria.
La guerra finalizará cuando don Belianís logre hablar con ella a solas y hacerla entrar en
razón.
Claristea contraerá matrimonio finalmente, pero no con el héroe, sino con don Daristeo, el
soberbio y celoso caballero que desafiaba a todo aquel que se acercase a la princesa de Alemania.
Obviamente, ella no está enamorada; este matrimonio impuesto es una suerte de penitencia por su
comportamiento orgulloso y belicoso, impropio en una mujer.
Dolisena de Garamantes será más afortunada246. Se la presenta como una mujer de gran
belleza, solo por debajo de Florisbella:
Dolisena no tenía igualdad en el mundo, fuera de la princesa Florisbella, la qual en la
gravedad y manera del rostro dizen le excedía. Mas hera Dolisena en el rostro más amorosa,
con unos ojos más rasgados que a cada parte parescían mirar, con una frescura de rostro
admirable; sus mexillas parescían derramar biva sangre, tenía la boca no muy pequeña, con
los labios colorados y no muy delgados, y sus dientes dos hilos de relumbrantes perlas
246
La leyenda del reino de Garamantes relata el encuentro de Alejandro Magno con el pueblo de los brahmanes
o gimnosofistas (sabios desnudos) durante su periplo bélico hacia la India; se los denomina garamantes en el
Relox de príncipes (I, 32) de Antonio de Guevara y en otras fuentes. La inclusión en la novela de estas dos
princesas del reino de Garamantes añade un toque de exotismo al viaje africano de don Belianís, reforzado por
el atuendo ―a la exipciana‖ de Dolisena. Por otro lado, y como ya habíamos apuntado más arriba, los
paralelismos con la leyenda de Alejandro no parecen ser casuales (Cuesta Torre, 2010: 147).
131
parescían. Hermoso talle de rostro, sus cabellos como de fino oro sobrepuesto en un hermoso
tocado a la exipciana, ansí por ser su tierra tan junto como por ser más combeniente para el
sol que a la sazón hazía. Venía bestida toda de rojo, con tantas piedras y perlas de valor por la
ropa que grandemente a su hermosura adornavan, una capa a la forma que oy día
acostumbran las damas en Lombardía. Cierto no huviera coraçón libre que de su hermosura
no fuera prendado; mas no traýa don Belianís el coraçón consigo, y a la causa, aunque el niño
Cupido quisiera tirar con alguna de sus flechas, no halló dónde, de que él fue muy enojado
(fol. 120-vº).
Este pormenorizado retrato comienza con la descripción de los rasgos de Dolisena y continúa
detallando su lujosa vestimenta247. La comparación inicial de Dolisena con Florisbella justificará al
final que, pese a la gran belleza de la princesa, el héroe no se quede prendado de ella.
Pero Dolisena se enamora de don Belianís, y persiste en sus sentimientos incluso después de
saber que está casado, que es cristiano y nada menos que el heredero del imperio griego, contra quien
su padre está preparando una guerra. De carácter más dulce y sumiso que el de la altiva Claristea,
Dolisena pide licencia a don Belianís para amarlo de todas formas, aunque no sea correspondida248.
–Yo –dixo Dolisena– quiero quereros si[n] esperança de remedio que por tan alta virtud en
los amores encumbrastes, y creo en esto a vos y a todos los del mundo hazer ventaja. Mas
quiero licencia vuestra para penar por vuestros amores y llamarme vuestra hasta la muerte.
(...) Creedme, soberano príncipe, que el amor de Dolisena durará en el entretanto que el alma
durare en las carnes, y más si es possible. Bien sé que me ha de ser fiero y cruel; mas, donde
el coraçón está tan determinado, no ay mal ni heridas que lo embaraçen (fol. 122).
Más tarde, Dolisena salta a la huerta del templo de Amón para ayudar a don Belianís en su
lucha contra el dragón. Pese a su carácter apacible, demuestra mucha resolución en asuntos
amorosos; no solo osa declararse a su amado, sino que está dispuesta a morir por él249. Su acción
facilita la derrota del monstruo por parte del héroe; inmediatamente después, ambos caen bajo un
encantamiento, por el cual don Belianís cree que Dolisena es su esposa, Florisbella, y la trata como a
tal. Dolisena no lo contradice y acepta el amor que le ofrece el caballero, pese a saber que no es ella
la verdadera destinataria.
Su relación con don Belianís no durará más allá del final del encantamiento; sin embargo,
ella ha quedado embarazada y dará a luz a los dos hijos gemelos del héroe.
247
Lilia de Orduna (1999-2000) analiza pasajes similares en la Primera y Segunda Parte, y destaca los motivos
por los cuales el autor incide en el ropaje, que, ―al ser muy rico, enfatiza las cualidades de quien lo luce:
anticipa, por sí, que sólo alguien provisto suficientemente de hermosura y dignidad podría llevarlo‖ (p. 110). A
lo largo del texto no faltarán descripciones detalladas del atuendo de damas y caballeros, que a menudo cobran
más importancia que la descripción de los rasgos físicos. Por otro lado, estas ékphrasis ―suspenden la acción,
interrumpen la narración, y quizá cada autor haya querido con ella dar verosimilitud a su obra‖ (113).
248
Correspondería al tipo que Haro denomina ―DONCELLA O DUEÑA CONFORMADA EN AMORES, es decir, la que
no es correspondida y lo acepta‖ (1998: 201).
249
―Las mujeres intervienen y tienen un papel importante, dejan de ser simples actantes –doncellas mensajeras,
portadoras de objetos o desencadenadoras de la acción– como lo eran las imágenes femeninas en los relatos de
la tradición folklórica o en los relatos épicos. Pero es en este punto, en el de la materia amorosa, en el que se
revelan verdaderamente independientes de la figura del varón y de los esquemas sociales, llegando a arriesgar
incluso su vida en la consecución de sus impulsos‖ (Trujillo, 2007: 263).
132
Esta es la recompensa que concede el autor a Dolisena por su abnegación y fidelidad
amorosa. No será la esposa del héroe, pero por unos días su sueño se hizo realidad, y ahora ostenta el
honor de ser la madre de dos de sus hijos.
Al finalizar la Tercera y quarta parte, Dolisena seguía negándose a contraer matrimonio y
gobernando, junto a sus hijos, el reino de Garamantes. Si encontrará o no finalmente el amor en otro
caballero, es algo que el autor deja para el siguiente libro.
También Belflorán se verá requerido de amores por dos hermosas mujeres.
La primera de ellas es Cenobia, la reina de las amazonas, que se enamora de él nada más
verlo. Lamentablemente, Cenobia es una mujer guerrera y se aleja demasiado del ideal de doncella
que el héroe quiere para sí. Sin embargo, participan juntos en diversas aventuras, como la batalla de
Nicoxian, alcanzando un grado de entendimiento y compañerismo en las armas solo superado por la
pareja Clarineo-Hermiliana. Cenobia es la soberana de una nación poderosa, pero no se siente
resentida ni humillada por Belflorán a causa de su rechazo. Al contrario; a pesar de haber acudido a
la guerra de Constantinopla a luchar en el ejército pagano, puesto que ella y su estirpe están siempre
dispuestas a ayudar a las mujeres agraviadas –en este caso, Claristea–, se une al bando de Belflorán y
pelea a su lado en diversas batallas.
Cenobia no obtiene el amor de Belflorán, pero acabará prendada de su pretendiente,
Armesildo de Inglaterra, tras beber en una fuente mágica250. Es una solución parecida a la de
Claristea; pero Cenobia sale mejor parada, puesto que Claristea se casa por obligación, y la amazona
logra la felicidad junto a otra persona.
La reacción de Primaflor es la más llamativa. Enamorada también de Belflorán, tras conocer
su compromiso con Belianisa decide vestirse de hombre y hacerse pasar por escudero para estar
junto a su amado, adoptando el pseudónimo de Florindo y auxiliándolo con sus dones encantados
cuando lo necesita251.
No sabemos cuál era el destino que Jerónimo Fernández había reservado para Primaflor,
puesto que la historia termina aquí, y la Quinta parte fue redactada por otro autor.
Como hemos visto, las damas que sufren un amor no correspondido tienen diferentes formas
de sobrellevarlo. Ninguna de ellas, curiosamente, hace uso del misterioso poder, en forma de don en
250
El enamoramiento de una pareja por medios mágicos es un motivo clásico que alcanzó su máxima
expresión en la leyenda de Tristán e Iseo. Sin embargo, Fernández no utiliza el recurso para generar una trama
de amor trágico, sino que, al contrario, le sirve para resolver conflictos amorosos. En la primera parte, la
hermosa Imperia de Tartaria se enamoraba también de don Belianís sin esperanza; pero durante su estancia en
el castillo de la sabia Medea, Cupido le hace el favor de herirla con sus flechas para que se enamore de su
pretendiente, don Contumeliano de Fenicia, al igual que hará más tarde con la desdichada Legiadra, quien,
abandonada por el traidor Coliseo, se enamora finalmente de Tíndaro.
251
En ningún momento se nos dice que Primaflor sea una maga; sin embargo, sí tiene contactos con lo
sobrenatural. Está atrapada en el mágico Castillo de la Suerte y después recurrirá a un sabio para que le
proporcione un ―disfraz mágico‖ de forma que tanto ella como su hermana Dolainda puedan recorrer los
caminos sin ser reconocidas. También le entrega a Belflorán un anillo de protección contra encantamientos,
aunque se trata de una joya que le había dado previamente el propio Belflorán.
133
blanco, que poseen las damas sobre los caballeros, y que sirvió a Briolanja para ―chantajear‖ a
Amadís tratando de obtener su amor252. Sin embargo, sí encontramos el caso de una mujer, la sabia
Ginebra, que se vale de encantamientos para obtener el amor de su caballero; pero este personaje
entra en otra categoría, la de los magos (sabios y sabias), cuyo principal atributo no es la belleza o el
valor, sino el empleo de las artes mágicas, y que estudiaremos en otro apartado.
2.5. La malmaridada
Incluso cuando una pareja se ha manifestado su amor, existen múltiples obstáculos que
pueden entorpecerlo. Mientras el caballero lucha en innumerables batallas para sentirse digno de su
dama, el padre de ella puede decidir casarla a su conveniencia y, por supuesto, ninguna doncella bien
criada se atrevería a contradecir los deseos de su progenitor. Por tanto, ante esta situación, ellas
tienen que poner en juego todo su ingenio para lograr casarse con el caballero elegido.
En este sentido, el matrimonio secreto es fundamental253. Mediante la promesa mutua de
casamiento, con uno o dos testigos de confianza, la dama se asegura de que, al existir ya un
compromiso previo con otra persona, cualquier matrimonio forzado posterior no será válido.
A menudo, sin embargo, se plantean problemas. La dama puede haber quedado embarazada,
y el padre de la criatura probablemente se halle en lejanas tierras, por lo que no está en situación de
responder, por tanto, de la virtud de su esposa.
Los casos que se nos plantean en la Tercera y quarta parte son otros. Los que se hallan
ausentes son los testigos de la boda secreta y, en consecuencia, el caballero y la dama no pueden
demostrar su compromiso previo.
Laura, princesa de Macedonia, había contraído matrimonio secreto con Sabiano de Trebento.
Su padre, que desconoce esta circunstancia, la casa con el príncipe Briamor de Argos. La reacción de
Laura es inmediata: pide asilo en la corte de Constantinopla y se niega a ver a su prometido, que se
presenta ante el emperador exigiendo ver a su mujer. La aparición de Soriano de Trebento, hijo de
Sabiano y de Laura, que llega dispuesto a defender por las armas el honor de su madre, solo
complica las cosas. Entretanto, Sabiano de Trebento, desesperado tras conocer el compromiso de
ambos, ha abandonado las armas para hacerse ermitaño y nadie sabe dónde encontrarlo.
Sabiano de Trebento es primo de don Belianís de Grecia y un excelente caballero254. El
252
―Los personajes femeninos son los más proclives a solicitar un «don contraignant»; se trata de las
que, ante todo, son damas cuitadas, y el motivo por el que
demandan un don funciona como excusa para generar la aventura. No obstante, se trata de una plasmación de
poder, ya que en cuanto consigan la palabra del caballero lo tendrán en sus manos‖ (Haro, 1998: 184).
253
Pese a que había sido prohibido por el Concilio de Trento en 1566, los autores de libros de caballerías
seguirán usándolo como recurso para justificar la consumación del amor de la dama y el caballero antes de su
matrimonio público (véase Ruiz de Conde, 1948).
254
En Asiria nos enteramos, también, de que ―no se halló en su tiempo otro cavallero de igual sanctidad‖, lo
que justifica, según el autor, su curación milagrosa tras ser gravemente herido en una batalla. Sin embargo, y a
pesar de su etapa eremítica, Sabiano no muestra más signos de ―santidad‖ a lo largo de la novela.
DONCELLAS O DUEÑAS PETICIONARIAS DE UN DON
134
motivo por el cual ha esperado tantos años para hacer público su matrimonio (Soriano de Trebento,
el hijo de ambos, es ya un joven caballero) es un misterio. De la misma manera, no se comprende por
qué no acude a la corte a defender su relación con ella, muy sólida ya, como hemos visto.
Este extraño conflicto se resuelve gracias a la oportuna llegada de don Belianís, testigo de la
boda secreta, que declara en favor de Sabiano de Trebento.
Pero las tribulaciones de Laura no acaban aquí, pues nadie es capaz de localizar a Sabiano de
Trebento para comunicarle la buena nueva. Más adelante lo hallarán por casualidad en Chipre, donde
continúa con su vida de ermitaño; pero regresará por fin junto a su amada Laura y su matrimonio
público podrá celebrarse.
Más complejo es, sin embargo, el caso de Ysabela y don Baldín de Portugal. La relación
entre ellos dos no está tan consolidada como la de Laura y Sabiano de Trebento. Todavía estaban
comenzando con los galanteos corteses cuando el padre de Ysabela decidió casarla con el rey de
Escocia.
La primera reacción de esta pareja es completamente diferente a la de la anterior. Ysabela,
una vez casada y resentida porque su caballero no ha acudido a impedir su matrimonio, defiende su
honestidad tratando con rigor a don Baldín; este, desesperado, busca a su rival para matarlo.
Pero Ysabela no tarda en refugiarse en el Castillo de la Suerte, donde el rey de Escocia no
puede encontrarla, en un comportamiento similar al de Laura.
Entre tanto, los dos contrincantes saldan sus diferencias en Egipto. Tras diversas aventuras,
durante las cuales el deber cristiano obliga a don Baldín a salvar la vida del rey de Escocia, ambos se
reconcilian. En este caso no es necesario un testigo de la boda secreta pues, tras confirmar su recién
adquirida amistad, el rey de Escocia acepta la palabra de don Baldín y renuncia a sus pretensiones
sobre Ysabela.
En estos casos es fundamental que el matrimonio impuesto no llegue a consumarse. Este es
el motivo por el cual las damas implicadas se refugian en una corte o un castillo donde su nuevo
marido no puede encontrarlas, en espera de que su caballero acuda a rescatarlas. La reacción de
Sabiano de Trebento, es, por tanto, chocante, y contrasta con la de don Baldín. Este podría llegar a
pensar que Ysabela lo había abandonado, puesto que su relación acababa de comenzar. Pero Sabiano
y Laura tenían ya un hijo adolescente y aún no habían contraído matrimonio público; habría sido de
esperar que Sabiano comprendiese que, a aquellas alturas, Laura no se casaba con Briamor de Argos
por propia voluntad. Parece, por tanto, que el episodio está mal planteado desde el principio.
2.6. La mujer abandonada
Hay damas que tienen la mala suerte de enamorarse de caballeros infieles o poco constantes.
Desde el momento en que, como ya hemos visto, no todos los caballeros son todo lo leales que
debieran ser, dejan a su paso no pocos corazones rotos y esperanzas defraudadas. Muchas doncellas
135
solo se entregan a su amado bajo palabra de matrimonio; cuando el caballero rompe su promesa, la
mujer queda en una situación muy comprometida, pues no solo ha perdido su virtud sino que,
además, a menudo tiene que ocultar también un embarazo. Algunas se vuelven locas de dolor y se
lamentan en la soledad de su desamparo; otras, en cambio, buscan a un caballero de bien que
defienda sus intereses; las hay que acuden personalmente a las autoridades a demandar justicia y las
más atrevidas se visten de hombre y se echan a los caminos para tomarse la justicia por su propia
mano.
Ya hemos visto el caso de Hermiliana y don Clarineo, y cómo finalmente la doncella
guerrera logra recuperar el amor de su caballero. Sin embargo, el retorno de don Clarineo junto a
Hermiliana supone el abandono de Rosaliana, que nada sabía de la relación anterior de su amante, y
que ha quedado embarazada. Durante una escaramuza en el jardín de Rosaliana, Hermiliana,
disfrazada de caballero, se lleva a don Clarineo gravemente herido, y Rosaliana no vuelve a saber
nada más de él. Muchos años más tarde encontraremos a su hijo, Astrideo, educándose en la corte de
Alemania sin conocer su identidad, puesto que el amor entre Rosaliana y Clarineo era secreto y
clandestino. Cuando se haga público el compromiso entre don Clarineo y la princesa de Francia,
Rosaliana acudirá a la corte a presentar una demanda.
Sin embargo, el autor soluciona rápidamente el conflicto haciendo que las humildes
disculpas de la pareja ablanden el corazón de Rosaliana. A cambio, su hijo Astrideo es reconocido en
la corte de Constantinopla como miembro de pleno derecho de la estirpe de los príncipes de Grecia.
Más flagrante es el caso de la infortunada Legiadra, enamorada de Coliseo. Tras enterarse de
que este había sido capturado por su rival, Tíndaro de Tracia, Legiadra se las arregla para rescatarlo
ella misma, acompañada de su prima Sabina. Sin embargo, en el viaje de vuelta, el desagradecido
Coliseo se enamora de Sabina y abandona a Legiadra en una isla desierta.
Mas el Amor, mis señores, que a Ligiadra no estava contento de dar angustias, le dio otr[a]
mayor, y fue que, como en los coraçones assegurados continuamente se causa olvido, assí le
subcedió a Coliseo con Legiadra; porque, paresciéndole en estremo bien la hermosura de
Sabina, no yva pensando sino cómo carescería de Legiadra para poder gozar de sus amores.
Y caminando con próspero viento llegaron a las islas desiertas, donde, yendo Legiadra
fatigada de la mar, rogó al príncipe que aquella noche durmiesse en tierra. Y él lo hizo,
haziendo armar una tienda, donde hizo la mayor crueldad que jamás sea en memoria de los
mortales con quien tanto le quería del más verdadero amor que se huviesse visto; porque,
hablando a los marineros, que todos heran sus vassallos, haviendo Sabina quedado a dormir
en el navío, dexando dormir a Legiadra se tornó a él y, haziendo alçar velas al viento, se
partió de las islas; donde, pensando que havía acabado su hecho, quando despertó Sabina le
dixo que el ayre havía rompido las amarras y los avía sacado de la playa sin que ellos lo
pudiessen estorvar, donde los gritos de Sabina fueron grandes. Mas viéndose en tal parte, y
aun algo consolada por el amor que le mostrava el cruel Coliseo, acordando de callar.
Pues como Legiadra recordasse, viéndose sola al alva del día, levantándose, ni vio marinero
ni fusta ni señal d‘ello, y dando vozes llamando a Coliseo se tornava loca (fol. 109).
Tras ser rescatada por Tíndaro, cae en un encantamiento del que solo podrá ser liberada por
136
un caballero y una dama que la superen en amor desgraciado. Por fortuna, la intervención de Cupido
coloca las cosas en su sitio: Legiadra se enamora de Tíndaro, y Coliseo acaba encerrado en la prisión
de la Desesperación de Amor, por ser desleal a su dama.
Como vemos, los caballeros que traicionan a sus damas sufren algún tipo de castigo o
penitencia. Para Clarineo, el abandono de Hermiliana supuso una larga estancia en una isla desierta,
de la que finalmente logró salir. También Coliseo será, mucho tiempo después, rescatado por
Perianeo del castillo de la Desesperación de Amor. Es de suponer que ambos aprenderán en lo
sucesivo a ser leales a las damas a las que entregaron su corazón, puesto que la dama ha de ser luz y
guía del caballero, el objeto de sus desvelos y su inspiración para acometer las más asombrosas
hazañas.
En lo que respecta a los personajes femeninos, las damas abandonadas del Belianís de
Grecia hacen gala de una notable iniciativa. Rosaliana exige justicia al emperador, mientras que
Legiadra había rescatado a su desagradecido amante antes de ser traicionada por él. Por su parte
Hermiliana, abandonada por don Clarineo, se convierte en una auténtica virgo bellatrix cuya
actividad no se limitará a la búsqueda de su enamorado, como veremos a continuación.
2.7. La mujer guerrera
Los libros de caballerías están poblados de mujeres que toman las armas. Son damas que
―poseen una deslumbrante capacidad de iniciativa y se ocupan de ejercicios tradicionalmente
definidos como privativos del caballero‖ (Lucía y Sales, 2008: 198). Lucía, por su parte (2004-2005:
202) señala que estas mujeres guerreras, ―damas bizarras‖ o virgines bellatrices, comenzaron a
proliferar en los libros de caballerías a partir del Platir (1533), lo cual parece indicar que el personaje
de Floriana, que se viste de doncel para ir a rescatar a su amado, fue bien acogido, especialmente por
el público femenino255. Sin embargo, tanto el modelo de la doncella guerrera como el de la amazona
proceden de una tradición más antigua y adquieren características propias en los libros de caballerías,
en los que se puede apreciar también una evolución desde estas primeras manifestaciones hasta las
últimas ―damas bizarras‖ del género, ya en los albores del siglo XVII.
255
―¿Qué tienen que hazer las armas con las doncellas?‖, se preguntaba Juan Luis Vives en su Instrucción de la
mujer cristiana (1528). Marín Pina (1991) señala que, al contrario de lo que pregonaban los moralistas, al
público femenino no solo le interesaban los episodios amorosos, sino también las hazañas caballerescas,
especialmente aquellas en las que los personajes femeninos del relato participaban directamente; así, el género
va incorporando progresivamente cada vez más mujeres activas: ―quizá una de las claves de su éxito radique en
la imagen literaria que brindan de la mujer y en los temas que ella misma protagoniza, que el mundo de los
sentimientos no está reñido con el de las armas‖ (p. 148). Para Sales, ―el género caballeresco respondía a las
expectativas de un amplio público femenino que se identificaba con los episodios amorosos y que, al mismo
tiempo, podía identificarse con la imaginación de aquellas doncellas guerreras que eran capaces de realizar las
mismas gestas que los caballeros‖ (2004: 72).
137
2.7.1. Tipología y tradiciones
Al hablar de mujeres guerreras en los libros de caballerías, Marín Pina (1989) distingue entre
la doncella guerrera y la amazona. La doncella guerrera, como veremos, toma las armas en un
momento determinado de su vida para resolver una cuestión accidental; en cambio, la amazona
pertenece a un pueblo de mujeres guerreras y, por tanto, se ha educado desde niña en el manejo de
las armas. En la literatura caballeresca encontramos múltiples ejemplos de los dos modelos. Ambos
presentan características muy definidas, si bien ―unas y otras pueden sentir los mismos afanes y
deseos amorosos que las demás mujeres‖, aunque, a diferencia de ellas, ―también pueden alcanzar la
fama a través de su destreza con las armas‖ (Lucía y Sales, 2008: 198).
El motivo de la mujer guerrera o virgo bellatrix se halla presente en muchos relatos
folklóricos, como el conocido romance castellano de la doncella guerrera256; son mujeres que se
visten de hombres para llevar a cabo tareas bélicas o caballerescas típicamente masculinas, que
culminan con la misma eficacia que un varón. Y es que, al fin y al cabo, ―la virilidad del héroe es
esencial, aunque su sexo puede ser masculino o femenino‖ (Savater, 1981: 122).
Por otra parte, Marín Pina (1989) destaca los antecedentes artúricos del personaje en el Libro
de Silence, de Heldris de Cornualles (hacia 1270), donde la protagonista debe ocultar su condición
femenina y luchar como un caballero para defender su reino. Se va creando así, poco a poco, un
nuevo modelo femenino, el de la mujer caballero, caracterizada por las virtudes de la fortitudo, la
sapientia y la pulchritudo257.
Las doncellas guerreras ocultan su sexo bajo la armadura, pero las amazonas no tienen por
qué hacerlo. Ellas son guerreras por naturaleza, no por necesidad, y se muestran fieras y a menudo
crueles con sus enemigos. Sin embargo, los autores de libros caballerescos humanizan el mito,
otorgándole un tratamiento cortés y acentuando los rasgos femeninos de la amazona (Marín Pina,
256
Paloma Díaz-Mas recoge una versión en su edición del Romancero (1994); el romance relata la historia de
un caballero anciano que solo tiene hijas; una de ellas se ofrece a ir en su lugar a la guerra ―en hábitos de
varón‖ y, una vez en el ejército, el príncipe se enamora de ella. Aconsejado por su madre, somete a la doncella
a una serie de pruebas para comprobar si es hombre o mujer; ella las supera todas excepto la tercera, al no
querer desnudarse para bañarse en el mar (pp. 359-61).
257
Entre las historias caballerescas breves destaca La Poncella de Francia (Sevilla, 1520; es probable que
exista una edición anterior de 1504), inspirado en la vida de Juana de Arco; sin embargo, Lobato Osorio señala
que esta Poncella no sigue el modelo de la virgo bellatrix, ni tampoco de la amazona caballeresca, puesto que
proviene de origen humilde y, por otro lado, a pesar de que ―toma las armas en respuesta a una circunstancia
precisa, la invasión inglesa a su país y por piedad hacia su despojado rey, al asumir la función guerrera no
oculta su sexo, ni la propia función se determina a partir de sus vestidos, ya que sus primeras acciones
propiamente militares para levantar «el cerco de Orliens» las realiza aprovechando su ropa de pastora‖ (2009b:
58). Hermiliana, como veremos, sí se destaca como una alta princesa y viste como un caballero pero, aunque a
veces se la confunda con un hombre, la mayor parte de las veces no oculta su identidad, de modo que la
imagen que presenta –la de una hermosa doncella cristiana luchando como un caballero– posiblemente sí
remitiera a la Poncella en el imaginario de los lectores. Por otra parte, Sánchez Valat (2012) destaca que, a
diferencia de la Poncella, que defiende siempre su virginidad, la doncella guerrera del romancero termina
casándose. La virgo bellatrix caballeresca, a pesar de su nombre, también contrae matrimonio, y a menudo –
aunque no siempre– es precisamente el amor lo que la lleva a tomar las armas. Es así en el caso de Hermiliana,
pese a que, como veremos, seguirá ejerciendo labores caballerescas después de haber encontrado a su amado.
138
1989: 84). Así, tanto la amazona como la doncella guerrera evolucionan de forma paralela, hasta el
punto de que ―a veces los mismos autores funden en un mismo personaje trazos de cada una de
dichas modalidades‖ (Sales, 2004: 67).
2.7.2. La virgo bellatrix: Hermiliana
La princesa Hermiliana de Francia es uno de los personajes más interesantes de la novela.
Desde su aparición en el Libro I hasta su conversación con Marte en el Libro III, Hermiliana no
presentaba características especiales que la diferenciasen de otras doncellas como Florisbella, Sirena
o Policena. Sin embargo, durante la prueba del Castillo de la Sabia Medea, Hermiliana no se
conforma con contemplar el esfuerzo de los caballeros, sino que tiene el coraje de presentarse ante
Marte, el fiero señor de la guerra, y suplicar clemencia para su padre y para su tío, que han caído
derrotados. Impresionado por su valor, Marte decide armarla caballero:
entonces prestamente, sin ver persona alguna de la suerte que aquello fuesse hecho, se halló
la gentil Hermeliana desnuda de los feminiles adereços, bestida de ricas calças y jubón, y en
el throno fue armada de unas ricas y resplandecientes armas blancas (…) y poniéndose de
rodillas, el valeroso Marte se quitó su tan estimada y primera espada, ciñiéndosela al lado
yzquierdo, le dio un golpe con ella en el hombro y la valerosa dama se la tornó a quitar,
rescibiéndola de la mano de Iuno; entonces Marte la abraçó y besó en el carrillo, diziendo
que tuviesse por cierto que sería tan abentajada en las armas para con los cavalleros quanto lo
era con las damas en hermosura (fol. 60-rº).
A partir de ahora, Hermiliana se comportará como un caballero más; recorrerá los caminos
en busca de aventuras, participará en torneos, defenderá a los desvalidos y luchará en grandes
batallas258.
La mujer caballero no ha recibido una formación guerrera, sino que toma las armas para
solucionar alguna cuestión concreta. En el caso de Hermiliana, se trata de recuperar a su caballero,
don Clarineo de España, que goza de los amores de la bella Rosaliana mientras la princesa de
Francia lo espera inútilmente en el castillo de la sabia Medea259.
No obstante, si bien las habilidades guerreras de la amazona se justifican en base a su
adiestramiento en las armas, no resulta creíble que una doncella ―disfrazada‖ de caballero, por así
258
Sales (2004: 71) señala que, si bien las primeras doncellas guerreras tomaban las armas de forma puntual, a
medida que el género evoluciona hacia la literatura de entretenimiento estas mujeres demuestran una afición
por la vida caballeresca que va más allá de la resolución de un conflicto determinado. Esto se aprecia
claramente en el caso de Hermiliana, cuyas aventuras caballerescas no se terminan tras la reconciliación con su
amado.
259
Es habitual en la literatura del Siglo de Oro que una mujer se vista de hombre para recuperar el amor de su
prometido, que la ha abandonado. Cervantes reflejó esta situación en la Dorotea quijotesca, pero fue la
comedia del siglo XVII la que más explotó este recurso, fundamental para el desarrollo del enredo. El mismo
Calderón, consciente de lo exitoso del motivo, lo introdujo en La vida es sueño en la figura de Rosaura, para
contentar a un amplio sector del público que estaba, sin duda, acostumbrado a este tipo de lances. En la
Tercera y quarta parte también encontramos, además de Hermiliana, el personaje de Primaflor que, enamorada
de Belflorán, que la ha rechazado, se disfraza de escudero para poder estar junto a él sin que este lo sepa. Algo
parecido hace la doncella Gradafilea del Amadís de Grecia (1530).
139
decirlo, pueda emularlos en sus proezas o siquiera cargar con la pesada armadura que conlleva el
oficio (Sales, 2004: 68). Es por esto por lo que, a medida que evolucione el género, los autores
anticiparán las habilidades de la virgo bellatrix haciendo mención a una temprana inclinación por las
armas en su infancia y primera juventud. Para justificar el caso de Hermiliana, Fernández recurre a la
explicación maravillosa: al ser armada por el mismo Marte, se sobreentiende que recibe de él la
fuerza y destreza necesarias para ejercer el oficio caballeresco260.
Una vez obtenidas sus armas, Hermiliana parte en una larga queste para encontrar a don
Clarineo. Por el camino conoce al desventurado Gloridiano, un caballero de escasa valía que está a
punto de perder a su amada Roselia, cortejada por el soberbio Polinéstor. Hermiliana se ofrece a
acometer la batalla por él, ocultando su rostro bajo las armas de Gloridiano. La doncella vence en la
batalla y el padre de Roselia hace que las dos se casen allí mismo, ignorando no solo que el caballero
no es Gloridiano, sino, además, que se trata de una mujer261. Por la noche Roselia, que sabe que su
nuevo esposo no es Gloridiano, pero que desconoce todavía su condición femenina, trata de ver su
rostro mientras duerme y queda admirada de su belleza:
y si fuera libre creo le diera en el coraçón nuevos pensamientos; y desseando ver del todo sus
lindos pechos, de los quales algún tanto tenía descubierto, levantó de sobre ellos la ropa, con
lo qual fue más espantada, conociendo que doncella y no cavallero fuesse, y elebose tanto en
mirarla, estando casi fuera de sentido, que sin ver lo que hazía sobre sus pechos cayó una
gota de cera ardiendo, que a la princesa con un ¡ay! sobresaltado hizo recordar (fol. 89-vº).
Esta recreación del mito de Eros y Psique no tiene, sin embargo, consecuencias desastrosas
para las doncellas. Al contrario; Roselia queda mucho más tranquila, sabiendo ahora que su
matrimonio con Hermiliana no es válido.
En esta aventura, Hermiliana ha demostrado ser superior a dos caballeros varones:
Polinéstor, a quien ha derrotado sin muchos problemas, y Gloridiano, tan cobarde que ni siquiera se
atrevía a acometer la lucha; pero ahora, la princesa de Francia habrá de probar su valía ante su infiel
amante.
Cuando llega a Bohemia, Hermiliana encuentra a don Clarineo viviendo su amor clandestino
junto a Rosaliana y recuperándose de las heridas que recibió al tratar de superar, sin éxito, la
Aventura del Valle Desastrado. Sin darse a conocer, Hermiliana, dolida, acomete la aventura y logra
llevarla a cabo, venciendo donde don Clarineo había sido derrotado262.
No contenta con ello, esa misma noche salva a don Clarineo de ser asesinado por un celoso
260
También la Poncella de Francia hace gala de ―una fortaleza innata fuera de lo común, similar a la de una
amazona, pero probablemente inspirada por su misión divina‖ (Sánchez Valat, 2012: 160).
261
Marín Pina apunta que este motivo está presente también en la épica francesa, donde hay varios casos de
doncellas guerreras obligadas a casarse con otras mujeres porque se las confunde con hombres (1989: 83).
262
La aventura estaba destinada a ella: un padrón en la entrada del valle anunciaba que solo ―la herida obeja
buelta en cruda leona‖ podría superarla. Por si el lector lo dudaba todavía, con este detalle el autor coloca a
Hermiliana en el panteón de héroes de la novela.
140
pretendiente de Rosaliana cuando trataba de entrar a hurtadillas en su habitación. La situación es
realmente humillante para don Clarineo, sobre todo cuando descubre que su misterioso salvador es la
mujer a la que había abandonado para iniciar su romance con Rosaliana. Hermiliana parece darse
cuenta de esto también. Su búsqueda ha finalizado, pero el objeto de sus desvelos no se merecía
tantas molestias. Pese a que don Clarineo le pide humildemente perdón, ella no acepta sus disculpas
y lo abandona:
Pues ansí avino que, estando una noche Hermiliana más descuydada, le vino al pensamiento
quán gran crueldad era la que consigo misma ussava en andarse así perdida tras don Clarineo,
aviéndole ella hallado de la suerte que os havemos contado; y pudo con ella tanto la
imaginación que, llamando a sus donzellas, mandando que disimulassen con don Clarineo,
tomando sus armas y encomendando al huésped que acabasse de curar a aquel cavallero,
dexándole de dineros bien proveýdo, ella se salió de aquel lugar y caminó sin parar toda la
noche, locura muy ussada de enamorados coraçones, que ni saben lo que piden ni siguen lo
que quieren, y huyen de lo que nunca querrían ser apartados. Y assí llegó a otra villa, donde
no hizo sino comer, y metiose por las más espesas montañas de toda Alemania por no ser
hallada de aquel que hallarle tantos trabajos passara y tanta sangre le havía costado, y por
quien diera la propria vida por no ser nunca d‘él apartad[a] (fols. 100 rº-vº).
La queste de Hermiliana ha terminado, pero no sus andanzas. Durante el periodo de
penitencia de don Clarineo, que dura varios años, Hermiliana se convierte en un caballero andante
que, al igual que don Belianís y sus compañeros, recorre el mundo en busca de aventuras. Ni siquiera
abandona su condición caballeresca cuando, finalmente, se reencuentra y reconcilia con Clarineo y
ambos contraen matrimonio. La encontramos de nuevo entre doncellas, pero siempre dispuesta a
armarse al menor signo de peligro y participando junto a su esposo, en plano de igualdad, en la
guerra de Constantinopla263. Si bien no oculta su condición femenina, lleva armadura por razones
prácticas, con lo que en ocasiones se la confundirá con un hombre en la batalla264.
Hermiliana se ha ganado por derecho un puesto entre los caballeros de su tiempo. Ha
demostrado su valía en conflictos bélicos, en aventuras cortesanas y sobrenaturales como la del Valle
Desastrado y en batallas judiciales. Pero, ante todo, ha testimoniado su inquebrantable fidelidad
amorosa, que la ha colocado por encima de su desleal compañero y la ha hecho digna de figurar entre
los mejores caballeros del mundo.
263
Demuestra esta disponibilidad durante la investidura de Belflorán, a la que asiste vestida como corresponde
a su condición de dama de alta guisa; sin embargo, cuando Furibundo y los suyos interrumpen la ceremonia
atacando por sorpresa, ―tomando su yelmo, dexando las ropas que encima traýa, quedó qual era menester‖ (fol.
153-rº), tras lo cual participa activamente en la batalla.
264
La Poncella de Francia peleaba con sus cabellos al viento (Sánchez Valat, 2012: 159), pero Hermiliana, más
práctica, se los recoge bajo el yelmo para luchar, si bien a veces se ―desmelena‖ por accidente: ―Mas Salisterno
hirió a Hermiliana alto en el yelmo, prendiendo el golpe algo bajo del azerado borde. Ella se tuvo firme por no
caer, y la lança no se rompió tan presto que los correones del yelmo fueron hechos pedaços, y ella quedó
mostrando su divino rostro; los cabellos, mejores que los de Avsalón, le cayeron por las espaldas hasta la mitad
del arnés‖ (fol. 219-rº).
141
2.7.3. La amazona: la reina Cenobia
La amazona es una figura habitual de los libros de caballerías castellanos; se incorporó al
género a partir de la materia troyana y las Estorias alfonsíes, construyéndose así un tipo literario que
aparece por primera vez en las Sergas de Esplandián265. En este texto Calafia, reina de California y
señora de las amazonas, se une con sus huestes al asedio pagano de Constantinopla. Allí pretende
ganar fama y renombre, pero se enamora de Esplandián, contraviniendo por tanto la tradición
amazónica del odio a los varones. Acaba casándose con el amigo del héroe y convirtiéndose al
cristianismo266.
La Calafia de Montalvo se ajusta, sin embargo, a otros aspectos del mito: sus amazonas son
una raza fiera que lucha contra los hombres en una eterna guerra de sexos; solamente se unen a ellos
ocasionalmente para procrear, y después matan a todos los vástagos varones. Así, la amazona se
presenta como una criatura exótica de costumbres bárbaras, si bien se le permite integrarse en el
mundo civilizado a través del matrimonio y la cristianización. Sales (2008) sugiere que, si bien
Montalvo pudo verse inspirado por las noticias de los viajes colombinos, la influencia más directa
para el personaje de Calafia parece estar en la Pentasilea del Roman de Troie, difundido a través de
diferentes versiones, como las Sumas de historia troyana de Leomarte. En esta obra, Pentasilea
acudía a luchar en la guerra de Troya, aunque lo hacía porque se había enamorado de Héctor de
oídas. Esta amazona, a diferencia de Calafia, se presenta como una dama cortés, hermosa y gentil;
sin embargo, ambas sucumben al amor que se suponía prohibido para las de su raza, si bien Calafia
disfrutará del final feliz que le fue negado a Pentesilea.
La amazona que aparece en la Tercera y quarta parte recoge aspectos de ambos personajes.
Se trata de la reina Cenobia (―no aquella que fue vençida por el emperador Aureliano, sino otra, que
aquella, aunque fue contra los romanos gran señora en Asia, no fue reyna de amaçonas, que aún a la
saçón no heran salidas del monte Cáucaso en ajenas conquistas‖267, fol. 182-vº), que, igual que
Calafia, acude para luchar contra los cristianos en el asedio a Constantinopla; también se enamora de
su paladín, Belflorán, pero no es correspondida. Más adelante, tras beber de una fuente encantada,
acabará enamorándose de Armesildo, el mejor amigo del héroe, que llevaba tiempo prendado de ella.
265
Véase Benito, 2002, y Sales, 2008. Como curiosidad apuntaremos la pervivencia del personaje en una
novela breve de Blasco Ibáñez titulada La reina Calafia (1923; para un estudio detallado de la obra, véase
Sainz de la Maza, 2001, y Sales, 2007).
266
El héroe caballeresco jamás contraerá matrimonio con una mujer que se salga de los cánones establecidos.
Su dama siempre es una princesa de alta guisa que destaca por su hermosura, su honestidad y su discreción.
Amazonas, magas o gigantas que se enamoren de él verán sus aspiraciones condenadas al fracaso, obteniendo,
como mucho, una relación breve y ocasional.
267
Esta Cenobia aparece citada en el libro de Boccaccio De las mujeres illustres en romance (Zaragoza, Paulo
Hurus, Alemán de Constancia, 1494). Fue ―reyna de los palmerinos‖, y de ella ―se cuentan cosas maravillosas,
ca ella exercitó su niñez y mocedad como las amazonas en los duros trabajos de las selvas y de la caça. E
después, casada otra vez, fizo muy áspera vida en el campo con su marido, faziendo guerra contra los romanos
y contra las naciones bárbaras. Finalmente fue vencida por el emperador Aureliano y levada como vencida en
el triumpho‖ (fol. 101-rº y ss).
142
Fernández aprovecha la llegada de Cenobia a Constantinopla para relatar su versión del
origen de las amazonas, relacionándolas también con la guerra de Troya, aunque no de forma directa:
cuenta que, al regresar los griegos a su hogar después de la guerra, se encontraron con que sus
mujeres habían tenido tantos hijos ilegítimos en su ausencia que, por no iniciar una matanza, se
vieron obligados a desterrarlos a todos. Estos, capitaneados por Falanto, se hicieron a la mar y
llegaron hasta Tracia, donde sedujeron a un buen número de doncellas que se fugaron con ellos. Sin
embargo los griegos las abandonaron en tierra, deshonradas y lejos de su hogar, y parten, ―según
cuentan las hystorias, a poblar a Tarento‖268. Así,
las damas enamoradas, que tales se hallaron, poco será menester encarezer a los términos que
vinieron, acordando unas de matarse y otras, otros estraños casos muy semejantes a este. Mas
al fin ellas aborrescieron de tal suerte los hombres que, haziendo en aquel puerto un muelle,
hedificaron allí y, procurando humana conversación en quanto hera menester para no dexar
de multiplicarse, las que parían hijos los imbiavan a trocar por otra mercadería en aviendo
quatro años; y las hijas, quemándoles un pecho, hazían flechar, husándolas al travajo y
exercicio de la guerra, en lo qual, ayudándoles la crueldad que con ellas se avía ussado,
salieron tan diestras, y su potencia se encendió tanto que vino a ser una de las potencias, y no
de las menores, de Asia. Al principio llamáronse "oréntides", mas después se han llamado
"amaçonas" (fol. 182-vº).
De este modo, Fernández humaniza a las amazonas: ya no matan a sus hijos varones al
nacer, sino que los envían al exilio cuando cumplen cierta edad. Por otro lado, las descendientes de
aquellas mujeres engañadas tienen sobrados motivos para desconfiar de los hombres en general y de
los griegos en particular. Queda claro cuando se nos cuenta que Cenobia, ―como en sus hystorias
leyese el daño y menosprecio de Falanto, no le paresció que sería cosa dexar de vengarse en las
tierras de los griegos, que de esto le tenían poca culpa‖. Así, la amazona acude en ayuda de Claristea
con todas sus huestes.
Armesildo, príncipe de Inglaterra, se presenta ante ella como embajador de los cristianos, y
queda impresionado por las amazonas y especialmente por su reina:
llegó Armesildo y, haziendo señal que era embaxador, fue puesto ante la reyna Zenobia, cuya
estraña ermosura casi le sacó de sentido. Viendo junto d‘ella otras damas en estremo bien
dispuestas con ricos arneses y las espadas a los cuellos no supo qué dezirse (fol. 183-rº).
Más adelante, se describe a Cenobia de esta manera:
Y apartándose Balisán, llegó a la fuente, donde vio a la linda reyna Cenobia, sus dorados
cabellos tendidos sobr‘el arnés, tan hermosa que se le representó fuesse Diana, si ya no era la
diosa Palas (fol. 198-vº).
268
Una parte de esta historia coincide con la tradición griega, según la cual Falanto y sus compañeros, los
partenios, fueron hijos ilegítimos engendrados por las mujeres espartanas mientras los hombres se hallaban
ausentes durante su larga guerra contra Mesenia. Tras una revuelta fallida, los partenios fueron desterrados, y
Falanto, siguiendo los consejos del Oráculo de Delfos, fundó la ciudad de Tarento en la costa de Apulia.
143
Vemos, por tanto, que ya no se presenta a la amazona como una mujer de piel negra y
aspecto semisalvaje, sino que su descripción física no se aleja mucho de la de la virgo bellatrix. En
cuanto a su conducta, Cenobia se comporta en todo momento con total cortesía, demostrando
conocer los usos y costumbres del mundo civilizado. Con todo, no permite que nadie olvide que,
pese a la belleza y diplomacia de las amazonas, son un pueblo de feroces guerreras:
Sabed que yo soy la reyna Zenobia, la madre de las amazonas, de las quales viene esta flota
poblada; que, aunque agora os parecen ángeles, ya vendrá tiempo que en el campo os
parezcan demonios (fol. 183-rº).
Su desembarco es absolutamente espectacular, y el autor se detiene en describir con detalle
las huestes amazónicas:
y saltando en los esquilfes salieron en tierra, con tanta magestad de la reyna que a todos dio
admiración, porque la sacaron doze elefantes, los quales tiravan un carro tan grande que
dentro cabían más de mil caballeros, con siete arcos triumfales, los quales uno sobre otro
hazían una manera de corona tan resplandesciente que como el sol a todas partes relumbrava.
No havía tal pieça en el universo para entrar en batalla. Tenía en torno de los arcos seys
almenas y torres y cubos fuertes llenos de aquellas sus mugeres, que muy bien armadas con
sus armas y flechas parescían un nuevo encantamiento. Cada elefante llevava sobre sí un
pequeño castillo en que llevava otras doze mugeres, con tantos géneros de militares
instrumentos quantos havía en el real. No quiso la reyna salir en este carro ni otros muchos
que la estavan esperando, mas tomó un alindado olicornio, en que ella acostumbrava entrar
en las batallas, tan hermoso y fuerte que no havía cavallo en Berbería que se le ygualase, y
delante d‘ella su batalla tendida, en que yvan cinqüenta mil amazonas tan diestras en la
guerra como los partos, de los quales ellas la manera de pelear avían aprendido (fols. 183-rºvº).
Como Cenobia llega a Constantinopla durante las treguas, no puede unirse a la batalla
inmediatamente. Sin embargo, decide probar la aventura del Caballero Sin Amor, y Belflorán la
derrota sin grandes problemas. Cenobia se enamora entonces de él sin conocer su identidad. La
descubrirá más adelante, pero sus sentimientos hacia él no cambiarán al saber que es cristiano; al
contrario, se unirá a él en la batalla de Nicoxian fingiendo ser un caballero desconocido y luchando
así contra su propia gente.
No será esta la última vez que Cenobia y Belflorán luchen juntos, codo con codo: él la
elegirá más adelante como compañera de armas en un duelo judicial en defensa de don Baldín.
Aunque la amazona no llega a declararle su amor directamente, ya que ―la grave onestidad suya‖ se
lo impide, el héroe sabe leer entre líneas y la trata siempre con respeto y cortesía.
Pero esto es todo lo que Cenobia obtendrá de él. Durante el transcurso de sus aventuras, sin
embargo, la reina vuelve a toparse con Armesildo de Inglaterra, que sigue perdidamente enamorado
de ella. Una fuente encantada se ocupará del resto:
No estava muy lexos el remedio de Armesildo; que, siendo todas estas cosas ordenadas por el
sabio Merlín, aquella era una de sus encantadas fuentes, donde se cobran las amorosas
144
pasiones; y, como la reyna tuviesse alguna sed, tomando en su yelmo del agua, bevió un
golpe, que fue la vida del que sin ella bivir no podía. Quedó la reyna atónita, porque a poca
pieça no se le acordó de Belflorán; diose ha mirar la apostura de Armesildo, que hera uno de
los gentiles cavalleros del mundo; y, sintiéndose assí trocada, no le pesó punto, que casi
estava corrida de verse assí pressa de quien d‘ella no se acordava, y entre sí rogava a sus
dioses que en aquel pensamiento la sustentassen. Mas ellos le podían ayudar tan poco como
en quitarle los nuevos pensamientos, con los quales de nuevo tornó a abraçar a Armesildo;
que, no perdiendo lo que su fortuna le ofrecía tan cumplido, ya no con besar las manos se
contenta, mas las primeras flores de su boca coge, con tanto contento quanto los bien heridos
d‘este mal pensar pueden. Tornaron mil vezes a tenerse abraçados estos dos felicísimos
am[a]ntes, poniendo con su contento envidia al que los hiriera del amoroso mal, y no menos a
las hermosas ninfas que aquella fuente tenían cercada, estando la reyna determinada de
complazerle en todo aquello que una casta donzella sin ofender a su onor podía (fol. 243 rºvº).
Inmediatamente después, los dos acuden a socorrer a una doncella cuitada. Tendremos más
noticias de ellos: el narrador nos cuenta que han regresado al Cáucaso a defender el reino de las
amazonas de una invasión, y tiempo después se unirán a la defensa de Persia, que se ha vuelto
cristiana tras la conversión de Perianeo. Así, al final de la novela se nos dice ―que avían llegado en
su socorro gentes de las amazonas con la reyna Cenobia y un cavallero valentíssimo que se dezía
Armesildo‖ (fol. 280-rº). Aunque no se diga explícitamente que las amazonas se han convertido al
cristianismo, Cenobia actúa como un caballero cristiano; ya no defiende únicamente los intereses de
las mujeres en general y de las amazonas en particular, sino que acude con sus huestes en ayuda de
quien lo necesita.
A pesar de todo, Hermiliana es indudablemente mejor caballero que Cenobia, que pierde
todos sus combates incluso cuando sus contrincantes le dan ventaja. Hermiliana, sin embargo, no
puede ser derrotada. Esto puede deberse a que Cenobia pertenece a un pueblo de mujeres guerreras;
quizá el autor considera que una mujer, por sí misma, no puede superar a un hombre en tareas
caballerescas, y menos si no tiene a Dios de su parte. En cambio, Hermiliana recibió algo más que la
orden de caballería en el Castillo de la Sabia Medea: fue investida por el propio Marte, quien le
otorgó habilidades guerreras especiales y la puso bajo su protección; sin olvidar el hecho de que
Hermiliana, como princesa cristiana y modelo de bondad, fidelidad y rectitud, lucha siempre por la
justicia y la verdad.
2.8. La doncella andante
No todas las mujeres de los libros de caballerías aguardan a sus enamorados en sus castillos,
practican las artes mágicas o toman las armas. Existe también un significativo número de ―doncellas
andantes‖:
La doncella andante es la mujer joven que anda, la que recorre los caminos en palafrén, la
que goza de una capacidad de movimiento que, aunque no se le niega expresamente, está
reñida con la reclusión y el encerramiento requerido y exigido a la condición femenina‖
(Marín Pina, 2007: 818).
145
Estas doncellas van de un lado para otro ejerciendo de mensajeras o recaderas, con antifaces
o sin ellos, con séquito o sin él, a menudo con un propósito en concreto, pero también por simple
deseo de conocer mundo (Marín Pina, 2007 y 1010).
En el Belianís de Grecia no son pocas las mujeres que se ajustan a este modelo. Hay
doncellas recaderas, como Lindonisa, que viaja sola al encuentro de Belflorán para entregarle una
carta de Belianisa, su señora; doncellas cuitadas como Lisenda, que emprende un largo trayecto para
solicitar la ayuda de Belflorán en la guerra que su padre mantiene contra el gigante Persides.
Princesas como Dolisena o Claristea se desplazan de un lado a otro acompañadas por su séquito;
Claristea acude a los torneos de Londres y, más tarde, a la guerra de Constantinopla, mientras que
Dolisena se dirige en peregrinación al templo de Amón.
No obstante, el hecho de que una mujer viaje sola, o incluso con acompañamiento, provoca
no pocos conflictos269. Dolisena y su hermana acuden al templo de Amón escoltadas nada menos que
por cuatro reyes. Por el camino se encuentran con don Belianís, que solicita el honor de
acompañarlas. Para ello debe vencer a los reyes, cosa que logra sin muchas dificultades. Así,
Dolisena y Meridiana prosiguen su camino acompañadas únicamente de un misterioso caballero a
quien no conocen, porque sus escoltas iniciales deben abandonar su misión tras su derrota. Ellas no
parecen descontentas con el cambio:
Oýdo havían las princesas la fama del Cavallero de los Fuegos, y por ver cosas nuevas bien
holgaran de llevarle consigo, y aun de dexar a aquellos reyes, porque eran un poco más largos
en el hablar de lo que les combiniera; y, como las damas sean más afficionadas a platicar
amores que no guerras, yvan con ellos medio amohinadas, que les contavan cosas y hechos
suyos que bastavan para el famoso Héctor (fol. 220-rº).
Afortunadamente para ellas, han ido a topar con el héroe de la historia y no con un caballero
descomedido, que es lo que le sucede a la doncella Lindonisa cuando parte de Londres para entregar
un mensaje. Consciente de los peligros del camino, se cita con su caballero para que la escolte en su
misión. Pero los problemas llegan antes de que pueda encontrarse con él:
A esta sazón a la fuente llegó una donzella, de cuya hermosura y dispusición fue el bravo
moro muy agradado, la qual a la fuente venía a esperar un cavallero que le avía de hazer
compañía. Esta era Lindonisa, hija del conde de Sircia, dama de la infanta Belianisa, la qual
por su mandado una carta llevava a Boemia, donde en Ingalaterra se avía dicho que avía
buelto Belflorán, puesto que ella tenía sospecha, aunque don Manuel no lo dixera, que él
fuesse el que en Francia combatiera con Furibundo, y aun en esto pensavan otros muchos que
de la valentía de Furibundo tenían noticia. Y el cavallero a quien ella esperava para su viage
era aquel gentil don Balinteor de Yrlanda, que d‘esta dama mucho tiempo avía que era
enamorado. Y aviéndole ella dicho que yva con un recado a la reyna Rosaliana a Bohemia,
teniéndolo él a estraña ventura, acordaron que la acompañaría en aquella jornada.
Pues Argibo, que a Lindonisa vio apear, le dize:
269
―Las mujeres por los caminos son todo problemas porque despiertan inevitablemente el deseo de los
hombres. Aunque los caballeros al recibir la investidura juran defender a las mujeres, no todos cumplen esa
promesa, ya que puede más el deseo libidinoso que el compromiso caballeresco‖ (Marín Pina, 2010a: 224).
146
–Hermosa señora, si en esta tierra se guarda la costumbre de la mía, vos soys obligada a yr
comigo.
–Como fuere el camino –dixo Lindonisa–, mas ¿qué es la costumbre de vuestra tierra?
–Es –dixo Argibo– que la dama que camina sola, si algún cavallero la quiere defender por un
día a todos los que con él quisieren combatir, á de quedar por suya.
–¿Essa ley –dixo Lindonisa– hizieron las donzellas o los cavalleros?
–No lo sé esso –dixo Argibo–, mas, si vos fuéssedes servida de guardarla, hazerme ýades
gran contento, que yo soy tal cavallero que no vos vendrá en desgrado.
–¿Y si no quisiesse yo –dixo Lindonisa–, avría más que hazer en esse caso?
–Sí –dixo Argibo–, porque, aviéndome obligado tanto vuestra hermosura, yo procuraré, pues
no estoy informado del huso d‘esta tierra, guardar el de la mía.
Riose d‘esso Lindonisa. Y como supiesse la valentía de[l] buen Cavallero Salvage, que a esta
ora se venía por el llano de un prado, le dize:
–Pues esso á de ser ansí, a mí me plaze de guardar lo que vos queréys; mas sabed que soy de
aquel cavallero, y no consentirá que me llevéys. Por esso no tratéys más d‘ello, que los
cavalleros d‘esta tierra no consienten llevar assí las donzellas que aguardan (fol. 245-rº).
La pretensión de Argibo tiene antecedentes artúricos pues, aunque la ―ley del camino‖ exigía
al buen caballero que respetase a las doncellas que viajaban solas, si alguna iba acompañada,
cualquier caballero que venciese a su guarda por la fuerza de las armas podría reclamar derechos
sobre ella, según se desprende de la lectura de las obras de Chrétien de Troyes (Marín Pina, 2007).
La reacción de Lindonisa demuestra que le parece una costumbre anacrónica, cuando no absurda, y
señala con agudeza el machismo que subyace tras ella: ―¿Essa ley hizieron las donzellas o los
cavalleros?‖270.
No obstante, tiene fe en las capacidades de su caballero y no se siente amenazada. Sin
embargo, este cae derrotado ante Argibo, y Lindonisa huye con él y lo acompaña de vuelta a la
ciudad, pues está gravemente herido. Entonces decide reemprender su camino en solitario, pero
disfrazada, para que Argibo no la reconozca. Adopta de esta manera el ―hábito de doncella andante‖,
que incluye el palafrén y el antifaz, y permite a las doncellas viajeras ser reconocidas y respetadas
como tales (Marín Pina, 2007: 824).
Sin embargo, a menudo esto no es suficiente, y para poder viajar seguras, las mujeres
necesitan ocultar su condición femenina. No todas toman las armas; algunas se disfrazan de
muchachos o escuderos y, al hacerse pasar por varones, pierden su condición de ―doncellas
270
No es esta la única vez que Jerónimo Fernández pone en boca de sus personajes algún razonamiento en
defensa de la mujer. En esta ocasión es Lindonisa, una doncella; pero previamente el propio héroe del relato
había defendido con ardor las virtudes de las damas frente a aquellos que las calumnian:
–A muy muchos –respondió don Belianís– que, si no fuera por los amores, quedaran puestos eternamente en la
sepoltura del olvido, porque los amores hazen a los cavalleros corteses, valerosos y esforçados y generosos en
qualesquier cosas que tienen de hazer, lo qual sin ellos no serían.
–Si esso ansí fuesse –dixo la donzella– no se dirían tantos males de las mugeres como vehemos que a cada passo
se escriven, que no veo de otra cosa los libros llenos.
–Essa es propria culpa de los hombres –dixo el príncipe don Belianís–, que han tomado ya por cubierta de sus
yerros dezir semejantes locuras de las damas; olvidando lo bueno que ay en ellas, se ponen a contar algunas
flaquezas en que ellos mismos les hazen dar causa de todo, por hazerles mayor bien a ellos.
–No sé cómo lo crea –respondió la donzella–, que bien persuadida estava en lo contrario, y quisiera que todos
estuvieran en vuestra opinión (fol. 114vº).
147
andantes‖, puesto que una de las características destacadas del tipo es que estas inquietas viajeras no
ocultan en ningún momento su feminidad. Es por eso por lo que casos como los de Primaflor,
Dolainda o Serinda, doncellas que fingen ser pajes o escuderos para vivir aventuras, pero no ejercen
tareas caballerescas, tendrán que ser estudiados en otro apartado.
2.9. La doncella disfrazada de hombre
Si bien no faltan virgines bellatrices en los libros de caballerías, el hecho de disfrazarse de
hombre no implica necesariamente pelear ni tomar las armas. Algunas mujeres se sienten más
seguras ocultando su condición femenina, sobre todo cuando van a emprender un viaje incierto. El
disfraz de varón actúa como elemento defensivo, pero también es un recurso novelesco que ofrece
múltiples posibilidades narrativas y da pie a no pocos equívocos y enredos amorosos. En palabras de
Trujillo,
el disfraz ofrece a las mujeres una libertad de acción de la que no disfrutan en su vida
cotidiana. Las muestras de los libros de caballerías marchan en paralelo con la presencia de
mujeres disfrazadas en las comedias, un recurso que llegará a ser tópico en el Siglo de Oro y
que tuvo su extensión en la realidad (2007: 292-293).
En el Belianís de Grecia encontramos algunos ejemplos de ello. Serinda es una típica
doncella andante, pero decide vestirse de muchacho cuando su barco es atacado por unos piratas
berberiscos:
Pues procurar de pelear hera cosa de sueño, de lo qual don Belianís estava con grandíssimo
pesar, que en su vida tuviera la mitad, y viendo que los ados havían de hallar su camino,
procuró en aquello fuesse con el menor peligro suyo que le fuesse possible; y, haziendo a la
donzella vestir como un marinero o grumete, él se vistió de la misma suerte, poniendo
debaxo de aquellos largos braones su espada, que era d‘él tan estimada que no quería morir
sin ella (fols. 114-vº y 115-rº).
Don Belianís y sus compañeros acaban trabajando como esclavos para el alcalde moro
Zoroaydes, y posteriormente la doncella acompañará a don Belianís durante un largo periplo que
durará nada menos que quince años. Todo este tiempo permanecerá junto a él ―en ávito de escudero‖,
sin que se justifique la razón, pues, una vez liberados por Zoroaydes, el héroe tiene sobradas
ocasiones de acompañarla a su casa o de facilitarle el regreso. Además, como veremos más adelante,
Serinda es la única hija de un conde que manifiesta claramente su alegría y su alivio al recuperarla.
Sobre todo teniendo en cuenta que, en principio, Serinda había partido de Francia quince años atrás
para asistir ―a unas fiestas que se hazían en Barcelona‖ (fol. 114-rº).
Las motivaciones de Primaflor para emprender un largo viaje vestida de muchacho parecen
más claras. Un sabio profetizó que su belleza causaría grandes males, por lo que su padre la encerró
junto con su hermana Dolainda en el mágico Castillo de la Suerte. Durante seis años debe
permanecer allí sin hablar con ningún hombre, mientras su caballero defiende su belleza ante todo el
que ose desafiarlo. Transcurrido este tiempo, si nadie ha conseguido derrotarlo, Primaflor se casará
148
con él y traerá con ello la paz y la prosperidad a su reino.
Pero pronto queda claro que Primaflor no acepta de buen grado el encierro ni el matrimonio
concertado. Cuando Belflorán logra entrar en el castillo por un camino secreto, la princesa no tiene
inconveniente en hablar con él, aunque le advierte del peligro que corre al penetrar en su santuario.
Tras relatarle su desventura, se presta a tocar el laúd para él, ya que tiene grandes dotes para la
música271. En ningún momento parece que le preocupe el hecho de estar rompiendo su voto de
silencio, o tal vez no cree en las funestas consecuencias profetizadas por los sabios272. Ejercerá de
sanadora cuando Belflorán vuelva a presentarse allí malherido, y también de protectora de la
desventurada Ysabela, que huye de un matrimonio no deseado. Cuando el caballero del castillo sea
derrotado, tanto Primaflor como Dolainda serán libres de marcharse. Sin embargo, Primaflor
tampoco se conformará con esto. Ya en casa de su padre, llegan a sus oídos noticias del compromiso
de Belflorán y Belianisa. Y su tristeza es tal que su hermana Dolainda le propone partir en busca de
su amado:
–Mi señora –dixo Dolainda–, bien sabéys que el que no passa trabaxos no goza de la gloria
de la paz; el enamorado a quien espera la Fortuna con el cumplimiento de sus desseos, ni
sabe qué es querer, ni aun ser querido, pues lo uno se passa con lo otro. No ay amor donde
contrarias lástimas no fatigan; y assí, si os parece, perdámonos por estos bosques; si nos
hallaren, diremos que de miedo nos perdimos; y, si no, con disimulados ábitos bien podemos
yr hasta la Ysla de la Ventura, donde es ydo Belflorán, y allí la Fo[r]tuna en alguna manera
nos mostrará lo que más nos convenga.
Tienen los enamorados unos pensamientos tan arrebatados que no es llegado el consejo
quando les parece un punto de tardança, una dilación importuna; y assí le pareció a la linda
Primaflor, que, dando un sospiro, dize:
–¡Ay, hermana, y cómo avéys acertado tan alto consejo! Solo resta ponerlo por la obra,
porque la dilación no destruya lo que tan bien está acordado.
Y con esto, no mirando tan crueles inconvenientes como de allí se esperavan, se metieron con
sus palafrenes por lo más áspero del bosque. Y, como en los mayores desatinos se lleva la
Fortuna por la frente, assí les aconteció que de ninguno fueron halladas; aunque, buelto el rey
don(de) Serafín, hizo grandíssimas diligencias en buscarlas, y tanto que él mismo en persona
con sus armas y cavallo se partió en su seguimiento, y muchos cavalleros del reyno. Mas
hallarlas (es) era impossible, porque en la primera villa que llegaron, entrando de noche en
una posada, hizieron vestidos de escuderos, con los quales ,y con ponerse algunas cossas por
el rostro, de nadie fueron conocidas. Y como sus joyas valían tanto, en breve hizieron dineros
para su camino, y en un punto tomaron una çabra que a la Ysla de la Ventura las llevasse (fol.
267-rº).
Pero la transformación de las dos hermanas no terminará aquí. Ya han cambiado de ropas; no
tardarán en trocar también sus nombres por los de Florindo y Perseo. Y, para que el cambio de sexo
sea completo, se valdrán de la magia para que nadie las reconozca:
271
Esta afición la diferencia de otras damas del relato y aporta nuevos matices al personaje: ―Conforme se van
publicando nuevos textos caballerescos, la etopeya femenina se va enriqueciendo con distintos ingredientes.
Vemos a las jóvenes princesas tañendo melodiosos sones con el arpa, interpretando canciones o aficionándose
a la representación de romances y églogas. Este virtuosismo musical igualmente halla acomodo en las salas
palaciegas que en frescos valles donde todo ser vivo se detiene a escuchar los cantos de la protagonista. De
pronto la voz se transforma en otra vía para cautivar la atención del caballero‖ (Sales, 2004: 47).
272
La aventura del castillo de Primaflor es otro juego caballeresco. Los motivos que tiene el rey para encerrar a
su hija se muestran más como una excusa para iniciar el torneo que como un peligro real.
149
–Y aora, por la fe que a Dios devéys, que os quitéis los antifazes, porque en la habla me
parece conoceros.
No tenían las damas miedo a esto, porque estuvieran en la cueva del sabio Artabano, a donde
les dieran con que, no perdiendo punto de su hermosura, no pudiessen contra su voluntad ser
conocidas (fol. 274-rº).
Los dos ―donceles‖ actuarán como auxiliadores de Belflorán, y lo acompañarán en las
últimas aventuras de la novela273. El autor anticipa que sus andanzas serán muchas y muy
admirables, y que el travestismo de estas doncellas-escudero propiciará todavía notables
confusiones:
Por Primaflor, llamándose Florindo, se ganó la gran ciudad del Cayro, siendo d‘ella
enamorada, pensando ser hombre, una hija del gran soldán de Egipto (fol. 279-rº).
Parece claro que Primaflor tiene una doble motivación para vestirse de hombre y partir en
busca de aventuras. Naturalmente, desea estar cerca de su amado, aunque él no la corresponda y ni
siquiera la reconozca; pero también quiere ver mundo. Primaflor se ha visto encerrada en un castillo
durante largos años y sin poder –en teoría– hablar con miembros del sexo opuesto; la reclusión a la
que tradicionalmente se ve sometida la dama se refuerza en su caso con una profecía que, de forma
similar a los augurios que confinaron a Segismundo, ―obliga‖ a su padre a mantenerla alejada del
mundo. No es de extrañar que acumule una aguda curiosidad y que utilice el disfraz de hombre para
lograr esa libertad de movimientos que tanto ha anhelado.
273
―De forma similar a la irrupción de las féminas en el mundo de la caballería a través de las figuras de la
amazona o la doncella guerrera, también hay hermosas damiselas que pasan a desempeñar temporalmente las
funciones escuderiles. Son jóvenes que cabalgan en completa libertad y, tras quedar asombradas ante las
aptitudes guerreras del caballero y su atractivo físico, deciden acompañarlo en una mezcla de curiosidad y
atracción sentimental‖ (Sales, 2004: 77).
150
3. SABIOS Y SABIAS
3.1. La magia en los libros de caballerías
En los últimos tiempos hemos asistido a un creciente interés por el estudio de la magia, la
maravilla y lo sobrenatural en la Edad Media, abordado desde diversas perspectivas274. Sigue siendo
fundamental, no obstante, la distinción de Le Goff entre lo mágico, lo milagroso y lo maravilloso. En
sus orígenes, lo mágico tenía connotaciones ambiguas para el hombre medieval, pues había una
magia blanca benéfica y una magia negra que procedía del diablo. No obstante, con el tiempo pasó a
relacionarse únicamente con la órbita de Satán, y todo lo magicus empezó a considerarse maléfico.
Lo milagroso, por el contrario, tiene un fundamento divino, mientras que lo maravilloso procede de
un sustrato precristiano y folklórico, y que era, sin embargo, tolerado por la Iglesia (1999: 17-25).
Lo maravilloso irrumpía con frecuencia en la literatura caballeresca medieval, en forma de
encuentros con seres, objetos o acontecimientos de naturaleza superior a la normal, es decir,
sobrenaturales. En el modelo artúrico estos sucesos generalmente no tenían explicación racional; los
libros de caballerías del XVI, en cambio, suelen justificar su inclusión a través de la intervención de
un mago o una maga (Bognolo, 1997: 155-161).
Efectivamente; si el caballero descansa junto a una fuente mágica, esta lo es porque fue
encantada por un mago; si ha de superar una serie de pruebas para deshacer un encantamiento, antes
o después se nos comunicará que todo ha sido obra de un mago. Son ellos los que otorgan armas
mágicas, convocan criaturas extraordinarias o construyen castillos encantados275. Son los agentes de
lo maravilloso, que antes estaba implícito en el espacio caballeresco sin necesidad de ser introducido
por ningún personaje.
El modelo de los magos caballerescos castellanos tuvo su primer representante en Urganda la
274
En las letras francesas destacan los estudios de Le Goff (1991 y 1999), Poirion (1982), Lecouteux (1995),
Harf-Lancner (1984b), Dubost (1991) y Gallais (1992); en el estudio de lo mágico y maravilloso en la literatura
castellana cabe destacar, por otra parte, los trabajos de Garrosa Resina (1987) y, sobre todo, en lo referente a la
literatura de caballerías, Mérida (1998 y 2001).
275
―De esta manera, gracias a su saber libresco, magos y encantadores se convierten en los constructores e
ingenieros de estos espacios arquitectónicos que deslumbran a personajes y lectores de los libros de caballerías:
palacios, castillos, torres, arquitecturas efímeras, jardines, cuevas y sepulcros de connotaciones maravillosas
surgen ante la mirada asombrada de los héroes, que deben superar en ellos aventuras bélicas, mágicas y
amorosas‖ (Aguilar Perdomo, 2007: 129). Muchos de estos castillos se relacionan con los espectaculares
montajes que podían contemplarse en las fiestas nobiliarias de la época. Ya Urganda ejercía de maestra de
ceremonias en la saga amadisiana en este tipo de espectáculos (véase Beltrán, 1997, y Sales, 1999a), por lo
que no es de extrañar que ―el mago sufra un desplazamiento que le acerca más a la figura del animador de
saraos y veladas cortesanos o de recibimientos y entradas triunfales‖ (Río Nogueras, 1995: 142). En este
sentido hablaríamos de lo maravilloso mecánico: ―aquellos elementos que producen el asombro y la
admiración, se apartan de lo natural y están causados por los conocimientos especiales de los hombres‖ (Cacho
Blecua, 2001: 128). Así, la maravilla sobrenatural da paso a espectaculares ingenios artificiales, de la misma
manera que las personas que los construyen ya no son magos, sino sabios, en la medida en que sus capacidades
dependen más de conocimientos adquiridos que de poderes extraordinarios innatos.
151
Desconocida, la maga amadisiana276. Este personaje se nos presenta como una confluencia de tres
modelos medievales: Morgana, Merlín y la Dama del Lago. De Morgana hereda su carácter de fée
amante, enamorada de un caballero y manteniéndolo a su lado mediante hechizos. De Merlín obtiene
su habilidad profética. Y de la Dama del Lago sus rasgos de fée marraine, protectora del héroe y su
estirpe y dadora de dones encantados (Mérida, 2001: 91).
Se ha señalado en diversas ocasiones la evolución de Urganda desde sus primeras
apariciones hasta los últimos capítulos de la saga (Bognolo, 1997: 185; Mérida, 1994a: 275; Hönig,
2007: 295), pues, si al principio era un ser sobrenatural, descendiente de las hadas de la tradición
bretona, que aparecía y desaparecía misteriosamente, y cuyos poderes eran inexplicables, poco a
poco su figura se irá racionalizando y cristianizando. Sus entradas en escena serán cada vez más
espectaculares, pero sus poderes se irán paulatinamente justificando como dones divinos; y en las
Sergas de Esplandián, el hada misteriosa se ha convertido ya en consejera regia y portavoz del
catolicismo.
En una época en que toda la magia era considera diabólica, los libros de caballerías
mantienen sin embargo la distinción medieval entre magia blanca y magia negra (Mérida, 1994:
627). La primera, si se pone al servicio de Dios, puede ser tolerada; la segunda es indiscutiblemente
diabólica:
Magia y religión fueron dos conceptos incompatibles desde tiempos antiquísimos. Existía
entre ellos un conflicto de autoridades entre las competencias humanas y divinas. Por eso,
porque las habilidades de los magos frecuentemente excedían las barreras de lo permitido por
el credo cristiano, la iglesia medieval estableció la oposición entre el mundo divino y el
mundo diabólico. La identidad de los magos y brujas quedó ligada a la del maligno y sus
cultos fueron condenados como actos idolátricos. Entre otras circunstancias, la ideología
eclesial influyó en la redefinición de magos y magas, de forma que este personaje
experimentó dos cambios significativos en el paso de la narrativa artúrica al libro de
caballerías castellano: se hizo más humano y sus poderes se explicaron desde una perspectiva
más racionalista y, a veces, se llegó a subrayar que tales conocimientos eran permitidos por la
divinidad (Sales, 2004: 79).
Así, no es extraño que nos topemos en un mismo libro con magos bondadosos y cristianos
que ayudan al héroe y con magos malvados que invocan a los demonios. En el Amadís de Gaula
encontrábamos a Arcaláus el Encantador, rival de Urganda y avieso mago que se enfrentaba al héroe
en más de una ocasión. El autor del Belianís plantea esta distinción, pero no la mantiene hasta el
final de la obra, como veremos277. Los autores de libros de caballerías posteriores siguen el modelo
276
Sobre el personaje de Urganda, véase Cacho Blecua (1979), Haro Cortés (1998: 193), Beltrán (1997),
Mérida (1994a, 1994b y 2001), Bognolo (1997: 183-188), Nasif (1992), entre otros.
277
En un principio, el sabio Fristón, que ―encarna las fuerzas del mal, corresponde al antagonista Arcaláus de
Amadís de Gaula, así como Urganda, el auxiliar mágico de la obra fundacional, tendrá su sucesora en la maga
Belonia, el símbolo del bien, protectora de don Belianís y de la casa imperial‖ (Orduna, 2001: 54). Sin
embargo, esta dicotomía se desequilibra en el capítulo 10 de la Tercera Parte, cuando, tras un combate mágico
y gracias a la mediación de don Belianís, Fristón y la sabia Belonia se hacen amigos, y el mago pasa a ser
aliado del héroe y cronista de sus hazañas.
152
amadisiano y, con escasas excepciones278, poblarán las aventuras de sus héroes de magos y magas,
sabios y sabias, encantadores y adivinos279. A pesar de ello, autores como Nasif defienden la idea de
que, aunque a primera vista pueda parecer que lo maravilloso mágico en los libros de caballerías no
se aparta de unos determinados patrones, ―la lectura atenta demuestra al lector una variedad
insospechada‖; así, ―cada obra aporta elementos originales‖ y los episodios mágicos ―tienen
características que los distinguen‖ (2009: 276).
A lo largo de este proceso podemos apreciar también una progresiva evolución de una magia
sobrenatural hacia una magia más libresca; en el Belianís de Grecia ya no habrá magos ni
hechiceros, sino sabios y sabias; su poder proviene de los libros de magia y de largos años de
estudio. No es un don innato, sino una ciencia aprendida280.
Por tanto, los magos ya no son seres superiores o sobrenaturales, sino que se trata de
hombres y mujeres de carne y hueso que han dedicado su vida al estudio de la magia. Sus poderes,
sin embargo, son muy variados: pueden predecir el futuro, invocar criaturas sobrenaturales o bestias
fantásticas, controlar el clima, alterar su aspecto físico, transformar a las personas en animales,
dominar la voluntad del héroe y sus amigos, o, en el caso de los más amables, generar espectáculos
mágicos para disfrute de la corte. Todos estos efectos desempeñan funciones diversas en los libros de
caballerías:
Lo maravilloso en los textos caballerescos cumple una función narrativa importante como a)
método de conocimiento; b) prueba de fidelidad y ordalías, mecanismos para comprobar la
culpabilidad; c) entretenimiento cortesano (admiración, maravilla, miedo, etc.); deus ex
machina para la resolución de conflictos; e) método de crear y potenciar el sentimiento
amoroso; f) mecanismo de castigo y tortura; y g) por antífrasis, premio por ayuda y entrega
de objetos mágicos a los caballeros predestinados; h) mecanismo de pronósticos, profecías y
cualquier otro método de adivinación; i) encantamiento de personas, objetos y espacios; j)
sanación y protección del héroe; k) desplazamientos aéreos mágicos; l) motivos de reflexión;
ll) relato digresivo, etc. Y su impronta se deja sentir en el diseño del arquetipo heroico,
dentro del que funciona como cañamazo estructural (Bueno y Cortijo, 2010: lvi).
Así, la importancia de los magos llega a ser tal que, a medida que se desarrolla el género, su
número se multiplica (Nasif, 2009: 279); solo en la Tercera y quarta Parte podemos contabilizar una
docena de magos, entre principales, secundarios y ocasionales.
278
Citaremos como ejemplo el Florisando de Ruy Páez de Ribera (1510), libro sexto de la saga amadisiana,
cuyo ortodoxo autor hacía quemar todos los libros de Urganda y Arcaláus y criticaba duramente toda
utilización de artes mágicas y encantamientos.
279
Duce (2008: 193) afirma que, desde sus raíces artúricas, lo maravilloso va perdiendo su sentido simbólico
originario, de modo que en la literatura caballeresca castellana quedará solo como recurso para causar la
admiración de los lectores. ―Falto, pues, de esta especial justificación simbólica, y amplificado por el efecto de
la imitatio de un género en expansión, el armazón mágico de los libros de caballerías se percibió en su época
como imposible y desaforado, inaceptable desde el dogma aristotélico de lo maravilloso verosímil, tan preciado
en los planteamientos artísticos del Renacimiento, lo que provocó el rechazo de las caballerías por parte de
numerosos autores de los Siglos de Oro‖.
280
Se habla entonces de una magia científica o natural, frente a la magia negra que procede del diablo (Bueno
y Cortijo, 2010: lv).
153
Desarrollaremos, pues, el tema de la magia en esta obra a través del análisis de los
hechiceros –sabios y sabias– que aparecen en ella, y que son los generadores de la aventura
sobrenatural.
3.2. La maga madrina: la sabia Belonia
La sabia Belonia es la mayor aliada del héroe. Aunque él no lo sabe al principio, Belonia ha
apoyado siempre a la casa de Grecia y está ahora dispuesta a acoger al joven caballero bajo su manto
protector. Estaba presente en la aventura iniciática del joven don Belianís, por medio de un padrón
en el que había dejado escrita una de sus crípticas profecías. Más tarde, el héroe la conocerá
personalmente. Se dice de ella que es ―una vieja (…) de tanta hedad que de cien años passava‖
(Belianís de Grecia, I, X). La ancianidad es una característica recurrente en la descripción de los
magos caballerescos, porque se presupone unida a la experiencia y el conocimiento (Sales, 2004:
80).
Belonia vive en una ―muy escura cueva‖, que por dentro es un deslumbrante y suntuoso
palacio. A estas alturas, y teniendo en cuenta la fecha en que fue escrita la primera entrega del
Belianís, al lector no le resultaría ya extraño que la misteriosa Belonia pueda ser encontrada con
relativa facilidad: ―A medida que estas obras se va alejando de su modelo, los personajes mágicos
pierden paulatinamente el halo de misterio con el cual estaban rodeados, pues los caballeros andantes
tienen acceso al lugar donde viven y, a través de aventuras, se obtiene información acerca de estos
personajes‖ (Nasif, 2009: 277)281. No obstante, a menudo los magos, si bien habitan en el mundo
real, lo hacen en lugares recónditos, ya que una de las características de estos personajes es su deseo
de soledad, que los lleva a apartarse del común de los mortales ―para dedicarse al estudio y a
perfeccionar sus conocimientos mágicos y astrológicos‖ (Sales, 2004: 80-81).
También tiene el poder de la transformación, y aparece a veces como joven doncella, al igual
que Urganda282, o incluso metamorfoseada en una enorme águila. Sus poderes curativos rivalizan con
sus dones proféticos283; sus sabios consejos son siempre tenidos en cuenta. Dragones, grifos, enanos
y gigantes se cuentan entre sus ayudantes encantados; una columna de fuego anuncia su llegada y la
traslada, a ella y a los héroes, de un lugar a otro. Al igual que Urganda, que fue vencida por Melia,
Belonia es derrotada por su rival en la magia, en este caso el sabio Fristón, que la mantiene
secuestrada durante prácticamente todo el libro segundo del Belianís de Grecia.
281
Pese a ello, Belonia seguirá insistiendo de palabra en su carácter esquivo: ―no curéys (…) de tomar trabajo
en me buscar, que todo el mundo no será parte para me hallar‖ (Belianís, Libro I, p. 46.). Algo similar afirmaba
Urganda: ―Si todos los del mundo me demandassen, no me hallarían si yo no quisiesse‖ (Amadís, p. 57).
282
―Y él que la vio donzella de primero, que a su parecer no passava de diez y ocho años, viola tan vieja y tan
lassa que se maravilló como en el palafrén se podía tener‖ (Amadís, I, cap. II).
283
El don profético de Belonia procede del mito merliniano, pero también de la tradición sibilina. Las profecías
caballerescas sirven, por otro lado, para crear tensión y estructurar la novela en torno a hechos futuros que son
anticipados por magos y adivinos; véase al respecto González (1982).
154
Belonia sigue, por tanto, el modelo urgandiano. Sin embargo, no encontramos en ella las
características de la fée amante que se han señalado en la maga amadisiana. Sí mantiene rasgos
merlinianos, puesto que es una reputada profetisa, pero no se trata de una mujer enamorada. Su
función es, en realidad, la de ser ayudante y donante del héroe, para quien se convierte en una
especie de madrina o protectora que lo guiará en su camino hacia la fama.
En la Tercera y quarta parte, no obstante, sus apariciones serán muy discretas y no gozará
de tanto protagonismo como en la primera entrega, limitándose a intervenir de vez en cuando, a
través de cartas y doncellas recaderas, para aconsejar a los caballeros cuando han de tomar una
decisión importante, como hace cuando don Clarineo y don Lucidaner finalizan la aventura de
Rosaliana. Seguirá proporcionando armas al héroe, entregándole la espada de Bandenazar y las
Armas Resplandecientes con las que se presenta al tercer día de los torneos de Londres. Actúa
también de madrina del joven Soriano de Trebento, presentándolo en la corte cuando este acude a
defender el honor de su madre ante el príncipe de Argos.
Sin embargo, su intervención más espectacular tiene lugar en el capítulo X de la Tercera
parte. Persiguiendo a Perianeo de Persia, don Belianís y sus compañeros están a punto de hacerse a
la mar, pero un hombre impide que suban al barco; su dueño, un joven marinero, no es otro que el
sabio Fristón, enemigo del héroe, transformado. El hombre que había advertido a don Belianís de la
trampa resulta ser la sabia Belonia quien, una vez más, ha hecho gala de su poder camaleónico.
Inmediatamente, Belonia se transforma en un águila, mientras su adversario se metamorfosea en un
grifo284. La enemistad entre ambos sabios es constante a lo largo de toda la novela, y se manifiesta
aquí en esta espectacular lucha que mantienen los dos en presencia de don Belianís.
a la hora vieron al marinero buelto en un pavoroso grifo, y el hombre que con ellos hablara
en una caudal águila, entre los quales se començó una tan sangrienta batalla quanto otra
jamás se huviesse visto. Ellos estavan esperando su decendida para ayudar a aquel que los
hablara; lo qual no tardó mucho que no hiziessen, a causa que el grifo maltratava al águila,
que como don Belianís no guardasse otra cosa, viéndolos en el suelo arremetió a ellos; lo
mismo hizo el duque de Tebas. Mas delante se les pusieron dos fieros salvajes que con
sendas espadas de fuego les quisieron impedir la llegada, Y cierto, si los cavalleros no fueran
tales y los salvajes se lo bastaran a impedir, el grifo llevara en su poder el águila. Mas como
don Belianís tuviesse tanto desseo de ver el fin de aquella aventura, no fueron parte todos sus
encantamientos para le resistir que no llegasse a ellos, y con presteza increýble se abraçó con
el pavoroso grifo; el qual a la ora, no le valiendo sus encantamientos, fue buelto en un
hombre viejo, y todas las otras fantasmas desaparecieron. La águila pareció en su propia
figura ser su tan querida la sabia Belonia (fol. 22-vº).
Don Belianís decide dejar en libertad al derrotado Fristón, pese a las protestas de sus amigos.
Agradecido, el mago promete no volver a dañar a la casa de Grecia,
y con esto la sabia Bellonia le bolvió el libro, y como verdaderos amigos se abraçaron el uno
con el otro, prometiéndose visitar, assí en la Selva de la Muerte como en la cueba de la sabia
284
Según apunta Sales, la capacidad de transformarse en animal es una de las características recurrentes de los
magos caballerescos (2004: 83-85).
155
Bellonia.
La rivalidad entre los dos magos ha finalizado. Después partirán juntos, conversando
amablemente, y quizá el lector se pregunte si su nueva amistad no derivará en algo más, como ya
sucediera con Urganda y el mago Alquife285.
A partir de aquí, las apariciones en escena de la sabia Belonia se reducirán mucho más, y
poco a poco será reemplazada como protectora del héroe por el sabio Merlín286.
La sabia Belonia actúa, como hemos visto, como protectora del protagonista y su estirpe,
imitando el modelo de Urganda propuesto en el Amadís. Sin embargo, la figura del personaje
femenino sobrenatural que protege al héroe se hallaba ya en la literatura medieval. Es lo que HarfLancner ha denominado la fée marraine o ―hada madrina‖, una protectora o segunda madre del
héroe, con unos cometidos que provendrían directamente de las Parcas clásicas que tienen poder
sobre el destino de los hombres y conocen, por tanto, su futuro287. Su figura emblemática en la
literatura medieval es la Dama del Lago, que cría y protege a Lanzarote y le otorga dones
encantados288.
3.3. La maga amante: la sabia Ginebra
Pero el hada también podía enamorarse de un mortal, y en este punto hablaríamos de fée
amante, entrando en el complejo tema de las relaciones entre un ser humano y un ser sobrenatural,
que se repite en el folklore de todo el mundo.
Harf-Lancner (1984a) distingue dos tipos de hadas amantes. La primera, el ―tipo Melusina‖,
integrada en lo que denomina ―cuento melusiniano‖, abandona su mundo sobrenatural para unirse a
un mortal, con una condición o tabú; este puede consistir en no verla un determinado día de la
semana, no pronunciar una determinada palabra o algo similar; sistemáticamente, el héroe acaba por
285
En el capítulo LXXVIII del Lisuarte de Grecia, de Feliciano de Silva, el rey Amadís desposa a ambos
hechiceros ―porque me parece que son para en uno‖ y considera que se trata de ―un casamiento muy
convenible‖ (ed. de Emilio Sales, pag. 181). El paralelismo con la pareja Fristón-Belonia se acentúa si
recordamos las palabras de don Belianís: ―mas que, perdonándole todos los enojos passados, quedéys por muy
buenos amigos y os tractéys como a tales, que no ay tan dulze conversación como la de los sabios, estando
conformes‖ (fol. 26-rº). Fristón y Belonia se hacen amigos por deseo de don Belianís, al igual que Urganda y
Alquife contraían matrimonio porque el rey Amadís así lo decidía. Y es que, después de todo, ―aquí no importa
tanto el sentimiento entre la vieja pareja de encantadores, sino la recompensa que ambos obtienen y que les
convierte al mismo tiempo en eternos aliados de la caballería‖ (Sales, 2002: XXVI).
286
Como veremos, Merlín empieza a actuar como benefactor del linaje griego porque está en deuda con don
Belianís, pero en realidad ejercerá de tutor del joven Belflorán prácticamente desde su nacimiento. El nuevo
héroe, que está destinado a superar a su padre en todo, merecía también tener como guía al mago más
emblemático de la tradición artúrica, por lo que el papel de Belonia, en perfecto paralelismo con el traspaso de
protagonismo de padre a hijo, comienza a decaer en favor del poderoso protector de Belflorán.
287
El origen del ―hada madrina‖ ha sido también tratado por Harf-Lancner (1984: 13-19); Grisward (1980)
apunta también la relación existente entre las diosas romanas Fortuna y Aurora, antecedentes de las hadas, y
señala el carácter maternal de Aurora, llamada también ―Mater Matuta‖.
288
Véase Laurence Harf-Lancner (1984a).
156
violar el pacto, y el hada regresa a su mundo289.
Por el contrario, en los ―cuentos morganianos‖ nos hallamos ante un héroe que traspasa él
mismo la frontera del otro mundo, al que llega habitualmente tras seguir a un animal-guía, para
encontrarse con la mujer sobrenatural. Tras cierto periodo de felicidad en el mundo de ella, de nuevo
desoye la prohibición y acaba por ser expulsado a su mundo, perdiendo la prosperidad que el hada le
había otorgado290.
Los libros de caballerías, herederos de la tradición medieval, recrean a menudo este modelo,,
que podemos encontrar ya en el Libro del Cavallero Zifar, encarnado en la figura de la Dama
Nobleza; esta mujer vive en las Islas Dotadas y posee una sabiduría casi divina. El héroe, Roboán, se
casa con ella y vive feliz hasta que, por seguir los consejos del diablo, se ve expulsado de la isla y
pierde todo lo que había conseguido.
Sin embargo la ideología cristiana comienza pronto a introducirse poco a poco en la
percepción del mito; sin ir más lejos, en el mismo Zifar se nos habla de la Dama del Lago Solfáreo,
que se lleva al Cavallero Atrevido a su fabuloso palacio submarino, situado en un Más Allá donde
las cosas crecen con una rapidez inusitada. También aquí el caballero rompe un pacto y es expulsado
del Otro Mundo, pero en esta ocasión resulta beneficioso para él, ya que la Dama del Lago Solfáreo
era una diablesa; de hecho, el hijo de ambos será llamado Alberto Diablo, en una clara alusión al
tema medieval de Roberto el Diablo291.
Al hada amante se la percibe, por tanto, como a una criatura sobrenatural y semidivina, pero
también puede tratarse de un ser demoníaco. Con frecuencia será esta última visión la que cuaje en
los libros de caballerías del XVI, donde, en ocasiones, la dama que se enamora del caballero y lo
retiene contra su voluntad con encantamientos diversos resulta ser una bruja o una diablesa292. Y aun
289
Según Jean d‘Arras, Mélusine era un hada de gran belleza, que fue castigada a transformarse en serpiente
todos los sábados; la maldición se rompería si ella obtenía el amor y la confianza de un ser mortal. Tras su
matrimonio con Remondin de Lusignan, siguen varios años de prosperidad y felicidad para ambos, mientras él
respeta su condición de no intentar verla los sábados. Pero los hijos de la pareja son extraños y deformes;
Remondin, desconfiando de su esposa, la espía un sábado mientras se baña, y descubre que la mitad inferior de
su cuerpo es una cola de serpiente. Cuando Remondin revela su secreto, Mélusine se transforma en dragón y
sale volando por la ventana, abandonando a su esposo.
290
Un argumento semejante se encuentra en algunos lais bretones, como el Guingamor, Lanval, Tyolet o
Graelent. En todos ellos la mujer sobrenatural es un ser benéfico; el hecho de que entregue su amor a un mortal
supone para este un gran honor que demuestra, en última instancia, no merecer. Con la ruptura del pacto, el ser
sobrenatural desaparece, y el héroe queda de nuevo triste y solo, habiendo aprendido una gran lección: nunca
deben cuestionarse los actos de una criatura de otro mundo.
291
Sobre estos dos episodios sobrenaturales del Zifar hay una extensa bibliografía, de la que destacamos, entre
otros, Wagner (1903), Burke (1970), Stefano (1983), González (1984), Gracia (1992), Corfis (1999), Cuesta
Torre (2001a), etc.
292
La utilización de encantamientos y filtros de amor, que venía de la literatura cortés pero también de la
tradición latina, se relaciona directamente con las brujas como Celestina, y las hace, por tanto, servidoras del
diablo. No olvidemos que la literatura medieval, sobre todo la hagiografía, está llena de casos en los que el
demonio se transforma en una bella mujer para tentar a un santo. En los primeros capítulos del Arderique, por
ejemplo, el héroe se desvía de su camino para seguir a una hermosa doncella hasta su castillo encantado. La
doncella le confiesa su amor y Arderique queda prendado de ella; se nos dice que ―secretas llamas de huego
157
en el caso de que no haya nada demoníaco en ella, a menudo se presenta como un enemigo a quien el
caballero ha de vencer.
Si Belonia asumía el papel de ―hada madrina‖ –o, en este caso, ―maga madrina‖– del héroe,
en la Tercera y quarta parte encontramos también un ejemplo de ―maga amante‖. Nos hemos
referido a ella con anterioridad. Se trata de la sabia Ginebra, que, siguiendo el modelo morganiano,
se lleva a Perianeo a su castillo encantado para curarlo de sus graves heridas y, enamorada de él,
tiempo después da a luz a su hijo Salisterno293.
Es un episodio aislado en el Belianís de Grecia y no se nos relata con detalle; además, no
tiene que ver con el héroe, sino con su antagonista. No obstante, como ya hemos visto, proviene de
un motivo con una larga tradición folklórica.
El narrador nos dice que Perianeo accedió a los deseos de Ginebra ―contra su voluntad‖, y no
resulta difícil adivinar cómo y por qué. El amor del caballero es la recompensa que pide la maga por
haberle salvado la vida, de una manera similar al galardón que exigía Belflorán de Belianisa tras
rescatarla de Baldano294.
Tal vez Ginebra obtuvo el amor de Perianeo en virtud de un don en blanco; pero el castillo
encantado de la maga es un espacio maravilloso en el que el lector sobreentiende que se ha llevado a
cabo algún tipo de philocaptio295.
Otros autores castigan severamente a las magas amantes de sus libros de caballerías por
atreverse, siendo mujeres, a dominar a un hombre296. No es este el caso de Fernández. La sabia
encendieron sus entrañas, de manera que todas las cosas del mundo fueron olvidadas. Y con gran deseo
esperava estar ya con ella abraçado en la cama‖. Pero cuando ambos están ya acostados, una voz divina
reprocha a Arderique su debilidad; este logra resistir la tentación y el castillo desaparece; el joven se queda,
muy desconcertado, ―solo y desnudo en medio del monte‖. Esta mujer es llamada la Donzella Malvada, y no es
tal doncella, sino una diablesa en figura femenina que ha tratado de perder al joven caballero (Arderique, pp.
92-97; citamos por la edición de Dorothy Molloy).
293
En la mitología artúrica, Ginebra, la esposa del rey Arturo y amante de Lanzarote, no posee poderes
mágicos. En algunos textos, sin embargo, se habla de la Falsa Ginebra, medio hermana de la auténtica y tan
parecida a ella que, envidiosa de su destino real –señalado por una pequeña marca de nacimiento en forma de
corona–, hace todo lo posible por ocupar su lugar, llegando a tener al rey controlado por medio de pócimas
mágicas (véase Alvar, 1991a: 193-94). Pero la Falsa Ginebra es un personaje malvado cuyo horrible final se
plantea como un castigo divino, mientras que la presentación de la Ginebra del Belianís es mucho más positiva.
En cualquier caso, esta actúa más bien como el hada Morgana de la tradición artúrica.
294
Este comportamiento ―masculino‖ de la maga está implícito en su personalidad. No es una dama, es una
mujer que tiene poder y lo utiliza, igual que la sabia Belonia, que peleaba ella misma contra Fristón. En
contraste con la imagen de la dama pasiva, que espera, las magas tienen capacidad para actuar y participar en la
aventura caballeresca al igual que sus compañeros varones.
295
La maga casi siempre se verá rechazada por el caballero, no solo debido a que este debe ser leal a su dama,
sino, sobre todo, porque se trata de una mujer que no se ajusta al modelo de dama perfecta que el héroe desea
para sí. Lo que caracteriza a las magas es que pueden valerse de hechizos y encantamientos para lograr sus
propósitos, aunque lo único que obtienen del caballero es una relación breve, porque su magia no puede
hechizarlo para siempre ni hacerle olvidar a su dama.
296
―Otras hechiceras utilizan pócimas y demás remedios para satisfacer su inclinación sexual con atractivos
caballeros. Este uso y abuso de determinados medios artificiales para conquistar y aprovecharse del varón nos
conduce a una caracterización más negativa del personaje, ya que, en muchas ocasiones, la seducción forzada
comporta una agresión al orden social establecido‖ (Lucía y Sales, 2008: 206). Whitenack (1994) encuentra
158
Ginebra aparece como una mujer buena y en ningún momento se le reprocha que haya encantado a
Perianeo y se haya apoderado de su voluntad. La experiencia del príncipe persa en el castillo no
debió de ser, pues, tan terrible, lo cual nos devuelve al espacio del hada amante medieval, de la
doncella morganiana que, más que esclavizar al héroe, le otorga el preciado don de su amor.
3.4. El sabio Fristón
De todos los personajes del Belianís de Grecia este es, probablemente, el más popular.
Malvado y endiablado mago297, ayudante sobrenatural del enemigo del héroe, su más conocida
villanía fue, sin embargo, haber saqueado la biblioteca de cierto hidalgo manchego, como se ha
apuntado más arriba.
También habíamos visto que don Belianís y Perianeo, su antagonista, estaban destinados a
encontrarse y a competir entre sí por la gloria de la más alta caballería y por el amor de Florisbella.
El sabio Fristón es el ―padrino‖ y benefactor de Perianeo de Persia, al igual que la sabia Belonia es la
―madrina‖ del héroe. Era inevitable que ambos personajes fueran rivales, al igual que sus
protegidos298.
Los poderes de Fristón son incluso superiores a los de Belonia:
agora sabréys que (Perianeo) tiene un sabio, el mayor amigo quél tiene, que es el que en el
arte máxica en el mundo, al presente, más sabe (Belianís de Grecia, I, XXXVII).
El sabio Fristón también es especialista en transformaciones. Ya hemos visto su habilidad
durante su duelo contra la sabia Belonia; más adelante adoptará la forma de una joven doncella para
convencer a Belflorán de que lleve a cabo la aventura del Caballero Sin Amor, entregándole un
anillo encantado que permite al propio caballero cambiar de apariencia y presentarse en la corte bajo
el aspecto del propio Caballero Sin Amor.
Por otro lado, parece sentir especial predilección por secuestrar a los amigos del héroe, ya
que trata de raptar a Florisbella en la Parte I; más tarde se lleva a la sabia Belonia a la Selva de la
Muerte, el lugar donde vive, y, al final de la Parte II, logrará arrebatar a las principales princesas del
relato en un carro mágico, sin que los protagonistas masculinos, que están presentes, puedan hacer
nada por evitarlo.
Sorprende, por tanto, que se nos diga desde el Prólogo de la Primera Parte que es
vestigios del motivo en el miedo que sentía don Quijote hacia la posibilidad de ser encantado. Por otra parte,
algunas magas caballerescas, pese a seguir el comportamiento morganiano, recuerdan un poco a la Circe
clásica, lo cual resultaba inquietante no solo para el caballero, sino también para el lector varón.
297
Nasif (2009: 278) comenta un episodio del capítulo 48 de la Segunda Parte, en el que Fristón invoca a uno
de sus ―familiares‖, para subrayar la relación de los poderes del personaje con lo demoníaco. En la Cuarta
Parte, como veremos, también el malvado Baldano invocará a un familiar para obtener información.
298
Cuesta Torre (2007a) señala también la tradición artúrica de dos magos rivales de sexo opuesto (MerlínMorgana) que recoge el Amadís (Urganda-Arcaláus) y, posteriormente, también el Belianís (Belonia-Fristón).
159
precisamente este mago el cronista de la historia de don Belianís:
me determiné, siguiendo la memoria de estos tan insignes varones, ha restituyr en nuestro
español la Hystoria del valeroso príncipe don Belianís de Grecia, la qual el sabio Fristón en
lengua griega dexó escripta (Belianís de Grecia, I, Prólogo).
Así, a lo largo de la obra, este versátil hechicero se turnará con otro historiador más
respetable, un tal arzobispo de Roselis, para relatar los hechos del príncipe de Grecia299. De este
modo Jerónimo Fernández pasa a ser un mero transcriptor de una historia que otros relataron con
anterioridad300. Los cronistas de los libros de caballerías suelen ser personajes de gran cultura, bien
religiosos (como el arzobispo de Roselis) o sabios (como Fristón)301; a menudo son también testigos
oculares, recurriendo de este modo a la técnica clásica de adtestatio rei visae, tan empleada en la
historiografía medieval, y que dotaba a la narración de una pátina de verdad, o cuanto menos, de
verosimilitud (Sales, 2004: 150-154). Si bien el arzobispo no aparece como personaje de la novela,
Fristón sí está físicamente presente en algunos de sus episodios. No obstante, y dado que no
acompaña a don Belianís en todas sus aventuras, el carácter mágico del sabio resulta en este caso
muy útil para explicar por qué puede describir hechos y sucesos a los que en realidad no asistió302.
Pero no debemos olvidar que, inicialmente, Fristón es un mago malvado, protector de
Perianeo y enemigo de la casa de Grecia. ¿Cómo y por qué decide escribir la historia de don
Belianís?
Tras su batalla con la sabia Belonia, don Belianís y sus amigos le quitan su libro de hechizos,
299
Ambas crónicas llegarán a diferir en algún detalle: ―Escribe el Arçobispo de Roselis de este golpe aver
caýdo don Baldín, mas el sabio Fristón dize que fue malherido, pero caýdo no‖ (fol. 166-vº). Campos GarcíaRojas habla en estos casos de ―crónicas contrapuestas‖, que ―presentan dos realidades de un mismo hecho
como si de un trabajo historiográfico se tratara‖ (2008: 122). En ocasiones Fernández se permite dudar de la
veracidad de alguna de las versiones: ―No vale esforçarlos Salisterno ni meterse don Dolistor y Polisteo en la
priesas, que en ello no hay sino la muerte; conviéneles retraerse, y aún algunos historiadores quieren dezir que
vieron al esquadrón bolver las espaldas, y si aquello fue verdad, serían sus acostumbrados ardides‖ (fol. 197vº). En la mayoría de los casos, sin embargo (y sucede así también en el Belianís), los relatos de los distintos
cronistas no se contradicen, sino que se complementan. Hablaríamos entonces de ―crónicas complementarias‖,
que Campos García-Rojas define como ―la existencia evidente de varias versiones, de varios puntos de vista o
de varias intenciones de los cronistas‖; la unión de esas versiones genera una nueva, más completa. Fernández,
de hecho, también menciona un tercer cronista llamado Andiomio Alemán, cuya procedencia le da autoridad
para relatar mejor que nadie las aventuras de los caballeros germanos.
300
El texto original, según el autor, estaba escrito ―en lengua griega‖. Esto se justifica en la novela debido a la
procedencia del personaje principal, pero también existen otros motivos: ―Las lenguas clásicas, griego y latín,
son las más repetidas, en recuerdo quizás de la supremacía, autoridad y prestigio que otrora ostentaron frente
«al rudo y desértico romance»‖ (Marín Pina, 1994: 546).
301
Incluso se dan algunos casos de magas historiadoras, como Califa, quien escribe las aventuras de Félix
Magno, o Zirfea, a quien Feliciano de Silva hace autora de la segunda parte del Florisel de Niquea.
302
―Los magos cronistas tienen un grado de conocimiento total de la realidad. Es cierto que a veces han sido
testigos de algunas aventuras, pero el testimonio de los ojos no es para ellos una fuente de información
primordial. La experiencia ocular tiene sus limitaciones, de modo que los magos basan sus conocimientos en
su dominio ficticio y casi omnisciente, sobre los sucesos ocurridos en el relato‖ (Sales, 2007: 154).
160
sin el cual Fristón está indefenso303. Don Belianís hace gala de su generosidad caballeresca y decide
dejar libre al sabio, cosa que este agradecerá:
–¿Pues qué seguridad me queda a mí –dixo la sabia Bellonia– de que tus obras no serán
conformes a las de hasta aquí?
–No puede haver mayor seguridad –dixo el sabio Fristón– que la obligación que con tan
buena obra me pone este valeroso príncipe (…).
…la sabia Bellonia le contó diversos bienes de las condiciones del príncipe don Belianís. El
sabio Fristón, que por muy ciertas las tenía, cobrole tan grandísimo amor que determinó de
escrivir su historia, porque los hechos de tan alto príncipe no quedassen en el olvido (fol. 26rº).
Por tanto, no es hasta bien entrada la Tercera Parte cuando el autor nos justifica la elección
de este cronista. En palabras de Roubaud (2000: 223):
comment concevoir, en efet, dans un livre de chevalerie, un chroniqueur franchement hostile
au herós principal, dont il a en principe pour mission de célébrer les prouesses et qui est, en
règle générale, le modèle de toutes les vertus? Le ―licenciado‖, en présentant Fristón, tout au
longdes livres I et II de son roman, à la fois comme le futur biographe et comme l‘ennemi de
Belianís, laisse entendre qu‘un tel cas de figure n‘est peut-être pas à exclure et n‘a rien en
tout cas d‘impossible en théorie: suggestion novatrice qui pourrait avoir de bien curieuses
répercussions sur la narration chevaleresque traditionelle.
La circunstancia de que Fristón pase de ser la némesis del héroe a convertirse en rendido
admirador y transmisor de sus hazañas otorga mayor fuerza y objetividad a la historia de don
Belianís. Sus hechos son tan admirables que hasta sus enemigos se toman la molestia de registrarlos
para futuras generaciones. No obstante, tal tarea apartará a Fristón de sus quehaceres habituales,
puesto que desde este momento sus intervenciones, que eran muy frecuentes en la primera entrega,
se reducirán considerablemente. Habrá otros hechiceros malvados, pero ninguno llegará a ocupar su
lugar como archienemigo y hostigador del héroe304. Como veremos más adelante, y con la excepción
del mago Baldano, la mayoría actuarán de forma indirecta: sembrando el mundo de aventuras,
castillos encantados y peligrosas pruebas que los caballeros deberán superar para mostrar su valía.
Convertido, pues, en cronista, Fristón relatará exhaustivamente las peripecias de don
Belianís y sus amigos. Y el autor las traducirá… hasta que, tras haber perdido Fristón en Egipto los
legajos de la última parte, el narrador tenga que interrumpir su relato e invitar a otro a continuar.
303
Atendiendo a la clasificación que proponía en sus Etymologiae san Isidoro de Sevilla (560-635), tanto
Fristón como Belonia serían encantadores, pues ―practican su destreza sirviéndose de las palabras‖ (Mérida,
2001: 4). También la infanta Melia, de las Sergas de Esplandián, carecía de poder mágico sin sus libros. Para
más detalles sobre este personaje, véase Campos García Rojas (2000).
304
Sin embargo, y aunque Fristón ya no se enfrente directamente a don Belianís, descubrimos con estupor que
el episodio del descensus ad inferos de Perianeo es un encantamiento urdido por él ―para alborotarle el ánimo a
la guerra‖ (fol. 85-rº) contra el imperio griego. O bien Fristón mintió a Belonia sobre sus futuras intenciones
para recuperar su libro de hechizos, o bien el autor, en su necesidad de justificar la descripción de un Más Allá
no cristiano como obra de un encantamiento, recurrió al mago sin recordar que este, en teoría, ya le había
cobrado ―grandíssimo amor‖ a don Belianís.
161
3.5. El sabio Merlín
Este conocido hechicero sustituirá paulatinamente a Belonia como protectora del héroe y
educará a su hijo, Belflorán, desde su mismo nacimiento. Merlín es una figura fundamental de la
literatura artúrica, y su leyenda perdurará durante el siglo XVI y será recordada a menudo en los
libros de caballerías castellanos.
En la Tercera parte del Belianís de Grecia, el héroe, guiado por una voz de ultratumba, llega
a un valle siniestro cuya descripción evoca un espacio infernal y terrorífico:
vio la tierra abierta por muchas partes, que no avía más de unas sendas pequeñas por donde
passar. Al temor acrecentava que los robles y otros árboles que por allí se mostravan eran tan
altos y cerrávanse tanto los unos con los otros que el cielo no consentían ver. Avía en
aquellos oyos grandes lagos de agua tan negra que temerosa era de mirar. En ella avía
algunas serpientes y otras fieras que, dando de rato en rato alguna sacudida en el agua, hazían
al coraçón causar nuevo apercebimiento. De creer era que, según su espantosa manera, el
cielo ni alguno de sus signos en aquel temeroso lugar no hiziessen operación. De rato en rato
se oýa aquella medrosa voz que, con ser sola y en tal parte, mayor temor causava (fol. 53-rº).
La voz proviene de una misteriosa sepultura; cuando don Belianís llega hasta ella para
preguntar por su identidad, se establece el siguiente diálogo entre ambos:
–Sábete, príncipe griego, que yo soy el más maldito hombre que en el mundo huvo. Yo soy
hijo del diablo y en saber sobrepujé a todos los nacidos, permitiendo el alto Señor que fuesse el
mayor adivinador y máxico que en el universo huvo; donde, debolviéndole en mal, bivo aquí,
encerrado por una donzella de cuyos amores yo fuy preso, enseñándole quanto yo sabía, y aún
más, pues me bastó a engañar. Solíanme llamar, en tiempo del rey Artús, el sabio Merlín.
–¿Qué tanto tiempo ha que estáys aý? –dixo el príncipe.
–Mucho tiempo –dixo Merlín–, sin que jamás aya llegado persona alguna, salvo
Baudemagus, que habló comigo. Yo pensé ser libre por el valeroso don Tristán, mas mi
ventura causó que nunca por aquí viniesse (fol. 53 vº).
Esta es la historia que se narra también en los últimos capítulos del Baladro del sabio Merlín
(Burgos, 1498), una obra que recogía una amplia y rica tradición medieval sobre este personaje,
profeta, medio demonio, que había sido tutor de Arturo y una de las figuras más emblemáticas de su
leyenda305. Otros autores de libros de caballerías habían evocado también la figura de Merlín en sus
obras, pero, como señala Gutiérrez Trápaga (2012), solo Jerónimo Fernández da un paso más allá y
lo rescata de su eterno sepulcro para darle un papel activo en la novela306. En efecto; don Belianís
desciende al interior de la tumba y, tras diversas peripecias, encuentra allí a un anciano torturado,
305
Este texto también aporta detalles sobre el Asiento Peligroso, que, como hemos visto, reproduce Fernández
en su novela.
306
Ya había hecho algo similar en la Primera parte con la Policena troyana, explicando que no murió, sino que
fue encantada, para sacarla convenientemente de su encierro y convertirla en un personaje más de su obra.
Marín Pina se refiere específicamente a ella (y también a otros personajes como Medea, recreada por
Fernández y por otros escritores, como veremos) cuando habla de ―héroes mitológicos redivivos‖, en un
proceso que lleva a los autores de libros de caballerías de citar ejemplos clásicos o contar relatos mitológicos a
representar personajes míticos en armas, arquitecturas efímeras, etc... hasta utilizarlos como personajes de sus
novelas (2010b).
162
sentado en una silla de fuego y rodeado de fieros animales307:
y dio en una sala no de menos valor que quantas visto huviesse; en la qual, en una silla
espantable cubierta de fuego, vio un hombre sentado, quexándose muy reziamente. Todo su
cuerpo parescía arderse con las llamas que de la silla salían. Toda la sala parescía un orno
muy encendido. A los pies de la silla y por toda la sala avía muchos y muy fieros animales,
tan fieros que su vista a qualquiera causaran tormento (fol. 55-rº).
Don Belianís logra salvarlo (puesto que su valía como caballero es tal que supera a Tristán
―en los amores y armas‖) y el mago le asegura su eterna gratitud. Es difícil pasar por alto, sin
embargo, su carácter demoníaco, y el mismo Merlín lo reconoce cuando se presenta como ―hijo del
diablo‖. No obstante, su aportación a la caballería cristiana en los tiempos del rey Arturo parece
fuera de toda duda, y la balanza se inclina definitivamente en favor del bien cuando el mago se
compromete a servir a la casa de Grecia y don Belianís juzga que su largo encierro ha purgado sus
pecados pasados:
viendo quán mal empleado estava vuestro saber en esta temerosa sepultura y que, emendando
de aquí adelante en lo que al alto Señor offendistes, os perdonará lo que hasta ahora contra él
herrastes (fol. 55-vº).
Para Gutiérrez Trápaga (2012: 104), el hecho de que se olvide tan rápidamente el origen
semidiabólico de Merlín resulta innovador con respecto a otros textos anteriores, e implica un mayor
interés por las posibilidades narrativas del personaje que por una finalidad didáctica o moral.
Una vez liberado, Merlín lleva al príncipe a su palacio encantado, donde cura sus heridas y
profetiza sus grandes hechos futuros308. También pone a disposición del héroe su nave encantada y
su espectacular carro volador, tirado por seis dragones309.
Pero su principal acción en el relato consiste en llevarse consigo al infante Belflorán y
asegurarse de que recibe una buena educación. Así, como hemos visto, se presenta en el castillo de la
sabia Medea, y Juno convence a Florisbella de la conveniencia de entregarle al recién nacido para
criarlo en un lugar seguro. Florisbella le hace prometer al mago que lo bautizará, y este, tras buscar
307
También la sabia Belonia se vio en un trance semejante, secuestrada por Fristón. Don Belianís la halló en la
Selva de la Muerte, ―en una silla de fuego sentada‖, dando ―pavorosas bozes‖, atormentada por ―infinidad de
muy feos y suzios demonios‖ (II, 13).
308
La novela hace hincapié en diversas ocasiones en las capacidades proféticas de Merlín, un aspecto del
personaje con una larga tradición, y que se plantea ya desde la primera conversación que el héroe mantiene con
él:
–¿Cómo sabes –dixo don Belianís– que yo sea, pues tú nunca me viste?
–Más sé de tus cosas –dixo Merlín– que tú mismo (fol. 55-rº).
309
Los magos de los libros de caballerías recurren a menudo a transportes encantados, utilizados ya por
Urganda en la saga amadisiana, pero que también tienen relación con los fastos cortesanos, para los que se
construían a menudo tramoyas similares (véase Sales, 1999a, y Beltrán, 1997). No obstante, según señala
Gutiérrez Trápaga (2012: 109-110), esta es la primera vez que estos elementos aparecen relacionados con la
figura de Merlín, un aspecto innovador que inserta al personaje en la tradición de los magos caballerescos.
163
un ama de cría, localiza también un santo ermitaño que se encargará del bautismo y de la formación
espiritual del infante. Debido a su carácter semidiabólico, Merlín no puede asumir estas tareas
personalmente. El ermitaño,
que a la ora conosció quién era el infante y quién le traýa, y bolviéndose a él, le dixo:
–Mira, Merlín, el cuydado que te cumple tener d‘este príncipe, que te será pedida estrecha
qüenta.
Maravillado fue Merlín de lo que el hermitaño le dezía, y bien vio que aquello procedía de la
superna mano, que a su siervo lo comunicava (fol. 61).
La superioridad moral del ermitaño es tal que vence a Merlín en su propio terreno, es decir,
el del saber profético, ya que los dones que posee provienen de Dios, mientras que los del mago
tienen un origen diabólico.
Pese a ello, queda claro en diversas ocasiones que Merlín es el más poderoso de todos los
magos que pueblan la novela. Fristón, como hemos visto, es más poderoso que Belonia, y ni siquiera
a él le está permitido entrar en el castillo de la sabia Medea, algo que Merlín lleva a cabo sin grandes
dificultades. Por otro lado, es Merlín quien rescata a don Belianís y a Dolisena del encantamiento del
templo de Amón, afirmando, además, que ―os hago saber que estáys en encantado lugar y que, si no
es por mí, no pudiérades ser por otro libre‖ (fol. 126-rº)310.
Pese a la buena amistad que los une a ambos, Merlín no revelará a don Belianís el paradero
de su hijo hasta veinte años; una vez lo haga, el príncipe griego deberá rescatar a Belflorán del
castillo, que se ha convertido en una prisión encantada:
Aquí dentro allaréys al príncipe Belflorán, vuestro hijo, que no solo en el nombre, mas en los
hechos, será flor de la cepa de sus abuelos. Á de ser libre con el soberano esfuerço vuestro,
que aquí será bien menester (143-vº).
Merlín colabora activamente en el rescate de Belflorán311. Posteriormente ayudará a Belianís
y a su hijo en la reconquista de Babilonia.
Merlín se convierte, por tanto, en el otro ―padrino‖ del héroe, sustituyendo a la sabia Belonia
en diversos quehaceres propios de su función de protectora de don Belianís. Si las apariciones de
Belonia se van haciendo más esporádicas conforme avanza el relato, Merlín tendrá cada vez más
presencia y llegará a ser el principal aliado sobrenatural del héroe en sus últimas aventuras.
310
Según Gutiérrez Trápaga (2012: 108), ―únicamente el mejor caballero podría librar a Merlín de su encierro
infernal; sólo el mago más poderoso podía deshacer los hechizos del templo de Amón que aprisionaban a
Belianís. Por ello, dado que ambos concluyen exitosamente su aventura correspondiente, Belianís y Merlín
quedan caracterizados como el mejor caballero y encantador, respectivamente‖. No obstante, las hazañas de
don Belianís no tardarán en ser superadas por las de su hijo, Belflorán, mientras que ningún otro mago llegará a
aventajar a Merlín en la novela.
311
Utiliza para ello una serie de hierbas y velas especiales, lo cual contrasta con la magia empleada por Fristón
o por Belonia que, como hemos visto, procedía de los libros.
164
3.6. La sabia Medea
Tradicionalmente, Medea es ―un personaje asociado a la magia y a las mujeres intensamente
enamoradas‖ (Campos García Rojas, 2011: 117). Presenta una doble vertiente: por un lado, su amor
por Jasón la lleva a colaborar en su búsqueda y ayudarlo con su magia; por otro, cuando se ve
rechazada utiliza su magia para llevar a cabo terribles y crueles venganzas. En los libros de
caballerías castellanos, su figura se plantea como ―una Morgana para las aventuras caballerescas, la
versión femenina de la figura de Merlín, pero que llega a los libros de caballerías con todo el poder y
la reputación que le confiere la Antigüedad grecolatina‖ (p. 121).
En el Belianís de Grecia se menciona a Medea en la Primera y Segunda Parte312, pero es en
la Tercera y Quarta Parte cuando adquiere la categoría de personaje activo de la novela, cuando
descubrimos que es la dueña del castillo encantado en el que se encuentran las princesas secuestradas
por las artes mágicas de Fristón.
La existencia de este castillo se había anticipado ya en la entrega anterior, vinculando su
origen a la trágica historia de Medea:
para lo qual auéys de saber que al tiempo que la penosa Medea estuuo aguardando penada
por los amores de su desabrido cauallero Jasón, viendo su tan contina tardança y oluido,
procuró de saber por sus artes la causa de su oluido, y hallando que él seguía los amores de la
bella Tiandra, no muy lexos de la Baxa Armenia, enojada y llena de la cruel ponçoña de los
zelos, la quiso dar muerte; mas desseando darle mayor pena que la misma muerte, por su
saber, encima de la gran Suria, hizo un encantado castillo tal que la fortaleza del su Jasón no
bastasse a le deshazer, el qual quiso que durasse hasta tanto que una profecía suya, que entre
sus libros dexó escripta, se cumpliesse en fauor del más estremado cauallero que hasta
encontes vuiesse auido, donde en continos tormentos y congoxas puso a la bella Tiandra
(Belianís, II, p. 455).
Fristón se vale de los libros de Medea para alcanzar su magnífico castillo, que hasta entonces
había permanecido oculto a la vista de los mortales313. Su intención es ocultar allí a Florisbella para
que don Belianís no pueda encontrarla, dando así una oportunidad a Perianeo de Persia de llegar al
castillo antes que nadie, rescatar a la princesa y demostrar que es el único digno de obtener su amor.
De paso, y como ya hemos visto, secuestra también a otras muchas damas y doncellas de alta guisa,
obligando a sus caballeros a partir en su busca. De esta forma se entiende que el triunfo del vencedor
será definitivo, puesto que se alzará sobre los mejores caballeros de su tiempo.
Sin embargo, y a pesar de esta estrecha relación con Fristón, su sucesor, de quien Medea
predijo que haría aparecer de nuevo su castillo encantado, se dice de ella que ―fue la que más en el
312
Es la urdidora de algunas de las aventuras mágicas que deben superar los héroes. También fue quien guardó
la espada de Bandenazar, que estaba predestinada a don Belianís. Por otro lado, Fristón posee todos sus libros.
313
Montalvo nos cuenta en las Sergas que también Urganda poseía un libro de Medea. Leyendo un hechizo
contenido en ese libro, junto con otros tres (uno de la Doncella Encantadora, otro de Melia y otro suyo),
Urganda lleva a cabo el hundimiento de la Ínsola Firme. La biblioteca de Medea parece convertirse en un
tópico desde entonces, pues también el mago Alquife mostrará con orgullo algunos de sus volúmenes en el
Lisuarte de Grecia (véase Campos García Rojas, 2011: 120-130).
165
mundo desseó hazer prouecho a los sucessores de la casa de Grecia‖ (Belianís, I, p. 216).
En la Tercera y Quarta Parte, el relato retoma a las princesas donde las dejó: a bordo del
carro de Fristón, camino del castillo de la sabia Medea:
Fueron llevadas aquellas señoras e altas princesas de la manera que vos diximos en la
segunda parte de la historia por el sabio Frist(i)ón en el carro que los furiosos dragones
llevavan, dando tan grandes gritos que de todos eran muy bien oýdos, diziendo: ―¡No, por
lástimas!‖, llamando los cavalleros que las socorriesse[n]. D‘esta manera fueron llevadas
hasta la pavorosa morada del encubierto castillo de la sabia Medea, donde con su llegada fue
tan grande la furia que en él se levantó, las vozes que sonaron, los aullidos que se dieron, que
todas las infernales Furias parecían allí ser llegadas. Los rayos del fuego, los humorosos
deslates se començaron tantos que no dexavan a las princesas oýr sus propias vozes. El
castillo se abrió, por medio del qual entraron los infernales dragones con la más alta presa
que en el mundo fue otra, hasta llegar a las ricas salas donde la morada del castillo se
mostrava apacible y deleytoso, y los dragones fueron bueltos en muy hermosas y apuestas
donzellas, con muy acordadas arpas e bihuelas y todo género de música (fols. 14-vº-15-rº).
A partir de aquí, el terrorífico castillo se convierte en un suntuoso palacio. Las damas son
recibidas con todos los honores e invitadas a compartir un magnífico banquete con las mujeres y
diosas más conocidas de la Antigüedad, y Cupido declara que Florisbella las supera a todas en
belleza. Así,
El jardín edénico del castillo está poblado de damas célebres que conviven en un mismo nivel
de realidad que los personajes de la ficción caballeresca. Se trata de las mismas mujeres
cuyas historias de amor figuran constantemente como ejemplos, en positivo o negativo, en
episodios alegórico-maravillosos de otros relatos caballerescos: amazonas, diosas, mujeres
desairadas por sus enamorados... (Pomer y Sales, 2009: 115)
El castillo, por tanto, no se presenta como la horrible prisión que parecía en un principio,
sino que su naturaleza cambia según la identidad del que lo contemple, pues para las damas es un
lugar de ensueño y deleite, mientras que los caballeros lo ven como una fortaleza plagada de peligros
que deben superar.
Pomer y Sales consideran que, si bien esta aventura está repleta de tópicos, sí encuentran un
elemento novedoso en ―la atmósfera clasicizante que se respira durante la estancia de las princesas
secuestradas en el castillo de Medea, la de un interludio en el que reputadas figuras del pasado
conviven en un mismo nivel de realidad que los personajes del relato caballeresco‖ (2009: 114).
Desde ese punto de vista, Medea no solo ejerce de anfitriona, sino que también forma parte del grupo
de personajes clásicos ―redivivos‖ que van desfilando por este espacio encantado.
Tradicionalmente, Medea había sido representada como un personaje destructor, bárbaro,
relacionado con amazonas y salvajes o, en sus raíces clásicas, como un personaje de tragedia, pues su
amor no correspondido por Jasón le llevó a la destrucción de su óikos u hogar familiar, representado
por su marido, sus hijos y ella misma (Biglieri, 2001). Pero la Medea que aparece en el Belianís
participa, nuevamente, de los rasgos del ―hada madrina‖, no solo porque actúa como una perfecta
anfitriona para las princesas sino, sobre todo, por la forma en que acude por la noche a la cámara de
166
Florisbella para tranquilizarla, consolarla y distraerla del dolor de la ausencia de su amado:
A la puerta de su cámara sintió llamar la princesa, y, bolviendo a mirar qué sería, vio entrar
una hermosa y apuesta señora, al parecer de mucha autoridad, la qual le dixo:
–¿Qué es esto, hermosa princesa, que con vuestros dolorosos sospiros havéys dado causa de
ser por mí a tal ora visitada? No toméys congoxa, que toda esta aventura está hecha para
consuelo y remedio de vuestra pena. No os fatigue tanto ausencia del príncipe, vuestro
esposo, que de aquí saldréys en su compañía, y mirad que al presente estáys encinta. No deys
causa de perder un hijo que no de menor esfuerço y valeroso ánimo que su padre será dotado.
Dissimulad vuestra pena, pues estáys en el mayor deleyte que se os podría buscar.
–¿Quién soys vos, mi señora –dixo Florisbella–, que a tiempo de tanta necessidad me avéys
visitado?
–Yo soy la sabia infanta Medea –respondió la dueña–, que, para tu descanso y el mío, esta
aventura por mi saber ordené. Dissimula lo que te he dicho, que yo daré forma cómo tu
preñez por sola Matarrosa y Aurora sea sentida (fol. 16-vº).
Entendemos, pues, que Medea colabora con Fristón reteniendo a las princesas porque
considera que es lo mejor para ellas, dado que serán rescatadas por un caballero que verdaderamente
las merezca y que, por tanto, no las traicionará. Quizá, y en contraste con su propia y desgraciada
historia, Medea quiera ofrecer a sus protegidas la garantía de un futuro feliz314. La presencia de
Cupido en el castillo, las pruebas preparadas para los caballeros y la ordalía amorosa así parecen
confirmarlo.
El castillo de la sabia Medea es, por otro lado, el lugar encantado donde nace Belflorán, que
está destinado a ser un gran héroe. La maga ofrece a Florisbella un refugio apartado donde dar a luz
al fruto de su amor secreto con don Belianís. No obstante, de nuevo, el castillo no parece ser un lugar
seguro para los varones, pues llegará Merlín para llevarse al infante... a otro espacio encantado, el
castillo del sabio Silfeno, para su crianza y educación.
De nuevo se nos muestra, pues, esta doble vertiente del castillo de Medea –refugio seguro
para las mujeres, espacio peligroso para los hombres–, que está en perfecta consonancia con la
imagen ambivalente del personaje en los libros de caballerías:
El conocimiento que posee de la nigromancia y su aplicación van desde el más afortunado
don y el más benéfico apoyo hasta el peligro más aterrador y la magia más cruel. Desde esta
perspectiva, Medea fue germen de desconfianza. Su magia es claramente rechazada por el
314
El propio Jasón, presentado como ―el amador de Medea‖ (fol. 59-rº), hará también breves apariciones a lo
largo de la novela. Lo veremos luchando en el castillo bajo las órdenes de Marte; pero también arde en el
infierno visitado por Perianeo, donde sufre los tormentos reservados a aquellos que fueron ingratos en el amor.
Por último, el propio Perianeo volverá a encontrárselo en el castillo de la Desesperación de Amor, donde,
nuevamente, se halla entre la nómina de amantes desleales a los que debe vencer para superar la aventura.
Queda claro, pues, que el autor se posiciona en favor de Medea, y que puede en él más la compasión hacia ella,
como mujer abandonada, que la condena hacia los actos -mágicos o no- que realizó posteriormente, llevada por
la desesperación y los celos. Marín Pina (2010b: 156) señala que Jasón también paga su infidelidad en otras
obras como el Polismán, el Clarisel de las Flores o Flor de caballerías, cuyos autores otorgan a Medea la
satisfacción de vengarse de su cruel amante. Así, ―en su transmisión literaria, los personajes y los significados
del mito se alteran y reinterpretan al gusto de la época, y en este caso (...), la apasionada y vengativa sabia
Medea ha triunfado y ha anulado por completo al Jasón guerrero y audaz de de los textos anteriores al drama
de Eurípides‖.
167
cristianismo y se consideró en franca oposición a los designios de la providencia. No
obstante, también estuvo rodeada por un halo de comprensión. Se le vio como una mujer que
amó, quizá demasiado, capaz de advertir a otras acerca de la inconstancia amorosa de los
hombres (Campos García Rojas, 2011: 119-120)
3.7. Otros sabios
En la Tercera y quarta parte, además de los magos que hemos mencionado, encontramos
también otros que aparecen solo en algún episodio concreto, o bien que solamente son nombrados de
forma puntual. Algunos de ellos son los urdidores de algún determinado encantamiento que tiene
lugar en un espacio maravilloso315, como el sabio Licanor, que ideó la Aventura de Legiadra:
por la sala vieron entrar un carro que quatro dragones traýan, y en él sentado un viejo con un
libro en la mano; el qual, tomando los tres cavalleros y donzella, sin hablar a alguno palabra,
se tornó a salir. Muchos salieron tras él por ver en qué parava caso semejante, y viéronle
venir a este valle por donde vos vays, en el qual los dexó, a lo que se crey muertos o
encantados, con tres arcos y a la entrada un padrón de mármol con unas letras. Hanla provado
muchos cavalleros, mas no le pueden dar cima. (fol. 94-vº)
O como Hartabano, creador del Castillo de la Suerte, que auguró un futuro nada halagüeño
para la princesa Primaflor y dispuso una aventura para tratar de evitarlo. O Polinoto, que encantó a
Legiadra y sus compañeros. O Salamaris de Palestina, creador del encantamiento del Templo de
Amón. Son sabios de cuya existencia tenemos testimonio por los relatos de otros personajes o a
través de las profecías e instrucciones que dejan escritas en padrones y estelas. Y no hay que olvidar
tampoco al sabio Silfeno, que fue derrotado en la Segunda Parte y cuyo mágico castillo, deshabitado
desde entonces, servirá de refugio a Belflorán durante su infancia, convirtiéndose después en espacio
de pruebas sobrenaturales para don Belianís, que ha de rescatar a su hijo para devolverlo al mundo
real en el que se desarrollará como caballero y como hombre adulto.
Pero junto a estos, generadores de la aventura maravillosa, encontramos también otros
magos, de carne y hueso, que podríamos calificar de malvados. Es el caso de Baldano, cuyo hijo está
preso por el rey de Inglaterra y, para recuperarlo, secuestra a Belianisa y al propio monarca 316. Sus
poderes provienen del mismo diablo, como comprobamos cuando lo vemos invocar a un demonio
familiar para hacerle una serie de consultas:
315
―Una particularidad de las ordalías es que la mayoría de ellas se desarrollan en espacios arquitectónicos
maravillosos construidos expresamente para albergarlas por magos y encantadores que las disponen para la
glorificación de los héroes y sus enamoradas‖ (Aguilar Perdomo, 2007: 135n). En el Belianís cobran especial
importancia los castillos encantados, lugares que, en los libros de caballerías, funcionan al mismo tiempo como
bastiones inexpugnables y como refugio de lo maravilloso y lo demoníaco, convirtiéndose así en la prueba
suprema que todo héroe debe superar (véase Duce García, 2005).
316
Sales (2004: 88-90) analiza las motivaciones pasionales de los magos caballerescos, que a menudo pasan a
ser antagonistas del héroe cuando actúan arrastrados por el amor o la lujuria, un aspecto que encontramos
tradicionalmente en figuras como las de Merlín o Morgana y, naturalmente, en la fée amante céltica. No
obstante, los magos del Belianís no parecen estar sometidos a semejantes pulsiones, e incluso la sabia Ginebra
ejerce una influencia benéfica sobre el caballero del que se ha enamorado. La mayoría actúa por amistad o
lealtad hacia un determinado rey o príncipe, y en este caso Baldano se nos presenta en primer lugar como un
padre que defiende los intereses de su hijo.
168
El maldito Baldano, saliendo sobre una garita, mudando la centinela a otra parte, mirando a
Orión cercado de aquellas Pláyades y a Bohotes governados del Carro, llamando uno de los
más acostumbrados familiares, él pregunta quién sea aquel cavallero contra quien sus
encantamientos ninguna cosa aprovechan. Mas no le respondiendo ninguna cosa, y porfiando
el máxico por saberlo, usando de la fuerça de sus hechizerías diabólicas, conjurando uno y
otro la furia infernal parecía allí juntada. Mas no pudiendo d‘ellos saber otra cosa, le
di[x]eron que aquel era el más valiente cavallero que tenía el universo, y que d‘ellos no podía
saber más, pero que tenía un remedio: que donde el cavallero estava acabava de llegar una
donzella, la qual él podía traer al castillo y saberlo d‘ella, porque tampoco podrá cosa alguna
contra la princesa Belianisa, a causa de una cinta que el escudero de aquel cavallero le avía
dado; y que mirase bien por su castillo, que contra aquel cavallero ninguna fuerça le
aprovecharía (fol. 249-vº).
También es capaz de hacer invisibles a cosas y personas, y posee un carro tirado por cuatro
dragones. Finalmente, será vencido y muerto por Belflorán, en una de las pruebas más difíciles que
ha de superar el héroe.
Orístenes es el mago protector del rey de Troya y, por tanto, la guerra contra los griegos lo
coloca en el bando contrario a don Belianís y sus compañeros. Pero calificamos a Orístenes de
―malvado‖ por su comportamiento traidor y desleal: durante el combate mantenido entre don
Belianís y Mitrídano de Troya por la libertad de don Palineo de la Ventura, Orístenes oscurece el
cielo para dar ventaja a su príncipe y, seguidamente, hace salir a tres salvajes y tres grifos de una
brecha del suelo para que ataquen a don Belianís. No volvemos a saber nada más de él tras la
conquista de Troya.
Como hemos visto, la Tercera y quarta parte muestra una nutrida presencia de magos y
magas. Sus poderes son variados, pero en general se ajustan a la tradición caballeresca y cumplen
con todas las funciones que se les suponen, siendo la primera y principal servir de pretexto para la
inclusión de la aventura maravillosa, en la cual el héroe probará su valía contra lo sobrenatural y el
mundo de la magia.
169
4. OTROS PERSONAJES
4.1. El escudero fiel
Si el mago, como ayudante del héroe, le presta su apoyo mediante magníficos dones
encantados y vehículos espectaculares, el escudero se ocupa de funciones más humildes y, desde
luego, lo hace de forma práctica, eficiente y silenciosa, convirtiéndose en un elemento
imprescindible para el caballero317. Los magos aparecen y se esfuman con igual imprevisibilidad,
pero el escudero ha de estar siempre ahí. Su presencia se presupone, hasta tal punto que a veces los
autores se olvidan de mencionarla. Es así, al menos, en el caso de Flerisalte, el leal escudero de don
Belianís.
Flerisalte (llamado también Florisalte en la Primera y Segunda Parte) es hermano de
Lerinda, doncella y confidente de la princesa Imperia de Tartaria. En el capítulo 16 de la Segunda
Parte se relata el primer encuentro entre don Belianís y el muchacho que será su leal escudero
durante el resto de la obra:
Lerinda le demandó que allí esperasse hasta tanto que vn escudero con vn cauallo le imbiasse
y boluiéndose con la princesa hasta los palacios, llamando vn hermano suyo que aquel día a
la corte llegara y por nadie della hera conocido, le mandó que tomando vno de aquellos
cauallos quél traxera, como aquel que muy buenos los tenía, se fuesse donde el cauallero lo
esperaua y que si quisiesse se lo siruiesse de escudero, que hera muy buen cauallero; y siendo
desto Florisalte, que assí el escudero se llamaua, muy contento, tomando dos cauallos, vno
para sí y otro para el cauallero que le dixeran, se fue hasta el postigo donde por marauilla
hombre assomaua, y hallando allí a don Belianís, muy contento de su apostura, le dixo lo que
le mandaran y assimismo cómo quería ser su escudero, de lo qual él fue muy contento
(Belianís, II, p. 122).
Desde este momento, Flerisalte acompañará y servirá a su señor con total devoción y lealtad,
cumpliendo las funciones básicas de todo escudero, es decir, ―trasportar las armas del caballero y
encargarse de todos esos asuntos prácticos de los que su señor, únicamente pendiente de cuestiones
bélicas y amorosas, no se va a ocupar‖ (Sales, 2004: 73). Se verá bruscamente separado de don
Belianís, sin embargo, cuando el traidor Valianor de Escocia lo arroje por la borda de su barco en el
capítulo 11 de la Tercera Parte. Creyéndolo muerto, Flerisalte llora amargamente su muerte, y más
adelante sus sentidos lamentos alertarán a la princesa Claristea de lo sucedido. De la misma forma,
su alegría al descubrir que sigue vivo se destacará entre las reacciones del resto de sus amigos:
Don Belianís se tiró afuera para se desarmar, y a le ayudar llegaron más de cien cavalleros,
entre los quales venían sus queridos amigos; que, como el yelmo quitasse y por ellos fuesse
conoscido, ¡qué plazer pudiera haver que al suyo fuesse ygualado! Todos corrían por le
abraçar; las locuras que Flerisalte hazía no se pueden contar (fol. 48-vº).
317
―Elección, caballo, armas y señorío no bastan aún al alto honor que es propio del caballero; antes conviene
que se le dé escudero y palafrenero que lo sirvan y se ocupen de las bestias‖, Libro de la orden de caballería,
ed. cit., p. 28.
170
Su presencia, sin embargo, será discreta la mayor parte de las veces, limitándose a los típicos
quehaceres del escudero. Pasará a primer plano solo en dos ocasiones más: la primera de ellas tiene
lugar en las inmediaciones de la tumba del sabio Merlín. El aspecto infernal del lugar y los
pavorosos gritos que se oyen llenan de temor al escudero:
Pues como el príncipe don Belianís bolviesse por hablar a Flerisalte, que ya los cavallos
havía dexado, violo que el nuevo temor le tenía muy fatigado, y tal que le semejó que no
sería parte para passar con él; y no quisiera, que donde quiera que ponían los pies, parescía
que la tierra temblava, y la causa era que el coraçón, por se socorrer, llamando así la mayor
fuerça de la sangre, causava a los otros miembros un temblor quales suelen tener aquellos
que, cercados los coraçones con enojosa passión, no son parte para declarar lo que sienten
(fol. 53-rº).
El terror de Flerisalte contrasta con la calma de don Belianís, y produce cierto efecto cómico,
sobre todo cuando el héroe se ve obligado a llevar a su escudero en brazos como si fuese una
damisela:
El príncipe, que por cosa alguna no quería perder su escudero, le tomó en los braços, que ya
para passar adelante la fuerça le avía faltado; y assí fue con él una pieça hasta passar a una
parte algo más llana, aunque no menos temerosa, donde le dexó. Flerisalte se sentó, que no
fue parte para otra cosa, y no sin causa, que pocos suffrieran lo que la lealtad le avía hecho
durar, que todo aquel valle estava poblado de infernales demonios. Muy cerca de donde la
voz se dava le pareció a don Belianís que se hallava y, confortando a Flerisalte, le mandó que
allí le aguardasse (fol. 53-vº).
Con todo, Flerisalte no se presenta como una figura ridícula o risible, sino que más bien
inspira ternura. Su lealtad a su señor está fuera de toda duda, y también don Belianís le corresponde
con un cariño similar: ―Don Belianís abraçó a su escudero con mucho plazer, como aquel que en
estremo le quería, que ningún cavallero se hallara que otro tal escudero tuviesse‖ (fol. 53-vº). No
obstante, si bien muchos escuderos aspiran a subir en el escalafón social o a conseguir algún rédito
por su abnegado servicio (Sales, 2004: 75-76), Flerisalte no pide ninguna recompensa, y tampoco su
señor se la ofrecerá en ningún momento. Lo que obtendrá por sus años de leal asistencia será algo
mucho más trascendente: la iluminación.
En efecto, el episodio más importante de los protagonizados por Flerisalte tiene que ver con
una escena en la que Sabiano de Trebento, moribundo a causa de las heridas recibidas en combate, se
cura milagrosamente ante sus ojos:
No pudo más hablar el esforçado cavallero, porque el desmayo le hizo trasponer, dexando
más traspuesto al príncipe don Belianís. Mas aquel soberano Señor, ante quien todas las cosas
son como nada, en cuyo servicio este cavallero continuamente anduviera –que, según el
arçobispo de Rosis escribe, no se halló hasta aquel tiempo otro cavallero de igual sanctidad,
tanto que en ella a los muy apartados monges excedía– le quiso curar con suprema mano;
porque, estando las cosas en estos comedios, las celestiales finiestras fueron abiertas, y
d‘ellas un resplandor salió, más claro sin comparación que los muy duros rayos del meridiano
sol. Y por mandado del Soberano, los ángeles bajaron hasta donde el cavallero estava, no sin
171
grande admiración del griego príncipe, el qual, sin poderse menear, de una parte estava como
si de un roble fuese hecho. ¡O, cosa digna de mayor encarescimiento que dezirse puede, que a
la hora el valiente cavallero se halló sano de sus heridas, con muy mejor disposición y
esfuerço que antes tuviera! (fol. 67-rº).
A estas alturas de la historia, Flerisalte ha contemplado ya muchos prodigios y maravillas. Sin
embargo, ante la curación milagrosa de Sabiano de Trebento decide convertirse al cristianismo:
Flerisalte, a quien la divina gracia no quería se perdiesse, que no menos espantado que su
señor estava, con gran plazer vino corriendo para su señor, supplicándole le diesse el agua del
baptismo, que ya muchos días havía que la burla de su seta tenía conoscida. El príncipe lo
hizo, muy alegre de ello, y por mano de Sabiano de Trebento en la christalina fuente fue
baptizado, y de allí adelante doctrinado en lo que para su salvación le combenía (ibid).
En efecto: hasta este momento don Belianís, flor de los caballeros cristianos de su tiempo,
había tenido por escudero a un joven pagano. Esto no es óbice para que ambos desarrollen una
amistad basada en un sincero aprecio mutuo. Don Belianís no intenta convertir a Flerisalte al
cristianismo en ningún momento pero, como sucede con la mayoría de los paganos virtuosos de la
novela, este comprende su error de forma espontánea y decide abrazar la fe de su señor.
Pese a esta relación de respeto y confianza, don Belianís sigue en todo momento las normas
de la cortesía y no confía a nadie, ni siquiera a su escudero, sus amores con Florisbella. Solo se lo
comunica a Flerisalte cuando la relación ya está muy avanzada y porque no tiene alternativa:
Bien diez días estuuo el esforçado príncipe de Grecia en la cama después que de sus heridas
fue curado, siendo cada día visitado por los soldanes y principales caualleros de la corte y de
noche, de las princesas Florisbella y Matarrosa, avnque viendo que semejante caso no se
podía encubrir de su escudero, con voluntad de su señora se lo dixo, que dado que a Flerisalte
le pesó en el alma sabiendo el amor que la pri[n]cesa Imperia le tenía, lo tuuo en la mayor de
las mercedes que por su señor le pudieran ser hechas, que a la verdad no poco en ello ganó el
príncipe porque muchas vezes con la ausencia de su señora muriera, si por los consuelos de
Flerisalte no fuera (Belianís, II, p. 291-292).
La discreción de don Belianís le impide, como vemos, confiarse a su escudero en un
principio, pese a que muchos de ellos están, por lo que parece, habituados a ejercer de confidentes de
su señor. Es el caso de Balisán, el escudero de Belflorán.
El autor no llega a contarnos cómo se conocieron los dos, ni por qué Balisán llegó a ser el
escudero del príncipe. La primera mención que se hace de él lo sitúa ya como confidente de las
quejas amorosas de Belflorán, que no hace mucho que sufre por Belianisa. Tampoco conocemos la
edad de Balisán, pero se deduciría por sus palabras que es mayor que su señor. El joven caballero no
solo le pide consejo, sino que, cuando Balisán le recomienda que le envíe una carta a su amada,
Belflorán le sugiere que la escriba él:
Y llamando a su escudero, Balisán, le dixo con harta turbación su mal, pidiéndole consejo de
lo que haría.
172
–Mi señor –dixo Balisán–, esse mal es muy ordinario en los cavalleros mançebos, y no es
cosa para dar tanta pena, porque d‘essa suerte acabaríades la vida, y con ella la gloria que de
vuestros pensamientos se os recresce. Devéys de entreteneros más, que es poco esfuerço, y
dirán que fuystes para menos que el príncipe don Belianís, mi señor, que siguió tales amores
y tan peligrosos y en parte donde no podía descubrir quién él era.
–¡Quién será en todo de tal ventura! –dixo Belflorán–, ¿y no veys que él fue siempre querido
y la Fort[u]na le offresció mil cosas en que pudiesse servir a la princesa, mi señora, y ganarle
su voluntad? Lo qual no haze conmigo, que mi señora no me quiere ni yo tengo la ventura tan
alta. Verdaderamente creo que, si yo no sintiesse en ella otra mudança, que me causaría la
muerte. Por esso, si tú sabes algún remedio, dámele, porque tan brevemente este mal no me
consuma.
–El camino ordinario –dixo Balisán–: escrívale la vuestra merced su pena y dadme la carta,
que yo se la daré; y en el entretanto, en la cordura nezessaria, dadle a entender que es causa
de vuestro mal y, si pudierdes hablarla, no lo dexéys, que no ay otra cosa que assí doble los
coraçones a querer como la obligación que sobre ellos se carga verse bien queridos. Y
continuad el amistad del príncipe Armesildo, su hermano, porque aquella y el deudo darán
más lugar a que vos la podáys hablar. Y mirad cómo os avéys en este negocio, que os será
mal contado por estar mi señora, la princessa, en vuestra casa, donde tenéys más obligación
de mirar por lo que le toca.
–Vien dizes –dixo Belflorán–, mas yo no tengo sentido para escrevirle; hazlo tú por mí, que
diré yo mil desatinos.
Riose Balisán entre sí de lo que Belflorán dixera, y díxole:
–Escrívale la vuestra merced, que estas cosas todas están en el ayre con que salen del
coraçón, y a las vezes da más sentido a una carta un desatino de un enamorado que retórica
de Demóstenes.
–Si en esso está –dixo Belflorán–, dame papel y tinta, que yo escribiré desatinos hartos.
Balisán, maravillado de verle assí, le traxo recado (fols. 168-vº-169-rº).
Una vez escrita la carta, Balisán le da su visto bueno (―Antes me pareze muy vien‖) y se las
arregla para entregársela a Belianisa sin despertar sospechas318.
Así, frente al leal escudero que, sin embargo, guarda una respetuosa distancia con su señor,
nos encontramos con un nuevo tipo de sirviente que ejerce de compañero de fatigas del caballero,
estableciéndose entre ellos una cierta camaradería que roza la amistad.
4.2. El gigante
Los gigantes son figuras recurrentes en los libros de caballerías, y encontramos huellas de su
presencia también en la tradición bíblica y en la mitología clásica. El gigante suele ser el enemigo
por antonomasia del caballero; según Martín Romero, ―en los textos caballerescos los gigantes
aparecen principalmente tan sólo para ser derrotados y aniquilados
por el héroe durante un
sangriento combate‖ (2005: 1106). Es un ser de aspecto humano, pero descomunal; por otro lado, sus
modales violentos y desmedidos hacen de él una amenaza para el orden establecido, y su gran
318
―Aparte de asistir al héroe, llevándole sus armas, o de transformarse en su confidente, siendo partícipe de
sus cuitas sentimentales, el escudero es el personaje más idóneo para realizar cualquier tipo de embajadas,
desde aquellas en las que está en juego el futuro amoroso de su señor hasta otras misiones que obedecen a
circunstancias más prácticas‖ (Sales, 2004: 75).
173
tamaño lo convierte en un rival difícil de batir, con lo que el triunfo del caballero es doblemente
meritorio319.
4.2.1. Gigantes desmesurados
Los rasgos del gigante o jayán han sido ampliamente estudiados por la crítica. Se destaca su
formidable tamaño, hasta el punto de que algunos gigantes usan como monturas elefantes o bestias
de similar envergadura320. Los gigantes del Belianís, no obstante, no presentan una corpulencia tan
desproporcionada; pese a que a menudo se los compara con árboles (―tan altos como pinos‖, ―cada
uno parescía una haya‖), en realidad su tamaño no les impide ejercer la caballería o participar en
justas y torneos, y, aparentemente, cabalgan como cualquier otro hombre, aunque a veces se
especifica que lo hacen sobre alfanas, un tipo de montura de gran tamaño.
Otra de las características definitorias del jayán es su gran soberbia. Su enorme envergadura
le otorga una gran confianza en sí mismo, que le lleva a creer que no puede ser derrotado. Así lo
manifiesta a menudo, burlándose de las pretensiones del caballero que se dispone a enfrentarse a él,
o mostrando extrañeza, incomprensión o ira ante el hecho de que ose siquiera planteárselo321.
Naturalmente, el héroe logrará derrotarlo, puesto que a menudo esta soberbia, unida a su gran
tamaño, constituye una desventaja en combate:
Si los gigantes poseen unas fuerzas descomunales, su exagerado peso y grandeza redunda en
una menor agilidad (...). Del mismo modo que su fisonomía corporal puede convertirse en un
serio defecto para el gigante, su saña desmedida suele cegarle la razón y le conduce, por
tanto, a desaprovechar sus dotes militares. (...) Frente al comedimiento, la mesura y el control
del protagonista, el gigante se transforma en su propio enemigo, ya que su mente no está en
las mejores condiciones para regir sus movimientos corporales. No es raro entonces que los
malvados jayanes terminen cayendo como grandes torres y su adversario les corte la cabeza.
(Sales, 2004: 106-107).
Así, el caballero debe mostrarse ágil para evitar los portentosos golpes del gigante y tratar de
conservar el escudo o, al menos, el yelmo; si el combate se alarga, el jayán se mostrará cada vez más
cansado, sobre todo si está gravemente herido, con lo que sus movimientos se volverán más lentos y
torpes. Pese a ello, el héroe no puede evitar encajar algún golpe de vez en cuando, que le arrebatará
319
Bueno y Cortijo consideran al gigante un ejemplo de la otredad contra la que debe combatir el buen
caballero: ―La aspiración del héroe será domesticar este espacio adaptándolo a un código caballeresco que, en
ocasiones, acaba impuesto a las leyes generales. En cierta medida el mundo de los libros de caballerías es un
territorio abierto a lo segregado y marginado geográfica o conceptualmente, pero con posibilidades de ser
reconducido‖ (2010: lviii).
320
Según apunta Lucía (2003), los primeros libros de caballerías no se detienen demasiado en la descripción de
los gigantes: ―un nombre (gigante o jayán), un adjetivo (desmesurado, desaforado, descomunal) o una
comparación (como una torre) son suficiente para fijar en el lector una imagen. Interesaba más concretar sus
defectos, su soberbia, sus malas costumbres antes que su físico‖.
321
Muchos jayanes utilizan expresiones o giros similares para expresar estas muestras de soberbia; esta ―habla
gigantea‖, que se convierte en tópico en muchos libros de caballerías, ha sido estudiada con detalle por Martín
Romero (2006).
174
el escudo o lo dejará aturdido y en una situación muy delicada que, afortunadamente, logrará superar
con éxito322.
Así sucede también en algunos de los combates que los héroes del Belianís de Grecia deben
mantener con los gigantes que los acometen en el transcurso de sus aventuras:
El uno de los jayanes, que más voluntad de herirlo traía, salió tras el cavallero en un poderoso
cavallo con una gruessa lança en la mano; que, como el príncipe don Clarineo quisiesse
rebolver sobre él, se juntaron con los cuerpos de los cavallos, escudos y yelmos tan
reziamente que el gigante fue fuera de su acuerdo, y él y su cavallo vinieron al suelo. El
cavallo del príncipe don Clarineo huvo entr‘ambas espaldas quebradas y vino con él al suelo;
mas don Clarineo, con m[u]cha presteza, saltó d‘él abajo, dándole la vida su ligereza, porque
con ella tuvo lugar de se apartar del encuentro que con los pechos del cavallo le quiso dar el
otro gigante; mas al passar le dio tan estraño golpe que todo el quixote de la pierna huvo
cortada. Y, como quisiesse rebolver y no hallasse pierna con qué se sostener, vino al suelo
con gran caýda. Don Clarineo, que quiso yr sobre él, vio que el otro gigante se levantara;
contra él se venía con un gran cuchillo en la mano y, dexando al otro, se vino para él, bien
cubierto de su escudo; y con la fuerça que entr‘ambos alcançavan se dieron tales golpes que
se hizieron aynojar. Don Clarineo huvo el escudo hecho dos partes, y en un hombro una muy
pequeña herida.Y si el desatiento del baliente jayán no fuera tan grande, no oviera acertado
don Clarineo en esperarle. Mas él hirió al gigante encima de la cabeça tan bravamente que,
aviendo cortado el gruesso yelmo, le començó a correr la sangre en gran abundancia. Y con
esto se rebuelven en mortal batalla, que el gigante Andronio el Fuerte, que assí se llamava,
hera uno de los atentados y diestros cavalleros de su tiempo; y avía sido dichoso don Clarineo
en cortar la pierna a su compañero, que de otra guisa biérase en muy notable peligro (fol. 21rº)
Muchos jayanes participan en justas, como el gigante al que se enfrenta don Belianís en los
torneos de Londres323:
Juntó don Belianís con el terrible gigante, que, no le estimando en cosa alguna, le atendió
cubierto de una gruessa targeta de azero, que a manera de escudo traýa. Mas aquella y el
arnés fueron falsados y, deteniéndose en la gruessa loriga, empujó con tanta fuerça que, no se
pudiendo quebrar la lança, que de gruesso fresno era, como su fuerça fuesse tan sobrada, le
hizo dar una caýda de espaldas tan grande que toda la plaça resonó (...) Mas don Belianís fue
a esta ora en peligro de muerte, que el pavoroso jayán, cuya vista a cualquiera bastara a
espantar, le alcançó con una de las pelotas de hierro tan cruel golpe sobre el yelmo que le
hizo venir de manos por el suelo. La sangre le rebentó en gran cantidad por las narices y
oýdos, la qual le començó a salir por bajo del yelmo. Y quísole tornar a dar otro, con el qual
no fuera mucho ser fenescida la batalla; mas don Belianís, que en tanto peligro se vio,
encomendándose a la Virgen sagrada que de tan gran peligro le librasse, se metió tan dentro
que, como el bastón fuesse muy largo, con ninguna de las pelotas le pudo herir; mas con el
bastón le alcançó un golpe en el hombro que todo el cuerpo se le figuró que le huviesse
molido. Mas al entrar don Belianís le hirió en una pierna de tan cruel golpe que todo el pie
por bajo de la rodilla huvo cortado; y, como el jayán hincasse la rodilla, don Belianís le
alcançó a su plazer un tal golpe que tres dedos de la mano yzquierda, juntamente con la
maça, vinieron al suelo. Mas el diabólico gigante le alcançó con la una mano, que para sí lo
traxo muy ligeramente; mas el esforçado príncipe puso mano a la rica daga que la emperatriz
de Alemania le diera, con que bien tenía en la memoria que grandes aventuras havían de ser
acabadas, y con ella le dio tales tres golpes que de cada uno le passó las entrañas. Mas no lo
322
Para un análisis más detallado de los tópicos del combate contra el gigante, véase Martín Romero, 2005.
Fernández incluso se detiene en explicar tal costumbre: ―porque, puesto caso que los gigantes en Grezia no
ussavan salir a justas, en estas tenían licencia todos los que quisiessen‖ (fols. 101vº-102rº).
323
175
comprara con menos que la vida si por el valor de sus armas no fuera, porque el gigante le
avía herido assí mismo con la suya, que, no las pudiendo falsar, de cada uno hazía juntar el
peto y la espalda. Y, viéndose herido de muerte, apretó consigo a don Belianís con tanta
fuerça que el aliento le hazía faltar; mas él hera herido tan mortalmente que no pudo durar
mucho que no viniesse al suelo muerto aquel pavoroso jayán, que con razón se puede dezir
nunca tal aventura por cavallero aver sido acabada (fol. 41).
Fernández hace uso de algunos de los tópicos con respecto a los gigantes como, por ejemplo,
su gran soberbia (―no le estimando en cosa alguna‖), o el tipo de armas que llevan: la mayoría de
ellos opta por la maza, y este en concreto ―traía en su mano una cruel maça con muchas y gruessas
pelotas de fierro d‘ella(s) colgadas, con la qual los cavalleros y cavallos hazía pedaços‖ (fol. 40-vº).
Sin embargo, no todos los gigantes son iguales; si bien en la Primera y Segunda Parte la
mayoría de ellos habitaban en castillos de bárbaras costumbres o bien formaban parte de las hordas
paganas, y eran por ello sistemáticamente derrotados y muertos a manos del héroe, en la Tercera y
quarta parte descubrimos no pocos jayanes que no se ajustan al modelo, tanto en aspecto como en
actitud.
Algunos, por ejemplo, son más listos o incluso más ágiles de lo que se espera de ellos.
Acostumbrado quizá a jayanes torpes, lentos o de pocas luces, don Belianís se lleva una desagradable
sorpresa cuando se enfrenta a los gigantes que guardan la entrada al castillo del sabio Silfeno324:
Don Belianís quiso entrar por ellas, mas no le fue assí fáçil como cuydara, porque a la
entrada vio dos terribles gigantes con sus maças de yerro en las manos; los quales, sin se
mudar a ninguna parte, tenían puestos los pies en el umbral. Cuydó don Belianís de
engañarlos y hizo una ligera arremetida, como que dentro se fuesse a lançar, porque los
gigantes descargassen sus golpes, deteniéndose al tiempo del llegar. Mas allose burlado,
porque ellos se estubieron muy quedos esperando a que entrasse. Mucho se receló don
Belianís viendo el aviso de los gigantes; temor tubo que, si algún golpe a derecho le
alcançasse, darían fin [a] aquella contienda (fol. 143-vº).
Tampoco son ya tan soberbios; el gigante clásico se niega a reconocer su derrota y a cambiar
de costumbres (Martín Romero, 2006), por lo que el héroe tiene que matarlo, pero en el Belianís
encontramos algunos gigantes que rectifican tras ser vencidos.
El caballero don Gradarte de Irlanda y su amigo, el gigante Galiandro el Pavoroso, tienen la
mala costumbre de ir por los caminos raptando doncellas. Don Belianís vence a todos los caballeros
del grupo y finalmente se enfrenta al jayán, que también cae derrotado:
Pues, como don Belianís viesse al gigante en tierra, fue sobre él y, quitándole el yelmo, le
dixo:
–Muerto eres, si no otorgas de hazer aquello que por mí te fuere mandado.
324
Los gigantes no solo guardan castillos encantados, como el de Silfeno o la prisión de la bella Rosaliana,
sino que, además, parecen encontrarse a menudo cerca de magos y sabios, tanto malvados como bondadosos.
Belonia, por ejemplo, aparece en cierta ocasión acompañada de ―dos gigantes harto bien hechos‖ (fol. 213-rº);
lo mismo hará el endiablado Baldano la primera vez que se muestre ante Belflorán: ―Y pareciéronle asta diez
cavalleros, y con ellos yvan dos gigantes y un hombre desarmado en un cavallo, que entendió sería el
encantador, como era la verdad‖ (fol. 253-vº).
176
Él bolvió en sí y díxole:
–Cavallero, el más esforçado que yo haya visto, no cumple que yo os prometa cosa alguna;
vos podéys hazer de mí aquello que fuere vuestra voluntad, que yo cumpliré a todo mi poder.
–Por agora no quiero otra cosa –dixo don Belianís– salvo que me prometas de aquí adelante
de ser con todas tus fuerças en favor de dueñas y donzellas, y que ninguna te pida socorro
que, aunque vayas en otra aventura, no la dexes por favorecerla.
–Yo lo prometo –respondió el gigante.
–Pues, ¿cómo es tu nombre? –dixo don Belianís.
–Galiandro el Pavoroso me suelen llamar –respondió él–. Y no sé la causa, pues al presente
soy vencido de un solo cavallero.
–D‘esso no te maravilles –respondió don Belianís–, que son juyzios del alto Señor, al qual
todas las cosas están sugetas (fol. 32-vº).
En este caso, el gigante no solo jura cambiar de costumbres (―lo qual ellos cumplieron muy
bien, que de allí adelante los Cavalleros de las Donzellas se hazían llamar‖), sino que reconoce la
superioridad del héroe o, más bien, su propia debilidad325.
Y es que, pese a las descripciones de sangrientas batallas y de jayanes descomunales,
tampoco parecen ya tan terribles como antaño: el héroe los derrota por docenas y, a veces, de un solo
golpe: ―No venía él con essa furia, que al gigante Sandaro el Cruel hirió por la cintura, partiole en
dos partes tan ligeramente que no cuydaron le huviesse herido. En el rebolver de los braços, onze
gigantes derribó a sus pies muertos‖ (fol. 201-vº).
Debido a la condición de superhombres de los héroes caballerescos, el autor ya no puede
presentar a los gigantes de uno en uno, ni siquiera de diez en diez. Por eso recurre a lo que llama en
repetidas ocasiones ―la furia gigantea‖: un ejército de jayanes que acude, al igual que las amazonas o
los centauros, en ayuda de las huestes paganas durante la guerra de Constantinopla.
El encargado de reclutar a los gigantes es el príncipe Ariobarzano de Tartaria:
vínose por las islas Gigantea y Sagitaria, y a red barredera ningún gigante ni sagitario dexó,
de quantos pudiessen tomar armas, que no le traxesse consigo. Trahía más de treynta mil
d‘ellos, tan altos como pinos; bien cuydavan estos que ellos solos bastavan a hazer esta
guerra (fol. 132-vº).
A lo largo de la novela se dice en varias ocasiones que estas dos islas, Gigantea y Sagitaria,
de donde provienen, respectivamente, gigantes y centauros, pertenecen al imperio de los tártaros.
Pese a que a veces se menciona a un ―rey de la Gigantea‖326, o incluso existan otros reyes gigantes327,
parece claro que deben obediencia al Gran Tártaro, y de ahí que participen en la guerra de
325
―Finalmente, el gigante ha de aceptar lo evidente: ha sido vencido. El choque contra esa realidad le hace
comprender de manera clara que su soberbia lo ha llevado a la derrota‖ (Martín Romero, 2006: 20).
326
―porque a las vezes de aquella parte llegó el temeroso rey de la Gigantea, el qual una clava de azero traýa
entre sus manos, de la qual colgavan cinco o seys pelotas de yerro‖ (fol. 135-vº).
327
Es el caso de Persides, de quien hablaremos más adelante, o de los señores de la isla de Chipre,
tradicionalmente gobernada por gigantes.
177
Constantinopla en el bando de los paganos328.
Esta es otra de las peculiaridades del jayán caballeresco: la mayoría de ellos son paganos, lo
que los convierte en antagonistas o enemigos naturales del héroe:
La idolatría será otra de las características de los gigantes a la que se prestará más
importancia en su caracterización en una determinada modalidad de la literatura caballeresca.
Los gigantes forman parte de las huestes paganas, así como lo veía don Quijote sobre la
polvareda levantada en los caminos de La Mancha (Lucía, 2003).
La llegada de la ―furia gigantea‖ otorga espectacularidad a la batalla y encarece la victoria
del bando cristiano, pese a que no parecen soldados muy competentes:
los quales, aunque él no estimava mucho por ser gente que se ordenava mal, y no diestros,
parecíale ser gente animosa y fuerte, y que valientemente resistirían el ýmpetu de los griegos
(fol. 137-rº).
Sin embargo, no todos los jayanes pertenecen a esta ―nación gigantea‖. A lo largo de la
novela encontramos algunos que habitan en castillos remotos y a menudo aislados del resto del
mundo.
Tradicionalmente, los castillos gobernados por gigantes suelen ser también lo que se llama
―castillos de mala costumbre‖, cuyas características, en palabras de Anna Bognolo, serían las
siguientes:
en un castillo se mantiene una mala costumbre, esto es, una tradición que obliga a los
habitantes a una condición dolorosa; ésta se puede eliminar sólo gracias a la acción de un
caballero especialmente valiente, capaz de superar pruebas de dificultad sobrehumana, casi
siempre debidas a obstáculos misteriosos. Muchos han intentado la prueba perdiendo la vida
o siendo apresados. Por eso, cuando se acerca al castillo, el caballero encuentra siempre a
alguien que intenta convencerle de que no vaya adelante, anunciándole desgracia y muerte.
Normalmente tiene que combatir para acceder a la entrada del castillo; otras veces, a pesar de
ser acogido con cortesía, encuentra pruebas y adversarios dentro del castillo. Tiene que
combatir contra otros caballeros, seres diabólicos o animales feroces; tiene que deshacer
encantamientos y liberar prisioneros. La empresa suele concluirse positivamente entre la
alegría general de los habitantes (Bognolo, 1996: 67-68).
Este motivo, que en la narrativa artúrica respondía a una realidad histórica concreta, ya en el
primer libro del Amadís se descontextualiza y se integra en la trama de la novela, y más adelante los
castillos de mala costumbre ―son sustituidos por las islas de los gigantes, ámbitos de costumbres
malvadas en cuanto paganas, que también tienen raíces artúricas‖ (Bognolo, 1996: 71-72; véase
también Sainz de la Maza, 2002). Así, en los libros de caballerías posteriores, ―el gigante está unido
a un espacio geográfico privilegiado: la ínsula, en la que se comporta a un tiempo como señor feudal
328
Cuesta Torre (2001a: 29) señala que, en el Belianís, los gigantes aparecen como aliados de los musulmanes,
pese a que a menudo el autor presenta a unos y a otros como politeístas, e invocan a los dioses de la antigüedad
grecolatina: Júpiter, Plutón, etc.
178
y ajeno a las leyes de la caballería‖ (Lucía, 2003)329.
En la Tercera y quarta parte encontramos dos ejemplos de jayanes que mantienen malas
costumbres en su territorio. No obstante, estos gigantes se alejan del modelo en algunos aspectos,
como veremos.
El primero de estos episodios transcurre en la isla de Chipre, a donde van a parar algunos de
los protagonistas tras sufrir un naufragio. Las princesas protagonistas se encuentran solas, pero las
acogen dos ermitaños; el más joven de ellos no es otro que el perdido caballero Sabiano de Trebento.
El ermitaño mayor les pone en antecedentes acerca del lugar:
–Esta tierra –dixo el hermitaño– es buena, mas la gente es mala, que el señor d‘este reyno no
puede con ellos. Sabed, señoras, que agora estáys en el reyno de Chipre, de donde fue señor
un jayán que el rey Tramolcano se dezía, que en Persia fue muerto a manos del príncipe de
Grecia, por el qual á sido destruýdo casi todo este linage, y en el reyno al fin á sucedido un
rey que, aunque jayán, es mui al revés en condiciones de los ot[r]os, porque no es cruel y
malo como ellos, y a la causa ciertos parientes del dudado Fierastón y Tramolcano se an
retirado hazia estas partes, donde muy cruelmente hazen todo el daño posible, y no pasa por
aquí cavallero ni donzella que sea parte para librarse d‘ellos. Y mucho me pesa, que creo que
seréys presas, porque cada tarde passan por aquí gentes suyos (fol. 225-rº).
La aventura se plantea, pues, como consecuencia de las acciones de don Belianís en la
Primera Parte. Así, gracias a la intervención del héroe, los gigantes malvados han sido sustituidos
por otros ―mui al revés en condiciones‖; de hecho, como veremos más adelante, el lector se
encontrará cada vez con más gigantes que cumplen escrupulosamente las leyes de la caballería, por
lo que, como en este caso, los jayanes que se mantienen fieles a la tradición van siendo
progresivamente arrinconados en espacios aislados, lejos del mundo civilizado.
En este caso, por otro lado, los gigantes no solo se comportan así por costumbre sino que,
además, mantienen una animadversión específica contra determinados personajes debido a hechos
relatados en episodios anteriores. No solo se proclaman enemigos de don Belianís, sino también de la
infanta Persiana, que se halla entre las doncellas naufragadas:
Mas no estuvieron mucho quando por el campo vieron entrar dos valientes gigantes con hasta
diez cavaller[o]s en su compañía, todos armados de frescas y lucientes armas en muy
hermosos cavallos, sus lanças en las manos. Y como luego descubrieron la compañía de las
damas, los gigantes, mandando esperar sus cavalleros, se vinieron para ellas, que les causó
tanto temor como la muerte. Pues como junto d‘ellos emparexassen y uno dio una gran boz,
que por todo el campo resonó, diziendo:
–¡O, Júpiter! ¡Si yo no me engaño, veo la(s) más hermosa aventura que el mundo tuvo, que
esta es la falsa infanta Persiana, que agora no se librará de la muerte, pues mis tíos fueron a
329
Es habitual que los gigantes gobiernen islas. Si bien en la literatura celta las islas formaban parte de un Más
Allá maravilloso, en la narrativa artúrica simbolizan un espacio mágico, pero que ya no está situado en ese
Otro Mundo, y en el Amadís se encuentran ya en el mundo real. En libros de caballerías posteriores, sin
embargo, el hecho de que estén habitadas a menudo por gigantes paganos está relacionado con la lucha que el
Occidente cristiano mantenía con los musulmanes por el dominio del Mediterráneo. Tampoco hay que olvidar
la influencia clásica en figuras como la del cíclope Polifemo, que habitaba también en una isla (véase Cuesta
Torre, 2001b).
179
su ca[u]sa tan falsamente muertos! (fol. 225-vº).
El gigante hace referencia al hecho de que, cuando Persiana fue forzada a casarse con el
malvado Galanio de Antiochía, primo del gigante Fierastón, don Belianís los mató a ambos al acudir
en su defensa.
El jayán no logrará apresar a la princesa en esta ocasión, pero uno de sus parientes se
encontrará poco después con otro viejo conocido: Perianeo de Persia, que ha llegado allí tras
naufragar el barco en el que viajaba junto con don Belianís y Mitrídano de Troya en busca de las
princesas perdidas:
Muy presto conociolos a todos a la ora el gigante, que muchas vezes los viera, y como él ya
supiesse que Perianeo era christiano y(r) aun de Persépolis le huviessen llamado para la
rebelión que contra él se pensava hazer, vínole una imaginación al pensamiento: que, si él los
prendía, podría ser rey de Persia, que, como en la primera parte d‘esta historia vos contamos,
eran estos gigantes parientes del soldán. Y, aunque él era valiente y tenía consigo hasta seys o
siete cavalleros, no se atrevió a prenderlos, assí porque se temía de don Belianís, que traýa
espada, y sabía bien cómo d‘ella se aprovechava, como porque no los quería él matar, sino
prender (fol. 226-vº).
.
Este gigante, de nombre Bradiliano, se llevará a los príncipes a su castillo mediante argucias
y engaños, y allí los mantendrá presos en espera de recibir una jugosa recompensa por su captura.
Será, sin embargo, derrotado por Sabiano de Trebento, que penetrará en el castillo también gracias a
un ardid: manteniendo su disfraz de ermitaño para que los gigantes, creyéndolo inofensivo, le
franqueen la entrada a la fortaleza.
Vemos, pues, que a diferencia de los gigantes clásicos, Bradiliano utiliza más la astucia que
la fuerza bruta, y también ha perdido buena parte de la soberbia jayanesca: ya no se cree capaz de
vencer al héroe, ni siquiera contando con ventaja numérica. Esto es una señal de que la era dorada de
la nación gigantea ha pasado ya y, tras tantos años de hazañas caballerescas, a los últimos gigantes
solo les quedan dos opciones: o retirarse del mundo, temerosos del poder de los caballeros cristianos,
o asumir el código caballeresco y volverse valientes, corteses, comedidos y justicieros.
Algunos se encuentran ya en un camino intermedio, como Goraxes, señor de un castillo
donde se mantiene una mala costumbre, y protagonista del segundo de los ejemplos que
mencionábamos arriba. El héroe que llega a sus tierras, situadas en el Gran Cayro, es don Baldín de
Portugal. Como manda la tradición, es informado de las costumbres bárbaras del lugar por una
doncella cuitada:
–¿Qué es la causa de vuestra tristeza –le preguntó don Baldín–, hermosa señora?
–Hanme prendido un hermano mío y tomádome la ropa –dixo la donzella– unos criados del
gigante Goraxes, porque dizen que sin cavallero no podían passar esta puente, que es assí la
costumbre.
–¿Qué es la causa de la costumbre? –dixo Baldín.
–Su mala condición –dixo la donzella–, porque tiene voluntad de hazer mal donde quiera que
180
se halle (fol. 260-rº).
Naturalmente, don Baldín acude al castillo de Goraxes a enderezar el entuerto.
Entonces llamó a la aldaba de la puerta, y Goraxes se paró a la ventana diziendo:
–¿Qué buscáys, cavallero, en mi casa a tal hora, que apenas es de día?
–Querría –dixo don Baldín– supplicaros tornásedes un donzel que prendistes a esta donzella,
y su hazienda, porque venía en mi compañía y llegó ella delante, que me detuve yo por cierta
ventura.
–Agora hos digo –respondió el gigante– que avéys madrugado poco. Mas, si por la tardança
os queréys combatir conmigo, si me vencéys, daros he la ropa.
–Mucho es esso –dixo don Baldín–, que yo soy un cavallero de poco valor, y vuestro
esfuerço es muy conoscido. Sería desigual batalla; mas mandadme abrir, que si no nos
concertáremos en el rescate, tornarme he a yr como me vine.
–Bien dizes –dixo Goraxes (fol. 260-rº).
Hasta aquí parece que se va a producir un clásico enfrentamiento entre gigante y caballero.
El héroe se finge humilde, y el gigante aprueba sus reparos porque, fiel a la proverbial soberbia de su
raza, entiende que sería una locura por parte del caballero osar hacerle frente. Sin embargo, cuando
Goraxes y don Baldín se hallan cara a cara, descubrimos que el gigante no es exactamente como
parecía:
Entonces le abrieron la puerta, y halló en el patio el gigante armado de muy ricas harmas. Su
vista le dio contento, que hera muy gentil hombre cavallero, y quisiera acabar con él su
negocio sin batalla. Y assí le dize:
–Mal torna, señor Goraxes, para un tal cavallero hazer fuerça a las flacas donzellas en vuestra
tierra.
–No hago tal –dixo el gigante–, antes trato de reformar sus malas condiciones, que yo no les
pido sino que no anden como ovejas derramadas, y que trayan consigo cavalleros que las
acompañen, porque de andar solas han subccedido estraños desastres en este reyno.
–Sola esta vez, por amor mío, se sufriera quebrar la costumbre –dixo don Baldín.
–Esso es imposible –dixo el gigante– sin batalla. Por esso, no gastemos el tiempo en ruegos,
y que por fuerça me han de hazer ser descomedido.
–Esso no quiero yo –dixo don Baldín (fol. 260-rº).
Parece, pues, que la causa de la costumbre no es la ―mala condición‖ del gigante, como
afirmaba la doncella, sino un exceso de celo por parte de Goraxes en sus funciones como señor del
lugar330. Pero, aunque se ha excedido en sus actuaciones, parece que sus intenciones son buenas, por
lo que el lector puede adivinar un buen fondo en él, algo que se confirma cuando, en mitad de la
lucha, Goraxes advierte que su contrincante es cristiano. A estas alturas, y ya impresionado ante su
pericia caballeresca, le pregunta con auténtico interés si no será, por casualidad, el afamado don
Belianís de Grecia, pues se considera rendido admirador de sus hazañas:
Don Baldín se santiguó, viéndose de la otra parte, y conociole Goraxes ser christiano; y
330
Esto puede estar relacionado con la cortesía mal entendida que muestran algunos gigantes: ―La vanagloria
gigantea lo aleja del comportamiento cortesano. Pero el jayán parece no darse cuenta y, en ocasiones, con la
intención de mostrar cortesía, aparenta todo lo contrario, ya que hace propuestas inaceptables a su
contrincante‖ (Martín Romero, 2006: 14).
181
díxole:
–Señor cavallero, desseo tengo toda mi vida de saber de un cavallerto christiano que es
príncipe de Costantinopla y se dize don Beli[a]nís, de quien me han contado estrañezas en su
valeroso esfuerço y, conforme a lo que yo he visto, no puede ser que sea otro sino vos. Y, si
lo soys, no dexéys de dezírmelo, que os soy no poco aficionado.
–Yo –dixo don Baldín– no soy esse cavallero que dezís; que, si lo fuera, poco avía que
detenernos en esta batalla, que te juro por el poderoso Señor en quien creo que veynte
cavalleros tales como yo no le tuvieran una hora en la batalla.
–Cosa espantosa es essa que me cuentas –dixo el gigante–. Y agora, demos fin a esta porfía
nuestra (fol. 260-vº).
Don Baldín empieza a sentir simpatía por este gigante, y lamenta que se dedique a cometer
tropelías en nombre de unas responsabilidades mal entendidas. Cuando se lo hace notar, descubre
con agrado y no poca sorpresa que Goraxes no es tan pagano como parece:
–Mejor sería dexarlo ansí –dixo don Baldín–, que a un cavallero como vos vale poco en hazer
estas cosas, y piérdese mucho de vuestra honrra. Ya podría ser que, saliendo mal d‘esta
batalla, fuéssedes obligado a hazerlo contra vuestra voluntad.
–Bien veo yo –dixo Goraxes– que ningún temor de batalla os haze dezir esto y, por tanto, si
me dezís quién soys, dexaré la batalla, y aun tornarme he christiano, que lo he desseado
mucho tiempo ha.
–Plázeme –dixo don Baldín–, que no lo acostumbro negar a nadie. Y sabed que soy don
Baldín, príncipe de Portugal, si me avéys oýdo dezir.
–Sí he –dixo Goraxes–, que sabed que soy primo del gigante Bradaleón y de Furibundo, los
quales residen en Cartago, y él me contó la valentía de don Belianís, que me dizen ser
particular amigo vuestro.
Entonces se abraçaron, y el gigante prometió a don Baldín de ser christiano, y a la donzella
bolvió a su hermano y su hazienda, rogándole que se detuviesse allí algunos días hasta ser
curado (fol. 260-vº).
En los libros de caballerías hay múltiples casos de gigantes que se convierten al
cristianismo331:
Varios jayanes abandonan su habitual conducta después de ser derrotados en combate
armado. Entonces se les concede la oportunidad de cambiar su actitud o de convertirse al
cristianismo, tal y como ocurría con el enemigo pagano. Será después de esta metamorfosis
cuando diversos gigantes se conviertan en magníficos auxiliares del héroe (Sales, 2004: 107).
Así sucederá con el propio Goraxes, que más tarde partirá con sus hombres en pos del rey de
Escocia, sospechando que quiere enfrentarse a su nuevo amigo, y llegará a tiempo de rescatarlos a
los dos y llevarlos a su castillo para curar sus heridas332.
No obstante, y como sucede con otros personajes paganos de la novela, el autor no los juzga
331
Valenzuela (2009-2010) estudia el motivo de la conversión de los gigantes en las Sergas de Esplandián, que
se constituye en un tópico del género a partir de este texto. El héroe lucha para ―destruir vicios que son propios
de los paganos, pero también propios de esa soberbia y brutalidad que caracterizan a este tipo de personajes‖
(p. 377); por tanto, el hecho de que el jayán cambie de costumbres tras ser vencido implica no solo una victoria
física del héroe, sino también espiritual.
332
Campos García Rojas relaciona este cambio de conducta del gigante con el tópico del león reverente, ya que
en ambos casos una criatura bestial y salvaje se vuelve mansa al reconocer la superioridad del héroe al que se
enfrenta (2009: 490-491).
182
en función de su religión, sino de sus actos; se considera que las buenas personas, sean gigantes,
princesas o escuderos, terminarán por descubrir por sí mismos ―el grande herror de su secta‖ y
pedirán espontáneamente la conversión al cristianismo.
Sin embargo, y hasta que esto sucede, muchos de estos personajes paganos siguen
comportándose con cortesía, justicia y valentía, ya sea en el bando del héroe o en el de sus enemigos,
como ya hemos visto.
Lo mismo sucederá con los gigantes, de modo que en el Belianís encontraremos algunos
personajes que, a pesar de pertenecer a la raza de los jayanes, se nos presentan como valerosos
caballeros, con un alto sentido del honor y bien conocedores del código caballeresco y las normas de
cortesía333.
4.2.2. Gigantes corteses
Al principio estos gigantes se presentan como excepciones a la regla; en el capítulo 3 de la
Tercera Parte, por ejemplo, don Belianís ha de enfrentarse en duelo a cuatro hermanos gigantes.
Tres de ellos son soberbios y descomedidos, pero Pandriano, el cuarto, destaca por su cortesía:
Este era el más valiente y animoso de los quatro hermanos; hera a maravilla muy mesurado,
tan differente(s) de los otros que no se pensava ser su hermano. Estava tam bien puesto a
cavallo que a don Belianís dexó m[u]y agradado (fol. 6-vº).
Pandriano le advierte de que, pese a que don Belianís ya ha vencido a sus hermanos, según
las normas de la contienda cualquiera de ellos puede volver a atacarlo, y el héroe aprecia y agradece
el aviso. Los otros tres gigantes no tienen tantos miramientos, y dos de ellos se vuelven contra él al
mismo tiempo y a traición. Una vez derrotados todos los gigantes, el héroe, indignado, se muestra
dispuesto a matarlos, pero Pandriano intercede por sus hermanos:
–Cavallero, pues poner mano en quien defender no se puede antes desminuye que acrescienta
la gloria de vuestro vencimiento, suplícoos tengáys por bueno de otorgar la vida a estos
cavalleros, que yo en su nombre os otorgo su vencimiento; el qual, si antes pidiérades,
huviérades escusado este peligro, aunque ha sido para que mejor se conozca vuestro valeroso
esfuerço.
–Muy contento soy –dixo don Belianís– que se offrezca algo en que complazeros, y aunque
aviéndose avido comigo tan mal no huviera de usar de piedad. Pero hazed como os
paresciere, que yo no saldré d‘ello (fol. 10-vº).
Estos gigantes, por lo que sabemos, son cristianos, pero aun así presentan comportamientos
típicamente jayanescos, con la notable excepción de Pandriano, como hemos visto. No obstante, en
la Tercera y quarta parte encontraremos otros dos personajes que, si bien son paganos, y gigantes,
333
Esto puede deberse en parte a que, tradicionalmente, ―el gigante no es ni benévolo ni malévolo, es una mera
magnificación cuantitativa de lo ordinario; por eso, según los casos, hay gigantes legendarios protectores y
otros peligrosos‖ (Cirlot, 1997: 223).
183
por añadidura, se describen como caballeros corteses y comedidos, y solo se diferencian de los
héroes del relato en su gran tamaño334.
El primero de ellos es Bradaleón, a quien don Belianís conoce durante su periplo africano.
un gigante que Bradaleón se dezía, el qual un castillo suyo tenía allí junto. No era este como
los otros de su nación; era cortés y comedido cavallero, y el más valiente y animoso que
conosció la nación gigantea. Qüenta d‘este el sabio Fristón, y encaresce tanto su esfuerço,
que sería cosa prolixa hablarlas; no avía en el reyno veynte cavalleros que le ossaran esperar
en el campo, y no sin causa, que no havía en ellos más de la muerte (fol. 116-vº).
Bradaleón, por tanto, hace honor a su raza en cuanto a fuerza y capacidad de lucha; pero ―no era
como los otros‖ en el sentido de que se comporta con una cortesía ejemplar. El autor insistirá en ello
cuando el gigante acude a presentar una querella ante el rey de Cartago:
el baliente Bradaleón entró armado con unas armas negras con sobreseñales de luto, su
cabeça desarmada por ser conoscido, y, como aquel que en el comedimiento no hera gigante,
dixo:
–Poderoso señor, yo vengo ante ti a poner una acussación contra el estimado Çoroaydes de
Mauritania. Si tú me das licencia y este negocio no está puesto en el consejo de tu justicia,
pondrela para que lo cierto se determine por los de tu justicia, y lo dudoso por mi batalla (fol.
117-rº).
Las circunstancias ponen a Bradaleón y a don Belianís en bandos opuestos, puesto que este
es amigo de Zoroaydes, por lo que ambos se enfrentan en una batalla judicial. Los dos quedan
impresionados ante las fuerzas de su contrincante, pero finalmente don Belianís cobra ventaja.
Viendo que Bradaleón está dispuesto a luchar hasta la muerte, trata de convencerlo de que abandone
la batalla, pero solo la intervención del rey, que ordena el final de la misma, le permitirá hacerlo sin
menoscabo de su honra:
Y como estuviessen muy juntos a las ventanas donde el rey estava, apartándose afuera le
dixo:
–Bradaleón, los dioses no quieren que sea tuya la victoria d‘esta ba[t]alla, y esto no porque tu
esfuerço no baste para otra mayor, mas porque en ella no tienes justicia. Por esso confiessa
que los cavalleros son leales, pues tú bien sabes que son tales que por ninguna manera harían
trayción, que yo te alço la batalla sin vencimiento alguno de tu parte, mas de quedar por tu
verdadero amigo.
–Herido estó –dixo Bradaleón–, y de malas heridas. Mas esta batalla sin faltar a mi honra no
puedo dexarla. Por esso fenezcámosla, que los dioses hazen su officio en darte la victoria,
pues la meresces.
El rey, que vio las palabras de los cavalleros, paresciéndole que, si la batalla passava
adelante, Bradaleón sería muerto o vencido, arrojó su cetro entre ellos, diziendo:
–Afuera, cavalleros, que yo soy contento con lo hecho, y tengo a los cavalleros por leales, y a
vosotros, por los mejores que yo aya visto. Y vos, Bradaleón, por amor mío que la dexéys,
que vuestra honra yo la tomo sobre mí.
–A mí me plaze –dixo Bradaleón–, pues estava co[n]oscido que de otra suerte este cavallero
huviera lo uno y lo otro.
–En todo queréys ser vencedor, señor Bradaleón –dixo don Belianís–. Tomad mi espada en
334
El antecedente de este modelo puede estar en el gigante Balán de las Sergas de Esplandián, que se presenta
como un caballero valiente, honrado y pacífico (véase Sainz de la Maza, 2002: 84).
184
señal que es gran victoria ser vencido de tal cavallero.
Entonces se abraçaron el uno al otro, y Çoroaydes y Brandasides fueron sacados libres del
campo, siendo publicados por leales (ibid.).
Bradaleón y don Belianís comparten el mismo código de la buena caballería, y eso los hermana
por encima de otras diferencias como la raza, la religión o la misma demanda que motivó la batalla.
Bradaleón se presenta, por tanto, como alguien a la altura del héroe, por lo que la gloria de su
vencimiento es todavía mayor. Como gigante, Bradaleón es fuerte y valiente; como buen caballero,
sabe luchar, es ágil, inteligente y avisado; y por último, como hombre cortés y comedido, no se
dejará llevar por la soberbia ni cometerá el error de menospreciar a su adversario, comportamiento
que suponía el talón de Aquiles de los clásicos jayanes. Por tanto, la evolución hacia el gigante cortés
supone en este caso el desarrollo de un nuevo tipo de enemigo más rico en matices y más acorde con
las capacidades de un héroe que, como hemos visto, tiene ya muy superados los enfrentamientos
contra gigantes tradicionales335.
Volveremos a ver a Bradaleón en la guerra de Constantinopla, aunque aquí ejerce como
eslabón para presentarnos a un nuevo personaje: Furibundo.
–Señor –dixo Bradaleón–, yo tengo un hermano que ayer armó cavallero el Gran Tártaro; si
otro allásemos, de este yo estoy satisfecho, que no tiene el mundo mejor cavallero si no le
pierde su argullosso coraçón. Llámase F[u]ribundo; créheme que, aunque yo me combatí con
un cavallero en Cartago que creo era flor del mundo, que en particular batalla me venció,
puede darle batalla. (...)
Allí fueron muy bien reçebidos, maravillados los monjes de la hermosa dispusición de
Bradaleón y de su hermano, que, sin ser descompassados, heran de los más bien hechos que
en la nación gigantea se allassen (es cierto que, si la buena criança se perdiera, se allara en los
dos hermanos, puesto que Furibundo de la Suria hera en estremo argulloso y pensaba que en
el mundo no hubiesse su ygual, y esto le hizo emprender estrañas cossas fuera de la
ymaginación humana) (fol. 151-rº).
Antes de volver a enfrentarse a don Belianís, los dos hermanos gigantes se las verán con su hijo,
Belflorán, que está a punto de ser armado caballero. Furibundo se presenta, pues, como un caballero
que destaca por encima de su hermano, con lo que está obviamente destinado a enfrentarse a
Belflorán, que ha superar todas las hazañas de su padre.
En su viaje a Constantinopla, los gigantes conocen al doncel Astrideo, y se proponen ejercer de
padrinos de sus inicios caballerescos336. Durante la investidura de Belflorán, los tres se adelantarán
para pedir al joven príncipe que arme a Astrideo:
335
No obstante, la caracterización del gigante cortés llegará a alcanzar niveles grotescos en algunos textos,
como es el caso de Flor de caballerías (1599), donde la descripción de las galas de los jayanes roza lo risible,
según apunta Campos García Rojas; también realizan quehaceres más típicos de doncellas que de jayanes,
hasta el punto de que podríamos hablar de gigantes afectados (2009: 46).
336
También Galaor será guiado por un gigante para ser investido, como se relata en el capítulo 11 del Amadís
de Gaula.
185
el gigante Bradaleón pasó adelante, llevando entre él y su hermano Furibundo al donzel
Astrideo; y pidiendo licencia para subir, maravillados todos de su estremada dispusición, se
la dieron. Bradaleón, hincando una rodilla, dixo contra Belflorán:
–Poderoso príncipe, este donzel que comigo viene desea mucho ser armado cavallero de
vuestra mano; si fuéssedes servido hazérsenos, y a gran merced fuesse agora, porque el día y
príncipe tan señalado acrescentase la obligación que él tiene de ser bueno.
–Cavallero –dixo Belflorán–, a mí no toca más de acabar este auto, en el qual yo no puedo
armar cavallero si no fuesse hijo de rey; y si él lo es, hazerlo he de buena voluntad, y si no,
yo lo haré mañana.
–Yo no sé si es hijo de rey –dixo Bradaleón–, mas, si vos no le armáys cavallero de vuestra
voluntad, no se haga; sé os dezir que él lo merece por su persona.
–Pues el emperador, mi señor, lo hará –dixo Belflorán–, y será mayor la merced para el
donzel (fol. 152-vº).
Bradaleón, que ya ha demostrado en diversas ocasiones que es un caballero prudente y
comedido, acepta la propuesta de Belflorán. Sin embargo Astrideo, que no es un gigante, pero sí un
joven impulsivo y orgulloso, se considerará ofendido por el héroe y le arrojará un guante nada más
ser investido. Inmediatamente después se inicia una trifulca, y mientras Belflorán y Astrideo se
enfrentan sin saber aún que son primos, Furibundo también se hace de notar:
Furibundo, que solo se halló en el cadahalso, como aquel que no hera otro su desseo, entre
los más aventajados príncipes del mundo se rebuelbe. Las cosas que él hizo en esta jornada
no buenamente serán creýdas, porque, no haziendo caso de ninguno, tomando a dos manos
un alfanje, hecho una fiera, con tanta pujança los combate que, haziendo pedaços sus armas,
los tray cubiertos de su sangre (fol. 153-vº).
Belflorán tendrá ocasión de enfrentarse a Furibundo cara a cara en una batalla posterior: días
después, don Belianís y don Tristor divisan a los gigantes mientras descansan junto a una fuente;
pero, pese a que están en el bando enemigo, el héroe los considera buenos caballeros y no los cree
capaces de actuar con alevosía:
Y por un camino muy usado que allí abía vieron venir dos gigantes tan hermosamente
puestos que a don Belianís dio alegría mirarlos. Y luego conoció en las armas ser Bradaleón
y su hermano, que traýa Bradaleón la misma divisa que traýa quando combatieron en
Cartago, y Furibundo traýa una luna y un cavallero que ponía un pie encima, y a don Tristor
dize:
–Veys aquí los más aventajados cavalleros de nuestros henemigos, y crehedme que una
batalla que ube con uno d‘ellos me puso en el m[a]yor aprieto que me aya visto jamás. En el
comedimiento es muy ajeno de su nación.
–Ellos parecen esforçados –dixo don Tristor–, y creedme que os vienen a buscar; por esso,
subamos en nuestros cavallos.
–Poco ymporta esso –dixo don Belianís–, que no son cavalleros que nos acometerán con
ventaja (fol. 171-vº).
Pero entonces llega Belflorán y, al reconocer a Furibundo, exige saldar la cuenta que ambos
tienen pendiente. Ambos inician la batalla mientras don Belianís contempla la gesta de su hijo:
No fue gozo ygual del de Belflorán quando vio venir a Furibundo, que ninguna cosa deseaba
más que hallarse con él en tal parte que se pudiese vengar de lo que el día que le armaron
186
cavallero havían hecho; y, no dando de ver en los que a la fuente estavan sentados,
sacudiendo el braço con la lança metió el cavallo por el campo con la gracia que cuydaréys lo
haría quien en aquello jamás halló ygual. Bien le conosció su padre, y plúgole hallarse allí a
tal tiempo. Los dos hermanos, que a Belflorán vieron assí venir, no lo estimaron en nada, y
estubieron quedos esperando a que llegase. Y Bradaleón le dixo:
–Cavallero, por cortesía que no nos embaracéys una batalla que traemos en voluntad de hazer
con aquellos cavalleros de la fuente.
–No sé cómo avendrá d‘esso –dixo Belflorán–, y paréceme que no será cordura atender por
ella quien tanto desseo á tenido de toparos en tal parte.
–Pues hazedme tanto contento –dixo Bradaleón– que nos digáys quién soys, porque, si soys
tal cavallero, no será mucho dexar la batalla que ýbamos a buscar.
–No se suele pedir esso entre cavalleros –dixo Belflorán–; mas, porque veáys que no nos
haría poco gusto acavar esta batalla, sabed que me llaman Belflorán de Grecia, a quien
vossotros tenéys mal enojado porque tan sin respecto el día que fuy armado cavallero hezistes
lo que vosotros bien sabéys.
–¡O, poderosos diosses en quien creo! –dixo Furibundo–, ¿y es posible que tan gran bien en
tal parte me teníades guardado? Agora os digo que toda mi vida seré alegre.
Y sin responder palabra volvió las riendas al cavallo, tomando la parte que le convenía. Otro
tanto hizo Belflorán (fol 172-vº).
La batalla, sin embargo, no tiene un claro vencedor. Belflorán no logra derrotar a Furibundo, y
se siente furioso y avergonzado por ello. La llegada de las huestes de Salisterno pone fin al
encuentro, que ha quedado en tablas. No obstante, Belflorán vencerá al gigante días más tarde, tras
una dura y sangrienta batalla, durante la aventura del Caballero Sin Amor:
Y con estas palabras, sin le pedir vencimiento, se levantó diziendo a Furibundo que se
viniesse con él presso. Hera el gigante noble de condición y, aunque pudiera contradezirlo,
diziendo no aver sido vencido, no quiso; antes dixo que le placía (fol. 190-rº).
Nuevamente se insiste en la nobleza del gigante, equiparable a la de su hermano Bradaleón.
Previamente había dado muestras de gran cortesía cuando, antes de iniciarse la batalla, Belflorán se
muestra afectado por la presencia en las gradas de su amada Belianisa:
Tocáronse los clarines altos a señal que su enemigo estava en el campo, mas no los oyó hasta
que llegó Furibundo, que, tirando por él, le hizo bolver en sí, con un sospiro que el alma
llevava tras sí.
–¿Qué avéys avido, señor cavallero? –dixo Furibundo–. Si no estáys en dispusición de aver
batalla, quédesse, que otro día avrá lugar.
–El mal que a mí me aflige, señor Furibundo –dixo el príncipe–, no embaraça la batalla. Por
esso, hágase luego, que la muerte breve harto sería mejor que la vida penosa (fol. 189-vº).
No obstante, una vez derrotado por Belflorán, Furibundo pasará a ser un caballero más de las
huestes paganas. El propio don Belianís encarecerá su esfuerzo (―y aquel último es Furibundo el
Africano, a cuyas fuerças las de Hércules y Anteo no ygualaron‖, fol. 186-vº), señalado también por
el narrador durante la batalla de Nicoxian, en la que él y su hermano tomarán parte:
En la delantera de la cavallería, que en doze legiones venía ordenada, venían los dos
príncipes Ariobarzano y Perianeo, y con Ariobarzano toda la nación gigantea y aquellos dos
pilares del humano esfuerço: Furibundo y Bradaleón, su hermano (fol. 199-rº).
187
Belflorán y Furibundo se enfrentarán una vez más en una batalla judicial, pero el odio que se
profesaban parece haberse diluido y, una vez proclamado el final de la guerra y con la conversión de
buena parte de los reyes paganos, la rivalidad acaba por convertirse en una amistad en toda regla.
Cuando, en los últimos capítulos de la obra, los principales caballeros del relato se dirigen a los
torneos del Cayro en un ambiente de completa camaradería, ya no nos sorprende encontrar entre
ellos a los hermanos gigantes Bradaleón y Furibundo. Su condición de gigantes explica su gran
tamaño y fuerzas, pero en todo lo demás son caballeros tan heroicos como cualquier otro, y sus
hechos y hazañas se relatan con la misma admiración. Cabe destacar, por otro lado, que al finalizar la
Cuarta Parte ninguno de los dos se había convertido al cristianismo todavía.
Con estos antecedentes, por tanto, no es de extrañar que ya existan reyes gigantes sabios, justos
y corteses. Es el caso de rey Persides, aunque, cuando el autor presenta a este personaje por primera
vez, el lector tenga la sensación de que se trata de otro gigante descomedido. Tenemos noticia de él a
través de las palabras de Lisenda, una doncella cuitada:
Sabed, mi señor, que yo soy hija de un cavallero cuya es la Ínsula de la Ventura; y gozándose
él en su señorío como persona que de ninguno se recelava, aquel tan temido Persides, cuyas
nuevas por ser el más valiente jayán del universo ya avrán llegado a vuestra noticia, le embió
a rogar que tuviesse por bien de me casar con un hijo suyo, a quien él dexava otras
comarcanas ínsulas que tiene (fol. 265-rº).
Tras la negativa de la muchacha, Persides declara la guerra al señor de la Isla de la Ventura, y
Lisenda escapa para solicitar en la corte la ayuda de algún caballero que defienda su causa. Belflorán
se ofrece a acompañarla hasta la Isla de la Ventura, donde el padre de la joven se halla sitiado en su
propio castillo. Por el camino conocerán a Rindaro, un apuesto y valiente caballero de quien Lisenda
se enamora perdidamente, sin saber que es nada menos que el hijo del rey Persides, con quien este
pretendía casarla:
Quitáronle el arnés, mirándole a todas partes; y, como las congojas durassen, gran pessar
tenía, que el cavallero era muy hermoso de rostro y dava mayor pena a los que le miravan su
daño, tanto que la hermosa Lisenda fue gravemente encendida de sus amores, pareciéndole,
como era verdad, que ella no uviesse visto, después de Belflorán, otro más gentil cavallero.
Gran exemplo para esta maldita locura de los amores, porque sabed que este cavallero era el
valentíssimo Rindaro de Hibernia, hijo del gigante Persides, con quien Lisenda no se quería
casar, y por quien su padre en tanto aprieto estava; que, no le aviendo ella antes visto, sin
saber si le estava bien o mal el casamiento, con tantas importunaciones le aborreciera, siendo
para ella y otra qualquier princesa muy conveniente casamiento (fol. 268-rº).
Vemos cómo Fernández le da la vuelta al tópico del gigante que pretende desposar a una
doncella. En este caso, el hijo del gigante no es un gigante, o al menos no se lo describe como tal. Y
no obra mal al pretenderla, sino que es ella quien se muestra poco razonable al rechazar la propuesta
―sin saber si le estava bien o mal‖.
188
Llegados a la isla, se ven obligados a pasar por los dominios del gigante Leonidar, hermano de
Persides, que exige a todo el que pasa por allí que apoye al rey gigante en su demanda contra el
padre de Lisenda. El joven Rindaro, visiblemente incómodo ante el comportamiento de su tío, poco
cortés y probablemente hasta anacrónico, se siente obligado a acometer la aventura, ya que está ―más
rendido a los amores de Lisenda que a la amistad de sus parientes‖ (fol. 268-vº). Naturalmente,
Rindaro vence en la batalla, y Leonidar acepta la derrota, aunque de mala gana.
Más tarde, el propio rey Persides se encontrará con los héroes, concretamente con Belflorán,
que se ha quedado dormido. El rey gigante, en lugar de prender al caballero, lo observa con
curiosidad, admirado de su apostura. Cuando Belflorán despierta, lo saluda con gran cortesía:
Belflorán recordó y, viendo al rey y sus cavalleros, se puso en pie; haziéndoles su
acatamiento, les dize:
–Señores, el calor del día y la mala noche passada me combidaron a dormir; si mandáys
alguna cosa, vedlo, porque me conviene partir de aquí.
–Vuestra gentil dispusición –dixo el rey– nos detuvo por veros y dar gracias a quien sobre
todos en vos quiso mostrar la fuerça de su poder. Y, si alguna necesidad tenéys de nosotros,
vedlo, que con toda voluntad será hecho.
–Yo lo tengo en la merced posible –dixo Belflorán–, y a Dios quedéys encomendados, que
mi escudero me da priessa.
Entonces cavalgó en su cavallo sin poner pie en el estribo; y, poniéndose el yelmo, arrojó el
escudo a las espaldas, tomó la lança en la mano con tanta gracia que al rey sacó de su acuerdo
y, a toda priessa, se metió por el monte en seguimiento de Balisán.
–No me ayude Dios –dixo el rey Persides–, si tengo de dexar de ver el fin d‘esta aventura,
que sin duda este es el príncipe griego que dexistes, que tal ayre y meneos de cavallero a él
solo es otorgado (fol. 270-vº).
Belflorán corre a rescatar a Lisenda, que ha sido capturada precisamente por una tropa de
caballeros del rey Persides. El gigante, intrigado, lo sigue y observa desde lejos el vencimiento de su
propia gente. No castiga por ello a Belflorán, sino que opta por interrogarlo acerca de sus
motivaciones:
Persides llevava un venablo en la mano y, aunque con él pudiera herir a Belflorán, no lo hizo,
antes dexándose caer en el suelo, poniendo mano a su espada, dize:
–Cierto, cavallero, si la destruición que en mi gente avéys hecho yo uviesse de vengar, justo
fuera que os mandara matar; mas vuestro valor me obliga a husar de toda cortesía. Por esso,
si la razón que avéys tenido de combatir es justa, dezídmela, porque os dexaré hir libremente,
y, si no lo es, yo quiero que conmigo solo ayáys la batalla.
–¿Soys vos –dixo Belflorán– el rey Persides, o alguno de sus capitanes?
–Yo soy el rey –respondió Persides.
–Pues a tan buen cavallero como vos –dixo Belflorán–, razón sería darle la qüenta que pide.
Agora sabed que algunos de estos cavalleros nos tomaron sin que lo sintiéssemos una
donzella nuestra, y contra su voluntad la traýan; y nosotros por librarla, y ellos por favorecer
a sus compañeros, á sucedido lo que avéys visto. Y estoy maravillado de un tal rey como vos
consentir en sus cavalleros semejantes fuerças.
–Cavalleros –dixo el rey–, si vosotros me supiéssedes dezir quiénes fueron en tomaros la
donzella, yo los mandaría muy bien castigar, que ninguna cosa más me desagrada que hazer
fuerças, mayormente a donzellas (fol. 271).
Una vez aclarado esto, Belflorán le exige que abandone sus pretensiones sobre Lisenda, pero el
189
rey insiste en que el acuerdo beneficiaría a la joven, por lo que se niega a claudicar:
y aora sepamos qué es la causa que quieres hazer casar por fuerça a Lisenda con tu hijo, y
sobre ello les has tomado sus tierras.
–No pienso –dixo el rey– que en esso le hago fuerça, pues conocido está que el casamiento le
viene a ella muy bien, y no tiene otra falta más de aver yo rogado con aquello que ellos me
devieran rogar a mí.
–Como quiera que sea contra su voluntad –dixo Belflorán–, es fuerça, y Lisenda me á
otorgado que por ella haga la batalla. Por esso, mira si queréys que sea agora o mañana, o
dexarte de la empressa començada, que te sería mejor contado.
–Si no huviesse visto tu alto valor –dixo Persides–, no fuera mucho dexarme de la demanda
de Lisenda, que de su porfía estoy muy enojado. Mas agora seríame contado a covardía (fol.
171-vº).
Sin embargo, la batalla no llegará a producirse, porque Rindaro intervendrá para darse a
conocer, y Lisenda no se opondrá ya al casamiento.
Los hechos, por tanto, dan la razón al rey Persides. No obstante, su forma de hacer justicia, que
recuerda a la del gigante Goraxes antes de su conversión, nos remite de nuevo a la soberbia de los
jayanes y a sus costumbres brutales, que conservan incluso cuando sus motivaciones podrían
considerarse legítimas en cierto modo. Es Rindaro, el hijo del jayán, que no es, sin embargo, gigante,
quien logra su objetivo sin necesidad de utilizar la fuerza: al acudir al encuentro de Lisenda y
cortejarla sin darse a conocer, obtiene primero su corazón y después su mano, triunfando allí donde
su padre ha fracasado.
Vemos, por tanto, que la figura del jayán cobra en el Belianís de Grecia múltiples matices, más
allá de la criatura descomunal, jactanciosa y sanguinaria que el tópico nos ha legado.
4. 3. Monstruos y seres fantásticos
Si bien los gigantes aún presentan una gran similitud con los seres humanos, con frecuencia
los caballeros han de enfrentarse a lo sobrenatural encarnado en monstruos diabólicos, a menudo
híbridos, mezcla de diferentes criaturas cuya descripción varía según la fértil imaginación de los
autores. Así, ―la lucha contra un animal monstruoso, mítico o extraño acaba convertida en uno de los
elementos básicos en la preparación del caballero andante, en una aventura cargada de motivos
folclóricos
y a la vez fantástica por el carácter sobrenatural o maravilloso de los seres que
intervienen‖ (Bueno y Cortijo, 2010: lix). En sus inicios, el monstruo representaba lo diabólico, pero
con el tiempo fue perdiendo ese simbolismo para ser un mero introductor de la aventura fantástica
(Sales, 2004: 122). Marín Pina, por su parte, señala la relación existente entre los monstruos
caballerescos y la afición renacentista por los libros de prodigios y los mirabilia descritos en la
literatura de viajes (1993: 27).
No obstante, la mayor parte de la crítica parece conforme en señalar al Endriago del Amadís
de Gaula como el antecedente directo de buena parte de los monstruos que aparecen en textos
190
posteriores337.
El episodio del Endriago se relata en el capítulo LXXIII del Amadís, en el que el héroe arriba
a la Ínsola del Diablo, cuyos habitantes le cuentan que el monstruo que allí habita es fruto del amor
incestuoso entre dos gigantes338. Se lo describe de la siguiente manera:
Tenía el cuerpo y el rostro cubierto de pelo, y encima havía conchas sobrepuestas unas sobre
otras tan fuertes que ninguna arma las podía passar, y las piernas y pies eran muy gruessos y
rezios. Y encima de los ombros havía alas tan grandes que fasta los pies le cubrían, y no de
péndolas, mas de un cuero negro como la pez, luziente, velloso, tan fuerte que ninguna arma
las podía empeçer, con las quales se cubría como lo ficiesse un hombre con un escudo. Y
debaxo dellas le salían braços muy fuertes assí como de león, todos cubiertos de conchas más
menudas que las del cuerpo, y las manos havía de fechura de águila con cinco dedos, y las
uñas tan fuertes y tan grandes que en el mundo podía ser cosa tan fuerte que entre ellas
entrasse que luego no fuesse desfecha. Dientes tenía dos en cada una de las quixadas, tan
fuertes y tan largos que de la boca un codo le salían, y los ojos, grandes y redondos,, muy
bermejos, assí que de muy lueñe, siendo de noche, eran vistos y todas las gentes huían dél
(Amadís, ed. cit, vol. II, p. 1132-1133).
La derrota de este monstruo por parte del héroe implica su victoria contra lo diabólico y lo
ultraterreno, además de suponer una gran hazaña que lo coloca por encima de todos los caballeros de
su tiempo y le abre de par en par las puertas de la corte. El monstruo híbrido, además, tiene
características que lo acercan al dragón, criatura mítica presente en muchas iniciaciones heroicas,
imagen del caos y del lado oscuro de la personalidad, símbolo del mal que sucumbe ante el bien y
enemigo de santos guerreros como San Jorge (Eslava Galán, 1989).
No es de extrañar, pues, que en los libros de caballerías se reproduzca la lucha del héroe
contra un monstruo, a menudo serpiente o dragón, y a veces también influenciado por el Endriago
amadisiano.
Los caballeros de la Tercera y quarta parte, además de luchar, como hemos visto, contra
magos y gigantes, también se enfrentan a veces a caballeros encantados, centauros de la isla
Sagitaria, bestias feroces y horrendos vestiglos. No obstante, el monstruo más temible de todos es el
dragón del templo de Amón, que será derrotado solo en parte por don Belianís, y cuyo vencimiento
definitivo tendrá que aguardar a la llegada del nuevo héroe, Belflorán.
Este dragón se encuentra en una huerta donde se dice que también se halla preso Cupido. Es
un jardín muy agradable, pero nadie osa adentrarse en él debido a la presencia del monstruo, que
tiene un aspecto aterrador:
337
Para un análisis detallado de la huella del Endriago en otros libros de caballerías, véase Martín Romero,
2010a.
338
Este punto está relacionado con la creencia de que las uniones incestuosas engendraban descendencia
deforme o monstruosa, aunque existen también otros factores: ―Según Ambroise Paré, el monstruo híbrido
aparecía por causas humanas, divinas o diabólicas. En muchos casos nace de uniones contrarias a la naturaleza,
de ahí que, por ejemplo, el Endriago amadisiano sea fruto del amor incestuoso entre gigantes (...). De uniones
contrarias a la naturaleza (como del animal salvaje y una mujer) nacieron, según Plinio, razas monstruosas
como los patagones, de los que nos da noticia el citado Primaleón. A veces, estas criaturas eran interpretadas
como obra del diablo, al que se atribuía su capacidad para engendrar monstruos‖ (Rubio Tovar, 2006: 138).
191
Entonces de la ventana colgaron una capa, haziendo señas con ella como quien llama al toro
en la plaça, y a la hora se oyó dentro un temeroso silvo, y tras él grande ruydo. Estuvieron
muy atentos por ver qué sería, y vieron de entre los árboles salir un animal, el más espantoso
que jamás los nascidos huviessen visto. Dame pavor escrivir sus faciones y manera como el
sabio Fristón, y de buena voluntad passaré las dos partes d‘ellas. Él hera tan grande como un
carro, tenía alas como dragón, grandes y muy tendidas, con las quales, aunque no bolase, era
tan ligero como el viento. Tenía disforme cabeça y boca; cupiera por ella un cavallero
armado. Tenía ella grandes dientes y colmillos, agudos como unas puntas de azero; en el
medio de la frente un cuerno como unicornio, con el qual hazía el mayor daño; tenía los
braços no muy largos, mas muy gruessos; las uñas, tajantes como navajas y poco menores
cada una que una espada; los ojos espantosos, con unos sobrecejos de pelos en ellos que le
hazían espantable; la cola muy larga, con la qual hiziera pedaços un árbol si le topara (fol.
123-vº).
Algunos elementos de esta descripción evocan al Endriago, si bien le falta ese elemento
humano que requiere para ser considerado ―híbrido‖ (Marín Pina, 1993: 28); pero, por si acaso el
lector no ha hecho todavía la asociación, el autor se encargará de recordarle nada sutilmente la
existencia del monstruo amadisiano:
De aquesta suerte acabó don Belianís el más estraño hecho que jamás fue en memoria de los
mortales, sin herida ninguna. Acuérdome aver leýdo en los anales griegos un cavallero en la
Ínsula del Diablo haver muerto un temeroso animal llamado Endriago, de que ellos hazen
mucho caso, que al respecto de este es una cosa de ayre (fol. 124-vº).
El dragón del templo de Amón no es fruto del incesto, sino que fue llevado hasta allí por la
magia del sabio Salamaris. No obstante, sí se menciona un amor prohibido en la historia del mago:
que Salamaris, rey de Palestina, que gran sabidor de encantamentos hera, haviendo sido
perdido de los amores de una su hermana, vino a esta casa a buscar su remedio, porque en
esta huerta está el que llaman Cupido, el dios de los amores; donde, después de entrado, no
solamente no quiso remediarle, pero aún no le quiso hablar. Y a causa con sus artes, enojado,
traxo de partes estrañas este animal, el qual él devió de encantar, de suerte que no hiziesse
más de guardar que nadie entrasse en esta huerta (fol. 123-vº).
Ante los gritos de espanto de los presentes, don Belianís decide saltar a la huerta para acabar
con el ―diabólico animal‖339. Lo consigue gracias a la intervención de Dolisena, que salta tras él para
distraer al dragón, arriesgando así su propia vida por amor. No obstante, ambos caen en un
encantamiento que solo terminará cuando el sabio Merlín acuda a rescatarlos.
Llegados a este punto, el lector da por sentado que el héroe ha acabado con su Endriago
particular. Sin embargo, muchos años más tarde la bestia volverá a aparecer por arte de magia para
probar también a Belflorán:
339
Cacho Blecua señala que, en el episodio del Endriago, también Amadís ―va en busca de la aventura, no
accede a ella de modo casual. El azar ha intervenido en la tormenta cuando los ha hecho encallar en la Ínsola
del Diablo, pero nuestro héroe no tenía ninguna necesidad de enfrentarse al Endriago. Se trata de una de las
aventuras más fantásticas y gratuitas de todo el libro, respecto a la acción desinteresada del héroe, no por sus
consecuencias‖ (1979: 281).
192
Mas vieron una estrañeza no pensada, que una pared del encantado palacio se quitó, y vieron
entrar por la huerta un dragón, el más bravo que jamás se uviesse oýdo. Por algunos de los
que en la sala estavan fue conoscido ser el que don Belianís matara en el templo de Amón, y
el conde de Gariano a todos dize que se asosieguen. Por la parte que el encantado palacio se
abrió parecieron unas hermosas redes de plata, en las quales se mostró Cupido presso en la
misma forma que lo estava en la huerta del templo de Amón, con sus castillos y vanderas. Y
todo estava al natural como aquello, ecepto qu‘el disforme drag(r)ón estava a la baxada de
unas escaleras que a la huerta yvan, y era tan espantoso que todas las damas, por no ver cosa
tan fiera, cerrando los ojos, cada una se abraçó con el cavallero que más junto halló, de que a
ellos no les pessó punto. Mas el animal paró allí, y las escaleras vieron subir quatro donzellas
vestidas maravillosamente a la forma de Egipto; las quales fueron derechas para donde la
princesa Florisbella estava y, hincando las rodillas, muy alto, que todos lo oyeron, dixeron:
–Soberana princesa: porque vos sola soys a quien Cupido contino ha mostrado los favores de
su casa, no permitiendo que jamás os aya sido echo agravio alguno, á acordado de pediros
que procuréys su libertad, poniendo a ello todo lo demás de vuestro poder, porque os haze
saber que él estará allí presso hasta tanto que se halle otra tan valerosa determinación como la
de Dolisena, y otro tan valiente y leal cavallero como don Belianís. Y para que cada uno vea
a lo que se atreve, aquí lo veréis representado (fol. 212-rº).
No parece casual que Cupido siga preso; significa que, pese a la valerosa acción de don
Belianís y Dolisena y la ―muerte‖ primera del dragón, el encantamiento no ha finalizado. Esto se
debe a que don Belianís no acometió la aventura con su verdadero amor: Florisbella.
A diferencia de don Belianís, Belflorán no se enfrenta al monstruo inmediatamente. En
realidad, la actividad de la corte continúa como si el dragón no se encontrase allí, porque los
caballeros han decidido que lucharán contra él al día siguiente. Mientras tanto, el emperador atiende
la demanda de Soriano de Trebento y se inicia un duelo judicial.
Hasta tal punto se han olvidado de este dragón, más terrible que el Endriago, que los
combatientes se acercan a él sin darse cuenta; es entonces cuando el monstruo reacciona y ataca,
matando a los guardias y encerrando a varios caballeros y damas en la huerta que ha aparecido allí
mágicamente. Belflorán acomete entonces la aventura, a pesar de las súplicas de Belianisa; y,
paralelamente a lo que ya sucediera entre don Belianís y Dolisena, la princesa le entrega su espada,
que ha dejado atrás, y finalmente acude en su socorro. En este caso, su intervención será más
drástica, puesto que no solamente debe arriesgar su vida para salvar a su amado, sino que las
instrucciones escritas sobre un padrón le piden específicamente que se suicide por él, cosa que ella
hace sin dudar:
Mas a esta hora se sonó un ruydo tan grande que todos aquellos edeficios parecieron
hundirse, porque la linda Belianisa, arrojándose sobre la daga, puso fin a aquellos
encantamentos, y todos se hallaron en la huerta, desapareciendo el animal y tronos del dios
de amor (fol. 216-rº).
La intervención directa de la amada en ambos enfrentamientos contra el dragón del templo
de Amón se entiende si volvemos al modelo: el Endriago. Como ya apuntara Cacho Blecua, Amadís
y Oriana representan el amor puro y perfecto frente al incesto que engendró al monstruo. Por tal
193
motivo Amadís tiene siempre en mente a su amada durante la lucha, invoca su nombre y evoca su
presencia hasta el punto actuar como si ella se hallase allí mismo, lo que lo obliga a ―defenderla‖ de
la criatura que los amenaza a ambos. Así, ―si el amor tiene como consecuencia una mayor
potenciación de determinadas cualidades, en nuestra novela confiere un mayor arrojo al enamorado
para enfrentarse a cualquier peligro‖ (Cacho Blecua, 1979: 284). Por tanto, Amadís logra vencer al
Endriago solo gracias a la ―ayuda‖ de Oriana, y del mismo modo será derrotado el dragón del templo
de Amón en dos ocasiones. A diferencia de lo que sucede en el episodio amadisiano, donde la
dicotomía entre amor puro y amor incestuoso estaba equilibrada, en el Belianís el tema del incesto
solamente se insinúa, mientras que la presencia de la amada en el combate se vuelve física y real.
Con todo, y pese al sacrificio de Dolisena, el amor unilateral no basta para vencer a la bestia, y es por
eso por lo que Belflorán debe acometer de nuevo la aventura que su padre no finalizó correctamente;
es interesante comprobar que en ambas ocasiones la sola presencia de la dama no es suficiente para
que el monstruo sea derrotado: ella tiene que intervenir de forma activa, entregar el arma al héroe o
incluso salvarle la vida. De este modo, la amada deja de ser una figura pasiva evocada desde la
distancia para convertirse en ayudante directa del héroe, mostrándose como un modelo de arrojo y
valentía, en el caso de Dolisena, o de abnegación y sacrificio, en el caso de Belianisa.
Una vez vencido el dragón por la pareja correcta, el encantamiento finaliza y todo vuelve a
su lugar: Cupido se libera de sus cadenas, Belflorán vuelve mágicamente a la vida y don Belianís
descubre que, años atrás, estuvo en esa huerta con Dolisena y no con Florisbella, con lo que la
princesa de Garamantes puede confesar por fin que Dolistor y Polisteo son los hijos que engendraron
ambos en aquella ocasión.
La lucha contra el dragón, que tradicionalmente era un rito de iniciación heroico, se ha
transformado aquí en una ordalía amorosa, en la que el caballero no solamente debe demostrar sus
dotes guerreras, sino también la pureza de su amor.
194
CRITERIOS DE LA PRESENTE EDICIÓN
Hasta la fecha no existe ninguna edición crítica del Belianís de Grecia, partes III y IV, de
Jerónimo Fernández, impreso en Burgos, 1579, por Pedro de Santillana. Para la presente edición
hemos utilizado el ejemplar de la Biblioteca Universitaria de Valencia (sig. R-1/150), al cual le falta
la hoja del prólogo y el folio 83, a los que accedemos a través de una copia digitalizada del ejemplar
conservado en la British Library (sig. G.10261).
La transcripción de la obra se ha hecho en base a los criterios que siguen:
-Acentuación, puntuación y mayúsculas, según la normativa actual de la RAE.
-Desarrollo de las abreviaturas.
-La transcripción reproduce con fidelidad el vocalismo y consonantismo del texto,
respetando la vacilación ortotipográfica; se corrigen los casos que parecen claramente erratas
tipográficas, colocando la corrección entre corchetes y el texto original en nota a pie de
página.
-Transcripción de la s alta como s normal.
-Regularización del uso de las grafías: u/v, i/j, según presenten un valor vocálico o
consonántico.
-Conservamos grupos consonánticos cultos: -ct-, -ch-, -ss-…
-Separación palabras aglutinadas mediante el uso del apóstrofe.
-Unión al verbo de los pronombres clíticos que aparecen separados de él en el original.
-Unión de algunas palabras que en el original están separadas, según el uso actual, para una
mayor transparencia y comprensión del texto: aunque por aun que, demás por de más, etc.
-En algunos casos, introducción, entre corchetes, de algunas grafías que faltan, para una
mejor comprensión del texto. Ej: entr’ambos por entramos. En la mayor parte de estos
casos, se indica a pie de página la palabra tal y como estaba en el original.
-Inclusión entre paréntesis de grafías sobrantes o repetidas.
-Utilización de minúscula inicial para títulos nobiliarios que en el texto aparecen en
mayúscula (rey, emperador, soldán…). Se emplea, en cambio, mayúscula inicial en los
sobrenombres de los personajes (Caballero de los Basiliscos…). Personajes como el Amor o
la Fortuna aparecen con mayúscula cuando intervienen como personajes en el relato o bien
cuando, al mencionárselos, se habla de ellos como seres racionales y no como abstracciones.
195
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212
IV. EDICIÓN CRÍTICA
213
214
215
216
/[1-rº]340/ Tercera y quarta parte del imbencible príncipe don Belianís de Grecia, en que
se cuenta la libertad de las princessas que de Babilonia fueron llevadas, con el
nascimiento y hazañas del no menos valeroso príncipe Belflorán de Grecia, su hijo.
Impresso en Burgos por Pedro de Santillana en este año de 1579.
Con licencia y Previlegio Real.
Tassado por los señores de su real Consejo.
[/1-vº/]Licencia
Don Philippe, por la gracia de Dios Rey de Castilla, de León, de Aragón, de las dos Secilias,
de Hierusalem, de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorcas, de Sevilla,
de Cerdeña, de Córdova, de Córçega, de Murcia, de Jaén, conde de Flandes y de Tirol, etc. Por
quanto por parte de vos, Andrés Fernández, vezino de la ciudad de Burgos, nos fue hecha relación,
diciendo que el licenciado Hernández, vuestro hermano difunto, abogado que fue en esta nuestra
consejo, avía compuesto la historia que dezían de don Belianís de Grecia, que hera muy útil y preciso
y bien para la cavallería y cosas de guerra, y tenía avisos muy necessarios para bien haber a los que
no tienen experiencia, y por nos se le avía dado licencia para imprimir la primera y segunda parte; y
hera assí qu‘el dicho licenciado con mucho travajo avía acavado la tercera y quarta parte, que no hera
de menos effecto que las demás, suplicándonos hos mandássemos dar licencia para poder imprimir la
tercera y quarta parte y previlegio por diez mil, o como la nuestra merced fuesse; lo qual, visto por
los del nuestro consejo, por quanto en el dicho libro se hizo la diligencia que la pregmática por nos
agora nuevamente sobre lo susodicho fecha dispone. Fue acordado que devíamos mandar dar esta
nuestra carta para vos en la dicha razón, y nos tuvímoslo por bien. Por la qual damos licencia y
facultad a qualquier impressor d‘estos nuestros reynos para que por esta vez pueda imprimir los
dichos libros tercera y quarta parte, sin que por ello cayga ni incurra en pena alguna, y mandamos
que la dicha impressión se haga por los dichos libros originales, que va rubricada cada plana y
firmada al fin d‘ellos de Alonso de Vallejo, nuestro escrivano de cámara, y uno de los que en el
nuestro consejo residen, y después de impressos no se puedan vender ni vendan sin que primero se
trayan al nuestro consejo, juntamente con el original, para que se vea si la dicha impressión está
conforme al original, y se tase en lo que cada volumen se ha de vender, so pena de caer y incurrir en
las penas contenidas en la dicha pregmática y leyes de nuestros reynos; y no fagades ende ál, so las
dichas penas y más de la nuestra merced, y de diez mil maravedís para la nuestra cámara; so la qual
mandamos a qualquier escrivano vos la notefique y dé testimonio d‘ello, porque nos sepamos cómo
340
El folio del título y el del prólogo faltan en el ejemplar de la Biblioteca de Valencia; transcribimos de la
copia en CD del ejemplar de British Library.
217
se cumple nuestro mandado. Dada en Madrid, a cinco días del mes de março de mil y quinientos y
setenta y ocho años.
El licenciado Fuenmayor. El doctor Francisco Hernández de Liébana. El doctor Francisco de
Villasañe. El licenciado Contreras. El doctor don Ýñigo de Cardenaspata. El doctor Aguilera. El
licenciado Luys Tello Maldonado.
Yo, Alonso de Vallejo, escrivano de cámara de Su Magestad, la fize escrevir por su mandado
con acuerdo de los de su consejo, etcétera.
Registrada Gorge de Olal de Vergara, chanciller. Gorge de Olal de Vergara. Secretario
Vallejo.
/2-rº/
Prólogo341
Dirigido al muy illustre señor licenciado Fuenmayor, cavallero de la Orden de Sanctiago, del
Consejo Real y Cámara de Su Magestad, mi señor.
Muy Illustre Se[ñ]or342:
No podrá el sentido humano algún corto ingenio contentar sin passar por mil travesses tales
que trayan a punto de perderse el principal intento y estilo d‘esta historia, quanto más el de Vuestra
Merced, que por espejo entre los mortales es tenido, pero aver agradado tanto a la magestad de
Carlos Quinto, invictíssimo emperador y señor nuestro la Primera y Segunda Parte, que gustó de
oýrla diversas vezes, dio causa a qu‘el auctor, que fue el licenciado Fernández, mi hermano,
escriviesse también Tercera y Quarta, y a mi ánimo y atrebimiento para la dirixir y presentar a
Vuestra Merced, como a quien tan justamente pertenece por ser cavallero y letrado tan sublime en
todo que obligó a la magestad del Sustentador de la Fee, monarcha universal, cuyo nombre con tanta
razón por todas las naciones es temido –Don Felipe Segundo, rey de España y señor nuestro– a
querer fuesse Vuestra Merced el primero en sus muy altos Consejos de Justicia, Cámara, Guerra y
Hazienda. Y, pues esto está tan conoscido, será por demás meter la mano en el pedir perdón de las
faltas, ni en el offrecimiento del pequeño servicio, pues yo de mi parte no tengo más que dar. Y
Vuestra Merced conoscerá de la suya que propriamente no se puede dezir yerro el que se causa con
voluntad de servir. En esta hystoria se verán muchos avisos, traças y artificios para la guerra,
admirables razones y sentencias, por donde muestra no solo a los de muy altos y claros juyzios, pero
aún a los de muy vastos y groseros entendimientos la obligación que tienen los príncipes y cavalleros
341
La hoja del prólogo falta en el ejemplar de la Biblioteca Valenciana. La transcribimos por la copia en CD
del ejemplar de la British Library.
342
Seũor.
218
y todo género de personas, assí para lo que toca a su salvación como para su honor y de sus hijos y
descendientes, de preciarse de servir lealmente hasta la muerte a su rey; de que por nuestros
peccados en las estrañas naciones, aunque vassallos de Su Magestad, al presente ay tanta falta que
para sola su confussión a muchos días, si antes se me huviera dado licencia, la huviera echo
imprimir, teniendo desde el principio intención para su auctoridad, valor y seguridad, de la pólbora
de las cortadoras y arpadoras lenguas, ponerla como al presente la pongo, debaxo del tan seguro
amparo de Vuestra Merced, cuya muy illustre persona guarde el soberano Señor con la felicidad que
este menor criado de Vuestra Merced dessea.
219
3. TERCERA PARTE
/3-rº/ Aquí comiença la Tercera Parte del valeroso príncipe don Belianís de Grecia, en que se
cuentan muchas y diversas aventuras, con la libertad de las princesas que de Babilonia fueron
llevadas.
Capítulo primero: Cómo los príncipes don Belianís de Grecia y Ariobarçano de Tartaria
entraron en el imperio de Alemania.
Cuenta la segunda parte d‘esta historia que en seguimiento de las princesas que de Babilonia
fueron llevadas se partieron muchos príncipes y cavalleros, y que los tan altos y valerosos príncipes y
competidores don Belianís de Grecia y Ariobarçano de Tartaria se partieron juntos. Pues agora sabed
que en sus coraçones la amistad avía echo tal mudança que desseava tanto Ariobarçano el
contentamiento de don Belianís quanto antes el contrario con tantos rompimientos desseara.
Metiéronse en el mar solos con sus escuderos, sin certinidad alguna de su camino, con tanto pesar
por la pérdida de las princesas que ni sabían a qué parte guiaban ni, aunque lo supieran, d‘ello
tuvieran cuydado alguno; mayormente don Belianís, que, acordándosele en qué punto estuvo su
contento, no vía cosa que doblada pena no le causasse, y aunque llevava parte su altivo coraçón con
el pensamiento de su vengança, pareciéndole que no podía su señora estar en parte tan fuerte donde
él no la huviesse en su poder, y procurava dissimular su pena porque Ariobarçano no lo sintiesse, no
pudo tanto que, una noche qu‘el mar se mostrava sossegado, bullendo sus ondas con la templança de
sus ayres, no se levantase de su lecho y, sintiendo el sosiego que la mar tenía y el poco reposo de que
su alma goçava, echándose de pechos sobre el castillo de popa, olbidado de las grandes cosas que
con tanta honrra acabara, con voz baxa porque de los marineros no fuesse oýdo, començó a quexarse,
contando la mayor parte de sus desventuras, jurando y prometiendo de dar la muerte a Perianeo y al
máxico Fristón, de quien estas cossas tenía entendido procedían. No pudo esto ser tan secreto que,
aviéndose levantado el príncipe de los tártaros, no le oyesse, y aunque él tuviesse el coraçón tan
rendido a Florisbella como esta historia á echo relación, su virtud y el amor que a don Belianís
cobrara le causaron gran lástima de su pena; y, estimando más su amistad que otro qualquier
interese, le dixo:
–¿Qué es esto, señor, que a tal ora hos avéys levantado a mirar esta mar, que vuestros
pensamientos siempre son tan estendidos que en ellos donde quiera os pudiérades ocupar?
–Antes son tan apretados –respondió el príncipe, pesándole de aver sido oýdo– que creo,
conforme a la pena que me causan, presto me consumirán la vida, y por entretenerla estava mirando
estas espaciosas aguas que la vuestra merced dize.
–Agora es tiempo, valeroso príncipe –respondió Ariobarçano– de dexar essos pensamientos,
220
que de ninguna cosa sirven, sino de lastimaros, y procurad la libertad de la princesa; y aunque,
conoscido vuestro alto valor, del mío aya tan poca necessidad, yo os prometo a fee de cavallero de
no dexar de passar por qualquier peligroso trançe que se offrezca, aunque sobre ello la pérdida de
mis estados y aun la muerte me sobrevenga, hasta que ayáys en vuestro poder a la princesa; que,
aunque ayáys visto tantos y tan grandes rompimientos como a su causa he passado, /3-vº/ no dexo de
conocer que, como cosa a vos devida, es justo todos tengamos paciencia, y aún a Florisbella se le
haría agravio en darle otro menor merecimiento que el vuestro.
Muy agradado quedó don Belianís de las palabras de Ariobarçano y, conosciendo ser dichas
con ánimo generoso, le abraça, diziendo:
–No podéys, señor, dexar de ser por vuestra persona el que es notorio soys por estado,
porque el poderoso Señor, que quiso criaros para tan gran subcessión, no avía de dexar de dotaros de
aquello de que para su governación teníades necessidad, por donde cuento por arto más dichosos los
vasallos a quien de tal señor se les permite gozar, que a vos, que de tanto señorío fuystes abastado,
para cuyo remate avéys querido conmigo ganar esta gloria, dexándome, aunque en la obligación que
yo antes estava, de tal suerte que conozco no ser parte para servirlo jamás.
Y con esto, tornándose a abraçar de nuevo, quedó entre ellos confirmada amistad que
algunos años duró. Y platicando en estas cosas y otras semejantes colaron gran parte del mar, hasta
tanto que, bolviéndose el tiempo con contraria fortuna de la mar, corrieron tormenta muchos días,
quando, amansándose los ayres, se hallaron al pie de una tierra al parecer f[ru]tífera343 y fresca. Y
aviendo tomado puerto y haziendo sacar sus cavallos, se metieron por ella adentro, aviendo dicho a
los marineros que hasta ver su mandado allí los atendiessen. Y a poco tiempo descubrieron muchos
castillos, torres y chapiteles y otros hermosos edificios, tan hermosos de mirar que, ocupados en su
vista, alguna alegría les causava para no sentir tanto la pena de sus coraçones.
–Hermosa tierra es esta –dixo don Belianís.
–Nunca vi otra mejor –dixo Ariobarçano–, y creedme que sin duda estamos en tierra de
christianos, que los moros no son tan aplicados a estas cosas; y aun, si no me engaño, esto es tierra
de Alemania, que a mí se me acuerda haver estado otra vez por aquí quando en Grecia fuy por vos
librado de la muerte.
–No me pesaría a mí d‘esso –dixo don Belianís–, que mucho desseo he tenido de ver esta
tierra, donde me dizen ser la gente muy exercitada en la guerra; y, si el embaraço de la pena de mi
coraçón no estuviera de por medio, no dexara de andar la mayor parte d‘ella y de los romanos, con
quien a la continua no les faltan differencias.
–Poco es el detenimiento que en esso se puede causar –dezía Ariobarçano, quando por el
camino que ellos yvan para sí vieron venir dos donzellas y quatro cavalleros, todos con sobreseñales
343
furtifera.
221
de luto. Entre sí traýan unas andas cubiertas de terciopelo negro. Venían las donzellas haziendo gran
duelo, como aquellas que en sus coraçones traýan no pequeña lástima, y como con ellos
emparexassen, Ariobarçano preguntó al uno d‘ellos qué era la causa porque de aquella suerte
caminavan.
–Bien creo –respondió–, señor cavallero, avréys oýdo cómo el príncipe don Daristeo está
penado por la princesa, nuestra señora, y cómo, desdeñando ella su amor, le haze hazer mil
desatinos, hasta tanto que agora defiende otra locura no menor que las passadas, diziendo que ningún
cavallero merece como él ser de su dama faborescido; y, aunque él es muy estimado, haze las cosas
tan a su ventaja que le haze perder mucho de su honor, porque tiene consigo quatro hermanos
bastardos que su padre huvo en una muger de linaje de jayanes, hija de aquel valiente Balurdán que
en el imperio griego fue muerto344, con los quales primero á de hazer batalla el cavallero que con él
huviere de combatir; donde hasta agora han sido muertos y vencidos tantos que es gran pérdida,
como le acaesció al príncipe de Dinamarcha, que es este que con nosotros llevamos, que, haviendo
vençido a Menoriano, uno de los quatro hermanos, fue muerto de un solo golpe por el despiadado
Lastorel; y creedme, señores, que es gran lástima, porque era un príncipe sin ygual, y en cuya muerte
se pierde mucho.
–¿Cómo no impide esso el emperador? –dixo don Belianís.
–No es en su mano –dixo el cavallero–, porque él dio licencia a don Daristeo, no pensando
que tanto mal se siguiera.
–Si queréys bolver con nosotros –dixo don Belianís– bien podréys, /4-rº/ que a la ventura
llevaréys algún contento, que muchos cavalleros ay por el mundo que con razón debrían de ser más
favorescidos que don Daristeo, y son tratados con no pequeño rigor.
–A la mano de Dios vays –dixo el cavallero–, que nosotros no queremos bolver, ni aún
tenemos a cordura que nadie con tal ventaja quiera hazer batalla.
Y con esto passaron los unos por los otros, haviendo dicho que al emper[a]dor345 hallarían en
Colonia, y que otro día podrían llegar a buen tiempo.
–Paréceme –dixo Ariobarçano– que offrecido se nos ha causa por donde no saldremos tan
presto de Alemania como pensábamos.
Y caminaron hasta la noche, que albergaron en casa de un f(l)orastero, y informándose que
hasta Colonia havría seys millas, levantándose de mañana, caminaron para allá; y como el sol y las
armas les causassen gran calor, quitándose los yelmos se metieron por un monte, siguiendo un arroyo
hasta dar en su nascimiento, que una muy hermosa y clara fuente era, tan bella que a los caminantes
combidava a bever; como hizo a los príncipes que, apeándose y lavándose las manos, pidieron a los
344
345
Lo mató el propio don Belianís en el capítulo 54 de la Segunda Parte.
emperedor.
222
escuderos que allí les diessen de comer. Y h[a]viéndose346 refrescado como el tiempo y el lugar a
ello les combidasse, recostados sobre sus manos, se pusieron a dormir par de la fuente.
Poco avía que los príncipes dormían quando a la fuente llegó la princesa Claristea sola, como
aquella que, aviendo salido a caça con el emperador, su padre, se avía perdido siguiendo un venado,
y venía [a] aquella fuente que muy bien sabía, pensando hallar allí algunos de sus cavalleros. Y
viendo dormir a los príncipes, pensando que d‘ellos fuessen, llegó muy passo por conocerlos, y fue
muy maravillada viendo la hermosura de sus rostros y hestraña dispusición. Tenía Ariobarçano los
cabellos quitados muy baxos, con un pequeño remolino que demostrava valeroso esfuerço, la color
tan blanca como negra, las nariçes muy bien echas, grave en el rostro. Traýa don Belianís, a la
costumbre de los griegos, los cabellos muy crecidos, que parecían madexas de fino oro, echos dos
partes; su rostro, que en blancura a los mármoles hazía ventaja, con el calor algo encendido; las
manos, desarmadas, y tan bellas que a la princessa causaron admiración.
Muy ocupada estava en mirarlos la princessa, procurando el engañoso Amor hazérsela su
tributaria, mas era su honestidad y gravedad tan sublimada que a todo el mundo estimava en poco.
Solo desseava saber quién los cavalleros fuessen, quando por la parte que ella viniera assomó una
leona que venía a bever en aquella fuente, corrida de los monteros, la lengua de fuera, y tan acosada
que temerosa era su vista. No menos lo fue para la princessa que, con el femenil temor, dando vozes
a los cavalleros que la socorriessen, se abraçó con don Belianís, el qual medio despierto se quiso
poner en pie. Mas la leona le tratara mal si Ariobarçano, que más en su acuerdo estava, no se
abraçara con ella, tomándola tan junto que no pudo hazer otra cosa. La leona le apretó con los dientes
un braço, mas hízole poco mal por estar armado, y él le dio por entre los pechos con la daga tales
heridas con que la leona vino al suelo; y alegre de averla muerto con tan poco peligro, fue muy
maravillado de ver a la princessa en tal parte, y bien cuydó que a don Belianís avía conoscido; el
qual assí mismo estava maravillado de verla, y, paresciéndole persona a quien todo se devía, assí en
los adereços de su persona, que bien conformavan con su estado, como en su hermosura, le dixo:
–Mi señora, suplico a la vuestra merced tengáys por bien de dezirnos quién soys, porque no
cayamos en falta de lo mucho que paresce seros devido, juntamente con la causa de vuestra venida a
tal tiempo donde pudiéssedes recebir algún servicio d‘esse cavallero, recibiendo nosotros muy mayor
merced en ser librados por vos de la muerte que esse animal nos diera sin nos poder defender.
La princesa le respondió:
–No dexaré de /4-vº/ deziros, señor cavallero, lo que me preguntáys, pues la buena obra
recebida a ello me tiene tan obligada. Sabed que soy la princesa Claristea, hija del emperador
Constancio, que huviendo salido a caça, perdida de mis cavalleros aporté a esta fuente; y, pues
también he caçado, bolvámonos a la ciudad, que no quiero más bolber al monte.
346
huviéndose.
223
Los príncipes se hincaron de rodillas suplicándole les diesse las manos, y ella los hizo
levantar; y, llamando a sus escuderos, no fueron oýdos, porque los cavallos, rifando el uno con el
otro de mata en mata y de una rama en otra, se apartaron tanto que no los podían tomar. Y assí
huvieron de aguardar gran rato hasta que los escuderos bolvieron con los cavallos, y con la princesa
se metieron camino de la ciudad. Muy graciosa estava la princessa en contar de la manera que los
hallara, y a don Belianís dize:
–Cierto, señor cavallero, si no fuera por vuestro compañero creo huviera sido por demás la
confiança que de vos hize. Otro día yo miraré mejor, por no ser engañada.
–Mi señora –dixo don Belianís–, fue tan grande la merced que aquel animal me hizo, con dar
causa a que tan soberano favor yo recibiese, que con razón fuera tenido por desagradescido si contra
él pusiera las manos, por donde la vuestra merced no me debe tanto culpar.
–Antes esso os la pone toda –dixo la princessa–, pues hérades obligado a reconoscer de
quién recibíades la principal merced.
–No ay en el mundo de quien la vuestra merced mejor fiarse pudiera –dixo Ariobarçano–,
mas vuestra vista le causó tal turbación que me maravillo cómo á buelto en sí.
–No sé cómo crea essas cosas –dixo la princessa–, que me paresce son dichas en disculpa de
lo passado, por donde con razón –dixo a don Belianís–, no podríades combatir con don Daristeo.
–¿Qué aventura es essa? –dixo don Belianís.
La princessa se la contó como antes la avían oýdo.
–D‘essa suerte –dixo don Belianís–, sea la vuestra merced servida de me dar licencia para
provar mi ventura con la de don Daristeo, porque, llevando yo vuestro mandamiento, llevaré la
justicia conocida de mi parte.
–No quiero yo –dixo la princessa– pagaros la buena obra recebida tan mal, que sería
aventurar la vida donde no se espera fructo alguno, que a don Daristeo no le han de querer todas las
damas por su cavallero, y assí cada una tendrá el suyo en el grado que le pareciere.
–La licencia –dixo don Belianís– no ay por qué se me deva negar.
–Justo es que se le conceda –dixo Ariobarçano–, que a la vuestra merced no le vendrá
desgusto alguno.
–Yo se la concedo –dixo la princesa–, y plega a Dios que salga con aquella victoria que él
dessea.
Quando, cerca de la ciudad, toparon con algunas de las donzellas y cavalleros de la
princessa, los quales dixeron qu‘el emperador hera buelto a palacio, que una leona le avía herido en
una pierna.
Capítulo segundo: De lo que subcedió a los príncipes don Belianís de Grecia y Ariobarçano de
Tartaria en la ciudad de Colonia.
224
Por la ciudad de Colonia entraron aquellos príncipes acompañando a la bella Claristea, a tal
ora que, siendo ausente la claridad del sol, fueron recebidos con tantas luces que no se echava menos
la que en el día se les podía participar. Ario- /5-rº/ -barçano llevava de rienda a la princesa; don
Belianís venía de la otra parte, siendo mirados por muchas personas, teniendo a los cavalleros por los
más dispuestos que visto huviessen, especialmente a don Belianís. Y assí llegaron hasta los reales
palacios, siendo recebidos por muchos príncipes y cavalleros, cuyo comedimiento y manera de
servicio a los príncipes dexó muy agradados; y, subiendo a lo alto, supieron que al emperador
acabavan de curar de la herida que la leona le hiziera. La princesa se entró hasta la cama, llevando
delante a los príncipes, y hallaron con él a don Daristeo.
–Bien paresce, mi señor –dixo la princesa–, que no tenía vuestra alteza tales aguardadores
como yo, que hos hago saber que por este esforçado cavallero –señalando a Ariobarçano– la leona
que a vos hirió no me dio a mí la muerte.
Y luego contó de la manera que la librara, encaresciendo grandemente su esfuerço. El
emperador se sentó sobre la cama, abraçando los cavalleros, agradesciéndoles mucho el socorro que
a su hija havían hecho; y, siendo puestas las mesas, se sentaron a cenar. La princesa Claristea,
acordándosele cómo con el temor que la leona le pusiera se abraçara con don Belianís, ponía algunas
vezes los ojos en él, causando en don Daristeo grave pena, paresciéndole que afición que le tuviese
lo causase; y, aunque vía que el príncipe muy pocas vezes por ella mirava, como cosa natural de los
celos, no hera parte para le quitar su sospecha. El príncipe don Belianís, que se vio en tan dulçe
conversación como la de la princesa y infanta Lindorena, hija del rey de Celanda, y otras muy
hermosas damas que allí estavan, y par de sí Ariobarçano, començó a pensar cómo, estando en
Babilonia en semejante conversación, havía sido por aquel príncipe llegado al punto de la muerte, y
quán sin punto de remedio de poder ver a su señora al presente se veýa; y divirtiose tanto que,
olvidado de todo punto él dónde estava, puesta la mano en el plato, se quedó embelesado, y aun
algunas lágrimas le vinieron a los ojos, de tal suerte que todos dieron de ver en ello. Don Daristeo,
tomándolo por ocasión para atravesar con él, le dixo:
–¿Qué havéys avido, señor cavallero, que tanta flaqueza avéys mostrado? Hágoos saber
qu‘el mal de los amores en estas partes tienen poco remedio en llorar como donzellas, sino en tener
esfuerço como cavalleros. Por tanto, mirad si yo por vos hazer algo puedo, que por lo que mi señora,
la princesa, os deve, lo haré de buena voluntad.
Muy corrido se halló don Belianís en ver cómo don Daristeo le motejara de donzella, y
sintiendo la sobervia con que lo dezía, estimándole en poco, le dixo:
–Si el mal que a mí me á lastimado, infante don Daristeo, vos fuérades parte para sentir, bien
creo no hablárades semejantes razones, porque ni los lastimados coraçones con yerro defienden su
pena, ni la obra de sus apasionados effectos se puede templar con essos esfuerços que vos dezís. Y
225
en lo demás de vuestro ofrecimiento, yo os lo agradezco, aunque os hago saber que es mi mal de tal
calidad que muy poco remedio por vuestra parte le puede ser dado, porque aviéndose procurado por
otros muchos a quien todos los buenos subcessos se devían, no hizieron en ello más que dexarme de
todo punto sin esperança alguna. Y porque veáys que no con menos rigor que vos soy tratado, por
me haver puesto el Amor en el más alto grado de pensamientos que él pudo, tomad este mi gaje*,
que yo os prometo de provar mañana mi poca ventura con el mucho esfuerço vuestro y de vuestros
hermanos.
Y, quitándose la daga de la cinta, la arrojó a sus pies. Y don Daristeo la tomó, tan ayrado
q[u]e347 le diera con ella si el temor de enojar a la princesa no se lo impidiera; la qual, con reçelo que
don Daristeo se descomidiesse, les dixo /5-vº/ que por su amor no se ablasse más en ello. Lo mismo
les mandó el emperador, con lo qual don Daristeo se fue luego a su posada, tan enojado que fuego
echava por las narizes, jurando y prometiendo que del cavallero sería vengado. El emperador mandó
quedar a los príncipes en palacio, y en el aposento que les fue dado se entraron a reposar. Lo mismo
hizo la princesa en el suyo, y huviendo quedado con sola la infanta Lindorena, le dixo:
–¿Avéys visto, infanta, de qué manera y con qué ar[r]ogancia trató aquel cavallero a don
Daristeo, sabiendo ser tal príncipe? Cierto os digo que desseo más que a gran cosa saber quién él y
su compañero son, que tanto se precian.
–Si tanto como esso la vuestra merced lo dessea –dixo la infanta–, presto lo podremos saber,
porque este aposento está echo de tal suerte que sin ser vistas los podremos ver y oýr lo que dixeren,
y no es menos sino que d‘ello se entienda.
–No querría por todo el mundo que fuéssemos sentidas –dixo la prinçesa.
–No ay que tener reçelo –dixo la infanta.
Y, trabándose por las manos, se pusieron en tal parte donde podían muy bien oýrlos. Dezía
Ariobarçano:
–¿Qué fue lo que sentistes, que tan trasportado hos dexó en tal parte donde por razón
uviérades de dissimular qualquier pena por no caer en falta?
–No fue más en mi mano –dixo don Belianís–, porque, como viesse a la prinçesa y sus
damas, se me acordó de Babilonia, quando, estando en semejante conversación, fuy por vos llegado
al punto de la muerte, representándoseme al natural quán a tiempo para mí avía sido la benida del
emperador, mi padre, y cómo sobre tan grandes rompimientos, que creo fueron los mayores del
universo, en que la Fortuna no dexó de mostrárseme faborable, al fin de todo punto quedé sin
esperança de remedio; y aunque, a la verdad, la sobervia haze escurecer mucho la fama que este don
Daristeo de esforçado me dizen alcança, él y sus hermanos con razón me podrían dessear la muerte,
porque a mis manos murió Balurdán, su agüelo, cuyo esfuerço no les baldría poco tenerle.
347
qne.
226
–Más les baliera –dixo Ariobarçano– que no huviérades venido a estas partes, que con otro
pudieran esperimentar sus fuerças.
–Dexémonos d‘esso –dixo don Belianís–, no sea mi señor querer hazer burla de quien no
dessea más que vuestro servicio; y dame tú, Flerisarte, esse laúd, y yos vosotros acostar.
Y dándole, el ayre començó a tañer con tanta suabidad que en la princesa Claristea causó
admiración y aún enojo, oyéndole dezir que era hijo de emperador y contar otros amores. Y no se
queriendo más detener, trabando por la mano a Lindorena348, se fueron acostar, passando la mayor
parte de la noche en pensar en el peligro en que otro día el príncipe a su causa se avía de ver.
Capítulo tercero: De la batalla que el príncipe don Belianís huvo con el infante don Daristeo y
sus hermanos.
Benida que fue la tan deseada mañana del siguiente día, quando el lucido Febo con sus
acostumbrados carros començó a dar buelta por la universal redondez para la sustentación de los
mortales, el príncipe don Belianís, no se olbidando de lo que le cumplía, levantándose de su lecho,
miró sus armas, porque el descuydo no perdiesse lo que su fortaleza assegurava; y, vistiéndose
ricamen[t]e349, él y Ariobarçano salieron a la sala para, en siendo ora, visitar al emperador, aunque su
herida no hera cosa que le impidiesse el levantarse; mas a esta sazón, de parte de la bella Claristea
fueron llamados, que más de mañana se avía levantado por saber si a don /[6]350-rº/ Belianís alguna
cosa para la batalla le faltasse. Y, entrando en una quadra donde estava, la princesa muy turbada se
levantó a los recebir.
–¿Qué es esto, mi señora? –dixo don Belianís–. ¿No bastan las mercedes recebidas, si no
hazérnosla agora tan abentajada de queremos ver antes que por el vencimiento de la batalla ayamos
ganado el nombre del merecimiento?
–Como quiera que sea –dixo la princessa–, aún os tengo yo por merecedor de otras mayores,
y no creo menos lo tenéys vos entendido.
Y viendo a Ario Barçano muy occupado con las damas, muy passo le dixo:
–No ay por qué, valeroso príncipe, de mí queráys encubriros, que ya por vuestra persona y
obras soys conoscido. Tened por bien que el emperador lo sepa, porque no cayga en falta de lo
mucho que se os deve; y sabed que tenéys por mí de hazer una cosa que creo no os causará desgusto
alguno.
Pesole grandemente a don Belianís de ser conoscido y, fingiendo contentamiento, le dixo:
–No sé qué ha sido la causa, soberana señora, el aver querido tomar cuydado de saber quién
348
Claristea.
ricamenre.
350
Error en la foliación: página numerada como 9. El error subsiste a lo largo de toda la obra, de manera que
desde aquí los folios son numerados desde el 9, y no desde el 6, como corresponde.
349
227
soy; pero, pues ya os es notorio, no quiero por otro ser conoscido. Y en lo demás, no ay sino
mandar, que será por mí obedescido.
–Pues sabed –dixo la princesa–, que yo quiero que, después que ayáys vencido a don
Daristeo y sus hermanos, guardéys la misma aventura que él, defendiendo por veynte días a todos los
cavalleros que ninguno con más razón meresce ser galardonado que vos.
–Grande impedimiento y embaraço me es –dixo don Belianís–, que antes d‘esse tiempo
tengo dada la palabra de ser en otra parte; mas, pues no puede ser menos, estoy presto de cumplir lo
que por vos me es mandado.
–Como quiera que sea –dixo la princesa–, yo quiero en esto cumpláys mi voluntad. El
término es breve, y después os podréys partir donde quisiéredes.
Y a esta sazón entró la emperatriz, a la qual los príncipes pidieron las manos.
–Yo quiero, señor cavallero –dixo la emperatriz–, pues a causa de mi hija se os ha offrecido
tal batalla, proveeros de unas armas, las mejores que ayáys visto.
Y luego fueron allí traýdas. Bien eran tales como la emperatriz dixera, y por ellas puestos
muchos leones, hechos de muy rica pedrería. En el escudo avía cinco, y un cavallero que con una
cadena los tenía atados; la horla y el brocal, de finíssimo oro. Muy agradado fue don Belianís de las
armas, y más de una daga que con ellas venía, la qual la emperatriz le dixo que guardasse mucho,
porque, según el sabio Alaster le dixera, que con ella avían de ser acabadas grandes aventuras, y que
[a] aquellas armas le faltava la espada, la qual estava informada tenía en su poder el príncipe de
Grecia. Don Belianís, aunque por fuerça, le besó las manos, diziendo:
–Soberana señora, a cavallero que tan altas mercedes se le han hecho, todas las venturas del
mundo se le deven.
Y, ayudándole a armar Lindorena y Ario Barzano, y aviéndole dicho que don Daristeo estava
en el campo y que el emperador quería salir a la batalla, baxó de palacio. Y en saliendo halló a los
reyes de Celanda y Suebia, que le estavan atendiendo con la mayor parte de los cavalleros de la
corte; los quales tomaron el yelmo y la lança que Ario Barçano llevava, teniéndolo don Belianís a
estraño comedimiento, y, poniendo el cavallo a unas y a otras partes hasta llegar a los arcos del
palenque, paresciéndoles estar hechos con sobervia magestad, le dio una buelta. Estavan hecho[s], en
torno a la mitad de la carrera de un cavallo, cinco arcos triumphales, tan costosos que no dexavan de
causar admiración. Detúvose algo don Belianís, tanto que, causando enojo a Menoriano, que el
primero arco guardava, le dize:
–Vos, cavallero, olvidado devéys de venir de lo que se ha de hazer en este campo.
–No lo estoy tanto –dixo don Belianís–, que vuestra sobervia a qualquiera causara entera
memoria.
Entonces le enlaçaron su yelmo y, tomando la lança, tomó la parte del cam- /6-vº/ -po que le
cumplía. Otro tanto hizo Menoriano. Partieron el uno para el otro y encontráronse con tanta fuerça
228
que, aunque Menoriano hera valiente cavallero, vino al suelo tal como muerto, que no meneava pie
ni mano. Todos cuydaron que lo fuesse, y aún don Belianís también, en quien ningún movimiento el
encuentro de Menoriano causó. Y, passando adelante, vio venir al baliente Lastorel armado de unas
armas negras, y en el escudo la bella Claristea, muy al natural. Este arco caýa más junto a los
miradores que otro alguno. Traýa en sus manos una hacha de azero, y otra en el arzón de la silla; y,
llegándose a don Belianís, le dixo que tomasse una de aquellas hachas, que con aquellas armas y no
otras le cumplía morir o vencer.
–Plázeme –dixo don Belianís–, aunque d‘estas soy poco ussado.
Y tomando la una, dexó la lança. Viniéronse el uno para el otro. Lastorel hirió a don Belianís
tan bravamente sobre el yelmo que, como no le pudiesse cortar y el golpe fuesse dado con tanta
furia, todos los correones fueron hechos pedaços, y la sangre le salió en abundancia por los oýdos y
narizes. Mas apenas huvo executado su golpe quando vino al suelo, cayéndole por la visera del
yelmo tanta sangre que parescía estar degollado, porque a los braços del extremado príncipe no havía
esfuerço que resistir pudiesse; el qual, buelto del enojo del golpe que rescibiera como una cruel
serpiente, saltó del cavallo y, como el yelmo estuviesse sin correas, saltó de la cabeça; y quitándole
el suyo a Lastorel, le vio tan cubierto de sangre y tan mortal que, no haziendo qüenta d‘él, le dexó. Y
limpiando su rostro de alguna sangre que tenía, dexando a los presentes suspensos con estraños
golpes que le vían hazer, tomó su yelmo en la mano y cavalgó en el cavallo sin poner pie en el
estrivo. Y, hallándose junto al [mirador] donde el emperador estava, preguntó si, conforme a los
campos de Alemaña, podría adereçar aquel yelmo, pues ya el cavallero con quien la batalla
començara era vencido.
–No –dixo el emperador–, aunque, si queréys, podéys tomar uno de los cavalleros vencidos,
pues ellos y sus armas son a vuestra voluntad.
–Si del mío –dixo el príncipe– no me puedo ayudar, de otro alguno no lo quiero.
Todos se lo tuvieron a estraño esfuerço, aunque algunos a locura, paresciéndoles que el no
conoscer los cavalleros le hazía hazer tal desatino. Mucho pesó d‘esto a Ario Barçano, y más a
Claristea, que no lo quisiera ver en tal peligro. Don Belianís, que por otros peligros passara, se llegó
al tercero arco, que Pandriano el Fuerte guardava, armado de unas armas verdes partidas con oro,
muchos leones negros por el escudo, que de su padre Valurdán fueran. Este era el más valiente y
animoso de los quatro hermanos; hera a maravilla muy mesurado, tan differente(s) de los otros que
no se pensava ser su hermano. Estava tam bien puesto a cavallo que a don Belianís dexó m[u]y 351
agradado; y, como con él emparejase, Pandriano le dixo:
–Esforçado cavallero, aunque, conforme al uso d‘esta tierra, vos no podéys tomar más armas
de las con que entrastes, gran plazer recibiría que las tomássedes, porque de otra manera vuestra
351
mny.
229
persona, a falta de armas, recibiría peligro, estando con ellas tan seguro; porque vos hago saber
q[u]e352 no a falta de vuestra valerosa persona, sino por no aver sido d‘ello avissado, no os avéys
avido en esta batalla como teníades necessidad. Porque, no se os aviendo rendido los cavalleros con
quien avéys peleado, si vos quedan, podría ser contra vos en qualquier parte d‘este trance en que a
ellos les estuviere mejor, y a mayor daño vuestro.
Muy agradado quedó don Belianís de la cortesía de Pandriano, y del aviso que le dava
claramente conosció su esfuerço; mas, como ya él estuviesse determinado en todo lo que hazer le
cumplía, le respondió:
–Estremado cavallero, mayor temor me han puesto los tan abentajados cumplimientos
vuestros y soberana criança que no la pavosora muerte, aunque mis ojos la vieran repre- /10-rº/ sentada, pues con ella se muestra el esfuerço vuestro ser más cumplido de crecidas obras que de
sobradas palabras; y, pues en la batalla de la razón por vos he sido vencido, no lo quiero ser en lo
demás por mi propria mano. Por tanto, si sin vuestra batalla el fin de mi demanda alcançar no se
puede, cúmplase como fuere possible, con que vos certifico que la recibo sin comparación mayor de
mí mismo en averla con vos.
–D‘essa manera –dixo el fuerte Pandriano–, hágase como os paresciere.
Y, dándole una hermosa claba de azero que en la mano traía, él tomó otra, como aquel que
era de los más diestros en ella que por todas aquellas tierras se hallava. Y, començando a tentarse el
uno al otro por ver por la parte que más daño se podía causar, el príncipe don Belianís hirió a
Pandriano de un golpe tan bravamente que el escudo le hizo pedaços, y juntándosele con los pechos
las platas del arnés le hundió para dentro tanto que le hazían perder el aliento. Y no se deteniendo
allí, acertando en el arçón de la silla le hizo menudas pieças, y el cavallo incó ambas manos en el
suelo. Pandriano le pensó herir sobre la cabeça, con que se feneciera la batalla, mas don Belianís, que
en todas armas era más diestro que no él, cruzando la clava le reparó* el golpe, y en un punto,
apretando las espuelas al cavallo, cerró* con él. Echándole sus fuertes braços a cuestas le sacó de la
silla, y sacando los pies de los estrivos saltó con él en el suelo, donde, aunque Pandriano con
estremada fuerça se pensó escabullir, no le aprovechó punto, porque vino al suelo, perdida la mayor
parte del aliento. El príncipe le quitó el yelmo, diziendo:
–Señor cavallero, aunque mi voluntad no os ha errado, suplícoos me perdonéys si algún daño
os he hecho, porque os certifico que no menor voluntad os he cobrado por vuestra virtud que vos la
tenéys a qualquiera de vuestros hermanos.
–Estremado cavallero –respondió Pandriano–, yo os tengo en soberana merced la que de
vuestras obras y palabras recibo; y en lo demás, hazed vuestro poder contra los que quedan, porque
por mi parte no os será echo estorvo alguno, pues para siempre quedo por vuestro, con la voluntad
352
qne.
230
que, cumpliendo a vuestro servicio, mis obras lo mostrarán. Y acabaos de desarmar, porque contra
mis hermanos avéys de aver batalla sin armas ningunas más de las que por su parte os fueren dadas.
–Plázeme –dixo don Belianís.
Y con esto llegaron los reyes de Polonia y Suebia, que ya sabían las condiciones con que la
batalla se avía de hazer, alegres porque el argullo de don Daristeo se yva baxando. Y ellos le
desarmaron, dexándole en calças y en jubón, con sola su espada. Tan agraciada era su apostura que,
aunque hasta entonces no le vieran, todos desseavan huviesse la victoria.
Passó hasta entrar en el quarto arco, el qual era todo labrado de muy rica maçonería de oro,
con tantas pinturas y follages que combidava a ser mirado. Delante d‘él estava, de la manera que él
venía, el esforçado y valiente Silanor. En las manos traía quatro agudos puñales, que entonces de
muchos que allí tenía se escogiera, y con un paje embió los dos a don Belianís. Y con la saña que
tenía del vencimiento de sus hermanos, no curando de hablarle palabra alguna, movió para él con
determinación de le dar la muerte, aunque la suya por el consiguiente le sobreviniesse, llevando en
cada mano un puñal, trayéndolos de la misma forma don Belianís. Y, fingiendo querer entrar con él
para le herir, don Belianís estuvo quedo por esperar con cordura su acometimiento, por ser, como
aquella era, una de las peligrosas batallas que passarse pudiera. Mas no le acaeció como él pensava,
porque Silanor, que aquello aguardava, le arrojó el puñal que en la mano derecha llevava con tanta
fuerça que si el príncipe, sintiendo el ardid, no desviara el cuerpo, le passara de un cabo a otro; mas
con todo no se pudo desviar tanto que acertándole por el braço siniestro no se le pasasse todo hasta la
otra parte, quedando el príncipe tan mal ferido que con el enojo, no se acordando de cosa alguna,
cerró tan presto con él como los apresurados azores con la caça hazer suelen. Y, aunque Silanor le
quiso /10-vº/ tornar a herir no le aprovechó353 punto, que con el braço hechó de fuera el golpe,
tomándole de muy dentro. Mas Silanor fue herido de tres mortales heridas, tales que cada una d‘ellas
le llegava al hueco de las entrañas, causándole mortal desmayo.
Mas cierto a esta ora fue el príncipe don Belianís en el más notable peligro que jamás se vio,
porque, siendo bueltos en su acuerdo Lastorel y Menoriano, havíanse llegado por ver el sucesso de la
batalla de Silenor; que, como le viessen tan mal herido, poniendo mano a sus espadas, no se les
acordando de lo que a buenos cavalleros eran obligados, arremetieron por le dar la muerte, con harto
pesar de los que los miravan, especialmente de Claristea y Lindorena y de Ario Barçano, que, aunque
hasta entonces ningún temor tuviesse de la batalla, fue fuera de sí de pesar. Mas don Belianís, que de
aquella suerte les vio venir para sí, pesándole que su descuydo le huviesse puesto en aquel peligro, se
encomendó de todo coraçón a Dios, y con la presteza possible se desvió d‘ellos, que ciegos por le
herir venían, y a Menoriano hirió por un hombro con tanta fuerça que le hizo una mala herida; y,
soltando los puñales con la presteça que su ventura requería, puso mano a su espada e hirió a
353
oprovechó.
231
Lastorel en la cabeça de tan cruel herida que dio con él de manos. Mas él fue herido malamente por
Menoriano en una pierna, y matáranle si, saltando al trabés, no se librara de otro golpe; mas él tornó
a herir a Lastorel, y dio con él en el suelo junto a su hermano; y, cuydando que conforme a las
heridas que tenían no sería possible levantarse, reparó el golpe de Menoriano y entró con él a los
braços, trabándole tan reziamente que no le dexava alentar. Y, alçándole del suelo en sus braços, dio
con él tan gran caýda que le estordeció*. Pandriano, a quien tanto de la muerte de don Belianís como
de sus hermanos pesara, teniendo miedo que con enojo los mataría, se le puso delante, diziendo:
–Cavallero, pues poner mano en quien defender no se puede antes desminuye que acrescienta
la gloria de vuestro vencimiento, suplícoos tengáys por bueno de otorgar la vida a estos cavalleros,
que yo en su nombre os otorgo su vencimiento; el qual, si antes pidiérades, huviérades escusado este
peligro, aunque ha sido para que mejor se conozca vuestro valeroso esfuerço.
–Muy contento soy –dixo don Belianís– que se offrezca algo en que complazeros, y aunque
aviéndose avido comigo tan mal no huviera de usar de piedad. Pero hazed como os paresciere, que
yo no saldré d‘ello.
Y con esto, rindiéndole las gracias todos los presentes, tan elevados en ver las maravillas de
armas que aquel cavallero hazía, que nu[n]ca354 de otras semejantes oyeran hablar, el emperador se
bolvió a los que par d‘él estavan, diziendo:
–Cierto, tales cosas como las que este cavallero ha hecho en mi presencia, si otro me las
contara, yo no les pudiera dar crédito. No creo que aquel tan afamado príncipe de Grezia ni los otros
sus hermanos, ni el emperador don Belanio, su padre, que agora por la flor del universo son tenidos,
tales las bastaran [a] hazer. Yo querría que la batalla de don Daristeo se quedasse para mañana,
porque es tarde y el cavallero está tan herido que sería gran sinrazón dexarle hazer más batalla.
Y con esto el rey de Dacia, por mandado del emperador, baxó a dezírselo; mas, quando
allegó, ya estavan con don Belianís Ario Barçano y los reyes de Celanda y Suebia, ayudándole a
armar de sus armas. Gran pesar tenía Ario Barçano de le ver tan herido, cuydando que se
desangraría. El rey de Dacia le dixo:
–Esforçado cavallero, el emperador, mi señor, manda deziros que tengáys por bueno que la
batalla del infante don Daristeo quede para mañana, y no queráys en un día mostrarnos el remate de
vuestras hazañas, que lo mismo me manda dezir al infante don Daristeo.
Mucho le pesó a don Belianís de lo que el emperador le mandava, cuidando que, si lo tal
hiziesse, no cumplía enteramente con su honra. Y, acordándosele de las sobradas palabras de don
Daristeo, le dixo al rey:
–Poderoso señor, conocida co- /11-rº/ -sa es que lo que el emperador, mi señor, me manda,
me estaría a mí mejor que otro alguno, assí por mis heridas como por estorvarme una batalla de tan
354
nuuca.
232
valeroso príncipe como don Daristeo; y a esta causa y del mandado del emperador yo fuera muy
contento se quedara, mas yo tengo prometido de no comer ni salir d‘este campo, salvo vencido o
vencedor. Por tanto a tal intercessión recibades culpa, con el emperador, en no cumplir vuestros
mandamientos, que certifico que no es en mi mano hazer otra cosa.
Y con esto, tornando a dezir a don Daristeo que si le plazía fuesse su batalla en medio de la
plaça, y siéndole otorgado por don Daristeo, cuydando que contra su esfuerço nadie bastava a
resistirle, y menos aquel cavallero a quien él vía tan herido, y delante de su señora Claristea; la qual,
bolviéndose a Lindorena, le dixo:
–¿Qué os parece de tal cavallero, que a mí turbada me tiene? Gran temor tengo d‘esta
postrera batalla; el coraçón me representa que tengo de recebir algún pesar. Quiérome quitar de aquí,
que me muero en verle en tan estremo peligro.
–No lo hagáys, mi señora –respondió Lindorena–, que daréys que pensar alguno cosa que
por todo el mundo no combiene. Tened muy buen coraçón, que ya se os participa algo de quien tan
vuestro ha de ser, y veamos la respuesta que tray el rey, que podrá ser que no se haga la batalla.
Pues llegado el rey de Dacia ante el emperador, le dixo lo que don Belianís le respondiera,
que por todos a estremado esfuerço fue tenido. Pues a esta hora, como los cavalleros estuviessen a
punto de lo que les cumplía, hecha la señal acostumbrada enrristraron sus lanças y movieron el uno
para el otro, y con la ligereça de los cavallos en un punto se ajuntaron. Don Daristeo encontró a don
Belianís algo baxo, tanto que la lança topó en el arçón de la silla, que guarnecida de muy fino azero
estava, y passándolo el yerro de la lança, que muy baxo yva, le hizo una herida en un muslo, de que
le començó a correr mucha sangre. Don Belianís le encontró a don Daristeo por medio del escudo, el
qual fue falsado* juntamente con el arnés, y en los pechos le hizo una herida. Fue encontrado con
tanta fuerça que le arrancó de la silla y dio con él en el suelo gran caýda, mas al passar su cavallo
encontró con el de Daristeo y cayeron entr‘ambos, aunque don Belianís muy ligeramente se apeó
porque no le tomasse debaxo. Mas, quando quiso yr sobre don Daristeo, no pudo, que la herida del
muslo no dava a ello lugar, y huviera dado de ojos. Procurando encubrirlo por el peligro, sin que don
Daristeo lo conosciesse, se entretuvo algún tanto, aguardando a ser por él acometido, que a esta
sazón ya venía no poco corrido por aver sido derrivado, y con la saña que traía, no como cavallero
atentado* hechó el escudo a las espaldas, poniendo ambas manos en la espada, cuydando que, pues
su contrario estava sin escudo, acabaría de aquel golpe la batalla. El príncipe griego, viendo que a
detenerse algún tanto corría peligro de la vida si la pierna se le refriasse, reparándose con su espada
esperó el golpe, y aunque fue herido de una mala herida, affirmándose sobre el otro pie, cerró con él.
Y, sin que lo pudiesse escusar, le hechó sus fuertes braços a cuestas, que, cogiéndole medio
desbaratado, diera con él en el suelo si, como cavallero valeroso, soltando la espada, no pusiera sus
fuerças con las de don Belianís, que eran tan aventajadas que, levantándole del suelo, dio con él una
muy mala caýda. Y como su victoria consistiesse en la presteça, puso mano a su daga, teniendo firme
233
el braço derecho de don Daristeo, y poniéndosela a la cabeça le amenaçó de muerte si no se
rindiesse, desdiziéndose de lo que contra él avía dicho.
–D‘esso me pesa –dixo don Daristeo–, que el rendirme, pues soy vencido, no ay para qué.
Y con esto, siendo llegados los juezes, pregunta si havía otra cosa que hazer.
–No –dixeron ellos–, y esto es bien que aya tenido tales testigos, porque pueda ser creído.
Don Belianís se incó de rodillas, dando gracias a Dios de la victoria, y, quando se quiso
levantar, no pudo. Mas /11-vº/ a esta hora ya el emperador y princesa estavan en la plaça, con tal
alegría de Claristea que a don Daristeo causó mayor pesar que de su vencimiento. A don Belianís
llevaron a palacio, mas antes que del campo saliesse encomendó a Ario Barçano la guardia de su
lugar.
Capítulo 4: De lo que Claristea hizo después que don Belianís fuera sacado del campo.
Llevaron al príncipe don Belianís a su aposento, harto sospechoso de su vida, aquellos a
quien de le curar f[u]e355 dado cargo. La emperatriz y la princesa no se quisieron quitar de su
aposento hasta que fue curado, y al despedirse, más turbada Claristea que dezirse puede, se llegó a la
cama y, sin que por nadie le fuese oýdo, le dize:
–Mi señor, no dan lugar las heridas vuestras ni la pena que a mí me causan para declarar la
gloria de vuestras hazañas ni el contentamiento que yo más que todos d‘ello recebí. Vuestro buen
conocimiento supplirá lo que no soy parte para deziros.
No esperó respuesta, porque se yva con la emperatriz; y don Belianís quedó solo, reposando
algún tanto, que aunque muchas heridas tenía, ninguna era de peligro, dado que se le fue mucha
sangre. Buelta Claristea a su aposento, no cessava de abrazar a Lindorena, diziendo:
–¿Qué os parece, prima, de tan baleroso esfuerço? Gran temor tengo que este príncipe griego
me ha de causar grave daño.
–No tengáys tal pensamiento –dezía Lindorena–, que vuestro estado y hermosura a qualquier
humano merescimiento biene muy sobrado.
–¡Ay de mí! –dezía Claristea–, que creo tendrá el coraçón ocupado en otra parte que por
raçón no será menor.
Y diziendo esto bañava sus ojos en lágrimas.
–Mi señora –dixo Lindorena–, sosiég[u]esse agora vuestro pensamiento, que yo le hablaré y
entenderé su voluntad, que cavallero tan estimado no tendrá falta de buen conocimiento. No juntéys
agora ningún pesar con el plazer de su victoria.
–Con esso quedo yo consolada –dixo Claristea.
355
sosiéguuesse.
234
Assí passaron aquella noche y otras dos, embiando a saber de don Daristeo. Mas ya no le
bastando el coraçón a Claristea porque Lindorena a don Belianís hablasse, a la emperatriz suplicó le
fuessen a besitar. Y ella mandó que fuessen ellas y le viessen de su parte, porque no se sintía bien
dispuesta; que, no siendo para ella de poco contento, con todas las reynas y princesas de la corte se
fue al aposento de don Belianís; al qual hallaron hablando con Pandriano, que no poco amigos de allí
adelante fueron. Y, viendo a la princesa, fingió quererse levantar, mas ella le fue a la mano, diziendo:
–No queremos, señor cavallero, ser causa de vuestro daño, sino de vuestra salud.
–Yo beso vuestras manos, mi señora –dixo don Belianís–, por la merced de la visitación, en
la qual está la salud tan cerca quanto tan gran bien lo requiere.
La princesa se fue a sentar con las damas a un estrado y, llamando a Pandriano, le començó a
preguntar por sus hermanos, dando lugar a que Lindorena, llegándose a la cama, le preguntó qué tal
se sentía de las heridas, que si quisiesse repartirlas algunas abría que las ayudassen a llevar.
–Yo lo creo, mi señora –dixo don Belianís–, que donde tan altas mercedes se me han hecho,
essa sería tan cierta como todas mis heridas. Por agora, yo las suffriré con vuestro fabor, que no son
de mucho peligro.
–No son assí las que vos days –dixo Lindorena–, que algunas creo causarán la muerte.
–¿Por qué dize esso la vuestra merced? –dixo don Belianís.
–Dígolo –dixo Lindorena– porque avéys sido el cavallero de más ventura que se aya visto,
que yo he entendido que la princesa, mi señora, con ninguno casaría de mejor voluntad; y aún con el
emperador sería muy fácil de acabar.
–Tal ventura como essa, mi señora –dixo don Belianís–, no está guardada para cavallero de
tan poco merecimiento, que sería locura pensarla.
–Dezidme vuestra voluntad –dixo Lindorena–, que no sería mucho que fuéssedes en breve
emperador /12-rº/ de Alemania.
Muy turbado fue don Belianís de la desemboltura de Lindorena, y pesole en el alma, que
bien vio que no sin causa dezía semejante cosa; y con esto le dize:
–Mi señora, por agora mis heridas no dan lugar a responderos, que a tan gran cosa no es bien
responder sin más acuerdo.
Y con esto, acordándosele de su señora, y de la suerte que fue d‘ella visitado quando la
princesa Imperia le curara de sus heridas356, que casi estavan todas de aquella suerte, ymaginando
quán apartado al presente estava de su vista, le vinieron gran abundancia de lágrimas a sus ojos, y no
solo ellas, mas aún el coraçón con la mucha flaqueza le desamparó; y, sobreveniendo un rezio
desmayo, tan fuerte que quedó tal como si el alma de las carnes se le huviera apartado, de suerte que,
quando Lindorena le quiso tornar a hablar, viéndole tal, dio una gran voz toda alterada, a la qual
356
Este episodio, en el que don Belianís recibe en sueños la visita de Florisbella, está relatado en el capítulo 19
de la Segunda Parte.
235
llegó con más pena Claristea y sus donzellas; las quales començaron a apretarle sus hermosas manos
y a darle con alguna agua en el rostro, con lo qual a poca pieça tornó en sí, con unos sospiros que el
alma parescía que se llevava tras sí.
–¿Qué es esto, señor cavallero? –dixo la princesa Claristea–. Creo que nuestra visitación os
ha hecho daño, según el grave acidente lo á mostrado, que me parece estuvo muy cercana vuestra
muerte.
–No estuvo en más –dixo don Belianís– de querer acabar el pensamiento de hazer su oficio.
–No sabríamos –dixo la bella Claristea– quién son estos amores que tanta pena os dan, que
de buena voluntad seremos todas medianeras de vuestro remedio, escriviéndole quán merecedor soys
de qualquier fabor, aunque esto ya le deve de ser a ella notorio.
–Mi señora –dixo don Belianís–, es mi mal tan sin remedio que aún para publicarle no soy
parte, por donde no pueden obrar en mí las medicinas.
En estas pláticas y otras estuvieron muy gran pieça aquellas señoras con el príncipe, no
aviendo lugar para que Lindorena le pudiesse tornar a hablar, de lo qual a él placía mucho. Y, aunque
Lindorena quisiera luego la respuesta, no se le dio mucho, pareciéndole que con quanto más acuerdo
se le diesse, sería más conveniente para la princesa, porque el estado y hermosura suya en qualquiera
coraçón bastava hazer mudança.
Assí se despidieron, dexándole más aliviado, y al despedir Lindorena le dixo muy passo:
–Pensad, mi señor, en la respuest[a]357 de lo que vos tengo dicho, porque bolveré por ella
más presto de lo que vos cuydáys.
Y assí se bolvieron a su aposento; donde, haviendo Lindorena contado a la princesa quanto
con don Belianís passara, ella fue muy alegre, aunque con tanto cuydado de su respuesta que la tenía
fuera de sí, dado que tenían por cierto no desdeñaría cosa que tam bien le estava, y con razón, porque
allende de su hermosura ser tal como os havemos dicho, el desseo de tan grande estado bastava a
mover qualquiera coraçón.
Capítulo 5: De lo que en la guarda subcedió al príncipe don Belianís y cómo se partió d’ella en
busca de un cavallero estraño.
Grandes y continuas batallas passava cada día el esforçado Ario Barçano en la ciudad de
Colonia, assí con los alemanes como con otras gentes que a fama de su nombradía venían,
publicándose continuamente ser uno de los más valerosos cavalleros que en aquellas partes se
oviesse visto, lo qual les dava desseo de provarse con él, y a él davan a la contina quehazer. El
emperador estava tan agradado de su esfuerço que no se hazía batalla que él no la saliesse a ver.
357
respuesto.
236
Pues assí fue que un día, que ya de quinze passavan que Ario Barçano la ventura guardava,
estando ya levantado y de sus heridas muy mejor el príncipe don Belianís, siendo por la Pascua, que
con sus acostumbradas flores el universo regozija, siendo venida la mayor parte del pueblo por ver
las batallas que siempre se hazían, y ansí mismo la princesa Claristea e infanta Lindorena, a la sazón
que el príncipe don Belianís, acom- /12-vº/ -pañado con el infante Daristeo y el esforçado Pandriano,
y Lastorel y los otros sus hermanos, con los quales a intercessión de Pandriano muy crecida amistad
tomara, viniendo todos en estimados cavallos y don Belianís en una pequeña acanea* con otros
muchos cavalleros que los acompañavan, llegaron a la plaça quatro cavalleros armados de una devisa
de armas negras y en los escudos águilas blancas. Con ellos venían ocho cavalleros que las lanças y
escudos traýan. Venían a maravilla muy bien puestos en las sillas, con que fueron por todos muy
mirados; los quales, viniendo ya informados de la aventura, poniendo con mucha gracia y apostura
piernas a los cavallos, llegaron hasta la tienda de Ario Barçano, y uno a uno tomaron todos su
escudo, apartándose por la plaça, esperando a que tomasse su cavallo. Conoscieron al príncipe don
Belianís, y mucho le[s] pesó de le ver muy flaco y demudado. Y, pensando si a la ventura fuesse
aquel el príncipe Ario Barçano, con quien le vieron partir de Babylonia, mucho les pesó, que por
cosa alguna no quisieran con él aver batalla, como aquellos que eran tenidos por sus amigos:
Aligenor del Escudo Blanco, y Poligeno del Escuro Balle, y el infante Arbín del Espada, su hermano
de la infanta Matarrosa, con el tan nombrado rey Paremio; los quales en la demanda que todos los
otros príncipes se avían partido, y llegados al puerto donde los príncipes desembarcaron, que, siendo
conocidos por los marineros le[s] avían dicho cómo don Belianís y Ario Barçano avían salido poco
avía a tierra, y en el camino ansí mismo havían sabido de la aventura. Y con este pensamiento,
Aliginor se llegó al príncipe Ario Barçano, que ya estava a cavallo, y en lengua persiana le dixo que,
si lo tenía por bien, que ellos no querían haver con él batalla de todo risgo, salvo justa.
–Como vos mandardes, señor cavallero –respondió Ario Barçano–, seré yo muy contento
porque, demás que conforme a los carteles de mi demanda, yo no puedo haver batalla con cavallero
alguno, sino de la manera que la pidiere, en quitársemela de tales cavalleros es conoscida merced que
se me haze.
Y diziendo esto, haviendo embiado a dezir al emperador cómo los cavalleros no querían más
de justar, ellos tomaron del campo lo que les pareció, estando todos muy agradados, pareciéndoles
que aquellos cavalleros devían de ser de alto hecho de armas. Y, haziendo la señal acostumbrada,
arremetieron el uno para el otro, y en medio de aquel campo se encontraron de todo poder de sus
fuerças, con el qual el príncipe Ario Barçano huvo perdidas ambas las estriveras, mas Aligenor vino
al suelo, rompidos los arçones de la silla.
El emperador le mandó dar otro cavallo y, poniéndose en su lugar Poligeno del Escuro Balle,
el príncipe Ario Barçano, que del bravo encuentro estava no poco sentido, con algún enojo,
llegándose al astería* escogió una muy gruessa y fuerte lança, y como acostumbrado a semejantes
237
trances, haziendo mirar los adereços de su cavallo, movió contra Poligeno, que para él se venía con
tanto desseo de le encontrar que erró el golpe. Y Ario Barçano le encontró de suerte que, aviéndole
falseado el escudo y aún el arnés, se juntaron de los cuerpos de los cavallos, de tal guisa que Ario
Barçano perdió las riendas de la mano, y viniera al suelo si con valeroso ánimo no se tuviera. Y casi
salió de su acuerdo, y, mirando por su contrario, viole en el suelo, de que fue tan contento que
poniendo las piernas a su cavallo le hizo dar grandes saltos, de que el emperador recebía estraño
contentamiento, y aun Lindorena, que ya con passión juzgava sus cosas. ¡Quién vos diría la pena que
d‘esto tenía el rey Paremio y el príncipe Arbín, pesándoles ya de no aver pedido las batallas a todo
trance!
Tomando el príncipe su lança, dio la buelta con su cavallo, aviendo hecho lo mismo Ario
Barçano, donde en breve se juntaron el uno contra el otro. Las lanças se hizieron pedaços, los
cavallos cerraron con tanta furia que ambos escudos fueron hechos pedaços. A cada uno le paresció
que con una dura peña huviesse encontrado. El príncipe Arbín de la Espada, no le valiendo nada el
valeroso ánimo suyo, vino al suelo; Ario Barçano se abraçó al cuello del cavallo, e hiriéndole de las
espuelas, le hizo passar ade- /13-rº/ -lante, turbado del recio encuentro que recibiera.
Y viendo que para él quería venir el postrero cavallero, partió para él, y ambos se
encontraron con toda la fuerça de su poder. Perdieron los estrivos, y sin se hazer otro daño passaron
el uno por el otro con gentil continente, y tomando otras hizieron lo mismo. Mas a las terceras,
enojados de no se poder derribar, se encontraron con tanta fuerça que aquel tan temido rey Paremio,
que por uno de los esforçados cavalleros de su tiempo era tenido, fue fuera de la silla. Ario Barçano
hizo un tal revés que todos cuydaron que venía al suelo, mas túvose con mucho tiento, como aquel
que la muerte antes que caer en tal parte quisiera.
Y siendo los cavalleros derribados, el ruydo de los menestriles y todo género de militares
instrumentos se començó a sonar, con tanto ruydo que toda la ciudad resonava, dando aquel
vencimiento a los presentes estraña alegría. Mas apenas el rey Paremio havía [ca]ýdo358 quando
llegaron por la plaça, por una parte, dos cavalleros armados de unas armas blancas partidas con oro
en poderosos cavallos de la misma color, demostrando en sus personas el valeroso esfuerço de sus
coraçones; por el otro llegaron otros quatro, los quales venían de la devisa de los primeros, de armas
negras, salvo que los escudos traýan cubiertos de flores. Todos venían tam bien puestos que dieron
arto que mirar a los presentes, y todos seys, por la orden que avían entrado, tocaron el escudo del
príncipe Ario Barçano; que, siendo visto por el príncipe don Belianís, pareciéndole en estremo muy
bien, temiéndose del peligro del príncipe Ario Barçano, diziendo al emperador que no se sentía bien
dispuesto, se bolvió a palacio, donde se hizo armar de las armas que llevara en la batalla del infante
don Daristeo. Y, tomando un poderoso cavallo, se salió para la plaça, causando mucho espanto en
358
oýdo.
238
aquellos que sabían él estar poco avía tan herido. La princesa Claristea le llamó, preguntándole la
causa por que se quería poner en condición, no estando bien sano de sus heridas, rogándole que por
su amor se desarmase, si no quería que el emperador se lo mandase.
–Señora –respondió don Belianís–, esta ventura se defiende a mi causa, y no puedo dexar de
tomar las armas, aunque creo no serán necessarias. Yo quisiera cumplir vuestro mandado, mas va mi
honra en esto.
Assí se llegó a ver a cavallo las justas, acompañado de don Daristeo y Pandriano; las quales
a esta ora andavan tan encendidas que gran sabor era mirarlas. De los quatro cavalleros de las armas
negras, Ario Barçano derribara el uno, y poniéndose uno de sus compañeros, que era el [que] más
bien a cavallo de todos parecía, llegándose a Ario Barçano, le dixo:
–Bien veo, Señor cavallero, la sin razón que se os haze en offreceros nueva batalla; mas,
pues vuestro coraçón a todo se estiende, supplíco‘s perdonéys nuestro mal comedimiento, que todo
será al fin para acrecentar vuestra fama, y sea nuestra batalla con las condiciones que an sido las de
los cavalleros passados.
Ario Barçano le rindió las gracias y, tomando cada uno la parte que del campo le cumplía,
dieron la buelta con sus cavallos. Con tanta ligereza como si alas tuvieran, juntáronse en la
valerosidad y aventajada fuerça de sus braços; los escudos y arneses fueron falsados, los hierros de
las lanças tocaron en las carnes, donde fueron heridos; juntáronse los cuerpos de los cavallos,
escudos y yelmos, tan bravamente que Ario Barçano vino al suelo. El cavallo del Cavallero de las
Flores, que más rezios tenía los pies que la yedra en las paredes donde se arrima, con la fuerça que
puso por tenerse, rebentó; donde, visto por el Cavallero de las Flores, saltó d‘él con la ligereça de un
abe. Vio a Ario Barçano, que hecho una cruel y venenosa serpiente para él venía, su espada en la
mano, diziendo que, pues con la justa no era fenescida la victoria, que viniesse con él a la batalla de
las espadas.
–No me plaze de lo hazer assí –dixo el Cavallero de las Flores–, que yo hize con vos la justa
con essa condición. Por esso, si no ay otra cosa que hazer, vos avéys perdido, e yo quedaré en
defensa de vuestra demanda lo que resta del tiempo.
Los juezes dixeron que el cavallero tenía razón, el qual con sus compañeros se passó a la
tienda de Ario Barçano. Mas uno de los cava- /13-vº/ -lleros de las armas blancas se puso a esta ora
contra él, pesándole en tanto grado al príncipe don Belia[n]ís359 que fuego hechava por la visera del
yelmo. Mas, pareciéndole bien el Cavallero Blanco, esperó por ver lo que en las justas le subcedía,
porque a esta ora él y el Cavallero de las Flores se juntaron tan bravamente que, siendo rompidas las
lanças y falsados los escudos y arneses, por poco vinieran al suelo. Otro tanto les aconteció con la
segunda, de que siendo muy enojados, escogiendo las mejores lanças que se hallaron, se juntaron tan
359
Beliauis.
239
fuertemente que el Cavallero de las Armas Blancas fue fuera de la silla, y al caer huvo un pie sacado
de su lugar. El Cavallero de las Flores huviera hecho otro tanto si valerosamente no se abraçara a su
cavallo; el qual no se pudo menear, y fuele dado otro por mandado del emperador, con el qual tornó
a esperar justa.
Don Belianís se puso de la otra parte.
–Agora –dixo el emperador–, veremos las más hermosas justas que ayan sido vistas.
–Assí lo creo yo –dixo el rey de Celandia–. Mucho me pesa que el Cavallero de la Princesa –
que assí por todos era llamado– está tan flaco. No querría que le subcediesse algún desastre.
–No tengáys temor –dixo el emperador–, que, si yo no me engaño, no se á visto en nuestros
tiempos otro cavallero su ygual.
Y cessaron sus pláticas, porque vieron venir los cavalleros uno contra el otro, con tal ayre y
tal postura que a todos combidavan a ser admirados. Y como su fuerça y destreça a ninguna otra del
universo reconosciesse ventaja, con tanta fuerça se hirieron que ni las seguras armas bastaron a
defender sus cuerpos, ni ellos lo dexaron de passar tan mal que no fuessen heridos. Y, si las lanças
tan presto no se quebraran, no fuera menos sino llegarlos a la muerte. Tuviéronse firmes en las sillas,
y rebolviéndose el uno contra el otro con encendida ira, pusieron mano a sus espadas, e diéronse tan
crueles golpes que las cabeças metieron entre los arçones de las sillas. Alguno vio las estrellas en el
suelo; y, como el uno conosciesse el esfuerço del otro, fueron metidos en mucho espanto,
acrecentóseles la saña. Reparose don Belianís de un golpe de su contrario, que fue tal que todo el
escudo de arriba abaxo le partió; y, levantándose en los estrivos con aquella su estremada fuerça, que
a tales tiempos le crecía, le hirió tan poderosamente que, cortándole el escudo y no prendiendo en el
yelmo, baxó hasta el cuello del cavallo, el qual fue todo cortado, y juntamente con su señor vino al
suelo. Y, como la ira en aquel tiempo le señoreasse, como una ligera ave saltó tras d‘él en el suelo.
Mas, como el esfuerço de su contrario de cosa alguna recibiesse temor, ya estava en pie, y como de
tal suerte le viesse venir y sus golpes le huviessen puesto cuydado, saltó ligeramente al través, y al
passar le hirió de una punta de espada tal que, si don Belianís con destreça no se dexara llevar, le
costara la vida. Mas con todo esso huvo más de cien mallas de la loriga cortadas y fue algún tanto
herido; que, acrecentándole el enojo, pensando que la herida fuesse mayor, le dio tales tres golpes
que las manos y rodilla le hizo incar en el suelo. Y, no le dexando sossegar punto, se començó más
cruel y sangrienta la batalla que en todo el día avía sido. Y ciertamente, si se llega al fin, el Cavallero
de las Flores corre peligro de la vida, aunque con tanto esfuerço haze su batalla que a todos tiene
maravillados. Y como el aliento con la mucha priessa les faltasse, se apartaron afuera por descansar,
començándose a passear por no se refriar.
Maravillados tenía a los presentes tal batalla, teniéndola por la más espantosa que se oviesse
visto. No hablava palabra alguna Claristea; no pudiendo suffrir de ver a don Belianís con tales
heridas, estava buelta de espaldas. Ar(r)io Barçano, con los esforçados Aligenor y Poligeno y el
240
príncipe Arbín y el rey Paremio, que ya se le havían dado a conocer, estavan entre sí platicando
quién sería aquel tan valiente Cavallero de las Flores; del qual vos digo que, como en tanto peligro se
viesse y su contrario con tant(t)o ardimiento, no podiendo pensar quién fuesse, entre sí grandes
exclamaciones hazía; aunque el generoso ánimo suyo /14-rº/ siempre pensava de ser vencedor, y que
el cavallero no sería tan fuerte que él no le deshiziesse con su espada. Muy al contrario d‘esto lo
pensavan todos los presentes, porque le veían desfallecido y correr d‘él mucha sangre; y, anque don
Belianís estuviesse herido, víanle con desemboltura estraña, con fuerças aventajadas. El qual, viendo
que la noche venía, y que le cumplía morir o vencer, apretando la espada se vino para el Cavallero de
las Flores que, no le rehusando, hizo lo mismo. Tales golpes se dieron que se hizieron el
comedimiento que a sus estados devían, hincando ambas las rodillas en el suelo. Y, como juntos se
hallassen, se abraçaron el uno al otro, cuydando que de aquella guisa pieça huviera que se huvieran
conquistando; tan recio se apretaron que las armas se abollavan.
Don Belianís, que tanto desseo tenía de conocer a su contrario como de fenecer la batalla, le
hechó las manos al tiracol* del yelmo; tiró por él tan recio que los laços fueron quebrados, y a la hora
conosció ser aquel el estimado y mortal enemigo suyo, príncipe Perianeo de Persia, a quien la
ventura, como a él, en aquellas partes hechara; de que fue tan alegre que le hizo olvidar sus heridas,
creyendo que nadie sería parte para le estorvar que la muerte no le diesse. Puso mano a la daga que la
emperatriz le diera, acordándosele que le avía dicho que grandes aventuras con ella se avían de
acabar, teniendo por cierto que aquella fuesse una d‘ellas. Con ella le quiso herir, mas Perianeo, que
su muerte vio tan cerca, soltando los braços le assió d‘ella con ambas manos; mas él fuera muerto si
la noche no cerrara tan escura que apenas se veían el uno al otro.
A cuya causa, vajándose el emperador, llevando de la mano a su hija Claristea, con infinitas
antorchas encendidas, llegaron donde los cavalleros estavan; y, haziéndolos apartar, el emperador les
rogó que por su amor dexassen la batalla y no quisiessen con tanta crueldad matarse, dexando el
mundo huérfano de tales cavalleros. Mas como la saña y desseo que el príncipe don Belianís tenía
por dar la muerte a Per[i]aneo360 le tubiessen tan encendido, respondió al emperador que él tenía
prometido de no dexarla sin muerte o bencimiento de uno de los dos; pues aquella aventura le
costava tanto de su sangre, no acordava de dexarla, porque él avía prometido de la aguardar veynte
días. Otro tanto respondió Perianeo, no queriendo dexar la batalla, de que mucho al emperador le
pessava, y sobre todos a Claristea que, mostrando mucha pena, dixo muy passo a don Belianís:
–Yo os alço, señor cavallero, la palabra, y digo que no es mi voluntad que más guardéys esta
aventura. Gran sinraçón me hazéys en menospreciar mi ruego, y nunca de vos perderé esta quexa.
No pudo tanto consigo don Belianís que no mostrasse grandíssimo pessar de cumplir lo que
se le mandava, y a la princessa dize:
360
Perdaneo.
241
–Mayor es esse agravio, señora, que no el primero. Ya no me podéys hazer tanto bien con
que el pesar que tengo no me dure hasta la muerte. Acabad con el cavallero que la dexe, que yo la
dexo por el presente tan contra mi voluntad que antes fuera contento de recebir la muerte a sus
manos.
No curó la princesa de respondelle, que no menos qu‘él enojada estava de verle tan porfiado.
Y, llegándose al príncipe Perianeo, le dixo:
–Esforçado cavallero, rescibiré de vos muy gran servicio que dexéys esta batalla, porque al
emperador, mi señor, le pesaría mucho de que la feneciéssedes. Hazedlo por mi ruego más
liberalmente que vuestro contrario.
–Excelente señora –dixo Perianeo–, aunque yo tuviera la vida y la batalla ganada, fuera poco
perderla por vuestro servicio.
–Pues veníos con el emperador –dixo la princesa–, y dexad a este cavallero en su tienda,
porque tiene prometido de guardalla por veynte días.
–Determinado estoy de obedecer vuestro mandado –dixo Perrianeo–. El cavallero se puede
quedar en la tienda, pues vos soys servida; y en lo demás, dadme licencia, que tengo necessidad de
me partir luego.
–No me haréys esse agravio –dixo la princesa– sin dezirnos vuestro nom- /14-vº/ -bre.
–Yo soy tan estrangero –respondió Perianeo– que mi nombre no será conoscido en estas
partes, pues no lo es mi persona.
Y con esto se despidió del emperador; y, cavalgando en su cavallo con ayuda del duque
Alfirón y sus primos, que para él venían, llegose a don Belianís, diziéndole:
–Mucho me pesa, señor cavallero, de aver havido con vos batalla sobre cosa tan liviana.
Gran merced recibiera [si] dixérades vuestro nombre, pues tengo entendido que de vos devo ser
conoscido.
–Mi nombre –dixo don Belianís–, no ay para qué dezirle. Básteos saber que otras muchas
vezes me avéys visto de la manera que agora.
Y con esto, no curando de hablar a nadie, se metió dentro en la tienda, haziendo su mesura al
emperador, mandando a Flerisalte que tuviesse qüenta por dónde yvan los cavalleros. Estava tan
enojado que casi estava fuera de su sentido, llamándose desdichado y afortunado.
El emperador y princesa con todos los grandes se bolvieron a palacio. Yva la princesa tan
enojada de don Belianís que, no queriendo cenar, se entró en su aposento, donde, después de haver
estado pensando, y con la desesperación que tenía de ver en lo poco que su ruego don Belianís
estimava, y como tantos días se havía dilatado sin querer responder a lo que Lindorena dixera, le
escrivió una carta. Y, mandando a un paje suyo que a la ora fuesse con ella al cavallero de la tienda,
quedó con tanta saña que le hazía olvidar del amor que le tenía.
Mas, por presto que fue, no le halló en la tienda, porque, como bolviesse Flerisalte y le
242
dixesse el camino que Periano y sus cavalleros llevavan, haziéndose ligar las heridas, aunque no eran
muchas, no bastando con él los ruegos de Ario Barçano, antes haziendo curar a don Brianel, que era
el Cavallero de las Armas Blancas, que la pierna se desconcertara, y dexando encargado a [A]ligenor
y Poligeno que allí con Ario Barçano y Arbín de la Espada le esperasen hasta que él bolvi[e]sse,
suplicando a Ario Barçano que hasta los veynte días en la tienda estuviesse, tomando consigo al otro
cavallero de las armas blancas, qu‘el baleroso Armindos, duque de Thebas, era, y al rey Paremio, a
mayor galope de sus cavallos que pudieron, con solo Flerisalte y dos escuderos del duque, siguieron
por donde Flerisalte les mostrara; y anssí mismo un page de la princesa, pensando cedo alcançarlos.
Mas no les avino a los unos y a los otros como pensavan, do cumple dexarlos, que grandes
jornadas les convienen andar en busca de las princesas que de Babylonia fueran llevadas.
Capítulo 6: De qué suerte las princesas que de Bavilonia fueron llevadas quedaron en el castillo
de la savia Medea.
Fueron llevadas aquellas señoras e altas princesas de la manera que vos diximos en la
segunda parte de la historia por el sabio Frist(i)ón en el carro que los furiosos dragones llevavan,
dando tan grandes gritos que de todos eran muy bien oýdos, diziendo: ―¡No, por lástimas!‖, llamando
los cavalleros que las socorriesse[n]. D‘esta manera fueron llevadas hasta la pavorosa morada del
encubierto castillo de la sabia Medea, donde con su llegada fue tan grande la furia que en él se
levantó, las vozes que sonaron, los aullidos que se dieron, que todas las infernales Furias parecían
allí ser llegadas. Los rayos del fuego, los humorosos deslates* se començaron tantos que no dexavan
a las princesas oýr sus propias vozes. El castillo se abrió, por medio del qual entraron los infernales
dragones con la más alta presa que en el mundo fue otra, hasta llegar a las ricas salas donde la
morada del castillo se mostrava apacible y deleytoso, y los dragones fueron bueltos en muy hermosas
y apuestas donzellas, con muy acordadas arpas e bihuelas y todo género de /15-rº/ música.
Las princesas, hartas de llorar, se hallaron en un rico estrado. Por toda la sala vieron pintadas
obras maravillosas; las ramas de los árboles de los alindados jardines que en torno de la sala estavan,
pobladas de diversas frutas, entravan por las ventanas, de que ellas recebían alguna alegría. Mas
estavan tan elevadas que les parecía que todo fuesse sueño, aunque bien se les acordava de la manera
que fueran tomadas. La linda Policena, que menos turbación avía recebido, como aquella que ya
fuera ussada a semejantes trabajos, disimulando el temor les dixo:
–Mis señoras, gran pensamiento tengo que a mi causa todas avemos sido presas, porque el
rey Astorildo, mi mortal enemigo, creo que me ha buscado todo este daño, porque ya sabréys los que
243
a mi causa le han venido361.
–¡Ay de mí! –dixo Florisbella–, señora princesa, quán engañada estáys, que sin duda estamos
en poder del sabio Fristón; mas venga la muerte quan raviosa quisiere, que si ya otra cosa por Dios
no está hordenado, nunca por mi voluntad seré puesta en poder del príncipe de Persia, aunque en mí
toda la fuerça de sus encantamentos execute.
La princesa Sirena, a quien las cosas de Perianeo siempre bien parecido avían, dissimulando
lo que sintía, respondió a la princesa:
–Mi señora, ya pluguiesse a Dios que de aquí fuéssemos libradas, que lo demás todo se
podría remediar a vuestro plazer.
Y con esto tod[a]s362 se tomaron por las manos y se salieron por aquellas huertas, donde, en
saliendo, toparon tanto número de hermosas damas que todos los vergeles d‘ellas estavan poblados,
no faltando ninguna de quantas los hystoriadores han hecho minción; donde vieron a la hermosa
Elena, acompañada con todas las principales troyanas, que luego vinieron a besar las manos a
Policena. Tras ella venía la hermosa Tysbe, acompañada de la reyna Dido, ambas sacrificadas al
fuego de sus amantes; con ellas, la hermosa Penélope y la casta Lucrecia, y no muy lejos venían
quatro damas cuya hermosura a las otras excedía, la una de las quales era la hermosa Diana, y las
otras Palas y la hermosa Venus, con la ar[r]ogante Junno, venían travadas de las manos. Y en otra
horden venían la preciada reyna Camila con otras quatro reynas, cuyos nombres, por ebitar
prolixidad, no se escriven, mas de quanto a mi parecer por sus devisas parecían a las hermosas
Triana con la reyna Aureliana, princesa de las amaçonas. No muy lexos d‘estas venían por su horden
las hermosas Heris y Gelis, hijas del rey Atamante, con la hermosa Hero, muerta por el desastre de
su amigo Leandro, y la bella Ysífile, y otras, todas tan hermosas y tan ricamente adereçadas que
causavan estraña admiración a nuestras princesas. Y todas, una tras otra, llegavan a las abraçar,
rescibiéndolas con estraño plazer y alegría, diziéndoles cosas con que olvidassen el pesar de verse
presas.
Después de acabados sus razonamientos, las mesas fueron puestas, y la hermosa princesa
Florisbella fue mandada assentar entre Palas y Junno, y junto a ellas Sirena, y todas las otras por su
horden, aunque entre la princesa Policena y Hermiliana no poca diferencia huvo, porque de la una
parte Benus, grande amiga de la gente troyana, quisiera que la honra de la más hermosa le fuera dada
a Policena, mas Junno mandó que juntas se assentassen. Al lado derecho suyo hizo sentar a la linda
princesa Imperia, y luego a la infanta Matarrosa y reyna Aurora. Después de lo qual fueron servidas,
con tanto ruido de música que en los altos cielos parescían estar arrebatadas; y, aunque el pesar suyo
en se ver presas era grande, aquellas cosas las tenían tan maravilladas que de cosa alguna no se les
361
En la Primera Parte, Policena se negó a casarse con el hijo del rey Astorildo, por lo que este la mantuvo
sujeta bajo un encantamiento hasta que llegó don Lucidaner a rescatarla.
362
todos.
244
acordava: vían tantas damas tan hermosas assentadas a las mesas que de más de tres mil passavan,
todas servidas con tanta magestad que las tenía fuera de sí. Las damas que servían, vestidas de muy
ricos paños y seda; sobre las mismas mesas donde comían havía riquíssimas e inestimables fuentes
de agua clara y diversos vinos, y otras aguas de diversas formas; las mesas, cubiertas de rosas y
clavellinas y olorosas flores de los azares; las fuentes, por /15-vº/ tal forma hechas que no servían de
más de lo que para el servicio de las damas era necessario.
Ninguna cosa desseavan que no les fuesse dada; solamente tenían perdidos de la vista a sus
amantes y la livertad que para gozar d‘ello era necessario. Estas cosas y otras muchas, aunque en sí
eran de estraño contentamiento, eran para dar mayor pena a la princesa Florisbella, pensando en la
ausencia de su querido príncipe, que más quisiera ella estar en qualquier tormento en su compañía
que no en aquellos plazeres en su ausencia. Y, contemplando en aquellas cosas, estava tan elevada
que no sintía cosa alguna, hasta tanto que, visto por Juno, le dixo:
–Pues no queréys passar tiempo con estas señoras, tomad esse espejo y mirad la hermosura
de vuestro rostro. Quiçá con ella tomaréys algún descanso.
Luego le puso un rico espejo delante, en el qual mirándose la princesa vio a su querido
príncipe don Belianís, haziendo gran duelo, metido en la mar. Par d‘él vio al esforçado príncipe Ario
Barçano, que le hazía compañía; y, siendo tan alegre de su vista, començó del todo ocupar en ello su
sentido, diziendo entre sí:
–¡Ay, mi señor! ¿Y cómo es possible que a mi causa andéys peregrinando por el mundo?
Mas la hermosa Juno la apartó de sus pensamientos, diziendo:
–Dad lugar, mi señora, a que gozemos de vuestra conversación, que harto quedará tiempo
para ver en esse espejo lo que queréys.
Florisbella, pensando que las otras señoras huviessen visto lo que ella, se quitó el espejo
delante, diziendo:
–Agora, soberana señora, tengo entendido que nos queréys detener aquí mucho tiempo, pues
tal entretenimiento avéys dado a mi vida, aunque, en la dulce conversación presente, qualquier
tiempo para le goçar es corto.
–¿No os parece assí, mi señora? –dixo Elena–. Mas, como quiera que sea, todas estamos aquí
para lo que vuestro contentamiento toca.
Mas apartó sus dulzes palabras, que a esta hora se començó tanto ruydo por aquellos
vergeles, sonáronse tantas y tantas maneras de música, que parecía que la de todo mundo fuesse allí
junta. Por aquellos campos vieron venir tantas falanxas* y ligiones de cavalleros que todo d‘ellos
venía cubierto. Era la cosa más hermosa de mirar que hasta entonces se viera. Las princesas fueron
turbadas, mas Venus les dixo que no recibiessen temor, que allí venía su hijo Cupido, de que todas
las princesas fueron alegres por ver la sobervia de su entrada. Venía acompañado de todos aquellos a
quien los crueles fuegos suyos abían abrasado, conforme al tratamiento que en ellos alcançaron.
245
Unos venían tan tristes que no alçavan los ojos del suelo, y dende a poco(s) los vían mundanos y
tomar su rostro algún color. Otros, por el contrario, de muy encendidos se bolvían de la color de la
muerte. Pues como todas estas gentes delante de las princesas pasassen, hazíanles el acatamiento que
les era devido. Donde, ya que muchas compañas eran passadas, vieron armar un cadahalso a manera
de un trono, de altura de cinco o seys estados*. Todos los mármoles y colmas eran de fina plata;
engastados por ellos con obra maravillosa, tantas y tan ricas piedras y perlas de valor que el universo
no tenía tantas. Tenía quinze gradas en alto hasta la silla de Cupido, que de muy differentes colores
era.
A esta ora llegó el atrevido niño, atormentador de los coraçones, ante quien no ay coraçón de
diamante que no se ablande, vestido bien conforme a sus efetos de muy diversas colores, aunque las
más bandas eran de amarillo como principal señal de su devisa. Los ojos traía cubiertos con un
delgado cendal* escuro. Y, sentándose en su silla, en las gradas se sentaron aquellas damas de su
compañía, digo aquellas que continuamente le siguen: en la primera, el Congoxoso Pensamiento, con
un leonado tan escuro que parecía negro; en la segunda, la Esperança, vestida de raso verde, aunque
muy junto a ella estava la temerosa Sospecha, con un escudo con el campo azul en que traía
muchos cavalleros muertos; más arriba estaba el Contentamiento, con sus colores de blanco y
colorado, y en su siguimiento el Temor, con un escudo en que traía una dama en campo azul con un
cavallero pensativo con /16-rº/363 unas pequeñas valanças, tan livianas que donde quiera que el aire
dava se bolvía. Encima estava la Desesperación; en‘l escudo, en campo amarillo, traýa un cavallero
tendido sobre unas flores, donde quiera que él tocava tan secas quanto por las otras partes de
hermosa color. Hasta lo alto del trono avía alguna; en lo más alto estavan dos damas, la una con
rostro muy sereno, en la mano una muy relumbrante espada con una letra que dezía: ―Justicia‖; mas
parecía estar sujeta a otra cuyos adereços y hermosura no era en cosa su igual. A esta miravan mucho
aquellas; en medio del escudo tenía unas letras grandes y bien entalladas que dezían:
No aprobechan los dolores,
amar es tiempo perdido;
que no se dan los favores
a verdaderos amores
sino a quien quiere Cupido.
Harto dessengaño era este, mas creo que en este mayor dessengaño está más recia red con
que aprieta.
A las damas les fue mandado de parte de Cupido que al trono llegasen, y a Florisbella hizo
363
De nuevo un error de foliación señala este folio como 30.
246
subir a lo alto y sentar en una silla, mandando que con altas bozes se declarasse ser la más hermosa
dama de quantas avía avido. La princesa Ymperia, que delante [de] Cupido se vio, no queriendo
perder la oportunidad del tiempo, con la solenidad de sospiros y palabras que ella tenía, dezía:
–Poderoso Cupido, rey de los fuegos de amor, gran consuelo para mí ha sido verme en tu
presencia, porque a lo menos tendré por cierto que mis querellas a tus oýdos son representadas, pues
an sido mis angustias y trabajos más desapiadados que de quantas han sido. De mí se an cobrado tus
tributos con más violencia que de los desesperados de amor; vien sabes con quánta crueldad me as
tratado, y, si de todo punto mi remedio es imposible, manda a la Desesperación me acompañe,
porque con mis importunaciones no te fatigue.
–Princesa –respondió Cupido–, yo quiero que sea así, que la Desesperación os acompañe,
pues injustamente pedís remedio que no suffre en la ley de mis servidores.
Estas palabras dexaron fuera de sentido a Imperia, que, visto por las damas de su compañía,
todas suplican a Cupido mire los ruegos de aquella princesa. Mas Cupido, bolviéndose a (a)
Florisbella, le preguntó qué era lo que quería que se hiziesse, dándole a entender de cúyos amores
Imperia estuviese apasionada364.
–Dalde, Señor, remedio conveniente –dixo Florisbella– como ninguna quede agraviada; y
en lo demás, tened por bien de mandar que por aquel con cuyo saber fuymos traýdas no podamos
aquí ser vistas.
–Ya está proveýdo –dixo el niño–, y en lo demás, todo se hará a vuestra voluntad.
Y, sacando de sus alas un arco, tomando una saeta con un dorado casquillo, hirió a Imperia
de tal suerte que vino al suelo tal como muerta.
El cadahalso fue luego quitado y todas las cosas se desaparecieron. Imperia bolvió en sí con
el mayor remedio que en los heridos de su mal alcançarse puede, hallándose presa de los amores del
príncipe don Contumeliano de Fenicia, desseándole ver quanto antes. Don Belianís no fue d‘esto
poco alegre, que tenía conoscido de don Contumeliano que assí mismo a ella amava en estremo. Y,
siendo tarde, fueron llevadas a sus aposentos. Con Florisbella quedó Matar[r]osa, que, como se
viesse apartada de aquellas señoras, a cuya causa no ossava descubrir sus bravos dolores,
recostándose sobre las almoadas, començando a llorar con tan penosos sospiros que, no dexando
hablar a Matarrosa, parecía que la muerte de todos lamentase, dezía:
–¡Ay, engañoso Cupido, con quántos encantamentos tra[é]ys engañada a esta donzella! ¿Qué
me aprovechan essas tus esperanças, tus alegrías y passatiempos, tus alagos y consuelos, pues
destierras mi alegría, ausentas mis contentos? Tus promesas, tomadas por sus contrarios, salen
verdaderas. ¡Ay, príncipe don Belianís, que no sin causa crescerá vuestra pena si vuestro mal es de la
calidad del mío! Esforçad os, mi señor, que yo no siento mi mal, respecto del que vos a mi causa
364
Como se relató en la Segunda Parte, Imperia está enamorada de don Belianís, pero no es correspondida.
247
passáys. ¡O, cruel Fristón; o, desapiadado príncipe de Persia, que con tanta instancia ponéys vuestras
fuerças contra una flaca donzella! Mas bien hazéys, que yo daría la vida por hazeros enojo.
D‘esta suerte lamentava esta princesa, que no sería pe- /16-vº/ -queño exemplo para procurar
huyr los lazos que este Amor, enemigo de sí mesmo, procura. Mas, ¿cómo será possible librarse los
que por su voluntad se aprisionan y se meten tan de redondón debaxo del yugo, que la libertad les
paresce captiverio, llevados como búfanos, engañados con el caduco deleyte qu‘el amor muestra a
los principios, tan dulze quanto después dura y amarga, pensando cada uno que los trabajos de los
otros no los ha de aver para él, siendo tan seguro lo contrario?
A la puerta de su cámara sintió llamar la princesa, y, bolviendo a mirar qué sería, vio entrar
una hermosa y apuesta señora, al parecer de mucha autoridad, la qual le dixo:
–¿Qué es esto, hermosa princesa, que con vuestros dolorosos sospiros havéys dado causa de
ser por mí a tal ora visitada? No toméys congoxa, que toda esta aventura está hecha para consuelo y
remedio de vuestra pena. No os fatigue tanto ausencia del príncipe, vuestro esposo, que de aquí
saldréys en su compañía, y mirad que al presente estáys encinta. No deys causa de perder un hijo que
no de menor esfuerço y valeroso ánimo que su padre será dotado. Dissimulad vuestra pena, pues
estáys en el mayor deleyte que se os podría buscar.
–¿Quién soys vos, mi señora –dixo Florisbella–, que a tiempo de tanta necessidad me avéys
visitado?
–Yo soy la sabia infanta Medea –respondió la dueña–, que, para tu descanso y el mío, esta
aventura por mi saber ordené. Dissimula lo que te he dicho, que yo daré forma cómo tu preñez por
sola Matarrosa y Aurora sea sentida.
Y, recordando a Matarrosa, le dize:
–Pues vos, infanta, no desmayéys ni mostréys flaqueza, que vuestros amores será el primero
que esta aventura provare.
Y con esto, no curando respuesta, se salió fuera, y las princesas, más consoladas, se
acostaron; donde ellas y todas las demás, cada una con su compañía, nunca dexavan de tratar de
aquellos que en sus coraçones tenían. Florisbella nunca apartava de sí el espejo de Juno, tenien[d]o365
toda la noche, a la luz que a la quadra dexava, harto que mirar en él, besándole muchas vezes,
bendiziendo a quien tan rico don le diera, regalándose assí mismo mucho por su preñez, rescibiendo
cada día de Benus y de todas las otras mil favores. Passava en esto su tiempo juntamente con las
otras princesas, y por les dar mayor passatiempo les mudavan unas vezes unos aposentos, y otras en
otros muy diversos, junto a muchos estanques que del agua que de las rosas y hazares y claveles salía
estavan llenos, donde las unas se bañavan y las otras labavan sus cristalinas piernas, mostrando la
belleza de que eran dotadas. Otras jugavan diversas maneras de juegos, con que passavan su tiempo,
365
teniento.
248
no sintiendo por esto menos la ausencia de sus señores; do cumple dexarlas por deziros lo que a
aquellos príncipes subcedió, qué libertad procuravan, que a su tiempo d‘ellas se hará entera relación,
con el nascimiento del príncipe Velflorán.
Capítulo 7: Cómo, partido el emperador don Bellanio de Babylonia, ap[o]rtó 366 en Troya, y lo
que en la entrada le avino.
Con las grandes y crueles guerras passadas alguna esperança de concordia se avía esperado,
pues continuamente son confirmadores de la paz, pues no ay victoria tan cierta ni cumplida que sin el
nombre d‘ella pueda tener; mas la adversa Fortuna, paresciéndole que, gozando el universo de tal
tranquilidad, no serían conocidos sus effectos como era razón, llamando a sus acostumbrados
compañeros, Ambición y Sobervia, juntamente con el [a]str[a]gador367 Cupido, encendedor de los
fríos y elados coraçones, rebolvió entre aquellos príncipes, señores de la mayor parte del universo,
tal trama qual al fin de la segunda parte d‘esta historia fue contada. Pues a tal tiempo se embarcó en
sus naves y poderosa flota el em- /17-rº/ -perador don Belanio de Grecia, espejo en cuyas hazañas era
justo los mortales se mirassen, donde, alçando sus hermosas vanderas sobre las altas gavias,
cubriendo gran parte de aquellas mares, era cosa de mirar.
Assí fueron por algunos días con buen tiempo; mas después d‘esto corrieron fortuna
contraria, de tal manera que, aportando unas vezes a unas ínsulas y otras a otros cabos donde se
holgavan de ver tierra, anduvieron más de quatro meses sin que jamás a su verdadero viaje pudiessen
tornar; y tanto los siguió que, una mañana, la nao en que el emperador yva con otras diez, no
pudiendo seguir las otras, se adelantaron con la fuerça del ayre a causa de ser más ligeras, tanto que
para sí vieron venir una gruessa flota en que, a su parecer, vendrían más de trezientas fustas, tan
hermosas quanto lo eran las que el emperador llevava. Y, como a aquella ora la tormenta cesasse y
viessen que la flota se venía derecha para donde ellos estavan, bien quisiera el emperador hallarse
con más aparejo del que tenía de las naves y flota. Se començaron a dar grandes vozes a los del
emperador que se rindiessen, mas ellos, que poco pensamiento tenían d‘eso, no cuidaron de amaynar,
antes se adereçaron para se defender, teniendo por cierto que su socorro estava muy cerca, y que no
sería mucho ganar toda aquella armada. Mas, como ya junto los unos de los otros llegassen, de las
nabes del emperador fueron conocidas las agenas banderas ser de la reyna Aurora, como allí fuessen
muchos que en la toma de Antiocha se avían hallado, y diziéndolo al emperador, él fue muy alegre; y
las otras también avían conocido las señas e imperiales estandartes, y con mucho regozijo de una
parte a otra se hizieron señales de paz. Y juntándose la nao capitana con la del emperador,
preguntando quién en ella venía, e siéndoles dicho, saltaron dentro dos cavalleros; los quales,
366
367
apartó.
ostregador.
249
hincando las rodillas ante‘l emperador, le pidieron las manos; y, no se las queriendo dar, los recibió
con mucho amor, e quitándose los yelmos fueron conocidos el uno por Damartino del Valle, y el
otro, el valeroso Palineo de la Ventura, conde [de] Gariano, que, aviéndolos estorvado la fortuna que
havían tenido en la mar, que más de un año havía que partieran de Antiocha, no pudieron jamás
llegar donde desseavan. El emperador rescibió con ellos mucho contentamiento, contándoles todo lo
que en Babylonia sucediera, y cómo su señora, con todas las otras princesas, por encantamento
havían sido llevadas, de lo qual sintieron el pesar que como leales vassallos eran obligados.
A esta hora toda la flota del emperador, en que más de dos mil navíos venían, se juntó; e
siendo avisados que las otras fuessen amigos, recibieron mucho plazer. A esta sazón el general piloto
de la armada se llegó al emperador, diziendo que le hazía saber que ellos se hallavan muy cerca de la
gran ciudad de Troya, en el mar Egeo; por esso, q[u]e368 viesse lo que le parescía que hazerse
deviesse, porque, si no era haziendo muy gran trabés, les cumplía passar por delante d‘ella. Mucho le
plugo al emperador d‘ello, y preguntó al piloto qué tan lexos d‘ella se hallavan.
–Antes de quatro horas seremos en el puerto –dixo el piloto–, si a vuestra magestad le
paresce.
El emperador mandó luego que tocassen alarma, y que se avissasse por vando general en
toda la armada que cada uno con el mejor concierto que fuesse possible procurassen tomar tierra, que
el emperador quería restituyr aquel reyno a la princesa Policena, y en su nao mandó que se pasassen
los príncipes don Persián e Briamor con los más principales, y el conde [de] Gariano mandó lo
mismo en las suyas. Y luego, con tan gran ruydo que todo el universo parecían traer tras sí,
començaron [a] acercarse a la famosa ciudad de Troya, al puerto de la qual llegaron con tanto
sobresalto de los de dentro y con tanta turbación de la nueva venida que corrían hombres y mugeres
por las calles, tan desatinados como si ya tomados de sus enemigos se vieran. Mas el rey Astorildo,
con el valeroso príncipe Mitríd[an]o369, su hijo, /17-vº/ con don Playartes el Tevano y don Epidauro
de Ponto con la gente que de Babilonia avían traído, que nunca la despidieran, temiéndose de aquella
venida del emperador, salieron a la ribera, poblados de ricas y resplandecientes armas y troyanos
coraçones, pensando defender la salida. Mas, por prissa que se dieron y en más de tres mil barcas,
saltaron más de quarenta mil cavalleros a tierra, los quales, con aquel animoso denuedo que siempre
tuvieran, como tan acostumbrados a bravas y furiosas batallas biviesen, aviendo los más d‘ellos
tomado cavallos, contra sus enemigos mueben, d[o]nde370 junto a la marina tan cruel y sangrienta
batalla se rebuelve que los arroyos que d‘ella hasta la mar yvan la cubrían de sanguinolento licor. Era
tan brava y espantosa, y los cavalleros troyanos lo hazían tan bien, que a sus contrarios hasta
meterlos en la mar hazían retraer. Mas a esta ora el estandarte imperial fue puesto en tierra,
368
qne.
Mitridnao.
370
dende.
369
250
siguiéndole el valeroso rey de Ungría con el príncipe de Macedonia, y los príncipes don Persián y
Briamor; por la otra parte, la seña de la reyna de Antiochía, que doze leones en campo amarillo traía,
y la flor de Antiochía con ella, con passados de cien mil cavalleros, los quales con tan furiosa ira y
presteza se meten en la travada escaramuça, que, no les valiendo a los troyanos, muchos d‘ellos
quedando muertos, los hizieron retraer hasta la parte donde salieron.
Y a la ora de las naves de Antiocha se sacaron hasta dozientos carros falçados, pobladas
todas las ruedas de muy grandes puntas de azero, tales que a qualquier exército pusieran temor. Eran
de maravillosa grandeza, tanto que en cada uno a su plazer podían pelear veynte cavalleros.
Llevávanlos grandes y hermosos dromedarios armados de muy fuertes armas; y, subiendo en ellos
los que de aquello traían cargo, tal estrago hizieron en la gente de los troyanos que más de seys mil
hizieron pedazos, tanto que, no lo pudiendo suffrir, bueltas las espaldas, començaron a huyr hasta
tanto que fueron metidos por las puertas de Troya, aunque el valeroso esfuerço de sus capitanes
bastase a los detener.
Y luego, siendo salida toda la gente, come[n]çaron371 a fortalecer su real, poblándole de muy
honda y hermosa caba*. Y como el emperador tuviesse pensamiento de aquella primera arremetida
ganar la ciudad, hizo que toda la gente de golpe cargase sobre todos los que se traían. Y cierto, si la
ventura les fuera un tanto favorable, según su esfuerço no fuera mucho acabarlo; porque, viendo que
toda la gente debaxo del amparo de los muros de Troya se retraxera, entrándose todos por la Puerta
del León, que abierto estava, a la qual por estar, como estava, metida en el risco de una peña, y los
contrarios aver quitado quatro puentes que el camino para ellas se hazía, no se podía subir a cavallo.
El animoso rey de Ungría con el príncipe de Macedonia se apearon, y con ellos multitud de otros
muchos, dexando los cavallos por aquel campo, procurando de embestir con sus enemigos, los quales
a su parescer estavan tan fuertes que con cosa alguna no podían ser vencidos. Mas Palineo de la
Ventura, llegándose al emperador, le dixo:
–Soberano señor, aunque vuestra persona no es justo que por cosa terrenal se aventure, si
queréys, yo os pondré dentro de aquellas puertas.
–Si esso vos hazéys –dixo el emperador–, aún podríamos oy ser señores de Troya.
–Pues seguidme –dixo el conde.
Y luego, bolviéndose donde la batalla fuera, tomando las armas de dos cavalleros troyanos,
las más ricas que hallaron, y si en todo como en aquello la Fortuna les fuera dichosa, no avía mal
acertado, porque las tomaron de dos capitanes m[u]y372 esforçados. Y, como el conde [de] Gariano
uviesse mirado la ciudad, tomando el rodeo por otra parte fueron hasta llegar junto donde la gran
batalla a la Puerta del León se hazía, aviendo avisado a los escuderos del emperador e su gente de
guarda que, viéndolos dentro de las puertas, procurassen de ser con ellos y pelear esforçadamente,
371
372
comeuçaron.
mny.
251
porque en aquello estava por entonces ser suya la ciudad o no. Y como donde vos dezimos se
llegassen, el emperador hirió en sus mismos cavalleros y el conde también, de suerte que dieron con
quatro o cinco atordidos en el /18-rº/ suelo(s)373. Los cavallero que allí estavan, teniéndolos por
enemigos, especialmente don Persián y el esforçado Briamor, arremetieron contra ellos; mas el
emperador, como era tan ligero, y el conde de Gariano mañoso, en un punto se lançaron entre los
cavalleros troyanos, los quales salieron fuera de sus reparos en su socorro, ayudándolos con un
valeroso esfuerço, no teniendo entendido el mal que les estava aparejado con aquellos cavalleros; los
quales, poniendo en execución lo que antes tenían pensado, viendo [que] la mayor defensa que por
entonces la Puerta del León tenía era el esforçado Mitrídano de Ponto, el emperador començó
entonces a apellidar ―¡Grecia! ¡Grecia!‖. Con valeroso ánimo se puso entre las puertas porque cerrar
no se pudiessen, y a Mitrídano hiere de un golpe al través por la vista, dado con tanta fuerça que por
poco diera con él en el suelo. El conde [de] Gariano, que una hacha de armas, de que él sabía mucho,
a la sazón avía tomado, con ella dio a don Epidauro tan gran golpe que la sangre le (le) hizo saltar
por la visera del yelmo, y con los otros se rebuelve con tanto esfuerço que en breve dieron con más
de diez en el suelo a sus pies. Temerosos eran de atender sus golpes, tanto que ya tenían la puerta
desembaraçada, y los griegos cavalleros llegavan sobre ella sin que pareciesse aver resistencia que se
lo contradixesse, porque el emperador tenía las puertas tan firmes que nadie era poderoso para
menearlas a ninguna parte, y el conde de Gariano estava a la otra mano, algo más adentro.
Mas en este punto, de lo alto soltaron una puerta colgadiza toda de hierro, la qual estava echa
para semejantes necessidades, con muy agudas y gruessas puntas por lo baxo, la qual, acertando al
emperador por la decendida de un hombro en soslayo, le llevó la mitad de las armas, haziéndole en el
braço una herida, aunque pequeña, y si milagrosamente el Alto Señor no lo permitiera y le fuera a
tomar algo más dentro, fuera hecho pedaços. Él se tiró afuera, espantado del cruel golpe que
recibiera, que jamás temor alguno como a la sazón de ser muerto tuviera. Muchos cavalleros llegaron
de golpe de aquellos que de la guarda del emperador tenían cargo; que, como le viessen tan herido,
sin que él fuesse parte para otra cosa le tomaron en braços, sacándole fuera de los reparos de la
muralla. Y, aunque el emperador dava vozes que lo soltassen, no lo quisieron hazer hasta llevarle a
su tienda, que ya estava armada.
Del conde de Gariano vos digo que, como se viesse cercado dentro de aquella puerta sin
pensamiento de poder ser socorrido, queriendo antes ser muerto que preso, hazía tan cruel defensa
que muchos cavalleros a sus pies tenía muertos. Y, saliéndose de la bóveda, quiso con valeroso
coraçón subir por una de las escaleras del muro, que no menos que la vida le valiera. Y no dexara de
salir con ello si a esta ora de lo alto de la cerca no le dieran un cruel golpe sobre el yelmo con una
pesada piedra, tal que dieron con él de allí abaxo. Muchos llegaron de golpe por le acabar de matar,
373
La palabra aparece en el reclamo, pero no en la página siguiente, que comienza directamente con ―Los‖.
252
mas don Epidauro y Mitrídano lo estorvaron, que de otra suerte pensavan vengarse d‘él con mayor
menosprecio de sus enemigos, teninedo por cierto que alguno de los más principales griegos fuesse.
Y haziéndole quitar el yelmo, no le conociendo, como aquellos que hasta entonces nunca le vieran,
hizieron remedios con que bolvió en sí. Mandándole poner a buen recado, bolvieron sobre las
guardas que por las cercas estavan, porque el combate todavía se seguía, tan bravo que era espantable
cosa mirarle.
Mas, por valor y esfuerço que los griegos mostrassen, no les prestó punto para que por él
ganassen sola una almena de la ciudad; antes viendo que recebían gran daño se quitaron afuera. Y de
lo que avino en este cerco, juntamente con lo que del conde se hizo vos contaremos adelante, por vos
contar de lo que a los dos hermanos don Clarineo de España y don Luzidaner de Thesalia avino,
porque ha mucho que d‘ellos no hezimos mención.
/18-vº/
Capítulo 8: De lo que a los dos esforçados príncipes don Clarineo y don Luzidaner avino
partidos de Babylonia, en l’aventura de Roseliana.
Partiéronse de Babylonia los dos hermanos y esforçados príncipes don Clarineo y don
Lucidaner como vos contamos, con tanto pesar de la pérdida de las princesas que grandes días les
duró, que, aunque juntos caminavan, davan tanto lugar al pensamiento que no se hablavan el uno al
otro palabra, antes alvergando de noche por las florestas se apartavan el uno a una parte y el otro a
otra, debaxo de algunas matas, donde hazían su duelo con tanta pena que passavan no menos triste
vida que los demás de quien esta hystoria ha hecho mención. Ansí anduvieron muchos días,
acabando grandes y peligrosas aventuras, emendando muchos agravios, allegándose quanto más
podía la buelta de la grande Asiria, metiéndose algunas vezes en alta mar, por la qual caminavan
muy poco a causa que el príncipe don Luzidaner era muy amigo de caminar por tierra.
Pues d‘esta suerte fueron hasta tanto que una mañana, ya que el sol salía, aviendo aportado
en una pequeña fusta a una hermosa y muy deleytosa ínsula, paresciéndoles la más apazible que ellos
hasta entonces huviessen visto, don Clarineo mandó que allí tomassen tierra. Y, aviéndolo hecho
ansí, mandando a los marineros que allí los atendiessen, tomando sus cavallos salieron en tierra con
solos dos escuderos que los llevan las lanças. Muy agradados yvan de ver la tierra, porque les
parescía que artificialmente todo estuviesse puesto. Avía muchos y entretexidos jazmines y grandes
mesas de alindados arrayanes, copia de altos y muy derechos zipreses y fr[o]ndosos374 álamos, y
otros árboles de diversas maneras que hazían muy hermosas sombras. Bien pensaron que, conforme
a lo que vían, no muy lexos devía de estar el poblado. D‘esta guisa fueron hasta salir a un gran llano,
no menos apazible que las passadas frescuras; era tan largo quanto los ojos se pudieran estender a
374
frendosos.
253
mirar. En torno del llano, arrimados a unas pequeñas cuestas que al fin d‘él se hazían, vieron número
de más de veynte castillos, con tantas torres y dorados chapiteles que davan gran sabor a quien los
mirava. En medio de todos en aquel llano estava assentado otro castillo, tan fuerte que con razón
parecía ser inispugnable. No se vio cosa más alindada al parescer de los príncipes, los quales, muy
alegres de haver aportado en tal parte, se fueron por un camino algo ussado que en el llano avía,
tomando las lanças a los escuderos, poniendo las piernas a los cavallos, haziéndoles hazer muchos
contornos y corcobos tan graciosos que, como ellos fuessen de los bien puestos a cavallo que en el
mundo huviesse, no menos alegría podrían dar con su vista que la que ellos recebían. Los cavallos,
que muy furiosos eran, gozando assí mismo de aquellos llanos, arr(r)emetían de un cabo para otro,
dándoles a ello algún lugar los duros frenos.
D‘esta guisa fueron hasta llegar acerca del grande y torreado castillo; ,y rodeándole por ver si
avía alguna parte por donde entrar, encima de una torre que de muy fino christal parecía ser hecha,
vieron una donzella tan hermosa que a los príncipes dexó maravillados de su hermosura, cuydando
no haver visto otra más estremada. Estava vestida de una saya de damasco blanco toda golpeada, y
por los golpes se mostrava un embés de fino oro. Tenía un tocado rebuelto a la cabeça por cima de
una redecica de oro con que los cabell[o]s375 tenía cogidos. Parecía estar de a- /19-rº/ -quella manera
como persona que de sí tenía muy poco cuydado, ya qu'el descuydado disfraz causava en ella tanta
hermosura que la natural en muchos quilates acrecentava. Tenía sus alindados pechos descubiertos
todo lo que del cuerpo de la saya, que algún tanto era derrocada, se podía mostrar. Tenía en las
manos unos delicados guantes, los quales parecía aparejar para calçar, y, aunque parescía en aquello
tener todo su pensamiento, no hera ansí, antes tenía encubiertamente puestos los ojos en los
cavalleros, paresciéndole no menos bien dispuestos que ella a ellos gentil y graciosa dama. Y
esperando a ver (que) lo que dirían estuvo algún tanto, dando lugar a que los príncipes pudiessen
gozar de su hermosura, gozando de el disfraz que en sus cosas las más hermosas damas
continuamente usan; donde, paresciéndole tiempo, mostrando no los haver visto ni entendido, se
quiso quitar de la ventana. Mas don Clarineo, a quien su hermosura no avía dexado tan libre como
fuera menester, le dixo:
–Mi señora, supplico a vuestra grandeza seáys servida de que vuestra soberana vista no aya
sido para dexarnos en las tinieblas que vuestra ausencia nos podría causar, tanto mayor quanto los
claros rayos de vuestra hermosura a todos los mortales exceden, con la ventaja que en vos tan clara
se parece.
La donzella, mostrando entonces haver visto los cavalleros, fingiendo no haver entendido las
palabras, les dixo:
–¿Qué ha sido, cavalleros, la causa de vuestra venida por estas partes tan estrañas quanto
375
cabellas.
254
peligrosas para los cavalleros estrangeros, donde no os dexa de estar muy aparejada la muerte, y aun
a mí, si en tal parte soy vista?
Y con esto se quiso quitar de la ventana.
–Excelente señora –dixo don Clarineo–, vuestra sobrada hermosura da testimonio del peligro
ser mayor que lo que se encarece, aunque promete la muerte tan gloriosa que por esta parte todos la
devíamos procurar. Por tanto, suplíco‘s tengáys por bien de hazernos savidores de la causa de tan
grande encerramiento como aquí parece; aunque para mí no fuera malo ser mayor, pues quedara libre
de tan cruel erida y tan incurable como al presente he recebido.
–Señor cavallero –respondió la graciosa dama–, mucho contentamiento rescibiera que no
fuérades tan desembuelto en parte que no conocéys, y, aunque el desconocimiento os pueda librar de
alguna culpa, no lo seré yo de averos dado causa a ello. Por esso, a Dios quedéys encomendados, y
sabed que este castillo no tiene entrada alguna, si no es passando por todos los diez castillos que al
derredor veys, donde, venciendo todas sus guardas, yo seré contenta de que tornéys a gozar de mi
vista, si tan agradable es como vos dezís.
Y, no esperando a que los príncipes le pudiessen responder, se quitó de las finiestras, con
cuya ausencia quedó el príncipe don Clarineo tan embelesado que en aquel punto no se le acordava
de la princesa Hermeliana, su señora; antes su apassionado coraçón en bivas llamas por la donzella
ya vista ardía; de que no poco maravillado, el príncipe don Luzidaner le dixo:
–¿Qué nueva passión ha sido esta, mi señor, que tan de veras en vuestras entrañas está
arraygando con tan súpita herida? Que apenas vuestro dolor podría ser creýdo, porque las heridas
tan peligrosas, o dan luego la muerte, o prometen para adelante esperança de salud con que todos los
males se consuelan.
–¡Ay de mí –dixo don Clarineo–, y cómo creo que mi muerte es llegada con la vista de esta
donzella, si mis ojos no pueden tornar otra vez a gozar de su vista!
–No desmayéys por esso –dixo don Luzidaner–; procuremos de acabar el aventura que ella
nos dixo, que después el tiempo nos diría lo que nos combiene hazer.
Y con esto rodearon todo el castillo; mas en todo él no hallaron puerta ninguna ni ventana
por donde entrar se pudiesse, salvo algunas finiestras, las quales, de muy fuertes rejas pobladas, su
entrada /19-vº/ hazían impossible.
–De esta manera –dixo don Luzidaner–, en balde andaremos por aquí perdidos. Tomad vos,
mi señor, el camino de aquellos cinco castillos, que yo tomaré el de los otros, y el que antes diere fin
a los que le caben, sea en ayuda del que tardare.
–Como vos paresciere –dixo don Clarineo– está bien acertado.
Y con esto se abraçaron el uno al otro y, dando cada uno la lança a su escudero, movieron
por dos pequeños senderos que a los castillos guiavan. Con la nueva llaga de amor se metió por el
pequeño camino don Clarineo, llevando en su memoria representada la hermosa figura que biera; y,
255
aunque376 la memoria de la princesa de Francia le diesse alguna pena, no hera de manera que le
diesse la congoxa que solía. Assí fue hasta tanto que llegó a una pequeña puente que encima de un
arroyo de agua estava; y a la entrada vio dos mármoles blancos, y en ellas unas letras griegas muy
bien talladas que ansí dezían:
―Qualquiera cavallero que la ventura de la bella infanta Roseliana377 provar quisiere, de aquí
adelante le cumple caminar solo y sin compañía, porque, de otra manera, el sabio Licanor le avisa
que su camino será en balde. Y tú, cavallero que aquesto leyes, procura que el esfuerço y valeroso
ánimo tuyo no te desampare, porque te offrece bravas y temerosas batallas donde no tendrás otro
amparo salvo de tu virtuoso esfue[r]ço378, q[u]e379 mayor que en parte alguna te será menester;
donde, si tu ventura lo hordenare y la bella Roseliana en tu poder fuere puesta, no pongas en olvido
lo que por tantos fue procurado‖.
Mucho plazer rescibió don Clarineo con estas palabras por saber el nombre de la señora que
con su vista tanto le subjetara. Y tomando la lança a Belsinón, su escudero, le mandó que a la nao se
bolviesse, y él lo hizo, con abundancia de lágrimas en apartarse del príncipe, su señor. El qual,
aviendo passado los dos padrones, se fue derecho hazia el primer castillo, adonde, en siendo visto, de
encima de los adarbes se començó gran ruydo de música por muchos que aquello aguardando
estavan, después de lo qual con muchas vozes y alaridos comiençan de llamar al cavallero a la
batalla. Las puertas del castillo fueron abiertas, y la entrada pareció toda desembaraçada; lo qual,
dando a don Clarineo mucho contentamiento, no viendo la hora q[u]e380 verse dentro, arremetió assí
a cavallo como estava, hasta tanto que se halló en una pequeña plaça que en la entrada de aquella
puerta se mostrava, donde vio quatro cavalleros armados de una devisa de armas pardas. Y el uno
d‘ellos se llegó a él, diziendo:
–¡Cavallero loco y de poco saber, cumple que, en pago de vuestro atrevimiento, vengáys
comigo preso donde están otros más esforçados que no vos!
–Si sin batalla por vuestras amenaças se rindieron –respondió don Clarineo–, ya podría ser
otra cosa. Y, pues de la batalla no se espera más peligro que sin ella, toda vía quiero probar mi
ventura.
–Pues apeaos –dixo el cavallero–, que comigo no podéys hazer la batalla salvo a pie, que a
mí no me está mandado otra cosa.
–En esso, como quisiéredes –dixo don Clarineo.
376
auuque.
Este personaje se llama al principio ―Roseliana‖, pero llegará un momento en que pase a ser ―Rosaliana‖ y
permanecerá así el resto de la obra. Dado que ya existía una infanta Roselia en la narración, suponemos que
finalmente el autor optó por esta variante para diferenciarlas, pero mantenemos la alternancia, siguiendo el
texto original.
378
esfuetço.
379
qne.
380
qne.
377
256
Y con esto se apeó de su cavallo, paresciéndole que el cavallero quería hazer lo mismo; mas
apenas le vieron a pie quando él y los otros arremetieron de cavallo como estavan, y con los pechos
de los cavallos le dieron tal encuentro que dieron con él de espaldas tan gran caýda que por poco lo
mataran, porque uno de los cavallos lo puso la mano sobre los pechos. Y en siendo erido, en el punto
fueron con él quatro peones, que él antes no viera, y los dos d‘ellos se dexaron caer sobre él porque
levantar no se pudiesse, y el uno d‘ellos le quitó la espada de la bayna, y el otro el escudo, que en el
suelo se le cayera. Los cavalleros se /20-rº/ apearon para venir sobre él. Nunca don Clarineo se vio
en tal peligro como el presente, en el qual parecía no se le escusar la muerte. Mas su tan aventajado
esfuerço le valió a aquella, porque, poniendo las manos en el suelo, con tanta fuerça empuxó que, a
pesar de los que se lo defendían, se puso en pie; donde, travando con furia a uno de los peones de
una acha, se la llevó de las manos, dando con él en el suelo, y con ella hirió a uno de los cavalleros,
que sobre él ya venía, tan bravamente por cima del yelmo que junto con la cabeça fue hendido. Mas
él fue acometido con denodado ánimo por los otros, que esforçados eran, y el uno d‘ellos le hizo una
herida en un hombro; mas como su valor el de tales tres cavalleros hiziesse poco al caso, en breve
espacio les puso a todos tales que, heridos de mortales heridas, dio con ellos en el suelo. Y como la
ira le señoreasse, ar[r]emetió con los peones; mas ellos, que más a la ligera estavan armados, dieron
a huyr por el castillo adelante, que, siendo seguidos por don Clarineo, los vio salir por la otra parte
del castillo, que derechos al segundo yvan. Y, no curando por entonces de seguirlos, se bolvió a
donde la batalla fuera. Y tomando su cavallo, no curando de ver lo que dentro estava, con el desseo
que de verse en el alcáçar donde estava la bella Roseliana tenía, a la ora salió del castillo, en el qual
se sonaron grandes gritos y alaridos. Cuydando don Clarineo que por los cavalleros vencidos se
diessen, mirando yva el camino que de aquel castillo al otro se hazía, el qual era tan fresco que en los
coraçones heridos nueva mudança causava, dando alegría y contentamiento al apassionado príncipe,
el qual no ossava pensa[r]381 en la infanta Rosaliana, representándosele que en aquello a la princesa
Hermeliana hazía no pequeña afrenta.
En estos pensamientos fue hasta llegar a la entrada del segundo castillo, en el qual vio unas
letras que ansí dezían: ―Qualquier cavallero que la entrada del Castillo de la Ventura provar quisiere,
cumple que en uno d‘estos padrones dexe una pieça de sus armas, qual quisiere, porque de otra
manera la entrada será impossible‖. Leýdas las letras, don Clarineo a la hora dexó caer su lança,
porque allí vio assí mismo otras muchas arrimadas. Y con esto passó una puente levadiza, y entrando
por las puertas, que abiertas estavan, en unas pequeñas aldavas vio atados dos muy fieros leones, tan
bravos y dessemejados quanto él otros visto huviesse. Junto a ellos estavan dos centauros armados de
todas armas, con sendos venablos en las manos que cada uno tenía una braçada de grande y muy
381
pensaa.
257
acerado yerro, que al príncipe causaron no pequeña alteración. Mas, vie[n]do382 que no le cumplía
hazer otra cosa, poniendo mano a su espada embraçó su escudo y, apeándose del cavallo,
paresciéndole que a pie mejor que no a cavallo se defendería de los leones, aunque para los centauros
el cavallo le hazía al caso, y estuvo dudando si los acometería o passaría adelante; mas,
representándole que no sin causa allí estuviessen puestos, se determinó a acometer antes que la
necessidad a defenderse le cumpliesse, apretando la espada en la mano. Los centauros, que entrar le
vieron, se fueron para él, y el uno d‘ellos hizo muestra de quererle tirar el pavoroso venablo, que dio
causa a que, queriéndose reparar el príncipe con su escudo, el otro le arrojasse el que traýa, que,
acertándole al través del escudo, le rompió toda la delantera del arnés, juntamente con la parte del
braço yzquierdo, de que luego le començó a correr mucha sangre. El benablo passó adelante, y por el
suelo se hincó todo el hierro, quedando retemblando defuera el hasta. El otro le arrojó así mismo el
suyo, mas don Clarineo dio un salto al través y el benablo fue casi todo en el suelo soterrado; y, con
la ligereça de un ave, saltó con ellos, donde hirió al uno de tan espantable herida /20-vº/ qual nunca
jamás se viera, porque, acertándole sobre un escudo que de barras de azero estava cubierto, le llevó
todo hasta el otro cabo y, no se deteniendo allí la furiosa espada, el temeroso centauro fue abierto los
pechos con tan penetrante herida que el coraçón huvo por medio cortado, dando con él muerto en el
suelo.
El otro, que tan bravo golpe vio, más espantado de lo que dezirse puede, no osando esperarle
otro, se arrojó hasta llegar donde los leones estavan, los quales prestamente soltó, cuydando, con su
ayuda, dar la muerte al príncipe don Clarineo. Mas fue por su mal, porque don Clarineo, que detrás
d‘él venía, juntó con él, donde le hirió de una punta de espada tal que la mitad d‘ella le metió por el
vientre. Y, como viesse que le cumplía morir o vencer, prestamente lo hirió de otras dos, con que le
hizo estender con la basca* de la muerte.
Mas los leones, que a semejantes peleas estavan industriados, viéndose sueltos, cerraron con
él tan rezio que por poco le derribaron, y el uno se abraçó con él, procurando con sus cortadoras uñas
hazerle pedaços. El otro le trabó por el braço del escudo, que a parte alguna no le dexava mandar;
que, siendo sentido el peligro por el príncipe, puso mano a una daga, con la qual al uno d‘ellos dio
por entre los braços quatro o cinco heridas tales que le convino soltarle, porque las bascas de la
muerte le aquexavan. El otro le avía desarmado el braço, y por poco don Clarineo le perdiera; y,
como tan aquexado se viesse, le hechó entr‘ambas manos al cuello, con que, haziéndole perder parte
del aliento, le soltó. Mas don Clarineo, poniendo toda su fuerça, dio con el león en el suelo y,
poniéndole los pies sobre el cuello, le tuvo tan firme hasta que sintió que hera muerto; de que fue
muy alegre en verse librado de aquella tan peligrosa batalla, y sentose un poco por descansar;
aunque, viendo lo mucho que de hazer le quedava y que su detenimiento no le podía dar provecho
382
vieudo.
258
alguno más de desangrarse, se levantó y, tornando a tomar su cavallo, començó a yrse camino del
tercero castillo.
Y mirando hazia la otra parte, donde los otros cinco castillos estavan, oyó gran ruydo de
golpes de lanças y espadas y grita, como de gente que hazía batalla. Y dándole pensamiento que el
príncipe, su hermano, estuviesse en algún peligro, se dio más priessa, corriendo al galope de su
cavallo, hasta entrar por unos muy ricos arcos que de un espejado mármol delante de la puerta del
castillo se hazían. En la sobrepuerta que a la entrada estava avía un corredor assaz galano e vistoso,
encima del qual vio el príncipe don Clarineo quatro donzellas assaz hermosas e ricamente ataviadas;
las quales, viéndole venir con tanta priessa, muy riendo la una d‘ellas le dixo:
–¿Qué es esso, cavallero, que con tanta priessa venís? Si tenéys necessidad de nuestro
socorro, dadnos por aquí las armas, que una de nosotr[a]s383 baxará a ayudaros, que para esso somos
aquí venidas.
Don Clarineo se detuvo, y bien cuydó que aquellas damas, pensando que venía, viéndole, le
motejarýan de cobarde; y, fingiendo tener mucho más temor, les respondió:
–Hermosas señoras, si algún socorro de vuestra parte hazérseme puede, sea que me deys
manera cómo yo suba arriba al castillo, porque tras mí vienen unos endiablados cavalleros que, si
aquí me hallan, nadie será parte para me dar la vida.
Las donzellas se rieron de buen semblante, y la una d‘ellas le dixo:
–Nosotras, señor, no tenemos manera como vos podamos subir. Mas dadnos por aquí
vuestras armas, que después, poniéndoos sobre vuestro cavallo, podréys subir más fácilmente.
–Entre tanto –dixo don Clarineo– podría yo, mis señoras, correr peligro. Por esso dadme
licencia, que por aquí me determino de entrar.
Con estas razones entró por la puerta del castillo; mas no fue acabado de entrar quando con
él dieron dos gigantes tan disformes y bien armados que al prínci- /21-rº/ -pe no poco cuydado
dieron. Mas, desseando que aquellas señoras gozassen de ver la batalla, se retiró un poco fuera de la
puerta. El uno de los jayanes, que más voluntad de herirlo traía, salió tras el cavallero en un poderoso
cavallo con una gruessa lança en la mano; que, como el príncipe don Clarineo quisiesse rebolver
sobre él, se juntaron con los cuerpos de los cavallos, escudos y yelmos tan reziamente que el gigante
fue fuera de su acuerdo, y él y su cavallo vinieron al suelo. El cavallo del príncipe don Clarineo huvo
entr‘ambas espaldas quebradas y vino con él al suelo; mas don Clarineo, con m[u]cha384 presteza,
saltó d‘él abajo, dándole la vida su ligereza, porque con ella tuvo lugar de se apartar del encuentro
que con los pechos del cavallo le quiso dar el otro gigante; mas al passar le dio tan estraño golpe que
todo el quixote* de la pierna huvo cortada. Y, como quisiesse rebolver y no hallasse pierna con qué
se sostener, vino al suelo con gran caýda. Don Clarineo, que quiso yr sobre él, vio que el otro gigante
383
384
nosotros.
mncha.
259
se levantara; contra él se venía con un gran cuchillo en la mano y, dexando al otro, se vino para él,
bien cubierto de su escudo; y con la fuerça que entr‘ambos alcançavan se dieron tales golpes que se
hizieron aynojar. Don Clarineo huvo el escudo hecho dos partes, y en un hombro una muy pequeña
herida.Y si el desatiento del baliente jayán no fuera tan grande, no oviera acertado don Clarineo en
esperarle. Mas él hirió al gigante encima de la cabeça tan bravamente que, aviendo cortado el
gruesso yelmo, le començó a correr la sangre en gran abundancia. Y con esto se rebuelven en mortal
batalla, que el gigante Andronio el Fuerte, que assí se llamava, hera uno de los atentados y diestros
cavalleros de su tiempo; y avía sido dichoso don Clarineo en cortar la pierna a su compañero, que de
otra guisa biérase en muy notable peligro.
Las donzellas, que la batalla miravan, estavan tan contentas de su valeroso esfuerço quanto
antes rieran de su cobardía; holgávanse de ver quán cubierto de sangre traía al fuerte Andronio.
–¿Qué os paresce de este cavallero? –dixo la más hermosa–. Si nos huviera dado las armas,
bien le supiéramos defender.
–Bien –dixo otra donzella–, que, si él a mí me las diera, de cien batallas tales bastara yo
assegurarle.
Y con esto miravan su batalla. Mas el príncipe don Clarineo, a quien mucho pessava que la
batalla tanto durasse, acordándosele que le quedavan por passar dos castillos y la hermosura de que
esperava gozar, començó a redoblar sus golpes con tanta fuerça que a Andronio traía muy
desatinado; tanto, que ya no dava golpe que nada valiesse, y, siendo conoscido su desatiento, don
Clarineo le hirió de tres golpes tan fuertes, uno tras otro, que dio con él en el suelo. Y quitándole el
yelmo, pareciéndole que estava muerto, no puso en él más las manos. No menos allegado al fin
estava el otro; y, tomando un cavallo y escudo de los gigantes, se quiso yr camino del otro castillo.
Mas las donzellas le dixeron:
–Señor cavallero, pues al principio no quesistes conceder nuestro ruego ni darnos las armas
que os pedíamos, agora que estáys sin temor alguno de vuestros enemigos, tened por bien de subir a
este nuestro aposento, donde seáys curado.
–Mis señoras –respondió el príncipe–, yo recibiera soberana merced, más que otro ningún
cavallero, en poder obedecer vuestro mandamiento. Mas tengo tanto que hazer que me sería mal
contado si en parte alguna me detuviesse hasta aver acabado esta aventura; la qual, si con la vida
escapo, yo bolveré a cumplir vuestro mandamiento.
–Sea, mi señor, como quisierdes –dixo una de las donzellas–, y a Dios vays encomendado,
que nosotras atenderemos por vuestra buelta.
Y con esto, haziendo don Clarineo su mesura, passó adelante, metiéndose por la puerta del
castillo hasta passar de la otra parte. Assí fue hasta llegar al otro castillo, donde a la entrada /21-vº/,
que cubierta de muy hermosas sombras de unos naranjos estava, vio tendido un cavallero de muy
hermosa y gentil disposición, armado de unas armas plateadas a quarteles de oro. Tenía el yelmo
260
puesto, y a su cuello una tan rica espada quanto él otra viera, y en el escudo tenía cinco águilas
blancas metidas en lo alto de unas espesas nubes que allí se mostravan. Mirando estuvo algún tanto
don Clarineo la devisa, pareciéndole que otras vezes la oviesse visto, y aunque no se le acordava a
quién, bien tenía memoria que hera cavallero de estima y señalado. Y, como le paresciesse que
estava dormiendo, no queriendo offrecerse a más batalla de las que no pudiesse escusar, se metió por
el castillo adelante. Y como llegasse a la otra parte, dentro del castillo se sonó gran ruydo de
menestriles, con que el cavallero, que en sus pensamientos se traspusiera, bolvió en su acuerdo. Y
como conociesse por la señal que avía cavallero con quien oviese batalla, prestamente tomó su
cavallo. Y, pensando que dentro del castillo se oviesse metido, entró por él con mucha priessa. Mas
no pudo ser tanta que ya don Clarineo no llegasse cerca del postrero castillo, en el qual halló cerradas
las puertas; y, començando a dar grandes golpes en unas aldabas, no le respondiendo nadie, estava
tan enojado que quería rebentar de enojo. Mas al ruydo de los golpes la bella Roseliana se tornó a
poner a la finiestra donde antes viera a los cavalleros; que, como el postrer castillo estuviesse tan
cerca del primero, pudo ver cómo el príncipe don Clarineo a las puertas llamava, y mucho le plugo
por ver cómo aquel cavallero en la batalla se abría, que muy agradada de su esfuerço avía quedado.
Y a esta ora vio cómo el Cavallero de las Águilas llegó donde don Clarineo estava y en boz alta le
dixo:
–Cavallero, aunque conforme a mi descuydo no era razón que agora se os pidiesse batalla,
pero porque esta aventura no se puede acavar sin mi vencimiento, todavía cumple que se haga.
Y diziendo esto rebolvió su cavallo, tomando del campo lo que le pareció. Lo mismo hizo
don Clarineo. Apretando las piernas a los cavallos, con valeroso ánimo se juntaron en medio de
aquel campo, con tanta fuerça que ni las seguras armas bastaron a defender sus cuerpos, ni ellos lo
dexaron de passar tan mal que no fuessen heridos de tan peligrosas heridas que d‘ellas gran
abundancia de sangre començó a correr, tan esp(r)essa que la princesa Roseliana cuydó que muerto
se oviessen. Mas ellos estuvieron firmes en las sillas, y con furiosa ira rebuelven los balerosos
cavalleros el uno sobre el otro con sus espadas en las manos, y con ellas se dieron tan crueles golpes
que las cabeças se hizieron abaxar el uno al otro, quedando algún tanto heridos; que, redoblando en
sus animosos coraçones doblada saña, se tornaron a juntar tan bravamente que, rompiéndose las
seguras armas, el Cavallero de las Águilas hirió a don Clarineo con tanta fuerça que, hendiéndole el
escudo, no se detuvo allí la temerosa espada y cortó la mitad de la cabeça del cavallo, con que luego
vino al suelo con su señor. Y con ligereza increýble saltó en el suelo, pensando aprobecharse d‘él
antes que el cavallo dexar pudiesse. Mas no le avino como pensava, porque don Clarineo quando él
llegó ya estava en pie atendiéndole; y como le viese venir y sus golpes le huviessen puesto algún
cuydado, saltó ligeramente al través y de una punta de espada le hirió tan bravamente que, falsándole
261
el arnés, le llegó a las carnes, donde començó luego a correr385 la sangre. El Cavallero de las
Águilas, que no menos fuerte y esforçado ánimo tenía, rebolvió sobre él prestamente, donde la
batalla se encendió tan cruel que parecía con ella poderse poner en olvido todas las passadas. De las
pieças de las armas y malla de las lorigas todo el campo estava cubierto, y andando el uno tras el otro
donde quiera que los pies ponían /22-rº/ lo dexavan cubierto de sangre, que a la hermosa princesa
que lo mirava causava no pequeño pesar.
Pues a esta hora, que de quatro que se començara passava, el príncipe don Clarineo, que tan
menguado se vio de sus armas y aquel cavallero tan fuerte delante de sí, gran turbación le tomó,
cuydando que fuesse encantado; mas, como su valeroso ánimo con cosa alguna no recibiesse pavor,
le començó a herir como si entonces començara la batalla, y con la saña que le aquexava le quiso dar
un golpe a dos manos sobre la cabeça. Mas hallose salteado porque, no queriéndole recebir, el
valeroso Cavallero de las Águilas dio un salto al través, y don Clarineo se halló la media espada
metida por el suelo. Tan presto como esto hizo le quiso dar a dos manos, pensándole partir la cabeça.
No dexara de executar su golpe si don Clarineo, soltando la espada, no se tuviera afuera; mas el de
las Águilas le hirió en una pierna de un revés tal que, aunque las armas no le cortó, le causó tanto
dolor que apenas sobre ella se podía sostener. Don Clarineo tornó a sacar su espada y con la saña le
començó a apretar tan bravamente que no le dava espacio para poder levantar su espada. D‘esta
manera lo trató gran pieça, que ya el de las Águilas andava tan turbado y molido que apenas en los
pies se podía tener. Determinando de morir prestamente o dar la muerte a su contrario tomó la
espada con ambas manos y fuesse para él, que de la misma suerte venía; y con la desesperación que
los aquexava se dieron tan mortales golpes que don Clarineo hincó entr‘ambas las rodillas en el suelo
y la mano del espada, y por poco, desapoderado*, viniera al suelo. Mas el de las Águilas cayó par
d‘él, desacordado y hechando sangre en abundancia por la visera del yelmo. Don Clarineo fue luego
sobre él y, quitándole el yelmo, pesándole de aver muerto tan buen cavallero, le limpió la sangre que
sobre los ojos tenía, y a la ora le conoció ser su más querido primo, el valeroso Savia[n]o386 de
Trebento, cuyas temidas hazañas por todo el universo heran assaz sonadas, que a ruego de una
donzella aquella aventura prometiera guardar un año, subcediendo de la manera que vos avemos
dicho. No ay pesar que se iguale al que de caso tan desastrado rescibió don Clarineo, que por poco
del pesar se traspusiera, y tan turbado fue que no pudo hablar palabra.
Mas a [e]sta387 hora sintió que con gran ruydo se abrían las puertas del castillo, y por ellas
vio salir diez cavalleros armados de unas armas leonadas; en los escudos traýan figurada la devisa de
Roseliana. Los quales se vinieron para él, sus lanças baxas, por le encontrar. Mas don Clarineo, antes
que pudiessen llegar a él, se acogió detrás de su cavallo, que muerto estava; y como ellos viniessen
385
cerrer.
Sabiauo.
387
osta.
386
262
furiosos, no se pudieron detener, y los quatro, tropeçando los unos con los otros, vinieron al suelo.
Los otros seys, viendo assí a sus compañeros, se apearon por los ayudar, dando lugar que quatro
peones pudiessen llevar al esforçado Sabiano de Trebento al castillo, donde entre todos se rebuelve
una cruel y sangrienta pelea, mostrando claramente don Clarineo su aventajado esfuerço, que los
cavalleros eran encantados y no podían ser vencidos de la manera que don Clarineo pensava. Mas
como le traxessen tan acosado y él se viesse herir de tan mortales golpes que las carnes le cortavan,
no se hallando con escudo con que ampararse pudiesse, dio a uno de los cavalleros tan fuerte golpe
que le paresció que le avía desatinado y, travándole por el escudo, se lo quiso llevar de las manos;
mas el cavallero, que no estava descuydando, le tuvo fuertemente, y los otros juntaron con él por se
lo estorvar. Mas como don Clarineo fuesse de tan aventajadas fuerças, a su pesar se lo llevó de las
manos, y el cavallero vino al suelo tan desacordado que parecía estar muerto. Muy espantado fue don
Clarineo en ver que sin /22-vº/ dar herida aquel cavallero avía desfallescido. Y como, tornando con
los cavalleros a la batalla, viesse que no los podía herir, entendió que la fuerça de aquellos cavalleros
estava en los escudos; y, dexando caer el suyo, travó de uno de los de sus contrarios. Y, aunque él
puso su esfuerço por lo resistir, se lo llevó de las manos. Lo mismo hizo a los demás, hasta quedar
dos; los quales, rezelando sus fuerças, se començaron a retraer para el castillo donde salieran, y don
Clarineo en su seguimiento, hasta que entraron por la puerta, donde estava tan escuro que ni vio los
cavalleros ni otra cosa. Y, atinando para entrar al patio del castillo, entró por una cueba adentro, que
a su parecer yva por baxo de tierra, por la qual caminó gran pieça hasta que, haziéndose más ancha,
perdió el camino, y no sabía dónde estava ni acertava a bolver por donde viniera. Assí anduvo
desatinando hasta tanto que sintió pasos, que a su parescer hazia donde estava se venían, y estuvo
quedo por poder reconocer lo que sería. Y en el andar pareciole que era algún cavallero que como él
andava desatinado; y, alçando la voz, dixo:
–¿Quién anda por aquí a tal ora?
–¿Quién soys vos, que lo preguntáys? –respondió el que venía.
Don Claristeo le rec[o]noció388 en la voz, que era su hermano don Luzidaner, que no menos
herido que él venía, aviendo acabado la aventura de los otros cinco castillos con no menores batallas
que su hermano; y con mucho plazer le dixo:
–Mi señor, ¿cómo desconocéys a quien tanto dessea serviros?
–No se maraville la vuestra merced –reconosciéndole, dixo don Luzidaner–, que vengo
bravíssimamente herido y tengo gran pesar, que huve esta postrera batalla con dos cavalleros que
quisiera más mi muerte que la suya.
–¿Quiénes eran? –dixo don Clarineo–, que yo no vengo libre de esso.
–Heran –dixo don Luzidaner– don Castel de la Rosa y Florispiano de Suezia.
388
recenoció.
263
–¡Válasme Dios –dixo don Clarineo–, y qué gran desventura, que yo he avido otra batalla
con mi primo Sabiano!
Y, tomándose por las manos, atinaron a otra boca de la cueba; y, no sabiendo si salían o
entravan, se metieron por ella.
Capítulo 9: Del fin que huvo la aventura de la Infanta Roseliana.
No anduvieron mucho por aquella cueba quando dieron con una fuerte reja de hierro y,
tentando si por alguna parte abrirse pudiese, oyeron vozes dolorosas de muger que se quexava y
dezía:
–¡Ay de ti, afortunada donzella, tristes planetas fueron las de tu nascimiento! ¡Mejor te fuera
la muerte que la vida con tanto trabajo! ¡Ay, reyna de Bohemia!, que, si con mi ausencia remediavas
el mal que a tu hijo fatiga, ¿por qué no me diste la muerte? ¡O, cruel cavallero! ¿Qué coraçón bastava
a tener en tanto encerramiento una miserable donzella? ¡O, cavallero por mí nuevamente visto! Si el
soberano Señor permitiesse que diesses fin a esta aventura, ¡quánto consuelo sería para esta afligida
donzella!
Tras esta voz oyeron otra que dixo:
–Callad, infanta, no deys causa con vuestras quexas que se os quiebre la palabra que el
príncipe, mi señor, os tiene dada, que no es tanto vuestro merecimiento que no seáys benturosa en
cumplir su ruego.
–¡Ay de mí, valeroso príncipe –dixo don Clarineo–, que aquella sin duda es la donzella que
vimos! Trabad d‘essas rejas, provemos a romperlas, que mal aya quien aquí las puso.
Trabaron entr‘ambos de un candado y arrancáronle. Mas al ruydo que la puerta hizo al abrir
llegaron dos gigantes con quatro hombres que traían luzes en las manos; traían dos tajantes cuchillos
en las manos, y con ellos les quisieron herir. Amparáronse los cavalleros con los escudos, que fueron
cortados, y don Clarineo herido en un braço; y enojado, pensando que le huviesse perdido, hirió al
gigante en una pierna, que, cortando la mayor parte, dio /23-rº/ con él en el suelo. El jayán dio un
pavoroso grito, al qual un gentil y dispuesto cavallero salió, y viendo al gigante caýdo y a la hermosa
Roseliana, que con gran contento estava mirando, olvidado, con la fuerça del encantamento, de lo
que como cavallero era obligado, dio un salto dentro en la quadra(da), diziendo:
–¡Muerta soys, desapiadada infanta, pues tan poco las lágrimas de quien tanto os quiere an
aprovechado!
La princesa fuera muerta si don Clarineo no se arrojara tras él; y, no pudiendo ampararla de
otra suerte, puso delante d‘ella el braço, y su ventura escusó no ser cortado, que la espada corrió para
baxo y llevó el braçal y, aunque libre de la herida, quedole el braço desarmado. Don Clarineo le hirió
de toda su fuerça en la cabeça, que le hizo hincar ambas rodillas; assegundole otro, y el cavallero
264
estuvo titubeando por caer. Mas, como fuesse acostumbrado a semejantes aprietos, hirió a don
Clarineo por cima de la cabeça tan furiosamente que le hizo una pequeña herida. Roseliana, de
rodillas, rogava a Dios librasse a don Clarineo, que en grande aprieto estava, que su contrario hera
muy valiente y él estava herido.
Don Luzidaner, que con el otro jayán en su batalla estava, aviéndole dado muy crueles
heridas dio con él en tierra, y prestamente entró en la quadra; que, como el cavallero que con don
Clarineo avía su batalla le viesse, pensando que le iva a acometer, le hirió tan bravamente que
ambas rodillas le hizo incar en el suelo, pareciéndole a don Luzidaner que la vista de los ojos
huviesse perdido. Mas con una terrible furia le hirió de una punta de espada tan bravamente que le
hizo dar de espaldas en la pared de la quadra. Don Clarineo se le puso delante, rogándole que la
batalla con aquel cavallero le dexasse fenecer. Don Luzidaner lo hizo, aunque con harto pesar.
Los cavalleros se acometieron el uno al otro, mas don Clarineo estava muy herido, cansado y
falto de sus armas, y el cavallero hera tan esforçado que gran temor ponía a don Luzidaner. Mas don
Clarineo, determinado de poner en un trance el successo de la batalla, reparando de un golpe se
abraçó con él. El cavallero hizo lo mismo; mas andando en la medrosa lucha don Clarineo, que uno
de los más diestros del mundo en aquel menester era, atravessando un pie dio con él de espaldas tan
gran caýda que, teniendo de antes los laços del yelmo medio cortados, saltó de la cabeça, mostrando
su hermoso rostro. Y a la hora fue por don Luzidaner, que muy junto a ellos estava, conocido ser su
tan querido amigo, el príncipe don Contumeliano de Fenicia; de que siendo tan maravillado quanto
buenamente dezirse puede, dio vozes a don Clarineo que le dexasse. Don Clarinero lo hizo, que ansí
mismo le conosciera. Mas, poniéndose en pie, don Contumeliano quiso tornar a la batalla, como
aquel que por saber ageno era regido. Los príncipes no le querían herir, y desviándose a un cabo y a
otro, diziéndole que estuviesse quedo, que eran sus amigos, mas él los ponía en aprieto.
–Acabad de matar aquellos malos gigantes, mis señores –dixo Roseliana–, porque en el
entretanto que alguno d‘ellos fuere bivo no serán deshechos los encantament[o]s389 de este castillo, y
esse cavallero, sin duda, deve estar encantado.
Pues como aquello oyessen los príncipes, ambos entraron a un tiempo con don Contumeliano
y, aunque él era de esfuerço maravilloso, le pusieron en el suelo; y quedando con él don Clarinero en
no pequeño aprieto, don Luzidaner tornó a salir fuera, y halló al jayán, que con su pierna cortada
procurava entrar dentro en la quadra; y con la espada a dos manos le hirió sobre la cabeça, de guisa
que le tendió de espaldas, y en un punto le cortó la cabeça. Mas apenas lo huvo hecho quando en el
castillo se sonó tan gran ruydo que todo parecía h[u]ndirse390; sonáronse muy pavorosas vozes y
aullidos temerosos, viéronse muy orribles y espantosas figu- /23-vº/ -ras; que, siendo todo passado,
ellos se hallaron en aquella sala, tan rica quanto otra ellos huviessen visto. Don Contumeliano y don
389
390
encantamentus.
hendirse.
265
Clarineo en pie, apartados uno del otro; la hermosa princesa abraçada con don Clarineo, que el gran
temor que recibiera la compeliera a ello; las luzes, que se havían muerto, parescieron a la sazón
encendidas. Don Contumeliano, que libre del encantamento estava, maravillado de lo que vía, no
sabiendo qué dezir, estava como pasmado. Don Luzidaner le dixo:
–¿Qué es esto, soberano príncipe, que con tanto rigor avéys querido tractar a vuestros
servidores?
Que, como don Contumeliano le conociesse, por poco el plazer sobrado no le sacó de su
acuerdo, e hincándose ante él de rodillas le supplicó que las manos le diesse y la causa de aquella
ventura le contasse. Don Luzidaner hizo el mismo comedimiento, porfiando de llevar cada uno su
cortesía al cabo. Mas don Clarineo, que el yelmo se desenlazara, haviendo besado las manos a
Roseliana con estraño contentamiento, le hizo levantar. Y todos tres se abraçaron, aunque de los
príncipes yva mucha sangre, y tenían más necessidad de ser curados y mal aparejo para ello.
Mas a esta sazón entraron por la sala sus escuderos, de que ellos fueron maravillados; y,
preguntándoles la causa de su venida, ellos les dixeron que una vieja de su parte los llamara y los
traxera hasta allí, y los havía dado aparejos con que los curassen, diziendo que los hallarían muy
heridos. Y luego, a ruego de la princesa, se desarmaron, y don Clarineo se acostó en aquella quadra,
en un lecho que de la princesa era, y don Luzidaner en otro más dentro que sobre unas muy hermosas
huertas caía, encomendando a don Contumeliano que supiesse de ciertos cavalleros, sus compañeros,
con quien havían avido batalla.
–Todos venimos juntos –dixo don Contumeliano–, y no sé de qué suerte nos apartaron, y
bolvíamos en su busca.
A los príncipes curaron sus escuderos, ayudándoles a ello la bella Roseliana, que no menos
las llagas de don Clarineo que si ella las tuviera le dolían; y por le dar mayor contentamiento, entre
tanto que los escuderos acabavan de curar a don Luzidaner, se quedó con don Clarineo, donde le
causava su vista tanta alteración que juntamente con sus heridas fueron parte para le sacar de su
acuerdo. Y, dando un penoso sospiro, tal que el alma parescía arrancarle, quedó desmayado sobre las
almohadas. La princesa, que no menos libre que él de aquel mal estava, siendo herida con la cruel
flecha de Cupido, viéndole de tal manera, le tomó la cabeça en sus braços; y, viendo que no era para
sentir cosa que ella hiziesse, juntó su rostro con el suyo, vañándosele con espesas lágrimas, las
quales fueron para bolver al apassionado príncipe en su acuerdo, con otro no menor descanso que el
primero.
–Esforçad, mi señor –dixo la princesa–. No deys ocasión a que no podamos gozar de la
libertad causada por vuestro soberano esfuerço sin otro mayor cautiberio que el passado, que
vuestras heridas, aunque son muchas, no son peligrosas.
–¡Ay, mi señora! –respondió don Clarineo–, ¿y cómo la vuestra merced quiere juzgar mis
mortales heridas, tan encubiertas por las que de fuera se parescen, siendo las secretas sin
266
comparación de muy mayor peligro?
–Ya no son secretas –dixo Roseliana–, pues vos con tanta desemboltura las publicáys; y
supplícoos que en las que al presente se muestran procuréys remedio y no deys occasión a que, por
estar yo en vuestro poder, tome alguna sospecha que no p[u]ede391 caber en tal cavallero como vos,
pues podéys tener por cierto que el trabajo que avéys rescebido en mi libertad no será sin galardón.
–D‘essa manera, mi señora –respondió don Clarineo–, con tal esperança bien me puedo dar a
la hora por del todo sano.
Y con esto la suplicó le diesse sus hermosas manos, y ella se las dio, con tanto
contentamiento del príncipe /24-rº/ quanto de pena el súbito amor le causara. Y estando en estas
razones, ya que a los príncipes querían dar de cenar, entraron don Contumeliano de Finiscia y
Florispiano y don Castel, con el valeroso Sabiano de Trebento porque, aunque a su parecer de los
príncipes huviessen quedado tan mal heridos, con la muerte del jayán, con que todos los
encantamentos fueron deshechos, quedaron sanos de sus heridas. Y todos juntos fueron a besar las
manos a don Clarineo, y él los recibió con mucho amor; y los dos cenaron allí con él, y los otros con
don Luzidaner, passando entre sí muchas cosas de plazer.
D‘esta manera estuvieron veynte días hasta ser sanos de sus heridas. Los príncipes rogaron a
Roseliana que la causa de su estada en aquel castillo contasse.
–Mis señores –respondió Roseliana–, sabed que al presente estáis en el reyno de Bohemia, al
fin del (del) ducado de Carsola, en el qual al presente reyna el rey Pelidoro; el qual, siendo casado
con una hija del duque de Bretaña, huvo a mí por su legítima heredera de su reyno. Y siendo muerta
mi madre se casó con una hija del duque de Carsola, que antes con el rey de Dinamarca fuera casada,
que así mismo tenía un hijo, que el príncipe Lindoriano se llama. El qual, siendo preso de mis
amores, mi padre a importunación de la reyna fue contento de me casar con él, si yo quería. Mas
como yo le aborreciesse por le tener por un hombre muy cruel, no quise. Y el rey, mi padre,
secretamente aprovó mi propósito. Mas como la reyna viesse que en manera alguna no aprovechava
para atraerme a que yo con Lindoriano casasse, muy enojada habló con un sabio, pidiéndole para ello
remedio, y él le prometió de dar forma como yo lo tuviesse por bien. Y assí, dende a pocos días,
saliéndome a solazar con pocos cavalleros, fuy pressa por estos gigantes y traýda a estos castillos,
que de Lindoriano se llaman, y me pusieron de la suerte que avéys visto. Y sabiendo los cavalleros
que en mi libertad havían de entender, unas donzellas que atrás, en uno d‘essos castillos, quedan,
truxeron con engaño a estos cavalleros, donde entrando en este cercado quedaron encantados. Esta
es, señores, mi ventura; supplícoos deys forma cómo yo quede segura en casa del rey, mi padre,
porque yo temo de ser otra vez puesta en prisión.
–Señora –respondió don Contumeliano–, de vuestro enojo a estos cavalleros pesa, como es
391
pnede.
267
razón; mas el negocio está en tales manos que no ay necessidad de nueva encomienda.
Y con esto se determinaron de yr con ella hasta la poner a su voluntad. Mas ellos, que en este
acuerdo estavan, uno de los escuderos les dio una carta, diziendo que una donzella a la puer[ta] del
castillo se la diera. Don Contumeliano la tomó y, leyéndola alto, vio que ansí dezía:
Carta.
―La sabia Belonia, señora de las máxicas artes, a los esclarecidos y vencedores cavalleros
que en el Castillo de la Vengança de Lindoriano estáys, salud. Rebolviendo continuamente aquello
que los soberanos para vuestro servicio me quisieron participar, supe la ventura de la princesa
Roseliana; y porque, si al presente todos en su compañía fuésedes, sería gran falta para otras partes
donde de vuestra presencia ay no pequeña nescessidad, quise embiaros esa carta, avisándoos que la
princesa Rosaliana cumple que por solo el príncipe don Clarineo392 sea acompañada hasta donde la
ventura los guiare; y los demás, juntos como estáys, sin que os detengáis punto, tomadas vuestras
armas os meted en la nabe que venistes, no sea qu‘el engendrador de los más fuertes leones con
vuestra tardança se le cause algún peligro. Los dioses sean en vuestra guarda‖.
Leýda que fue la carta por los cavalleros, mandaron llamar la don- /24-vº/ -zella, mas no le
hallaron allí. Y como a lo que la sabia Belonia les mandava no havía alguno que osasse contradezir,
a la ora se armaron de sus armas y, despidiéndose de Roseliana y don Clarineo con muchas lágrimas,
se metieron en la mar, no le pesando a don Clarineo en quedar solo con Rosaliana, passando con ella
mucha dulçura de sabrosos amores, teniendo a la princesa de Francia muy olvidada, no se les
acordando de partir de allí por muchos días. Al cabo de los quales, paresciéndoles que quanto más se
detuviessen hera peor, acordáronse de partir para la corte del rey de Tracia, adonde les acaescieron
muchas aventuras que adelante serán contadas, que esta princesa causó mucho destraymiento en don
Clarineo y mucha passión en la princesa Hermeliana, como adelante vos será contado.
Capítulo 10: De la carta que don Belianís rescibió de la bella Claristea partido de Colonia, con
lo demás que le avino yendo en busca del príncipe Perianeo.
Benidas eran las tinieblas de la noche, y las nocturnas dehesas se regozijavan con la ausencia
del flamígero Apolo. Las brutas animalias començavan a gozar de alguna tranquilidad, a los más
razionales negada –pues es justo que en ningún tiempo nadie goze del descanso en este miserable
mundo prohibido como en venta puesta en el camino de la eternal morada, en la qual no puede haver
descanso sin çoçobra, ni plazer sin angustia, ni finalmente cosa desseada que no sea mayor pérdida–,
392
Alarineo.
268
quando el príncipe don Belianís de Grecia con el duque Armindos y el rey Paremio salió de
Colonia en busca del príncipe de Persia. Y como fuesse muy herido, dolíanle las llagas con el sereno
de la noche, y con pensar que presto le alcançaría no hazía sino caminar. El duque de Tebas le dixo
que le parecía que yvan errados.
–¿De qué manera? –dixo don Belianís.
–Porque nos apartamos –dixo el duque– de Colonia, y aquellos cavalleros, como el principal
va tan herido, no se abrán ossado desviar mucho. Busquemos donde repossemos esta noche, que yo
quedaré atalayando de manera que no le perdamos.
–Bien dezís –dixo don Belianís–, mas yo no sé esta tierra, y ya podríamos perdernos.
–Perded cuydado –dixo el duque–, que no se hallaría agora quien mejor que yo supiesse
estas tierras, que con el exército del emperador, mi señor, he hecho yo guerra más ha de ocho años a
estos alemanes. Aquí cerca está una fortaleza, que podría ser que nuestros enemigos se huviessen
cerrado en ella.
Con esto se dieron priessa, y llegaron a la fortaleza a tiempo que vieron entrar quatro o cinco
cavalleros; y teniendo por cierto fuessen los que buscavan, al galope de sus cavallos llegaron hasta la
puente lebadiza, que a esta ora fue alçada. El duque dio vozes diziendo que esperassen, que eran
cavalleros del emperador que querían entrar dentro por aquella noche.
–Cerca está Colonia –dixeron del castillo–; allá podéys yr, que la fortaleza no se abrirá
más.
Y, aunque tornaron a llamar, no les quisieron responder, de que fueron assaz enojados.
–Acojámonos –dixo el duque– debaxo de estos árboles, que a la mañana ellos saldrán.
Y ellos lo hizieron ansí. El rey Paremio y el duque eran muy regozijados, y començaron a
platicar muchas cosas de amores, cenando de lo que sus escuderos les trahían, y apretando las
heridas a don Belianís que, aunque pequeñas, eran penosas. A esta ora llegó el escudero que
Claristea embiava, que derecho venía a aquel castillo, y conoscien- /25-rº/ -(cien)do a don Belianís
con la claridad de la luna, se apeó del cavallo; y sin le hazer acatamiento, como le fue mandado, le
dio la carta, diziendo que esperaría respuesta, si dársela quisiesse. Don Belianís la tomó y, quitando
una funda con que la vayna de su espada trahía cubierta, de las piedras d‘ella salió tanta claridad que
no se hechó menos la luz del día; y leyéndola, vio que dezía assí:
Carta
―La agraviada Claristea, princesa de Alemaña, al cruel y descomedido príncipe de Grecia,
salud. No he podido creer que tan gran hierro, juntamente con tan crescido descomedimiento,
príncipe de Grecia, cupiesse en ti contra una donzella como yo; porque, o tú no eres el que publican,
o yo no soy la princesa de Alemaña, a quien tanto devieras estimar. Y assí hete querido escrevir, no
269
porque gozes de favor alguno de mi carta, mas porque tengas ent[endi]do393 que conozco que no le
mereces. Bien veo que el yerro estuvo en mí, mas fue con sobra de amor que te tenía, y con
parescerme que aventuravas tan poco en dexar una batalla por mi ruego. Mas yo llevo el pago de mi
locura en aver querido a quien siempre fue tan enemigo del imperio de Alemaña. Y, pues en todo te
sigues por tu parescer, tente por avisado de salir del imperio, porque con coraçón de cavallero
buscaré el fin de mi desseo y de tu vida‖.
Mil vezes se santiguó don Belianís de ver los desatinos de la carta, y bien vio que alguna
razón tenía Claristea en agraviarse de no aver hecho su ruego liberalmente. Y escriviendo la
respuesta de la carta la dio al page, mandándole que le besase las manos por él a la princesa. El page
cenó con los escuderos y se partió luego.
De esta manera estuvieron atalayando gran pieça el duque Armindos y el rey Paremio, hasta
tanto que con el cansancio se durmieron, encomentando la centinela a Fl[e]risalte394; el qual dende a
poca pieça se llegó a don Belianís y, despertándole, le dixo:
–Señor, del castillo han salido quatro o cinco cavalleros. Por esso tomad este cavallo antes
que se nos vayan.
Don Belianís, que ninguna cosa más desseava, cavalgó ligeramente y, llegando a despertar a
sus compañeros, el duque Armindos, que el espada del emperador Bandenazar trahía395, que don
Belianís a guardar se la diera, recordó a la ora y tomó su cavallo. Mas el rey Paremio ni ningún
escudero no pudieron despertar, y no sin causa, que todo era ordenado por el sabio Fristón, y lo
mismo fuera de Flerisalte, si la estraña cinta que el sabio Silfeno le avía dado no truxera consigo.
D‘esta manera fueron hasta que ya el alba se quería mostrar. Se hallaron396 a la orilla de la mar,
donde les pareció que en una fusta los avían visto embarcar, paresciéndole por las devisas de sus
armas ser los mismos que ellos buscavan. Y començándolos a dar bozes, no curando de meterse en
alta mar, de que el príncipe don Belianís estava tan sañudo y corajoso que no le osavan hablar
palabra. Mas ellos, que d‘esta manera estavan, hazia donde ellos estavan vieron venir una fusta tan
hermosa quanto otra jamás huviessen visto, bien poblada de gente, de la qual salió un marinero
diziendo que, si querían caminar a alguna parte, que ellos los llevarían, pagándoles su flete.
–Sí queremos –dixo don Belianís–, y de nosotros seréys bien pagados. Por esso dadnos lugar
a que entremos.
Los marineros, que bien proveydos venían de lo que avían menester, echaron de la fusta a lo
seco una puente de madera, por la qual, aviéndose apeado los cavalleros, quisieron entrar; mas a la
sazón vino un tan rezio torvellino de ayre que la puente fue hecha pedaços y los cavalleros fueron
apartados de la ribera gran pieça. Y, tras esto, la escuridad /25-vº/ fue muy grande, y a ellos se llegó
393
entiendo.
Florisalte.
395
Espada mágica que don Belianís ganó en la Primera parte (cap. 40 y 41) y que es un potente anti-hechizos.
396
hallaren.
394
270
un hombre que les dixo:
–No entréys, esforçados cavalleros, en la fusta, que no menos que la vida ponéys en
aventura. Y, si vuestros coraçones son como solían, ayudadme contra este diabólico encantador que
tantos desassossiegos os causa.
Y como esto oviesse dicho, a la hora vieron al marinero buelto en un pavoroso grifo, y el
hombre que con ellos hablara en una caudal águila, entre los quales se començó una tan sangrienta
batalla quanto otra jamás se huviesse visto. Ellos estavan esperando su decendida para ayudar a
aquel que los hablara; lo qual no tardó mucho que no hiziessen, a causa que el grifo maltratava al
águila; que, como don Belianís no guardasse otra cosa, viéndolos en el suelo arremetió a ellos; lo
mismo hizo el duque de Tebas. Mas delante se les pusieron dos fieros salvajes que, con sendas
espadas de fuego, les quisieron impedir la llegada. Y cierto, si los cavalleros no fueran tales y los
salvajes se lo bastaran a impedir, el grifo llevara en su poder el águila. Mas, como don Belianís
tuviesse tanto desseo de ver el fin de aquella aventura, no fueron parte todos sus encantamentos para
le resistir que no llegasse a ellos, y con presteza increýble se abraçó con el pavoroso grifo; el qual, a
la ora, no le valiendo sus encantamientos, fue buelto en un hombre viejo, y todas las otras fantasmas
desaparecieron. La águila pareció en su propria figura ser su tan querida la sabia Belonia; de q[u]e397,
siendo asaz alegre, el príncipe don Belianís le dixo:
–¿Qué es esto, mi querida amiga? Dezidme la causa de vuestra venida, que no debe ella ser
sin causa.
–No, por cierto –dixo Belonia–, que mi venida ha sido para libraros de la muerte y darla a
este encantador, que es vuestro mortal enemigo, el sabio Fristón, que en las hondas de la mar quería
anegaros.
El duque Armindos, que los ojos en Fristón tenía, le quitó un libro pequeño que trahía en las
manos, de que a Belonia plugo mucho, y a Fristón pesó, como aquel que sin el libro no pensava ser
libre. Y haviendo hecho esto le soltaron, sentándose a la ribera del mar.
–Mucho me plaze –dixo don Belianís al sabio– en averos conocido, porque era una de las
cosas que yo más desseava: vuestra vista.
–Yo lo creo –dixo Fristón–, y no tengas a poco acaescimiento haverme prendido de tal
manera, porque sin dubda todo el saber del mundo ni valeroso esfuerço no bastava a ello sin essas
dos espadas, que mal aya quien las labró, que tanto mal a mí me han causado.
–Pues agora –dixo don Belianís– no sabríamos la causa porque tan enteramente exercitas las
fuerças de tu saber contra mí.
–No ay otra causa –dixo Fristón–, mas de querer hazer lo que cumple a mis amigos, como tú
harías por los que en esta manera te tocassen.
397
qne.
271
–No es buena disculpa –dixo don Belianís– hazer obras malas por causa de los amigos,
porque de tal manera está uno obligado a hazer lo que a su amigo le cumple que no sea contra sí
mismo haziendo cosas feas, quanto más que no menos amigo podrías tener en mí para tus cosas que
en el príncipe Perianeo.
–Bien lo sé –dixo Fristón–, mas por cosa en el mundo no lo dexaré de hazer, por la
obligación que a la casa de Persia tengo. Yo he estorvado esta batalla del príncipe persio; mas ten por
cierto que, aunque esta batalla con él por el presente se estorve, que antes de mucho tiempo estaréys
en parte donde no sea todo el mundo bastante a impedir que no se fenezca. Y tente por avisado que
no por menos valeroso cavallero es tenido Perianeo que tú por esforçado.
–Ya estuviéssemos en esso –dixo don Belianís–, y en lo demás bien se te acuerda con quánto
engaño me heziste prender a esta sabia que presente está, y quán cruelmente fue de ti tratada398.
–Bien tengo memoria –dixo el sabio–, y aún de una cruel herida que tú me diste en la plaça
de Babylonia sin aver /26-rº/ yo jamás sido contra ti.
–¿Para qué nos detenemos? –dixo el duque Armindos de Thebas–. Tened, mi señor, por muy
cierto que hordinariamente en las cosas que siempre van por rigor no se debe de ussar misericordia,
principalmente con quien nos ha hecho tan grandíssimo daño. Dad horden como al menos siempre le
tengáys preso, porque de esta manera es carescer de enemigos.
–Como quiera que sea –dixo Belonia–, mi señor, si a vos os paresce, dexádmele llevar en mi
poder, que yo vos prometo que no recibáys d‘él tan presto ningún daño.
–Muy bien me paresce –dixo el príncipe don Belianís– todo lo que dezís, si yo en estos casos
me huviesse de regir por rigor. Mas yo tengo propuesto de no le hazer ningún daño ni agrabio,
porque, si él quisiesse, a ninguno podía él tener con más razón por más verdadero amigo que a mí.
Y con esto le abraçó, diziéndole que dende allí adelante le tuviesse por muy verdadero
amigo, y que en todas las cosas que le cumpliessen lo experimentasse. Y juntamente con esto le rogó
muy ahincadamente que la parte donde Florisbella fuera llevada le declarasse, juntamente con quién
fuera el que la llevara.
–No lo negaré –dixo el sabio Fristón–, porque desseo grandemente que vuestra voluntad se
cumpliesse. Por tanto, sabed que por mi saber fue llevada en los últimos fines de la grande Asiria,
donde está tan servida y regalada como si en su libre poder estuviesse. Y supplícote mandes que me
sea buelto esse libro que la sabia Bellonia tiene en su poder, porque es cosa que a mí combiene muy
mucho, y no será para enojarte.
–Pues ¿qué seguridad me queda a mí –dixo la sabia Bellonia– de que tus obras no serán
conformes a las de hasta aquí?
–No puede haver mayor seguridad –dixo el sabio Fristón– que la obligación que con tan
398
Belonia permaneció secuestrada por Fristón en la Selva de la Muerte durante casi toda la Segunda Parte.
272
buena obra me pone este valeroso príncipe.
–Como quiera que sea –dixo el príncipe don Belianís–, no quiero que se diga por mí haver
sido en quitarle cosa alguna. Por tanto, mi señora, si mis ruegos valen cosa alguna con vos, no solo
quiero que le bolváys el libro que en vuestro poder tenéys, mas que, perdonándole todos los enojos
passados, quedéys por muy buenos amigos y os tractéys como a tales, que no ay tan dulze
conversación como la de los sabios, estando conformes.
Y con esto la sabia Bellonia le bolvió el libro, y como verdaderos amigos se abraçaron el uno
con el otro, prometiendo de se visitar, assí en la Selva de la Muerte como en la cueba de la sabia
Bellonia. Y con esto reposaron allí algún rato, y comieron harto mejor que si estuvieran en Colonia.
–¿Qué manera tendremos –dixo el duque Armindos de Thebas–, pues tenemos tan buena
compañía, para poder librar a las princesas?
–No lo sé –dixo el sabio Fristón–, porque, aunque pude ponellas en el castillo, tan prohibida
es para mí la entrada como para qualquier otro cavallero.
–Agora bien –dixo don Belianís–, que no puede ser tan secreto negocio que al fin no se
acabe.
Y haviendo comido, el sabio Fristón y la sabia Bellonia se partieron juntos, donde trataron
diversas cosas, y la sabia Bellonia le contó diversos bienes de las condiciones del príncipe don
Belianís. El sabio Fristón, que por muy ciertas las tenía, cobrole tan grandíssimo amor que determinó
de escrivir su historia, porque los hechos de tan alto príncipe no quedassen en olvido.
/26-vº/
Capítulo 11: De lo que a don Belianís y al duque Armindos avino con unas galeras del rey de
Escocia.
Partidos el valeroso príncipe de Grecia y el duque Armindos de Tebas de aquellos sabios,
determinando de se partir el más derecho camino que a los fines de Asia los llevasse, no hallándose
con el aparejo necessario, al príncipe dava mucha pena. El duque Armindos le dezía que no tuviesse
pena alguna, que el fin de sus trabajos estava en el llegar adonde el encantamiento de la princesa
estava; que, libre de aquel, todas las cosas se harían conformes a su voluntad, y que le plazía mucho
de se hallar aquella sazón en su compañía, porque aviendo de necessidad de passar la mar, como más
industriado en ella, no dexaría de causarles más brevedad y sossiego.
–Mucho me consuelo d‘esso –dixo el príncipe–, que ya otra vez me fatigó tanto la mar la
buelta de Tartaria que muy de mala voluntad passaría por ella.
Y assí le contó al estrecho que llegara de ser anegado.
–Mi señor –dixo el duque–, las cosas de la mar son en sí tan penosas y inciertas que con gran
razón quaquier devría huyr d‘ellas, porque unas vezes con un pequeño barco se consiente passar por
el más peligroso golfo, y otras no ay sobre las aguas cosa que la resista. Unos navegan por ella
273
muchos años sin correr tormenta y otros al primer viaje se anega[n]. La gran bonança es para cruda
tormenta, y la tempestad sin medida es mensajera de las enojosas calmas. Finalmente el mayor
sossiego d‘ella es penoso, pues entre la muerte y la vida no ay más de una delgada tabla, sin que
baste a más el esforçado coraçón que el covarde.
–Bien está todo esso –dixo don Belianís–, si en la tierra no viéssemos cada o(t)ra otros
desastres semejantes; y agora, aunque nos viéssemos en qualquiera peligro, bien me plazería de
hallar en qué nos pudiéssemos embarcar, que cada día se me haze un año.
–No faltará –dixo el duque– si atendemos algún día, porque en esta tierra yo sé que ay
muchos cossarios, los quales nos passarán a Inglaterra, porque de aý se toma el derecho camino para
donde nos cumple yr.
–¿Sabríades vos guiar para ella? –dixo don Belianís.
–Muy bien –respondió el duque–, que no ay costa en esta mar que yo no aya caminado.
Mas ellos, que se querían partir para un puerto que allí estava, vieron venir dos galeones con
las armas del rey de Escocia, derechos a tomar agua a una muy buena fuente que allí estava. Y
haviendo hechados los esquilfes*, don Belianís embió a dezir al capitán que, si era contento, que
ellos entrarían dentro y le servirían con sus armas hasta llegar a la Gran Bretaña, donde a la sazón
tenían necessidad de llegar. Y siéndoles dada licencia entraron dentro, rescibiendo el capitán mucho
plazer de los ver tan bien adereçados, como aquel que, teniendo contina guerra con franceses, tenía
necessidad de cavalleros que semejante parescer tuviessen. Mas, quando vio la (la) estremada
hermosura del príncipe don Belianís, imaginó en su pensamiento una trayción, pensando que,
conforme a las nuevas que ellos tenían del cavallero que al rey de Francia contra el rey de Inglaterra
ayudara, donde ellos fueran desbaratados, que fuesse aquel399. Y, cuydando tener la más alta presa
que en su vida tuviera, dissimuló con ellos, mostrando gran alegría y contentamiento, preguntándoles
de qué tierra fuessen. Mas ellos le respondieron que eran unos cavalleros de ventura, que por
entonces no le pluguiesse saber más d‘ellos, que ya vendría tiempo que le dirían todo lo que más
d‘ellos saber quisiesse.
Estas palabras añadieron doblada sospecha en el coraçón del capitán, que Valianor de
Escocia se llamava; mas, como él conociesse el valeroso esfuerço de aquel cavallero, no tuvo
atrevimiento de los /27-rº/ acometer por entonces, esperando de lo poder mejor hazer como la noche
viniesse. Y, comunicándolo con algunos, se apercibieron bien treynta cavalleros; que, como la ora
señalada fuesse venida y los cavalleros estuviessen dormiendo sin armas, con solas sus espadas y
lorigas, aviéndose quitado los arneses, los cavalleros llegaron, y seys d‘ellos se abraçaron con cada
uno, diziéndoles que fuessen pressos, y los demás les pusieron las espadas en los rostros,
399
Referencia a un episodio narrado en los capítulos XXII y XXIII de la Segunda Parte; el capitán se equivoca
de persona, puesto que fue don Clarineo de España, y no don Belianís, quien ayudó a los franceses contra el
rey de Inglaterra.
274
amenazándoles de muerte. Y con esto al duque Armindos hecharon una gruessa cadena, ligándole
assí mismo las manos; que, como otro tanto al príncipe don Belianís hazer quisiessen, pesándole de
verse preso por tan ruyn gente que de qualquiera honesta muerte, poniendo todo el poder de sus
fuerças se quiso sacudir d‘ellos. Los cavalleros, como fuessen muchos y le tuviessen asido por tantas
partes, procuraron de le tener fuertemente; que, como con la fuerça que todos pusieron fuessen dando
bueltas, estando muy junto a la escala de la galera, sin que los unos ni los otros se pudiessen tener
dieron consigo dentro en la mar, donde cada uno por valerse le combino soltar al príncipe. Mas ellos
hizieron muy ruyn ganancia, porque, como estuviessen muy armados, todos fueron ahogados.
El príncipe don Belianís, que en tal estrecho se vio, conosciendo que a la galera no era
possible tornar, viendo la tierra muy cerca, atreviéndose en sus fuerças començó con grandíssimo
ímpetu a nadar para allá, como aquel que ansí en aquello como en todas las otras cosas tenía muy
especial gracia, y llegando a ella con tanta presteza que no parescía sino un dalfín, aunque tan
cansado que a gran pena ya se podía menear. Y, viéndose en tierra firme, dio muchas gracias a Dios
y, sacudiéndose del agua, que mucho mal le havía hecho, se començó a yr por la orilla, a la luz del
farol que la galera capitana llevava, pensando que por allí cerca se pararían a alguna cosa que
necessaria les fuesse, teniendo pensamiento de libertar al duque Armindos de la prisión en que
quedara. Mas, como él no pudiesse andar con tanta brevedad como los navíos, en breve tiempo los
perdió de vista; de que sintiendo tanto pesar quanto jamás de cosa alguna rescibiera, se metió entre
unas arboledas, maldiziendo su desastrada ventura, que tan contraria le hera. Y, aunque él fuesse
cavallero muy suffrido, a aquella sazón del enojo que tomó parescía estar fuera de su seso, diziendo:
–¡Ay de ti, cavallero sin ventura, que todos los del mundo han de participar de tus desgracias
por solo venir en tu compañía! Más te valiera no ser nascido en este mundo; y, pues ansí ha de ser,
yo prometo a fee de cavallero de en todo un año no me acompañar con cavallero alguno más de por
espacio de un día natural, ni reposar en algún poblado, que ya será posible hallar más gracia con los
brutos animales en el campo que con los hombres en los poblados.
Y, acordándose de su querida señora y del poco remedio que para avella tenía, començó a
entristecérsele el coraçón, tanto que todo el mundo parescía que le faltasse, diziendo palabras de
tanta lástima que a las piedras movía a compassión de su duelo.
Mas a esta hora, sintiendo passos por entre los árboles, se levantó prestamente. Hazia la parte
donde él estava vio venir una donzella en un palafrén, ricamente adereçada, y con ella yvan seys
escuderos a cavallo y otros a pie, de que no le pesando punto se llegó a ellos. Y, saludándolos en
lengua alemana, les preguntó que para dónde su camino se endereçava.
–Para un puerto –respondió la donzella– que seys millas de aquí está, donde nos queremos
embarcar para passar en Inglaterra a ver unas grandes fiestas que en Londres se hazen, para las
quales de todo el mundo van gentes.
–¿Qué es la causa d‘ellas, mi señora? /27-vº/ –dixo el príncipe.
275
–Es la causa –dixo la donzella– que, como ya, señor, sabréys, este reyno de Ynglaterra es el
que antes la Gran Bretaña se solía llamar, y en él, en tiempos passados, huvo un número de
cavalleros que las aventuras seguían, los quales en ellas ganaron más honra que ningunos de otra
tierra, y fue en aquella sazón el más nombrado y estimado reyno que entre christianos ni moros se
hallase; el qual después, por desdichas que en este400 reyno vinieron y por perderse aquel tan
nombrado rey, se deshizo, y cada uno se bolvió a su tierra. Y siendo casados huvieron hijos y nietos,
de los quales el rey que a la sazón es, assí mismo es muy perseguido e importunado que torne a
juntar aquel número de cavalleros, porque d‘esta manera él será más estimado(s) de todos los reyes
comarcanos, y los cavalleros obrarán más altamente cavallería. Y d‘esto ha sido el rey muy contento,
y para ello manda hazer unos torneos, en los quales el cavallero que más se aventajare será el
primero y capitán, a q[u]ien401 todos los otros sigan, con el qual el rey quiere casar una hermana, la
más hermosa dama que en el universo por el presente se halla, y aún le dexará el reyno después de
sus días, porque el rey, con el pesar que de la muerte que a su hermano vino por no poder casar con
la princesa Hermeliana, hija del rey de Francia402, tiene jurado de jamás casarse.
–Y los demás cavalleros que han de entrar en esse qüento –dixo don Belianís–, ¿cómo se han
de escoger?
–Todos los demás –respondió la donzella– han de ser del linage de los que antes lo eran,
porque assí lo tiene el rey determinado. Y si vos, cavallero, queréys venir para Londres, aunque no
sea más de por ver las ca[v]allerías403 que allí se harán, yo rescibiría muy gran plazer. Y, si alguna
cosa os falleciesse, la cumpliría yo de muy alegre voluntad, que, conforme a vuestro parescer, de
más que esto soys merecedor.
–Mi señora –dixo el príncipe–, yo tenía muy gran desseo de passar a essas partes; mas la
For(i)tuna, que siempre me es esquiva, me ha tratado de tal manera que me ha dexado de la suerte
que veys, que por gran ventura soy escapado de la mar. Pues de vuestra parte se offrece tal aparejo,
juntamente con la merced que yo recibiré con vuestra compañía, no la quiero dexar de aceptar, que,
plaziendo al alto Señor, aunque yo soy muy poca parte para ello, ya lo podría servir algún tiempo.
Mas ha de ser a tal condición que, entretanto que de mi compañía fuéredes servida, no t[i]ene de yr
en vuestra compañía otro alguno que cavallero sea, ni me avéys de mandar estar de noche en algún
poblado, porque tengo prometido de no reposar en él más de un día, ni me acompañar más de otro
tanto con cavallero estraño.
–Estrañas condiciones son essas –dixo la donzella–. Mas como quiera que a vos pluguiere
400
esto.
qnien.
402
El anterior rey de Inglaterra provocó una guerra con el rey de Francia al secuestrar a su hija Hermiliana con
la intención de casarse con ella. Don Clarineo ayudó a los franceses en la guerra y terminó matando al rey de
Inglaterra, tal y como se relata en la Segunda Parte de la historia.
403
canallerías.
401
276
seré yo contenta.
Y luego le mandó dar un cavallo. Caminaron con tan buena prissa que al alva fueron en el
puerto, donde una hermosa galeota estava atendiendo a la donzella, con la qual se embarcaron con
buen viento. Do cumple dexarlos por vos dezir lo que al duque de Tebas abino.
Capítulo 12: De cómo el duque Armindos de Tebas fue librado y la muerte de don Belianís
publicada, y lo que sobre ello hizo la princesa Claristea.
Por buena diligencia que de las galeras se puso no pudieron dar forma cómo alguno de los
cavalleros que en la mar cayeran se salvase, porque el peso de las armas los detuvo de tal g[u]isa404
que no pudieron tornar arriba, ni menos vieron de la suerte que el príncipe de Grezia se salvara,
porque la noche les impidió la vista. Pues como Balianor de /28-rº/ Escocia viesse quán mala
ganancia avía hecho fue d‘ello demasiadamente triste, como aquel que no avía cosa alguna que no
diera por le llevar preso al rey de Yngalaterra, del qual esperava grandes mercedes. El qual tenía tan
gran pesar, cuydando que don Belianís en la mar fuesse ahogado, que no sabía de sí parte. La misma
pena fatigava al duque Armindos de Tebas, que deseava la muerte en tanto grado que, si tubiera con
qué, él se matara, y si no estuviera tan aprisionado se hechara dentro en la mar. Dezía tantas lástimas
que a los presentes movía a gran conpassión y, aunque Balianor le amenaçó de muerte que le dixese
quién era, no se lo quiso dezir; mas de quanto le dixo:
–Sábete, traydor, que por lo que as hecho serás perpetuamente destruydo, juntamente con el
rey a quien sirves y todos los demás que favorecerle quisieren. Y, para que sepas de quién cumple
guardarte, sábete que has sido causador de la muerte al más valeroso cavallero que en el mundo aya
avido, y más gran señor.
Balianor, que mucho desseava saber quién fuesse, hizo apartar los escuderos cada uno por su
parte; mas de Flerisalte, que la muerte desseava, nunca pudo saber cosa. Y, visto esto por Balianor,
fingió hechar al otro escudero en la mar; y él, con el miedo de la muerte, le confessó quién el duque
fuesse, y que el cavallero que en la mar cayera hera el príncipe don Belianís de Grecia. Muy grande
pabor rescivió Valianor de lo que el escudero dixera; y, si no lo obiera oýdo más d‘él, hechara al
duque y a sus escuderos en la mar por encubrir lo pasado. Mas, viendo que por muchos avía sido
oýdo, no quiso añadir un mal sobre otro.
Mandó caminar con más priessa la buelta de Ingalaterra, descubriendo una nave, la qual con
muy grande calma estava. Y, cuydando tom[a]rla405, movieron para ella, rodeándola de una parte a
otra para que se rindiesse. Y, no viendo que se pusiesse en defensa, le hecharon arpeos para subir a
404
405
gnisa.
tomorla.
277
lo alto; y, teniéndola por suya, entraron dentro m[u]chos406. Mas a esta hora de la cubierta salieron
cinco cavalleros de una devisa de armas bermejas, los quales se metieron entre ellos, y de dos golpes
no huvo aý tal que no diesse con dos de ellos en el suelo. Y, como su intención fuesse de ganar las
galeras, en un punto se descolgaron por las escalas, saltando en cada uno de los navíos dos
cavalleros. La batalla se renobó tan cruel y áspera quanto otra nunca jamás fuera vista. Balianor de
Escocia, que por solos dos cavalleros que en su navío saltaran se vio tan mal tratar, se vino para ellos
muy sañudo, començando la batalla con el más bien dispuesto de los dos. Mas, aunque él hera muy
buen cavallero y le ayudavan otros cinco, poco le aprovechava, que otro tal cavallero como aquel
difficultosamente se hallara(n) en el mundo; el qual, viendo que Balianor con tanto ánimo se
defendía, le hirió de tales golpes que, fuera del todo su acuerdo, dio con él en el suelo. Y
conosciendo a esta hora al estimado duque de Tebas metido en recias prisiones, su daño fue desigual,
tanto que, redoblando sus golpes, con ayuda del otro cavallero que, no menos animoso que él,
esforçadamente peleava, la galera fue desembaraçada, siendo los más cavalleros muertos y los otros
rendidos. Y, con gran plazer de aver allí ar[r]ibado a tan buen tiempo, se quitaron los yelmos,
abraçando al duque Armindos, que luego por él fueron los cavalleros conoscidos ser el uno el
príncipe don Luzidaner y el otro don Castel de la Rosa; de que él fue algún tanto alegre, mas no de
manera que el gran pesar que en su coraçón tenía arraygado se le quitasse; antes a la ora, con la visita
de aquellos príncipes, las lágrimas le vinieron a los ojos. Y, aunque las prisiones le fueron quitadas,
tan cerrado tenía el coraçón con la grande tristeza que no fue parte para les hablar palabra, de que
ellos fueron /28-vº/ no poco maravillados, mayormente que a la ora vieron al bueno y leal escudero
Flerisalte, el qual estava así mismo haziendo muy gran duelo con los escuderos del duque de Tebas.
–¡Válasme el poderoso Señor! –dixo don Luzidaner–, ¿y qué llanto es este que este cavallero
haze? Cierto, algún gran pesar se me apareja, que del suyo a mí no me puede redundar menos.
Dezime por Dios, duque, la causa de vuestro pesar, no me tengáys así suspenso, que peor es aquesto
de suffrir que la muerte.
A esta sazón ya eran llegados los otros tres cavalleros, los quales eran el príncipe don
Contumeliano y Florispiano, su primo, con el esforçado Sabiano de Trebento; los quales,
maravillados de ver de tal suerte al duque, no hazían sino mirarle, ca no le podían hablar palabra,
tanto eran maravillados.
–¡Ay de mí, soberano príncipe! –dixo el duque Armindos–. ¡Cómo me devríades dar la
muerte antes que saber de mí las más tristes y desventuradas nuevas que nunca cavallero dixo! Sin
duda, pues yo no soy muerto, soy el más captivo hombre que nunca nació.
Entonces se quiso hechar dentro en la mar; mas don Luzidaner le tuvo, diziendo:
–Cierto, duque, yo no sé quál sea la desdicha que os aya hecho perder vuestro buen seso, de
406
mnchos.
278
que tan estimado soys de los que os conoscen.
–¡Ay de mí –dixo el duque–, que no es mucho que yo sea sepultado adonde lo está la flor de
los cavalleros del mundo!
–Declaradme esso –dixo don Luzidaner, muy turbado.
–Sabed –dixo el duque–, que mi señor, el príncipe don Belianís, es anegado en esta
espantosa mar.
Y como esto dixo, no pudiendo aún formar las últimas palabras, quedó fuera de todo su
sentido. No menos lo fue don Luzidaner y los otros cavalleros, que tanto fue su pesar que, no
pudiendo hablar palabra, començaron el más sentible* llanto del mundo; mas ver las cosas que a esta
ora hazía el príncipe don Contumeliano no ay quien pueda ser bastante a recontarlas: ciertamente en
el pesar a todos hazía ventaja, que nunca cavallero tanto amara quanto don Contumeliano al príncipe
don Belianís. Mas, ya que por gran pieça huvieron hecho su duelo, don Luzidaner dixo:
–Señor, pues que nuestra desventura, que es la mayor de quantas en el mundo aya avido, ha
querido que todo el esfuerço y valor del príncipe, mi hermano, parasse en tan desastrado fin, de que
perpetuamente quedará memoria, no sé qué remedio nos tomemos, que yo jamás de mi voluntad
paresceré en Grecia.
–No sé quién será aquel –dixo don Contumeliano– que nuevas de tanto pesar osse llevar.
Ciertamente, yo soy buelto a la primera y solitaria vida.
–¿Quién ha de querer bivir –dixo Sabiano de Trebento– faltando aquel sin quien nosotros
con tan gran vergüença ante las gentes parezcamos?
D‘esta manera estuvieron allí aquellos cavalleros seys días que la calma duró; que, saliendo
Florispiano de Suecia, compró para todos una devisa de armas negras con las sobreseñales de luto, y
en los escudos pintada la mar con un cavallero en ella, del qual la Muerte tirava, llevándole a lo
hondo. Todo estava pintado tan triste que sola su vista a qualquiera que lo mirara causava no
pequeño pesar. Ferisalte no quiso yr con los príncipes; antes se quedó en tierra con las armas y
cavallo de su señor, con determinación de se yr derecho a la corte del emperador de Alemaña para
hazer saber aquellas tristes nuevas al príncipe Ario Barçano de Tartaria.
Los cavalleros, con el pesar que dezir se os puede, se bolvieron a su nave; y, como el duque
Armindos tuviesse determinado de se bien vengar de aquellos traydores, haziéndolos a todos atar
muy bien, hizo pegar fuego por muchas partes a los galeones, donde a su vista todos fueron
quemados, que fue cosa assaz espantosa y de gran piedad para los que la miravan. Y, como el viento
començase a refrescar, partieron de allí, mas cierto no les avino muy bien, porque se /29-rº/ les
levantó gran tormenta, que les hizo dar gran trabés de donde ellos cuydavan.
Tanto anduvo Flerisalte por sus jornadas que una noche, ya que el sol alumbrava la otra
media parte de su jornada, llegó a una floresta que quanto dos leguas de Colonia estava. Y,
reconosciendo ser aquella donde a su señor, el príncipe don Belianís, la ventura de la bella Claristea
279
sucediera, se fue hasta la fuente donde ya otra vez estuviera. Y, apeándose cerca d‘ella, poniendo las
armas par de sí, se sentó en aquel verde campo, donde la memoria de lo passado y del desastrado fin
de su señor le causó tanto dolor que, derramando lágrimas en grande abundancia, sus ojos tornados
de la forma de la fuente donde estava, començó a dezir:
–¡O, fortunados y crueles miserias, que con tantas mudanças las vidas de los mortales de la
suerte que os paresce tratáys! ¿Quién jamás pensara que, teniendo encumbrado sobre todos los
cavalleros del mundo a un tan alto príncipe, le causárades tan desatinado fin? ¡O, crueles dioses, y
cómo tengo pensamiento que, por no dexar gozar al mundo tan gran bien, quitastes la vida a tan
estimado cavallero! ¡Ay de mí, y si la muerte me viniera quando, con tanto contentamiento, otra vez
en la frescura d‘esta fuente me halle, y quán descansado fuera mi coraçón! ¡O, cruel Claristea, que a
tu causa la muerte a la luz de los mortales ha venido! ¡Ay, que si aquella tan sangrienta batalla del
príncipe de Persia fenecer le dexaras, cómo se remediaran tantos daños! ¡O, mi señora y esclarescida
princesa Imperia, quánto bien los dioses os hizieron en no consentir que la muerte d‘este príncipe
viéssedes, pues más que la vuestra propia de cierto la sintiérades! ¡O, princesa Florisbella, cómo
quedas con razón biuda de quien te merezca por aver sido querida de un tal cavallero! ¡O, dueñas y
donzellas, cómo havéys perdido vuestro amparo! ¿Quién será, de oy más, aquel que por vosotras
bolverá? ¡Ay de ti, Flerisalte, quánto más te valiera que nunca de Tartaria fueras salido para ser
testigo de tan universal pesar!
D‘esta suerte hazía su duelo el buen escudero Flerisalte, cuydando que por ninguno fuesse
oýdo. Mas, como os avemos dicho, la bella Claristea tenía tal costumbre que todo lo más del tiempo
se estava en aquella floresta. Y, como a la sazón el enojo que con don Belianís tomara se le huviesse
passado, sentía en el alma su ausencia. Y, teniendo allí cerca sus tiendas por tomar algún alivio con
la soledad, con sola Lindorena se viniera hazia la fuente, donde vio llegar a Flerisalte e oyó las
lástimas que dixera. Y, como el coraçón temeroso siempre piensa en lo que le causa el temor, a la ora
conosció el escudero ser Flerisalte, y que la muerte de su señor llorasse. Y como la assombrada leona
que halla menos sus hijos, corrió para la fuente dando gritos, a los quales se levantó Flerisalte; mas
ella le tomó por las manos, haziéndole tornar a s(s)entar, bañado el rostro de espessas lágrimas,
diziendo, con tanta amargura que las palabras en la boca formar no podía:
–¡Ay, Flerisalte! ¿Qué es esto de que te quexas? ¡Dímelo, por Dios, y hagamos todos con la
muerte compañía a aquel para quien solo era la vida! ¿Quién fue tan cruel que a tu señor mató y a mí
dexó la vida? ¡Ay, sin ventura princesa, desdichado fue el día de tu nascimiento!
Y diziendo esto, viendo que Flerisalte estava tan ocupado en llorar que cosa alguna no le
respondió, una riquíssima red de oro que sobre los cabellos traýa començó a tirar por ellos,
derramándolos en gran cantidad. Tan grande era el pesar que tenía que, si Lindorena con ella no se
hallara, no fuera menos sino que en la fuente se dexara ahogar. Mas todo no fue parte para que,
cerrándose el coraçón, no se traspusiesse de un tan fuerte desmayo que Lindorena y Flerisalte la
280
tuvieron por muerta, porque remedios algunos no eran bastantes para que en sí tornasse.
Mas a esta sazón llegó por allí el príncipe Ario Barçano, que /29-vº/ una congoxa no le
dexara dormir; que, como assí viesse a la princessa, fue no poco maravillado, mayormente viendo a
Flerisalte, que pensó que allí su señor estuviesse. Tanto fue turbado que no podía hablar palabra; y,
poniendo a la princessa sobre sus rodillas, preguntó a Flerisalte la causa de su estada allí, y dónde el
príncipe, su señor, estuviesse.
–¡Ay, mi señor! –dixo Flerisalte–. ¡Y cómo havéys perdido a vuestro tan querido amigo, que
vos hago saber que ya está en compañía de los dioses!
Estas últimas palabras tornó a oýr la princessa, que ya en su acuerdo bolviera, causándole
doblado desmayo. Mas Ario Barzano quedó tan fuera de sí que no fue parte para quexarse, salvo que
sin pestañear ni dezir palabra quedó tan elevado que, no sabiendo de sí parte, fue buelto a la forma de
aquellos a quien la súbita perlesía* suele quitar la habla, que, aunque en el pecho forman los
concetos, la lengua no es parte para esprimirlos; o como aquellos que, adormidos, con la pesadilla,
con el gran dolor y agonía, aunque sienten lo que en su juyzio les puede alcançar, no pueden
despertar por más que lo procuran.
Ansí estava el tártaro príncipe, que, aunque más quería declarar el dolor que su coraçón
sentía, no era parte para ello, que el repentino pesar diera causa que el coraçón, por socorrer a todos
los miembros que juntamente desmayaron, no podía darle la virtud necessaria para hablar.
Mas, ya que una pieça ansí huvo estado, començó a hazer no menor duelo que Claristea antes
hiziera; y, si una cosa a la memoria no le sobreviniera, sin duda fuera uno de los que más la muerte
de don Belia[n]ís407 sintiera; pero, occurriéndole a la memoria la princessa Florisbella, le vino un
nuevo consuelo al coraçón, paresciéndole que, muerto don Belianís, ningún contrario le quedava
para que él no casasse con ella. Y esta le hizo olvidar algo el pesar, tanto que, haziendo traer agua de
la fuente, se esforçó a consolar a la princesa, hechándosela por el rostro y apretándole las manos
hasta que la hizo bolver en sí. Y lo mejor que pudo la consoló, diziendo que no mostrasse tanto
sentimiento, que Dios permitía aquello por mostrar sus más encubiertos secretos. Mas cosa que
dixesse no prestava nada.
Y tanto fue el pesar que, teniendo por cierto que su muerte era muy cerca, lo mejor [que]
pudo se bolvió con Lindorena a las tiendas. Y desde allí se hizo llevar a Colonia, a la qual llegó tan
mala que no pensavan que no viviría un solo día.
Pues del príncipe don Brianel, que en la corte estava con los cavalleros Aligenor y Poligeno
y el infante Arbín de la Espada, cosa sería prolixa dezir el dolor que sintieron. Y, haziendo tomar las
armas de don Belianís, le mandaron hazer un monumento, el más rico y sobervio que hasta aquellos
tiempos fuera visto, encima del qual fueron puestas letras que demostravan cuyos fueron.
407
Beliauis.
281
Pues como la emperatriz viesse el repentino mal de su hija, siendo triste quanto jamás lo
fuera, la entró a visitar, importunándola que la causa de su mal le dixesse, y aunq[u]e408 ella lo
encubrió algunos días. Pero al fin, viendo tan cercana su muerte, y pareciéndole que no era justo la
causa d‘ella fuesse encubierta, un día que mucho sobre ello la emperatriz le aquexó, ella le
descu(u)brió la causa, diziendo que aquel cavallero tan encubierto era el príncipe de Grecia, y que
ella avía sido causadora de su muerte, porque del enojo de le aver quitado aquella batalla se saliera
de la corte; y que le suplicava que, después de ella muerta, la hiziesse la sepultura dentro en la mar,
porque con esto yría ella muy descansada.
–Hija –respondió la emperatriz–, yo vos hago saber que vays muy herrada en assí os dexar yr
engañadamente a la muerte, porque, aunque aquel cavallero de qualquiera cosa hera merecedor, mas
agora no tenéys certenidad de su muerte, que este escudero no puede saber si él escapó o no, que
bien pudo ser /30-rº/ que escapasse, pues él yva más suelto para ello que ninguno de los otros y
estavan tan cerca de tierra. Y no creáys que el alto Señor le diesse tan buena ventura en los principios
para darle tan desastrada fin. Esforçadvos y no desmayéys, siquiera porque podáys saber la
certinidad d‘ello, y ved vos qué queréys que yo haga, que qualquiera cosa que cumpla a vuestro
descanso será echa muy prestamente. Y si queréys, sin que el emperador, vuestro padre, lo sepa, a la
ora yrán cavalleros que busquen todas aquellas partes donde él pudo escapar, que no es possible que
d‘él no aya nuevas.
Muy consolada fue la princessa con estas palabras de la emperatriz, mas no tanto que la gran
congoxa suya se pudiesse mitigar; y aviendo en sí pensado una cosa, dixo a la emperatriz que, si ella
fuese servida, que hablasse al emperador de su parte, suplicándole tuviesse por bien que ella con
veynte cavalleros, quales al emperador paresciessen, fuessen hasta la ciudad de Londres, donde avía
de ser juntada la cavallería del mundo, y que yrían desconocidos, y sus cavalleros se provarían en las
aventuras de la Gran Bretaña; que aquello, si se alcançase, sería para ella muy gran descanso. La
emperatriz la prometió de lo procurar quanto a ella fuesse possible.
Y ansí lo hizo, y súpolo tan bien negociar con el emperador que le dio licencia para ello.Y
aparejada la partida, imbió con ella al infante don Daristeo y sus hermanos, y fue assí mismo un hijo
del duque de Jassa, que el príncipe Leandro se llamava, de los más valerosos cavalleros de todo el
imperio; y el príncipe de Dinamarca, y el rey de Dacia, y dos hijos del rey de Boecia. Fueron assí
mismo en su compañía el baleroso Ario Barçano y don Brianel, y Aligenor del Escudo Blanco, y el
infante Poligeno del Escuro Balle. No se vio jamás de veynte cavalleros otra más luzida compañía,
porque no havía alguno que no fuesse hijo o nieto de rey. Y llevava ansí mismo veynte donzellas,
todas hijas de muy altos príncipes, no se le olvidando a Lindorena, con quien la princesa comunicava
sus passiones. De la gente llevava assaz acompañamiento, a todos los quales yva mandado que, so
408
aunqne.
282
pena de la vida, no descubriessen a ninguno de los que allí yvan.
Y despedidos del emperador y de la emperatriz, haziéndoles la princesa que, sin que el
emperador lo supiesse, todos fuessen armados de armas negras con las cubiertas de luto, se partieron
por su camino derechos a la ciudad de Londres, donde la princesa tenía pensamiento que el príncipe
don Belianís acudiría si en la mar no fuesse anegado.
Do los dexaremos por contar lo que más al propósito de nuestra historia toca.
Capítulo 13: De lo que a don Belianís avino llegado en Ynglaterra y la batalla que uvo, en
presencia de Claristea, con don Gradarte y sus compañeros, llamándose el Cavallero del
Liocorno.
No eran aún acabados los trabajos y mortales angustias del príncipe don Belianís, porque la
Fortuna, paresciéndole que este cavallero pretendía triunfar d‘ella, buscava todas las formas y
maneras posibles para hazerlo dexar sus yntentos, lo qual era con él ymposible, que ya tenía
determinado de sufrir quanto sucederle pudiesen antes que dexar en un solo punto sus propósitos.
Quando, después de aver corrido dos meses tormenta, dio con él y con la donzella, su compañera, en
la Gran Bretaña, donde todos salieron en tierra. Mucho le pesava a don Belianís de se ver menguado
de armas y de cavallo /30-vº/ qual para su necessidad hera menester, mas la donzella le dixo que no
le pesasse punto, que ella le proveería de unas tales como [no] las huviesse en todo el reyno de
Londres, las quales eran de un cavallero que con gran trayción el duque de Calés hiziera matar por le
tomar dos castillos que en su tierra tenía; mas que le cumplía hazerle vengado.
–Esso haré yo de muy buena voluntad –dixo el príncipe.
Entonces la donzella las hizo sacar. Ellas eran todas pardas, sin otra pintura alguna, salvo
que el escudo tenía en campo blanco pintado un liocornio, por el qual después muchas vezes en las
partes que no fue conoscido era llamado el Cavallero del Liocornio. Las armas le vinieron muy bien.
Y, metiéndose al derecho camino de la ciudad de Londres continuamente encontravan mucha
gente, porque el término se allegava, que hasta el día de Pentecostés no faltavan ocho días, y
entonces avía de ser toda la gente junta. Pues, yendo de aquella guisa, vieron venir por el mismo
camino mucha gente; y, bolviendo a mirar por ver quién sería, vieron venir un carro, en el qual ivan
hasta seys donzellas; tirábanlo doze cavallos blancos, y en su guarda venían ocho cavalleros
ricamente armados, cavalleros en poderosos cavallos. Venían tan bien adereçados que gran sabor
dava a mirarlos. Los quales prestamente enparejaron con ellos; que, como viessen al príncipe don
Belianís en un cavallo de poco valor, riénd(i)ose d‘él, el uno d‘ellos dixo:
–Cavallero, ¿vays a la ventura a Londres?
–Sí voy, señor –respondió el príncipe–, mas ¿por qué lo pregunta la vuestra merced?
–Dígolo –dixo el cavallero–, porque, según traéys el cavallo cansado, devéys de venir de
283
lexos tierras por ser capitán de los cavalleros que el rey quiere ordenar.
–No sé lo que avendrá –dixo don Belianís–, aunque os certifico, señor cavallero, que me
paresce que deve de ser un officio de tanta pesadumbre que no me pesaría mucho por no le ganar.
–Esso sería –dixo el cavallero– para los d‘esta tierra, que no son ussados al trabajo y
entienden poco de las armas, que para los cavalleros romanos no ay otra recreación que hallarse en
semejantes trances.
–Yo lo creo ansí –dixo don Belianís–, mas siempre he oýdo loar los cavalleros d‘esta tierra
por esforçados.
–Esso será con otros como ellos –dixo el cavallero–, y bien sé yo que, si conosciessen a los
cavalleros que aquí vienen, que sin contienda de batalla se les daría el premio.
Mucho se reýa don Belianís de las sobervias de los romanos, como aquel que ya otras vezes
avía visto [a do los]409 esfuerços de aquellas gentes llegavan; y, arrimándose más a los carros, las
damas le parecieron hermosas, y una d‘ellas le llamó, diziendo:
–Señor cavallero, ¿por qué no havéys duelo de vuestro cavallo, que con razón se podrá
quexar de vos?
–Señora –dixo don Belianís–, quando de mi cavallo la vuestra merced muestra dolerse, con
razón devría mostrar más pena por su dueño, que ya no es parte para tenerse en la silla después que
vuestra hermosura vio.
–¿Cómo es esso? –dixo la donzella–. ¿Y tan presto os avéys vencido de mi hermosura?
Agora os digo que en mi vida os podré olvidar, porque un cavallero tan cuerdo como vos gran cosa
deve de ser la que tan presto le ha vencido. Y agora, me hazed un servicio, por mi amor.
–Pedid, mi señora, lo que quisierdes –dixo don Belianís, muy agradado de su desemboltura.
–Que no curéys –dixo la donzella– de poneros en mucho aprieto por ser el principal de la
tabla de los cavalleros andantes, porque no querría veros en mucho peligro, según mi coraçón va
vencido de vuestras gracias; y dad al diablo, señor, los peligros, que no se gana d‘ellos más de
molerse los hombres el cuerpo.
–D‘essa suerte, señora –dixo don Belianís–, conformes estamos, que a mí nunca me
parecieron bien estas aventuras, que no se gana más de ser tenido el hombre en poco.
–Maravíllome de vos –dixo una de las otras damas a la donzella–, que /31-rº/ con el príncipe
dávades tal consejo a esse cavallero, viendo que por no tener occasión de justar viene en un tal
cavallo; más querría por mi servicio verle correr una lança que gran cosa.
–No puedo yo servir a tantas –dixo don Belianís–, mayormente encomendándome cosas de
essa calidad.
Todas estavan riendo de ver su covardía, y no avía aý tal cavallero ni donzella que no
409
los a do esfuerços.
284
travessasse palabras, motejándole de covarde. Y aún algunas vezes eran tales los motes que se lo
dezían tan claro que la donzella que consigo le traýa avía vergüença de ver su suffrimiento, tanto que
no pudo estar sin que le dixesse:
–Por Dios vos juro, señor cavallero, que si tal guardador pensara que trahía, que nunca con él
entrara en Bretaña.
–Yo no puedo ser mejor de lo que hasta aquí –dixo don Belianís–. Ya podrá ser que, si me
viéssedes en batalla con algún cavallero, tuviéssedes más razón de reýros de mí.
–Yo lo creo –dixo la donzella–, y aún a esta causa no queréys vos andar en compañía de
ningún cavallero. No querría que encontrássemos con el príncipe don Gradarte de Irlanda, que no
dexa donzella a vida que no prende.
–Seguras vamos al presente –dixeron las que en el carro yvan.
No huvieron caminado quanto dos millas, quando para sí vieron venir quatro cavalleros
armados de unas armas verdes partidas con oro. Todos avían en los escudos leones blancos, y el uno
trahía unas letras que dezían: «Don Gradarte de Irlanda». Con ellos venía un gigante, de los más bien
hechos que don Belianís viera, porque, aunque era más alto un pie que ninguno de los otros, era tan
bien proporcionado que dava alegría su vista. Venía en un hermoso cavallo blanco, tan furioso que
le hazía sobremanera venir muy agraciado. Pues como la donzella que con don Belianís venía a don
Gradarte vio, dio una gran boz diziendo:
–¡Ay, cuytada de mí, que perdidas somos! ¡Mal aya quantos cavalleros andantes ay en la
Gran Bretaña, que no han sido para hechar del mundo un cavallero de tan mal talante como este que
aquí viene!
–No temáys –dixeron los cavalleros romanos–, que vos le quitaremos de estorvo.
Mas a esta sazón don Gradarte estava junto a ellos, y en boz alta les dix[o]410:
–¡Cavalleros, aparejad os a defender las donzellas o a entregármelas, porque tengo
necessidad de dessembaraçar esta tierra de semejante simiente!
–Cavallero –respondió aquel que con don Belianís primero hablava–, vos hazéys tuerto en
nos querer quitar nuestras donzellas, las quales os defenderemos en tanto que pudiéremos combatir.
Por eso, soys conmigo a la batalla.
–No soy venido por otro –dixo don Gradarte.
Entonces se apartaron cada uno a su parte.
–Agora veréys hermosos encuentros –dixo la donzella del carro–, que nuestro cavallero
derribará al otro.
–Ya lo querría ver –dixo don Belianís; mas no tenía él tal pensamiento, que a su parecer era
don Gradarte uno de los cavalleros bien puestos que en su vida viera.
410
dixe.
285
Mirando por los cavalleros, vio cómo el romano, él y su cavallo, dieron tal caýda en el suelo
que no se pudo levantar, y don Gradarte passó por él sin hazer revés en la silla; y, quedándole la
lança sana, revolviendo sobre otro, tanto le sucedió bien que de ocho encuentros todos ocho
cavalleros romanos puso en el suelo, tan atormentados que no estava ninguno d‘ellos para poder
pelear, de que al príncipe don Belianís no pesó punto; y bolviose a la donzella que le motejara,
diziendo:
–Mi señora, ¿daysme licencia para que prueve mi ventura con estos cavalleros? Que, con el
favor de vuestra hermosura, no sería mucho dar una buena caýda al primero encuentro.
–Yo estoy tan cierta d‘esso –dixo la donzella– como de que no seréys para aventuraros a
provar una lança con uno de aquellos cavalleros.
–Todavía –dixo don Belianís–, os quiero dar qué reyr con mi caýda.
Entonces mandó a un hombre que le diesse un cavallo de /31-vº/ los cavalleros heridos. Él se
lo dio, el mejor que allí avía. Entonces se desafiaron y dieron buelta con sus cavallos, tomando la
parte que les cumplía. Mas, antes que tuviessen el lugar de justar, al passo donde ellos estavan llegó
una compañía de cavalleros y donzellas, la(s) más hermosa(s) que hasta entonces fuera vista411.
Todos venían cubiertos de luto; los cavalleros eran veynte, y otras tantas damas. Y assí ellos como
ellas, e infinita gente de servicio que con ellos venía, traýan las devisas tan tristes que causavan
admiración. Como supiessen la causa por que los cavalleros se querían combatir, se pararon por los
mirar; mas la donzella del carro, que a don Belianís tenía por tan covarde quanto a otro que jamás
uviesse visto, les dixo:
–Agora veréis, señores, cómo el Cavallero del Liocornio, del temor de la lança de su
contrario, se dexará caer antes que le encuentre.
No les paresció a los cavalleros que ello sería assí, conforme al parecer del cavallo. Y a esta
ora les vieron juntar de tan fuertes encuentros que las lanças fueron hechas menudas pieças, y ellos
se juntaron de los cuerpos de los cavallos, escudos y yelmos tan bravamente que don Gradarte vino
al suelo, tan desacordado que no sabía de sí parte. El yelmo huvo partido por la vista en dos partes;
todos pensaron que le huviesse muerto, mas el príncipe no hizo mudança en la silla más que si fuera
una peña.
–¡O poderoso Dios –dixo el príncipe Leandro–, y qué valeroso encuentro!
Pues, como don Belianís quedasse sin lança, se aguisó para atender a los otros sin ella; mas
el príncipe Ario Barçano se llegó a él y, en lengua persiana, le dixo:
–Tomad, señor cavallero, esta lança, que a quien tam bien lo haze con las armas y personas
le serviremos todos.
Don Belianís le conosció luego en la voz, y mucho fue turbado de le ver con tan tristes
411
Puede referirse a la compañía o a las donzellas, pero en ambos casos parece haber un claro error de
concordancia.
286
señales, y no pudo pensar la causa. Y en la misma lengua le rindió las gracias, diziendo que en todo
tiempo sería suyo por aquella merced que le hazía.
Y como viesse que otro de los cavalleros le estava atendiendo, prestamente mobió para él, y
en medio de aquel campo se encontraron, tan bravamente que don Belianís huvo el escudo y arnés
falsado, y si la loriga no fuera tan buena no escapara de ser muy herido. Tan bueno fue el encuentro
que le hizo perder un estrivo; mas don Belianís encontró al cavallero por el escudo, que, siendo
falsado, la lança paresció una braça de la otra parte por entre el braço y el arnés, sin que el cavallero
fuesse herido; mas tan fuerte fue el golpe que le llevó de la silla, y en el campo dio una muy mala
caýda. Don Belianís sacó su lança, pesándole grandemente de le aver muerto al cavallero, que assí
todos cuydavan; mas dende a poco tiempo le vieron levantar atordido.
Don Belianís estava muy maravillado de ver los rezios encuentros que aquellos cavalleros le
davan, y entre sí dezía que con razón heran los cavalleros aventureros de aquella tierra estimados.
Mas, desseando saber la causa del luto de sus tan grandes amigos, por abreviar la batalla encontró al
tercero, que para él se venía, haziéndole provar la dura cama que sus compañeros tenían. Lo mismo
hizo al quarto, en el qual quebró su lança; mas, aunque él derribó los cavalleros de tan fuertes
encuentros, no dexó de recebirlos, los mayores que le parescía en toda su vida haver recibido.
De los Cavalleros del Luto vos digo que estavan muy espantados de ver el esfuerço y gran
fortaleza de aquel estremado cavallero quanto antes lo fueran de cosa alguna; y el uno d‘ellos dixo a
la donzella del carro:
–Señora, mucho os engañastes en el conoscimiento de aquel cavallero, si ya no fue por nos
hazer parescer mayores sus hazañas. No me parece que q[u]iere412 dexar la silla tan fácilmente como
vos cuydávades, y no me ayude Dios si creo que ay aquí alguno por quien él la dexe.
Y como a esta ora don Belianís adonde ellos /32-rº/ estavan llegasse, y conociesse a todos
sus amigos, a causa que por el gran calor los yelmos trahían quitados, y los viesse de tan triste forma,
fue en estremo muy turbado413, no sabiendo qué decirse, principalmente que a él se llegó su
escudero Flerisalte, el qual le dio una lança toda negra; al cabo tenía una pequeña vandera, y en ella
la devisa que aquellos cavalleros trahían.
–No me ayude Dios –dixo don Belianís– si estos no cuydan que yo soy muerto. Pero antes
morirán otros muchos, plaziendo al alto Señor, cuyas muertes harán más daño.
Mucho le plugo de ver a Flerisalte libre, y cuydó que también allí vendría el duque
Armindos. Mas a esta sazón el gigante le dio bozes que se guardasse, que con él era en la batalla.
Don Belianís bolvió su cavallo para él, y en medio de aquel campo se encontraron tan
poderosamente que las lanças fueron hechas pedaços, y ellos se juntaron tan bravamente que cada
uno se le antojó que con una torre huviesse topado. Don Belianís perdió los estribos, mas el gigante
412
413
qniere.
turbada.
287
hizo términos para caer, que la cabeça puso sobre las ancas del cavallo. Y, siendo más corridos de no
se aver derribado, con una furiosa saña pusieron mano a sus espadas y, rebolviendo el uno sobre el
otro, era hermosa cosa de mirar, que aduro* en el mundo más diestro ni valiente cavallero que el
gigante, que Galiandro se llamava, se hallaría. El qual hirió al príncipe de un tan estraño golpe que,
acertándole sobre el escudo, se le hizo juntar con la cabeça con tanta fuerça que la sangre le hizo
saltar por los oýdos y narizes; y, no se detuviendo allí, corrió la temerosa espada hasta baxo,
llevándole la mitad de la cabeça del cavallo. Con tanta fuerça fue dado este golpe que los braços del
gigante llevó tras sí, haziéndole colgar sobre el arçón delantero.
Don Belianís, maravillado del tal golpe, le quiso dar por medio del cuerpo, cuydándole partir
por medio, viéndole tan desbaratado; mas el cavallo –que pocos hallarían tales– sacó a su señor de
aquella affrenta. Don Belianís saltó en el suelo de pies muy ligeramente, mas el cavallo del gigante,
que acostumbrava tropellar todos los que veía que a pie estavan, revolbió sobre él tan presto que don
Belianís no tuvo lugar de desviarse, y fue encontrado de los pechos del cavallo, de guisa que le hizo
dar quatro o cinco passos para tras, y poco faltó que no diesse con él de espaldas. No se vio animal
en una batalla semejante que este, el qual no tenía cuydado del freno, salvo dexarle hazer su
contento, que él libraría a su señor de qualquier peligro. En la ligereza parescía que fuesse alguno de
los que los carros del dios Apolo continuamente llevan, tan corajoso y encendido se bolvía.
A esta hora don Belianís, que de puro enojado parescía que la vista de los ojos huviesse
perdido, y como sobre sí le viesse rebolver, no se vio caudal águila más veloz en su presa; porque,
dando un salto al través, tan presto fue con el gigante que la ligereza del cavallo no le pudo valer que
don Belianís no le alcançasse un tal golpe, con tanta furia y saña dado, que le hizo dexar la compañía
de su cavallo, viniendo al suelo; y, si de su ligereza no se ayudara, fuera muerto sin poderse
valer414. Mas, aunque él se levantó con la presteza possible, don Belianís le hirió sobre la cabeça,
que el yelmo y la cofia huvo cortado, y la sangre le començó a correr en abundancia. El jayán quiso
cerrar a braços con él, mas don Belianís le dio de los ombros tan bravamente que le hizo yr más de
seys passos atrás, tan turbado que todos pensaron que cayera.
Y con esto se tornaron a juntar, más bravos que nunca, donde se viera una hermosa batalla.
Ya cada uno d‘ellos estava por dos o tres partes herido; mas dígovos que aquel pavoroso Galiandro
/32-vº/, que nunca hallara su par, a esta hora fue metido en pabor de muerte, porque nunca viera sus
fuerças en tan poco estimadas por cavallero como al presente. Y con esto hazía su batalla con más
tiento y cordura que sobervia, rebatiendo y hurtando los golpes que podía; lo que era menester,
porque don Belianís andava tan corajoso y enojado que no curava por ál que por dar fin a la batalla,
y con esto trahía a Galiandro muy herido.
Mas, como la batalla huviesse entre ellos durado más de tres horas, el gigante se tiró afuera
414
vales.
288
por descansar, diziendo:
–Cavallero, asaz ay de día para dar fin a nuestra batalla; por esso, si vos soys contento, gran
plazer recibiría que folgássemos un poco.
–Vosotros –respondió don Belianís– hazéys tuerto en nos querer quitar nuestras donzellas;
que, si vos os dexáys de ello y me prometéys de nunca ser contra dueña ni donzella, quito soys de la
batalla. De otra suerte, no penséys que se ha de dexar hasta que el uno de nosotros quede en este
campo, que vergüença es que una batalla entre dos cavalleros dure tanto.
Muy enojado fue Galiandro de las palabras del príncipe, pareciéndole que lo estimava en
poco; y, determinando de dar presto fin a la batalla, dexó caer lo que del escudo le quedara, tomando
la espada con ambas manos. Don Belianís hizo lo mismo, y sin ningún pavor se juntaron el uno con
el otro, y a un tiempo se hirieron con tanta furia que el jayán Galiandro huvo todo el yelmo cortado
juntamente con el almófar*, y en la cabeça una mala herida; tan cargado fue que vino al suelo,
perdida toda su fuerça. Don Belianís hincó entr‘ambas rodillas y la mano del espada; en el hombro
huvo una herida, aunque no grande. Tan cargado se sintió del gran golpe que pensó que por medio
del cuerpo fuesse partido; no se pudo levantar tan ligeramente como quisiera.
Grande espanto recibieron los presentes de ver tan crueles golpes, teniendo al cavallero por
más aventajado que visto huviessen. Todos dezían tanto de su esfuerço que a la causa cada uno le
pluguiera de se provar con él. Sin dubda, si no le tuviera[n]415 por muerto, cuydaran que fuesse el
príncipe don Belianís; mas su muerte tenían por tan cierta que les quitava de semejantes
pensamientos, salvo a Claristea, que, como el coraçón le dava pensamiento que no fuesse muerto,
tenía alguna alteración de cuydar que él fuesse, aunque tenía por cierto que, a ser él, no se encubriría
a tan grandes amigos como él allí tenía, y esto le dava alguna alegría.
Pues, como don Belianís viesse al gigante en tierra, fue sobre él y, quitándole el yelmo, le
dixo:
–Muerto eres, si no otorgas de hazer aquello que por mí te fuere mandado.
Él bolvió en sí y díxole:
–Cavallero, el más esforçado que yo haya visto, no cumple que yo os prometa cosa alguna;
vos podéys hazer de mí aquello que fuere vuestra voluntad, que yo cumpliré a todo mi poder.
–Por agora no quiero otra cosa –dixo don Belianís– salvo que me prometas de aquí adelante
de ser con todas tus fuerças en favor de dueñas y donzellas, y que ninguna te pida socorro que,
aunque vayas en otra aventura, no la dexes por favorecerla.
–Yo lo prometo –respondió el gigante.
–Pues, ¿cómo es tu nombre? –dixo don Belianís.
–Galiandro el Pavoroso me suelen llamar –respondió él–. Y no sé la causa, pues al presente
415
tuvierau.
289
soy vencido de un solo cavallero.
–D‘esso no te maravilles –respondió don Belianís–, que son juyzios del alto Señor, al qual
todas las cosas están sugetas.
Entonces, dexando a Galiandro, se fue para don Gradarte, el qual no estava para pelear a
causa de la herida: tenía el braço derecho sacado de su lugar. Y, haziéndoles prometer a todos lo que
a Galiandro –lo qual ellos cumplieron muy bien, que de allí adelante los Cavalleros de las Donzellas
se hazían llamar–, don Belianís, tomando el hermoso cavallo del gigante por el suyo que le matara,
se bolvió para /33-rº/ su donzella donde la avía dexado, que no fue poco, según la vergüença tenía
haverle ossado atender allí, y con muy buen semblante le dixo:
–Mi señora, caminemos, si a la vuestra merçed paresce, porque voy muy mal herido, y tendré
necessidad de ser curado.
–Sea, mi señor, como mandardes –respondió la donzella–, aunque donzella tan desmessurada
como yo no devría llevar tan buena compañía.
–Dexadvos de esso –dixo el príncipe don Belianís–, que, si lo que yo os soy en obligación
huviesse de pagar, no se podría hazer tan presto.
Entonces se llegó para la donzella que d‘él se riera, y con una dissimulación le dixo:
–Mi señora, muy bien se ha parescido el favor de vuestra hermosura, pues sin él muy claro
está que no huviera sido parte para defenderos.
La donzella estava muy corrida, tanto que muchas vezes se quisiera haver ydo, si sus
compañeras no la detuvieran; mas, con la mejor dissimulación que pudo, le dixo:
–Agora veréys, estremado cavallero, cómo vos he pagado el grande amor que me teníades,
porque a ninguno de essos otros cavalleros, aunque en mi compañía venían, quise dar el favor que a
vos os di, por solo conoscer el grande amor que me teníades. Y esta victoria muy bien hazéys en
atribuyrla a mi hermosura, porque de otra manera me dexárades muy enojada.
Mucho se rió el príncipe don Belianís de lo que la donzella dezía, que en todo hera muy
graciosa. Mas a esta sazón, de parte de la bella Claristea llegó a él una donzella que le dixo:
–Señor cavallero, una donzella que de lexos tierras416 viene en aquel carro os suplica muy
encarescidamente que tengáys por bien de la ver, porque d‘ello rescibirá mucho contentamiento, si
de ello no rescebís desplazer.
–A la mano de Dios –dixo don Belianís.
Entonces se fue con ella hasta llegar a unas andas en que la donzella venía muy cubierta de
luto. Los cavalleros que las lle[va]van estavan ansí mesmo cubiertos de negro. La donzella fue luego
por él conoscida ser la bella Claristea, de que él fue muy maravillado, más que antes; y, mostrando
no conoscerla, en lengua inglesa, por más dissimular la voz, la dixo:
416
Parece errata por ―lexas tierras‖; sin embargo, Orduna ( 1997a: LXXIV-LXXVI) defiende la construcción
―lexos tierras‖, que es habitual no solo en el Belianís, sino también en otros textos de la época.
290
–Señora, de vuestra parte he sido llamado por una donzella; por tanto, ved si de mí os
cumple algún servicio, que lo haré de tan buena voluntad como qualquiera de los cavalleros que en
vuestra compañía vienen.
–Señor cavallero –respondió la princesa Claristea–, no menor offrescimiento que esse
esperava de un tal cavallero como vos. Yo os lo tengo en la merced que una donzella como yo,
puesta en tanta tristeza, pueda. Mas lo que yo querría supplicaros es que nos dixéssedes vuestro
nombre, porque estos cavalleros y yo ansí mismo rescibiríamos muy grande alegría.
–Señora –dixo el príncipe don Belianís–, en mucho más d‘esto desseo yo hazer a vuestra
persona, y a estos cavalleros, servicio. Mi nombre es el Cavallero del Liocornio, y mucho querría
saber qué aventura es esta, y la causa por que con muestras de tanta tristeza camináys; que, si es
alguna cosa que por mí pueda ser remediada, no dexaré de aventurar mi persona en vuestro servicio,
aunque donde ay tales cavalleros creo que avrá d‘ella poca necessidad.
–Gran merced, señor cavallero –respondió la princessa Claristea–, es la de vuestras palabras.
Y agora, sepamos si entendéys de hallaros en las fiestas de la ciudad de Londres, porque, yéndonos
juntos, os podremos contar por estenso la causa de nuestra tristeza, que es por la pérdida del mejor
cavallero del mundo.
Entonces no fue parte para detener las lágrimas, que en grandíssima abundancia por sus
mexillas començaron a correr, sobreviniéndole un tal desmayo que quedó tal como muerta. Entonces
todas las damas se apearon, /33-vº/ y así mismo los cavalleros; y, sacándola de las andas, la pusieron
sobre unas almoadas, don Belianís tomándole la cabeça sobre sus rodillas. Y tantos remedios la
hizieron que bolvió en sí, con un tan penoso sospiro que el alma de las carnes le arrancava, diziendo:
–¡Ay de ti, princesa sin vent[u]ra417, cómo morirás la más raviosa muerte que nunca nadie
murió! ¡O, furiosas congoxas, acabad ya de consumir esta triste vida! Mas, ¡ay de mí!, que aún más
merezco penar, pues la muerte venir no quiere.
Mucho le pesó a don Belianís de ver tan lastimada a aquella princesa. Muchas vezes estuvo
por se descubrir; mas, viendo el gran estorvo que de allí le vendría para sus negocios, acordó de se
encubrir por entonces, y assí lo hizo; que, viendo a aquella princesa buelta en su acuerdo, la consoló
lo mejor que pudo, diziéndole que no rescibiesse tanta pena, que plazería al alto Señor de le embiar
consuelo. Y con esto se partió de su compañía, dexándoles qué contar de lo que de su esfuerço avían
visto. Y, al despedir, dixo a los cavalleros romanos:
–Señores, pído‘s por merced que, si os faltare algún cavallo hasta la ciudad, que no me
fatiguéis el mío, no tenga más razón de quexarse que hasta aquí.
Los cavalleros estavan affrentados de lo que les sucediera. No le respondieron palabra; antes
juntos con la princesa de Alemania se partieron para Londres dos días antes de las fiestas, donde eran
417
ventnra.
291
llegados cavalleros de todas las partes del mundo por las ver, y otros por provar sus personas en
ellas. Sin duda eran allí juntados la flor de los cavalleros del mundo, que gran tiempo passó que no se
vieron otras tales fiestas, fasta el tiempo que el príncipe Belflorán vino a aquella corte, como en la
quarta parte d‘esta historia vos será contado418.
Y en aquel tiempo, todos los príncipes que con la bella Claristea venían començaron a
aderezarse para entrar en los torneos, y assí lo hazían todos los cavalleros de la corte, donde havía
por la ciudad el mayor ruydo que jamás se viera, porque en toda ella no se entendía más de en
adereçar atabíos y sobreseñales y ricas armas para aquel día, que el más señalado del mundo se
esperava. El rey de Inglaterra estava el más contento hombre del mundo, bendiziendo a quien tal
consejo le diera, ca por ello se pensava ser el más estimado rey del mundo.
Capítulo 14: Cómo el príncipe don Belianís, proveýdo de nuevas armas, entró en Londres.
Metiose con su donzella, Valeriana, por el camino adelante el príncipe don Belianís, hasta
tanto que encontraron con un espeso bosque, do le combino apearse por ser curado. Y a la sombra de
un gran roble armaron una tienda y un lecho, en el qual el príncipe fue echado y curado de sus
heridas. Y, mandando a un escudero que fuesse a la ciudad, que bien acerca estava, y traxesse nuevas
de quándo el torneo se començaría, y de las otras cosas que en la ciudad passavan, él se quedó allí,
como aquel que ya los poblados se havían hecho enemigos de su condición, esperando quándo el
escudero bolviesse. El qual, aviéndose largamente informado de lo que en la corte passava, se bolvió
una noche antes de Pentecostés, diziendo al príncipe don Belianís que cierto otro día se havían de
començar los torneos, y que havían de durar tres días, y que havía muchedumbre de príncipes y
cavalleros quanto jamás en corte de ningún rey ni gran señor se havían visto. Y assí era la verdad
como el escudero lo dezía, que, si no fuera en Babylonia, muchos tiempos havía que no se juntaron
tantos y tan grandes señores, no viniendo, como en Babylonia, con sus poderes, sal- /34-rº/ -vo con
cada diez o veynte cavalleros, porque cada uno quería mostrar más el valor de su persona que no el
esfuerço de sus cavalleros, ni aun (que) la sobervia419 de sus poderosos exércitos; y todos los demás
d‘ellos venían tan encubiertos que por ninguno heran conoscidos.
Pues como la resplandesciente luz de la clara mañana vino, el valeroso príncipe don Belianís
se levantó y, haziéndose armar de todas sus ricas armas, cavalgó en aquel poderoso cavallo que a
Galiandro el Pavoroso tomara, que le estimara en más que cosa alguna; se fue allegando a la ciudad
de Londres, que le parescía una de las más hermosas ciudades que jamás él viera. Mas, antes que del
bosque acabasse de salir, llegaron a él dos hermosas donzellas, que en un cavallo traýan delante de sí
418
Capítulo 69 de la Cuarta Parte, en el que se organizan fiestas y justas para celebrar el compromiso de
Belflorán y Belianisa.
419
sobernia.
292
un lío; y, llegándose a él, le dixeron:
–Señor cavallero, por la devisa de vuestro escudo conoscemos que soys vos a quien somos
embiadas. Por tanto, sabed que una dueña que vuestro servicio dessea os ruega que por su amor
llevéys estas armas que aquí traemos en los torneos de la ciudad de Londres, y que hagáys de manera
que no perdáys el nombre que tenéys, porque es cosa que a vuestro descanso cumple.
–¿Quién es vuestra señora –dixo el príncipe don Belianís–, que por sus palabras muestra
conoscerme, y tan buena obra me hace sin yo se lo haver merescido?
–Señor –dixeron las donzellas–, a nosotras no nos es mandado dezir otra cosa y, aunque
nosotras quisiéssemos dezirla, no sabríamos. Por tanto, nos dad licencia, que en todo caso nos
cumple partir luego, y tened gran memoria de lo que vos encargamos.
Entonces, dexándole allí las armas, se bolvió a la tienda, y allí se hizo desarmar; y, sacando
las armas, las halló ser las más ricas que en toda su vida vistiera. Heran todas blancas, y por ellas,
pintadas de oro y azul, el castillo donde la princesa Florisbella estava, tan al natural quanto la
segunda parte de esta hystoria más largamente lo contó420. Estavan puestas por ellas tantas perlas y
piedras de inestimable valor que nunca ningún rey ni gran señor en armas tantas vistiera. El cerco del
escudo hera todo hecho de muy ardientes rubís, tales que semejavan que ardiendo estuviessen; la
horla y la embraçadura heran de finíssimo oro; en lo alto del escudo tenía tres piedras riquíssimas,
tales que jamás se vieran sus semejantes, que en una hermosa sala no havía necessidad de otra
claridad. En medio del escudo havía pintado el Liocornio, como en las otras armas le traýa, salvo que
hera de bulto, y hecho de un hermoso jacinto, tan bello de mirar que a qualquiera que lo mirava le
occupara la vista. Trahía ansí mismo un muy riquíssimo guarnimiento de la misma forma para el
cavallo, con unas plumas de muy diversas perlas pobladas por la testera.
De estas armas de muy diversas perlas fue armado el valeroso príncipe don Belianís, con las
quales parescía tam bien que a la donzella y a los escuderos tenía muy maravillados. Y haziendo
poner aquel rico guarnimiento a su cavallo, cavalgó en él, y dándose alguna priessa llegó al campo
adonde los torneos havían de ser, a tal hora que ya se querían començar; el qual rescibió muy grande
plazer y contentamiento de ver la riqueza y estraña labor de los edificios que en torno del campo
estavan hechos, y no sin causa, que heran de los más aventajados que él huviesse visto jamás,
principalmente los ricos palacios que el rey allí mandara hazer, los quales eran de esta forma: heran
labrados de quatro partes, en cada una de las quales havía muy riquíssimas salas, puestas por ellas
todas las aventuras /34-vº/ que en otros tiempos passados acaescieran en la Gran Bretaña, tan
naturalmente que parescían estar bivas. Al un costado de la casa tenía una muy riquíssima huerta,
con tantas diversidades de árboles quantos en el mundo havía, cuyos ramos y suavíssimos holores
entravan por diversas ventanas de ellas, que parescían ser bastantes para poder sustentar sin otra cosa
420
Se refiere al Castillo de Alta Suria, descrito con detalle en el capítulo 57 de la Segunda Parte.
293
alguna toda la vida humana, donde se vieran tantas abes y tan estrañas quantas por mucho tiempo se
pudieran hallar, haviéndolas el Rey con gran desseo mandado buscar. Las quales hazían tan linda
armonía que no havía necessidad alguna de menestriles, porque todas las paredes que cahían a las
partes de fuera heran de un delicadíssimo vidrio, que como por un trasparente christal se podía muy
bien veer todo lo que por de dentro de ella estava. En la sala principal estaba puesta la Tabla
Redonda, donde los cavalleros escogidos se havían de assentar. No se vio cosa ygual en riqueza, que
cierto su tan grande valor no llevava con cosa humana comparación ninguna. Tan grande era que
aquel tan famosíssimo rey hebreo, con su tan grande y aventajado saber, en lo terrenal no se hallara
cosa semejante. Ella hera en torno de quinientos pies, toda de muy finíssima plata; tenía así mismo
ciento y cinqüenta fuentes de la mesma plata, todas con muy riquíssimos caños de oro; unos salían
por las bocas de pequeños leones, y otros por las de otros animales de muy diversas maneras, y otros
por los cuellos y picos de muchas differentes aves. Estaban puestas por tan buena orden que ninguna
de ellas dava más agua de aquella que cada uno quería para su menester, sirviendo cada fuente para
la silla de un cavallero, de manera que, bolviendo ciertas clavixas, davan toda el agua necessaria; y,
al tiempo que salía, hazía un sonido tan suave que causava grandíssima recreación. Estavan por tal
horden puestas que no solo impidían el servicio de la mesa, pero ni aún que los cavalleros no se
viessen unos a otros muy claramente. Los caños de el agua para el servicio d‘esta fuente venían por
debaxo de la mesma mesa, sirviéndose todos de un principal caño que por un rico mármol de cristal
venía, tan sobervio quanto los demás. De tal suerte estava todo puesto que ninguna persona, por
mucho que lo mirara, no le siendo enseñado pudiera entender que por allí viniesse agua.
Tenía en torno ciento y cinqüenta sillas. Estas heran lo más rico de todo ello, porque todas
heran de marfil tan perfecto quanto otro jamás se viera. Por ellas, de fino oro y perlas, estavan
hechos muchos follages de la labor romana, tan costosos que en su valor sobrepujava a lo material.
Las espaldas a que se arrima[v]an421 heran de finíssimo oro de martillo, pendientes de ellas muchas
perlas de inestimable valor. Cada una de ellas tenía un escripto en que declarava quién fuera el
cavallero que la posseyera.
Hera la sala muy alta, con muy ricas columnas de mármoles tan blancos que al sol privavan
de su blancura, labrados por todas partes de muy rica labor. La cubierta de la sala hera del mesmo
marfil, y de noche y de día, sin poner en ella luz, estava tan clara quanto la pudiera alumbrar el claro
sol, porque en las quatro esquinas estavan puestos quatro muy gruessos carbuncos que la tenían
continuamente en aquella claridad. Havía en la salida quatro aparadores de tanta riqueza que, como
cosa que el juyzio alcanzar no pueda, es bien dexarlo.
Mirando estuvo esto el príncipe, mas ninguna cosa le hizo tan maravillado quanto lo fue dan/35-rº/ -do una buelta en torno de las paliçadas, porque vio tanto número de damas que de más de tres
421
arrimanan.
294
mil passavan, con tanta abundancia de ricos atavíos quanto de hermosura; y viniéndole a la memoria
las justas de Babylonia, que tanto contentamiento le dieron, no pudo tener que gruessas lágrimas de
sus ojos no derramasse, diziendo entre sí:
–¡Ay de ti, príncipe desgraciado, y quántas cosas para tu pesar te muestra la Fortuna!
A esta hora vio venir al rey de Inglaterra. En su compañía venían los más altos príncipes del
universo –bien se pudo llamar rey venturoso, pues que tanto fue su merescimiento que, sin dubda, lo
passado en tiempo del rey Artús en comparación de aquello fue cosa de sueño–, que vos digo que
havía assaz entre ellos que con sus acompañamientos de sus vassallos podían llevar otros reyes de
tanta estima quanto lo era el rey de Inglaterra; el qual venía armado de unas ricas armas cárdenas,
por ellas muchos leones amarillos, tan agraciados para mirar quanto otros que allí huviesse. Venía
sin yelmo, con una corona de inestimable valor en su cabeça. En la mano trahía un cetro real, y sobre
las armas una jornea* colorada por muchas partes.
Junto con él venía la infanta Armelina, su hermana, tan hermosa que a don Belianís se le
figuró que a su señora viesse. Venía tan ricamente vestida como aquella que esperava ser casada con
el mejor cavallero del mundo. Mucho le plugo a don Belianís de la ver tan hermosa.
Mas siendo todos subidos a los miradores, estando las hazes* hordenándose para romper a
una finiestra, vio a la bella Claristea con Lindorena y con las otras damas, cuya hermosura admirava
por la ver con grande tristeza, ca muchos cavalleros la estavan mirando. Lo mismo hazía ella a el
príncipe, juntamente con otros muchos cavalleros, muy maravillados de ver su tan rica postura y
lindeza de armas. Él puso las piernas a su furioso cavallo, que, como fuesse el mejor que en grande
parte del mundo se podría hallar, començó a hazer tantas y tan buenas bueltas por aquel campo que a
todos los que lo miravan dava estraño contentamiento; y mucho mayor a la princesa Claristea,
porque, corriendo con toda la furia possible una carrera para donde la princessa Claristea estava,
llegando a su finiestra, le hizo meter entr‘ambas las rodillas en el suelo; y él abaxó ansí mesmo la
cabeça, haziéndole una grande cortesía. La princesa Claristea se levantó algún tanto, haziéndole muy
buen comedimiento; y, viendo la seña de su escudo, luego a la hora conosció ser aquel el que en el
camino delante de ella havía hecho las batallas.
Muy maravillado estava el rey de ver tan buena gracia en un cavallero; y, bolviéndose a su
hermana, la infanta, y a los altos hombres que con él estavan, les dixo:
–Cierto, por el parescer bien meresce este cavallero ser el caudillo del universo.
La linda infanta Armelina no respondió palabra ninguna, como aquella que su coraçón tenía
muy occupado, juntamente con todo el entendimiento, en mirar al cavallero; al qual a esta sazón se
llegó un escudero, el qual traýa una lança, tan rica quanto otra en toda la plaça huviesse, con un
pendón de un muy delgado cendal* blanco en él, de maravillosa forma bordada en él la famosa
batalla que huviera con el pavoroso Galiandro y don Gradarte de Irlanda; y, con muy grande
acatamiento, le dixo:
295
–Esforçado cavallero, aquella donzella que en el camino vos hablara en compañía de los
cavalleros romanos se recomienda en vuestra buena gracia, y dice que, pues por su servicio havéys
de entrar en este torneo, vos plega de llevar esta lança; y, porque tengáys entendido que no está
olvidada de vuestros amores, ella por su mesma mano ha bordado este tan rico pendón después que
de vos se partió /35-vº/; y que tengáys buena confiança, que a cavallero que tan altos amores como
los suyos ossa emprender, todas las aventuras se le deven.
–Dezidle, gentil escudero, a mi señora –respondió el príncipe– que, con tan gran favor,
acabar todas las cosas será poco, y que el mayor descontento que tenía era pensar que estava ausente
de su memoria.
Pues como el escudero se quisiesse bolver para su señoría, fue llamado de parte del rey, el
qual le preguntó quién el cavallero fuesse.
–No lo sé, señor –dixo el escudero–, más de quanto en este camino le encontramos.
Y luego le contó quanto en su compañía les aviniera, y cómo havía vencido al temido
Galiandro y Gradarte; de lo qual anssí el rey como como todos los que lo oyeron fueron assaz
maravillados, no creyendo que Galiandro por un solo cavallero fuesse vencido. El escudero se bolvió
a su señoría, dándole la respuesta del cavallero, de que mucho rieron.
Pues a esta sazón, como todos estuviessen en la hordenança necessaria, el rey, mandando
pregonar las condiciones de los torneos de Inglaterra, las quales ya todos ellos sabían, mandó tocar
todos los instrumentos y trompetas a señal de arremeter.
Capítulo 15: De lo que en el primer torneo subcedió, y cómo el príncipe don Belianís quedó por
vencedor.
Pues como la señal se hizo, viérades la más bella y admirable cavallería que jamás se viera
tenderse por aquel campo, calando las lanças, con tantas banderas tan hermosas y relumbrantes que
al sol bastaran a privar de su gentileça. ¡Quién fuera de tan claro y esperto juyzio, de tan delgado
entendimiento, que pudiera dar a entender de la suerte que este torneo passó! Porque este primero día
los torneos se hazían a manera de muy reglada batalla: eran los ingleses contra los estrangeros,
llevando en la delantera aquella tan hermosa cavallería que de la Tabla Redonda en méritos suyos y
de sus passados se pensava ver, donde estavan cinqüenta cavalleros del linaje del rey. Yvan con otros
muchos grandes linajes, cuyos valerosos esfuerços por los principales del universo heran tenidos. De
la otra parte estavan los veynte cavalleros que a la princesa Claristea acompañavan, todos con
sobrevistas de luto, ca por plazer que huviessen jamás pensavan quitarlas. Todos los estrangeros
tomaran por caudillo un cavallero español, a quien todos grandemente de cavallería oyeran loar; y
este era el valiente príncipe don Serafín de España, que ansí mismo a aquella demanda viniera. Y con
él estava, desconoscido, el príncipe Arfilo de Ungría. Entr‘ambos estavan en la delantera.
296
Don Belianís se passó para ellos, de que los Cavalleros del Luto fueron muy alegres, que lo
tenían por uno de los valientes cavalleros que visto huv[ie]ssen422.
Pues a esta hora se movieron los unos para los otros, donde en aquel campo se juntaron con
tanto estruendo que, aunque ellos no fuesen número de veynte mil, parescía que los exércitos de
Babylonia allí fuessen ayuntados. De los primeros encuentros huvo más de dos mil por el suelo. La
grita y el polvo, y el reteñir de las armas, los troços de las lanças que se quebravan, heran en tanta
cantidad que no solo al claro día bolvían escuro, mas aún a los presentes privavan de los más
principales sentidos.
El príncipe don Belianís se encontró con el infante Claudín, que, aunque él era valiente
cavallero, aquella hora no le prestó que no viniesse del cavallo abaxo. Sus compañeros se
encontraron con otros tantos, /36-rº/ mas d‘ellos cayeron seys, y de los otros, nueve. Y con esto se
mezclan los unos entre los otros, que, siendo sossegado el polvo, las valerosas hazañas de cada uno
se començaron a mostrar. Donde el príncipe don Belianís, soltando la rienda a su cavallo, començó a
andar entre los unos y los otros, derribando a una parte y a otra cavallos y cavalleros en tanta
abundancia que muy larga carrera se hazía hazer. Con él venían teniendo el príncipe Ario Barçano,
don Brianel y don Seraphín, y Arfileo con don Daristeo y sus hermanos, el príncipe Leandro con los
otros veynte cavalleros.
No menos avía por la otra parte valientes cavalleros; antes havía d‘ellos en tanta abundancia
que no consentían perder un passo de la plaça. Antes se juntaron hasta treyna d‘ellos, los más
principales, y junto a los reales palacios se vinieron a juntar con ellos, do se viera la más hermosa
batalla que jamás fuera vista. Con don Belianís se juntó el rey Ban, a quien todos traýan por caudillo;
y, con alguna saña que trahía, oyendo dezir que aquel era el mejor cavallero del campo, se dieron
tales golpes que las cabeças se hizieron baxar hasta los arçones. Mas a don Belianís le dio el infante
Bretel de Inglaterra, yendo en seguimiento de otro cavallero, un tal golpe a dos manos que por poco
diera con él del caballo abaxo; de que él fue tan ayrado que, hechando el escudo a las espaldas,
tomando la espada a dos manos, con ella dio un tal golpe al rey Ban que, fuera de su acuerdo, cayó
sobre el arçón delantero. La espada perdió de la mano, y con furia caliginosa bolvió sobre el infante
Bretel; el qual, no rehusando punto su batalla, se vino para él, y de una punta de espada le hirió con
tanta fuerça que, con la que don Belianís trahía, no pudiendo falsar el arnés, la espada le hizo
pedaços hasta la empuñadura. Don Belianís, que sin espada le vio, no le quiso herir; mas tanto le
havía hecho de enojo que le hechó los braços a cuestas por le sacar de la silla. Bretel hizo lo mismo a
don Belianís; mas aprovechole poco, que no eran iguales en fortaleza. Don Belianís le llevó de la
silla, dando con él gran caýda en el suelo.
Mas él fue acometido del Cavallero Salvage, que uno de los valientes de Inglaterra era; el
422
huveissen.
297
qual, con un pesado martillo, le dio sobre un hombro tal golpe que no le podía alçar. Mas don
Belianís le dio de su espada tal golpe que dio con él en el suelo, y estava tan enojado del golpe que
recibiera que, saltando de su cavallo, fue sobr‘él por le ferir. Mas el rey Ban, que en su acuerdo
tornara, juntamente con el infante Bretel vinieron sobre él; y dígovos que tanto era el enojo que d‘él
tenían que les hizo hazer una cosa desaguisada, y que el rey y todos los cavalleros se la tuvieron a
mal: que entr‘ambos, juntamente con el Cavallero Salvaje, le acometieron en toda la fuerça de su
poder. Tan balientes cavalleros heran que sin duda con su batalla a Marte huvieran puesto temor.
Entre ellos se començó una batalla, la más dura y cruel que nunca en aquellas partes se viera.
Algunos cavalleros se apearon por le ayudar, entre los quales hera el príncipe Ario Barçano y
Arfileo, mas él les dio vozes que prosiguiessen la batalla y le dexassen, que él daría fin a aquella. Y,
viendo que aquella era su voluntad, los dexaron en su començada lid, que hera una de las bravas que
jamás se viera, ca muchos dexavan de pelear por mirarlos.
La batalla se hazía donde el rey y todos los grandes los podían muy bien ver, que espantados
de tal bondad de cavallero estavan.
El Cavallero Salvaje, a quien más de aquello pesaba, que vio quán malamente eran tratados,
apretando la espada en la mano, cubriéndose bien de su escudo, entró con el príncipe, que, haziendo
ya finta de le dar un golpe sobre la cabeça, le dio por baxo tal herida que, si las armas no fueran tales,
le huviera muy maltratado. Y, pensando que le huviesse herido a su contento, se quiso salir afuera,
mas don Belianís le dio a dos manos un tal golpe que el escu- /36-vº/ -do fue hecho dos partes,
juntamente con el yelmo, y malamente herido en la cabeça dio con él a sus pies. Y de un revés
alcançó al infante Bretel en el lado del yelmo, que, atordido, le hizo yr tras su compañero. Y como se
viesse herir valerosamente por el rey Ban, se juntó con él a braços, donde, aunque la fuerça del rey
hera grande, no le prestó cosa, que le combino venir al suelo, desfallecido de su fuerça.
Y dexándolos de aquella guisa, y a los cavalleros presentes tan admirados que pensavan que
en sueños aquellas cosas se les representassen, hallando su estremado cavallo par de sí, que de
ninguno se consintiera tomar, como si fuera un ave, sin poner pie en el estrivo saltó en él, como si en
todo el día no huviera peleado; donde, viendo a sus cavalleros en cruel batalla con los demás,
començando a rebolver su gente, cargaron en ellos tan de buelta que, mal de su grado, les hizieron
perder gran pieça del campo, no les bastando valerosidad ni esfuerço que en ellos huviesse, que ya
no havía tan baliente cavallero que al príncipe don Belianís osasse atender dos golpes que no le
hiziesse gustar el duro suelo.
Mas a esta hora se halló con el duque de Calés y, conosciéndole por le haver oýdo nombrar a
uno de sus cavalleros, desseosso de hazer la vengança que a su donzella prometiera, fue sobre él. El
duque, que valiente cavallero era, se guisó de hazer lo mesmo; y apretando las espadas, se dieron con
ella tales golpes que don Belianís fue herido de una punta en la juntura del guardabraço, tal que
mucho estorvo le hazía. Mas el duque huvo menos el braço del espada cortado junto a los pechos tal
298
que, paresciéndosele las entrañas, vino muerto al suelo.
El infante Lisconís, que cerca se halló, hirió a don Belianís con una lança, de suerte que le
hizo una herida en una coyuntura, tal que se sintió d‘ella muy malo. Y, como ya estuviese tan
encendido que temerosos eran de atender sus golpes, hirió a Lisconís por cima del escudo de un tal
golpe que todo se lo llevó de arriba abajo. La espada descendió al arçón delantero y cortolo por
medio, juntamente con el cavallo, de suerte que Lisconís se halló de pies en el suelo, cortado el
cavallo en dos partes.
–¡Sancto Dios! –dixo el rey de Inglaterra–, sin duda que tales fuerças de hombre destruyción
son de los cavalleros.
El infante Lisconís quedó tan espantado, viéndose libre de aquel golpe, que no tuvo poder
para alçar la mano del espada. Mirávasse, cuydando que lo mismo huviesse hecho d‘él que del
cavallo.
No huvo aý tal que, viendo tal golpe, se ossasse cercar a él, antes le hazían la carrera muy
ancha. Pues la valerosidad que a esta ora los cavalleros de su parte mostravan era cosa de no creer.
Entre ellos avía dos infantes, hijos del rey de Portugal, que don Baldín y don Manuel se dezían, los
quales señalavan tam bien que todos avían gran plazer de mirarlos. Estos, junto a los miradores de la
princesa Claristea, se hallaron con Orián y Ebrón el Valiente, hijos del rey de la Pequeña
Bre[t]aña423, con los quales huvieron una reñida y porfiosa batalla, tal que los infantes de Bretaña
fueron derribados. D‘esta manera yvan faltando muchos cavalleros de los cortesanos, y los
estrangeros apretaron tanto que les hizieron yr retrayendo hasta el otro cabo del palenque. Entonces
el424 rey, a quien de aquello mucho pesava, baxó del cadahalso y, tomando su cavallo, se metió en
el trabado torneo. Con él yvan muchos buenos y esforçados cavalleros; y la ventura, que lo quiso,
con el primero que encontró fue con el príncipe Ario Barçano; mas, aunque el rey era valiente y
esforçado, poco le prestó, que Ario Barçano le puso en el suelo, donde a él le combino venir, ansí
mismo, por la fuerça de sus cavalleros. Tras el rey se dexaron caer muchos cavalleros, y em pos de
Ario Barçano el príncipe de Sajonia con los hijos del rey de Lycania y los valientes Aligenor y
Poligeno con el tan valeroso don Serafín de España, y más de otros dos mil cavalleros estrangeros.
Porque, viendo a don Se-/37-rº/-rafín a pie, ninguno quedava a caballo. La priessa se rebolvió aquí
muy grande, tal que muchos cavalleros caýan de una parte y otra. Mas los cortesanos no podían
suffrir la furia de sus contrarios, que, como conosciessen la victoria de su parte, los hazía[n] retraer,
sin que su esfuerço fuesse bastante para hazer otra cosa.
El rey de Inglaterra y Ario Barçano andavan en una brava batalla. Mas a esta hora don
Belianís acudió a aquella parte; que, siendo visto por los cavalleros, no menos que si fuera temeroso
rayo le hizieron lugar, hasta llegar donde el rey estava; y algunos, que impidirle quisieron, los puso
423
424
Breraña.
al.
299
por el suelo. Y, llegando al rey, se apeó muy ligeramente de su cavallo; mas el rey, [al] apear, le dio
un golpe en el quixote de la pierna, que no se sintió bien d‘él. Mas don Belianís husó entonces con él
de una gran cortesía, que se abraçó con él y lo puso encima de aquel tan estimado cavallo,
diziéndole:
–Defendeos, señor, en esse cavallo. ¡Qué sinrazón han tenido los vuestros, que un tan
honrado rey como vos no le avían de consentir arriscar su persona en batalla!
Y, tomando ansí mismo a Ario Barçano, le puso en otro, diziéndole:
–Soberano príncipe, dad lugar a los otros que puedan tornear, que vuestro valor ya está
conoscido.
El rey, y aún el príncipe, le quisieron dar las gracias; mas no huvo lugar, porque los de la
corte yvan muy de vencida; de lo qual, no le plaziendo punto a don Belianís, llegándose al infante
don Serafín, le dixo:
–Esforçado cavallero, no deys causa que las cosas de plazer se buelvan al revés; y, si
pretendéys en esta corte rescebir honra, no lo comencéys con su contrario, que no es esta batalla
campal para llegarla tan al fin.
–Gran merced, señor cavallero –dixo el infante–, por el buen consejo.
Entonces començaron a detenerlos. Y, para poderlo mejor hazer, don Belianís se passó
delante de todos. Hizo detener el estandarte general; bien conosció el rey que esta honra le viniera de
parte del Cavallero del Liocorno. Así mandó tocar las trompetas, de una parte y de otra cessó el
torneo, y don Belianís en un hermoso cavallo vayo començó con otros a correr la plaça, de que a
todos venía estraño contentamiento. Entonces el rey se llega para él, diziendo:
–Señor cavallero, al soberano Señor plega de darme lugar que os pueda galardonar la buena
obra que me havéys hecho. Cierto, quien tal cavallero como vos por señor tiene, se puede llamar
bienaventurado. El cavallo que me distes quiero yo guardar, porque pueda dezir que tengo joya del
mejor cavallero que aya visto; y tomaréys vos otro mío que, aunque no sea tal como el vuestro, por el
mejor d‘esta tierra es tenido.
Entonces le dieron un cavallo tordillo; bien era tal como el rey le havía dicho. El príncipe
don Belianís le dixo:
–Soberano señor, ninguno podría hazer, a tan gran señor y valeroso cavallero como vos,
servicio que pagasse la deuda que se os deve; y más yo, a quien podéys mandar como a uno de
vuestros cavalleros.
Entonces le rogó el rey que se fuesse con él a posar a su palacio; mas él se escusó lo mejor
que supo, diziendo que no le podía hazer. La infanta Armelina le rogó que hiziesse lo que el rey, su
señor, le suplicava, pues era cosa en que él no perdería nada.
–Mi señora –dixo el príncipe–, si agora al rey, mi señor, y a vos fiziesse este servicio,
quebrantaría mi palabra, por que os supplico no me lo mandéys.
300
–Pues quitadvos el yelmo –dixo Armelina–, que con esso seré contenta.
–Yo os juro, por la horden de cavallería que rescebí –dixo el príncipe–, que ninguna de las
cosas que me mandáys puedo cumplir. A la vuestra sobrada discreción supplico sea en remediar esta
mi falta.
Mucho le pesó a la infanta de ver que el cavallero no quería hazer cosa ninguna de las que
ella le pedía, que no huviera cosa alguna que a la sazón no la diera por ver su rostro, para ver si en
todo Dios le hiziera acabado. Y con esto el príncipe, haziendo su acatamiento, se despidió del rey y
de la infanta; y, queriendo dar la buelta para su alvergue, halló que los Cavalleros del Luto le estavan
atendien- /37-vº/ -do, juntamente con la bella Claristea y sus damas. La princesa le dixo:
–Quiero ver, señor cavallero, si para con vos bastará más el ruego de damas que la fuerça de
los cavalleros.
–No ay quien pueda resistir –respondió el príncipe– a mandamiento de quien, haziendo lo
contrario, no se puede sustentar la vida. Por esso la vuestra merced me mande, que qualquiera
servicio que yo pueda haré muy enteramente; solo que dezir mi nombre ni fincar aquí esta noche me
sea mandado, que ninguna d‘estas dos cosas soy parte para cumplir, aunque quiera; si no, caygo en la
mayor falta que nunca cayó cavallero.
Esto dezía con una voz tan dissimulada que, por más que la princesa en ello miró, no le pudo
conoscer.
–Agora, señor cavallero –dixo la princesa–, no vos quiero rogar cosa alguna, pues havéys
puesto condiciones a mi demanda que no se suffrían a un tal cavallero como vos. Mas otro día yo sé
que haréys mi ruego, si no os queréys ver en el mayor peligro que os nunca vistes.
–Lo que de vuestra parte me fuere mandado –dixo don Belianís–, mi señora, no podré dexar
de obedecerlo.
Y con esto, despidiéndose de todos aquellos cavalleros, viendo que la noche venía muy
cerrada, se metió con su donzella y escudero por el bosque adelante con mucha prissa, que vio venir
a don Serafín y a los otros cavalleros estrangeros por le hablar. Y, dándose prissa, llegó a las tiendas
una hora de la noche, donde tenían bien adereçado de cenar.
Fenescido que fue el torneo de aquel día, ¡quién vos diría los loores que todos
universalmente al Cavallero del Liocornio davan, aventajándole tanto sobre todos los cavalleros del
mundo quanto al sol sobre las estrellas! Y haziendo enterrar algunos muertos, principalmente al
duque de Calés, el rey se recogió a sus palacios, donde a su mesa cenaron los principales cavalleros
de la corte, entre los quales trataron del valeroso Cavallero del Liocornio.
–Cierto –dixo el Cavallero Salvaje–, no creo que se hallara en el mundo su par.
–Esso podéys dezir con verdad –dixo el rey Ban–, que yo nunca vi cavallero que tan poco
caso hiziesse de ser acometido de nadie; no se le da más por muchos que por uno. Mucho me pesa
que me hizo hazer billanía, mas aquesta le emendaré yo a poder que pueda.
301
–No sé qué me diga –dixo Lisconís–, que sin duda rescebí de su mano un tal golpe que, sin
quedar herido, de espanto no pude hazer más batalla.
–Gran temor tuve que os avía muerto –dixo el rey–, según fue el golpe desastrado. No ay
cosa que yo no diesse porque aquel cavallero fuesse mañana en nuestro favor, que venceríamos a
nuestros contrarios.
D‘estas y otras cosas estuvieron hablando hasta que fue tiempo de reposar; que, siendo la
más gente recogida, el rey llamó dos cavalleros, a quien diera cargo de saber dónde el cavallero
alvergava; los quales le dixeron que el cavallero possava en el Bosque de la Cierva. El rey se hizo
luego armar de sus armas; mas ya que se quería partir, la infanta Armelina, su hermana, sobrevino;
que, preguntándole la causa de aquella partida, el rey le respondió que yva por ver al Cavallero del
Liocornio, que en el Bosque de la Cerba estava.
–Pues otorgadme un don –dixo la infanta– antes que vos vays.
–Plázeme –respondió él–, que ya está conoscido que yo no desseo otra cosa salvo serviros.
–Que me llevéys con vos –dixo la infanta–, que a la ventura el cavallero hará más por el
ruego de las damas que por otro alguno.
–Plázeme –dixo el rey– de muy buena voluntad.
Entonces, lo más secreto que pudieron, tomando el rey un cavallo y un palafrén para la
infanta, con algunos cavalleros que los guiavan, fueron hasta tanto que llegaron donde don Belianís
estava; que, aviéndose detenido por un león que un escudero le hiriera junto a las tiendas, a la sazón
se sentava a cenar. El rey se apeó y, tomando a su hermana por la mano, entraron en la tienda,
diziendo:
–¿A la ventura pensáys, señor cavallero, de cenar sin nosotros? Mas, pues vos nos hezistes
tanto agravio en no ace- /38-rº/ -ptar nuestro ruego, fuerça será nos tengáys por combidados.
Como el príncipe oyesse las palabras y conosció a los príncipes, maravillado de tan crecido
favor, se levantó y quiso hincar las rodillas ante‘l rey, diziendo:
–No sin causa, esclarescido señor, soys tenido por el más noble príncipe del mundo, pues tan
gran merced havéys hecho a un cavallero andante y de tan poca nombradía como yo soy; y esta será
contada por una de vuestras grandes virtudes.
–Dexémonos d‘esso –dixo el rey–, que no puede aver cumplimiento en ningún príncipe que
de mayor no seáys merecedor, que ya no creo me vendrá día de mayor plazer que este, por me hallar
en vuestra compañía.
D‘esta misma suerte fue recebido por la infanta, que le dixo:
–Bien havéys gozado, señor, del privilegio que por ser tan estimado se os deve, pues el rey,
mi señor, y yo hemos tenido tanto desseo de vuestra vista.
Don Belianís le rindió las gracias, pidiéndole sus manos. La infanta le abraçó e hizo tornar a
sentar a la mesa, donde ella començó a cortar la cena, con tanta gracia que a don Belianís y a su
302
donzella dexó maravillados; y no sin causa, que no se hallara de presente otra más hermosa dama
fuera del castillo encubierto.
Acabó de cenar el príncipe, haviendo dado nuevos pensamientos a Armelina, y el rey le sacó
fuera de la tienda. Passeándose por entre unos árboles, le dixo:
–Excelente cavallero, hasta agora siempre tuve pensamiento que en mi corte se (ha)hallaran,
tantos por tantos, los más aventajados cavalleros del universo; mas, en pago de mi locura, me ha
mostrado el alto Señor a la clara lo contrario, porque entre los cavalleros estrangeros anda una banda
de cavalleros, sin los otros principales con sobreseñales de luto, los quales, siendo ayudados por vos,
serían bastantes a destruyr mi corte; y aquella honra que hasta agora yo he gozado sería abajada, y lo
que yo por honra de los cavalleros andantes he ordenado se me bolvería en deshonra. Confiado en
vuestra mesura, he querido venir a suplicaros que en los torneos de mañana, que han de ser a la
forma d‘este passado, os queráys hallar en nuestro favor, porque, libres del encogimiento que vuestro
valor les causa, puedan mostrar la virtud de sus coraçones, que no menor que la de sus contrarios vos
parecerá, y sobre todos pretendéys tener, como es razón, el primero grado; justo es que ansí a los
unos como a los otros sea manifiesto, mostrándoles que sola vuestra persona es la que puede dar la
victoria.
–Soberano príncipe –respondió don Belianís–, lo que de vuestra parte al presente me es
mandado tenía yo en voluntad de hazer, porque, sabiendo las grandes virtudes vuestras, no fuera
justo que mi espada se ocupara en haceros ningún deservicio, aunque vos certifico que de la parte
contraria tengo los mayores amigos que tengo en este mundo, y muchos en deudo muy cercanos, con
los quales en manera alguna querría haver batalla. Mas por servicio de un tan honrado príncipe, más
que esto se deve aventurar.
Con gran plazer y contentamiento abraçó el rey a don Belianís, diziendo:
–Agora me puedo tener por el más venturoso príncipe de quantos en mi tiempo han sido,
pues tal cavallero como vos ha de ser de mi parte.
–Bien hezistes, señor cavallero –dixo la princesa–, en hazer lo que el Rey, mi señor, os ha
rogado, que de otra guisa conmigo érades en la batalla, donde no‘s valiera vuestro esfuerço.
–Mi señora –dixo el príncipe–, no ay necessidad de desafío para quien tiene ante vuestro
soberano acatamiento rendidas las armas de su libertad.
–Si así fuera –dixo la princesa–, no creo que os viniérades, como vos venistes, sin hazer mi
ruego.
Estas y otras razones pasaron ante estos príncipes, hasta tanto que, pareciéndoles ora, se
partieron, no consintiendo que el príncipe los acompañase, porque pudiesse tomar algún reposo para
el trabajo del día siguiente, yendo los más contentos de los nacidos por aver negociado tam bien.
/38-vº/
303
Capítulo 16: De lo que en el segundo torneo subcedió, siendo el príncipe don Belianís de la
parte del rey de Inglaterra.
A mostrarse començó la clara mañana del día siguiente, saliendo los carros de Apolo con su
rubicunda y risueña cara, bañados en el mar de España, quando con gran sobresalto el successo de
aquel torneo por todos se esperava, con tanto temor como si cruel batalla de ser huviera, que en aquel
grado se estima; que, tocándose por la ciudad de Londres tan gran ruydo de trompetas y atabales y
otros militares instrumentos, que toda se hazía temblar, al qual los cavalleros se llegavan en sus
señas, en la horden que por sus capitanes les fuera mandado, saliendo todas las damas a sus
miradores, desseossas cada una de la victoria para aquellos que más amavan, que ciertamente sus
desseos difficultosamente se podían concertar.
Començándose a sacar las señas y estandartes, tan ricos quanto otros jamás visto se oviessen,
cosa era difficultosa de creer, que sin alguna duda avía entre los cavalleros estrangeros veynte reyes
coronados, sin tantos príncipes y grandes señores que no avía tanto número por todo el universo. La
honra de aquel día era desseada, que no avía tan gran rey ni príncipe que no trocara su estado por ser
el cavallero que avía de ser escogido. Con esto cada uno se esforçava, pensando de hazer en sí tales
cosas que para siempre d‘ellas quedasse memoria, quando, a la sazón que las batallas se querían
romper, llegaron a la plaça dos cavalleros, cada uno por su parte. El uno fue a la hora conoscido ser
el valiente Cavallero del Liocornio, el qual no venía armado de las armas que el día de antes, porque
por la misma donzella le havían sido traýdas otras. Ellas eran todas verdes, con tantas y tan ricas
piedras y perlas de gran valor quales nunca hasta entonces fueran vistas, con las orlas y guarnimiento
del cavallo de lo mismo. En ellas venían pintados muchos coraçones, cercados de muy espessas y
ardientes llamas, cada uno atravessado con tres saetas. En el escudo trahía pintado el Liocornio en la
manera que antes; no se vio más gentil cavallero armado.
Otro venía armado de unas armas celestes pobladas de veros* rojos. En el escudo, que tan
rico era que dava a todos assaz que mirar, havía pintadas dos hermosas damas; la una parescía tirar
por un cavallero que ante la otra estava de rodillas, el qual parescía llevar para sí. El cavallero venía
tam bien puesto que todos hecharon de ver en él. En su compañía traýa una donzella tan hermosa que
todos dezían que, si el cavallero fuesse tan valiente como la dama de gentil hermosura, con razón
devría de ser estimado. El qual, poniendo las piernas a un hermoso cavallo que trahía, le hizo hazer
mil gentilezas por el campo. La donzella, a ruegos de la hermosa Claristea, se subió a los miradores
donde ella estava.
El cavallero se passó a la parte de los estrangeros, de que ellos recibieron mucho plazer. Y
estavan esperando al Cavallero del Liocornio, pensando que lo mismo hiziera; mas a esta hora le
vieron passar a la parte de los cortesanos, de lo qual a ninguno de los principales cavalleros pesó
304
punto, como aquellos que, por lo que todos d‘él havían visto, cada uno desseava provarse con él. La
hermosa Armelina se hizo tan loçana en ver el cavallero que mucho acrescentó en su hermosura.
Pues como a este punto las hazes* estuviesen hordenadas, los instrumentos se tocaron, los
cavalleros baxaron sus lanças y movieron los unos para los otros a todo correr de sus cavallos, donde
se vio el más hermoso encuentro que jamás se viera, /39-rº/ porque con el príncipe don Belianís
venían veynte y quatro cavalleros tan esforçados que a ninguno del mundo negaran batalla, y de la
otra parte venían el Cavallero de los Beros, que aquel tan estimado don Clarineo era, que consigo a
la bella Roseliana traýa, y con él venían los veynte Cavalleros del Luto, con los esforçados don
Serafín y Arfileo, y el rey Paremio, que aquella noche llegara y, sabiendo la muerte de don Belianís,
de la misma devisa se vistiera.
Estos dos a un costado de la batalla se juntaron, con tanta fuerça que don Clarineo y don
Belianís entr‘ambos quedaron heridos, mas tuviéronse valerosamente. De los otros fue cosa
maravillosa, que no uvo cavallero que quedasse en la silla, sacados tres; el uno fue el esforçado
cavallero Ario Barçano, y el otro don Brianel, y el otro el infante don Claudís; que, como todos se
viessen tan a la pareja, desseando cada uno fenescer su batalla con el que le derribara, se juntaron los
unos con los otros, con tanto vigor y fortaleza que el fuego que de sus yelmos y armas sacavan era
tanto que todos d‘él fueron cubiertos. Cosa era maravillosa de mirar, y aún vos digo que a duro en el
mundo se hallara más igual batalla. Muchos se pararon de sus batallas por los mirar, especialmente
los valientes Arfileo y don Serafín, que con el rey Ban y rey Néstar se juntaron, que los más
valerosos del reyno de Londres eran, salvo el Cavallero Salvage, que con aquel tan estimado rey
Paremio se juntó. El infante don Claudís, que a cavallo quedara, se juntó con el príncipe don Brianel,
donde los dos se dieron tales golpes que cada uno quedó con una herida. Mas presto les combino
dexar la compañía de los cavallos, porque don Claudís425, que junto a don Brianel se halló, le hechó
sus braços tan fuertemente que lo arrancó de la silla. Don Brianel hizo a él otro tanto, y avínoles
bien, que cayeron de pies, de guisa que no se hizieron ningún mal.
D‘esta manera se juntó toda la caballería, los unos con los otros, donde se començó la
bozería y grita de los heridos y alaridos de los vencedores, que al cielo llegavan. Muchas antiguas
enemistades se vengaron aquel día, y aún otras se recrescieron de nuevo.
Mas a este punto los esforçados príncipe Ario Barçano y don Clarineo, cada uno desseando
haver la batalla con el Cavallero del Liocornio, ambos juntaron a un tiempo y, sin que se pudiessen
tener, cada uno pensando que era solo, le dieron tales dos golpes que el príncipe don Clarineo,
alcançándole sobre el escudo, le hizo juntar con la cabeça tan bravamente que resonó como si en una
campana diera; con tanta fuerça fue dado que la cabeça le hizo vajar hasta los pechos. Ariobarçano
le alcançó sobre un hombro y, si las seguras armas no le defendieran, malamente le huviera herido.
425
Claudio.
305
El golpe fue tan cruel que todos los huesos le atormentó, que apenas el escudo podía tener en el
braço. El príncipe don Bel(l)ianís, que de tal suerte se sintió tratar, no conociendo al Cavallero de los
Beros, le hirió de una punta de espada tal que el escudo le pasó de claro; lo mismo hizo el arnés. Fue
dado con tanta fuerça que a él y a su caballo hizo yr çinco o seys pasos par‘atrás. Y de un rebés
alcançó al príncipe Ario Barçano, tal que el escudo fue cortado al trabés y, alcançándole con la
punta, le abrió gran parte del arnés. Tan cruel fue el golpe que, a alcançarle con más espada, Ario
Barçano corría peligro de muerte; de lo qual a don Belianís pesara, porque más por desviarle de sí
que por herirle hiziera aquel golpe. Ario Barzano se quitó afuera, viendo que el Cavallero de los
Beros llegara a ferir a don Bel(l)ianís, como aquel que por ninguna cosa hiziera villanía contra nadie,
mayormente en tal parte, donde por tantos hombres buenos le podía ser dado tuerto; y fuese hazia sus
tiendas por vestir otro arnés, que aquel no estava para poder pelear.
Don Belianís y el príncipe don Clarineo426 se tornaron a juntar; entre /39-vº/ ellos se
començó la más áspera y cruel batalla que jamás en el reyno de Londres fuera vista. Don Belianís,
que sabía lo mucho que tenía de hazer viendo aquel bravo cavallero ante sí, paresciéndole que jamás
con otro de tanto valor huviesse combatido, cuydando que a la ventura fuesse el príncipe Perianeo,
hechó el escudo a las espaldas y, tomando la espada con ambas manos, le hirió tan bravamente sobre
el escudo que, abriéndose por medio, la espada llegó al yelmo; y, no le pudiendo cortar, con su
fineza don Clarineo fue atordido, que de todo punto perdió el sentido. La espada se le cayó de la
mano y estuvo él por caer del cavallo; que, como le quisiesse tornar a herir, el cavallo passó adelante,
librando a su señor de aquella priessa; y, quando don Belianís quiso bolver sobre él, no pudo, que un
tropel de cavalleros se lo estorvó, entre los quales se lançó como un hambriento león entre el manso
ganado.
Y al encuentro le vinieron los dos hermanos, hijos del rey de Portugal; mas él hirió al infante
don Manuel de un tal golpe que el escudo le cortó todo al través, y por poco no le cortara el braço a
bueltas. Mas el infante, que uno de los ardides mancebos de su tiempo era, le hirió sobre el yelmo tan
malamente que los dientes contra su voluntad le hizo apretar unos con otros, y con jovenil furor le
bolvió a redoblar otro de trabés que la lumbre de los ojos le hizo perder. D‘esta suerte le començó a
golpear el ardid mancebo, estándolos mirando el infante don Baldín, su hermano. Mas fueron los
golpes por su daño; porque, ayrándose con ellos el príncipe griego, hecho una venenosa serpiente, le
començó a golpear tan menudo que le hazía desatinar; y, viéndole andar muy perdido, le dio de los
pechos del cavallo tal encuentro que con el suyo le hizo venir al suelo.
Mas el infante don Baldín, que a su hermano vio de aquella suerte, como un fiero león se
començó a encontrar con don Belianís, hiriéndole de muy grandes y fuertes golpes. Trahía el ardid
mancebo un alindado cavallo, el mejor que hasta entonces ninguno cavalgara; hera tan ligero que por
426
Darineo.
306
los filos de una espada pudiera hazer su corrida. Esto le valía mucho, que el príncipe no le podía
acertar golpe a derecho, de que estava assaz enojado. Mas, ussando de un ardid, fingió tirarle un gran
golpe. El príncipe passó su cavallo adelante y, como rebolviesse pensando que huviesse executado su
golpe, don Belianís le hirió de una tan espantosa herida que jamás se viera, porque todo el arnés por
la delantera del pecho huvo cortado, y fue herido de una assaz peligrosa herida, tal que ningún otro
cavallero de menor esfuerço la pudiera suffrir. Mas con todo esso el furioso Baldín no quiso dexar su
batalla, ante a dos manos tornó a herir a don Belianís de un golpe, el más bravo que en todo el día
rescibiera; de que don Belianís fue assaz enojado, y detuviendo su espada por no le herir, le dixo:
–Señor cavallero, no seáys tan enemigo de vos mismo; no queráys comigo fenescer esta
batalla, que soys malferido, y hazedvos curar, que sin dubda soys uno de los cavalleros cuya batalla
menos querría por vuestra bondad.
El príncipe don Baldín quisiera proseguir su batalla, mas viose tan malherido que cuydó ser
muerto; y, rindiendo a don Belianís las gracias, que como un med[r]oso427 tigre se metió por el
torneo, él y el infante don Manuel se salieron a las tiendas por ser curados. Y fue gran daño para los
estrangeros no poder estos cavalleros hazer más batalla, que sin dubda heran tan esforçados que gran
ayuda era para su parte.
Del valeroso don Clarineo vos digo que, como en sí bolviesse y no viesse al Cavallero del
Liocornio, tan corajoso que las lágrimas embueltas en sangre por los ojos hazía saltar, se mete por el
torneo, donde ¡desdichado aquel que sus golpes alcançavan!, que a esta hora era ardiente en /40-rº/
toda saña. Bien se paresció, porque, topando con el valiente Orián, de un solo golpe le hizo perder la
silla; lo mismo hizo del temido Ebrón, porque le alcançó tal golpe que el escudo le hizo dos partes,
juntamente con el yelmo; y, detuviéndose en la cofia*, fuera de su acuerdo dio con él del cavallo
abajo.
Espantado fue el rey de ver dos tales golpes, que la batalla de los veynte a veynte havía
estado mirando; la qual a esta hora se avía partido por un gran tropel de cavalleros, que no hizo daño
a los cortesanos, porque ya d‘ellos cayeran quatro, que era el uno el rey Néstor, que derribara
Arfileo, y el otro don Brianel, y los otros dos cavalleros alemanes. Y, si la batalla al cabo llegara,
gran daño fuera para ellos, que sin dubda fueran vencidos, que los Cavalleros del Luto a esta hora
sobre todos se aventajavan. Y tomando todos sus cavallos, que sus escuderos les dieron, se metieron
cada uno en ayuda de los suyos. El torneo andava tan bravo y herido que jamás otro igual se viera,
sin victoria de ninguna de las partes, o con general muerte de todos se esperava el subcesso.
A esta hora llegó al torneo el esforçado don Gradarte, y con él venía el pavoroso Galiandro
con sus tres primos. A duro se hallaran mejores cinco cavalleros en el torneo; los quales,
preguntando por el Cavallero del Liocornio, siéndoles dicho que en favor del rey de Inglaterra era, se
427
medioso.
307
metieron en su ayuda en la travada escaramuça. A esta sazón fueron paborosos de atender sus golpes,
porque de cada uno ponían un cavallero por tierra. Todos fueron espantados de ver el valor de los
que sobrevinieran, tanto que muchos se desviaran por no esperar sus golpes. Mas a este punto con el
Cavallero de los Beros se juntaron don Serafín de España y el esforçado Arfileo, y Ario Barçano y el
rey Paremio; y todos juntos fueron por impidir el daño que aquellos cavalleros contra los suyos
hazían. Don Clarinero se juntó con Galiandro, y Arfileo con don Gradarte, y los otros cada uno con
el suyo. Don Clarineo, q[u]e428 delante de todos yva, hirió a Galiandro sobre el yelmo, que una mano
metió por él; al tirar no pudo llevar tan presto la espada, y combino soltarla, porque, de otra guisa, no
fuera mucho perder el braço de un terrible golpe que Galiandro le tiró a él. Y, viéndose sin espada,
no pudiendo hazer otra cosa, juntó con el giga[n]te, el qual hizo lo mismo, dexando colgar su espada.
Cierto, si Galiandro se hallara en su buen cavallo, que don Belianís le quitara, no huviera ganado
nada don Clarineo, porque hechándose los braços fuertemente se sacaron de las sillas, y en el campo
dieron tales caýdas que se hizieron estordecer del golpe. La espada del gigante se le perdió de la
cadena, cobrándola el príncipe don Clarineo; mas Galiandro le quitó aquella que por el yelmo tenía
fincada, y con ellas comiençan una batalla tan reñida que su ygual no se hazía en el campo. Dávanse
tales heridas que de su sangre andavan cubiertos. Valeroso cavallero hera Galiandro, mas su bondad
no se iguala a la del cavalleros que delante tiene, que de muy pocos rescibía ygual, y sólo uno le
hazía ventaja, por lo qual andava peor ferido, y aún tenía otro daño: que no era bien sano de las
heridas que don Belianís le diera.
D‘esta suerte andavan los otros cavalleros con sus contrarios; mas dígovos que, aunque con
tanta porfía y valeroso esfuerço estos cavalleros429 hazían sus batallas, no eran parte para que los
cortesanos, animados con ver delante de sí al Cavallero del Liocornio, no començassen a ganar algún
tanto en la plaça. Por lo qual la grita se levantó muy alta, diziendo:
–¡Vencidos son los cavalleros estrangeros por el Cavallero del Liocornio!
Estos clamores llegaron a las orejas del príncipe don Clarineo que, encendiéndose en toda ira
y saña, a Galiandro hirió de tal golpe que, no le valiendo su grande esfuerço, le hizo dar passos
par‘atrás, desacordado. La espada perdió de la mano; don Clarineo la tomó y, /40-vº/ estimando a
Galiandro por su esfuerço, le bolvió la suya, diziendo:
–Tomad, valeroso cavallero, vuestra espada, y dad horden en ser curado, que gran sinrazón
havéys tenido en entrar tan herido en batalla.
Esto dixo don Clarineo porque, de la caýda, le viera rebentar la sangre por entre las junturas
de las armas; y, no atendiendo por respuesta del gigante, saltó ligeramente en su cavallo, derribando
muchos cavalleros a una y otra parte.
–¡Válasme el alto Señor! –dixo el rey de Inglaterra–, sin dubda es valeroso el esfuerço de
428
429
qne.
canalleros.
308
este cavallero. Mucho le querría ver fenescer la batalla con el del Liocornio, que creo que sería
valeroso de mirar.
Y con la entrada de don Clarineo y de los cavalleros de la triste devisa, la furia de los
cortesanos se començó a detener. Mas a esta sazón, a la batalla sobrevino la más espantosa aventura
que gran tiempo havía que viniera al reyno de Londres, que de parte de los estrangeros entró un
pavoroso jayán, tan grande que de la cintura arriba todos los cavalleros sobrava. En su compañía
trahía dos centauros armados de resplandecientes hojas de azero, tan gruessas que muy pocas armas
bastaran a los poder herir. El gigante traía en su mano una cruel maça con muchas y gruessas pelotas
de fierro d‘ella(s) colgadas, con la qual los cavalleros y cavallos hazía pedaços. Los centauros traýa
cada uno dos espadas, de que eran tan diestros que sus aventajadas fuerças hazían todas las armas
pedaços. Era tan espantosa la aventura quanto otra jamás se viera, porque ninguno podía llegar al
gigante que por los centauros no fuese muerto, y el llegar a ellos era impossible, porque la maça
cruel del gigante defendía entr‘ambos lados. Vez le venía al jayán derribar de un golpe quatro o
cinco cavalleros, que a ninguno podía llegar con las pelotas que muerto o mal herido no le hiziessen
venir al suelo; y fue gran daño porque, como los cavalleros de la Gran Bretaña fuessen tales, el
valeroso esfuerço suyo a ninguna cosa dexava de acometer.
El rey Ban, con don Claudís y el Cavallero Salvage, tomando sus lanças fueron contra ellos;
mas las lanças fueron hechas pedaços, y el jayán alcançó al rey Ban de tal golpe, que, hechando
sangre por los oýdos y narizes, le hizo venir al suelo. Los suyos le sacaron del campo con gran pesar.
Los centauros hirieron a don Claudís de quatro heridas, de que vino al suelo tal como muerto. El
Cavallero Salvage, que a sus compañeros vio tratar de aquella suerte, cerró con el gigante, y a dos
manos le dio una herida tal que la espada no pudo sacar del yelmo y, como passó furioso, el gigante
no le pudo herir. Mas uno de los centauros le alcançó un tal golpe en las ancas del cavallo que con su
señor le hizo venir al suelo. A esta sazón no huvo cavallero tan ardid en la plaça que los golpes del
gigante osasse atender. Començáronse todos a retraer.
Don Belianís estava hablando con la donzella romana, que le preguntava qué havía hecho de
su lança.
–No he hallado dónde la emplear –dixo don Belianís– conforme a vuestro merescimiento, y
por esso la quiero guardar entera.
–No me dexéys –dixo la donzella– la lança virgen, que no es dama para guardar. Agora la
tomad, que quiero ver lo que con ella haréys por mi servicio.
Don Belianís la tomó, diziendo:
–Atended, mi señora, que os juro a fe de cavallero que la tengo de emplear en la más alta
aventura que ay en el torneo.
Esto dixo él pensando de se hallar con el Cavallero de los Beros Rojos; mas, bolviendo la
cabeça, vio grandes remolinos de gente que a un cabo y a otro se hazían, y muchos cavalleros que,
309
dexando de combatir, yvan a una parte y a otra como desatinados; y, conosciendo en las bandas
blancas ser de los suyos, se metió con gran ira por la batalla, dándoles bozes que esperassen. Mas
luego vio la furia endiablada del gigante y centauros que los seguían; y con aquel coraçón que
siempre en sus cosas tuvo, se encomendó al /41-rº/ poderoso Señor que le guardasse, y junto a los
miradores partió para ellos. El rey de Inglaterra le dio vozes que no lo hiziesse; lo mismo hizieron las
hermosas Armelina y Claristea y Roseliana, y muchas otras damas. Mas él, que de ninguna cosa
mortal recebía temor, apretó bien la lança en la mano y corrió para ellos.
Todos tres se detuvieron por le esperar, que conoscieron ser aquel el Cavallero del Liocornio.
No huvo cavallero, de más de tres mil que cerca estavan, que no dexase(n) de pelear por ver en qué
parava el esfuerço de aquel cavallero, aunque no avía tal que no se lo tuviesse a locura.
Juntó don Belianís con el terrible gigante, que, no le estimando en cosa alguna, le atendió
cubierto de una gruessa targeta de azero, que a manera de escudo traýa. Mas aquella y el arnés fueron
falsados y, deteniéndose en la gruessa loriga, empujó con tanta fuerça que, no se pudiendo quebrar la
lança, que de gruesso fresno era, como su fuerça fuesse tan sobrada, le hizo dar una caýda de
espaldas tan grande que toda la plaça resonó. La maça se cayó de las manos; su cavallo, por fuerte
que era, no pudo passar adelante tan presto que los centauros con él no fuessen. El uno d‘ellos le
hirió con la una espada sobre el yelmo, que la sangre le hizo saltar dentro en la visera, y con la otra le
quiso herir en el braço; mas, no llegando tan alto, le llevó parte de la cabeça del caballo. El otro le
dio otras dos heridas; de la una le rompió todo el guardabraço de la mano yzquierda, de suerte que le
quedó desarmado, y de la otra le acertó al trabés del yelmo, que no supo si era de día o de noche. Y
con presteza singular le quisieron asegundar otros; mas don Belianís, que la lança le quedara sana,
viendo que su esfuerço era para entonces más necessario que para todas las otras partes del mundo
donde se uviesse hallado, que nunca se viera en tan gran peligro, hirió con ella al uno d‘ellos de tal
golpe que, aunque las armas eran aventajadas, no le pudieron defender que el fierro no pareciesse de
la otra parte, donde la quebró, dando con la endiablada bestia muerta en tierra. Y, temiéndose que su
cavallo lo tomasse debaxo, saltó en el suelo muy ligeramente; y aprovechole su ligereza, porque a la
hora el otro centauro descargó sobre él; mas, no le hallando sobre la silla, el cavallo fue partido por
medio, de que todos fueron maravillados. Mas, como a la destreza de su contrario no pudiesse él
resistir, aprovechole su valor menos de lo que él pensava, porque, antes que para se desviar fuesse
parte, don Belianís le hirió de una punta por la loriga, que la media espada le lançó dentro en el
cuerpo. El centauro le dio un golpe que entr‘ambas rodillas le hizo hincar en el suelo, y con furia no
creýda le quiso atropellar. Mas don Belianís tenía tanta y más fuerça que no él y, como juntasse con
él los pechos que de cavallo tenía, don Belianís le arrimó el hombro derecho, con tanta fuerça que le
hizo bolver par‘atrás bien tres pasos; y, desviándose del temeroso gigante, que, aviéndose levantado
con assaz pesadumbre, sobre él venía, dexando caer el escudo, con la espada a dos manos tornó a
310
juntar430 con el centauro, y de un rebés le alcançó por la cintura, que fue partido por medio hasta las
entrañas; donde, dando un doloroso grito, echando tan grandes espadañadas* de sangre que un
arroyo parecía, vino al suelo.
Mas don Belianís fue a esta ora en peligro de muerte, que el pavoroso jayán, cuya vista a
cualquiera bastara a espantar, le alcançó con una de las pelotas de hierro tan cruel golpe sobre el
yelmo que le hizo venir de manos por el suelo. La sangre le rebentó en gran cantidad por las narices
y oýdos, la qual le començó a salir por bajo del yelmo. Y quísole tornar a dar otro, con el qual no
fuera mucho ser fenescida la batalla; mas don Belianís, que en tanto peligro se vio, encomendándose
a la Virgen sagrada que de tan gran peligro le librasse, se metió tan dentro que, como el bastón
fuesse muy largo, con ninguna de las pelotas le pudo herir; mas con el bastón le alcançó un golpe en
el hombro que todo el cuerpo se le figuró que le huviesse molido. Mas al entrar don Belianís le /41vº/ hirió en una pierna de tan cruel golpe que todo el pie por bajo de la rodilla huvo cortado; y, como
el jayán hincasse la rodilla, don Belianís le alcançó a su plazer un tal golpe que tres dedos de la mano
yzquierda, juntamente con la maça, vinieron al suelo. Mas el diabólico gigante le alcançó con la una
mano, que para sí lo traxo muy ligeramente; mas el esforçado príncipe puso mano a la rica daga que
la emperatriz de Alemania le diera, con que bien tenía en la memoria que grandes aventuras havían
de ser acabadas, y con ella le dio tales tres golpes que de cada uno le passó las entrañas. Mas no lo
comprara con menos que la vida si por el valor de sus armas no fuera, porque el gigante le avía
herido assí mismo con la suya, que, no las pudiendo falsar, de cada uno hazía juntar el peto y la
espalda. Y, viéndose herido de muerte, apretó consigo a don Belianís con tanta fuerça que el aliento
le hazía faltar; mas él hera herido tan mortalmente que no pudo durar mucho que no viniesse al suelo
muerto aquel pavoroso jayán, que con razón se puede dezir nunca tal aventura por cavallero aver
sido acabada.
De los cavalleros vos digo que en socorro del gigante venían muchos, y otros en favor del
príncipe; el qual se levantó a esta hora, dando gracias al soberano Señor, que de tal peligro le librara,
y aguisosse de defender de los cavalleros que sobre él venían, ansí de pie como estava. La
admiración de los presentes de tal batalla era tan grande que no sabían qué se dezir, mas de mirarse
unos a otros. La donzella romana mandó a su escudero que los troços de la lança431 le traxesse, y el
rey de Inglaterra, espantado de lo que viera, no le pudo suffrir el coraçón que tomando un cavallo no
bajasse a la plaça. Con él entraron todos los cavalleros de su guarda.
El torneo se redobló con doblada furia que antes; mas ¿qué resistencia fuera bastante con el
coraçón que de tal vencimiento tomaron?, que cierto fue tan grande que así se lançavan por las
agudas lanças y espadas de sus contrarios como si muy delgadas cañas fueran. No tenían temor de
ser heridos; tanto se metían en sus contrarios que muchas vezes estavan tan juntos que con los puños
430
431
juutar.
lauça.
311
se herían, y otros se arrancavan de las sillas. Los cavalleros Galiandro el Fuerte y el del Salvaje se
dexaron caer de sus cavallos, de la parte donde el príncipe don Belianís estava, diziendo:
–Esforçado cavallero, acogeos a un cavallo d‘estos nuestros, y aún, si os sentís ferido, salíos
de la batalla para que seáys curado, que d‘esta hazaña para siempre quedará perpetua memoria.
El príncipe les rindió las gracias y, por más que se lo rogaron, no quiso cavalgar, antes ansí
de pie esperó hasta que le fue traýdo un hermoso cavallo.
A esta hora llegó el rey y toda su cavallería. Él se apeó prestamente; aunque don Belianís se
lo quisiera estorvar, no huvo lugar, porque muchos cavalleros estavan sobre él, donde el Cavallero
Salvaje hazía maravillas. El rey, tomando el cavallo por las riendas, lo dio a don Belianís, diziendo:
–Acogeos a este cavallo, si no queréys que de vos perpetuamente quede quexoso.
–Dios me guarde de tal cosa –dixo don Belianís– que yo tomasse cavallo de tan honrado rey;
por esso, torne vuestra Alteza a cavalgar, que semejante descomedimiento me sería muy mal
contado.
–Como quiera que sea –dixo el Rey–, avéys de hazer mi ruego, que de otra guisa jamás
cavalgaría en cavallo, y cierto el cavallo gana mucho en passar de mi poder al vuestro, porque soys el
mejor cavallero del mundo. Agora cavalgad, que no os podéys escusar de hazer lo que vos ruego.
–Soberano señor –dixo don Belianís–, pues vos me lo mandáys, yo lo haré, que no quiero
rehusar vuestro mandamiento.
Y con esto subió en el cavallo. Mas el rey hussó con él otra mayor cortesía, qual nunca con
cavallero ninguno se huviera ussado: que, al subir, le tuvo el estrivo, de que a don Belianís pesó
mucho, diziendo:
–Excelente príncipe, yo desseo continuamente serviros; no sé qué es la causa que en tan gran
descortesía me hazéys caer.
El /42-rº/ rey no le respondió cosa alguna; antes, cavalgando en otro cavallo, juntos se
metieron por el torneo, que a esta sazón era pavorosa cosa de mirar, porque don Clarineo con los
cavalleros de la devisa lo hacían tan bien que temerosos eran de atender sus golpes. Tan furiosos
andavan que se metieron tanto en los cortesanos que se huvieran de perder, porque los estrangeros
fueron llevados gran pieça del campo, y ellos quedaron entre sus enemigos.
Mas el rey, que en la misma moneda quiso pagar a sus contrarios, hizo tocar las trompetas, al
son de las quales todos se retiraron, y los del luto se fueron entre los suyos con gran plazer de unos y
de otros. Don Belianís y el rey de Inglaterra, que juntos estavan, corrieron con gran plazer la plaça.
Lo mismo hizieron muchos cavalleros de la otra banda. Luego, los muertos fueron sacados del
campo.
Don Belianís supplicó al rey le diesse licencia, que se quería yr a su alvergue. Él se la dio,
que bien vio que otra cosa no le aprovechava. Y con esto el príncipe se encubrió entre los cavalleros
y, escondidamente, salió de la plaça; mas no tanto que algunos que en ello miravan no echassen de
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ver a la parte que yva. Llegado que fue a sus tiendas, se acostó, que en su vida ygual trabajo passara,
donde por su donzella fue curado.
Capítulo 17432: De lo que aquella noche avino a las princessas Roseliana y Claristea con el
príncipe don Belianís.
Muy cerca venía la noche, acrecentadora de las passiones enemigas del género humano,
encubridora de las obras contrarias, desseada por aquellos que con la presencia del claro sol sus
coraçones descubrir no ossan, quando el torneo fue acabado y, con tan gran ruydo de menestriles
quanto a la entrada traxeran, los cavalleros de una parte y de otra salieron del campo, acompañando
todas las banderas en la hordenança que entraron.
Al jayán y centauros les fue a un lado del campo hecha una assaz sobervia sepultura. Él era
un gran señor que continuamente tenía guerras con los reyes de Bretaña. Dezíase Brandiano el
Grande. No havía en el reyno de Londres cien cavalleros que le ossaran tener campo. Este, como
supiesse de los torneos de Londres, venía con los centauros por hazer passar al rey gran vergüença;
mas avínole de la forma que vos avemos dicho, quedando él y ellos muertos. El rey se subió a sus
palacios, donde, haziendo curar los heridos, con el mayor contentamiento que jamás tuviera se sentó
a cenar, y cierto la cena se passó en loores del Cavallero del Liocornio.
–Cierto –dezía el del Salvaje–, yo tengo assaz que agradecer a nuestro Señor averme dexado
ver por mis ojos tal cosa como esta, que a quantos cavalleros ay en el mundo que me lo dixeran yo
no lo creyera. Yo me vi en peligro de muerte, mas por él fuy enteramente vengado.
–Yo sé, sin dubda –dixo Lionel–, que, si no fuera por él, no dexáramos oy, y aún ayer, de
passar gran vergüença, que valientes cavalleros son estos nuestros contrarios.
–Ciertamente –dixo el rey–, los Cavalleros del Luto son estremados en bondad de armas, y
otros muchos de nuestros contrarios; mas el Cavallero de los Beros Rojos yo le tengo por el más
aventajado que ay en el mundo, fuera del Cavallero del Liocornio. Dígovos que el ferir de la espada
y en el estremado ayre suyo, que me semeja que sea el estimado Cavallero del Dragón, por cuyo
esfuerço tornamos a perder la batalla que en Francia teníamos ganada433.
Muchos uvo que dixeron lo que el rey avía dicho, y havía causas para creerlo, que en muchas
partes fue conocido don Clarineo en el ayre del cavalgar, que era el cavallero que más gracioso
cavalgava /42-vº/ a434 cavallo. Mucho loavan su esfuerço, y dezían que otro día se vería(n) más
enteramente, pues cada uno avía de tornear por sí.
432
Error de numeración de los capítulos. En el texto, ―capítulo 16‖.
El ―Cavallero del Dragón‖ es don Clarineo, que, tal y como se cuenta en la Segunda Parte, luchó contra los
ingleses en favor del rey de Francia y de su hija, la princesa Hermiliana.
434
En el reclamo aparece este ―a‖ que luego no se refleja en el texto.
433
313
De la bella Claristea os digo que, como el torneo fuesse acabado, con la princesa Roseliana
se bajaron de los cadahalsos para se yr a sus tiendas, acompañadas de doze cavalleros de los suyos,
que los otros estavan feridos y se fueran a curar a las tiendas, que muchas a la entrada del Bosque de
la Cierva tenían armadas. Pues, como a las tiendas llegassen y don Clarineo se quitasse el yelmo,
luego por aquellos príncipes fue conoscido, de que rescibieron estraño contentamiento. Todos fueron
corriendo por le besar las manos. Él abraçó al príncipe Ario Barçano, haziendo con él el mismo
comedimiento, y a los otros ansí mismo; que, como todos los alemanes le viessen, repentinamente
cuydaron que el príncipe don Belianís fuesse, como aquellos que se parescían el uno al otro. La
hermosa Claristea, tan turbada que no sabía de sí parte, fue corriendo a abraçarle, olvidado del alto
estado suyo, diziendo:
–¡Ay, soberano cavallero, y quántas lágrimas ha costado a todos el falso pensamiento de
vuestra muerte! Grandes gracias doy al al poderoso Señor, que no permitió que yo desastradamente
muriesse antes que de vuestra vista gozasse. Agora, venga la muerte quando quisiere, que ya no
podré yr d‘este mundo descontenta.
No menos turbados fueron d‘estas palabras que, como ella viesse las caricias que aquella
dama a su cavallero hazía, fue fuera de su acuerdo, diziendo entre sí:
–¡Ay de mí, quán engañado mi coraçón ha sido con este cavallero! ¡Quién jamás tal engaño
recibió!
Don Clarineo, que a la princesa no conocía, viendo su engaño entendió que por el príncipe,
su hermano, dezía; y, como oyesse que era muerto, no supo qué responder, no ossando preguntar la
significación de aquellas palabras, y con esto se detuvo algo sin responder.
–¿Qué es esto, mi señor? –dixo la princesa–. ¿Por qué no habláys a estos príncipes, que tan
penados por vuestra ausencia han estado?
Todas estas palabras dezía la princesa, olvidada de aquella carta que desde Colonia le
escriviera, como sea cosa propia de los amores que con desabridos enojos se acrescientan.
–No soy yo, mi señora –dixo el príncipe–, aquel que la vuestra merced cuyda; que no le hizo
a él de tan poco valor el soberano Señor que yo ni otro alguno de mi calidad mereciesse ser su igual.
Mas ruégoos que me declaréys esso de su muerte.
A estas palabras la princesa bolvió en sí, reconociendo no ser aquel el cavallero que ella
pensava; y ansí mismo Roseliana cobró su perdida alegría, causada de los enojosos celos. Los
cavalleros començaron a entristecerse, especialmente don Brianel y Aligenor y Poligeno y rey
Paremio, con el príncipe Ario Barçano, y luego la causa de su muerte le contaron, sobreviniendo a la
sazón don Serafín y Arfileo. ¡Quién vos diría el pesar que todos rescibieron! Los llantos se
començaron por las tiendas como si entonces primeramente supieran las nuevas. Toda aquella noche
se les passó en amargura, que por evitar prolixidad no se escrive.
Claristea se retrajo a su aposento y llevó consigo a Roseliana, a quien començó a contar los
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valores y esfuerço de don Belianís, y cómo fuera el cavallero del mundo que más altamente mostrava
cavallería, y que, si no fuera muerto, pensara que fuesse el Cavallero del Liocornio. Y como
entr‘ambas eran muy niñas y no tuviessen gana de dormir, se salieron por una puerta que en la tienda
junto a su lecho tenían. Ellas yvan medio desnudas, que la princessa Claristea no llevava otra cosa
más que una saya debajo de raso negro, y encima una ropa de lo mismo, aforradas en los cueros de
las salamandrias. La princesa Roseliana llevava otra saya de rasso carmesí, toda con trenças de fino
oro, con gruesas piedras orientales por ellas, y encima una muy delgada ropa de un riquíssimo
tornasol*, de muchas piedras de grande valor poblada. En la cabeça llevava una red de plata, cada
ñudo tomado con un gruesso rubí, d‘ellos blancos y d‘ellos colorados, tan finos quanto otros se
hallaran; final- /43-rº/ -mente aquel desapercebimiento le causava tanta hermosura que con ninguna
cosa acidental más acrecentarse pudiera. Sola una differencia entre ellas avía, que la bella Roseliana
a la sazón estava preñada, y tenía algunos nuevos acidentes que a su rubicunda figura algunos lustres
causavan, aunque a la sazón ella misma no lo sabía. La princesa Claristea era donzella, y la tristeza le
hazía perder mucho de su hermosura, aunque con todo se mostrava tanto que por una de las más
hermosas era juzgada.
D‘esta manera se fueron gran pieça platicando del príncipe don Belianís, hasta tanto que se
hallaron muy emboscadas en los árboles, donde, quando quisieron dar la buelta, no supieron, y
entrábanse más en el bosque.
–¿Qué será –dixo Roseliana– si nos emos de perder por esta montaña, donde bestias fieras
nos hagan pedaços?
–Yo no llevo temor –respondió Claristea–, que bien tengo entendido que, viéndoos a vos, de
mí no ternán cuydado, que siempre se yrán a la mejor ropa; quanto más que para mí gran ventura
sería que animales bravos me quitassen la vida pues, viviendo, tantas muertes padezco.
Mas no eran bien acabadas estas razones quando se hallaron junto a dos tiendas que bajo del
nascimiento de una fresca fuente estavan. Dentro vieron luzes, mas no sintieron ruido alguno, que
toda la gente durmía, salvo un hombre que la guarda hazía, el qual de la otra par[t]e 435 estava, assaz
descuydado.
–Bolvámonos –dixo Roseliana–, no seamos sentidas, que venimos erradas.
–Escuchemos primero –dixo Claristea– qué será lo que está dentro d‘estas tiendas, que muy
a nuestro salvo lo podemos hazer.
–Sea como quisiéredes –respondió Roseliana–, que parescemos cavalleros andantes que
andamos a buscar aventuras.
Y con esto se juntaron muy passo a la una tienda; y, como hiziesse calor y por ella viniesse
algún fresco, tenía abiertas las ventanas de aquella parte. Roseliana llegó primero, y dentro en la
435
parre.
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tienda vio un cavallero acostado en un rico lecho, el más hermoso que jamás se viera, y en una mesa
delante d‘él, en dos candeleros de plata ardiendo dos velas de cera. Junto a él, en un estrado, estavan
sus ricas armas, assí las que el día primero como el segundo llevara, y aún las pardas que allí traxera.
Mas la gran claridad que defuera se parescía no era de las belas, porque aquella no se echava de ver,
mas hera de las ricas piedras de las armas, junto con las del guarnimiento de la espada, que era tanta
que parescía que los rayos y corona del poderoso Febo allí estuviessen cerrados. Maravillada fue
Roseliana de lo que vía, teniéndolo a muy estraña maravilla; y prestamente, bolviéndose a Claristea,
le dixo:
–Veys aquí la más estraña aventura que nunca vistes; yo no sé quién ha puesto d‘esta guisa al
príncipe don Clarineo.
Claristea llegó, algo alterada de estas palabras; mas apenas los rayos de la hermosura de don
Belianís a sus ojos llegaron quando le conosció, y fue tan súbita su turbación que no pudo hablar
palabra. Como espantada, tomó a Roseliana por las manos y, haziéndola algo desviar de la tienda, se
sentó con ella en el suelo.
–¿Qué avéys avido? –dixo Roseliana–. ¿Visteys alguna visión, que tal espanto os ha
causado?
Mas la princesa, a quien la repentina alegría todos los miembros havía ocupado, no acertava
a dezir palabra, antes estavan tan hincados los ojos en la tienda como aquella que aún avía temor de a
la sazón perderla de vista. Mas, ya que su alteración fue algo mitigada, apretando las manos a
Roseliana, le dixo:
–¡Ay, mi señora, que dentro de aquella tienda está…!
Aquí se paró sin poder passar adelante.
–¿Qué es lo que está? –dixo Roseliana–, que yo no he visto causa para haver temor.
–Está –dixo Claristea– mi señor, el príncipe de Grecia, flor de los cavalleros del mundo, que
es el que del Liocornio se hazía llamar.
–¡Sancto Dios! –dixo Roseliana–, si esso es assí, nunca tal aventura acaesció a donzellas.
–Eslo, sin duda –respondió la princesa–, que no es este el engaño pasado. Agora, mi señora,
con vuestra sobrada discreción me dad consejo, que yo no sé qué haga en este trance tan duro en que
estoy.
–¿Qué avéys de hazer –dixo Roseliana–, sino que entremos y le hablemos?
–Esso no puede ser –dixo Claristea–, que temo que en ello le haríamos pesar.
–Dadme a en- /43-vº/ -tender esso –dixo Roseliana–, que paresce locura.
–¡Ay de mí –dixo Claristea–, que, si este cavallero del mal que me fatiga estuviera llagado,
no me consintiera aver padecido con tanto dolor, que assaz ha tenido lugar para me hablar, si huviera
querido! Mas agora podéys ver con quánto descuydo está dormiendo, sabiendo mi tan continua
passión.
316
–Ya podría ser –dixo Roseliana– averlo dexado por la mucha compañía que con vos viene.
No le dexéys de ver, que os pesará después de averlo hecho.
–Como quiera que sea –dixo Claristea–, yo estoy determinada de no le hazer este pesar, que
no podría dexar de ser muy grande, pues él se quiere encubrir, que por agora harto me basta el
desengaño de su muerte. Mas dexadme hazer, que yo le tomaré alguna cosa que él eche de menos,
que no nos havemos de yr sin cosa suya.
–¡Ay, que despertará –dixo Roseliana– y seremos descubiertas!
–Perded cuydado –dixo la princesa–, que él está tan fatigado del trabajo d‘estos días que
duerme muy profundamente.
Y entonces, muy passo silaneó436 en la tienda y, llegándose a la cabecera, lo primero que
hizo fue tomarle la su rica espada, que a la cabecera tenía; y sin duda hizo otro mayor atrevimiento
qual nunca donzella hiziera, porque el príncipe traýa a su cuello un relicario que ya muchas vezes su
señora tuviera; estimávale el príncipe más que otra cosa alg[u]na437 que huviesse tenido. Este cortó la
princesa, y aun lo mismo pudiera hazer la cabeça sin que él la sintiera, que dormía un sueño tan
sossegado quanto otro jamás en su vida durmiera. Haviendo contemplado entr‘ambas en su vista, de
que Roseliana fuera la más maravillada que hasta enconces, que no creyera que hombre mortal más
hermoso que el príncipe don Clarineo ser pudiesse, juzgando la princesa tener más razón que todas
las nascidas de estar penada, se tornaron a salir de la tienda, dando buelta por ver si a las suyas
atinarían, a las quales llegaron muy presto sin que fuessen echadas de menos. Donde, siendo
llegadas, se acostaron por descansar.
–¡Ay –dixo Roseliana–, señora mía, y qué coraçón tan grande ha sido el vuestro, cómo os
podistes suffrir sin hablar a aquel que en hermosura y bondad es espejo de los nascidos! Yo vos digo
que, aunque suffriera la muerte, no dexara de lo hazer. No sé qué ha sido la causa.
–¡Dios me libre –dixo Claristea– que yo tal pesar le huviesse echo! No lo hiziera por todo el
contentamiento que en el mundo me pudiera suceder, que yo sé que rescibiera él grande enojo con
mi vista, que le hize un pesar que le ha llegado a la muerte, y sobre todo le escreví una carta tan
enojosa quanto a la sazón era grande mi locura. Yo me doy por satisfecha con lo passado.
–¿Qué pesar le podíades aver echo? –dixo Roseliana–, que no quedava más que satisfecho
con vuestra hermosa vista, y más sabiendo que avéys padescido tanta pena. Agora vos ruego, por la
fe que a Dios devéys, me digáys quién soys, para que yo pueda ver si es alguna desconformidad de
estado la que esto causa, que estoy en esto la más necia muger del mundo.
–Sabed, mi señora –dixo la hermosa Claristea–, que yo soy hija del emperador de Alemaña,
princesa y heredera después de sus días. Pero ¿qué estado queréys que aya igual que el de aquel
436
437
Sic.
algnna.
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cavallero, si no se toma en qü[e]nta438 mi tan sobrada passión?
Entonces fue muy más turbada Roseliana de ver el desdeño con que aquella tan alta princesa
avía sido tratada y maravillada del tan cruel y penoso amor que la fatigava, no pudiendo estar que las
lágrimas a los ojos no le viniessen, diziendo:
–Cierto, soberana princesa, con gran razón puede vuestra soberana persona estar quexosa de
averos dado el alto Señor tanta abundancia de grande señorío y aventajada hermosura, aviendo de ser
agora por el cruel Amor tan maltratada. Hasta agora, no sabiendo la grandeza vuestra, en alguna
manera tenía pensamiento que no en el cavallero huviesse toda la culpa, porque a las vezes con
sobrado amor se piden cosas desaguisadas; mas agora no se diga sino que esta será la más alta
hazaña que jamás en memoria delos mortales aya sido. Dígovos que estoy tan fuera de mí que no sé
lo que me diga, y suplícoos me perdonéys si hasta agora /44-rº/ con más libertad he hablado, que el
no conoscer me ha dado a ello causa.
–Mi señora –respondió Claristea–, al alto Señor doy las gracias, que permitieron mis hados
en tal desventura de tan estremada conversación yo gozasse como la vuestra; y, en lo que toca al
cavallero, sabed sin duda que otros son los amores que le causan pena, que aún en esto fue toda mi
desdicha aventajada sobre quantas ayan sido. Mas, con todo esto, estoy tan alegre de ver el
desengaño d‘esta noche que ninguna cosa ay que de presente me baste a dar pena. Agora, tené aviso
que lo que nos ha acaescido no sea jamás descubierto, principalmente a estos cavalleros, que no sé de
la suerte que lo sintieran, que ha sido demasiada (de) desemboltura la nuestra para tan altas
donzellas.
–Todo será assí –dixo Roseliana– como la vuestra merced dize, que por mí se guardará
secreto, si por vos no me es mandado otra cosa.
Y con esto se adormieron.
Capítulo 18: Cómo se començó el postrero torneo, y las grandes cavallerías que en él se
hizieron.
Most[r]ar quería la clara mañana su rubicunda y alegre faz, aumentadora de las nocturnas
dehesas; por cima de las hazes de la tierra y el cielo nuevos lustres, con unos pequeños aunque
espessos ar[r]eboles tomavan. Las yervas y plantas con gran alegría la esperavan para su mayor
conservación; las regozijadas aves con pequeños buelos y sonorosos cantos la adorna[v]an439, y la
ciudad de Londres con gran ruydo de menestriles resonava; con los altos y delgados clarines
despertava a algunos si el pesado sueño tenían ocupado, quando el valeroso príncipe de Grecia, con
gran ligereza, aunque en algunas partes herido y en otras la carne muy magullada, saltó de la cama.
438
439
quanta.
adornanan.
318
Mas apenas uvo puesto los pies en el suelo quando halló menos sus preciadas reliquias y,
buscándolas por la cama, no las halló. Mas con todo esso se vistió, y los escuderos le armaron; que,
como quisiesse ceñir su espada y la hallasse menos, dio una grande voz, diziendo:
–¡Ay de mí, y quánta pérdida por mi mal recaudo he fecho!
Entonces la mandó buscar; mas ni lo uno ni lo otro era possible parecer, de que fue tan
enojado que estuvo por no yr al torneo. Todos estavan muy turbados de aquel acaescimiento. La
doncella, con grande enojo, mandava ahorcar aquel que por guarda quedara, diziendo que por su
causa tan mal recado avía sido fecho; mas el príncipe no lo consintió, diziendo:
–Cierto, quien mi espada y rica joya me quitó no me devía de querer mal, y sin duda fue en
su mano cortarme la cabeça. Agora vos digo que no pienso de perderla.
Y con esto mostró otro(r) mejor continente* y, tomando otra, la primera que le dieron, se la
ciñó y, cavalgando en su cavallo, se començó a yr la buelta de Londres. Mas cierto él llevava gran
pesar, y no sin causa, que nunca cavallero mejor espada perdiera. Mas él, que con este pesar yva,
encontró con la donzella que los días antes las armas le avía traýdo, la qual a la sazón le traýa otras
más ricas que ningunas d‘ellas; eran tan relumbrantes que apenas consentían ser miradas. Estas le
duraron gran tiempo, por las quales algunas vezes era llamado el Cavallero de las Armas
Resplandecientes. La color havía roja, y tan biva que parecían arder, de riqueza in[e]stimable
adornadas. Con ellas le traýa una hermosa espada, que por él fue luego conocida como aquella que él
assaz de vezes la ciñera. Y, dándole una carta, con gran plazer del príncipe en mirar la espada, que
era la que él del buen emperador Bandenaçar ganara, ella se tornó a bolver. Y don Belianís se hizo
armar de aquellas armas tan hermosas y, ciñéndose la su buena espada, que él con tanto trabajo
ganara dos vezes, como la primera y segunda parte d‘esta historia vos ha contado, abrió la carta y vio
que ansí dezía: /44-vº/
Carta
―A ti, el soberano príncipe y honra de los cavalleros del siglo presente, Vellonia, en las
mágicas artes sabidora, salud:
Después que de la compañía de aquel estimado sabio Fristón se me permitió goçar,
g[ra]ndes440 an sido, soberano señor, los secretos que ansí en la máxica como en la arte natural me an
sido mostrados, de lo qual en tanto me dan contentamiento quanto para tu descanso sería nescesario
porque, demás de lo que yo por ti soy obligada, él mismo para ello no pierde cuydadosa diligencia.
Bien sé la pena que tendrás por la pérdida de tu espada, mas te digo que no hera tuya por más
tiempo, que te hago saber que no será poseýda por otro cavallero hasta tanto que, salido el temeroso
tigre de las cuebas maternas, guiado por la flor de la ciencia nuestra, assí de pasados como de
440
garndes.
319
presentes la posea, haziendo con ella el más alto principio que jamás cavallero hizo. Aunque te
aseguro que quien tu espada tomó, no por otra cosa de su posesión te pribó que por desear más tu
contentamiento que el suyo propio, aunque no abrá por el presente más remedio que aquel que es ver
sus carnes por ti continamente despedaçadas con la crueldad posible. Y en lo demás te aviso que,
hasta tanto que por ti como el más leal de los enamorados serán abiertos los antiguos y medrosos
sepulcros y los muertos por vivos poseýdos, no cobrarás aquello que tu coraçón dessea.
No sé más que te escrivir que no te cause pena. Los diosses sean en tu guardia‖.
Como el príncipe huviese leýdo la carta, no entendió d‘ella cosa alguna, y con alegría grande
dixo:
–Sin dubda, yo no puedo pensar quién sea aquel que tanto me quiera y con tan ruin obra
como pribarme de lo que yo más quería me lo muestre.
Y con esto se dio priesa por llegar; mas, por mucha que se diese, quando él llegó ya hera
començado, tan brabo y furioso que, aunque muchos caballeros huviese en la cama feridos, los que
en la plaça estavan se mostravan tan pujantes que temerosos rayos parescían. Cosa era maravillosa
de mirar, y este fue uno de los aventajados torneos que hasta entonces huviera; porque entonces,
como cada uno batallase por sí, no tubiendo de guardar orden ni vandera, mostrávanse más las
cavallerías de los buenos, que vos digo que el Cavallero de los Beros Rojos andava tan esforçado y
valeroso que no avía en el campo su ygual: derribava441 caballos y cavalleros a una y a otra parte,
no avía ninguno que con él se encontrase que no le hiziese probar el duro suelo. Todos tenían en él
los ojos; aunque, todas las vezes que podían, las dos princesas, Armelina de Inglaterra y la bella
Claristea, miravan por ver si al Cavallero del Liocornio viesen asomar. No parescía cavallero que no
pensasen ser él; mas presto fueron quitadas d‘este sobresalto, que le vieron llegar al torneo con las
armas que os avemos devisado*. Todos pusieron en él sus ojos, y por todo el campo se levantó una
gran boz, diziendo:
–¡Ya viene la flor de los cavalleros!
El rey de Ynglaterra se holgó mucho con su vista, que sin dubda le tomara grande amor, más
que ninguno de quantos allí huviese. Al príncipe le pesó mucho de aver tardado tanto; mas,
presuponiendo de dar d‘ello entera satisfaçión, tomó una gruesa lança con un hierro de diamante, con
la qual se metió ante los miradores donde la hermosa Roseliana y Claristea estavan, que arrimados al
gran palacio heran, que por aquella parte quería mostrar aquel día su esfuerço.
Y el primero que al encuentro le vino fue el esforçado don Daristeo, y movió para él como
un furioso torbellino, encontrándose tan brabamente que don Belianís quedó firme en la silla y don
Daristeo vino al suelo de gran caída; lo mismo fue de sus hermanos.
441
derribara.
320
Tan grande hera su valeroso esfuerço que en espacio de dos oras, sin perder encuentro, más
de dozientos cavalleros puso por el suelo, d‘ellos tan maltratados que les combino salir /45-rº/ del
torneo.
Mas a este punto llegaron quatro cavalleros, el uno de los quales era el Caballero de los
Beros. Los otros tres eran don Serafín y Ario Barçano y el rey Paremio; donde Serafín, bolviéndose a
los otros, les dixo:
–Cierto, mis señores, paresçe gran vergüença que un cavallero así mantenga justa a todos los
del torneo. Bueno sería que le quitásemos de allí.
–No me parescería a mí mal –respondió don Clarineo–, mas no sé si lo podremos hazer.
–Agora lo provemos –dixo don Serafín–, que no ha de ser de tan duro diamante que a
nuestras lanças no haga algún mudamiento.
Entonces se dexó yr para él. Don Belianís le conoció, que traýa en el escudo una cruz
colorada con quatro ángeles, que esta devisa no dexó él jamás, y mobió otrosí para él. Y juntáronse
tan bravamente que don Serafín hizo su lança menudas pieças, las rajas* bolaron tan altas que al
cielo llegavan. Don Belianís no le quiso encontrar, fingiendo aver herrado el encuentro; mas
juntáronse de los cuerpos de los cavallos y escudos y yelmos tan brabamente que don Serafín se
halló en el suelo de una muy gran caýda. Don Belianís bolvió atrás con su cavallo bien quatro pasos,
hasta tanto que le comvino, viéndole andar estropeçando, saltar de pies en tierra. Mas apenas lo huvo
hecho quando fueron con él muchos cavalleros de los que avían caído, que otra cosa no esperavan;
los quales le firieron con toda su fuerça de grandes y fuertes golpes, que esto hera una cosa asaz
cruel, que hera permitido muchos cavalleros herir uno sin que contra las leyes del torneo fuese, que
por el valor de los cavalleros fuera acordado que en este torneo se hiziese ansí. Mas el príncipe, que
por tantos cavalleros se vio acometer, como una serpiente fue buelto a esta ora; y, no haziendo caso
ninguno d‘ellos, hechó su rico escudo a las espaldas y, tomando la espada con ambas manos,
començó a rebolver entre ellos; que fue gran mal porque, como los muchos golpes la saña le
ençendiese, sus golpes heran mortales, que en breve más de veynte d‘ellos puso por el suelo. Mas
dígovos que su esfuerço le hazía menester, que él hera acometido por tantos, y d‘ellos tan esforçados,
que le hazían desatinar; y muchas vezes se querían abraçar con él, mas escarmentávalos de tal forma
que con bravos dolores les hazía tirar afuera. Quien a esta ora viera al príncipe don Belianís, le
semejara ver una hermosa montería donde un fiero animal por muchos sabuesos estubiese cercado,
que cada uno, quando más seguro llega por le dar un golpe, más él yere y despedaça muchos d‘ellos.
Del príncipe don Clarineo y los otros vos digo que, como aquel cavallero viesen en tanto
aprieto, teniéndole por el más aventajado de todos los nascidos, saltaron ligeramente de los cavallos
y con don Serafín, que ya se lebantava, se metieron en su ayuda, dando tan brabos y espesos golpes
que muchos cavalleros a una y a otra parte derribavan; mas tantos heran que para todos avía asaz
batalla.
321
Mas a esta ora en su socorro llegaron los cavalleros de la devisa, y con ellos el esforçado don
Gradarte y el gigante Galiandro; el qual, como al del Liocornio viese, pasó442 por todos hasta llegar
a él, supplicándole se acogiese a su cavallo, que con aquello sería aquella priesa delibrada. Don
Belianís no lo quiso hazer; antes rindiéndole las gracias, así de pie como todos estaban, con tanta
furia apretaron a sus contrarios que hasta las barras dieron con ellos; donde algunos uvo que tan
temerosos estavan de sus duros golpes que saltaron del otro cabo del palenque y, tomando todos
cavallos, començaron a dar bueltas por el torneo, que hera una cosa a maravilla de ver, porque hazían
tantas cavallerías que nunca mejores se vieron.
A esta sazón don Belianís se halló con el Cavallero Salbage y con el infante de Gaula, a los
quales fue por acometer. Mas el Cavallero Salvaje, que a don Belianís gran amor tomara, se desvió
de los golpes, diziendo:
–Cierto, señor cavallero, no es muy buena batalla donde no ha de aver conoscidos amigos.
Entonces se juntaron todos /45-vº/ tres. Don Belianís dexava muchas vezes de pelear por ver
al del Salvaje, porque tanto hera su ardimiento que no le quedava cavallero en la silla. Tenía una
ventaja sobre lo más del torneo, que hera de tan crescidas fuerças que mandava las armas de doblado
peso que otro alguno. Y a esta causa hera muy pocas vezes herido, a lo menos de herida que le
impidiesse hazer batalla. Mas el infante de Gaula era muy (muy) valeroso, que no sabía don Belianís
a quál d‘ellos diesse la ventaja. Holgávase mucho de yr entre tales cavalleros, y ellos, viéndose a su
lado, redoblavan su fuerça con estraño ardimiento. Por donde quiera que yvan se echavan de ver,
aunque por la otra parte venían otros con devisas de luto que a ninguno conoscían ventaja. Estos
heran el esforçado Ario Barçano y Arfileo; en medio traýan al príncipe don Clarineo, que tales cosas
venía haziendo que por muchos era desseado verlo en batalla con el del Liocornio. Junto a estos
venían siete cavalleros, todos de una devisa, todos tan valerosos que no dexa[v]an443 cavallero que no
derrocassen, aunque muchos d‘ellos eran malheridos de los torneos passados. Heran entre ellos los
valientes don Baldín y don Manuel de Portugal, su hermano, con don Claudes y el rey Néstor, y dos
hijos del rey de la Breña, y el infante Serolís, que por donde passavan assí eran temidos como los
amedrentadores rayos, cuyo sonido de la misma forma a los apartados que a los mismos heridos
espanta.
Esta fue una hermosa cosa de mirar, porque don Belianís y sus compañeros se juntaron con
don Dartisteo y los suyos, y los seys contra los siete dieron buelta; los quales no les rehussaron
punto, y entre ellos se enciende una cruda batalla: don Belianís se juntó con el infante Serolís, y don
Daristeo con don Claudes, el Cavallero Salvaje con don Baldín, y el infante de Gaula con don
Manuel, y don Arfileo con el rey Néstor. Y d‘esta forma se comiençan las batallas, tan reñidas que a
todos los presentes ponían admiración. A los cortesanos sobrava un cavallero, el qual era el príncipe
442
443
pasar.
dexanan.
322
de la Breña, que mirando estava si en alguna parte sería necessario su socorro. Los golpes que se
davan heran tan fuertes que las llamas que d‘ellos salían eran en tanta abundancia que muchas vezes
se hazían perder de su vista; mas no heran yguales en valor ni esfuerço, porque tales cavalleros havía
de la parte del Cavallero del Liocornio que a duro en el mundo de hallarían otros seys que con ellos
pudiessen aver igual batalla, porque el estimado Cavallero Salvaje hirió a don Manuel de un tan
furioso golpe que, sacándole de su acuerdo, por poco diera con él del cavallo abajo. Mas el ardid
mancebo, que tan mal se vio tratar, hirió al del Salvaje por cima del escudo de tal golpe que fue echo
dos partes y el yelmo huvo abollado en la cabeça; con tanta fuerça fue dado que la cabeça le hizo
meter en las servizes del cavallo, y redobló otro tal que del todo le sacó de su acuerdo. Mas don
Manuel, que antes de entonces estava herido, vino al suelo; y no fue poco vencer el del Salvaje tal
batalla, que sin duda, si él no estuviera malamente herido, caramente lo comprara, que pocos de más
ardimiento que él se hallaran en el campo.
Don Belianís, que con Serolís avía su batalla, muy en[o]jado444 fue de ver que tanto le
durasse, que ya le diera muy grandes golpes sin que el infante d‘ello hiziesse caso; y, dexando la
espada de la cadena, le echó los braços a cuestas con tanta fuerça que, aunque defenderse quiso, no le
aprovechó punto, que le sacó de la silla, dando con él en el suelo muy gran caýda. Otro tanto les
avino a los otros, porque Arfileo, de tres golpes que dio al rey Néstor, le derrivó del cavallo abaxo.
D‘esta suerte los seys quedaron vencedores, aunque heridos. Mas, como desseassen que la
victoria en uno solo quedasse, fenescida la batalla con los siete cavalleros –los quales no pelearon
por aquel día más, aunque no se dexaron sacar de la plaça, por ver a quién el premio era dado–, don
Belianís y el Cavallero Salvaje con el infante /46-rº/ se juntaron con don Clarineo y sus compañeros;
donde furia estremada, valerosidad no creýda, esfuerço incomparable se hallara, porque aquellos dos
tan valerosos hermanos se juntaron el uno contra el otro, y tales golpes se dieron que en ellos el uno
la valentía del otro conoscen. Rebuélvense otros que a las duras yunques huvieran defecho; tales
fueron que muchas heridas les rebentaron, y por entre las armas se començaron a mostrar. Y, como
no pensassen de aquesta manera poderse vencer, los escudos hechan a las espaldas y, las espadas a
dos manos, vienen el uno sobre el otro; mas el de los Veros, que algún tanto se receló, viendo venir
el medroso golpe, batió las espuelas al cavallo, lançándose debaxo de sus braços. La espada llevava
de tal forma, con la qual le hirió de una punta tan brava que, aunque el arnés no falsó, hizo yr a don
Belianís bien tres passos atrás, con tanto dolor de los pechos como si de un cabo a otro le huviera
passado; y el golpe que él executó fue de poca calidad, que a ssí mismo hizo más daño, porque las
manoplas huvo hechas pedaços. Don Clarineo, que tan buen sucesso vio, pensando que con el
desbarato del cavallo ganara algo, tornó a juntar con él. Don Belianís hirió de las espuelas al suyo y
encontráronse uno con otro con la mayor fuerça que pudieron. Tal fue el encuentro que los cavallos
444
enajado.
323
con sus señores vinieron al suelo. Don Belianís saltó ligeramente del suyo; mas don Clarineo se vio
en peligro de muerte, que no pudo445 salir tan presto como quisiera. Don Belianís se detuvo de le
herir hasta que le vio guisado de se defender. Todos se lo tuvieron a estraño esfuerço y cortesía; y
tórnansse a juntar en brava y temerosa batalla. Tales golpes se davan que todo el campo hazían
resonar. Mas a esta sazón, deseosso de mostrar don Belianís toda la fuerça de su poder, hecho un
crudo basilisco se muestra contra aquel que tanto amava, de tanto poder que no parescía aver avido
aquellos días batalla alguna. En el príncipe don Clarineo hallava áspera y cruda defensa, mas tanta
no podía ser que a esta hora por todos no le fuesse concedida al del Liocornio la ventaja.
¡Quién vos podría contar la cruda y más que sangrienta batalla que entre los otros quatro
Cavalleros andava! No otro sino aquel que de la super[n]a446* mano para esto especialmente fuera
ayudado, porque no se esperava que sin muerte de todos la victoria se alcançasse. El del Salbaje
combatía con Arfileo. Esta era una assaz cómoda batalla, porque Arfileo, como al principio de esta
hystoria se vos contó, algunas vezes por sobrenombre ―el de la Gran Fuerça‖ era llamado. Y con esto
entr‘ambos447 andavan muy heridos, aunqu‘el desseo de vencerse el sentimiento de las llagas les
quitava. No menos era entre el temido Ario Barçano con el singular Cavallero de Gaula, que esta
hera una de las más señaladas que se viera.
Todos los presentes estavan como atónitos, mirando; más de las dos partes de los cavalleros
no torneava ninguno por ver aquella cruda batalla. El rey de Inglaterra quería tanto al Cavallero del
Liocornio que no le pessava de la batalla, que bien vía que al fin sería vencedor, ganando la gloria
sobre todos los cavalleros presentes; aunque Armelina bien quisiera que la batalla se partiera, que las
cosas muy amadas siempre son con grandes sobresaltos rezeladas. Mas de otra parte hera este dolor
más agudo, porque la bella Roseliana, bolviéndose a la princessa, le dixo:
–Mi señora, ¿cómo será ansí que esta batalla ha de llegar al cabo? ¿No veys el peligro que se
espera y el pesar que qualquiera recibirá de llegarla a la fin?
–Mi señora –dixo Claristea–, a mí pesa tanto que me saca de juyzio; mas temo de dar tanto
pesar a don Belianís que se partirá sin hablarnos. Y, pues así es, espera, que yo la quitaré a todo mi
poder.
Entonces mandó a la hermosa Lindorena lo que avía de hazer. Ella abaxó del mirador,
tomando un muy alindado palafrén, tan blanco como los claros armiños. Muchos cavalleros dexaron
el torneo por yrla acompañar, que /46-vº/ en estremo hera muy hermosa donzella. Pues ya que a los
cavalleros fue llegada, a tal tiempo que sus batallas hazían tan crueles como vos avemos dicho, a alta
voz les dixo:
–¡Cavalleros, oýdme un poco, por cortesía!
445
pndo.
superua.
447
eutrambos.
446
324
Ellos lo hizieron ansí, que no pudiera aver yra ni saña que el conocimiento de la cortesía que
eran obligados les quitasse. Entonces dixo contra el príncipe don Belianís:
–Esforçado príncipe: mi señora, que es aquella donzella que creo que vos devéys de
conoscer, que está en aquellas finiestras, vos suplica tengáys por bien de dexar esta batalla, que os
haze saber que nunca entre este estremado cavallero y vos huvo causa para averla; y que, si se os
haze penoso de dexarla, que en pago del descomedimiento rescibáys esta joya, que os haze saber que
fue ganada por la mayor ventura que nunca donzella como ella huvo.
Entonces le dio el relicario que aquella noche le havía tomado. No fue de cosa jamás don
Belianís tan maravillado como lo fue de aquella; porque bien conosció que la bella Claristea fuera la
que tal aventura acometiera, y mucho le pesó que su desconoscimiento para con ella y aquellos
cavalleros avía de ser manifiesto; y, con esta turbación, dixo a la donzella, que por él era bien
conoscida:
–Señora donzella, son tan grandes las mercedes que yo recibo en quitarme d‘esta batalla que
no sé con qué a la señora que os embía lo pueda servir. Y de mi parte la dezid que bien paresce que
esta joya se ganó con gran ventura, pues estuvo guardada para tan gran subcesso como es quitarme
de tan mortal batalla; y que, en lo demás, nuevo conoscimiento será menester para servir tan grandes
mercedes, que no dexaré de la besar las manos antes que me parta.
La donzella se le humilló mucho, y otro tanto rogó a don Clarineo de parte de la bella
Roseliana, lo qual hizo de muy alegre voluntad. Y con esto el uno al otro se abraçaron; otro tanto
hizieron los otros cavalleros. Lindorena se bolvió para su señora, contándole la respuesta del
cavallero; que, quando le dixo qué nuevo conoscimiento era menester, no pudo estar que no dixesse:
–¡Ay de mí, que bien creo yo que esse nunca vendrá!
Y con esto, alegres de aver quitado semejante batalla, tornaron a mirar por el torneo, que no
menos ferido que antes andava. Y muchos cavalleros, que con los seys desseavan batalla, se vinieron
para ellos, donde se tornó a renovar, derramándose de una parte y de otra abundancia de sangre, de
cuyos esfuerços todos los presentes tenían embidia. Y llevávanlos al cabo, porque de los Cavalleros
del Luto no quería con ellos batalla, a causa del príncipe don Clarineo y de los otros que de su parte
allí estavan.
Capítulo 19: De lo que en el torneo subcedió, sobreviniendo el Castillo de la Fama.
Andavan las cosas en estos comedios* y el torneo tan ferido como vos havemos dicho,
quando a la plaça llegó una aventura tan hermosa de mirar como otra hasta aquellos tiempos fuera
visto. Venía un tan hermoso castillo, al parecer, tan rico quanto otro jamás fuera visto. Hera tan
grande que parescían poder venir dentro dos mil cavalleros. Hera traýdo por quarenta elefantes de
grandeza no creýda. Los guarnimientos que trahían eran de muy fino oro; venía sobre un
325
grandíssimo número de ruedas, todas las quales se mostravan ser de una muy fina plata. Por todo el
castillo, en lo que defuera se podía mostrar, estavan muchas aventuras tam bien puestas como si
fueran vivas; en ellas avía letras que declaravan aver sido acabadas por los más nobles cavalleros que
en el universo avía havido. En cada elefante venía un artificio de madera y un hombre que lo guiava.
Bien se parescía ser encantado, porque, llegando a la plaça, /47-rº/ por todos los estados començó a
disparar tanto número de artillería que por gran pieça no se pudieron oýr, después de lo qual el
castillo quedó cercado de una ardiente llama. De la mitad arriba parescía que el cielo quisiesse
abrasar, según sus llamas en alto se estendían. Sonose tanto número de menestriles de diversas
maneras que no havía la mitad en todo el campo, después de lo qual con gran ruydo se tocó a señal
de batalla.
Del castillo salieron número de nueve cavalleros, tan luzidos y costosos que alegría era
mirarlos. Venían todos de una devisa de armas indias*, y en los escudos cada uno d‘ellos trahía
pintada la Fama, con una letra que dezía «Fama». Por todos fueron assaz mirados; luego por aquella
devisa entendieron que aquellos fuessen los Cavalleros de la Fama. Entre todos ellos venía uno cuyo
nombre fue más mirado, que los otros solamente se conoscían ser Cavalleros de la Fama; mas este
trahía su nombre con sangrientas letras que dezían: «Artús, Rey de Bretaña, entre los reyes más
nombrado». Del castillo salió un padrón de maravillosa plata, el qual, sin ver quién lo trahía, se fue
hasta el medio de la plaça. En él estaban escriptas unas letras que ansí dezían:
«El maravilloso Castillo de la Fama por nadie podrá ser visto, con lo más secreto de sus
moradas, sino por aquel que con más razón por el más aventajado del universo será contado; donde,
si su esfuerço fuere tal que a los nueve Famosos Cavalleros baste vencer, será por capitán suyo
escogido, con la mayor honra que jamás cavallero ganó».
Los más leyeron las letras y, viendo lo que por ellas al vencedor se prometía, las batallas
contra el famoso castillo se començaron, con el mayor hervor que jamás se viera, teniendo a todos
los presentes maravillados de tal ventura. Mas hazía muy ruyn ganancia, porque en menos de una ora
más de quinientos cavalleros fueron vencidos, los quales quedavan malheridos, sin se poder menear
a parte alguna.
Pues como las batallas anduviessen d‘esta manera, el príncipe don Belianís, por mandado de
la princesa Claristea, subió a los miradores, donde por ella y Roseliana fue con gran alegría recebido.
Y, haziéndole sentar, Claristea le dixo:
–¿Qué es esto, mi señor, que con tanto desdeño os andáys encubriendo de quien sólo por
vuestro contentamiento mil vezes suffrirá la muerte? ¿Qué es la causa que el nombre de vuestra
desastrada muerte tanto se debulgue? ¿No veys que es grandíssima crueldad, que con esto solo a
vuestros parientes y amigos llegáys a la muerte? Ya no me pesa de cosa alguna, sino que por demás
será querer encubrir la falta en que a la causa para con estos príncipes avéys caýdo; en lo demás, por
todo el tiempo que os quisiéredes encubrir, por nosotras, que fuymos las sabidoras d‘esta aventura,
326
os será guardado el secreto que vos veréys.
Esto dezía bañando su rostro de algunas gruessas lágrimas que el coraçón a los ojos embiava.
–Mi señora –respondió el príncipe–, si las cosas se tomassen como ellas parecen, no
carescería yo de la mayor culpa que nunca cavallero tuvo. Mas de tal suerte han succedido que yo
fuera tenido por desleal si otra cosa huviera hecho. ¿Quién pensara, mi señora, que, aviéndome
escripto una carta tal que oy el miedo de vuestra saña no es passado de mi memoria, tan ligeramente
le huviéssedes perdonado, y que con mi vista no recibiérades pena? No soy tan desconoscido que no
sienta lo mucho que os devo, y de tal deuda que, aunque yo quiera, no soy parte para pagarla más de
con sola la voluntad, que está tan entera para vuestro servicio como vos podríades conoscer en
qualquier cosa que por vuestra parte me fuesse mandado.
Muy alegre448 fue la bella Claristea de aquella respuesta, y Roseliana le dixo:
–Agora, señora, contra razón juzgo que tiene la vuestra merced enojo d‘este cavallero, pues
con su desculpa tan claro paresce.
Don Belianís la rindió las gracias, diziendo:
–Con tan buena juez, señora mía, claramente ossaré pedir justicia.
Roseliana, que le quería respon- /47-vº/ -der, oyeron un gran alarido que se sonó por la plaça
y, mirando por ver qué cosa sería, vieron que los Famosos Cavalleros avían derribado los veinte
cavalleros de la devisa, y que don Clarineo y el Cavallero Salvaje y el infante de Gaula, y Ario
Barçano, y Arfileo, y don Serafín, y don Brianel con don Gradarte y Galiandro andavan en batalla, y
que, aviendo todos caído de los cavallos, andavan todos tan encendidos que en la saña leones
parescían. Don Belianís se quiso abajar, y Claristea le dixo:
–Mirad, señor, por el Cavallero de los Beros, que os hago saber qu‘es el príncipe don
Clarineo, vuestro hermano.
–¡Sancto Dios! –dixo don Belianís–, ¿y cómo antes de nuestra batalla no nos avisastes?
Cierto por desconociencia no fuera mucho averle hecho algún mal recado.
Y con esto se abajó para yrse a la buelta del castillo; mas el rey le mandó llamar, que así a
cavallo llegasse donde él estava. Don Belianís lo hizo. El rey le preguntó si tenía voluntad de provar
la aventura del castillo.
–Señor, sí –dixo don Belianís–, si los cavalleros que andan en la batalla no le dan fin.
–Bueno sería –dixo el rey– que se quedasse para mañana, que ya sería possible que el trabajo
que oy havéys passado os impidiesse la victoria.
–Todavía –dixo don Belianís– entiendo provar mi ventura, que aún resta parte del día en que
se puede hazer batalla; y, si no, assaz ay lumbre en el castillo para ella.
–Bien podéys yr –dixo el rey–, que sin dubda alguna no será por aquellos cavalleros la
448
Tipo volcado.
327
ventura acabada.
Entonces miró don Belianís y vio que d‘ellos solos dos havían quedado; el uno era Arfileo y
el otro don Clarineo y, quando él llegó, ya Arfileo se quitara fuera, tan herido que lo querían sacar
del campo. Don Belianís se llegó a don Clarineo, que en una muy encendida batalla estava, y en
lengua griega le dixo:
–Excelente príncipe, de presente estáys muy herido y las batallas son muchas. Por esso, si os
paresce, quédese la experiencia de vuestra tan alta bondad para otro día.
Don Clarineo, que en la voz le quiso conoscer, dexando la batalla se bolvió para él, diziendo:
–¿Quién soys vos, cavallero, que tal consejo me days sin yo pedírosle?
–Soy uno de vuestros servidores –dixo don Belianís.
Entonces alçó la visera del yelmo. Don Clarineo le conosció, y no fue poco no ensandecer*
del gran plazer que recibió. Y, quitándose afuera, le abraçó, pregu[n]tando449 si quería provar la
ventura del castillo.
–Sí –dixo don Belianís–, con vuestra licencia. Por esso, después nos veremos más
largamente.
Él se quitó afuera, y el príncipe don Belianís passó adelante. Mas a esta sazón en el castillo
se sonaron unas acordadas trompas, al son de las quales los cavalleros se tornaron adentro, quedando
uno solo fuera; el qual se vino para don Belianís, diziendo:
–Cavallero, de oy más yo no puedo hazer batalla con vos, salvo de las lanças; por esso
cumple que dexéys la espada, que no avéys de combatir con más armas que yo traygo.
–Sea como quisierdes –dixo el príncipe–, aunque no suele ussarse entre cavalleros andantes.
Entonces se desciñó su rica espada y dándola al príncipe, su hermano, con una gruessa lança
movió para el cavallero, que para él se venía, y diéronse tales golpes de las lanças que, haziéndolas
rajas, como el delicado viento passaron el uno por el otro sin se menear de las sillas. De esta manera
les acaesció de otros, de que todos estuvieron maravillados, y los cavalleros corridos de no se poder
derribar. Mas, tomando otras, tan enojados que infernales Furias parescían, se tornaron a encontrar.
El Famoso Cavallero vino al suelo de gran caýda. Don Belianís perdió los estrivos, y convínole
abraçar al cuello del cavallo. En el castillo se sonó gran ruydo, y el cavallero, muy desacordado, fue
metido dentro.
Em pos d‘este cavallero vino otro, y en su mano traýa quatro espadas. Venía armado de solo
peto y braçales y, llegándose a don Belianís, le dixo:
–Cavallero, tomad dos espadas, quales d‘estas más os agradaren, que con ellas y no con otras
os combiene (combiene) combatir comigo.
–A la mano de /48-rº/ Dios –respondió el príncipe–. Sea con las armas que más os agradaren.
449
preguutando.
328
Entonces se hizo desarmar las grebas* y brahones* y, quedando con las armas que el otro
cavallero, se acometieron con cada dos espadas, de las quales el cavallero del castillo era tan
industriado que no con pequeño peligro el príncipe don Belianís hazía su batalla; porque el cavallero
con la una le hirió en una pierna, aunque poco, y con la otra le dio sobr‘el yelmo un golpe, el mayor
que en todo el día recibiera. Mas don Belianís le dio sobre el braço derecho un golpe tan cruel que el
cavallero parecía que el braço mandar no pudiesse, y tornándole a segundar otro, cerró tan presto con
él, que el cavallero no se pudo valer que no le hechasse sus duros braços, aunque le arrancó de la
silla y ambos vinieron al suelo. Mas la ventura del príncipe fue grande, que tomó al cavallero debajo
y túvole tan rezio que no se pudo menear. Entonces le desenlazó el yelmo, y viole que al parecer era
mancebo y muy hermoso. Y quitándose afuera, el cavallero fue llevado al castillo de la manera que
fue llevado el otro.
Y ante el príncipe pareció un cavallero que en su mano traýa una muy hermosa y
relumbrante clava de azero; delante el arçón traýa otra. Venía tam bien puesto en el cavallo que gran
plazer dava mirarlo. Estava armado de todas armas, las quales ya el príncipe havía tomado, y
llegándose a él, le dixo:
–Esforçado cavallero, si lo tenéys por bien, dexad la empressa començada, pues en ella avéys
ganado más honra que nunca cavallero ganó; si no, comigo soys en batalla, donde no se os escusa la
muerte.
–En valde –dixo don Belianís– sería aquí venido si por los temores que vos me podéys poner
la huviesse de dexar. Agora me decid quién soys, porque sepa con quién tengo de combatir.
–Quien yo sea –dixo el cavallero– te haze poco al caso saberlo, que antes desmayo que otra
cosa te causara, porque ya por mi persona tengo vencidos y muertas450 tantas personas en número
como tú as visto en exército. Por esso te aconsejo lo que te cumple, que sepas que soy aquel
mancebo asirio que tantas vezes abrás oýdo nombrar.
–Assaz de vezes he oýdo tu nombre –dixo don Belianís–, mas dígote que me plaze de
hallarme en batalla con tan valiente varón.
–Agora te guarda de mí –dixo él.
Entonces le dio una clava, qual él quiso, dexándose venir el uno para el otro, más ayrado que
suele estar el león quando por la ligera onça es perseguido, o de la suerte que los indomados toros el
uno contra el otro sus fuerças suelen mostrar. No se le pudiera dar al príncipe griego arma alguna de
que más diestro fuera que d‘esta, que desde su niñez le fuera afficionado. Esta era la más temerosa
batalla que jamás en el reyno de Londres fuera vista, porque los cavalleros son estremados y las
armas tan crueles que no se espera que golpe a derecho el uno al otro se alcancen sin que la muerte
venga tras él. Mas ellos son tan diestros que el uno al otro se repararan con tal arte, dando saltos a
450
mnertas.
329
una y a otra parte, tal que las espantosas armas resonavan, hiriendo el duro suelo tanto que grandes
herrerías parescían. La ligereza fue la que a este punto les valió, porque los cavalleros heran tan
buenos que a sus señores de las mayores prisas libravan, dexando a los presentes maravillados de tal
batalla. Mas tanto guardarse fue impossible, que el Cavallero de la Fama le alcançó al príncipe un tan
cruel golpe por cima de un hombro que todas las armas le hundió para dentro, e si enteramente le
alcançara, toda aquella parte le hiziera pedaços. La cruel arma passó adelante, y toda la cabeça del
cavallo le hizo pedaços. Don Belianís le hirió sobre un costado tan bravamente que, no siendo parte
para otra cosa, vino del cavallo abajo gran caýda. Don Belianís saltó tras él, más ligero que un ave,
mas halló al aventajado mancebo a pie, y como la grande saña les aquexasse a entr‘ambos, tan
crueles y desatinados golpes se dieron que todos cuydaron que muerto se uviessen. Entr‘ambos
vinieron a un tiempo al suelo fuera de su sentido. A don Belianís le /48-vº/ començó de salir un
arroyo de sangre por el yelmo.
En el castillo se començó a sonar tanto ruydo de menestriles quanto en el campo de grandes
clamores, pensando que el cavallero fuesse muerto. El rey de Inglaterra bajó del cadahalso por le yr a
ver. Muchos cavalleros venían corriendo por le quitar el yelmo; viéronle levantar todo estordido,
aunque vos digo que durante la batalla ninguno fuera parte para le dar ayuda alguna. Él se alçó la
visera por se limpiar la sangre, que d‘ella todo el rostro tenía cubierto.
Mas a esta sazón ya estava con él un muy dispuesto cavallero, en calças y jubón, tan bien
puesto quanto el otro en su vida mirara, y le dixo:
–¡Quitaos essas armas, cavallero, que ver quiero si d‘essas os viene el favor!
Don Belianís se tiró afuera para se desarmar, y a le ayudar llegaron más de cien cavalleros,
entre los quales venían sus queridos amigos; que, como el yelmo quitasse y por ellos fuesse
conoscido, ¡qué plazer pudiera haver que al suyo fuesse ygualado! Todos corrían por le abraçar; las
locuras que Flerisalte hazía no se pueden contar. No se vio jamás tanto regozijo; la fama corrió por
toda la plaça que el cavallero que el del Liocornio se dezía era el tan nombrado príncipe griego. Los
recibimientos fueran más largos si la batalla tan cercana no lo estorvara. El rey de Inglaterra estava
maravillado de lo que vía, aunque alegre en estremo de ver en su corte un tal cavallero.
El qual, siendo desarmado, se dexó venir para el dispuesto mancebo, el qual estava vestido
de unas ricas calças y jubón. Todo era rojo, tan luzido quanto se pudiera mirar. Don Belianís venía
de blanco; no se pensaron jamás ver más gentiles cavalleros. Los quales, haziendo el devido
comedimiento que el uno al otro le parescía deverse, al son de las trompas que en el castillo sonaron,
movieron el uno para el otro con las mejores espadas que a la sazón avía, donde cada uno començó a
mostrar lo que de aquel arte aprendiera, con tanta gracia que a todos dava contentamiento. Mas
cargando prestamente el uno sobre el otro, don Belianís hirió al famoso cavallero en una rodilla de
un tal golpe que la mitad huvo cortada; y, reparándose con su espada, se retiró afuera sin que el
cavallero para le herir fuesse parte, el qual luego hincó la pierna en el suelo. Mas como el golpe
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fuesse muy arriba, tanpoco hera parte para se tener sobre la rodilla. Don Belianís se quisiera desviar,
porque el cavallero era tan malherido que no se podía detener mucho, mas no quiso mostrar que
algún pavor lo causasse, y a esta causa se vino para él. El cavallero se aparejó de defender, aunque
era mucho, según la herida tenía en mala parte. Don Belianís fingió quererle tirar un golpe a la
cabeça; mas el cavallero, desviándose algún tanto, como se viesse mortalmente herido, le quiso herir
de un revés por las piernas. Don Belianís, que sobre el aviso yva, le rebatió el golpe; y tan presto fue
con él que el cavallero no pudo meter la espada, y encontrole de los pechos tan rezio que dio con él
de espaldas. El cavallero estava tan malherido que no fue parte para levantarse, y d‘esta manera fue
llevado al castillo con el ruydo acostumbrado.
Mas a este punto salieron otros tres cavalleros. Venían armados de todas armas salvo los
yelmos, y por el príncipe fueron conoscidos, y el uno d‘ellos era el famoso Héctor con el aventajado
Troylo; el otro era el emperador Bandenazar. Los quales, sin hazer muestra de batalla, se vinieron
para él, y en voz alta le dixeron:
–¿Conocéysnos, valeroso príncipe?
–Sí –dixo don Belianís.
–Pues sábete –respondieron ellos– que somos venidos a tu mandar, pues antes de agora
somos tus vencidos451. Por esso, vey en lo que te podemos aprovechar, que de nuestra batalla eres tú
solo de los del universo reservado por tu esfuerço.
–No ay otra cosa de presente que yo más dessee –dixo don Belianís– que dar fin a las
aventuras d‘este castillo. Por esso, si aquí no ay otra cosa, bolveos e imbiadme a los que más faltan
para que esta batalla sea acabada.
Entonces /49-rº/ ellos le hizieron una muy gran messura, y juntos como vinieran dieran la
buelta hasta meterse dentro del castillo, saliendo a la ora otro con quatro puñales, sin otras armas
algunas. Y, dando los dos al príncipe, le desafió para la batalla. Don Belianís los tomó, y dígovos que
aquella receló mucho, y sin dubda hera para temer, que las armas eran peligrosas, y aún en las que
menos la valentía y el esfuerço de un cavallero mostrarse puede. Mas dexose venir para el cavallero,
y él hizo lo mismo. Juntáronse el uno con el otro sin pavor alguno. Don Belianís cruzó el braço
derecho, pensando poder con él reparar los golpes de su contrario, y con la yzquierda mano le dio
por medio de los pechos, que el agudo puñal metió hasta los cabos. El cavallero, que de aquel
menester hera assaz diestro, con el braço yzquierdo hechó fuera el suyo a don Belianís, y con el
derecho le dio una mala herida. Mas don Belianís ladeó el cuerpo de tal forma que el golpe fue al
soslayo sin que a lo hueco de los pechos entrasse. Como se hallassen juntos y el temor de la muerte
fuesse grande, asiéronse a los braços, apretándose el uno al otro tan bravamente que se hazían
desfallecer. Mas la herida del cavallero era tan mortal que desfallesció entre los braços del príncipe
451
Don Belianís había matado a Bandenazar en combate en el capítulo 41 de la Primera Parte. También había
derrotado a Héctor y Troylo en el capítulo 52 de la Segunda Parte.
331
griego; el qual lo dexó caer en aquel suelo, y fue muy turbado, biendo correr de sí mucha sangre,
cuydando que fuesse herido de muerte.
El ruydo que a esta ora en el castillo se sonó fue tan grande que todo el mundo parescía
hundirse. El príncipe don Belianís se armó de sus armas y, llegándose al castillo, quiso entrar por la
puente adentro; mas en aquella halló un cavallero que le dixo en alta voz, que por todo el campo fue
oýdo:
–Cavallero, yo no puedo aver batalla con ningún cavallero, salvo con aquel que por más
aventajado de los de la Tabla Redonda fuere juzgado; y hasta en tanto, yo te esperaré en la puerta
d‘este castillo, cuya entrada hasta entonces no te será permitida. Don Belianís hizo poco caso de sus
palabras; antes quiso entrar dentro, mas el castillo fue cerrado y el fuego començó a encenderse con
tanta cantidad que le combino apartarse afuera. A la sazón por todo el campo se començó a sonar
gran ruydo de sonorosos y suabes menestriles en grande abundancia.
Los torneos fueron acabados. Todos los cavalleros fueron juntos para ver el juyzio que entre
ellos sería dado.
Capítulo 20: Cómo los Cavalleros de la Tabla Redonda fueron escogidos y la orden que entre
ellos huvo, y como el príncipe don Belianís se partió.
De la manera que os dezimos huvieron fin aquellos tan sobervios torneos, y a tal hora que ya
las tinieblas de la noche heran venidas, el rey y todos los cavalleros se entraron en la sala donde la
Tabla Redonda estava. Y, como oyessen dezir que el Cavallero del Liocornio fuesse don Belianís,
todos llegaron a le pedir las manos. El contentamiento del rey de Inglaterra era muy grande. D‘esta
manera fueron juntos todos aquellos cavalleros, ynumerables gentes que de fuera miravan lo que se
hazía, quando por el palacio y campo se sonó muy gran ruydo; el qual passado, todo fue tan claro
como si el sol otra vez tornara a‘lumbrar. Todos los cavalleros se hallaron fuera del palacio, ecepto
aquellos que fueron escogidos, los quales se hallaron sentados en aquellas ricas sillas, con el nombre
de cada uno escripto452 en cada una. La primera de todas era del príncipe don Belianís, y al otro
lado453 la del rey de Inglaterra; entr‘ellos dos avía una silla vacía con una claridad tan grande que
apenas consentía ser mirada, /49-vº/ con unas letras que dezían: «Ninguno, por atrebido que sea,
tome locura de sentarse en esta silla, que continuamente será desdichado». Al lado derecho del rey de
Inglaterra estava don Clarineo, y al lado de don Belianís, Arfileo y don Brianel. Estavan entre ellos
otros dos cavalleros, tan valerosos que no sin causa merescían tan altos asientos: eran los dos
esforçados hermanos don Baldín y don Manuel de Portugal. Por su orden yvan el rey Néstor, el rey
Ban, el rey de Irlanda, el infante Serolís, Aligenor y Poligeno, el valeroso Galiandro, Pronóster y
452
453
escripta.
lapo
332
otros muchos cavalleros. Por la otra parte, el primer cavallero era el del Salvaje con el infante de
Gaula, quinze cavalleros de los del Luto, don Claudís y don Gradarte de Yrlanda.
Por esta orden estavan todos sentados hasta el cumplimiento de todas las sillas, sin que
alguno de aquellos que la ley de Christo, verdadero Dios, no conoscían pudiesse ganar silla, como
eran Ario Barçano y el rey Paremio y otros que por bondad de armas las merescían.
Todos aquellos cavalleros se hallaron sanos de sus heridas y fueron servidos en la mesa. Con
el mayor triumpho del universo binieron a recebir a su valeroso capitán, teniéndose todos por
contentos. El rey de Inglaterra abraçó a don Belianís y a don Clarineo, diziendo:
–Sin dubda, príncipes soberanos, en vuestro merescimiento me ha sido concedida tan alta
merced por el soberano Señor. Este día será por mí y por mis subcessores con aquella fiesta
solemnizado(s) que nuestros estados alcançaren.
A esta hora del castillo se sonaron grandes bozes, diziendo:
–¡Venga el capitán de la Tabla Redonda, que aún le combiene passar mayores peligros!
Don Belianís se quisiera luego despedir, mas el rey le apartó a una parte y le dixo:
–Ya sabéys, mi señor, que yo tenía determinado de dar mi hermana por muger al mejor
cavallero que en estas fiestas se hallasse. Y si vos, mi señor, no estáys determinado aceptar este
partido, casalda de vuestra mano, que yo no saldré de vuestro mandado.
Don Belianís le respondió:
–Soberano señor, con el casamiento de vuestra hermana no ay príncipe en el mundo que no
se tuviesse por contento; pero yo os certifico que para mí es impossible, porque estoy de otro ñudo
enlazado, y esto vos digo como a tan buen rey: los cavalleros todos son tales que a ninguno querría
dexar agraviado, y si el rey de Yrlanda no fuera despossado, con él, por ser natural, os estava mejor
que con otro ninguno; y después de este, si la princessa fuera mi hernana, yo la cassara con don
Seraphín de España, cuyo valor y esfuerço por todos es muy conoscido.
Bien le plugo al rey del casamiento, y hizo venir allí a su hermana, contándole lo que don
Belianís dixera, de que a ella vino tanto pesar quanto hera la alegría que antes tenía; y, bolviéndose
[a] don Belianís, le dixo si él hera contento de semejante crueldad.
–Yo os juro, mi señora, por la fee que a Dios devo –dixo el príncipe– que en ninguna manera
es possible otra cosa.
Y con esto, despidiéndose d‘ella la abraçó, dándole un muy riquíssimo anillo que su
hermana, la princesa Sirena, le diera. Y abraçándola de buen amor, a causa que las vozes del castillo
crescían, don Belianís se salió a la lumbre de ynnumerables hachas que allí estavan. Mas
primeramente habló con la bella Claristea, que mil abraços le dio, como si entonces nuevamente
visto le huviera; y, tomando una muy gruessa lança, vio a las doncellas romanas, que para él se
venían, suplicándole les diesse las manos, y él las abraçó.
–¿Qué queréys que se haga de presente –dixo la donzella por cuyos amores don Belianís tan
333
grandes hazañas acabara–, si soys contento de me bolver acompañar a Roma?
–Por agora no –dixo don Belianís, que ya vendrá tiempo que hazerlo pueda.
Entonces movió contra el castillo, con gran temor de la donzella que allí lo traxera, que
pensamiento tenía de no lo ver tan cedo, y para él salió aquel cavallero que antes lo hablara. Don
Belianís se apeó, /50-rº/ dexando la lança puso mano a su espada, y acométense en la fuerça de sus
golpes, tan grandes que todo el campo resonavan. La batalla era la más cruel que en todo el día se
viera. El cavallero del castillo traýa una espada, la mejor que hasta entonces cavallero avía ceñido, y
su esfuerço hera valeroso; y con esto era más cruel, que así cortava las armas como si de cuero
fueran. Todos los que podían se llegavan por los ver; que, como con las espadas no se pudiessen
vencer, soltándolas, se assían a braços, donde venían al suelo. Mas no porque ninguno d‘ellos
pudiesse cobrar al otro debajo, antes se tenían tan apretados que ninguno dava lugar al otro para que
de las dagas se pudiessen aprovechar; donde, soltándose, tornavan a tomar sus espadas, y con ellas se
hazían crueles heridas. Mas tanto el cavallero del castillo durar no pudo que el príncipe don Belianís
no le cobrasse ventaja tan conoscida que todos pensavan que sería vencido. El cavallero del castillo
se metió para dentro, metiéndose por la puente del castillo. Tras él fue don Belianís, hasta tanto que
fueron dentro del patio, donde el cavallero hizo rostro*. Mas apenas fue dentro quando el ruydo que
el artillería començó a hazer fue tan grande que a ninguno dexava oýr, el humo tan espesso que a
todos privó de la vista. Donde, passados los gruessos deslates* del artillería, la música se començó
con aquella magestad que hasta entonces, donde, passado el humo, con la velocidad que las ligeras
saetas son llevadas con la puja de las ballestas, o con aquella que el ayre levanta el terrest[r]e
torbellino, fue llevado aquel castillo, y dentro el valeroso príncipe de Grecia con todos aquellos
cavalleros, con gran alarido y vozes de regozijo, que al despedir se sonaron en tanta abundancia que
más de tres mil cavalleros parescía que fuessen dentro; donde a su tiempo vos diremos lo que avino,
por vos dezir lo que después de su partida hizo el valeroso rey de Inglaterra.
Con gran pesar quedaron todos los que en la ciudad de Londres se hallaron por la súpita
partida del príncipe griego. Mas sobre todos la sintió la princesa Claristea, que llorando lágrimas en
tanta abundancia no llevava su pena ningún consuelo, aunque la princesa Roseliana mucho la
conortava junto con la bella Lindorena, que a su causa no murió de pesar. Por otra parte, don
Clarineo no menos pena dava su ausencia, aunque tuviera temor que, si allí quedara, fueran
descubiertos los amores que él con Roseliana tenía. Del príncipe Ario Barçano no ay qué dezir, que
en estremo quedava muy corrido en ver que no avía podido ser uno de los cavalleros de la Tabla. No
menos lo estava el rey Paremio; mas luego les fue dicha la causa, que los dexó algo consolados. Y
esto, junto con ver las alegrías que en Londres continuamente se hazían, los entretenía algún tanto.
El rey Saliano de Inglaterra procuró de saber quién fuesse aquella señora a quien todos
aquellos cavalleros tan famosos acompañavan, los quales las tristes señales avían dexado; y, como
no se le pudiesse encubrir, sabiendo ser tan alta princesa la subió a visitar, y d‘ella se quexó mucho
334
por avérsele encubierto tanto. Ella se desculpó lo mejor que supo, y luego a su ruego se fue a posar a
los reales palacios con la princesa Armelina que, aunque estava muy triste por ver quán burlada de su
pensamiento avía quedado, le hizo buen recibimiento en todo, siendo tratada como hija de uno de los
más poderosos príncipes christianos. Y entre ellas grandes cosas platicaron con todas las otras
princesas, que todas muy niñas y hermosas eran. Y muchos de aquellos cavalleros quedaron presos
de sus amores, los quales después en Alemania grandes cosas por sus amores hizieron en armas,
las454 quales en los historiales del gran Andiomio Alemán están escriptas.
Pues como el rey Saliano tuviesse determinado de casar a su hermana con el príncipe don
Serafín de España, habló primero a ella para ver si sería contenta. Ella le dixo que hiziese a su
voluntad, que aquella era la suya. El rey uvo mucho plazer, /50-vº/ que en estremo la quería mucho,
y hera tan alegre del bien que nuestro Señor le diera que estava determinado de guardar continencia;
y ansí lo hizo, que toda su vida la guardó. Junto a las carnes vestía silicio y comía muy poco; todas
las noches estava en oración gran pieça, y ansí después de sus días fue tenido por sancto. En su vida
fue uno de los más nobles reyes que la christiandad posseyó, y así nuestro Señor le hizo tantos bienes
quantos él no supiera pedir, que en su tiempo fuera renobada aquella tan antigua compañía de
cavalleros en muy mayor grado que jamás lo fuera.
Pues, tornando al propósito, el rey lo habló a don Serafín, diziendo cómo el príncipe don
Belianís se lo dexava encomendado. Don Serafín le quiso besar las manos. Y luego, con acuerdo de
los altos hombres del reyno, que todos estavan presentes, fue acordado que los despossorios se
hiziessen luego, y de aý a ocho días los casamientos. Y así aquella noche fueron desposados aquel
tan gentil cavallero y hermosa dama, con tanto regozijo que la ausencia de don Belianís se puso en
olvido por los más, salvo por aquellos que, aunque quisieran, el olvido no podía haver en ellos lugar.
Aquellos ocho días goçaron de la fruta de despossados, con la qual Armelina se olvidava de don
Belianís, y al octavo fueron casados; donde todos aquellos cavalleros tornaron a hazer nuevo
regozijo, grandes justas y apazibles torneos, en las quales se sacaron grandes y sotiles imbenciones
por aquellos cavalleros a quien el amor con sus frechas començava a lastimar. Y los nuevos casados,
en todo nuevos, gozaron de la sabrosa fruta en tales actos permitida, donde, aunque bozales*, fueron
tan diestros que Armelina fue preñada, y a su tiempo parió un hijo y una hija de un vientre; los
quales, assí él en armas, como ella en hermosura a todas las nascidas hizo ventaja, espantaron al
mundo.
Después de aver estado allí aquellos cavalleros más de un mes, la princesa Claristea acordó
de partirse, saviendo la pena que el emperador tendría de su ausencia, y a don Clarineo rogó que la
bella Roseliana se fuesse con ella, descubriéndole Roseliana que estava preñada. Él holgó d‘ello, que
no era razón que de aquella suerte a casa de su padre fuera llevada. Assí se partió Claristea con todas
454
los.
335
sus damas, acompañada de los cavalleros que con ella vinieran y otros muchos que quisieron yrla a
servir en aquel camino. Todos los quales, ansí los unos como los otros, dexavan jurado de ser
siempre, siendo llamados, con sus armas en favor assí del rey de Inglaterra como del príncipe griego.
Con semejante acompañamiento llegó Claristea a Alemania, donde los más de los cavalleros se
partieron en su demanda, quedando solo el príncipe don Clarineo, a ruegos del emperador, y la bella
Roseliana; donde los dexaremos, que a su tiempo de todos se hará larga relación, por vos contar otras
cosas que al propósito d‘esta historia haze mucho al caso.
Capítulo 20: De lo que avino a don Luzidaner y a sus compañeros con el príncipe Perianeo de
Persia.
En la nao, como vos contamos, caminaron aquellos dos tan valerosos príncipes don
Luzidaner y Sabiano de Trebento, don Contumeliano y Florispiano de Suezia, don Castel de la Rosa,
haviendo puesto en libertad al tan estimado duque de Thebas, con la tristeza y pesar que hera justo
tuviessen, pensando aver perdido el más valeroso príncipe y cavallero, y de ellos más querido y
amado, que en todo el universo huviesse avido, no faltando a la contina entre ellos dolorosos llantos,
principalmente el duque de Tebas y don Contumeliano, que en esto /51-rº/ se mostrava tanto la
tristeza y pesar que no podía en ellos entrar alivio alguno. Se dexaran morir si el valeroso príncipe de
Tesalia no los consolara, disimulando su tristeza, que mayor que la de otro alguno era, porque
aquellos cavalleros tomassen algún alibio. Assí se fueron por algunos días hasta tanto que una
mañana, al tiempo que el sol començava a mostrarse por encima de las hazes de la tierra, se hallaron
en un puerto assaz ussado. No muy lexos d‘él vieron una villa muy buena. A don Luzidaner le
semejó que otras vezes huviesse visto aquella tierra, mas no era así, que más apartado d‘ella de lo
que él pensara se hallava. Y preguntando a los marineros qué tierra fuesse, ninguno se lo supo dezir,
salvo el buen duque Armindos, como aquel que así en aquello como en otras muchas cosas tenía
especial gracia; el qual les dixo:
–Mis señores, gran trabés es el que avemos dado, que sabed que nos hallamos en el gran
Catayo, y esta villa se dize Libarena, donde el Gran Sophí haze continamente su avitación; y avemos
sido assaz venturosos, porque tenemos muy buen camino para las montañas de la Asiria, donde la
princesa, mi señora, con las princesas están encantadas, que no diez jornadas de aquí ellas se ponen.
Gran plazer recibieron todos aquellos cavalleros con semejantes nuevas, principalmente don
Luzidaner, que tan fatigado los amores de Policena como las tristezas presentes le traían; que, como
tan cerca donde su coraçón tenía se hallasse, no dexó de mostrar grande alegría. Y a su ruego todos
desembarcaron, poniendo las sobreseñales a la ussança morisca, metiéndose derechos la buelta de
Libarena, que no tres millas del puerto estava, para la qual vieron caminar muchos cavalleros
armados de ricas armas.
336
–Atendedme un poco –dixo el duque Armindos–, que quiero saber la causa por que estos
cavalleros van d‘esta guisa455, porque no vamos a la ciudad sin tomar lengua* de lo que nos cumple
hazer, que a la ventura no nos estará bien entrar dentro.
Con esto se fue a la parte que vio venir quatro cavalleros armados de una devisa de armas
blancas con bandas azules por ellas; y, saludándolos en su lengua, les preguntó por nuevas de la corte
del Sophí.
–No sabemos otras –dixeron ellos– más que quanto nos han dicho, que están de partida para
el gran Catayo, porque el gran rey de Armenia en compañía de otros muchos le haze guerra. Y le ha
venido una desgracia, la mayor que de presente venirle podía, que a todos ha dexado tan alborotados
que no se hablará de otra cosa por grandes tiempos: que dentro en el palacio entraron quatro
cavalleros, los quales en presencia de todas las guardas mataron al príncipe de Siria, su hermano, y a
pesar de todos salieron d‘él y se libraron, y por gran ventura no mataron también a él, por se aver
encerrado en una quadra. Y hasta agora no se ha podido saber quiénes eran, más de que se tiene por
cierto que por mandado del rey de Armenia se ha procurado.
–Maravillas me avéys contado –dixo el duque–, y estoy maravillado de no se haver podido
saber en cosa que tanto va, que tales cavalleros como essos donde quiera serán conoscidos.
–Sospecha se tiene –dixo el uno d‘ellos– que estos cavalleros sean persianos, porque el rey
de Armenia es muy grande amigo del soldán de Persia, y en esta tierra no se ha visto hasta agora
tales quatro cavalleros, que sin dubda las valentías que se qüentan estos aver hecho no se cree que las
hizieron mayores el Cavallero de los Basiliscos ni otros hermanos suyos, que tan nombrados son por
el mundo. Y no sería mucho que fuessen ellos mismos, sino que avemos sabido muy cierto que el
emperador de Grezia tiene puesto cerco sobre la ciudad de Troya, donde ellos de necesidad avían de
estar, que el rey de Troya ha imbiado a pedir socorro al Sophí, nuestro señor, que sin dubda deve de
estar muy apretado.
Muy maravillado fue el duque Armindos de lo que los cavalleros le contaron y,
rindiéndole[s] las gracias, dio la buelta para do estavan sus compañeros, a los quales dixo lo que a
los cava- /51-vº/ -lleros oyera. Y no dexó de aver entre ellos muchos paresceres sobre si bolverían la
buelta de la gran ciudad de Troya o proseguirían su començado camino. Mas como el amor es sobre
todas las razones, todavía se determinaron de llegar hasta donde sus señor[a]s456 sabían estar,
pensando que en breve aquella aventura sería acabada y tendrían lugar de bolver a dar ayuda al
emperador si menester la huviesse.
A esta ora de la villa vieron venir número de más de veynte cavalleros, todos muy bien
adereçados y en muy buenos cavallos, y de la misma forma muchas compañías d‘ellos, que serían
por todos más de quinientos, los quales tiravan derecho para un castillo que de la ciudad quanto una
455
456
gnisa.
señores.
337
milla estava. Por la otra parte a ellos se llegó un cavallero bien dispuesto, armado de unas armas
xaldas* con muchas flores blancas por ellas. En el escudo havía un águila con un coraçón entre las
uñas, que parescía hazerle pedaços. Él mismo se traýa la lança, sin escudero alguno que le
acompañasse. Venía tan bien adereçado que gran contentamiento les dio verle, y en lengua persiana
les preguntó si eran de aquella tierra. Los más de los cavalleros en la habla conoscieron al de las
Flores, aunque disimularon, sabiendo la enemistad que le tenían don Luzidaner y Sabiano de
Trebento. Lo mismo hizieron ellos, cuydando cada uno desapartarse de sus compañeros para aver
con él batalla, la qual el cavallero con ninguno d‘ellos rehussara, como aquel que el valiente príncipe
Perianeo era. Sabiano de Trebento le respondió que heran estrangeros y que, si alguna cosa le
cumplía, aventurarían sus personas por lo que le tocasse.
–Muchas mercedes –dixo el cavallero, que tal respuesta como esta de tales cavalleros se
esperava–. Agora sabed que entre estos cavalleros llevan presos tres cavalleros de mi compañía que
por trayción prendieron en un castillo, porque dizen que fueron en la muerte del príncipe de Siria. Yo
tengo determinado de morir o libertarlos. Por esso, si la bondad y virtud que de tales cavalleros no
debe ser agena a ello457 os mueve, tened por bien de me ayudar, que en semejantes cosas se
muestran los balores de los buenos cavalleros.
–¡Cómo, señor cavallero! –dixo Sabiano de Trebento–, ¿y contra tantos cavalleros queréys
aventurar vuestra persona? No me paresce cordura, que no se puede ganar más de perder las vidas.
Yo por mí lo digo, que si fuera contra otros tantos de buen grado fuéramos en vuestra ayuda; mas
donde no se aventura más que la muerte, escusado es pensar en ello. Por esso acordad otro consejo,
que de mi parecer vays muy engañado.
–Vuestro parescer –dixo Perianeo– a quien quiera bastara a engañar, pues ya yo he visto
cavallero que no le fuera tenido a mucho salir con ello siendo solo.
–Esso, parescer vos ha a vos –dixo Sabiano– o a otros cavalleros de tan poco acuerdo. Agora
començad la batalla, que veremos si458 tenéys las manos y consejo todos de una manera.
Muy enojado fue Perianeo de las palabras del cavallero, que a su parescer cobardía solo
hazía hablar, y quisiera estar en tiempo de podérselo mostrar; mas, viendo el peligro en que sus
primos yvan, no se osó detener, antes sin les bolver respuesta al mayor galope de su cavallo se fue
hasta llegar a la esquadra donde los cavalleros yvan presos. Y como fuesse determinado en lo que
hazer le cumplía, como un bravo león se metió entre ellos, donde con la lança a sobre mano de
quatro encuentros quatro cavalleros puso en tierra. Y, poniendo mano a su espada, no se vio jamás
un cavallero tan furioso, que antes que los cavalleros fuessen parte para se lo defender, llegó donde
sus primos Crisiliano y Girismalte y Coroliano y Veraldo estavan; y, cortándoles las ligaduras con
que las manos trahían atadas, ellos saltaron en el suelo, donde con la ayuda suya se proveyeron de
457
458
ella.
sr.
338
algunas armas, con las quales se metieron en su ayuda. Mas qué les aprovecha, que, como el ruydo
fuesse sentido, sobr‘ellos dan la buelta todos los cavalleros, /52-rº/ deseossos de les dar la muerte,
que en las cosas que a aquel cavallero vieran hazer conoscieron ser el que al príncipe de Siria
matara.
Mas los esforçados compañeros, que vieron en tal peligro a Perianeo, sin esperar el uno al
otro movieron a todo correr de sus cavallos en su ayuda; mas, por presto que llegaron, ya le mataran
el cavallo, y por poco le huvieran a él malamente atropellado, y con su llegada muchos pusieron por
el suelo. Don Castel de la Rosa y don Contumeliano, que de los delanteros venían, llegaron los
primeros a donde el príncipe persiano estaba, que por le dar la muerte más de quarenta cavalleros se
havían apeado; y derrocándose de los cavallos, cada uno le offreció el suyo. El príncipe fue muy
alegre con el no pensado socorro y, rindiéndoles gracias de la buena obra, en un punto saltó en otro
cavallo. Lo mismo hizieron los otros cavalleros, y todos se juntaron; mas, como la batalla durase
mucho y los cavalleros a más andar perdiessen el campo, la nueva se dio en la villa, con la qual
començó a salir tanta gente que todos aquellos campos se cubrían, que dentro en horas más de
treynta mil cavalleros avía en el campo.
El duque Armindos, que tanta cavallería vio salir, se llegó a don Luzidaner, que él y el
príncipe Perianeo tan metidos en la batalla andavan que de ninguna otra cosa tenían acuerdo,
diziéndole:
–Cumple, señor, que si no queréys que todos seamos perdidos, nos retiremos a alguna parte,
que tanta gente carga sobre nos que en breve seríamos muertos o presos.
Y con esto, llamando al príncipe Perianeo, todos juntos començaron a subir por una pequeña
sierra que junto a la villa se hazía. Mas todo esto no les valiera cosa alguna si la noche no les
socorriera, que fue parte para con la escuridad poderse salvar, aunque cada uno por su parte.
Donde, con la escuridad de la noche, el príncipe Perianeo atrabessó la mayor parte de la
sierra hasta se meter por un fuerte y hermoso valle; el qual con el sossiego de la noche y algún
templado ayre que hazía, meneándose las hojas de los árboles, juntamente con las corrientes de un
pequeño río que por él corría, hazían un gracioso y deleytoso ruydo; que, como el cavallo del
príncipe fuesse muy cansado, gozándose de verse en tal parte, se apeó d‘él por le dexar descansar,
tornándosele a recrecer nuevo cuydado en los pensamientos de aquella que tan fuera de sí le traýa,
dándole tanta passión en verse ausente d‘ella quanto consuelo en ver que se llegava el tiempo en que
pensava probar la aventura, por se hallar tan cerca donde el encantamento estava. Mas como el amor
de este cavallero fuesse tan grande que ninguna cosa hera bastante a darle consuelo que verdadero
fuesse, y como tan acostumbrado officio suyo fuesse llorar muy amargamente, començó a dezir:
–¡Ay, espantosos y terribles montes, que tan continuos para ser testigos de mis angustias os
halláys! ¿Por qué no days forma de carecer de quien tan continuamente os atormenta? ¿Por qué ya no
os mueve compassión, siquiera del mal que vosotros a su causa passáys? Abrid vuestras tan
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interiores entrañas y acoged dentro a este desventurado cavallero, no neguéys el remedio que al fin
me havéys de conceder. ¡Ay de ti, príncipe de Grecia! Donde jamás se pensaron tan fuertes casos, ¡o,
poderoso Dios!, pues de tanta misericordia con los mortales ussas, ¿por qué no das lugar a que el
alma desampare este captivo cuerpo, tan atormentado por el desasossegado Cupido? ¡Ay de mí, que
no es possible que el mal que tan arraygado dentro de mi alma está pueda dexar de passar con ella
misma, aunque del cuerpo sea apartada! ¡Ay de mí! ¿Quién será aquel que en los venideros tiempos
pueda creer un solo cavallero aver podido suffrir tantas desventuras sin le tener por hombre a quien
el juyzio de la razón faltasse para las conoscer? ¡Ay, príncipe de Grecia, con razón tus cosas por
todos son tan estimadas, pues la Fortuna en el mayor grado de sus venturosos trances te quiso poner!
¡Ay de mí, que bastara serme tan cruel sin querer mostrar en mí el remate de /52-vº/ tus desgracias, y
a mi contrario y tan cruel enemigo, la alta cumbre de tus victorias!
Con estas y otras semejantes palabras se quexava aquel sarrazino príncipe, mostrando con
gran razón las desdichas suyas, quando hazia la otra parte oyó dar muy dolorosas vozes, como de
persona que con necessidad y angustia se quexava; las quales dieron causa que, dexándose de sus
angustias y querellas, tan dignas de dolorosa compassión y llenas de angustiosos sospiros, se
levantasse; y, paresciéndole que cerca de donde él estava se diessen, no curó de tomar cavallo, antes
muy passo se fue por entre las matas, atinando a la parte donde le parescían darse. Mas antes que la
causa d‘ellas, que no menor que de la de sus males y míos eran, yo os qüente, combiene dezir lo que
al príncipe don Belianís avino, metido en el Castillo de la Fama, donde le dexamos.
Capítulo 21: Cómo el príncipe don Belianís llegó a la sepultura del sabio Merlín y le libró del
encantamento en que estava.
En aquel tan sobervio y soberano Castillo de la Fama se halló aquel tan estimado y valeroso
príncipe griego, haviendo acabado la más alta hazaña que jamás cavallero acabó, donde por aquellos
cavalleros con quien huviera la batalla y otros muchos fue recebido con gran triumpho y alegría,
sonándose tanta bariedad de instrumentos que al príncipe dexaron maravillado. Donde, como la
noche fuesse459 ya tan entrada y el trabajo que el príncipe avía passado tan grande, fue llevado al
más rico aposento que en el mundo fuera del castillo huviesse, donde en un rico lecho fue acostado,
siendo a le servir otros muchos cavalleros que él antes no havía visto, tan dispuestos y bien
adereçados que gran contentamiento le davan, aunque todas aquellas cosas con la memoria de la
ausencia de la princesa Florisbella ningún consuelo darle podían que con mil rebeses y çoçobras no
viniesse rebuelto. Y d‘esta forma, siendo por todos dexado solo, estuvo la mayor parte de la noche
dando bueltas en su lecho, acordándosele que, haviendo tanto tiempo que en su busca partiera, no
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Tipo volcado.
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havía hecho más de andarse bagando por el mundo. Y, aunque él vía que la grande honra que el alto
Señor le permitiera ganar no era razón estimarla en poco, más se tenía por el más captivo cavallero
que huviesse avido, y entre sí, haziendo grandes exclamaciones, dezía:
–¡Ay de mí, cavallero sin ventura! ¿Qué será si mis desdichas an permitido que mi señora
aya sido libre por otro? ¡Nunca cavallero más desdichado abrá sido visto! Ya no me cumple traer
armas, pues para lo que tanto me cumple tan poco me aprovechan. ¡Ay de mí, señora mía, que bien
tengo conocido que no soy por vuestra parte puesto en tanto olvido como el que yo tengo!
Otras muchas vezes, cansándose de llorar, dormía; donde entre sueños se le representavan
mil imaginaciones, que siendo passadas le causavan no menos pena que la que antes tenía. D‘esta
manera fue algunos días, gozando los mayores passatiempos que nunca otro cavallero passó, con
aquellos cavalleros, que ansí en amores como en armas eran assaz industriados, hasta tanto que una
mañana, ya que el sol quería salir, vio la puerta del castillo abierta, y a ella un hermoso cavallo que
su escudero Flerisalte traýa por la rienda; y por aquellos cavalleros le fue dicho que le cumplía salir
en tierra, que ellos serían con él al tiempo que d‘ellos tuviesse necesidad. Don Belianís, abraçándolos
a todos, salió del castillo, donde en su salida se tocaron los instrumentos en la forma que antes lo
solían hazer. Y, cavalgando en su cavallo, el /53-rº/ Famoso Castillo desaparesció con gran ruydo.
Don Belianís abraçó a su escudero con mucho plazer, como aquel que en estremo le quería,
que ningún cavallero se hallara que otro tal escudero tuviesse. Flerisalte le besó las manos y parescía
que de plazer se huviese tornado loco. Don Belianís le preguntó de la manera que allí avía venido.
Flerisalte le dixo que crehía que la sabia Belonia hera, que consigo lo traxera quando del castillo de
Inglaterra havía partido.
Muy fresca le paresció al príncipe don Belianís aquella tierra, y gran contentamiento llevava
en su coraçón, pensando de no se ocupar en otra cosa hasta tanto que a la grande Asiria llegasse
donde la princesa, su señora. Hablando yva con Flerisalte en muchas cosas, y las más eran de la bella
Claristea, porque Flerisalte le contara del gran pesar que con las nuevas de su muerte havía recebid, y
cómo llegara al punto de la muerte, y de la suerte que de Alemania avían venido por saber nuevas
d‘él. Ansí mismo le contó cómo el príncipe, su hermano, y sus amigos avían librado al duque
Armindos, y de la vengança que de los ingleses tomaron, y cómo se partieran tan tristes que
pensavan que sería causa para darles la muerte.
–No querría –dixo don Belianís– que semejantes nuevas se diessen al emperador, mi señor,
por cosa del mundo.
–Esso creo yo que será escusado –dixo Flerisalte–, porque la nueva se ha dibulgado tanto
que al fin del mundo creo yo que se sabe.
En estas cosas y otras fueron hablando, y aquel día comieron en casa de un forastero que
muy bien los recibió, de donde partieron algo tarde, tanto que, a la hora que quería anochecer, se
hallaron en una hermosa y bella pradería, cercada en torno de muchas y frondosas arboledas. A la
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otra parte se mostrava un valle tan espesso y cerrado que al príncipe dio gran desseo de verle, y
metiéndose por él adelante a pequeña pieça no pudo caminar a cavallo; y apeándose, lo dio a su
escudero, que lo mismo havía echo. Y dende a poco rato oyó una temerosa voz, no qual pudiesse
entender lo que dezía más de quanto semejó que de las entrañas de la tierra salía. Y, atinando a la
parte que la oyera, vio la tierra abierta por muchas partes, que no avía más de unas sendas pequeñas
por donde passar. Al temor acrecentava que los robles y otros árboles que por allí se mostravan eran
tan altos y cerrávanse tanto los unos con los otros que el cielo no consentían ver. Avía en aquellos
oyos grandes lagos de agua tan negra que temerosa era de mirar. En ella avía algunas serpientes y
otras fieras que, dando de rato en rato alguna sacudida en el agua, hazían al coraçón460 causar
nuevo apercebimiento. De creer era que, según su espantosa manera, el cielo ni alguno de sus signos
en aquel temeroso lugar no hiziessen operación. De
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