19. Efectos del restablecimiento de la Constitución de Cádiz en la

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19. Efectos del restablecimiento de la Constitución de Cádiz en
la Nueva Granada en 1820, 1827
José Manuel Restrepo
Restrepo, José Manuel. (1827). Historia de la revolución de Colombia (1969, tomo IV, pp. 160-169).
Medellín: Bedout.
Durante su residencia en Pasto, recibió el Presidente Aymerich las órdenes del Gobierno de Madrid para
jurar la Constitución Política de la Monarquía española. Inmediatamente expidió las suyas, a fin de que
el 8 de septiembre se publicara y jurase en Quito, y él mismo presidió el juramento en Pasto. Fue este
el único paso que se diera en el Reino de Quito para el establecimiento del nuevo sistema. No hubo
diputaciones provinciales, jefes superiores políticos sin mando militar, diputados a cortes ni algunos
otros de los empleados que designaba la Constitución. Tal era la suerte ordinaria de las provincias de
América. Su Gobierno dependía casi en todo de la voluntad de los jefes, que a tanta distancia de la
Metrópoli no obraban según las leyes y órdenes que recibían, sino como era su voluntad, en gran parte
absoluta…
Hasta entonces parecía que la futura suerte de los pueblos de la Costa Firme y de la Nueva Granada,
que se habían declarado independientes, estaba únicamente fincada en el feliz éxito de las batallas. El
Gobierno de la Madre Patria no había dado la menor señal de que pudiera haber una transacción con
las provincias ultramarinas que peleaban por asegurar su independencia y libertad. Habíase amenazado
a sus habitantes con la destrucción y la muerte; amenazas que se llevaron a efecto más de una vez; y
ellos, tan firmes y tenaces como sus padres, respondieron con el mismo grito de muerte y desolación
contra los españoles europeos. La humanidad gemía en vano al ver tanta irritación de las pasiones que
la discordia civil exaltaba entre padres e hijos.
Afortunadamente la revolución de España, que proclamara la Constitución de las Cortes de Cádiz,
encadenando así el despotismo de Fernando VII, vino a excitar dulces ilusiones de un porvenir más
tranquilo. Dos órdenes circulares del Monarca español, comunicadas a los jefes de Ultramar, dieron
motivo para concebir tan lisonjeras esperanzas. Preveníase por la primera que fuesen puestos en
libertad y que volviesen a sus domicilios todos aquellos españoles europeos o americanos que se
encontraran presos o detenidos en cualquier punto del Reino por delitos políticos, o que se hallaran
fuera del territorio español. En su cumplimiento dirigió Morillo una proclama a los emigrados de la
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Juntas e independencias en el Nuevo Reino de Granada
Costa Firme y de la Nueva Granada, llamándoles para que regresaran a sus casas con toda seguridad.
“Vosotros, decía, estéis donde estuviereis, y sean cualesquiera que hayan sido vuestras opiniones,
acciones y circunstancias, podéis venir a vuestras casas a gozar de la tranquilidad de vuestros hogares
y de las ventajas del Gobierno representativo, que acaba de jurar la Nación y que nos hace libres como
debemos serlo. Este sagrado juramento es la única condición que Su Majestad exige de vosotros”.
En virtud de esta circular, los colombianos que se hallaban presos o confinados en España por el
delito de insurrección contra la Madre Patria, fueron puestos en libertad. Tuvieron entonces facultad de
regresar a la Nueva Granada los doctores Andrés María Rosillo, Fernando Caicedo y Manuel Escovar,
dignidades de las iglesias catedrales de Santafé y Popayán; Fray Mariano Escovar y Fray Diego Padilla,
antiguos patriotas, con otros varios eclesiásticos a quienes la tiranía de Morillo y de su Vicario Villabrille
arrancó de sus hogares para enviarlos presos a las cárceles de La Guaira o Puerto Cabello, y de allí
a España. El mismo General en Jefe dio también libertad a todos los eclesiásticos y seculares que se
hallaban en Venezuela sufriendo sus condenas por su amor a la independencia. Contáronse entre
ellos los abogados Ignacio Herrera y Joaquín Ortiz, y los Curas doctores Justiniano Gutiérrez, Pablo
Francisco Plata y algunos otros. Entre los patriotas distinguidos que obtuvieron su libertad en España,
deben mencionarse dos personajes célebres. Sea el primero el General Antonio Nariño, antiguo
Presidente Dictador de Cundinamarca, hecho prisionero en Pasto en 1813. Hacia seis años que estaba
encerrado en una cárcel de Cádiz. Extendida la revolución española y jurada la Constitución de las
Cortes de Cádiz, el Gobernador de esta plaza le puso en libertad. Establecido Nariño en la isla de León,
se unió a los más distinguidos patriotas para trabajar de consuno en la grande obra de la regeneración
española. Desde allí publicó tres cartas bajo el nombre de Enrique y Somoyar, en que combatía la
continuación de la guerra contra las Américas y pintaba con negros aunque verdaderos colores la
tiranía ejercida por Morillo en la Nueva Granada. Con tales escritos llamó sobre sí la atención pública
y la del Gobierno, que dispuso se le redujera de nuevo a prisión. Súpolo Nariño oportunamente y huyó
a Gibraltar. Aunque se le nombró Diputado suplente en las Cortes, no quiso exponerse nuevamente a
la indignación de los españoles contra los corifeos de la independencia americana. Pasó a Londres, y
de allí a Guayana, a fin de regresar a su patria.
El otro personaje célebre que recuperó su libertad fue un americano inocente que había sufrido treinta
y siete años de confinamiento en el presidio africano de Ceuta. Después de la revolución que hizo en
el Perú en 1781 don José Gabriel Tupac-Amaro, remoto descendiente de los incas, la que tenía por
lema Viva el Rey y muera el mal Gobierno, el jefe y principales compañeros fueron presos por medio de
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una falaz capitulación y decapitados en seguida. A pesar de que don Juan Tupac-Amaro, hermano del
muerto, no se mezclara en la revolución, el Virrey del Perú recibió en 1783 una real orden para enviar a
España y todos los Tupac-Amaros, a sus mujeres e hijos y a cuantas personas se creyeran por la opinión
común descendientes de los incas. Don Juan Tupac-Amaro fue embarcado para España, separándole
de su mujer e hijos. En 1785 llegó a Cádiz, donde tuvo la funesta noticia de que toda su familia había
perecido en la navegación. Estuvo preso tres años con una cadena; después fue confinado a Ceuta,
pasándosele para sus alimentos primero seis reales de vellón, que luego e aumentaron a ocho. En vano
tres monarcas habían reinado en España; en vano las Cortes limitaron el poder absoluto; y en vano
Tupac-Amaro, resto único de una ilustre prosapia americana, reclamó su libertad y que se administrara
a su inocencia la debida justicia. Todos los españoles europeos se la negaron hasta 1820, en que los
moradores liberales de Ceuta, después de proclamar la Constitución de las Cortes de Cádiz, pusieron
en libertad al desgraciado anciano, víctima infeliz de la política suspicaz de los Monarca
La segunda circular del Ministerio español era de naturaleza aún más importante que la mencionada
antes. Al comunicar a las autoridades civiles y militares de las provincias ultramarinas el manifiesto de
Fernando VII, se les prevenía por medio de una larga instrucción que abrieran negociaciones con los
jefes de los disidentes a fin de terminar la guerra desastrosa que desolaba a la España americana, como
se la llamaba entonces.
A pesar de que Fernando VII veía claramente serle ya imposible enviar un ejército para mantener la
dependencia de las Américas, que se le iban escapando, o para apoyar las negociaciones de paz, su
Ministerio resolvió dirigir una escuadrilla a la Costa Firme. Debíase componer de la fragata Ligera, la
corbeta Aretura y los bergantines Hércules y Hiena, a las órdenes del Capitán de Fragata don Ángel
Laborde. Estos buques se destinaban al apostadero de Puerto Cabello. La fragata Viva fue también
destinada al de Cartagena, con el objeto de perseguir y destruir los corsarios independientes, proteger
el comercio y auxiliar las operaciones militares del General en Jefe del ejército de Costa Firme. Estos
buques debían salir unidos y a la mayor brevedad.
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