mujeres entre la sociedad tradicional y las revoluciones burguesas

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La
costilla
proscrita:
mujeres entre la sociedad
tradicional
y
las
revoluciones burguesas
Por Jonathan Palla
En la sociedad de Antiguo Régimen la mujer estaba reducida a
una condición de inferioridad respecto al hombre. En el siglo
XVI encontramos un manual destinado a la mujer, que resume muy
bien esta situación, que por otra parte había sido sancionada
de alguna manera por la Contrarreforma.
“La Perfecta Casada” cuyo autor es Fray Luis de León, enseña
que la mujer debe obedecer al hombre porque “el estado de la
mujer en comparación con el marido es estado humilde… como son
los hombres para lo público, así las mujeres para el
encerramiento, y como es el hablar y salir a la luz, así de
ellas el encerrarse y el encubrirse”.
Este papel en que se pone a la mujer formaba parte de un
sistema más general en que la familia monogámica conyugal era
un mecanismo para trasmitir bienes y posiciones heredadas y
donde la sexualidad – la posición de la Iglesia al respecto es
tajante- era más bien de carácter instrumental (procreación).
Es decir, el amor y el placer no cuentan en la unión de los
cónyuges ni en la sexualidad.
A partir del siglo XVIII con el ascenso de la burguesía
comienza a sacudirse un poco el peso de los privilegios
masculinos. Así por ejemplo, la revolución francesa abre vías
legales como el derecho de herencia de las mujeres, el derecho
a ejercer ciertas profesiones que hasta entonces estaban
vedadas para ellas, etc. Algunas olas de este liberalismo
llegarán a las costas americanas: en ese marco se entiende la
actividad política y cultural de personajes como Mariquita
Sánchez de Thompson y otras “damas de sociedad” que se
involucraron en el proceso de mayo y que además escribieron
profusamente sobre la situación de sometimiento femenino,
llegando a actuar incluso contra la opinión dominante.
Es así como Mariquita se casa con su primo Martín de Thompson,
contra el dictamen de su padre, además de organizar tertulias
y escuelas para mujeres. En sus memorias Mariquita nos cuenta
que ni se les enseñaba a escribir a las mujeres para que no
entraran en relaciones con hombres no digitados por la
familia, como también para lo que estaban determinadas:
“Nosotras solo sabíamos ir a oír misa y rezar…”.
En 1828, Tomás de Anchorena, en una sesión en la Cámara de
Representantes, se opone a la educación de las mujeres, pues
para este representante de la burguesía porteña las mujeres
entienden mucho de perifollos y modas, pero poco de lo que
conduce en las niñas a aumentar la religión, la modestia, la
moral y las buenas costumbres. Por su parte, Juan Ignacio
Gorriti, (quien fuera miembro de la Junta Grande de gobierno
en 1811) escribe en sus Reflexiones (1836) que la misión de la
mujer es dar a luz muchos hijos, hilar y cocinar para la
familia.
Pero estas opiniones que tanto nos recuerdan a las ideas del
Fray León ¿eran apenas un reflejo de mojigatería de nuestro
tercer estado? En otras palabras, ¿son opiniones exclusivas de
las burguesías latinoamericanas? Si miramos a la que se
considera revolución burguesa por excelencia, la revolución
francesa, y dentro de ella al sector más radicalizado tenemos
que durante el gobierno de los jacobinos su periódico
expresaba: “mujeres… nunca asistáis a las asambleas populares
con el deseo de hablar allí”. El jacobino Amar, del comité de
Seguridad General, justificaba la prohibición y disolución de
la organización de mujeres militantes (Ciudadanas Republicanas
Revolucionarias) ante la Convención, el 30 de octubre de 1793,
diciendo que “…las mujeres no están hechas para pensamientos
superiores ni reflexiones serias… más expuestas al error y al
júbilo, cosa que sería desastrosa en la vida pública”.
Otro enragés, Chaumette, decía: “¿Desde cuándo le está
permitido a las mujeres abjurar de su sexo y convertirse en
hombres? ¿Desde cuándo es decente ver a mujeres abandonar los
cuidados devotos de su familia, la cuna de sus hijos, para
venir a la plaza pública, a la tribuna de las arengas (…) a
realizar deberes que la naturaleza ha impuesto a los hombres
solamente?”.He ahí una lectura limitada que invierte las
relaciones, porque si ellas se convierten en hombres, la
contra-lectura es que ellos se convierten en mujer.
La intervención de las mujeres entonces rompería la jerarquía
y no se las acepta en un pie de igualdad. Parece entonces que
resaltar sus cualidades como madres y reproductoras ha
servido, entre otras cosas, para borrar la importancia
política de los roles jugados por las mujeres históricamente e
incluso –a nivel más general- impedir que se involucren ha
sido un recurso para moderar más de un movimiento con
aspiraciones revolucionarias.
Si pensamos un momento que la revolución que se adjudica la
proclamación de los derechos del hombre y la igualdad entre
ellos, se los negaba a la otra mitad de la humanidad
tendríamos un termómetro más riguroso a la hora de explicar
hasta donde llegaron (y hasta donde no) las revoluciones
burguesas del XVIII-XIX. No obstante, fue la marcha de las
mujeres de Paris a Versalles la que terminó con la obstinación
de Luis XVI al llamado de la Asamblea Nacional.
Volviendo a nuestras costas, fue en la asonada chuquisaqueña
de 1809 (que había comenzado a cuartear el poder virreinal en
la región del Alto Perú) que Juana Azurduy se colocó al frente
de un ejército de indias, mestizas y criollas –apodadas las
Amazonas-cuestión que, de paso, nos demuestra que más allá de
la participación de mujeres excepcionales es un colectivo de
mujeres las que accionan para posibilitar procesos sociales.
Al mismo tiempo entender y explicar la participación de las
mujeres en los procesos históricos desmitifica aquellas falsas
contradicciones al estilo: o madres-femeninas o políticasmasculinas. Azurduy estaba casada con Manuel Ascencio Padilla,
otro luchador, y tuvo cinco hijos.
No deberíamos olvidar que las mujeres no forman un todo
monolítico, sino que ellas mismas se ven atravesadas por las
contradicciones de la sociedad de la cual forman parte. Hubo
damas de mejor posición económica que participaron donando
dinero y joyas para comprar armas, y ofreciendo sus casas para
reuniones “peligrosas”, como en la casa de Casilda Igarzábal
de Rodríguez Peña, que entre 1804 y 1810 reunió al llamado
Partido de la Independencia que integraron Juan José Castelli,
Nicolás y Saturnino Rodríguez Peña, Manuel Belgrano, Juan José
Paso y Martín Rodríguez, entre otros.
En todo caso parece claro que hubo mujeres que intervinieron a
través de vínculos cimentados por su posición económica y
social; y otras mujeres que intervinieron como parte de una
alianza entre la elite criolla y sectores populares, aunque
esta última no fue la que predominó.
En fin, si bien el ascenso de la burguesía a fines del siglo
XVIII parece ir acompañado de una mayor gravitación de la
mujer, en lo fundamental la opinión dominante siguió
pensándola como sirviente de la familia y el marido. Al
rescatar a estas mujeres de la revolución no debería obviarse
que no todas participaron de la misma manera y con idénticos
anhelos.
No obstante, el involucrarse de las mujeres en los procesos
revolucionarios es notorio y ha dado a dichos procesos un
carácter social e incluso hasta parece aportar su carácter
radical.
(*) Historiador .
-Bibliografía: Rodríguez Molas, R. “Sexo y matrimonio en la
sociedad tradicional”, en revista Todo es Historia. Nº 187,
Diciembre de 1982.Memorias y cartas de Mariquita Sánchez de
Thompson editadas bajo el título de Intimidad y Política. ED.
Adriana Hidalgo, 2004. García, C. “Mujeres de Tertulia y
Mujeres de Batalla”, en revista 200 años de Historia.
Historia, Debates y Actitud. Nº 2, Agosto de 2010. Mcphee, P.
La Revolución Francesa 1789-1799. ED. Crítica, 2003. Guerín,
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26/5/07.
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