Este pobre clamó, y le oyó Jehová, y lo libró de todas sus angustias

Anuncio
Lección 8 para el 20 de agosto
Jesús mostraba simpatía por las
personas y se preocupaba por ellas.
Ya en el Antiguo Testamento se
mostró como un Dios misericordioso.
Al encarnarse, mostró misericordia
por los que le rodeaban y nos enseñó
–por palabra y por ejemplo– a ser
misericordiosos también.
«Este pobre clamó, y le oyó Jehová, y lo libró de todas sus angustias»
(Salmos 34:6)
El Antiguo Testamento abunda en momentos
en los que las personas se quejan y claman a
Dios a causa de sus problemas (en ocasiones
causados por su propio pecado).
Lejos de apartar sus oídos de estos quejidos,
Dios mostró siempre misericordia y se
compadeció por la tribulación de los
sufrientes (ver Éxodo 2:23-25; Jueces 2:1618; 2ª de Reyes 13:23; Isaías 54:7-10).
Dios no es ajeno a su creación, sino que «el
Señor es muy misericordioso y compasivo»
(Santiago 5:11).
Hoy, Dios sigue escuchando nuestros
quejidos. Podemos seguir confiando hoy en
la compasión divina, porque «de la
misericordia de Jehová está llena la tierra»
(Salmo 33:5).
«Presentad a Dios vuestras necesidades, tristezas, gozos,
cuidados y temores. No podéis agobiarle ni cansarle… Su
amoroso corazón se conmueve por nuestras tristezas y aun
por nuestra presentación de ellas. Llevadle todo lo que
confunda vuestra mente. Ninguna cosa es demasiado grande
para que Él no la pueda soportar, pues sostiene los mundos y
rige todos los asuntos del universo. Ninguna cosa que de
alguna manera afecte nuestra paz es tan pequeña que Él no
la note. No hay en nuestra experiencia ningún pasaje tan
obscuro que Él no lo pueda leer, ni perplejidad tan grande
que no la pueda desenredar. Ninguna calamidad puede
acaecer al más pequeño de sus hijos, ninguna ansiedad puede
asaltar el alma, ningún gozo alegrar, ninguna oración
sincera escaparse de los labios, sin que el Padre celestial lo
note, sin que tome en ello un interés inmediato… Las
relaciones entre Dios y cada una de las almas son tan claras y
plenas como si no hubiese otra alma por la cual hubiera dado
a su Hijo amado»
E.G.W. (El camino a Cristo, pg. 100)
«Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban
desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor» (Mateo
9:36)
Tener compasión por alguien implica
simpatizar con él, entristecerse por su
sufrimiento y comprender sus sentimientos
(simpatía, lástima y empatía).
Compadecerse no es solamente comprender el
sufrimiento del otro, es un deseo de aliviarlo y
remediarlo.
Jesús se compadeció de las personas y, como
resultado, les enseñaba, les sanaba, les
escuchaba y oraba por ellos (Mateo 14:14;
9:35-38; Lucas 7:11-16).
Siguiendo el ejemplo de Jesús,
nuestra compasión debe tener
dos componentes
fundamentales: ser sincera y
activa (manifestarse en actos
de bondad).
«Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran»
(Romanos 12:15)
¿Por qué lloró Jesús ante la tumba de
Lázaro cuando su propósito era resucitarlo
inmediatamente? (Juan 11:35).
«Aunque era Hijo de Dios, había
tomado sobre sí la naturaleza
humana y le conmovía el pesar
humano. Su corazón compasivo y
tierno se conmueve siempre de
simpatía hacia los dolientes. Llora
con los que lloran y se regocija con
los que se regocijan… Su corazón
fue traspasado por el dolor de la
familia humana de todos los siglos y
de todos los países» (Elena White, «El
Deseado de todas las gentes», pp. 490-491).
«El señor de aquel siervo, movido a misericordia,
le soltó y le perdonó la deuda» (Mateo 18:27)
Jueces 2:18 nos dice que Dios fue «movido a misericordia»
por los gemidos de su pueblo. ¿Qué significa ser movido a
misericordia?
Lucas 10:33 nos habla de un samaritano que fue «movido
a misericordia». Se puso en el lugar del herido (empatizó
con él) y, aún a riesgo de sufrir pérdidas físicas o
materiales, le ayudó.
Lucas 15:20-32 nos muestra a un padre que fue «movido a
misericordia». Derrochó de lo que tenía y puso de lado su
propia dignidad con tal de restaurar a su extraviado hijo,
aun a costo de una
importante
discusión familiar.
Ser movido a misericordia implica
involucrarnos con el sufrimiento de otros
y procurar ayudarles sin importar el costo.
«el cual nos consuela en todas nuestras
tribulaciones, para que podamos también nosotros
consolar a los que están en cualquier tribulación,
por medio de la consolación con que nosotros somos
consolados por Dios» (2ª de Corintios 1:4)
Así como Cristo nos consuela en
nuestros sufrimientos, podemos
nosotros consolar a otros. Por
haber sufrido nuestras tristezas,
podemos ministrar mejor a otros
en las de ellos.
Compuesta por cristianos dispuestos a
consolar, la iglesia se convierte en una
«ciudad de refugio», un hospital del cual
fluye sanidad para los sufrientes.
Consolar implica una simpatía sincera;
llorar con los que lloran; estar presentes en
los momentos de dificultad; escuchar sin
criticar; buscar consejo profesional, si es
necesario; orar con y por los sufrientes; …
«Hablad palabras de fe y valor que
serán como bálsamo sanador para el
golpeado y herido. Muchos son los
que han desmayado y están
desanimados en la gran lucha de la
vida, cuando una palabra de
bondadoso estímulo los hubiera
fortalecido para vencer. Nunca
debemos pasar junto a un alma que
sufre sin tratar de impartirle el
consuelo con el cual somos nosotros
consolados por Dios»
E.G.W (El Deseado de todas las gentes, pg. 466)
Descargar