Orden de Frailes Menores

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Orden de Frailes Menores
Con el corazón y la mente vueltos al Señor
Enviados al mundo para anunciar la Palabra a los hermanos
entre hermanos
Esquema para la lectura orante de la Palabra de Dios en
fraternidad
en preparación al Capítulo general 2009
Curia general OFM - Roma 2008
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Con el corazón y la mente vueltos al
Señor
Enviados al mundo para anunciar la Palabra a los hermanos
entre hermanos
Esquema para la lectura orante de la Palabra de Dios en fraternidad
en preparación al Capítulo general 2009
El presente subsidio para la oración fue pensado como una ayuda a
nuestras fraternidades esparcidas por todo el mundo, para que puedan
vivir la preparación al Capítulo general 2009, en sintonía profunda
con la Palabra del Evangelio. Es la «Palabra del Padre» que se ha
hecho carne para nosotros en el vientre de la «beatísima siempre
virgen, santa María». Es la Palabra que es «Espíritu y Vida» para
cada uno de nosotros. Es la Palabra que constituye nuestra «forma de
vida». Es la Palabra perfumada a la que estamos llamados a gustar y
vivir. Es la Palabra de cuya «fragancia» estamos llamados a
«administrar a nuestros hermanos» y difundirla por el mundo entero.
Este instrumento de escucha orante de la Palabra de Dios puede
convertirse en un instrumento útil de oración para los Definidores de
las diversas Entidades, como también para un día de retiro al interno
del Capítulo provincial, de un Capítulo de las esteras o de una
fraternidad.
Se ofrecen tres esquemas para la lectura orante de la Palabra de Dios
en clave franciscana, fundamentados en torno al tema del Evangelio
como nuestra forma de vida que es, del ser hermanos y el de ser
enviados al mundo a evangelizar.
El primer esquema nos pone en escucha de la palabra evangélica
contenida en el primer capítulo de la Regla no bulada; el segundo
esquema nos confronta con el pasaje del lavatorio de los pies según
San Juan, texto predilecto de san Francisco para plasmar
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evangélicamente las relaciones fraternas; el tercer esquema es el
evangelio de la misión, frente al cual Francisco percibió una sintonía
extraordinaria «Esto es lo que yo quiero, esto es lo que yo busco, esto
es lo que en lo más íntimo del corazón anhelo poner en práctica» (IC
22).
Naturalmente que en el uso de este subsidio es completamente válida
la regla de oro de adaptarlo a las diversas sensibilidades culturales
«según los lugares y los tiempos» (Rb 4), con la finalidad de
permanecer más fieles al Espíritu que a la letra y a la forma.
I. La lectura orante de la Palabrada Dios en clave franciscana
Antes de presentar los esquemas propuestos, conviene recordar de
manera sintética el método de la lectura orante de la Palabra de Dios
en clave franciscana, teniendo en cuenta su utilización en un contexto
de fraternidad. Y también es conveniente que tengamos presentes las
indicaciones dadas por el Capítulo general extraordinario de 2006 de
valorizar la «Metodología de Emaús»:
«El proceso subyacente es simple y sencillo como todo lo que
es fundamental: reunirse, hablar sobre lo que nos ha
ocurrido, compartir el Evangelio, releer la Regla, orar y
alabar a Dios “por todos sus dones”, celebrar la comunión
fraterna, y regresar a nuestros hermanos de fraternidad y a
nuestros hermanos y hermanas del mundo entero con la
Buena Noticia que ha transformado nuestras vidas» (El
Señor nos habla en el camino 2006, n. 45).
1. Preparación
El primer momento de la lectio va dedicado a la preparación del
corazón, a la escucha. Por ello, resulta oportuno iniciar la lectio con
algunos minutos de silencio en los cuales:
 Encontramos una posición física que nos facilite el
recogimiento y la escucha atenta,
5


Liberar la mente y el corazón de las preocupaciones y de las
distracciones,
Invocamos juntos y prolongadamente el don del Espíritu
Santo, que sólo puede purificar, iluminar y encender nuestro
corazón para hacer posible el vivir la escucha del Evangelio
como escucha de la persona viva que es Jesús, y que entra en
diálogo con nosotros.
2. Lectura y escucha de la Palabra de Dios
En el segundo momento de la lectio leamos el texto con simplicidad
y candor,
 para acoger el sentido global de la Palabra escuchada,
 para verificar la comprensión con los instrumentos
adecuados.
3. Interiorización y asimilación de la Palabra de Dios
 En el tercer momento se recomienda memorizar un versículoclave que sintetice el sentido global del pasaje leído. La
palabra memorizada es aquella que nos acompaña en la
jornada, o durante el tiempo fuerte, para poder introducir
raíces dentro de nosotros.
 Después de un conveniente tiempo de silencio, es necesario
reflexionar sobre los significados permanentes que el pasaje
expresa. Así como las continuas llamadas de atención que
implica sobre la vida. Identificamos entonces las resistencias
presentes en nosotros y en la fraternidad, así como los
aspectos que hay que hacer crecer.
 Traemos a nuestra atención algún texto de nuestra tradición
franciscanos que podamos integrar en nuestra reflexión
personal y fraterna, también podemos considerar la
dimensión de nuestro carisma y permanecer en contacto con
nuestras fuentes, a fin de tratar de actualizar en el hoy los
contenidos del Evangelio.
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4. Restitución
Finalmente, es bueno «restituirle» a Dios la Palabra recibida por Él
mismo en el Espíritu.
 A través de una oración de alabanza, de agradecimiento y
de bendición, de súplica y de invocación al Señor.
 A través de la identificación de un compromiso que se acepta,
de una actitud por cultivar, de una promesa buena por
cumplir. El compromiso de vida como «restitución», que
nace del haber escuchado lo que el Señor nos propone – a
través de su Palabra – en respuesta a nuestra pregunta:
«¿Señor qué quieres que haga?».
Primer esquema:
Con el corazón y la mente vueltos al Señor
Para vivir según la forma del santo Evangelio.
1. Preparación
El que guía la lectio invita al silencio y al recogimiento. Es oportuno
que explique el significado de este momento. Una vez hecho el signo
de la cruz se puede comenzar a invocar al Espíritu santo.
Nos podemos ayudar de un catálogo de cantos de Taizé, como aquél
propuesto por la huella o algún otro que conozcan los presentes. Es
bueno que el canto del catálogo se prolongue por algunos minutos,
en modo tal de disponerse a una real sintonía con el Espíritu.
Veni Sancte Spiritus, tui amoris ignem accende
Veni Sancte Spiritus, veni Sancte Spiritus.
En alternativa al canto del catálogo se pueden dejar algunos
minutos de invocación espontánea al Espíritu Santo, cada
participante se puede expresar en la lengua que le sea más familiar.
v. gr.:
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Ven, Espíritu Santo, abre nuestros corazones
para acoger las palabras de Jesús,
haz que a la luz de esta palabra
podamos interpretar nuestra vida y vocación…
2. Lectura y escucha de la Palabra de Dios
Lectura Evangélica
Cuando el que guía la lectio considera que se ha logrado un clima
suficientemente apto para la escucha, invita a uno de los
participantes a proclamar la palabra del Evangelio.
Posibles pasajes evangélicos:
 La casa sobre roca: Mt 7, 21-27
 El joven rico: Mt 19, 16-29
 Exigencias del seguimiento: Lc 9, 57-62
Para la comprensión del texto
La casa sobre roca: Mt 7, 21-27
«No todo el que me diga: "Señor, Señor, entrará en el Reino de los
Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial.
22 Muchos me dirán aquel Día: "Señor, Señor, ¿no profetizamos en
tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre
hicimos muchos milagros?"
23 Y entonces les declararé: "¡Jamás os conocí; apartaos de mí,
agentes de iniquidad!".
24 «Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en
práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre
roca:
21
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cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y
embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba
cimentada sobre roca.
26 Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica,
será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena:
27 cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos,
irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina».
25
Esta comparación tiene una fuerza inaudita. Con pocos trazos
vigorosos Jesús diseña dos cuadros: la casa que un hombre prudente
ha construido sobre roca – la casa que un hombre insensato fabricó
sobre arena. Se requiere que se represente un poco el ambiente y la
manera en que se construyen las casas en Palestina, posiblemente
edificadas con piedras, lodo y palos. Suceden cosas distintas con
cada una de las casas. Respecto a la primera: Cayeron las lluvias,
vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra
aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca.
En cambio la otra está inmediatamente en peligro porque: cayeron
las lluvias, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron
contra aquella casa y la arena sobre la que fue construida es
arrastrada con facilidad y quedó en ruinas de manera irremediable.
Jesús nos presenta a dos constructores como ejemplos. ¿A cuál de los
dos nos queremos asemejar cuando construyamos la casa de nuestra
vida? Según el juicio de los hombres uno fue sabio y prudente, el
otro en cambio, fue un insensato que merece justamente «el castigo y
la mofa». Respecto a las enseñanzas de Jesús debemos de tener muy
en cuenta que: quien lo escucha y lo sigue es un hombre prudente; en
cambio, quien solamente escucha, pero no vive lo que se le pide, es
un necio. Solamente hay dos posibilidades, y aunque la única cosa
verdaderamente decisiva es «el hacer». «Poned por obra la palabra y
no os contestéis sólo con oírla» (St 1,22). Esta no es, como en la
narración, una prudencia o una insensatez simplemente huma o
terrena. Aquí no se trata de aquello que ha sucedido en la vida
presente, es decir, no quiere decir que la casa material haya
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permanecido salda. Se habla de algo más profundo. Porque si
solamente se hablara de manera terrena entonces el insensato podría
aprender a ser prudente y construir una nueva casa mejor que la
anterior. Aquí podemos preguntarnos ¿Es posible que a los
discípulos de Jesús les pase esto? Jesús dice: «todo el que oiga estas
palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre
prudente o sabio…», es decir en el día del juicio: El huracán de la
narración evangélica es descrito con colores muy fuertes a fin de
hacer pensar en la catástrofe que cerrará la historia. «Cayeron las
lluvias, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron
contra aquella casa…». Esta imagen asemeja el huracán
escatológico, que decide una vez por todas, la suerte de la casa de tu
vida: ninguno podrá comenzar a edificar una segunda vez. Si la casa
es destruida permanecerá en ruina, para siempre.
Estas palabras le dan a todo el discurso de la montaña una
profundidad y una eficacia particular. Tú solamente puedes construir
una casa en este y en el otro mundo. Las palabras de Jesús nos
indican donde debemos poner los fundamentos para poder resistir al
huracán del juicio; pero escuchar y conocerlo no basta, si
efectivamente no construimos sobre roca, es decir, si no ponemos en
práctica su palabra. Todo apremia; no solamente porque así lo quiere
Dios o porque así fue revelado por Jesús, sino porque para cada uno
el tiempo urge. La vida es una e irrepetible, y el juicio final es
inevitable. Solamente el que construya su vida teniendo como único
ideal a Dios, su reino y su justicia, lo podrá superar. (W. Trilling,
Vangelo secondo Matteo, 141-142).
El joven rico: Mt 19, 16-29
«16 En esto se le acercó uno y le dijo: «Maestro, ¿qué he de hacer de
bueno para conseguir vida eterna?». 17 El le dijo: «¿Por qué me
preguntas acerca de lo bueno? Uno solo es el Bueno. Mas si quieres
entrar en la vida, guarda los mandamientos». 18 «¿Cuáles?» - le dice
él. Y Jesús dijo: «No matarás, no cometerás adulterio, no robarás,
no levantarás falso testimonio, 19 honra a tu padre y a tu madre, y
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amarás a tu prójimo como a ti mismo». 20 Dícele el joven: «Todo eso
lo he guardado; ¿qué más me falta?». 21 Jesús le dijo: «Si quieres
ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y
tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme». 22 Al oír estas
palabras, el joven se marchó entristecido, porque tenía muchos
bienes.
23 Entonces Jesús dijo a sus discípulos: «Yo os aseguro que un rico
difícilmente entrará en el Reino de los Cielos. 24 Os lo repito, es más
fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que el que un rico
entre en el Reino de los Cielos». 25 Al oír esto, los discípulos, llenos
de asombro, decían: «Entonces, ¿quién se podrá salvar?». 26 Jesús,
mirándolos fijamente, dijo: «Para los hombres eso es imposible, mas
para Dios todo es posible».
27 Entonces Pedro, tomando la palabra, le dijo: «Ya lo ves, nosotros
lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué recibiremos, pues?».
28 Jesús les dijo: «Yo os aseguro que vosotros que me habéis
seguido, en la regeneración, cuando el Hijo del hombre se siente en
su trono de gloria, os sentaréis también vosotros en doce tronos,
para juzgar a las doce tribus de Israel.
29 Y todo aquel que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre,
madre, hijos o hacienda por mi nombre, recibirá el ciento por uno y
heredará vida eterna».
El pasaje del «joven rico» se encuentra en una amplia sección (cc.
19-25) del Evangelio, es una sección que es continuada por los
capítulos que hablan de la Pasión. Esta sección está caracterizada por
el progresivo acercarse a Jerusalén de parte de Jesús y de sus
discípulos. A este movimiento geográfico le corresponde un aumento
de tensión entre Jesús y los jefes de los judíos, y con la institución
religiosa misma (templo). Las etapas de acercamiento están
señaladas de explicitas menciones del abandono de la Galilea y de la
entrada en Judea, del paisaje de Jericó y de la organización y
desenvolvimiento de la entrada de Jesús en Jerusalén con investidura
mesiánica. Sobre el plan literario la sección está caracterizada de la
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absoluta prevalencia de instrucciones y disputas, y se da un solo
milagro.
En este ambiente se mueve Jesús y los Doce, cuidadosamente
instruidos sobre las condiciones del seguimiento (c. 19), sobre su
venida final (cc. 24 y 25) y llamados a compartir su suerte de siervo
fiel (20, 17-28) y del juicio escatológico de Israel (19,28). Cerca de
Jesús está la muchedumbre que todavía está de su parte en el
enfrentamiento con los jefes y que lo aclaman como Mesías e hijo de
David (21, 9-11). Entre la multitud un puesto especial es reservado a
los niños (19,13; 21,15s.) hasta llegar a identificarse con ellos (25,
40.45). Del lado opuesto se encuentran los jefes, los fariseos y
escribas, los sumos sacerdotes y ancianos, que en repetidas ocasiones
son llamados en causa de manera directa en las disputas y también de
manera metafórica, pero evidente, en las parábolas (cc. 21-23).
El pasaje que meditamos está al inicio de la sección, antes todavía de
la llegada a Jerusalén, forma parte de un conjunto de instrucciones a
los discípulos sobre el divorcio, sobre las riquezas y sobre el
seguimiento.
El pasaje, unificado por los temas del seguimiento y de la riqueza en
relación con la vida eterna, se puede dividir en dos partes: el diálogo
con el joven rico (vv. 16-22); diálogo con los discípulos (vv. 23-30).
El joven, más allá de su edad y de su categoría social, es aquél que se
dirige al maestro para encontrar una dirección en el camino de la
vida (Sal 119, 9-10).
En las dos partes se repite un diálogo en tres tiempos entre Jesús y el
joven y posteriormente entre Jesús y sus discípulos.
Las dos secuencias están caracterizadas por un aumento gradual de
intensidad de la propuesta, de su profundización y de la promesa. El
primer vértice se da con la llamada y con la promesa dirigida al
joven, el segundo con la promesa dirigida a los discípulos que lo han
seguido y aquellos que han abandonado todo.
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La pregunta inicial del joven está en el estilo de la discusión
escolática rabínica: que debo hacer de bueno. Es la búsqueda de la
observancia de la ley (Dt 12, 28; Sal 34,15). El tema de la vida eterna
era también frecuente en las discusiones rabínicas. Jesús responde de
manera gradual y al final transformará los términos de la pregunta:
«si quieres ser perfecto». Jesús responde poniendo la atención sobre
todo en la figura de Dios, el único Bueno. Es a la luz de este Bueno,
que en el discurso del monte se ha manifestado como misericordioso
(5,45) y perfecto (5,48), que toman sentido las palabras de la Ley y
todavía más la petición fundamental de Jesús. Jesús responde en un
primer tiempo según el estilo de las disputas rabínicas: hacer el bien
es observar la ley. Él solamente cita los mandamientos que se
refieren a la relación con el prójimo (IIª mesa) y concluye con el
texto del Levítico (Lv 19,18) que resume y explica el alma: «amarás
a tu prójimo…». La misma conclusión ha sido puesta por el primer
evangelista en la sección en donde trata la antítesis en el «discurso de
la montaña» (5,43) y retornará en la discusión sobre el más grande
de los mandamiento (22,39).
Esta respuesta en realidad es solo un pasaje. El joven no ha hecho
suya la nueva dirección evangélica de los mandamientos, y por ello
puede afirmar que siempre ha observado la ley. Jesús retoma el
diálogo con la verdadera y explícita propuesta llamando la atención
al tema del ser perfecto, ya propuesto en el discurso del monte. La
perfección está más allá de los mandamientos, o mejor, los realiza en
una nuevo modo y adecuándolos a una nueva compresión de Dios
que Jesús ha revelado: se trata de compartir los bienes con los pobres
y de seguir a Jesús (=compartir su estilo de vida y su destino de
servicio en el donarse a sí mismo, en una relación personal con él).
La perfección no es una vida privilegiada reservada a una élite, sino
la condición del verdadero discípulo que desea entrar en la vida,
salvarse. Sin embargo, el joven no toma en la promesa hecha por
Jesús («tendrás un tesoro en el cielo» la posesión del reino,
justamente prometido a los pobres (5,3), y la integridad de vida de
quien pone su corazón en el Señor (6,21), hace posible el anuncio y
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la comunión de vida de Jesús (seguimiento). El diálogo con los
discípulos, introducido por el comentario de Jesús a la triste
conclusión del diálogo del joven, que explicita el motivo de su
rechazo.
La relación con los bienes ya anunciado en el c. 6 en el «discurso de
la montaña», es decisivo para la salvación, signo de la propuesta de
Jesús: se trata de saber, de hecho, a través de los comportamientos y
las actitudes precisos respecto a los bienes, a quien o a que cosa
ponemos como fundamento y sostén (=amar-darse la gran vida 6,24)
de nuestra vida. La imposibilidad para el rico es expresada de forma
paradójica con el camello y el ojo de la aguja, y confirmada por la
sucesiva sentencia de Jesús, existe mientras que uno es rico, es decir,
hasta que el fundamento de la propia vida esté puesto en los bienes
que posee.
La continuación del diálogo con los discípulos, desconcertados frente
a esta posibilidad humana (19,25), pone en luz que poseer la vida
eterna, renunciar a los bienes y seguir a Jesús, es un don de Dios.
Los discípulos, que de hecho han realizado esta elección, Jesús les
promete / les confirma la participación en su gloria escatológica de
Juez. Pero más allá del grupo histórico de los Doce, a todos los
discípulos que por seguir a Jesús, han dejado bienes y afectos
familiares les promete la vida eterna y el ciento por uno. No se trata
de una recompensa por la presentación ofrecida (renunciar a los
bienes), sino de un don que supera toda proporción. Se trata de una
promesa escatológica, de la cual en la histórica fraternidad cristiana
se vive un anticipo y un signo, pero que se cumplirá en la
resurrección.
La lógica de los méritos aquí es excluida como parece indicar la
sentencia conclusiva respecto a la inversión de los porcentajes
humanamente lógicos. La sentencia se refiere ciertamente a los
discípulos históricos, en relación con los potentes de la tierra y los
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fariseos perfectos, pero es una advertencia a los jefes de la
comunidad, para que vivan su propio “rol” de manera evangélica.
Francisco pone al inicio de la Regla dos citas de este pasaje y sus
paralelos, recogiendo en esas frases evangélicas el sentido y la
identidad nuclear del ser hermano menor. Parece que para él ser
hermano menor significa simplemente ser discípulo de Jesús.
Ciertamente que la relación con los bienes también ha sido para él un
medio significativo en relación con la fidelidad a la identidad de los
discípulos.
(G.
Patton,
Schede
FoPe
Matteo/5http://www.ofmtn.pcn.ney/).
Exigencias del seguimiento: Lc 9,57-62
«57Mientras iban caminando, uno le dijo: «Te seguiré adondequiera
que vayas». 58 Jesús le dijo: «Las zorras tienen guaridas, y las aves
del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la
cabeza». 59A otro dijo: «Sígueme». El respondió: «Déjame ir
primero a enterrar a mi padre». 60 Le respondió: «Deja que los
muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de
Dios». 61 También otro le dijo: «Te seguiré, Señor; pero déjame
antes despedirme de los de mi casa». 62 Le dijo Jesús: «Nadie que
pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de
Dios».
Mientras iban de camino… (y nosotros conocemos la meta), un tal,
tal vez un discípulo (Mt 9,19 dice: un escriba) que ya caminaba con
él, le dijo: «Te seguiré adondequiera que vayas». Y Jesús, que ya ha
indicado algunas condiciones para ser discípulo (9, 23-24), ahora le
permite indicar y tocar con la mano la situación en la cual se dará
cuenta si verdaderamente quiere seguirlo: «Las zorras tienen
guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene
donde reclinar la cabeza». Jesús no es un hombre que forme a sus
discípulos escondiendo la verdad. No sólo dice que al final del
camino está Jerusalén con toda su carga de sufrimiento, muerte y
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vida, sino que también dice que el mismo camino está plagado de
dificultades. El rechazo apenas experimentado lo indica en el
Evangelio de Lucas continuará a presentar a Jesús como un errante,
sin morada fija. Su vida tiene una finalidad: anunciar el alegre
mensaje también a las otras ciudades (4,43), y por ello él debe estar
siempre disponible para andar a otros lugares. Esta tarea hace vivir al
apóstol en la inseguridad del mañana, no le permite de formarse un
nido sobre la tierra. El desprendimiento de los bienes de este mundo
debe ser total y es tan importante que ya ha hablado de ello (9,3) y
continuará a hacerlo, hasta llegar a la frase más dura que resonará en
14,33. No sabemos si el interlocutor de Jesús acogió la invitación y
lo siguió o continuó a seguirlo. Lucas deja que cada lector decida por
sí mismo.
Él en su escrito solamente habla de las condiciones puestas por Jesús,
y esto sucede en adelante también en el segundo caso. Aquí no se
trata de uno que se ofrece a Jesús (Mt 8,21-22 es un poco diverso),
sino de uno al que Jesús le dijo: «¡Sígueme!». Este no se niega, pero
él mismo pone una condición: «Déjame ir primero a enterrar a mi
padre». Ciertamente no había muerto en aquel instante; él pide de
reenviar la decisión hasta que haya cumplido con todos sus deberes
respecto a sus progenitores, como lo pedía la Ley. Jesús no niega la
importancia de este compromiso, al contrario desaprueba a aquellos
que descuidan y desprecian el mandamiento de Dios: honra a tu
padre y a tu madre (Mc 7,10-13; Mt 15,3-6). Pero aquí está hablando
de las exigencias del reino; esas están por encima de cualquier otro
precioso actuar humano, que por sí mismas no lo impiden. Solamente
hace notar que el anuncio del reino urge; no acepta retardos; se
requiere obrar, no cuando los progenitores están ya muertos. Si el
reino no viene aceptado ahora, si ahora –en el momento de la
llamada- no se convierte y no se entra en la nueva vida del reino, y
no se acepta el imperativo: «tú vete a anunciar el Reino de Dios», se
continúa a pertenecer a aquel mundo de muertos (= aquellos que no
han aceptado la nueva vida) que continúan a enterrar a sus muertos.
16
Para Jesús la decisión debe de ser rápida, apenas resuena la llamada.
No hay tiempo que perder.
Y hay un tercer caso. Se trata de uno que, como el primero, se
ofrece a Jesús y le dice que lo quiere seguir. Pero primero quiere
saludar a sus parientes, como hizo Leví con sus amigos (Lc 5, 27-32)
o como Elías le permitió hacer a Eliseo (I Re 19,19-21). Jesús no
parece contradecir o contrastar a su interlocutor. Aquí Jesús se limita
a citar un cierto tipo de proverbios: «Nadie que pone la mano en el
arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios». Ve y saluda
a quien tú quieras, pero cuando te decidas, recuerda que no puedes
volver atrás. El discípulo es aquel que no mira nunca hacia atrás, ni
para lamentarse o molestarse por lo que ha abandonado, ni para
deleitarse de cuanto ya ha realizado siguiendo a Jesús. El discípulo
no es nunca uno que se repliega sobre el pasado, sino que lo olvida,
como Paolo: «olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por
delante, corriendo hacia la meta» (Flp 3,13). Así se ha comportado
Jesús, y nosotros, mirando adelante fijamos nuestra mirada en él que
camina delante de nosotros hacia Jerusalén (Mc 10,32; Hb 12,1-2).
Después de haber escuchado estas enseñanzas de Jesús, nos
encontramos ya un poco preparados para la misión. (Galizzi,
Evangelio según Lucas, 234-235).
3. Interiorización y asimilación de la Palabra de Dios
Resonancia y memorización de un versículo-clave
Terminada la escucha del pasaje evangélico se deja un tiempo de
silencio para la relectura personal del pasaje y para dejar resonar
una palabra dentro del corazón, es la palabra que hay que imprimir
en la memoria y portar con nosotros durante el transcurso del día.
Si la lectio se realiza en el contexto de un medio día de retiro, es
conveniente que a este punto los participantes se retiren en silencio y
en soledad para la reflexión y la interiorización personal.
17
Lectura franciscana de profundizar
En el tiempo de reflexión personal, para interpretar el Evangelio a la
luz del carisma de san Francisco, se sugiere la lectura de dos textos
sobre el tema de la « restitución», que se pueden encontrar en los
Escritos de San Francisco.
Rnb I,1-4
Cap. I: Que los hermanos deben vivir sin propio y en castidad y
obediencia
«1La regla y vida de estos hermanos es ésta, a saber, vivir en
obediencia, en castidad y sin propio, y seguir la doctrina y las huellas
de nuestro Señor Jesucristo, quien dice:
2«Si quieres ser perfecto, ve y vende todo lo que tienes y dáselo a los
pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; y ven, sígueme» (Mt 19,21;
cf. Lc 18,22). 3Y: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí
mismo y tome su cruz y sígame» (Mt 16,24). 4 Del mismo modo: «Si
alguno quiere venir a mí y no odia padre y madre y mujer e hijos y
hermanos y hermanas, y aun hasta su vida, no puede ser discípulo
mío» (Lc 14,26). 5«Y: Todo el que haya dejado padre o madre,
hermanos o hermanas, mujer o hijos, casas o campos por mí, recibirá
cien veces más y poseerá la vida eterna» (cf. Mt 19,29; Mc 10,29; Lc
18,29).
Rb I, 1
«1La regla y vida de estos hermanos es ésta, a saber, vivir en
obediencia, en castidad y sin propio, y seguir la doctrina y las huellas
de nuestro Señor Jesucristo».
18
Para facilitar la interiorización y asimilación de la Palabra de
Dios:

Trata de leer el pasaje evangélico a la luz de la metodología
de Emaús: ¿Qué le dice a tu vida de fraile menor y a la vida
de la fraternidad de la cual formas parte? ¿Percibes alguna
palabra de consolación capaz de hacer arder o encender el
corazón? ¿Qué elementos de reprensión y de provocación
contienen? ¿Hacia qué elecciones estimula?
Durante el tiempo de la reflexión personal es conveniente dejarse
provocar también de las preguntas que se ponía el joven Francisco de
Asís, preguntas que posteriormente orientarán nuestra vida y nuestras
elecciones:

«Señor, ¿qué quieres que haga?» «Altísimo, glorioso Dios,
ilumina las tinieblas de mi corazón».
4. Restitución
A la hora fijada los participantes se reunirán de nueva cuenta y
podrán iniciar releyendo en alta voz aquella palabra o aquél
versículo que llevarán en el corazón. Después se puede pasar a
compartir las reflexiones maduradas en el silencio y en las oraciones
personales. Y es conveniente concluir la propia reflexión con una
breve oración de alabanza, de petición, de ayuda para poder vivir el
compromiso identificado por si mismo y por la fraternidad.
Es oportuno concluir juntos con una oración de alabanza de la que
habla la « Regla no bulada».
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Alabanza y acción de gracias
Rnb XXIII, 1-5
«1Omnipotente, santísimo, altísimo y sumo Dios, Padre santo (Jn
17,11) y justo, Señor rey del cielo y de la tierra (cf. Mt 11,25), por ti
mismo te damos gracias, porque, por tu santa voluntad y por tu único
Hijo con el Espíritu Santo, creaste todas las cosas espirituales y
corporales, y a nosotros, hechos a tu imagen y semejanza, nos pusiste
en el paraíso (cf. Gn 1,26; 2,15). 2Y nosotros caímos por nuestra
culpa. 3Y te damos gracias porque, así como por tu Hijo nos creaste,
así, por tu santo amor con el que nos amaste (cf. Jn 17,26), hiciste
que él, verdadero Dios y verdadero hombre, naciera de la gloriosa
siempre Virgen la beatísima santa María, y quisiste que nosotros,
cautivos, fuéramos redimidos por su cruz y sangre y muerte. 4Y te
damos gracias porque ese mismo Hijo tuyo vendrá en la gloria de su
majestad a enviar al fuego eterno a los malditos, que no hicieron
penitencia y no te conocieron, y a decir a todos los que te conocieron
y adoraron y te sirvieron en penitencia: Venid, benditos de mi Padre,
recibid el reino que os está preparado desde el origen del mundo (cf.
Mt 25,34). 5Y porque todos nosotros, miserables y pecadores, no
somos dignos de nombrarte, imploramos suplicantes que nuestro
Señor Jesucristo, tu Hijo amado, en quien bien te complaciste (cf. Mt
17,5), junto con el Espíritu Santo Paráclito, te dé gracias por todos
como a ti y a él os place, él que te basta siempre para todo y por
quien tantas cosas nos hiciste. Aleluya».
20
Segundo esquema:
Con el corazón y la mente vueltos al Señor
Para hacerse hermanos y siervos los unos de los otros.
1. Preparación
Quien guía la lectio invita al silencio y al recogimiento. También es
oportuno que enfatice el significado de este momento. Una vez hecho
el signo de la cruz se puede iniciar a invocar al Espíritu Santo.
Se pueden ayudar del catálogo de Taizé, como el propuesto
anteriormente de las huellas o alguno conocido por los presentes. Es
conveniente que el canto del catálogo se prolongue por algunos
minutos, de tal manera que ayude a disponerse a una verdadera
sintonía con el Espíritu.
Ven Espíritu Santo, enciende el fuego de tu amor
Ven Espíritu Santo, ven Espíritu Santo.
Otra alternativa al canto del catálogo es la posibilidad de dejar
algunos minutos de invocación espontánea al Espíritu Santo, cada
uno de los participantes puede expresarse en la lengua que le resulte
más familiar.
v. gr.
Ven, Espíritu Santo, abre nuestros corazones
para que podamos acoger las palabras de Jesús,
permite que a la luz de esta palabra
podamos interpretar nuestra vida y vocación…
2. Lectura y escucha de la Palabra de Dios
Lectura Evangélica
Cuando el que guía la lectio considera que se ha logrado un clima lo
suficientemente apropiado de escucha, invita a uno de los
participantes a proclamar la palabra del Evangelio
Posibles pasajes evangélicos:
21



Jesús lava los pies a los discípulos: Jn 13,1-17.
La grandeza de servir: Mt 20,17-28.
Un solo Padre, un solo Maestro y todos hermanos: Mt
12.
23,1-
Para la comprensión del texto
Jesús lava los pies a sus discípulos: Jn 13,1-17
«1 Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado
su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los
suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.
2 Durante la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón a
Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle, 3sabiendo
que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido
de Dios y a Dios volvía, 4 se levanta de la mesa, se quita sus vestidos
y, tomando una toalla, se la ciñó.
5 Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los
discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido.
6 Llega a Simón Pedro; éste le dice: «Señor, ¿tú lavarme a mí los
pies?».
7 Jesús le respondió: «Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo
comprenderás más tarde».
8 Le dice Pedro: «No me lavarás los pies jamás.» Jesús le respondió:
«Si no te lavo, no tienes parte conmigo».
9 Le dice Simón Pedro: «Señor, no sólo los pies, sino hasta las
manos y la cabeza».
10 Jesús le dice: «El que se ha bañado, no necesita lavarse; está del
todo limpio. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos».
11 Sabía quién le iba a entregar, y por eso dijo: «No estáis limpios
todos».
12 Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa,
y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?».
22
Vosotros me llamáis "el Maestro" y "el Señor", y decís bien,
porque lo soy.
14 Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros
también debéis lavaros los pies unos a otros.
15 Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis
como yo he hecho con vosotros.
16 «En verdad, en verdad os digo: no es más el siervo que su amo, ni
el enviado más que el que le envía.
17 «Sabiendo esto, dichosos seréis si lo cumplís».
13
Con el capítulo 12 termina el primer libro de Juan, que los exegetas
llaman «el libro de los signos», y con el capítulo 13 inicia el
segundo, el llamado «libro de la revelación».
Nuestra narración hace el papel de una bisagra mediante un signo
humilde, modestísimo realizado por Jesús, sin embargo, es un signo
que nos revela el rostro del Padre…
Los versículos 6-11 deben ser leídos sobre el fondo de Mc 8,31ss, en
donde Jesús una vez que ha escuchado la proclamación de Pedro:
«Tú eres el Cristo», anuncia su pasión, muerte y resurrección. «31Y
comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y
ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas,
ser matado y resucitar a los tres días». El apóstol, al escuchar las
palabras tan fuertes, reprendió a Jesús. Hay una estrecha relación
entre aquel episodio y el rechazo de Pedro de dejarse lavar los pies.
En el pasaje de Marcos, él protestaba porque quería un Mesías
diverso de aquel anunciado por Jesús: si Dios es como nosotros
pensamos, no puede permitir que el Mesías muera, ¡No es el Mesías
que estamos esperando! Aquí la escena se repite porque Pedro,
amando a Jesús, quiere para Él la gloria, no acepta que asuma la
forma del siervo y por ello exclama: ¡Tú no me lavarás los pies como
si fueras un siervo, por el contrario, yo te los debo lavar a ti, yo soy
el que debo servirte!
En Pedro emerge la imagen de un Dios que domina, que triunfa, que
exige ser servicio, y por ello está cerrado a un Dios que se humilla.
23
Entonces Jesús le dice: entenderás después lo que estoy haciendo,
después de mi dolorosa pasión, muerte y resurrección. Es entonces
que Pedro acepta en la confianza de dejarse lavar los pies, sin
embargo, su triple negación mostrará que, de hecho, permanecía en
él la resistencia a una imagen de Dios que sirve al hombre.
¿Qué es lo que significa para cada cristiano: “lávense los pies los
unos a los otros”?
La Iglesia ha interpretado en sentido propio, inmediato, este
mandamiento de Jesús y, por ejemplo, el Jueves Santo el obispo lava
los pies a un grupo de fieles. Se trata de una obediencia bastante
fácil, porque los fieles que participaran en esa celebración se lavan
los pies antes de participar en ella, en cambio, el servicio de lavar los
pies, en realidad nos debe de poner en contacto directo con algo que
está sucio. Como quiera que sea el lavatorio es un acto simbólico, y
la Iglesia primitiva lo apreciaba mucho. De hecho, en la Primera
carta a Timoteo, en donde vienen enumeradas las características que
se les pide a las mujeres para ser inscritas en el catálogo de las
viudas, se encuentra el testimonio de obras buenas, entre las cuales
está la de haberle lavado los pies a los santos: «10 y tenga el
testimonio de sus buenas obras: haber educado bien a los hijos,
practicado la hospitalidad, lavado los pies de los santos, socorrido
a los atribulados, y haberse ejercitado en toda clase de buenas
obras». Por tanto, hay un sentido verdadero del mandamiento de
Jesús, que habla de respeto, reverencia, servicio.
Obviamente el significado es mucho más amplio. Lavar los pies en
sentido figurado indica todo servicio humilde que posee un cierto
grado de malestar o incomodidad respecto a los hermanos y las
hermanas, y por ello abraza toda la esfera de las diaconías
(servicios): las diaconías de las manos, con las que sirvo
manualmente; las diaconías de la boca, con las que pronuncio
palabras de consolación, de confortación, de ayuda, apoyo, y
respaldo; la diaconía del corazón, con la cual recibo o admito,
reconozco, estimo, aprecio, amo; la diaconía del perdón. Es claro que
el «lávense los pies los unos a los otros» quiere decir: «ámense,
24
acéptense, sírvanse de cualquier manera, háganse servicios con
paciencia aunque les cueste, aunque les sea desagradable»; por lo
tanto: hay que recibir al marginado, al enfermo de Sida, al pobre y
desconocido, no le cierres la puerta al que te pide. ¡Todos son
comportamientos difíciles de vivir!
Sin embargo, el texto indica algo más profundo, esto lo deducimos
de la solemnísima introducción (vv. 1-3), de las ocho circunstancias
histórico-teológicas del lavatorio de los pies. En la plena conciencia
de su mandato, de su paso de este mundo al Padre: «sabiendo Jesús
que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre», «Jesús
amó a los suyos hasta el extremo». Con este signo profético,
semejante a los signos de los grandes Profetas, él se compromete por
el hombre; asumiendo la forma de siervo, revela su disponibilidad
total por nosotros hasta la muerte. Jesús dona su vida, como
simbólicamente dona sus vestidos, dona libremente su vida por
nosotros y la reasume por nosotros.
Lavar los pies es dar la vida por nosotros, es el morir y el resurgir de
Jesús por nosotros, el darse todo por nosotros. En este pasaje se
revela en Jesús un Dios que está al servicio del hombre solamente
por amor. Las acciones que realiza preludian su pasión, significa el
descendimiento del Hijo del hombre al último puesto, al último
lugar, para servir a los hombres hasta la muerte, y por tanto, designa
de una manera extraordinariamente nueva una increíble imagen de
Dios: un Dios al que le da gusto ponerse en el último lugar y servir al
hombre.
«Lávense los pies los unos a los otros» es un mandamiento que
asume un relieve henchido de significados: si Dios sirve al hombre
por amor, significa que el ser humano alcanza su plenitud al servir
por amor a los hermanos, incluso hasta dar la vida por ellos. El
sentido último de nuestra existencia es la disponibilidad a los
hermanos.
Este es un mensaje formidable, que continuará resonando en la
historia de la Iglesia, porque aún estamos lejos de vivirlo
plenamente. Es el mensaje de la Eucaristía, porque con la Eucaristía
cada uno nos hacemos más capaces de ponernos en actitud de
25
servicio, de donarnos gratuitamente por amor, aprendiendo poco a
poco el modo de ser y de actual de Jesucristo.
2. ¿Qué cosa nos dice de los obispos y cuantos tienen
responsabilidad en la Iglesia?
El lavarse los pies los unos a los otros, nos recuerda al obispo y a
quienes tienen responsabilidad en la Iglesia, porque la verdadera
alegría consiste en el servir; no debemos tener miedo el abajarnos,
porque solamente cuando logremos poner en práctica el
mandamiento de Jesús seremos felices. Es una imagen de la Iglesia
que emerge de una nueva imagen de Dios, es el rostro de la autoridad
según el Evangelio, de la autoridad como servicio de amor. Y desde
el momento que resulta difícil imprimir en el corazón esta imagen,
por lo menos deberíamos tenerla siempre delante de nuestros ojos, es
más, debemos esculpir en nuestra pastoral la escena de Jesús
lavándoles los pies a sus discípulos.
3. El tercer mensaje concierne a cada celebración de la
Eucaristía
De hecho, en cada celebración Jesús se pone a nuestra disposición, se
pone en nuestras manos como alimento para ser el Dios entre
nosotros y con nosotros, con la finalidad de que la Eucaristía sea el
inicio de un nuevo donarse, de nuestro hacer algo por los demás.
Cuando lava los pies a sus discípulos se revela como Hijo de Dios,
que asume la forma de siervo hasta el fin, sin echarse para atrás. Por
ello, el sentido de la Eucaristía es facilitarnos la capacidad de
expresarnos en la proximidad, en la acogida, en el perdón continuo,
en el servicio.
4. Hay un último mensaje que podemos extraer del pasaje y que
concierne al camino humano sobre la tierra, al camino de cada
hombre y de cada mujer.
He señalado más arriba que el gesto de Jesús, con el mandamiento
que le sigue, nos enseña como nuestra vida llega a su plenitud en el
donarse a sí mismo. Lo subrayó bien el Concilio Vaticano II: «El
26
hombre no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega
sincera de sí mismo a los demás» (GS 24).
En un tiempo de individualismos, de egoísmo, de búsqueda del
interés personal o de grupo, Jesús nos revela que el hombre es
semejante a él, semejante a Dios solamente cuando se dona a sí
mismo. Dice, en efecto en el v. 15: «para que también vosotros
hagáis como yo he hecho con vosotros»; este «vosotros hagáis como
yo» tiene relación con la afirmación que repite más veces en el cuarto
Evangelio: como el Padre, así yo. Y por ello: les he permitido ver al
Padre lavándoles los pies y ustedes, sirviendo, hagan ver el rostro de
Dios, sean responsable de su rostro.
Pero ¿Qué otros significados tiene el texto, para el camino humano
sobre la tierra, para que sea un camino que nos ayude a profundizar
nuestro retorno al Padre?
«Sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo
al Padre…, sabiendo que había venido de Dios y a Dios retornaba»;
todo el revelarse del misterio de Jesús, del misterio del hombre, de la
Iglesia, de la Eucaristía está bajo el signo del gran retorno de Jesús al
Padre, nos muestra como vivió sus días en espera de retornar al
Padre, por lo tanto en camino hacia Dios.
Es un mensaje bellísimo, lleno de esperanza: la existencia humana es
un camino de regreso al Padre, a través del cual cada gesto, el más
cotidiano, aún el más banal, puede ser iluminado por esta conciencia
de camino. El hombre no vive para la muerte, para una clausura sin
salida; vive para una llegada final que está ligada a un Padre que lo
recibe, que va a su encuentro como el de la parábola del hijo pródigo,
en donde se garantiza el futuro como pacto de alianza con él.
Cuando la humanidad logre recibir y aceptar esta verdad, entonces
podrá salir del miedo, de la angustia, del egoísmo, de las guerras,
solo entonces podrán nacer encuentros de paz, de reconciliación y de
diálogo, que un tiempo se pensaba que jamás serían posibles.
¡Como sería diferente el rostro de la humanidad, como sería diversa
la situación de los conflictos dramáticos que tantos nos impactan el
día de hoy, si se prescindiera de los intereses del momento, si todos
27
los hombres y las mujeres se consideraran en el gran camino de
regreso al Padre! (CM Martín, La pratica del testo biblico, 266-271).
La grandeza de servir Mt 20,17-28
«17Cuando iba subiendo Jesús a Jerusalén, tomó aparte a los Doce, y
les dijo por el camino: 18«Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo
del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y escribas; le
condenarán a muerte 19 y le entregarán a los gentiles, para burlarse
de él, azotarle y crucificarle, y al tercer día resucitará.
20 Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus
hijos, y se postró como para pedirle algo. 21 El le dijo: «¿Qué
quieres?» Dícele ella: «Manda que estos dos hijos míos se sienten,
uno a tu derecha y otro a tu izquierda, en tu Reino».
22 Replicó Jesús: «No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa que
yo voy a beber?». Dícenle: «Sí, podemos».
23 Díceles: «Mi copa, sí la beberéis; pero sentarse a mi derecha o mi
izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes
está preparado por mi Padre.
24 Al oír esto los otros diez, se indignaron contra los dos hermanos.
25 Mas Jesús los llamó y dijo: «Sabéis que los jefes de las naciones
las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con
su poder.
26 No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser
grande entre vosotros, será vuestro servidor, 27 y el que quiera ser el
primero entre vosotros, será vuestro esclavo; 28 de la misma manera
que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a
dar su vida como rescate por muchos».
El tercer anuncio de la pasión está mucho más detallado que los
primeros dos: es un verdadero y propio reasunto de la narración de la
pasión, del cual se enlistan todas las secuencias y los personajes.
Inmediatamente después (y es ciertamente un contraste deseado)
viene reaportada la pregunta de los hijos de Zebedeo, una pregunta
que muestra con claridad que los discípulos aún no habían entendido
28
el discurso de la cruz. La respuesta de Jesús se dirige -primerosolamente a Santiago y Juan (nótese como la respuesta de Jesús no
está dirigida a la mamá, sino a los dos hijos), indicándoles a ellos de
que es lo que verdaderamente se deben de preocupar: no «de sentarse
a su derecha o a su izquierda», sino de beber su «cáliz», de compartir
su «bautismo». La verdadera preocupación del discípulo debe de ser
aquella de seguirlo, no otro. Pero después la mirada de Jesús abarca a
todo el grupo de discípulos, a los cuales les indica como es que se
deben de comportar si realmente quieren seguirlo. Es probable que el
evangelista intente aquí dirigirse sobre todo a aquellos que ocupan en
la comunidad puestos de autoridad, diciéndoles que la autoridad debe
de ser entendida como un servicio. Ahora bien, para hacer
comprender este pensamiento tan importante, Jesús se sirve de dos
comparaciones, una negativa y otra positiva. La autoridad del
discípulo debe, en su ejercicio, distanciarse de la autoridad mundana
(«No ha de ser así entre ustedes») y debe de conformarse con el
comportamiento de Hijo del hombre (v. 28).
Este último versículo amerita ser analizado con atención. La
expresión está formulada de tal manera que resalta una oposición
(hay un pero), un contraste preciso entre aquello de lo que todos se
preocupaban (hacerse servir) y aquello que en cambio el Hijo del
hombre ha venido a hacer (servir). El «servir» es explicado después
de la segunda parte de la fórmula, que debe entenderse, -a mi
parecer- como una especie de paralelismo explicativo. «Dar la vida»
no significa, solamente y sobre todo, morir, sino proyectar la entera
existencia en términos de donación. Y «en rescate» debe de
entenderse como «a favor», «solidario con». En otras palabras, el
Hijo del hombre no ha venido a hacerse servir (como el mundo cuyas valoraciones están invertidas respecto a las evangélicasconsideraba y tenía por justo), sino a servir, y esto significa vivir la
propia existencia haciéndose cargo (hasta las últimas consecuencias)
de las multitudes. (B. Maggioni, Il racconto di Mateo, 240-261).
29
Un solo Padre, un solo Maestro y todos hermanos Mt 23,1-12
«1Entonces Jesús se dirigió a la gente y a sus discípulos 2 y les dijo:
«En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos.
3Haced, pues, y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su
conducta, porque dicen y no hacen.
4Atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero
ellos ni con el dedo quieren moverlas.
5Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres; se hacen
bien anchas las filacterias y bien largas las orlas del manto; 6quieren
el primer puesto en los banquetes y los primeros asientos en las
sinagogas, 7que se les salude en las plazas y que la gente les llame
"Rabbí".
8«Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar "Rabbí", porque uno solo
es vuestro Maestro; y vosotros sois todos hermanos.
9 Ni llaméis a nadie "Padre" vuestro en la tierra, porque uno solo es
vuestro Padre: el del cielo.
10 Ni tampoco os dejéis llamar "Directores", porque uno solo es
vuestro Director: el Cristo.
11 El mayor entre vosotros será vuestro servidor.
12Pues el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será
ensalzado».
En la primera parte del discurso (23,1-12) Jesús condena las
contradicciones de los escribas y de los fariseos, describiendo
después -a manera de contraste- las características del verdadero
discípulo. Inmediatamente surgen por lo menos dos preguntas: ¿Qué
situación tiene delante de los ojos el evangelista al escribir esta
página? Y ¿A quién quería dirigirla? De la respuesta que se den a
estas dos interrogantes depende la lectura de toda la página y, más
claramente, la actitud con la cual nos ponemos de frente a ella: ¿es
un discurso dirigido a otros o a nosotros? ¿A la comunidad judía o a
la comunidad cristiana?
No hay duda de que este pasaje evangélico nos envía al tiempo de
Jesús: él se enfrentó en más de una ocasión, y duramente, con las
autoridades religiosas de su tiempo. Pero también es verdad que el
30
texto reflexiona la dureza del conflicto entre la Iglesia y la sinagoga
del tiempo de Mateo: por tanto, no es simplemente un recuerdo
histórico, sino un recuerdo histórico que el evangelista carga de
actualidad. Y hay todavía más. Está claro que el evangelista no trata
de referirse únicamente al judaísmo de su tiempo, denunciando las
raíces escondidas de su resistencia al evangelio y de su enconada
oposición a la Iglesia. Pretende, sirviéndose de la polémica, de
desenmascarar actitudes posibles (o reales) de la misma comunidad
cristiana. Esto se comprueba con los vv. 8-12, que están dirigidos a
los discípulos y que resuenan en el discurso comunitario del c. 18.
Son varios los interlocutores: la muchedumbre y los discípulos, los
discípulos solos, los fariseos y los escribas, Jerusalén. Sin embargo,
en realidad todo el discurso está dirigido a nosotros. Y esta
explicación del discurso a la comunidad de cualquier tiempo o de
todo tiempo no es -estoy convencido- un simple sentido
acomodaticio, una indebida extensión de sentido, sino que
corresponde a la intención del evangelista.
Ya hemos señalado el hecho de que la primera parte del discurso
resulta de dos cuadros contrapuestos: el fariseo (descrito como la
caricatura del discípulo: vv. 2-7) y el verdadero discípulo (vv. 8-12).
Ya los profetas del Antiguo Testamento han rechazado muchas veces
a los malos maestros… Análogos rechazos se pueden encontrar en el
mundo griego en confrontación con los maestros de filosofía y de
sabiduría…
Escribas y fariseos se han sentado en la cátedra de Moisés, es decir,
se presentan como continuadores de su magisterio: lo repiten, lo
defienden, lo interpretan con autoridad, lo actualizan. Tienen una
autoridad que es reconocida (¡«Haced, pues, y observad todo lo que
os digan»!).
Pero es precisamente en la base de este reconocimiento que nace la
crítica. Precisamente porque su comportamiento escandaloso no es el
de cualquier tipo de hombres.
Dos son los reproches que Jesús les dirige a ellos: la incoherencia
(vv. 2-4) y la búsqueda de sí mismos (vv. 5-7). Sobretodo la
31
incoherencia: son dobles y sin integridad moral, y establecen dos
maneras de medir. Le mienten a Dios y se mienten a sí mismos.
Viven una profunda división entre el decir y el hacer (peor: entre el
enseñar y el hacer), la apariencia y el ser, es decir, lo que pretenden
de los otros y lo que se exigen a sí mismos (severos con los otros e
indulgentes con sí mismos).
Dicen y no hacen: ninguno de los evangelistas está más atento que
Mateo a repetir que no son las palabras las que cuentan sino los
hechos (5,19; 7,15-27), y que el árbol se reconoce por sus frutos
(12,33).
«Atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente» (Mt
23,4) y esto está en perfecta antítesis con la visión de la autoridad
que tiene Mateo, el cual, en cambio, amaba presentar a Jesús como el
Maestro compasivo y paciente, cuyas enseñanzas es un yugo suave y
una carga ligera: «Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí,
que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para
vuestras almas» (11,29).
Y después la búsqueda de sí mismos: «se hacen bien anchas las
filacterias y bien largas las orlas del manto; 6quieren el primer
puesto en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas,
7que se les salude en las plazas y que la gente les llame "Rabbí» (vv.
5-7). Parece que estamos escuchando de nueva cuenta el sermón de
la montaña (6,1-6, 16-18). Los que ocupaban los primeros puestos en
las sinagogas le daban la espalda al arca de la ley y se sentaban de
cara al público. Las filacterias eran pequeñas cajitas que contenían
fragmentos de textos bíblicos de particular importancia. Los más
hebreos portaban estos textos en el brazo izquierdo y en la frente. Era
una interpretación literaria del Dt 6,6-8: «Queden en tu corazón estas
palabras que yo te dicto hoy. Se la repetirás a tus hijos, les hablarás
de ellas tanto si estás en casa como si vas de viaje, así acostado
como levantado; las atarás a tu mano como una señal, y serán como
una insignia entre tus ojos». Las franjas desempeñaban una función
análoga. Todo israelita pío le ponía a los cuatro ángulos del manto,
como lo prescribía Nm 15,38-39: «Habla a los israelitas y diles que
ellos y sus descendientes se hagan flecos en los bordes de sus
32
vestidos, y pongan en el fleco de sus vestidos un hilo de púrpura
violeta. Tendréis, pues flecos para que, cuando los veáis, os acordéis
de todos los preceptos de Yahveh. Así los cumpliréis y no seguiréis
los caprichos de vuestros corazones y de vuestros ojos, que os han
arrastrado a prostituiros».
Filacterias y franjas tenían, por tanto, otro significado simbólico y
este consistía en: mantener siempre presente al espíritu el recuerdo
de la Ley del Señor y el compromiso de su observancia. Pero era
precisamente esto lo que los escribían y los fariseos no hacían.
Ya se ha dicho que la entonación de los vv. 8-12 es claramente
eclesial: parece ser la continuación del discurso comunitario del c.
18. El énfasis está sobre la expresión “uno solo es el de ustedes…”,
repetido tres veces. La autoridad es concebida como presencia
ministerial y transparente del Único. Cada autoridad es concebida en
la línea del servicio. Ninguna autoridad se debe presentar en tal
modo que oscurezca el hecho fundamental -que delante de todos
debe ser siempre bien visible- que el único Señor es Cristo, que cada
miembro de la comunidad es hijo de Dios, y que todos los miembros
entre ellos son hermanos. La verdadera autoridad es transparencia.
No dice palabras propias y no se busca a sí misma. Señoría de Dios,
filiación divina y fraternidad son las categorías fundamentales de la
comunidad (y del evangelio): la autoridad está a su servicio, debe
revelarlo, defenderlo, hacerlo resaltar, nunca oscurecerlo. Es decir, lo
que distingue al evangelio y lo hace original y nuevo, no es la
afirmación de la autoridad. Ésta está en todas partes. Original en
cambio es la concepción de la autoridad como transparencia. (B.
Maggioni, I Guattro Vangeli, 197-199).
3. Interiorización y asimilación de la Palabra de Dios
Resonancia y memorización de un versículo-clave
Una vez terminada la escucha de un pasaje evangélico se deja un
tiempo de silencio para la relectura personal del mismo pasaje y
para dejar resonar una palabra dentro del corazón, es la palabra
33
que hay que imprimir en la memoria y portar con sí durante el curso
del día.
Si la lectio se hace en el contexto de medio día de retiro, es
conveniente que los participantes en este momento se retiren en
soledad para la reflexión e interiorización personal.
Lectura franciscana de profundización
Durante el tiempo de reflexión personal, para interpretar el
Evangelio a la luz del carisma de san Francisco, se sugiere la
lectura de dos textos sobre el modo de trabajar de los frailes,
tomados de los Escritos de san Francisco.
Rnb VI, 3-4
«3Y ninguno se llame prior, sino todos sin excepción llámense
hermanos menores. 4Y el uno lave los pies del otro (cf. Jn 13,14)».
Rb VI, 1-9
«1Los hermanos nada se apropien, ni casa, ni lugar, ni cosa alguna.
2Y como peregrinos y forasteros (cf. 1 P 2,11) en este siglo,
sirviendo al Señor en pobreza y humildad, vayan por limosna
confiadamente, 3y no deben avergonzarse, porque el Señor se hizo
pobre por nosotros en este mundo (cf. 2 Co 8,9).
4Esta
es aquella eminencia de la altísima pobreza, que a vosotros,
carísimos hermanos míos, os ha constituido herederos y reyes del
reino de los cielos, os ha hecho pobres de cosas, os ha sublimado en
virtudes (cf. St 2,5).
5Esta
sea vuestra porción, que conduce a la tierra de los vivientes (cf.
Sal 141,6).
34
6Adhiriéndoos
totalmente a ella, amadísimos hermanos, por el
nombre de nuestro Señor Jesucristo, ninguna otra cosa jamás queráis
tener debajo del cielo.
7Y,
dondequiera que estén y se encuentren los hermanos, muéstrense
familiares mutuamente entre sí.
8Y
confiadamente manifieste el uno al otro su necesidad, porque, si
la madre cuida y ama a su hijo (cf. 1 Ts 2,7) carnal, ¿cuánto más
amorosamente debe cada uno amar y cuidar a su hermano espiritual?
9Y,
si alguno de ellos cayera en enfermedad, los otros hermanos le
deben servir, como querrían ellos ser servidos (cf. Mt 7,12)».
Para facilitar la interiorización y asimilación de la Palabra de
Dios:

Trata de leer el pasaje evangélico a la luz de la metodología
de Emaús: ¿Qué cosa dice a tu vida de hermano menor y a la
vida de la fraternidad de la cual formas parte? ¿Percibes una
palabra de consolación, capaz de hacer arder tu corazón?
¿Qué elemento de reprensión o de provocación contiene?
¿Hacia qué elección te empuja?
Durante el tiempo de reflexión personal es oportuno dejarse
provocar también de las preguntas que se hacía el joven Francisco
de Asís, preguntas que orientan nuestras vidas y nuestras elecciones:


« ¿Señor, qué quieres que haga?».
«Altísimo, glorioso Dios, ilumina las tinieblas de mi
corazón».
4. Restitución
A la hora fijada, los participantes se reúnen nuevamente y pueden
participarles a los demás releyendo en alta voz la palabra o el
35
versículo que llevarán en el corazón. Enseguida se puede pasar a
compartir las reflexiones que cada uno ha madurado en el silencio y
en la oración personal. Se recomienda concluir la propia reflexión
con una breve oración de alabanza, de petición y de ayuda para
poder vivir los compromisos reconocidos y examinados para cada
uno y para la comunidad.
Es recomendable concluir juntos con la oración de alabanza que se
encuentra en la “Regla no bulada”.
Alabanza y acción de gracias
Rnb XXIII, 8-11
«8Amemos todos con todo el corazón, con toda el alma, con toda la
mente, con toda la fuerza (cf. Mc 12,30) y fortaleza, con todo el
entendimiento (cf. Mc 12,33), con todas las fuerzas (cf. Lc 10,27),
con todo el esfuerzo, con todo el afecto, con todas las entrañas, con
todos los deseos y voluntades al Señor Dios (Mc 12,30 par), que nos
dio y nos da a todos nosotros todo el cuerpo, toda el alma y toda la
vida, que nos creó, nos redimió y por sola su misericordia nos salvará
(cf. Tb 13,5), que a nosotros, miserables y míseros, pútridos y
hediondos, ingratos y malos, nos hizo y nos hace todo bien.
9Por
consiguiente, ninguna otra cosa deseemos, ninguna otra
queramos, ninguna otra nos plazca y deleite, sino nuestro Creador y
Redentor y Salvador, el solo verdadero Dios, que es pleno bien, todo
bien, total bien, verdadero y sumo bien, que es el solo bueno (cf. Lc
18,19), piadoso, manso, suave y dulce, que es el solo santo, justo,
verdadero, santo y recto, que es el solo benigno, inocente, puro, de
quien y por quien y en quien (cf. Rm 11,36) es todo el perdón, toda la
gracia, toda la gloria de todos los penitentes y de todos justos, de
todos los bienaventurados que gozan juntos en los cielos.
36
10Por
consiguiente, que nada impida, que nada separe, que nada se
interponga.
11En
todas partes, en todo lugar, a toda hora y en todo tiempo,
diariamente y de continuo, todos nosotros creamos verdadera y
humildemente, y tengamos en el corazón y amemos, honremos,
adoremos, sirvamos, alabemos y bendigamos, glorifiquemos y
ensalcemos sobremanera, magnifiquemos y demos gracias al altísimo
y sumo Dios eterno, Trinidad y Unidad, Padre e Hijo y Espíritu
Santo, creador de todas las cosas y salvador de todos los que creen y
esperan en él y lo aman a él, que es sin principio y sin fin, inmutable,
invisible, inenarrable, inefable, incomprensible, inescrutable (cf. Rm
11,33), bendito, laudable, glorioso, ensalzado sobremanera (cf. Dn
3,52), sublime, excelso, suave, amable, deleitable y todo entero sobre
todas las cosas deseable por los siglos. Amén.
37
Tercer esquema:
Con el corazón y la mente vueltas al Señor
Para llevar al mundo Palabras que son Espíritu y Vida.
1. Preparación
El que guía la lectio invita al silencio y al recogimiento. Es
aconsejable que enfatice el significado de este momento. Una vez
hecho el signo de la cruz se puede comenzar a invocar al Espíritu
Santo.
Se pueden ayudar del catálogo de Taizé, como el propuesto
anteriormente de las huellas o alguno conocido por los presentes. Es
conveniente que el canto del catálogo se prolongue por algunos
minutos, de tal manera que verdaderamente ayude a ponerse en
sintonía con el Espíritu.
Veni Sancte Spiritus, tui amoris ignem accende
Veni Sancte Spiritus, veniSante Spiritus.
Ven Espíritu Santo, enciende el fuego de tu amor
Ven Espíritu Santo, ven Espíritu Santo.
En alternativa al canto del catálogo se puede dejar algunos minutos
de invocación espontánea al Espíritu Santo, cada uno de los
participantes puede expresarse en la lengua que le resulte más
familiar.
v. gr.
Ven, Espíritu Santo, abre nuestros corazones
para que podamos acoger las palabras de Jesús,
permite que a la luz de esta palabra
podamos interpretar nuestra vida y vocación…
38
2. Lectura y escucha de la Palabra de Dios
Lectura Evangélica
Cuando el que dirige la lectio considera que se ha logrado un clima
suficiente de escucha, invita a uno de los participantes a proclamar
la palabra del Evangelio
Posibles pasajes evangélicos:
 La misión de los 72: Lc 10,1-20
 La misión pascual: Jn 20,19-29
 Revístanse del Espíritu para la misión: Hch 2,1-8
Para la comprensión del texto
La misión de los 72: Lc 10,1-20
«1Después de esto, designó el Señor a otros 72, y los envió de dos en
dos delante de sí, a todas las ciudades y sitios a donde él había de ir.
2Y les dijo: «La mies es mucha, y los obreros pocos. Rogad, pues, al
Dueño de la mies que envíe obreros a su mies.
3Id; mirad que os envío como corderos en medio de lobos.
4No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias. Y no saludéis a nadie en el
camino.
5En la casa en que entréis, decid primero: "Paz a esta casa."
6Y si hubiere allí un hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él; si no,
se volverá a vosotros.
7Permaneced en la misma casa, comiendo y bebiendo lo que tengan,
porque el obrero merece su salario. No vayáis de casa en casa.
8En la ciudad en que entréis y os reciban, comed lo que os pongan;
9curad los enfermos que haya en ella, y decidles: "El Reino de Dios
está cerca de vosotros."
10 En la ciudad en que entréis y no os reciban, salid a sus plazas y
decid:
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11"Hasta
el polvo de vuestra ciudad que se nos ha pegado a los pies,
os lo sacudimos. Pero sabed, con todo, que el Reino de Dios está
cerca."
12Os digo que en aquel Día habrá menos rigor para Sodoma que
para aquella ciudad.
13«¡Ay de ti, Corazin! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en
Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras,
tiempo ha que, sentados con sayal y ceniza, se habrían convertido.
14Por eso, en el Juicio habrá menos rigor para Tiro y Sidón que para
vosotras.
15Y tú, Cafarnaúm, ¿Hasta el cielo te vas a encumbrar? ¡Hasta el
Hades te hundirás!
16«Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha; y quien a vosotros
os rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al
que me ha enviado.»
17Regresaron los 72 alegres, diciendo: «Señor, hasta los demonios se
nos someten en tu nombre.»
18El les dijo: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo.
19Mirad, os he dado el poder de pisar sobre serpientes y escorpiones,
y sobre todo poder del enemigo, y nada os podrá hacer daño; 20pero
no os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegraos de que
vuestros nombres estén escritos en los cielos».
vv. 1-7
La llamada de Jesús es solemne; él envía delante de sí a los
discípulos que ha elegido como sus heraldos. Su misión no consiste
en prepararle alojamiento, sino la venida del Señor que coincide con
la proximidad del Reino de Dios.
Caminan de dos en dos les permite defenderse mejor de eventuales
peligros, pero sobre todo les da a sus palabras valor de testimonio
(cf. Dt 19, 15).
Jesús utiliza la imagen de la «mies» que representa al gran campo de
la misión universal: son los numerosos pueblos a los que les será
proclamado el Evangelio, en contraste con el número siempre
40
reducido de los evangelizadores. Pero la misión es sobre todo una
obra de Dios. Mediante la oración los discípulos entrar en su punto
de vista.
Viene formulado el explícito envío: «¡Vayan!». Pero inmediatamente
sigue el anuncio de un destino lleno de riesgos para los mensajeros.
Los misioneros están indefensos como corderos en medio de lobos
hostiles y feroces. Posteriormente se mencionan directrices muy
radicales que ya se les habían dado a los Doce: no lleven con ustedes
ni siquiera lo más indispensable para un viaje. A la base de este
comportamiento está la confianza total en Dios que sabe ofrecer
ayuda y protección a los pobres de su Reino. Estos enviados
concretizan en su manera de vestir y de comportarse, en sus actitudes
de voluntaria pobreza y debilidad, en el estar indefensos, el ideal de
paz que quieren significar y llevar.
Más sorprendente es la prohibición de saludar, probablemente para
no perder tiempo. Es decir, se necesita que no se dejen distraer de la
tarea misionera. Ciertamente que estas directrices no pueden ser
actualmente aplicadas a la letra, y Lucas tiene conciencia de ello;
pero si él las refiere, no es solamente para conservar la memoria
histórica, sino porque estas exigencias radicales continúan siendo una
invitación permanente a no aceptar compromisos que no tengan que
ver con la realización de la tarea confiada.
La casa juega un papel importante en la primitiva misión. Ella
representa el lugar al cual están destinadas las actividades de los
evangelizadores. En el ofrecimiento de la paz a las familias de Israel
se realiza el don escatológico de la paz, signo del advenimiento del
Reino de Dios.
Para Lucas, es verdad, que la perspectiva es diferente. La casa se
convierte en el lugar de descanso del misionero que dirige su anuncio
a la ciudad. El acogimiento del saludo manifiesta entonces la
disponibilidad dada a las personas que han sido hospedadas, lo cual
es preludio de la aceptación del Evangelio.
Jesús invita a establecer la comunión de la comida con quienes los
acogen, sin temor (de los alimentos prohibidos porque
41
contaminaban) y sin pretensiones, contentándose con lo que se les
ofrece.
vv. 8-12
Si nos fijamos bien, Lucas considera a la “ciudad” como lugar de la
misión. El acogimiento puede ser positivo o negativo. En el primer
caso, es necesario compartir la comida, realizar curaciones y
predicar. Esto está formulado por el núcleo central de la predicación
de Jesús: el Reino de Dios está cerca. Para Lucas, el Reino de Dios
está cerca porque Jesús resucitado está cercano. En el anuncio de los
evangelizadores, el acercamiento del Señor y la proximidad del
Reino de Dios como salvación, se identifican.
Proclamando la cercanía del Reino de Dios, los mensajeros no
anuncian la inminencia del fin de los tiempos, sino la fuerza
salvadora del Reino, del amor divino, presente en sus actividades,
que es aquella del Resucitado.
En caso de ser rechazados, se dará el singo de ruptura y la amenaza
del juicio: gestos y palabras hechas en medio de la ciudad no
escondidas o fuera de la ciudad: todos deben poderlas escuchar…
para que se conviertan.
vv. 13-16
Continúa la amenaza de juicio por una palabra que Jesús ha dirigido
a las ciudades impenitentes del lago. Jesús se encuentra frente a
quienes rechazan, frente a quienes no quieren reconocer la venida del
Reino de Dios, representado con signos poderosos. Con semejante
rechazo, estas ciudades se excluyen del evento de salvación final. Es
un último apelo a la conversión, y no una reacción de venganza por
el fracaso misionero.
Si a Tiro y a Sidón, prototipos de las ciudades pecadoras, se les
hubieran ofrecido testimonios de milagros como los obrados en
Betzaida, Corazin y Cafarnaúm, hubieran hecho penitencia. Si Jesús
insiste sobre el valor de testimoniar los milagros, es porque son
42
signos dados a los judíos para que perciban el actuar último de Dios
en las obras del actuar de Jesús, y no sólo para que sean motivo de
sorpresa o de admiración por su sensacionalismo.
El último versículo (v.16) retoma y concluye la instrucción a los
discípulos. En la proclamación de los mensajeros, Jesús mismo
continúa a dirigirse a los hombres, y Jesús es el Enviado del Padre.
(vv. 17-20)
Los discípulos regresaron con alegría: incluso los demonios se les
someten. La misión era esencialmente vista como una confrontación
con las fuerzas satánicas del mal, una liberación del hombre que se
encuentra bajo tal poder.
En respuesta, Jesús se refiere a una visión suya: veía caer a Satanás
del cielo, y por consiguiente es inminente el fin de su poder sobre los
hombres, y está cercana la inauguración de un mundo nuevo.
Satanás a quien quizá el evangelista considera como el jefe de los
demonios, ha perdido la delantera. En la palabra anunciada por los
evangelizadores y en su poder sobre los demonios y las
enfermedades se difunde la fuerza vivificante del Reino de Dios a la
conquista del mundo. El «más fuerte» tiene la victoria sobre «el
fuerte».
Después Jesús habla de la protección divina de la cual los discípulos
gozan en su actividad apostólica. Serpientes y escorpiones, por el
dolor y el mal que ocasionan, pueden simbolizar «demonios». Es, de
cualquier modo en ese sentido que se orienta la última parte del
versículo (v. 19): Las protecciones divinas se extienden también
contra las numerosas y varias manifestaciones nocivas que Satanás
puede ocasionar a los discípulos, y que los mensajeros deberán
afrontar: tendrán de Dios el poder de superarlos.
A final, Jesús responde más directamente a la alegría de los
discípulos. Ciertamente que el poder de expulsar a los demonios, el
suceso misionario son fuentes de gozo, pero no son necesariamente
garantía de salvación. Hay una alegría más profunda y segura que
43
proviene del ser amados y elegidos de Dios. (G. Rossé, Vangelo
secondo Luca, 112-114).
La misión pascual Jn 20, 19-29
«19Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando
cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se
encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les
dijo: «La paz con vosotros».
20Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se
alegraron de ver al Señor.
21Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me
envió, también yo os envío».
22Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo.
23A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a
quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
24Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos
cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al
Señor».
25Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos
y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en
su costado, no creeré».
26Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás
con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y
dijo: «La paz con vosotros».
27Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae
tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente».
28Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío».
29Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído.
Dichosos los
que no han visto y han creído».
Como José de Arimatea: «Después de esto, José de Arimatea, que era
discípulo de Jesús, aunque en secreto por miedo a los judíos…»
(19,38), también los discípulos se han dejado vencer por el miedo a
los dirigentes judíos. Son semejantes a aquellos que creen en Jesús,
44
pero tienen miedo de externar su fe (12,42). Todavía están
atemorizados por todo lo que ha sucedido en aquellos días, pero no
se han dispersado, es decir, no se ha ido cada uno por su cuenta,
como parece sugerir la predicción de Jesús (16,32): «Mirad que llega
la hora en que os dispersaréis cada uno por vuestro lado» y el hecho
que la Magdalena ha debido ir a darle el mensaje a Simón Pedro y al
otro discípulo (20,2). La noticia de cuanto ha sucedido aquella
mañana se difundió rápidamente entre los discípulos y los ha
reunido. Es el buen Pastor resucitado el que los ha reunido. Su paso
de este mundo al Padre le ha dado la posibilidad de estar en un modo
nuevo entre los suyos. Las apariciones solamente confirman esta
realidad. El evangelista las describe, aquí en 20,26, como una venida.
La expresión «Jesús viene» quiere decir que Jesús verdaderamente
salió del Padre y ahora puede cumplir su promesa: «Y cuando haya
ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo,
para que donde esté yo estéis también vosotros» (14,3); «Dentro de
poco ya no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver»
(16,16). Jesús es ahora «Aquel que viene», y lo será hasta el fin del
mundo. Él viene para estar presente, como se lee en Mateo (18,20):
«Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo
en medio de ellos». Aquello que sucedió el primer día de la semana
lo demuestra.
Jesús se hace presente en medio de ellos. No se describe ningún
pasaje a través de la puerta cerrada y ningún movimiento de la puerta
al centro de la sala. Sólo se afirma que hizo presente la realidad de su
presencia: les mostró las manos y el costado. Aquél que sufrió la
pasión y los amó hasta el fin, ahora está de nuevo con ellos; está ahí
en medio, con ello, indica que él es el único punto de referencia para
la comunidad. Y los discípulos se llenaron e alegría al ver al Señor.
Es el cumplimiento de otra promesa: «También vosotros estáis tristes
ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra
alegría nadie os la podrá quitar» (Jn 16,22). Ahora constatamos que
el miedo ha desaparecido, de ahora en adelante sabrán estar alegres
aún cuando tengan que sufrir a causa de su fe en Jesús, el Señor:
«Ellos marcharon de la presencia del Sanedrín contentos por haber
45
sido considerados dignos de sufrir ultrajes por el Nombre» (Hch
5,41).
A continuación el segundo momento de la escena. Jesús repite su
saludo: «La paz con vosotros», y después agrega: «Como el Padre
me envió, también yo os envío» (20,21). Así se realiza todo lo que
Jesús le había dicho al Padre en la oración: «Como tú me has enviado
al mundo, yo también los he enviado al mundo» (17,18); y cuanto
había prometido a sus discípulos: «…yo os he elegido a vosotros, y
os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto
permanezca» (15,16).
Los discípulos son enviados como él ha sido enviado. Por tanto,
sobre ellos pesa el mismo mandamiento del Padre al cual Jesús se ha
atenido: «dar la vida» (10,18); amar como el ha sabido amar hasta el
fin (13,1; 15,12-13). Los signos de la pasión sobre las manos y sobre
el costado de Jesús-Resucitado recordarán a los discípulos hasta
donde debe de llegar el amor apostólico. Sin embargo, para ser
capaces de realizar este compromiso, deben de ser hombres nuevo,
recreados por la fuerza del Espíritu Santo, Jesús se los ha ya
consignado a sus discípulos en el Calvario, ahora lo dona como
Resucitado. Es su Espíritu, su «soplo». Al igual que Dios sopló su
aliento de vida e hizo del primer hombre un ser capaz de vivir, de la
misma manera Jesús sopló sobre ellos y los hizo sujetos capaces de
una misión. Son enviados al mundo para reunir a los hijos de Dios
dispersos (11,52), para hacer una sola grey bajo un solo Pastor
(10,16). Por esto reciben «el poder de perdonar el pecado o de
imputar el pecado» a quien no se convierte. Es un poder
indispensable para quien debe evangelizar y los verbos que lo
expresan indican la continuidad de este poder, mientras que el pasivo
indica que cuanto sancione el enviado, bajo la acción del Espíritu
Santo, será sancionado de Dios.
Es un poder destinado a discernir quien es el que de veras se aleja de
un mundo de pecado para adherirse a Cristo, de quien no quiere
adherirse o quien de nuevo se aleja después de haberlo acogido.
«Rechazar y cuestionar el pecado» significa reconocerse discípulo de
alguien, es ratificar su pertenencia a Cristo, único Pastor. «Afirmarse
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en el pecado» significa que quien no acoge a Jesús afirma que
permanece en las tinieblas, significa que se ha alejado del
Resucitado. La verdad que nos consuela es que en el mundo existe el
perdón de los pecados (véase Lc 24,47) y que este poder ha sido dado
a los hombres (Mt 9,7).
El encuentro con Tomás sucede después de ocho días (20,26), es
decir, «el primer día de la semana» (20,19), aquel día que el
Apocalipsis (1,10) llama «día del Señor». De la misma manera, la
comunidad cristina hacia finales del primer siglo, ordinariamente se
reunía para escuchar la Palabra y para partir juntos el pan. Es
llamado «primer día» porque es el inicio de la nueva creación, y al
mismo tiempo es llamado «octavo día» porque es el día de la
plenitud… anticipo del día definitivo (san Agustín).
Ahora bien, el octavo día, cuando la comunidad estaba reunida,
estaba también Tomás que todavía no había visto al Señor
Resucitado. Y es entonces que la comunidad proclama su fe en el
resucitado y le dicen a Tomás: «Hemos visto al Señor». Tomás no
comparte la fe de la comunidad, como al principio Natanael tampoco
compartía la fe de Felipe que le dijo: «Ese del que escribió Moisés en
la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado» (Jn 1,45).
También Tomás quería una experiencia directa. Tal vez no se había
equivocado: era uno de los Doce. El texto lo subraya. Lo había hecho
también por Judas, el traidor (6,70-71; 13,21). Pero Tomás ama a
Jesús: estaba dispuesto a morir por él (11,16), pero no creía que Jesús
podía retomar la vida como lo había dicho. Se demuestra incrédulo
de frente a un hecho que exige una radical fe en él. Y Jesús, como
ocho días antes, se hace presente y visible en medio de ellos. Ahora
sí estaba Tomás. No tiene necesidad de pasar de ninguna parte para
entrar. Él estuvo presente cuando los suyos estuvieron reunidos en su
amor; y les dona a todos la paz. Los otros no tenían necesidad de
verlo visiblemente, pero Tomás sí. Jesús se hace visible para él y
quiere convencerlo de que no es un fantasma. Sus palabras suenas a
desafío: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y
métela en mi costado,…», pero esas palabras están llenas de bondad:
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«y no seas incrédulo sino creyente». Como a María le bastó escuchar
que Jesús la llamaba por su nombre (20,16), a Tomás le bastaron
estas últimas palabras para decir con toda su fe: «Señor mío y Dios
mío».
Es una fe que se repite durante los siglos. Es la expresión llena de fe
personal y comunitaria. Ella nace de hechos concretos; está
fundamentada en eventos históricos. La insistencia de Juan sobre las
heridas de Jesús, los signos de su pasión, nos dice que la fe en la
divinidad de Jesús nace de la experiencia de aquello que han visto,
oído y tocado; del haber constatado que Jesús verdaderamente los ha
amado hasta el final. Todo ello los ha llevado a creer en la palabra de
Jesús: «Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el
mundo y voy al Padre» (16,28); «Yo y el Padre somos uno» (10,30).
La resurrección ha ratificado para ellos la verdad de todas sus
palabras y ellos han creído que Él era desde el principio «la Palabra
estaba con Dios, y la Palabra era» (1,1). El Evangelio termina con el
mismo acto de fe con el cual había iniciado.
Como en Marcos (15,39) y Matero (27,54) es del morir de Jesús en
cruz que se pasa a la afirmación de su divinidad, de esa manera en
Juan eso viene a partir de los signos de la pasión en Jesús resucitado.
Sobre esta fe y experiencia apostólica está fundamentada nuestra fe y
nuestra felicidad: «Bienaventurados aquellos que creen sin haber
visto». Es una bienaventuranza que después de los primeros
momentos han querido vivir también los apóstoles. (M. Galizzi,
Vangeli secondo Giovanni, 354-356.358-360).
Llenos del Espíritu para la misión Hch 2,1-18
«1Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un
mismo lugar.
2De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento
impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban.
3Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y
se posaron sobre cada uno de ellos;
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4quedaron
todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en
otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse.
5Había en Jerusalén hombres piadosos, que allí residían, venidos de
todas las naciones que hay bajo el cielo.
6Al producirse aquel ruido la gente se congregó y se llenó de estupor
al oírles hablar cada uno en su propia lengua.
7Estupefactos y admirados decían: «¿Es que no son galileos todos
estos que están hablando?
8Pues ¿cómo cada uno de nosotros les oímos en nuestra propia
lengua nativa?
9Partos, medos y elamitas; habitantes de Mesopotamia, Judea,
Capadocia, el Ponto, Asia,
10Frigia, Panfilia, Egipto, la parte de Libia fronteriza con Cirene,
forasteros romanos, 11judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos
les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios».
12Todos estaban estupefactos y perplejos y se decían unos a otros:
«¿Qué significa esto?»
13Otros en cambio decían riéndose: «¡Están llenos de mosto!».
14 Entonces Pedro, presentándose con los Once, levantó su voz y les
dijo: «Judíos y habitantes todos de Jerusalén: Que os quede esto
bien claro y prestad atención a mis palabras:
15No están éstos borrachos, como vosotros suponéis, pues es la hora
tercia del día, 16 sino que es lo que dijo el profeta:
17 Sucederá en los últimos días, dice Dios: Derramaré mi Espíritu
sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas;
vuestros jóvenes verán visiones y vuestros ancianos soñarán sueños.
18Y yo sobre mis siervos y sobre mis siervas derramaré mi Espíritu».
En la estructura de la obra lucana, Pentecostés juega un papel de
primer plano. Reconecta a la promesa de Jesús con su cumplimiento
(cf. Lc 24,49: «Mirad, y voy a enviar sobre vosotros la Promesa de
mi Padre. Por vuestra parte permaneced en la ciudad hasta que
seáis revestidos de poder desde lo alto») y, todavía más atrás, vuelve
al Antiguo Testamento (por ejemplo a las profecías de Joel 3,1-5, que
Pedro cita en su discurso: «Sucederá después de esto que yo
49
derramaré mi Espíritu en toda carne. Vuestros hijos y vuestras hijas
profetizarán, vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes
verán visiones… Y sucederá que todo el que invoque el nombre de
Yahveh será salvo») y se cumplen la expectativas o esperanzas.
Contemporáneamente Pentecostés representa un inicio, el nacimiento
de la Iglesia y el primer paso de su misión.
De grupo a comunidad de salvación
El Espíritu transforma a un grupo de personas encerradas en el
cenáculo, que estaban al cubierto (Hch 1,13), en testimonios
conscientes y valientes. El grupo de discípulos se transforma en
comunidad de salvación, consciente de que el Reino de Dios está ya
en medio de ellos, conscientes de tener una responsabilidad en
confrontación con el mundo. Son las dos consciencias fundamentales
del pueblo de Dios. Parece que son dos las premisas para que Dios
done la abundancia de su Espíritu: la oración y el estar juntos:
«Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu»
(1,14), «estaban todos reunidos en un mismo lugar» (2,1). El
Espíritu no fue donado a algunos, sino a toda la comunidad, esta
idea será explicitada por Pedro en su discurso (2,17), citando al
profeta Joel (3,1-5): «yo derramaré mi Espíritu en toda persona».
El Espíritu abre el pequeño grupo y lo pone en camino. Pero siempre
en un camino de comunión. Y he aquí que el pequeño grupo sale del
cenáculo y entra en el mundo para construir una comunidad más
grande: después del discurso de Pedro -narra Lucas- «aquel día se les
unieron unas 3.000 almas» (2,41).
El anuncio de la salvación
El Espíritu abre a los discípulos al mundo, les da el valor de
presentarse y expresarse en público, de narrar delante de todos «las
grades obras de Dios» (2,11). Es la tarea prioritaria de la Iglesia: un
anuncio valiente, público, que se cualifica por algunas características.
Es un anuncio comunitario: es toda la comunidad la que se propone y
anuncia públicamente, no son voces aisladas. Cuando Pedro
proclamará la Palabra lo hará a nombre de todos, circundado del
50
grupo de los once: «Entonces Pedro, presentándose con los Once,
levantó su voz y les dijo» (2,14).
Es un anuncio que tiene como centro la narración de Jesús,
crucificado y resucitado, persona, palabras y gestos. El discurso de
Pedro a Pentecostés lo demuestra con claridad: «Israelitas, escuchad
estas palabras: A Jesús, el Nazoreo,…» (2,22). Y es un anuncio que
encuentra el consenso y el disenso, es decir, que suscita reacciones
opuestas. El Espíritu hace eficaz el anuncio pero no lo sustrae de la
discusión: «Todos estaban estupefactos y perplejos y se decían unos
a otros: «¿Qué significa esto?». Otros en cambio decían riéndose:
«¡Están llenos de mosto!» (2,12-13). Los signos del Espíritu exigen,
para ser acogidos, la apertura a la fe.
La pasión de la universalidad
El anuncio debe de ser sobretodo universal. Para inculcar esta idea
Lucas subraya tres diversos puntos: Antes que nada, Lucas describe
la venida del Espíritu utilizando los símbolos clásicos que
acompañan la acción de Dios: el viento, el terremoto y el fuego. Pero
aquí hay un símbolo más: las lenguas que se dividen y se posan
sobre cada uno de los presentes, de tal manera que «y se pusieron a
hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse».
Ya la tradición judía sugería que sobre el Sinaí la voz de Dios se
dividió en más lenguas, precisamente en setenta lenguas, para que
todas las naciones pudieran comprender. Lucas utiliza este símbolo
para remarcar la tarea de unidad y de universalidad a la que la Iglesia
está llamada. La universalidad y el ecumenismo son los primeros
signos de la presencia del Espíritu de Dios.
Después para sugerir las mismas ideas, Lucas se sale del tema al
decir que la muchedumbre que se encontraba allí estaba compuesta
por hombres de varias nacionalidades (2,9-11): se encontraban
hombre «venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo» (2,5).
Finalmente, una tercera anotación: «Pues ¿cómo cada uno de
nosotros les oímos en nuestra propia lengua nativa?» (2,8). Es como
decir que el Espíritu no tiene su propia lengua, ni está ligado a una
lengua o a una cultura particular, pero las acepta todas, se expresa a
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través de todas. Los hombres no deben abandonar sus lenguas, ni sus
tradiciones, para hacerse cristianos: la unidad del Espíritu es más
profunda, y no constriñe al hombre a abandonar el mundo en el que
ha crecido. El milagro de las lenguas parece ser visto por Lucas en
dos modos diversos: en 2,4 son los apóstoles que hablan lenguas
diferentes; en 2,8 es en cambio cada uno de los que escuchan sienten
hablar a los apóstoles en su propia lengua.
Babel y Pentecostés
Con la venida del Espíritu y con el nacimiento de la comunidad
inicia en el seno de la humanidad una historia nueva, invertida
respecto a la historia iniciada en Babel. El símbolo de las lenguas que
se dividen: «Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se
repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos», de hecho alude al
episodio de Babel.
En la narración de la torre de Babel (Gn 11,1-9) se lee que los
hombres quisieron llegar a Dios, pero no como un don, sino como
conquista propia: «Después dijeron: «Ea, vamos a edificarnos una
ciudad y una torre con la cúspide en los cielos, y hagámonos
famosos, por si nos desperdigamos por toda la haz de la tierra»
(11,4). Es la eterna tentación del hombre que quiere construir una
ciudad sin Dios, y buscar salvación en sí mismo, de abajo, con
fuerzas propias, en vez de aceptarla como un don que viene de lo
alto.
Una relación alterada, turbada que conduce a la división: el relato
bíblico no solo habla de confusiones de la lengua, sino también de
dispersión de los pueblos: «Ea, pues, bajemos, y una vez allí
confundamos su lenguaje, de modo que no entienda cada cual el de
su prójimo». Y desde aquel punto los desperdigó Yahveh por toda la
haz de la tierra, y dejaron de edificar la ciudad» (11,7-8). Detrás de
la diferencia de las lenguas se deja entrever el colapso, la ruina y la
pérdida de la unidad de la familia humana, la disgregación, cada
pueblo sigue su propio camino, un pueblo contra el otro. Cuando
Dios se aleja, entonces se manifiestan los ídolos, y los ídolos dividen
y hacen añicos. Es la dispersión y la ruina del hombre, cada uno se
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preocupa solo de sí mismo, de sus propios intereses. Cuando eso
sucede, el hombre no busca una referencia a Dios y a los valores
comúnmente aceptados, sino que cada uno busca desatinadamente su
propia salvación. La Biblia nos presenta en diversos pasajes que la
división no es solo cuestión de lengua, sino también de valores. No
se logran entender, no porque las lenguas sean diversas, sino porque
los valores ya no son comunes. En Babel los hombres de una misma
lengua ya no se pudieron entender. En cambio, en Pentecostés
hombres de lenguas diversas se encuentran y se entienden: «Pues
¿cómo cada uno de nosotros les oímos en nuestra propia lengua
nativa?» (2,8). La comunión vuelve a ser posible, pero solamente
porque el protagonista es el Espíritu. Nos encontramos de frente a
una indicación esencial para la Iglesia de todo tiempo: la tarea que le
confía el Espíritu Santo es de imprimir a la historia humana un
movimiento de reunificación, ayudando de todas las manera posibles
par que los hombres se encuentren.
Pero se debe de tratar de una reunión en el Espíritu. No solo en el
sentido de que el protagonista es el Espíritu (y por tanto la reunión
es don), sino en el sentido que debe de ser una reunión en la libertad
y en torno a Dios. La reunión en el Espíritu solicita el consenso, el
asentimiento interior. Esto sucede en medio de la libertad, y no en
la imposición. Y es una reunión en torno a Dios, a su Palabra, no
entorno a sí mismo y a las propias ideas: «todos les oímos hablar en
nuestra lengua las maravillas de Dios» (2,11).
La unidad es uno de los grandes símbolos de la salvación: los
hombres, dispersos, perennemente divididos los unos contra los
otros, sueñan en reunirse en una gran fiesta que finalmente suprima
todas las barreras y las contraposiciones. Pero hay dos caminos para
intentar esta reunión. El camino impaciente de todos los sueños
hegemónicos, de aquellos de los antiguos imperios asirio-babilónica
a aquellos del imperialismo moderno: reunir con la fuerza a todos los
pueblos bajo una sola autoridad y obligatoriamente mantenerlo
dentro de una única ideología. Es el intento de Babel, es un tentativo
idólatra, que está destinado fatalmente a errar y a generar siempre
mayor contraste y división. Por otra parte, está el camino del
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Espíritu, que reúne a los hombres haciéndolos hermanos, en el
reconocimiento de Dios, en la libertad y en el amor. Es una
fraternidad que nace de la consciencia.
La vocación del cristiano, animado por el Espíritu, es la de reunir a
los dispersos. No solamente aquella de esforzarse por reunir a toso
los hombres en una única fe (tarea sin duda primaria e irrenunciable),
sino también la de indicarle a los hombre la posibilidad de
reencontrarse, no obstante las diferentes creencias, ideología y
culturas.
El discurso de Pedro
«Entonces Pedro, presentándose con los Once, levantó su voz y les
dijo…» (2,14). El apóstol habla en alta voz, en público y llama la
atención de todos. De Cristo no se habla “soto voce”, sino con voz
alta y clara. En la sociedad Palestina del tiempo, no faltaban ciertos
conflictos culturales, sociales, políticos, y muchas otras cosas tanto
religiosas como políticas, que podían y deben ser cambiadas.
Sin embargo, Pedro parece que se concentra en un único punto, aquel
que es esencial, la raíz de cada eventual toma de posición: hablar de
Cristo, de su muerte y de su resurrección, y del proyecto de vida que
él ha indicado. Se habla por tanto de Jesús y de su mensaje: lo demás
vendrá después. (B. Maggioni – A. Bagni, Atti degli Apostoli, 53-57).
3. Interiorización y asimilación de la Palabra de Dios
Resonancia y memorización de un versículo-clave
Terminada la escucha del pasaje evangélico se deja un tiempo de
silencio para la relectura del pasaje y para dejar resonar una
palabra dentro del corazón, es la palabra de imprimir en la memoria
y portar con sí durante el resto de la jornada.
Si la lectio viene realizada en el contexto de medio día de retiro, es
conveniente que a este punto los participantes se retiren en soledad
para la reflexión y la interiorización personal.
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Lectura franciscana de profundización
En el tiempo de reflexión personal, para interpretar el Evangelio a
la luz del crisma de san Francisco, se sugiere la lectura de dos textos
sobre la manera de trabajar de los frailes, tomados de los Escritos
de san Francisco.
Rb III, 10-14
«10Aconsejo de veras, amonesto y exhorto a mis hermanos en el
Señor Jesucristo que, cuando van por el mundo, no litiguen ni
contiendan con palabras (cf. 2 Tm 2,14), ni juzguen a los otros;
11sino sean apacibles, pacíficos y moderados, mansos y humildes,
hablando a todos honestamente, como conviene. 12Y no deben
cabalgar, a no ser que se vean obligados por una manifiesta
necesidad o enfermedad.
13En cualquier casa en que entren, primero digan: Paz a esta casa (cf.
Lc 10,5).
14Y, según el santo Evangelio, séales lícito comer de todos los
manjares que les ofrezcan (cf. Lc 10,8)».
2CtaF
«2Puesto que soy siervo de todos, estoy obligado a serviros a todos y
a administraros las odoríferas palabras de mi Señor. 3Por eso,
considerando en mi espíritu que no puedo visitaros a cada uno
personalmente a causa de la enfermedad y debilidad de mi cuerpo,
me he propuesto anunciaros, por medio de las presentes letras y de
mensajeros, las palabras de nuestro Señor Jesucristo, que es la
Palabra del Padre, y las palabras del Espíritu Santo, que son espíritu
y vida (Jn 6,63)».
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Para facilitar la interiorización y asimilación de la Palabra de
Dios:
 Trata de leer el pasaje evangélico a la luz de la metodología
de Emaús: ¿Qué cosa dice a tu vida de hermano menor y a la
vida de la fraternidad de la cual formas parte? ¿Percibe
alguna palabra de consuelo, capaz de hacer arder tu corazón?
¿Qué elementos de reprensión y de provocación contiene?
¿Hacia cuáles opciones de vida estimula o aguijonea?
Durante el tiempo de la reflexión personal es aconsejable dejarse
provocar incluso de las preguntas que se hacía el joven Francisco de
Asís, preguntas que posteriormente pueden orientar nuestra vida y
nuestras elecciones.
 «¿Señor, qué quieres que haga? »
 «Altísimo, glorioso Dios, ilumina las tinieblas de mi
corazón».
4. Restitución
A la hora fijada, los participantes se reúnen nuevamente y pueden
iniciar releyendo en alta voz aquella palabra o el versículo que
llevarán en el corazón. Enseguida se puede pasar a compartir las
reflexiones maduradas en medio del silencio y de la oración personal.
Es bueno concluir la propia reflexión con una breve oración de
alabanza y de petición de ayuda para poder vivir el compromiso
descubierto para sí mismo y para la fraternidad.
Se aconseja concluir juntos con la oración de alabanza tomada de la
“Regla no bulada”.
Oración
«Omnipotente, eterno, justo y misericordioso Dios»
CtaO 50-52
«50Omnipotente, eterno, justo y misericordioso Dios, danos a
nosotros, miserables, hacer por ti mismo lo que sabemos que tú
quieres, y siempre querer lo que te place, 51para que, interiormente
purificados, interiormente iluminados y abrasados por el fuego del
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Espíritu Santo, podamos seguir las huellas (cf. 1 P 2,21) de tu amado
Hijo, nuestro Señor Jesucristo, 52y por sola tu gracia llegar a ti,
Altísimo, que, en Trinidad perfecta y en simple Unidad, vives y
reinas y eres glorificado, Dios omnipotente, por todos los siglos de
los siglos. Amén».
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