Jóvenes Narradores

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Jóvenes Narradores
En el marco del Encuentro Intergeneracional
“La memoria construye una Patria para todos”,
La estancia que fue
Año 1956, Estancia Cumeco, un lugar hermoso a pocas leguas del pueblo.
Un parque inmenso, poblado de árboles, arbustos y flores. En el centro el chalet estilo
francés, la pileta de natación.
Al frente y a poca distancia, la casa del encargado por un lado, la del capataz y los
peones por el otro y la matera donde se reunían los peones a compartir unos mates al
regresar del trabajo o esperar el toque de campana para continuarlo.
Los galpones, los corrales, el palomar, un edificio en forma de torre con una pequeña
puerta que siempre estaba cerrada con llave, protegiendo a las palomas. La fábrica de
queso, el camino de los pinos, el Cristo, el tambo, la cabaña. La cochera que celosamente
cuidaba los aperos y carros antiguos esperando algún nuevo visitante.
Más de sesenta personas iban y venían por los distintos lugares realizando tareas.
Llegaban visitantes cultos e inteligentes a quienes todo les llamaba la atención, todo les
resultaba materia de interés. Muchas personalidades entre ellos Manuel Mujica Láinez,
Félix Luna disfrutaron de la calidez y la pureza del lugar. Edgardo Giménez con sus
mágicas manos, pintó las panteras que dieron un detalle singular al parque, como lo dio la
invasión de palomas que cubrieron con nidos y huevos todo espacio desocupado. No
se puede contar el efecto que producía verlas y oírlas en coro.
Con el tiempo todo fue desapareciendo.
Hoy todo es silencio, abandono, sólo algunas construcciones vencen el paso del tiempo.
El aspecto del lugar, tal como lo viví por muchos años, no se ha borrado de mi memoria
Aún sigo viendo flores de colores, caminos prolijos, pasto cortado, canteros primorosos,
rosales en flor, laberinto ordenado, pileta impecable, personas incansables trabajando de
sol a sol todos los días del año, con lluvia, frío, viento o calor. Poco a poco el bullicio, los
colores, movimientos fueron perdiéndose.
Parada en la tranquera de acceso al lugar, veo una imagen de aspecto silencioso,
abandonado, despintado. Dejo vagar mis ojos hacia los pocos árboles que luchan por
quedarse en pie.
Escuela Centro de Educación Nº703 de Bolivar
Alumnos: Karina Andrea Decima
Relator: Felisa Prieto
La última noche
Era una noche de tormenta sobre Capilla del Señor, el viento anunciaba una intensa
lluvia.
Como todas las noches Pepe Monje, salió a encontrarse con sus amigos. Como era su
costumbre no iba a dejarla por caprichos del tiempo, salió en su vieja bicicleta negra,
medio despintada.
Pedaleaba despacio por la calle oscura. El viento revolvía la tierra formando remolinos.
Al pasar frente a la escuelita, recordó su infancia, cuando su madre lo enviaba temprano
con el cuaderno. Le pareció sentir en el aire el olor del mate cocido que le preparaba
después de calentar en el brasero la pava gorda y negra.
El viento era cada vez más fuerte, casi no veía la capilla, ésa donde los domingos
después de misa se reunía con los del pueblo para conversar un rato y pasar al menos
una tarde en compañía.
Miró al cielo y vio cómo se movían las ramas de los pinos de la plaza. Pero eso no
frenaría sus ganas de encontrarse, como todos los días, con sus amigos. Ellos lo
esperaban en lo de Cafferata, un almacén grande, de esos en los que se vendía de todo,
hasta unos traguitos en compañía del truco, que no podía faltar.
Decidió bajarse de la bicicleta, casi no avanzaba, por eso pensó que era mejor cruzar el
cementerio a pie. Paró frente a lo que le pareció que era la tumba de su amigo “El
Cacique”, como todos le decían, aunque no conocía el porqué.
Ahí se persignó. La luz de un rayo lo dejó ver al perro “fiel” que cuidaba la tumba de su
amo.
-¿Cuánto tiempo más durará ahí ese perro? – pensó. No sabría nunca que ese perrito
sería tan conocido por su fidelidad que algún día tendría una placa en la plaza principal.
Comenzaba a llover despacio, las primeras gotas iban cayendo. Los ladridos nerviosos
del perro, paralizaron a Pepe. Sintió la puñalada en la espalda. Cayó de rodillas, le
costaba respirar.
Vio una sombra que escapaba bajo la llovizna, con su bicicleta, iluminada por los rayos.
Cerró los ojos y recordó los días de pesca en el Arroyo de la Cruz, la siesta bajo el sauce
llorón, las corridas a la imprenta de Jáuregui para no llegar tarde, el humo de los
trenes en la estación, los fideos de la fábrica de pastas. Quedó tendido.
Murió pensando que sólo en ese lugar descansaría en paz.
Alumnos de EPB (4º año) EGB N° 1 “Bernardino
Rivadavia”, Capilla del Señor
La partida
El profesor nos había dicho que había que escribir un cuento. Se trataba de narrar un
suceso imaginario, en forma breve. Para colmo, el cuento debía surgir de una charla con
una persona mayor, que nos contaría sobre algún hecho de su vida real. Conversamos
sobre una frase de Borges, que dijo que los hombres pueden soñar cosas que son ciertas.
De todas maneras, nos resultaba confusa esa mezcla de imaginación y realidad.
Seguimos hablando y leímos algunos cuentos cortos, como para darnos alguna idea.
Finalmente, llegó Mabel. Mabel nos vino a contar sobre su nieta Laura, de una edad casi
igual a la nuestra. Le acomodamos una silla, al frente del aula. Se sentó y comenzó a
hablar de la infancia de Laura.
Cuando Laura era chica, Mabel la cuidaba casi todo el día, porque su hija tenía que
trabajar. Así que la abuela la acompañó a lo largo de todo su crecimiento.
De a ratos, Mabel parecía entusiasmada, recordando los primeros pasos inseguros de
Laura, con sus correspondientes caídas y llantos, o sus balbuceos, algo así como las
primeras palabras. Y los comienzos del jardín. En la escuela, Laura siempre anduvo muy
bien, aunque no faltaron algunas travesuras, claro, pero nada que fuera serio.
Nos describió a Laura como una chica muy bonita, de pelo castaño oscuro, simpática y de
muy buen carácter. Tanto hablaba Mabel, tantas cosas contaba, que no parecía que todo
eso hubiera pasado en poco tiempo. ¿Acaso sobre nosotros habría tanto que contar?
Porque, por lo demás, íbamos sintiendo que Laura se convertía, poco a poco, en una
conocida, en una compañera más. Lo cierto es que aún siendo varios los que tomábamos
nota, Mabel apenas nos daba tiempo de los que tomábamos nota, Mabel apenas nos
daba tiempo de escribir todo lo que decía. Transmitía el orgullo y el afecto escribir todo lo
que decía. Transmitía el orgullo y el afecto que sentía por su nieta, hasta el punto en que,
en algunos de que sentía por su nieta, hasta el punto en que, en algunos de
nosotros, provocó un poco de envidia.
Como siempre fue muy sociable, ya de chica Laura acos- Como siempre fue muy
sociable, ya de chica Laura acostumbraba ir a las casas de sus compañeras, sobre todo
tumbraba ir a las casas de sus compañeras, sobre todo cuando había cumpleaños, o para
estudiar. Habitualmente, cuando había cumpleaños, o para estudiar. Habitualmente,
Mabel era la encargada de llevarla, y luego la madre pasaba Mabel era la encargada de
llevarla, y luego la madre pasaba a buscarla, de vuelta a casa.
A los diez años quiso ir a aprender música.
Había un instituto donde enseñaban guitarra, pero el problema era que había to donde
enseñaban guitarra, pero el problema era que había que tomar un colectivo. Madre y
abuela estuvieron pensando que tomar un colectivo. Madre y abuela estuvieron pensando
y pensando, varios días, cómo hacer para pagar el instituto y y pensando, varios días,
cómo hacer para pagar el instituto y el colectivo. Además, aunque era cerca, todavía no
se anima- el colectivo. Además, aunque era cerca, todavía no se animaban
a dejarla ir sola, y eso hacía más caro el viaje, y eso hacía más caro el viaje.
Finalmente se decidieron e hicieron un esfuerzo. Laura se Finalmente se decidieron e
hicieron un esfuerzo. Laura se dio el gusto y, poco a poco, su familia se fue
acostumbrando dio el gusto y, poco a poco, su familia se fue acostumbrando a la idea de
que ya podía viajar sola. Al fi n y al cabo, no a la idea de que ya podía viajar sola. Al fi n y
al cabo, no regresaría muy tarde. Con el tiempo llegó la guitarra propia, regresaría muy
tarde. Con el tiempo llegó la guitarra propia, un regalo de cumpleaños del tío, que tenía un
buen trabajo y podía comprar esas cosas. A medida que crecía, se hizo un poco rebelde.
Tal vez por lo del padre, que las había abandonado a ella y a su mamá, y, para colmo,
para formar otra familia. Cuanto más crecía, más difícil se le hizo perdonarlo, e incluso
verlo.
Escribíamos mientras pensábamos en las preguntas que, al final, le haríamos a Mabel.
Sobre todo, queríamos saber cómo hacía Laura las cosas que nosotros hacemos, o si
quería las mismas cosas que nosotros queremos. Pero la mujer no se detenía ni un
instante. Sin embargo, muchas veces parecía adivinar nuestras preguntas. En cada
salida, se iniciaban todas las recomendaciones, no sólo de la mamá sino también de la
abuela. No vuelvas tarde, cuidado con lo que te den de tomar, no fumes, ¿con quiénes
vas?, ¿tenés plata?, llamame.
También llegaban las opiniones de sus mejores amigas. Mejor ponete esto, cómo vas a ir
así, y, por supuesto, ¡ojalá que esté Fulanito!
En los últimos años, no le había dedicado mucho tiempo a la escuela, tanto era lo que le
gustaba estudiar y practicar guitarra. Sabía tocar casi todos los ritmos. Claro que cuando
se trataba de diversión, cuando estaba con sus amigos, lo que más se escuchaba era el
rock nacional.
De golpe, la voz de Mabel empezó a cambiar, casi a perderse. Su cara se puso tensa.
Apenas en un murmullo, mirando hacia abajo, dijo que una noche no querían que saliera,
que ella y la madre le pidieron que se quedara en casa. Pero la nieta estaba muy
entusiasmada. Final- mente, aceptaron, le dieron dinero y los consejos de siempre.
Laura se fue al recital. Mabel se levantó de golpe, y salió del aula llorando. No pudimos
hacer preguntas y, en realidad, no quisimos imaginar.
Alumnos de
ESB Nº 4, Pablo Nogués
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