El arte de complicarse la vida

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EL FARO
1
Marzo 2010
MARZO 2010
PLIEGOS DE ALBORÁN Nº 13
El arte de complicarse la vida
JOSÉ VICENTE
PASCUAL
Poke Rafferty es escritor. Vive en Bangkok
con su novia Rose, ex bailarina de un club de
striptease (en efecto, ex-lo que ustedes están
pensando), y con Miaow, una niña acogida por
Rose que puede permitirse el pequeño lujo
de elegir su edad, nueve años, y la fecha de su
cumpleaños, aunque seguramente no pueda
librarse nunca del recuerdo de su vida en la
calle (también aciertan con lo que están pensando).
La vida transcurre más o menos sosegada
para este singular y desde luego encantador
grupo humano. Rose dirige una empresa de
limpiezas a domicilio cuya plantilla está integrada por muchas "ex" que han decidido librarse de la sordidez y explotación de su anterior oficio. Miaow lleva una existencia convencional y se siente protegida y querida en
su nueva familia. Poke, como escritor que no
puede evitar ser, es algo más extravagante: ha
contratado los servicios de unos cuantos delincuentes, mafiosos, espías y gente de parecida catadura, para que le instruyan en las artes del gremio. Es uno de esos escritores
anglosajones para los cuales Nulla sapiencia sine
experiencia. De cualquier forma, todo parece
estar bajo control. Hasta que un día...
Todas las buenas historias empiezan con
un fenomenal "pero" interpuesto en la vida
de los personajes. Surge el conflicto y se desencadena el argumento. En El cuarto observador es de agradecer la sutileza e imaginación,
el esmero con que Timothy Hallinan trama y
ejecuta las condiciones bajo las cuales la vida
de Poke Rafferty va a convertirse en una vertiginosa carrera, huyendo de la muerte y persiguiendo su salvación y la de quienes ama.
Digo que es de agradecer porque la verosimilitud en este tipo de narraciones, o género
si se prefiere (el puro thriller contemporáneo),
es virtud literaria bastante complicada de encontrar. Si el argumento de El cuarto observador se formula de manera más espectacular,
por ejemplo: "Tailandia - Un escritor y su novia exprostituta se ven involucrados en el tráfico de rubíes y en una guerra interna entre
falsificadores de moneda, por lo que comienzan a ser perseguidos implacablemente por
las mafias china, tailandesa y coreana...", lo
más seguro es que el lector se suponga ante
una novela de aventuras difícilmente creíble
aunque entretenida. Mas el arranque de esta
obra es pausado, de ritmo doméstico, detenido en los perfiles psicológicos de los personajes (acaso grata influencia de Le Carré,
maestro indiscutido), para crear un ambiente
de cómoda intimidad, esa conformidad con
el entorno que siempre resulta aparentemen-
EL CUARTO
OBSERVADOR,
TIMOTHY
HALLINAN.
EDITORIAL
VIA MAGNA
COLECCIÓN:
VÍA MAGNA
TRILLER,
BARCELONA,
2010
412 PÁGINAS
18.95 EUROS
te sólida a los personajes y llena de inquietud
al lector, porque éste sabe que tarde o temprano aparecerá un capítulo titulado. "Puede
que tengamos un problema". Hilvanar cuidadosamente, con una prosa fluida y en ocasiones brillante, cada uno de los pasos que llevará el relato de la "normalidad" a la vorágine
de la acción desatada, es otro acierto del autor que agradecen sobre todo quienes, como
un servidor, no son incondicionales seguidores del género. Sin embargo, una idea rectora
se impone sobre las limitaciones (y la amplitud, evidentemente), propias de una historia
como El cuarto observador: la asombrosa capacidad para complicarse la existencia que tienen los seres humanos, una inclinación casi
fatídica hacia el desastre que, por tomárnoslo
filosóficamente, resumiría nuestra bien acertada intuición de que en la vida, sucedan como
sucedan las cosas, al final todo acaba mal. Hay
verdaderos hallazgos literarios en torno a esta
idea, como la fantástica sentencia de una de
las empleadas de Rose, la cual se queja de que
un cliente la mira demasiado mientras se dedica a las faenas de limpieza: "Si pudiera dejarme el trasero en casa, se acabaría el problema".
Si pudiéramos desposeernos de cuanto somos y nos obstaculiza, de aquellos rasgos de
la naturaleza humana que nos abocan sin remedio al conflicto... si pudiésemos dejar en
casa no sólo el trasero sino la vanidad y la
torpeza, el orgullo, la codicia y la impostura,
probablemente seríamos mucho más felices,
dormiríamos en completa beatitud, la vida
sería como un largo río tranquilo, como una
eterna tarde de domingo. Y no habría literatura. Timothy Hallinan nos recuerda con esta
novela que vivir, ante todo, significa encarar
un enorme reto. Quien lo acepta, siente el
pulso de los días. Quien decide renunciar, para
su desgracia descubre que las reglas del juego no contemplan esa opción. Al final, siempre queda la misma enseñanza: Vivir es riesgo. Lo demás, simulacros que llevan invariablemente al fracaso.
EL FARO
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Marzo 2010
Cultura/Poesía
Dialéctica
y poesía
En torno a
Pisadas sobre lienzo,
de Isabel de Rueda
DOMINGO
F. FAILDE
Se hace camino al andar. Este sencillo verso de
Machado nos coloca ante la dialéctica, el
constante fluir de las cosas, esa terrible huida
hacia delante que construye la vida y, al mismo
tiempo, la endereza hacia su consumación.
Creamos, pues, la vida, paso a paso, golpe a golpe,
verso a verso; y la vida, al hilo de la última pisada,
se redime de su fugacidad gracias a la memoria.
Con estos materiales, Isabel de Rueda (Jerez
de la Frontera, 1962) ha escrito su último libro,
Pisadas sobre lienzo, cimentado no obstante en la
elegancia vaporosa y sugerente que, a propósito
de Tu silencio en voces, le valiera el elogio de la
crítica. Fue Mauricio Gil Cano quien definió su
escritura como una poética del ensueño, aludiendo
a la atmósfera que, unívoca y perfecta, envolvía
al conjunto, imprimiéndole un halo de tenue
romanticismo, a la sombra –remota, eso sí, sin
permitir que ocultase su propia voz– de
Bécquer, Machado y Juan Ramón, sumándose
a la estirpe que, como dijo Fernando Ortiz, ha
forjado los rasgos distintivos de buena parte de
la poesía andaluza. Un profundo lirismo, que
busca su agnición en la naturaleza y se expresa
a través de la luz, el color y el aroma, expande la
mirada de la autora, cuya paleta literaria -si se
me permite el símil pictórico- siente predilección
por los tonos tenues y consigue plasmarse en el
poema con palabras sencillas, de esas que
comparecen en el texto sin hacer ruido ni
levantar el polvo, rozando lo nombrado,
temerosas acaso de su profanación.
Isabel es así y así es su poesía: auténtica, en la
medida en que logra expresarse a sí misma,
evitando incurrir en dos tópicos peligrosos: el
solipsismo, por una parte, que suele resolverse
en la autofagocitación del yo lírico, y la
impostura, por otra, que acaba muchas veces
anulando la voz del poeta o lo arroja al abismo
del amaneramiento y la clonicidad. Gusta, por
ello, recalar en los versos de Isabel de Rueda y
sentirse a merced de una propuesta estética en
que el ensueño es ley y la palabra es norma. Con
esta matemática, el poema se hincha como una
vela al recibir el soplo de la música, acompasada
siempre por el latido casi imperceptible del
corazón. De este modo, el navío poético
emprende su periplo, surca con mansedumbre
las aguas más bravías y mantiene, no obstante,
una suave velocidad de crucero, cabeceando
apenas, inmune acaso a las acometidas.
Pienso que hay que ser buzo y lanzarse a las propias
aguas, dijo en cierta ocasión. La poesía, en efecto,
puede ser concebida como un ejercicio de
exploración del yo. También de ocultación, pero
no es éste el caso, por más que la voz lírica,
escondida detrás de la puerta, mire la realidad
por una rendija, no para enmascararse sino para
evitar que su presencia pueda alterarla y, con
ello, falsear su conocimiento y desnaturalizar su
expresión. En esto consiste para ella la
deslumbrante transparencia que anida en el
poema, un pequeño -o no tanto- universo en el
cual se contiene el misterio de la existencia y, en
palabras de la propia autora, el deseo de transgredir
ese espacio limitado que a todos nos envuelve.
La idea de transgresión aparece con mucha
frecuencia en el discurso de Isabel de Rueda.
Conviene, sin embargo, aclarar que el concepto
no apunta en su poesía al ámbito moral sino al
estético y metafísico. Transgredir, en efecto, si
atendemos a su etimología, significa ir más lejos,
marchar más allá de. Se trata de una idea que, en
sí, da mucho juego, pues constituye, de entrada,
una declaración de propósitos y una cosmología.
Lo primero, sin duda, nos conduce a un
principio irrenunciable: la poesía, como acto
creativo, supone siempre un salto hacia delante;
y si el poeta, como el trapecista, se arroja desde
el trapecio de la tradición literaria hacia los
brazos que le tiende el futuro, queda en medio
el tirabuzón, la pirueta que corta el resuello a
los espectadores; el asombro, en definitiva, ante
el hallazgo, es decir, la pericia de un vuelo que,
en palabras de María Zambrano, deberá
conducirle al tiempo del sueño, del deseo, y a la
anticipación de la realidad.
Lo segundo, naturalmente, nos regresa a una
idea que mencioné al principio: la dialéctica, que
no es sino la forma en que todo camina hacia
delante, partiendo de un pasado que todo lo va
devorando, pero que, sin embargo, viaja en
nuestro magín hacia el futuro, gracias a la
memoria.
Nos hallamos así ante una de las grandes
obsesiones que alimentan el discurso poético
de Isabel. De la memoria encajada es el título de
una de sus obras. El ejercicio de la evocación
aparece como algo consustancial a la vida y
conciencia, a su vez, de la misma. Sin ella, ni el
espacio ni el tiempo tendrían razón de ser ni la
vida, reducida a fenómeno biológico, podría
constituirse en existencia, es decir, biografía.
Pisadas sobre lienzo es la metáfora, lúcida y bella,
de estas reflexiones. La existencia, concebida
como un lienzo en blanco, acoge nuestras huellas
al pisarlo. De este modo escribimos la historia,
de la misma manera que creamos el arte, pues
lo uno y lo otro convergen en aquella limpísima
superficie, que espera ser hollada para poder
existir.
El libro, dividido en tres partes, bien
delimitadas, cuyos títulos se limitan simplemente
a ordenar (primera pisada, segunda..., tercera...),
evidencia, de entrada, una distribución del
espacio poético, asignándose los 13 primeros
poemas al conocimiento, los 16 que le siguen al
amor y, por último, los 6 restantes al dolor, por
más que interactúen estos temas y atraigan a su
campo otras ideas, conjurándose así cualquier
riesgo de estancamiento y evitando igualmente
el de incurrir en lo monotemático.
Por sus versos desfilan lo divino y lo humano.
Lo humano, sobre todo, y el amor como
emblema, porque sin él nada sería posible.
Resumiendo: Isabel de Rueda consolida con
este libro la imagen que la acredita como una
poeta con voz propia, cuya obra, pulida con
esmero, se ensancha paso a paso y mira, como
siempre, a los adentros, esa gran factoría donde
se forja el conocimiento y se templa su música.
Alejada de sinecuras y mercadeos, atenta
únicamente al radar que detecta la belleza, va
gestando su obra, introduciendo en ella toda la
luz que cabe en su mirada. Como todo poeta
verdadero, es, sin duda, un vestigio de otra vida
más pura.
Muchos son, desde luego, los motivos por
los que sobrecoge su poesía. A menos que, como
Alicia, el personaje más desvalido de Entre visillos
EL FARO
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Marzo 2010
Cultura/Poesía
Sonetos al silencio
de Enrique Morón
LA POETA
JEREZANA
ISABEL
DE RUEDA,
AUTORA
DE PISADAS
SOBRE
LIENZO,
PUBLICADO
POR EH
EDITORES
EN SU
COLECCIÓN
HOJAS DE
BOHEMIA
–esa obra maestra de Carmen Martín Gaite–,
un río sea tan sólo agua que corre, e incapaces de
ver las diferencias que el devenir imprime a la
corriente, no menos que a la vista de quien lo
observa, dejemos escapar el aura de las cosas,
su inefable misterio, su belleza, no nos puede
pasar desapercibida esa escalofriante serenidad
con que Isabel de Rueda asienta su mirada en el
poema, allegando al discurso la visión
totalizadora que le hace exclamar, como a los
clásicos, que nada de lo humano le es ajeno.
Y, en hablando de ríos, asoma sus espumas
mitológicas el de Heráclito, que es un cristal
cambiante, a cuya constante versatilidad debe
el hombre la ciencia y la experiencia, cuanto
también la sana tolerancia que implica el ejercicio
de pensar y obtener como conclusión la certeza
absoluta de que lo absoluto no existe, que todo
es relativo y está sujeto al cambio. Pero en el
caso de Isabel de Rueda, el torbellino ancestral
de esta danza, inspiradora de las de la muerte,
allá por el medievo, viene a darse de bruces con
el asombro que mana sin cesar de esta poeta,
para quien la poesía nace directamente de la
contemplación del misterio gozoso que, al pasar
fugazmente, encuentra en su pupila un celoso
notario que da fe o una maga que, a golpe de
palabras, lo conduce a la eternidad y, a bordo
de un papel, tan frágil y ustible, le imprime
robustez y transparencia. La realidad, en sus
manos, se ha convertido en poema.
Pisadas sobre lienzo es la crónica lírica de este
prodigio. El camino del ser en la propia
existencia. Pero también las huellas de sus pasos,
pues si no las dejamos impresas ¿quién dará
testimonio de la vida?
Como a estas alturas de la película literaria granadina no vamos a descubrir gran cosa sobre el mundillo poético en nuestra ciudad, Andalucía o España,
nos dedicaremos en estas líneas a enumerar impresiones que un lector cualquiera, que maneje unas
cuantas claves, pudiera extraer de un libro como el
que ahora tratamos.
1º.- Tras una veintena de poemarios, nueve obras
de teatro y un libro de memorias, a nadie se le escapa
que Morón, junto con otros poetas de su quinta (pensemos en Narzeo Antino, Antonio Carvajal…), conocen y enriquecen el mundo poético en el que se
mueven: la tradición española de corte renacentistabarroca, con sus elementos, elaboraciones y
trampantojos no tiene secreto para ellos y les sirve
para concretar un mundo en el que el poeta, lejos de
llegar al mutismo, se aposenta como cronista frente
a lo perecedero.
2º.- La paradoja entre el título y el contenido (los
Sonetos al silencio… son cien) se resuelve en una división de seis temas principales, en los que el poeta no
se separa de los grandes asuntos de la poesía,
reelaborando tópicos y ampliando su riqueza imaginativa que ya demostrara con solvencia en títulos
como Sereno manantial, Despojos o Senderos de AlAndalus.
3.- Los maestros reconocibles entre los versos de
Morón son de primera categoría: entre Garcilaso,
Lope o Góngora, Quevedo y Villamediana, reconocemos la musicalidad de Rubén o el dolor trasegado
por lo puro humano de César Vallejo.
4º.- Morón es lector y poeta: reescribe ciertos tópicos, como dijimos, de las letras españolas que se
muestran una y otra vez durante la historia de nuestra literatura, y que, de manera intransferible, llegan
a conformar una serie de símbolos (quizá el bronce,
por extensión, sea una personal alegoría de la edad y
el paso del tiempo, recurso tan característico en
Morón) que apoyan la lectura y la hacen apacible,
segura y solvente.
5º.- Los temas en los que se divide el libro son
diáfanos, así los títulos de las partes, nos van dando
idea de qué nos vamos a encontrar: Naturaleza, Del
amor, Existencial, Intimidad, De la vencida edad, Desolación: plenitud ante el mundo, personal y problemático hasta que el paso del tiempo que nos acerca a la
muerte (o, mejor, la idea de un final) aparece, como
iremos viendo.
6º.- Si hemos disfrutado de otros títulos de Morón,
veremos que la elegancia es una de sus fundamentales máximas: el soneto (si mal no contamos en este
libro, 39 en versos alejandrinos y el resto en
endecasílabos) es la forma elegida para, a través de la
contención que se impone desde el endecasílabo y la
forma propia de la construcción elegida, o el fluir
musical y más denso del alejandrino, no desistir del
ideal de belleza y comunicación, sin por eso ser rococó o vacuo, y escribir para tres elegidos: contención, elegancia y maestría que aportan metáforas
abarcadoras de mundos tan dispares como lo rural y
lo urbano, sin perder rigor y fuerza el mensaje que
desea comunicar.
7º.- A través de la naturaleza, a la que el poeta
respeta y venera como punto de partida y del bronce
–símbolo o alegoría del tiempo y la edad que se fue–
el poeta nos muestra un mundo pleno de los cuatro
elementos –aire, tierra, fuego y agua– donde el líqui-
EL POETA
GRANADINO
ENRIQUE
MORÓN,
AUTOR DE
SONETOS
AL SILENCIO
do forma parte de una imaginería que nos acompaña durante la lectura de todo el libro, ya sea para
mecernos con suaves olas, o para asaltarnos el corazón con oleajes incontrolables.
8º.- La dicotomía entre campo y ciudad, se resuelve en pos del primero: hay un elemento salvador en
lo verde, en la flor, en el árbol que da savia, contrapuesto a calles y callejones que hacen que el autor
recuerde la «inhóspita ciudad» ya descrita anteriormente en otro poemario.
9º.- Pero no nos engañemos: la belleza que Morón
nos recita íntimamente, está filtrada por un tamiz
insoslayable para cualquier persona: la memoria. La
disuasoria idea del olvido no es posible ante tanta
realidad como Morón quiere expresar: el poeta se
sigue sintiendo ajeno a Un mundo donde todo es objeto de
culto:/ lo soez, lo vulgar, lo inhóspito, el insulto… […] Son
las secuelas del capitalismo frío,[…]. La experiencia vivida y su recuerdo, el amor soñado y el logrado, la
poesía y el reconocimiento… la muerte impostergable, porque estamos vivos y es trágico saberse finito.
10º.- El amor puede salvar: Pues prefiero vivir tu indiferencia,/ o sucumbir en tu maledicencia,/ que padecer el
vals de tu partida.; el poema anegado de tiempo, también: Después fueron llegando los días más serenos/ y aprendí
a contenerme y a modular los versos/ con precisión, con calma, sin ansias y sin prisas. Otro elemento salvador, mas
también atravesado por la espada cruel del tiempo,
es la amistad tan presente en la poética de Morón y
su círculo (J. J. León, J. Lupiáñez, F. de Villena, A.
Enrique, M. Aparicio, Á. Moyano…) que llega a decir a sus amigos:
De todo cuanto fue, de cuanto ha sido
sólo queda un recuerdo, una pavesa;
rincón del llanto, sombra del olvido.
Y nada puedo hacer, la ligereza
del tiempo nos invade. La tristeza
de violetas me dio su colorido.
En conjunto, ni mucho menos un testamento poético como anuncian algunos versos (Es la edad de decir
adiós a tantas cosas…), y sí mucho más un poemario
que anuncia cambios que pudieran ser profundos en
Morón: Éstos son otros tiempos, pues antes escribía/ a todas las criaturas de la naturaleza…
Un relámpago (denso y magistral) más, de un poeta
que lleva Anclado a la poesía serena y madura, desde
antes de El bronce de los días.
JUAN
PEREGRINA
MARTÍN
EL FARO
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Marzo 2010
Cultura/Poesía / Viaje
Un vitalista,
un buscador
FERNANDO
DE VILLENA
En el volumen La memoria simétrica (Huerga&Fierro Ed) nos ofreció Ricardo Bellveser una antología de su producción poética desde
1977 hasta 1993. Con posterioridad publicó los poemarios Julia en
julio y El agua del abedul. A todos estos títulos he dedicado ya mi atención crítica y puedo afirmar que el tema central de la poesía de este
autor valenciano es la tristeza originada por la pérdida de la juventud.
Acaba ahora de aparecer, avalado con el premio «Gil de Biedma»,
su libro Las cenizas del nido, una obra de inusual profundidad en la
poesía de hoy, un libro marcado por el desgarramiento, una reflexión
estremecedora sobre el tiempo, el olvido y la fugacidad de todo, salvo
el arte. El argumento de la obra es el enfrentamiento del poeta con la
antigua casa paterna donde ya nadie vive y donde se acumulan, en
espera de ser saldados, muchísimos objetos que un día poseyeron su
sentido y que al presente son sólo «rescoldos, pecios y trastos de atrezzo,
de una comedia acabada a la fuerza, con desgana, con un doloroso
final previsible y torpe». Impresionante, en verdad, el texto con el que
arranca el libro («Lo que quedaba de ellos») e impresionantes muchos
de los poemas que conforman sus páginas. Pero, al contrario de lo
que pudiera pensarse, Las cenizas del nido no es una obra marcada por
la nostalgia. Ricardo Bellveser no se recrea apenas en el pasado; mira
siempre adelante; para él detenerse es morir y por ello se aferra a la
certeza de que sólo le «queda una sombra de futuro». Es la visión
propia de un vitalista, de un buscador. Y en esta búsqueda, con admirable sinceridad y con tono confesional, el poeta nos va dejando jirones de sí mismo. Sabe que, como esos emigrantes de color que pueblan hoy nuestras ciudades, todos somos exiliados ya hasta el fin desde el momento en que se arrasa el nido, la casa paterna.
El estilo poético de Ricardo Bellveser resulta de una gran modernidad y fuerza. Símiles y metáforas originalísimas se suceden sin dejar
descanso al lector en versos que fluyen y se encadenan con agilidad.
EL POETA RICARDO BELLVESER
A veces, también se recurre a la intertextualidad, como en el caso del
poema «Anciana tras la ventana» donde algunos versos de Garcilaso
cobran un sentido completamente nuevo al cambiar de contexto.
La segunda parte del poemario contiene diversas reflexiones: sobre
la inmortalidad, sobre la vejez y sobre el arte, la única tabla de salvación a la que se aferra el poeta. Comentaba al principio que Las cenizas
del nido ha logrado el XIX premio «Gil de Biedma»; considero de justicia que se alce también con el premio nacional de poesía.
Chopin, noche en silencio
ANTONIO
COSTA
Se cumplen doscientos años desde que
nació Chopin. Yo no sé nada de música pero
la amo profundamente y me ha hecho vivir
miles de vidas. Y para mí Chopin es lo esencial
de la música. Cuando tenía cinco años mis
tíos tenían un tocadiscos y solo un disco de
Chopin y ya ese nombre fue magia en mis
oídos. Mucho tiempo después visité
Zelawowa Wola, la aldea de Polonia donde
nació. Era un domingo por la mañana y había
una concertista japonesa tocando sus
nocturnos. Y visité la casa de Chopin en la
vía real de Varsovia. Y allí escribí: «Chopin es
el músico de mi vida». En otro tiempo visité
la cartuja de Valldemosa, en Mallorca, solo
para pisar los lugares que él pisó. Me asomé a
una balconada oscura sobre unos jardines
desde el cuarto donde él trabajaba. Y hace
poco me maravilló encontrarlo en el
cementerio Pere Lachaise de París. A mí la
música me hace sentir la vida, me descubre
los secretos de mi interior, me revela lo que
no puede decirse de otro modo. Me hace ser
extraño y yo mismo infinitas veces. Y Chopin
mejor que nadie. El representa lo mejor del
romanticismo. Que es, como decía Novalis,
indicar lo infinito detrás de lo finito, lo oculto
detrás de lo visible. Ya no se trata de grandes
sinfonías, de construcciones artificiales o
intelectuales, de síntesis abstractas. Se trata
de fragmentos, de lo que aporta cada
momento, contradictorio, fugaz, inclasificable.
Sin encerrar en esquemas, sin dirigir con
intenciones. Solo escuchar la vida como habla
ella misma, con sus caprichos, con sus
irreductibilidades. Se trata de acercarse al
silencio, de callar uno mismo y escuchar lo
que diga la existencia. Por eso dice Pasternak
que Chopin no hace trampas. Chopin provoca
lo mismo que Rilke: que el más mínimo
instante parezca extraño y profundo. Y se trata
de situarse en la noche. Porque en ella surge
lo que está más callado, se siente más que se
mira, se palpa más que se dibuja. La verdadera
música pertenece a la noche. Y nadie lo
manifiesta mejor que Chopin en sus Nocturnos.
Y también Chopin se acerca a las creaciones
populares, que son pura autenticidad (antes
de que las manipule la cultura industrial),
emoción sencilla, surgir inconsciente, como
en las Mazurcas. Y escucha el sentir de su pueblo
polaco, que todos los imperios quisieron aplastar,
que los poderosos intentaron barrer, pero sigue
latiendo como la noche, en las Polonesas. Una de
ellas es especialmente memorable, nos lleva a
los rincones más recónditos de la celebración y
la nostalgia. Todo ello sin retórica, sin dirigirse
a las galerías ni a las academias. Componer
música como se habla a alguien al oído, como
se esbozan confidencias en la noche. Sigamos
a Chopin en sus leggerisimos como los reflejos
del alma.
EL ESCRITOR ANTONIO COSTA
RINDE TRIBUTO A CHOPIN,
SU ÍDOLO EN LA MÚSICA,
ANTE SU TUMBA,EN EL CEMENTERIO
PERE LACHAISE DE PARÍS
FOTOGRAFÍA DE CONSUELO
DE ARCO LOZADA
EL FARO
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Marzo 2010
Cultura/Clásicos
Merimée
FCO. GIL
GRAVIOTO
En mi paseo de hoy me acompaña don
Próspero Merimée. Quiero decir uno de sus
libros, su inolvidable Teatro de Clara Gazul. Una
deliciosa obrita con doce pequeñas piezas de
teatro, (teatro más para ser leído que representado), que tienen por escenario distintas
ciudades de España: Granada, Toledo, Sevilla, etc. Lo escribió Merimée cuando sólo tenía veinte años y únicamente conocía España de referencias. Esas referencias procedían
de los hermanos Hugo, Abel y Víctor, sobre
todo del primero, que sí conocían España de
haber vivido en ella.
Abel y Víctor eran hijos del general Joseph
Hugo, amigo y protegido de José I de España, rey culto y bondadoso, pero intruso. Abel
había nacido en 1798; Víctor, que después
sería universalmente famoso, en 1802. Entre
ambos estaba Eugenio, nacido con el siglo:
1800. Cuentan que Víctor fue concebido en
un paseo que sus padres hicieron a la cima
más alta de los Vosgues, detalle que se completa con otro muy significativo: el museo que
lleva su nombre se encuentra en París, precisamente en la plaza de los Vosgues. Nació en
Bensaçon, capital del Franco Condado, donde todavía quedaban abundantes vestigios de
su época española, el 26 de febrero del mencionado año. Su nombre también tiene una
pequeña historia: es el mismo de cierto amigo de la familia, Víctor Lahorie, padrino del
niño, que, poco después, -¡oh ironías del destino!-, también sería amante de Sophie, la esposa de Joseph Hugo.
Mucho antes de que este destacado militar
pisara suelo español ya había ocupado importantes puestos de responsabilidad, primero en
Francia y después en Italia; el más importante de ellos sin duda fue el de gobernador de
Avellino, en Nápoles. De allí pasó a España.
Llegó a Madrid llamado por el rey José I que,
de la noche a la mañana, lo ascendió de comandante a general y, aunque en esa época el
matrimonio Hugo ya se había tirado más de
una vez los trastos a la cabeza y cada uno
tenía su respectivo «arreglo» fuera del matrimonio, el rey José consiguió que, al menos en
apariencias, vivieran en Madrid como un
matrimonio normal. Para los niños España
fue el gran descubrimiento. Tanto Abel como
Víctor quedaron seducidos por el paisaje y la
cultura española. Pero, debido a que, al cabo
de cierto tiempo, doña Sofía volvió a París
con los dos más pequeños -el matrimonio se
había venido irremediablemente abajo-, será
sobre todo Abel, el mayor de los hermanos
Hugo, que había quedado en España como
paje del rey José-, el que, ya derrotado
Napoleón y con el rey José, emigrado a Estados Unidos y convertido en ciudadano corriente y moliente, va a ir divulgando entre la
elite literaria del Paris de entonces todos los
encantos de aquella España que tan precipitadamente ellos habían tenido que abandonar. Tierra de contrastes, a la vez pobre y orgullosa, con un pasado glorioso y un presente cada día más turbio, era para todos aquellos jóvenes, ganados por el romanticismo de
la época, todo un mundo por descubrir. A
todo esto un acontecimiento nuevo e impre-
PROSPERO MERIMEE
visto vino a dar más actualidad al tema de
España: la intervención francesa, orquestada
por la Santa Alianza, que muy pronto se conocería con el nombre de los «Cien mil hijos
de San Luís»: invasión en abril de 1823 de
sesenta mil soldados franceses -los otros cuarenta mil los aportaría el país invadido-, al
mando del duque de Anguleme, todos movilizados para defender el absolutismo del rey
Narizotas, quizás el rey más cobardón y detestable que ha tenido España. Nadie lo ha
retratado tan bien como Tayllerand: «Sólo está
dotado para el bordado de bolillos». Una vez
más la Francia culta y literaria se dividió en
dos: los partidarios y los que se oponen a tal
intervención. Entre estos últimos se distinguió por su vehemencia Prosper Merimeé,
joven abogado -aquel mismo año había terminado Derecho- y gran promesa de las letras francesas.
Ese mismo año apareció su primer libro,
El teatro de Clara Gazul. De todos los
cuentecillos de este libro el que a mí más me
interesa es el primero, titulado «Las tentaciones de San Antonio», cuya acción transcurre
en los comienzos del siglo XVIII y en una
ciudad que él tan sólo conoce por las referencias de lo hermanos Hugo: Granada. En
esta Granada, para él desconocida y lejana,
que muy pronto se convertirá en mito y emblema de los románticos, una gitana, guapa y
cautivadora, ha sido denunciada a la Inquisición por hechicera. Recluida en las mazmorras del Santo Oficio, peligra morir en la hoguera en solemne auto de fe, ya que las pruebas son concluyentes, pero su belleza la salva: el inquisidor mayor de la ciudad termina
colgando los hábitos y huyendo con la gitana
a Gibraltar, recién conquistada por los ingleses. Es, qué duda cabe, el precedente más
notorio de Carmen, pero también la victoria
del amor sobre la obcecación religiosa de la
Inquisición. Eros triunfante de Tánatos, la
carne vencedora del fanatismo. No podía ser
de otra manera para un romántico.
¿Cómo nos cuenta todo esto Merimé? A
este respecto prefiero traer a estas líneas la
opinión ajena a consignar la mía. Valga la de
Azorín. «El estilo de Merimeé -nos dice
Azorín en su libro España y Francia- es sobrio,
rígido, sin sentimentalidad». ¿Está usted seguro de esto último, don José?
Hago una pequeña parada para leer un fragmento de este libro. Es muy posible, pienso,
que si Merimée pudiese ver en lo que ha quedado aquella Granada de ficción y leyenda de
los románticos, quizás se volviese apresurado a la tumba. Ahora sólo es una ciudad anodina, desarbolada, sin vega ni jardines, salpicada de contenedores de basura, y con uno
de sus ríos convertido en cloaca y el otro cubierto de cemento. Es, en este sentido, digna
de admiración la labor, callada y persistente,
que la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir, desde hace ya años, viene desarrollando en pro del afeamiento y destrucción
del paisaje de los alrededores de Granada. Entre los gerifaltes de la tal confederación y el
actual Ayuntamiento han conseguido la
urbitas insulsa perfecta: una ciudad pensada
para comerciantes y ejecutivos de teléfono
portátil que miran con desprecio a todo el
que se para un instante a contemplar una estrella o un atardecer.
EL FARO
6
Marzo 2010
Cultura/Poesía
LA POETA
VALENCIANA,
AFINCADA
EN JEREZ
DE LA
FRONTERA,
DOLORS
ALBEROLA,
AUTORA DE
DEL LUGAR
DE LAS
PIEDRAS,
PREMIO
INTERNACIONAL
DE POESÍA
ALONSO DE
ERCILLA, 2008
El intimismo poético
de Dolors Alberola
JOSÉ
ANTONIO
SÁEZ
Escribió Rubén Darío unos famosos versos que pertenecen a su poema «Lo fatal» y
que comienzan diciendo: Dichoso el árbol, que
es apenas sensitivo,/ y más la piedra dura porque
esa ya no siente,/ pues no hay dolor más grande que
el dolor de ser vivo,/ ni mayor pesadumbre que la
vida consciente. La poeta Dolors Alberola, residente en Jerez de la Frontera, aunque nacida
en Sueca (Valencia) en 1952, obtuvo con Del
lugar de las piedras (2009) el Premio Internacional de Poesía Alonso de Ercilla 2008.
Entiendo que la autora, que tiene en su
haber una larga lista de títulos y premios de
amplia resonancia en nuestro país, ha querido con este título ubicar, situar, conceder un
espacio a estos objetos que forman parte de
nuestra realidad más cercana y, por tanto, de
nuestra vida; así como creo entender, del mismo modo, que las piedras son para ella objetos dotados de una gran carga simbólica impregnada, así mismo, de gran contenido lírico. El uso del objeto piedra como tal tema
poético, podríamos decir que no es nuevo,
que pertenece a una larga tradición literaria
que se extiende desde la antigüedad hasta
nuestros días; pero lo que sí resulta novedoso en este libro es el tratamiento que se da al
mismo tema y la atribución significativa con
que se dota al mismo.
Dolors Alberola ha escrito un libro
intimista porque sus versos hablan de un espacio interior rememorado, aunque pudo muy
bien ser vivido o experimentado con anterioridad. Para ello le es lícito convertir en aliados de esa mirada interior a seres y cosas que
cobran sentido emocional para ella y que pueden ser desde elementos de la naturaleza a
edificios significativos, o desde determinadas
horas del día a otras de la noche y, por supuesto, al tiempo, al paso del tiempo; que a
mi entender se convierte en determinante.
Digamos que la autora siente la necesidad de
retener el tiempo, de atesorar en su interior la
delicadeza, hermosura y trascendencia de los
momentos que llenaron intensamente su espíritu. Los poemas de este libro están atrapados por esa rememoración acumulativa de
instantes vividos, dotados de trascendencia
por su alta significación emotiva, aunque no
necesariamente tengan que estar revestidos
de especial solemnidad. Se trata del gozo sosegado del espíritu o de recreación pausada
de la memoria. Es como si sintiera la necesidad de vivir más despacio para vivir más intensamente los instantes con que la existencia nos
regala. De lo contrario se tiene la sensación de
que la vida se nos escapa y de que no podemos
retener cuanto de valor hay en lo que vivimos.
Las piedras son símbolo para mí de resistencia frente al tiempo, de dureza e imperturbabilidad ante sus embates. En cierto sentido representan la eternidad. A diferencia de
los seres humanos, la dureza y resistencia de
la piedra choca con la fragilidad de las emociones y vivencias humanas, de cuyo efímero
paso sólo nos queda constancia en la memoria y en ella pueden ser atesoradas de alguna
forma. No todas las emociones son positivas, ni siquiera las más intensas son las más
felices. Y del mismo modo, también las emociones acercan al dolor y el dolor al desgaste
de vivir y, por consiguiente, a la muerte.
Del lugar de las piedras es un libro profundo
porque nos habla de un mundo interior no
siempre fácilmente descifrable para el lector
o el crítico que se aventuran en su interpretación. En él tiene un lugar destacado la presencia de la mirada, pues a través de ella aprehendemos la realidad circundante en toda su
dimensión trágica y hermosa. Y, claro está,
interiorizamos esa mirada que proyectamos
sobre la realidad circundante hasta convertirla en memoria.
Dolors Alberola ha escrito un libro compuesto en su inmensa mayoría de poemas
extensos que dan curso a cierta disposición
hacia la narratividad, con tendencia al desahogo de emociones que se agolpan en su
interior y pugnan por abrirse paso a través de
la página en blanco. Su mundo interior a ella
sola pertenece, aunque el lector siempre puede encontrar claves que le ayuden a descifrar
el misterio oculto. Así, es obvio que en los
textos de este libro está muy presente el tema
del amor; si acaso vivido como la más alta
representación de la vida, pero también con
la conciencia de su fugacidad, de su fragilidad, de su contingencia. Del mismo modo,
no podría dejar de mencionar el culturalismo
de sus guiños hacia el mundo clásico griego y
romano o hacia la música clásica y el arte en
general. Versos, igualmente, revestidos de un
barniz romántico que nos resulta tan fino
como elegante.
En estos poemas hay una imperiosa necesidad de atrapar el tiempo y con él las emociones que nos hacen vivir día a día. Las piedras suponen la evocación de otras vidas que
fueron vencidas por el tiempo y la muerte,
pero en las cuales hay siempre algo que las
trae, que las devuelve a nuestra memoria o a
nuestra conciencia. Y a través de ese ejercicio, digamos que son mínimamente devueltas a la vida. Pero como decía el poeta nicaragüense, la piedra no siente, y el instinto natural del ser humano le lleva a protegerse de
todo aquello que pueda representarle dolor:
el intenso dolor se saber su vida perdida y
pasto del olvido.
Del lugar de las piedras es trasunto, finalmente, de lo caduco de toda vivencia humana, de
toda existencia humana. Con delicadeza, con
sutiliza, así nos lo hace ver Dolor Alberola en
estos textos discursivos que sirven de lírico
desahogo emocional a su autora. Su mensaje
último no puede ser más pesimista y desolador (pero esto seguramente habrá de deducirlo el lector avezado) y éste no es otro que
el olvido, las cenizas que quedan tras las brasas.
EL FARO
7
Marzo 2010
Cultura/Los apuntes del maestro
ESTAIS PRECISAMENTE PARA
DESTRUIR LOS ESPEJISMOS,
PERO PARA DESTRUIRLOS CON AMOR.
EL AMOR NO HUMILLA, SINO QUE ACOGE;
EL AMOR NO DESPRECIA, SINO QUE
AMAMANTA; EL AMOR NO ODIA,
SINO QUE PROTEGE. ALLÁ DONDE
HAY AMOR, HAY VERDAD
Lección
Segunda
La Verdad
Apuntes tomados por Samuel Labor
en el Taller de Pensamiento del maestro León Maraz
SAMUEL
LABOR
Alumnos míos, preguntáis qué es la verdad. Resulta muy simple: la verdad es la realidad. La verdad es aquello que permanece
cuando la bruma se ha desvanecido. La verdad es lo que brota del silencio.
Mis amados discípulos, el mundo vive envuelto en la niebla. Todo hombre es un proyector. Proyecta sus creencias y éstas se plasman en la niebla. Y confunde con la realidad
cuanto ve ante sí. La mayoría de los hombres, pues, sólo se ven a sí mismos. La verdad
es para ellos su verdad.
Esta no es la verdad que debéis encontrar.
Tenéis que aprender a parar la cámara. ¿Cómo
se hace? Abandonad toda ambición, todo
deseo y todo temor y toda lucha. Consideraos un simple guijarro en la corriente del río.
No podéis nada contra el río, pero sí podéis
contemplar su curso, a veces, detenidos; a
veces, inmersos en la corriente, camino de las
llanuras y del mar.
No podéis sino permanecer o fluir, pero
no podéis oponeros a las aguas ni tampoco
lograr que éstas os ensalcen, que os premien,
que os distingan. Cuando se abandona toda
voluntad, la verdad desfila ante nosotros.
Comprendo lo difícil que es ser siempre
como ese flemático guijarro, y no puedo
exigíroslo permanentemente, pero sí es necesario cuando se trata de ver la verdad.
Amados alumnos, todo se aprende. Y como
habéis aprendido a andar, se aprende a ver la
verdad.
¿Cómo podéis saber que estáis viendo la
verdad y no vuestras ilusiones? Porque la verdad late de otra forma. Cuando vemos la verdad, estamos serenos. No hay miedo, no hay
rechazo, no hay ataque, no hay vanagloria.
Vemos la verdad y sólo podemos aceptarla,
ya que todo cuanto puede ser transformado
no es verdad. Cuando la verdad está a nues-
tro lado, brota el amor. Lo amamos todo, hasta
lo que el mundo cree abominable.
Cuanto se considera abominable no es sino
un juicio y, por tanto, una condena de la verdad. Lo abominable sólo existe en la mente
de los que no pueden ver. Donde habita la
verdad no hay contradicciones, no hay puntos de vista, no hay zonas oscuras ni luminosas, no hay alternativas. Donde habita la verdad sólo hay luz.
La verdad es el río que nos inunda y nos
conduce. Fluid siempre con ese río. Nunca
os opongáis a él. Cuando veáis algo que no
os gusta, os desagrada u os inquieta, vedlo
como una parte de vosotros mismos; vedlo
como una sangrienta división en vosotros; y
tratad de restaurar la unidad; tratad de llevar
amor a la lucha que hay en vosotros. Y cuanto os atormenta desaparecerá. Y el mundo
manifestará amor y no guerra. Pues todo
cuanto sea sangre y sufrimiento pertenece a
las ilusiones, es un producto de las ilusiones,
es la violencia de quienes buscan el amor por
caminos errados; de quienes confunden la
película con la realidad, y luchan a ciegas, exigiendo a los demás lo que nunca lograron de
sí mismos.
El amor sí que es la realidad. Amor en todo,
sobre todo y para todo. ¡Y no hay que buscarlo! Está ahí, en cantidades ingentes, infinitas, al alcance de la mano. Pero los ciegos no
pueden verlo porque, en su bruma, sólo contemplan ilusiones. De ahí que la verdad sea el
deshacerse de la bruma.
La verdad no puede ser predicada. La verdad sólo puede ser vivida. Servid a la verdad,
alumnos míos, y el mundo la verá en vosotros. Os mirarán con ojos extraños, sí, porque la verdad aterra a quienes viven envueltos en ilusiones. Pero al mismo tiempo quedarán fascinados por vosotros, prendidos de
vosotros. Ya que sois el ejemplo vivo de que
la verdad puede encarnarse, y que el engaño
y el sufrimiento no son el fatal destino del
hombre.
Mis queridos alumnos, no debéis
consideraros por encima de los que abrigan
ilusiones. Pues quien vive en la verdad, sólo
puede ver la verdad en los demás. Así que
allá a donde vais le hacéis un regalo al mundo: no creéis en sus fantasías y, al no creer en
ellas, lo liberáis. Como no veis el error, sino
la verdad, dignificáis a todo hombre. ¡Qué
pesada carga le quitáis al mundo!
Mis queridos discípulos, el mundo querrá
también que volváis a él, y os tentará de todas las formas posibles, con descalificaciones, con prebendas, con amenazas, con elogios, pero vosotros no creáis en nada; son los
mismos espejismos que habéis sobrepasado.
Y al no creer en ellos, los deshacéis.
Amados alumnos, cuando hayáis aprendido a ver la verdad, ¡os parecerá tan natural!
¡Os parecerán tan romas, tan obtusas, tan ridículas las apariencias! Pero no descalificaréis a nadie. Estáis precisamente para destruir
los espejismos, pero para destruirlos con
amor. El amor no humilla, sino que acoge; el
amor no desprecia, sino que amamanta; el
amor no odia, sino que protege. Allá donde
hay amor, hay verdad.
¡Pero no hablo del ridículo amor de Occidente! De ese amor que es un intercambio de
cualidades y bienes; de ese amor que es el
refugio de los incompletos y el pretexto de
los gregarios. Hablo del amor pleno, de amor
incondicional, del amor entre iguales, del amor
que hace crecer, del amor que se entrega al
río. Pues todo amor que no se entrega al río
es la suma de dos soledades. Y donde hay
soledad, hay espejismos.
Así que, mis queridos discípulos, nada puede hacerse sin el río. La verdad tiene que contar con el río. El amor tiene que contar con el
río. Y el río no es sino la fuerza de la que
mana todo. El río son las invisibles raíces del
cosmos. El río es el campo cuántico donde la
materia se crea. El río es Dios.
Curiosa paradoja la de que, cuando nos
creemos poderosos, somos prisioneros; pero
cuando nos rendimos al río, somos libres. No
hay verdad, alumnos míos, sin libertad. Vosotros tenéis que ser absolutamente libres. Las
leyes de los hombres no son vuestras leyes.
Vuestras leyes son las leyes del río. Si acatáis
esas leyes, nada podrá velaros la verdad.
Una vez que la verdad ha aprendido a caminar con nosotros, siempre permanece a
nuestro lado. ¡Pero hay que alimentarla! Pues
de la misma forma que quien no anda se entumece, quien no alimenta la verdad vuelve a
ser pasto de las ilusiones.
Vosotros, mis queridos alumnos, en este
Taller de Pensamiento, sois gimnastas de la
mente. Si cumplís vuestros ejercicios, la verdad
cobrará en vosotros músculos de acero.
EL FARO
8
Marzo 2010
Cultura/El Canto del Urogallo
LEVANTO
LA VISTA
AL CIELO
PLOMIZO
Y ME QUEDO
ATÓNITO
ANTE
LA MULTITUD
DE PÁJAROS
MIGRATORIOS
QUE PASAN,
SUPONGO,
HACIA LOS
HUMEDALES,
LAS MARISMAS
DE DOÑANA
FLAMENCOS EN DOÑANA
Mientras las
savias duermen
PEDRO
RODRÍGUEZ
PACHECO
Mientras las savias duermen y el jardín es
el cauto escenario de un desnudo desplante,
dedico mi silencio a las voces ajenas que quieren conjurar los estropicios que ya, mucho
antes, habíamos denunciado para que no lo
fueran; pero ahora, Fernando Aramburu, hablando de reivindicaciones literarias, afirma
que éstas hay que hacerlas y, «sin la menor
duda, y aquí sí que no transijo, Félix Francisco Casanova Martín, poeta canario de una singular lucidez, un maestro del misterio, hondo y liviano… Es, en cierto modo, nuestro
Rimbaud […] Pienso que no necesita reivindicación ninguna; que somos nosotros, los
desinformados, las víctimas de nuestra ignorancia, quienes debiéramos reivindicarnos
frente a sus obras»… Y si hablamos de reivindicaciones, Miguel Albiac también lo hace
de la obra de José Jiménez Lozano en estos
términos: «La belleza, ¿qué fue de cuanto llamábamos bello?» Y se responde: «El hermético despotismo en el cual vivimos a lo largo
de las cuatro últimas décadas, no es ya el de
las grandes voces destempladas de los viejos
autoritarismos. Es el de una homogénea cháchara castrada, un hilo musical del discurso
en el cual todo suena lo mismo». Sí, en definitiva —y teniendo como ejemplo a Jiménez
Lozano— el poeta «ha tratado de recuperar
ese mínimo de concreción casi imposible de
escuchar bajo la ruidosa quincalla que, si no
asfixiarlo, ha conseguido borrar su tenue voz
entre nosotros»…
Mientras las savias duermen y el jardín deja
el triunfo a los pavos reales (parlanchina la
crítica cuenta cosas banales), y así lo testifica
Víctor Márquez Reviriego así lo testifica cuan-
do hablando de los hurtos críticos, dice que
ellos hacen posible el disfrute, en su caso, de
lo hurtado porque los tales son consecuencia
«del habitual mamoneo mediático y de los
favores ministeriales, académicos, autonómicos y diputacionales de tanta tradición mazorral y cortijera: los circuitos, los corralillos,
las reboticas y el monaguilleo… En fin, ese
tinglado de la vida literaria en el que incluyo a las
editoriales, a la crítica, a los suplementos literarios de
los periódicos y a la mayor parte de los poetas (la
parte en cursiva corresponde a la novela de
José Mª Vaz de Soto, Sevilla, estación términus,
reivindicada por Víctor Márquez). Recomienda Reviriego esta novela, así como la de
Eliacer Cansino, Una habitación en Babel y El
año de Malandar de Juan Vila, advirtiendo que,
«absténganse los de código, bidones y
bestsellerías sacro-textil»…
Mientras las savias duermen y el jardín es
una fotografía en sepia de sus ausentes huéspedes, el crítico sevillano Miguel García-Posada, reseñando el volumen dieciséis de Salón
de los pasos perdidos (Troppo Vero) de Andrés
Trapiello, arremete contra una crítica definida por él como aristotélica y croceana, la del
unitarismo antropológico; termina la recepción de la obra de la siguiente manera: «La
crítica debiera renovar su utillaje, anclado en
el mundo croceano o neoaristotélico. Todo
lo demás es ir prolongando la interminable
agonía del siglo XIX, con Potebnia y Tutti
Cuanti al frente. Utillaje un tanto oxidado, particularmente ante obras como ésta. La crítica
tiene que estar a la altura de las obras y no al
revés, como sucede con frecuencia entre nosotros. […] Un gran teórico francés definió
la actividad crítica como «un discurso sobre
otro discurso». Pues eso. No invertir los términos como es la norma al uso y hacer del
discurso un pretexto, que es lo que aquí, al
parecer, gusta al personal»… Y es lo que, en
definitiva él hace, usar el texto de Trapiello
como pretexto para descalificar a la crítica que
a él no le gusta. Pero, en fin, es el mismo vicio en el que incurre Armas Marcelo cuando
en sus cursis crónicas de almuerzos y encuentros con gente importante, no desaprovecha
ocasión para zaherir la egolatría del gran poeta
canario Justo Jorge Padrón, obviando que Los
círculos del infierno supera, sin comparación
posible, sus esforzadas e inanes contribuciones a la mediocridad de la literatura española
al uso.
Mientras las savias duermen y el jardín es
un pentagrama del que han huido las notas,
ha ocurrido la catástrofe de Haití y nos sentimos sacudidos por el horror sepulto de tantas vidas y el insepulto de la injusticia, los mass
media, que de todo se aprovechan, han sacado a la luz los nombres de los más cualificados escritores y, de uno de ellos, el patriarca
haitiano, René Depestre, hacen una antología
de urgencia; en el poema titulado «Mitos esfumados», sorprendo estos versos perfumados: La ternura, la leche ha dejado de subir / a los
pechitos de las hadas de mi generación.
Dejo esta escritura y me salgo al jardín donde ha estado lloviendo durante toda la mañana y celo las macetas en las que ya apuntan
los brotes de azucenas, narcisos, jacintos y los
que, en Vejer de la Frontera, llaman nardos
de pasión y en mi pueblo, palmiras. Levanto
la vista al cielo plomizo y me quedo atónito
ante la multitud de pájaros migratorios que
pasan, supongo, hacia los humedales, las marismas de Doñana. Llamo a Griselda, mi
mujer, y ambos nos quedamos suspensos contemplando el tránsito maravilloso; luego, de
pronto, Cesó todo, y dexeme, / dexando mi cuidado / entre las açucenas olvidado…
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