Un niño que tenia su mejor amigo que cuando pequeño tuvo un

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EL PODER DE LA
El
NAVIDAD
día amanece con un sol nada normal para la época en la que
están. Faltan cinco días para navidad y la nieve es algo habitual para alegría
de Cristian y sus amigos. Las guerras de bolas y los muñecos de nieve no
faltan en su diversión.
A Cristian se le pegan los ojos. El sol que entra por la ventana, molesta. Se
tapa con la sábana tratando de que el tiempo se pare. Sabe que es inútil.
Está agotado, no ha dormido casi nada. Una gran preocupación ronda por
su cabeza.
-¡Cristian!. –grita su madre desde la cocina - ¡Ven a desayunar¡. – El ruido
de la batidora se hace insoportable. Cristian está seguro que todo el
vecindario usa de despertador a su madre, que todos los días hace, a la
misma hora, la papilla para su pequeña hermana. Con paciencia, se viste.
Para tener quince años, es más alto que la media. Como dice su médico, si
sigue así podrá jugar en la NBA, cosa que no le hace mucha gracia. A el lo
que verdaderamente le gusta es el fútbol. Como el dice, es un crack. Sueña
con el día que pueda jugar al lado de sus ídolos. Su pelo moreno choca con
la blancura de su piel. Quizás sale a su madre, como su hermana es igualita
a su padre.
Hoy parece que la ropa tiene vida propia. Una manga de la camisa se
esconde. Un calcetín quiere huir de su pie. Parece que su cuerpo ha hecho
causa común con la ropa y están dispuestos a tomar la iniciativa de ir cada
uno por su lado.
-va a ser un día muy largo - piensa
Baja con desazón la escalera. En la cocina, su madre pone el desayuno en
la mesa. Vaso de leche y cereales. Su hermana ya ha terminado la papilla.
A Cristian le gusta “limpiar” el tazón. Su padre lee el periódico con tanta
atención que no se da cuenta que su hijo está a su lado.
-Papá – pregunta Cristian - ¿Todavía estoy a tiempo para participar en la
carrera?.
Su padre quita la vista del periódico y mira por encima de las gafas a
Cristian - ¿Hummm?...creo que hoy es el último día para inscribirse. –
contesta -¿Por?, ¿vas a participar?.
Cristian apura tanto el vaso de leche que dos gotitas caen por la comisura
de los labios.
-¿Sabes que es benéfico? – pregunta el padre - ¿qué todo el dinero que se
gane tiene que ir para una obra benéfica?.
-Por eso quiero participar – dice Cristian dejando el vaso en la mesa.
Sus padres se miran con una mezcla de sorpresa y admiración. Cristian
nunca había sentido la necesidad de participar en ningún concurso ya fuera
navideño o de otra índole. ¿Qué estaría pasando por esa cabecita?, se
preguntan.
Joel es un niño espabilado. Quizás el estar en una silla rueda había
cambiado su carácter. En contra de lo que se pudiera pensar, el accidente
no lo había hundido, sino por el contrario sacó de su interior una fuerza que
ni el mismo, en su corta edad, sabía que lo tuviera. Había recibido de los
demás niños bastantes burlas, bastantes insultos. Era diferente y no se lo
perdonaban. Los adultos tampoco lo trataban como a alguien normal.
Condescendencia. Un sentimiento que odiaba.
Como todas las mañanas, Cristian toca el timbre de la casa de Joel. Al cabo
de un momento, la señora Gómez abre la puerta. Con la amabilidad que la
caracterizaba, le invita a pasar. Son gente humilde. Su marido era un
trabajador de la construcción que había fallecido hacía casi dos años. A
duras penas, pagaban el alquiler, pero Cristian jamás había visto una mala
cara o una mala palabra de parte de ninguno de ellos.
Joel salió del salón empujando su silla de ruedas. La amplia sonrisa cubre
su cara al ver a Cristian. Se conocen desde pequeños. Solo se llevaban dos
meses de diferencia.
- Nos hemos apuntado a un concurso – sonríe Cristian al ver la cara de
asombro de su amigo– Es una carrera de trineos.
- Me gusta como usas el plural – dice con torno de burla - Solo tenemos un
pequeño problema – contesta Joel – no tenemos trineo.
- No hay problema – replica Cristian – Lo construimos.
Era la primera vez que Joel se quedaba sin palabras.
- Repítemelo otra vez – le pregunta Joel a Cristian. Sus vivarachos ojos
negros se clavaban en los de su amigo.
- No es tan complicado. – responde Cristian sin dejar de martillar los clavos
en un gran tablón – Hay una carrera de trineos. Participamos y ganamos.
Así de fácil.
- ¿ Así de fácil?. – Joel no da crédito a lo que oye - ¿Te parece fácil?. Creo
que te olvidas del pequeño detalle que yo estoy en una silla de ruedas.
-¿ Desde cuando eso te ha impedido luchar por lo que quieres? – Cristian
sigue moviendo con destreza el martillo. – Pásame esos clavos.
- Sabes que no me refiero a eso...
El padre de Cristian aparece con varios tablones más. Pese a que todavía no
había entendido a su hijo, lo iba a apoyar en este proyecto. Aprovechando
que tenía unos días de vacaciones, podía ayudar en la construcción del
trineo. Sabe que, aunque Cristian tuviera buenas intenciones, el solo no
sería capaz de llevar a cabo tamaña empresa.
Durante todo el día, los tres trabajan duro para lograr terminar el trineo.
Solo paran para disfrutar de la buena comida con la que la madre de
Cristian les agasaja. Poco a poco se puede entrever el objeto del trabajo. El
trineo va cogiendo forma ante el regocijo, sobretodo, de los dos niños.
Cristian y Joel eran uña y carne. Ambos se complementaban a la
perfección.
Al llegar la noche, Cristian acompañó a Joel a casa. El camino era corto.
-¿Estás seguro de lo que hacemos? – pregunta Joel
- No te entiendo.
- Nunca hemos participado en nada. – dice Joel mientras avanzaban por el
camino - ¿Por qué ese cambio ahora?.
-No sé... quizás porque es Navidad – responde Cristian – y me estoy
llenando de espíritu navideño contesta con tono burlón.
Joel mira a su amigo. Sabe que algo se le ha metido en la cabeza pero
salvo que quiera contárselo, no le va a sonsacar nada.
La noche anterior había nevado, dejando las calles sumidas en una
blancura de postal. Pese a todo, no hace frío. Ya de temprano, los
comerciantes han comenzado a instalar los kioscos, mientras los operarios
terminan de colocar los adornos. La policía ha acordonado la zona de la
carrera, donde justo la gente comienza a amontonarse para no perderse ni
un detalle. Ya en la línea de salida están las autoridades. No pueden
desaprovechar la ocasión para hacerse la foto con el populacho. Las
elecciones están a la vuelta de la esquina. Poco a poco los concursantes van
llegando. Marcos, José, Anabel y Susana se incorporan a la comitiva.
Todos con sus flamantes trineos. Todos comprados y tuneados para la
ocasión. Cristian aparece por la trasera de la tienda de animales. Jadeante y
sudoroso pero con cara de satisfacción empuja la silla de ruedas de Joel.
Este lleva en su regazo el trineo que, con esfuerzo, han construido. En
comparación con los de los demás participantes, es pobre. Los dos amigos
se miran.
- ¿estás seguro... – comienza Joel
- Ni se te ocurra terminar la frase.- le espeta Cristian.
Al llegar a la línea de salida, los demás participantes estudian el trineo de
Cristian y Joel. Se miran dibujando una sonrisa irónica en sus caras.
El alcalde toma la palabra. Le encanta ser el centro de atención. – Señoras,
señores...le doy la bienvenida a... – comienza a decir. Toda la gente sabe
que no le pueden dejar un micrófono. La locución tarda cerca de quince
minutos –... y sin más dilación, les dejo con el inicio de la carrera de
trineos.
Los participantes colocan sus trineos en la línea de salida. Los gritos de los
padres se pueden oír por encima de la multitud. Cristian se coloca en su
sitio. Joel, a su lado, lo anima. – tu, tranquilo. Deja que el trineo se deslice
por encima de la nieve.
Cristian mira a su amigo – No es la primera vez que uso un trineo – espetó
-Lo sé – contesta Joel – quizás son los nervios – sonrió. El verde gorro se le
iba hacia delante, tapándole los ojos.
Ambos niños buscan a sus padres entre la gente. Allí están. Animando
juntos. El orgullo de ver a sus hijos les llena.
Todos los participantes ya están preparados en la línea de salida. Los
nervios recorren los cuerpos. Los ayudantes, detrás de los corredores,
aguantan los trineos. Todos menos Joel. Al estar en la silla de ruedas tan
solo puede animar. Suficiente para Cristian.
- Todos a sus puestos – grita el juez principal agitando una banderita de
cuadros. La gente grita sin entenderse bien a quien están animando. – ya
sabéis las normas y recordar que es una carrera benéfica por lo que lo
importante no es ganar sino participar. – grita intentando hacerse oír.
Marcos, José, Anabel ,Susana y Cristian están preparados. Dentro de sus
guantes, sus manos sudan. El corazón palpita como nunca. A Cristian las
articulaciones le duelen de lo tensas que las tiene. Toma una bocanada de
aire que se le introduce como un cuchillo helado por sus entrañas.
- ¡¡¡¡listos¡¡¡¡. ¡¡¡yaaaaaaaaaaaaa¡¡¡¡ - grita el juez
Todos se abalanzan sobre sus trineos. Los compañeros de cada corredor
empujan los trineos mientras estos saltan sobre ellos. El impulso es
primordial. Todos menos a uno. Ante la imposibilidad de Joel, Cristian
tiene que hacerlo solo. Ya lo habían hablado. No importaría. Lo habían
ensayado para hacerlo solo y no estar en desventaja. La carrera es corta y
todos saben que el coger ventaja es crucial.
Susana sale la primera, seguida de Marcos, Cristian, Anabel y José. El
viento golpea en la cara. Benditas gafas piensa Cristian. Joel le había
aconsejado ponerse orejeras ya que el aire iba a cortar la piel. Se había
reído del consejo de su amigo y ahora se arrepiente. Por el rabillo del ojo
observa como Anabel esta intentando adelantarle por la izquierda. Delante,
Marcos. Anabel ya está a su altura. Hay que ganar y su cerebro le ordena
que la estrategia es cortarle el paso a la niña. Tiene que echarle el trineo
encima. Pero su corazón le envía una imagen: la de su amigo Joel. Sabe
que el no aceptaría una acción como esa. Nunca se lo perdonaría. De
repente, Marcos pierde el control. Anabel, que casi ha superado a Cristian
no lo espera. El choque no es fuerte, pero lo suficiente para que ambos
caigan de sus trineos teniendo que dejar la carrera. Cristian sabe que esto
era una señal. Debe serlo.
Joel no cabe en sí. Posiblemente su amigo no gane la carrera, pero se siente
orgulloso de el. Cristian puede ser un poco vanidoso e incluso, a su forma,
egoísta, pero que intente algo solidario, algo benéfico, quiere decir que
dentro de el, algún detalle que se le escapa, esta cambiando. Debe ser la
Navidad, piensa. Una mano se posa en su hombro. Mira hacia atrás y ve a
su madre. Se sonríen con la mirada.
Detrás, José tiene problemas para controlar su trineo. No es adversario,
piensa Cristian. Delante es otro cantar. Susana tiene suficiente delantera y
se divisa la meta. Un sentimiento de culpa comienza a crecer en Cristian.
Le esta fallando a su amigo. Tiene que hacer un último esfuerzo. La última
curva está llegando. Si no consigue coger a Susana antes de ahí, puede
darse por derrotado.
Susana es una chica competitiva. Cristian la conoce bien. De clase
acomodada nunca le había faltado de nada. Hija única, con lo que era el
ojito derecho de sus padres. Buena estudiante aunque algo pedante. A sus
quince años era la delegada de la clase y ya tenía una legión de seguidoras.
Buena deportista. Tenis y natación. Cristian le había contado su plan
aunque sin suerte. Su amigo Joel necesitaba otra silla de ruedas. Una
eléctrica. La que tiene ahora ya está demasiada vieja por su uso.
Lógicamente, la señora Gómez no tiene capacidad suficiente para la
realización de ese gasto. Susana conocía a Joel. Pese a no ser amigos, han
crecido juntos. Cristian sabía que la única que podía echar a bajo su plan
ganando en la carrera era ella y tenía que intentar convencerla. Si ganaba,
debía ayudar a Joel. La contestación de su competidora había sido muy
clara y cruel. Risas y burlas.
La curva ya se esta echando encima. Cristian sabe que es imposible salvo
que ocurriese un milagro. El viento sigue chocando contra su cara. Se
acuerda de su madre que le había puesto vaselina en los labios. Al fondo se
puede ver al juez con la banderita a cuadros preparada. La gente se agolpa
en los laterales. La policía los contiene. Cristian no oye nada. Solo piensa
en Joel.
La curva queda atrás. Faltan pocos metros. Casi por automatismo, Cristian
comienza a impulsarse encima del trineo. No sirve para nada pero no puede
pararse.
El juez mueve de forma enérgica la bandera. Un frío helado recorre el
cuerpo de Cristian. Sabe que ha fracasado. La gente se agolpa entorno a
Susana. Esta, una vez parado el trineo, da saltos de alegría. Su padre la
eleva en sus hombros.
Cristian cruza la meta. Nadie se percata. Se baja del trineo. Cabizbajo
agarra la cuerda y comienza a arrastrarlo. Oye como alguien lo está
llamando. Es Joel. Con dificultad arrastra su silla de ruedas hasta el. Los
padres de ambos llegan un poco más atrás. Llevaban una sonrisa ganadora.
Todos le felicitan por la carrera. Cristian no lo entiende – pero he perdido...
– balbucea.
- Hijo – comienza a decir su padre – creo que te he educado bien y creo
también que te he enseñado que no todo es ganar...
-Ya, ya... lo importante es participar – interrumpe Cristian a su padre
- No Cristian – prosigue su padre – lo importante es como actúas. Al actuar
con el corazón ya estás ganando.
Los ojos de Cristian se están llenando de lágrimas. Un sentimiento de
impotencia se está apoderando de el – pero papá, fallé a Joel. Yo...
-Sé qué es lo que querías conseguir. – Cristian mira a su progenitor con
cara de asombro – Me encontré a Susana y me contó lo que te proponías...
-Un momento de atención, por favor – interrumpe la voz chillona del
Alcalde por el altavoz. – Antes de nada, quiero dar las gracias a todos los
participantes de esta emocionante carrera – hace una estudiada pausa para
que los aplausos de la multitud llenen el ambiente – y, lógicamente, quiero
dar mis felicitaciones a la gran ganadora de la misma – otra pausa donde
los chillidos ya se mezclan con los aplausos – Suuuuusaaaaannaaaaaa
Gaaaarcíííííía – dice levantando la mano de la niña.
Susana, con elegancia saluda a la gente mientras se acerca al alcalde. Al
llegar a su altura, se para. Una señorita tapada de arriba a bajo con un gordo
abrigo le acerca una medalla. El alcalde la coge y se la pone en el cuello a
Susana.
Cristian no sabe para donde mirar. Joel a su lado le había pedido que se
quedase a la entrega de la medalla.
-Como todos sabéis – continúa hablando el alcalde – esta carrera tiene un
fin benéfico. Pese a que el ganador se lleve una medalla, hay un importante
premio económico que se debe donar a un fin benéfico y ahora es el
momento de saber a donde va dicho premio – el alcalde acerca el
micrófono a Susana.
Cristian conociendo a Susana, se imagina que diría alguna ONG que
ayudase a la realización de vestidos o a la fabricación de alguna cosa pija.
Sabe que nada de eso existe, pero no se imagina a su compañera siendo
dadivosa.
Es el turno de Susana. Sin saber bien como, tanto Cristian como Joel están
en primera fila. Susana coge el micrófono. Es el momento de decir a qué
fin benéfico va el premio. – Hay mucha necesidad en el mundo – comienza
a decir – y no tenemos, aunque queramos, medios para paliarla toda. La
responsabilidad a un nivel global recae en nuestros gobiernos – continúa
ante la atenta mirada del público. Cristian no sale de su asombro. Mira a
Joel pero este está absorto en el discurso. ¿Qué causa era la que había
cambiado a su compañera? – pero eso no quiere decir que nosotros
tengamos que mirar hacia otro lado. Lo que quiero decir es que tenemos un
deber moral para con los demás. – algunos miran hacia otro lado,
incómodos. Otros observan atentamente como si fuera el Mesías quien
hablara – No hace falta mirar muy lejos. Por desgracia tenemos necesitados
a nuestro lado y es a ellos a quien nos debemos. Estamos en una época de
sentimientos nobles y si no lo aprovechamos, estamos faltando a los pocos
valores que nos quedan....
- Todo esto está muy bien – interrumpe el alcalde – pero, ¿ a dónde va el
premio, querida...
Susana lanza una mirada de desprecio al alcalde. Su madre tenía razón. Es
simplemente un político. Nunca comprendería lo que estaba diciendo. – lo
que quiero decir, Sr. Alcalde, es que mi obra benéfica va para Joel Gómez
y conseguirle una silla de ruedas eléctrica.
Cristian no sale de su asombro. No da crédito a lo que está oyendo. De
repente, todos se apiñan entorno a ellos. Joel no puede dejar de llorar. Ya
va entiendo lo que se proponía su amigo. Su madre está abrazada a el.
Cristian alza los ojos y ve a Susana a su lado – es el poder de la Navidad –
le susurra. – el poder de la Navidad.
EL PODER DE LA NAVIDAD
Elizabeth Expósito Herrera
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