Trabaje menos horas, va a rendir más

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Trabaje menos horas, va a rendir
más
La respuesta lógica ante las demandas del
trabajo suele ser siempre la misma:
repletar la agenda para cumplir con todo.
Grave error. Una nueva línea de
investigación asegura que nuestro cerebro
está diseñado para alcanzar su nivel
óptimo sólo cuando tomamos varias
pausas durante el día y vacaciones más
seguidas.
LAS TRES SEMANAS de vacaciones le
llegaron justo cuando ya no resistía el
cansancio del año.
Pudo recuperar
energía, es cierto. Pero, ahora que le toca
regresar a la rutina, usted sabe que apenas
ponga un pie en la oficina volverá a
sentirse estresado. Que bastarán un par
de semanas para que el recuerdo de la
playa se haya esfumado por completo. Y
que es muy probable que antes de que
termine marzo ya estará ansiando nuevas
vacaciones. Porque ante la necesidad
apremiante de cumplir con todas las
tareas, solemos responder de una sola
forma: llenar y llenar nuestra agenda,
convencidos de que mientras más horas le
dediquemos, mayores serán nuestros
logros.
Error. Porque lo que la ciencia está
demostrando es que, cuando se trata de
rendir, menos es más.
“El cerebro no está hecho para funcionar
por mucho tiempo a un ritmo intenso”,
dice a Tendencias el doctor John Medina,
profesor de Bioingeniería de la Universidad
de Washington y director del Centro del
Cerebro para la Investigación en
Aprendizaje Aplicado de la Universidad
Seattle Pacific. Este experto lleva muchos
años estudiando el tema y hoy es uno de
los principales propulsores de una idea que
choca contra todo lo que esperan los jefes
en casi todas las oficinas del planeta, sobre
todo con aquellos que valoran más a
quienes se van tarde la oficina y que
interpretan el hecho de almorzar en el
escritorio como un signo de compromiso
con el trabajo.
Pausas frecuentes durante la jornada y
vacaciones
más
seguidas
son
imprescindibles para conseguir los
objetivos que perseguimos. De eso, la
ciencia ya no tiene dudas y las
investigaciones que lo avalan se acumulan.
Veamos.
90 MINUTOS
Las primeras pistas surgieron hace 60 años.
El neurofisiólogo Nathaniel Kleitman
descubrió que cuando dormimos el
cerebro pasa por ciclos de 90 minutos cada
uno, lapso que transcurre entre el sueño
más liviano hasta el REM, donde se
produce el verdadero descanso. Cada ciclo
se une automáticamente con el siguiente y
así logramos dormir durante toda una
noche.
Pero Kleitman descubrió algo igual de
interesante respecto a la vigilia. Durante el
día también completamos ciclos de 90
minutos, pero esta vez de atención
focalizada o trabajo congnitivo intenso. El
cerebro, naturalmente, es capaz de
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mantenerse concentrado y atento sólo
durante ese período. Al pasar la hora y
media, comienza el empobrecimiento de
la cognición. Es decir, desde ese momento
es natural desconcentrarse, volverse más
irritable (ya que se está forzando al cerebro
a un trabajo para el que no está
plenamente capacitado) y, finalmente,
mucho menos productivo.
En 1993, Anders Ericsson, sicólogo y
profesor de la Universidad Estatal de
Florida, condujo un conocido estudio que
comparó la razón tras los diferentes niveles
de desempeño de tres grupos de músicos
de la Academia de Berlín: uno compuesto
por los “mejores violinistas”, otro por los
“buenos violinistas” y un tercero por
“violinistas regulares”.
Con su investigación fue el primero en
comprobar lo que la sabiduría popular
daba por hecho: que la práctica hace al
maestro. Todos pasaban la misma cantidad
de horas (50 a la semana) dedicados a su
arte, pero los dos grupos de más alto nivel
ocupaban la mayor parte de este tiempo a
practicar en solitario.
Es decir, mientras más horas se dediquen a
la práctica deliberada de una actividad,
más cerca se estará de la maestría en
cualquier disciplina.
Sin embargo la investigación reveló otro
aspecto, que en ese momento pasó
desapercibido pero que ahora cobra
relevancia: las pausas son tan importantes
como las horas de práctica. Los expertos,
sugiere el estudio de Ericsson, trabajan
más intensamente que el resto, pero
también son capaces de recuperar más
rápidamente la energía invertida. Los
violinistas, en este caso, detenían su
trabajo cada 90 minutos y, en total, no
practicaban más de cuatro horas al día.
Lo mismo que hacen quienes se dedican de
manera experta a deportes como la lucha,
el patinaje, el fútbol, el hockey o la
natación. Hasta antes de su retiro, Michael
Phelps entrenaba, como máximo, cinco
horas diarias.
El mismo Ericsson concluyó que las cuatro
horas pueden representar “un límite
general de la cantidad máxima de práctica
deliberada que puede ser sostenida por un
período extenso de tiempo sin llegar al
agotamiento” y, por tanto, la disminución
de la productividad.
Tony Schwartz es un conocido coach
estadounidense y en una reciente columna
en The New York Times cuenta cómo en
sus tres primeros libros aplicó el modelo
clásico: sentarse 10 horas al día frente al
computador. Le tomó un año escribir cada
libro. Con los dos últimos, cambió de
estrategia y se puso a escribir desde muy
temprano en la mañana, cuando su energía
estaba en su máximo nivel, y aplicó la
técnica de trabajo intensivo por 90
minutos, seguidos de alguna actividad
relajante, como dar un paseo o salir a
correr. Escribiendo sólo cuatro horas al día,
logró publicar dos títulos en menos de seis
meses.
15 MINUTOS
Lo que los especialistas han analizado es el
trabajo
completamente
concentrado
durante 90 minutos. Es decir, ese que
contempla absoluta atención y que no se
mezcla con chatear con los amigos ni visitar
regularmente Facebook. Cuando una
persona
se sumerge de esta forma
acumula tensión que se manifiesta en una
respuesta fisiológica normal: el estrés.
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Es cuando el cerebro inunda la amígdala
con cortisol, que pone al cuerpo en estado
de
alerta
(que,
erróneamente,
potenciamos al consumir café). A pesar de
que esta respuesta inmediata frente a los
requerimientos del exterior resulta
enormemente positiva en situaciones de
emergencia, tiene un alto costo para el
cerebro. El sistema nervioso simpático,
que lidera el organismo ante la descarga de
cortisol, bloquea el trabajo de la corteza
prefrontal, la estructura más sofisticada de
nuestro cerebro y responsable de nuestro
desempeño cognitivo. Es ésta la que nos
permite razonar, planificar y sopesar los
pros y contras de cada decisión.
Evidentemente, la tensión se puede sentir
en cualquier circunstancia que involucre
más de 90 minutos de atención muy
focalizada, pero la que produce la jornada
laboral es especial, ya que está relacionada
con la evaluación que otros hacen de
nuestras habilidades. En un metaanálisis
de 208 estudios relacionados con el estrés,
los investigadores Margaret Kemeny y Sally
Dickerson descubrieron que las mayores
alzas de cortisol son provocadas por la
amenaza al estatus que una persona
ostenta. Los expertos incluso cuantificaron
este efecto. Cuando las fuentes de estrés
son impersonales, como una alarma de
reloj que no deja de sonar, el nivel de
cortisol sube y vuelve a sus niveles
normales sólo 40 minutos después de que
se apaga la fuente de tensión, mientras
que la misma disminución demora más de
una hora cuando el origen del estrés es el
cuestionamiento de las propias destrezas,
como ocurre en la oficina.
Hasta ahora, las investigaciones han
comprobado que bastan intervalos de 15
minutos para hacer la diferencia. Lo mismo
ocurre con sólo una tarde libre a la
semana. Así lo probó un estudio de 2009
que evaluó a trabajadores del Boston
Consulting Group y que fue publicado en el
Harvard
Business
Review.
Los
investigadores les garantizaron no trabajar
después de las 6 PM un día y no tener
contacto laboral con nadie de la oficina, lo
que incluía no responder correos
electrónicos ni llamadas telefónicas. A
pesar de la resistencia inicial, pronto
pudieron darse cuenta de los resultados.
Tras sólo seis meses, estos trabajadores se
volvieron más proclives a permanecer en la
empresa, comparados con aquellos que no
habían sido parte de la iniciativa. Más
importante que eso, habían conseguido
desempeñarse a un mejor nivel y estaban
más satisfechos con sus trabajos y con el
balance entre su vida y su trabajo.
Siete formas de rendir
descansar al mismo tiempo
y
Dormir siestas
Es difícil conseguir un trabajo que lo
permita, pero 60 minutos de sueño en la
mitad del día bastan para que el organismo
disminuya las consecuencias del estrés del
trabajo. Eso fue lo que probaron los
investigadores Ryan Brindle y Sarah
Conklin, en Pennsylvania. Los científicos
dividieron a 85 individuos en dos grupos. A
uno se le permitió dormir durante una hora
a mitad de la tarde y al otro, no. Ambos
grupos fueron sometidos al estrés propio
de la oficina, lo que aumentó la presión
sanguínea y el pulso de todos los
participantes. Sin embargo, estos factores
disminuyeron más y con mayor facilidad en
aquellos que habían tenido la posibilidad
de dormir.
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No comer en el escritorio
No postergue
Según Laborum.com, uno de cada cinco
chilenos almuerza en su puesto. Con eso
no sólo eliminamos uno de los quiebres
más importantes del día y, con ello, una
fuente importante de recuperación de
energías, sino que también otras conductas
que llevan a la disminución del estrés.
Primero, no realizamos una caminata que
permite quemar calorías y levantar el
ánimo. Segundo, cuando no salimos, nos
privamos de vitamina D, que se metaboliza
en la piel cuando nos exponemos a los
rayos del sol y que es esencial para la
regulación de la producción de una enzima
llamada tirosina hidroxilasa, necesaria para
la
generación
de
dopamina
y
norepinefrina, hormonas que regulan el
humor, el manejo del estrés y la energía.
El viejo refrán que propone no dejar para
mañana lo que se puede hacer hoy no
puede ser más acertado. “Un evento
estresante que sólo ocurre una vez puede
impactar en la energía de las personas en
el corto plazo, pero son esas pequeñas y
molestosas tareas sin terminar las que nos
desgastan a través del tiempo”, dice el
médico estadounidense Michael Roizen al
sitio médico WebMD.
Mantener el escritorio ordenado
De acuerdo con la sicóloga Sherrie Bourg
Carter, autora del libro Mujeres de alto
octanaje: Cómo las que logran más cosas
pueden evitar el bloqueo, el desorden
puede afectarnos en el trabajo y la casa. De
acuerdo con la especialista, el desorden de
nuestro escritorio puede aumentar la
sensación de ansiedad y descontrol. Según
ella, el desorden nos afecta de tres formas
principales: distrae nuestra atención hacia
el desorden en vez de las cosas que
tenemos que hacer; le señala a nuestro
cerebro que nuestro trabajo no está
terminado y genera sensaciones de culpa y
vergüenza, especialmente cuando alguien
llega intempestivamente a nuestro lugar de
trabajo.
Por eso, incluso el recuerdo persistente de
esa llamada que tiene que devolver o el
mail que tiene que enviar dentro del día
aumentan de manera sostenida el cortisol
en su organismo.
Llamar a los amigos o comunicarse con
ellos en las redes sociales
Obviamente, el efecto revitalizador se
produce cuando estas actividades se
realizan fuera de los 90 minutos de trabajo
intenso. Los expertos han comprobado
que ambas actividades aumentan la
producción de oxitocina, la hormona del
apego y el bienestar, y disminuyen la de
aquellas relacionadas con el estrés. El
neurocientífico Paul Zak lo probó con un
individuo en su laboratorio, a quien le
extrajo una muestra de sangre. Luego, lo
dejó comunicarse con sus seguidores en
Twitter por 10 minutos. Pasado ese
tiempo, volvió a extraer una muestra. ¿El
resultado? Sus niveles de cortisol y ACTH,
relacionadas con el estrés, habían bajado
10,8% y 14,9%, respectivamente, y la
producción de oxitocina había aumentado
13,2%.
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Usar ropa cómoda
Hacer ejercicio
Si bien no hay estudios concluyentes sobre
el impacto que tiene el uso de ropa casual
sobre la productividad en el trabajo, una
cosa es clara: las personas sí se sienten más
relajadas y proclives al trabajo cuando usan
estos atuendos. Una encuesta realizada en
1997 a trabajadores de oficina en Estados
Unidos estableció que 41% de las personas
siente un aumento en su productividad
laboral al usar ropa casual y hasta 51% dice
sentir que realiza su mejor trabajo cuando
viste cómodamente. Lo mismo arrojó una
encuesta de 1998 realizada por el periódico
USA Today, que señaló que 64% cree
trabajar más eficientemente cuando no
está obligado a trabajar de terno y
corbata.
Parece un contrasentido, pero es real.
Hacer ejercicio no sólo nos cansa, como
puede comprobar cualquiera que se suba a
la trotadora por 20 minutos, sino que, para
compensar, también nos llena de energía.
Eso es lo que probó un estudio publicado
en
la
revista
Psychoterapy
and
Psychosomatics, donde investigadores de
la Universidad de Georgia descubrieron
que las personas pueden incrementar su
energía hasta en 65% con sólo hacer
ejercicio regular de baja intensidad. Al
terminar la actividad, el organismo activa el
sistema nervioso simpático, encargado de
la alerta y de la sensación energizante.
Fuente: Tendencias y Sociedad – La Tercera – 16 de Febrero 2013
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