Arte(f)actos entre perversión y goce.

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Centro Universitario Emmanuel Kant
Arte(f)actos entre perversión y goce.
Elsy Margarita Quijano Barahona.
Ponencia presentada en el VI Congreso Regional del Centro Universitario del Sur: Perversiones y
Goces. Octubre, 2015.
El tema que hoy nos reúne, perversiones y goces, bien podemos encontrarlas en
un sinfín de relaciones, de situaciones y de circunstancias del orden de lo humano
que se despliegan día a día ante nosotros.
Sin profundizar ni adentrarme en muchos conceptos, a continuación esbozaré
sólo algunas ideas respecto a un dos temas fundamentales: la posmodenidad y el
arte. El primero, me parece importante porque es el escenario en el que estamos
viviendo, en el que se construye nuestra subjetividad, el segundo porque es una
de las acciones del hombre en el que se externan y expresan mejor las pasiones
con la ajenidad necesaria, que haciéndolas externas, invitan a adentrarnos a
aquello que de otra manera no podernos mirar. El arte en cualquiera de sus
manifestaciones, es siempre una apuesta de goce, al intelecto, a la estética.
¿En qué medida puede hablarse de la perversión en el campo del arte? ¿en qué
parte del arte está la perversión? Corresponde al artista o a quien goza (de) la
obra, ya sea que la mire, la escuche, la toque, o tan sólo, la sienta. ¿Está sólo en
los confines del artista y de quien la mira, (del espectador) o fuera, es decir en la
obra?
Observar una obra de arte supone fijarse en ella, en su composición y sus detalles;
es asentar en ella todos los sentidos. Apropiarse y apoderarse de la obra es un
efecto del goce, ¿pero de qué goce se trata? No está sólo en juego el goce
estético propio de la creación. El arte pasa por la mirada; aún cuando no es la
única pulsión en juego, es la más involucrada, y la más privilegiada. Desde esta
lógica, puede decirse entonces, que hay un cierto efecto de voyerismo y sujeción
que todo arte propone.
El arte hace presa al sujeto de su contemplación, el objeto artístico pasiviza y
atrapa. Desde la perspectiva platónica, el arte es esencialmente peligroso; es
capaz de tocarnos, de conmovernos, aun entre los mejores de nosotros, y en la
medida en que:
ni siempre, ni la mayoría de las veces somos capaces de discernir
ciencia de ignorancia, realidad de ficción, y verdad de apariencia,
pero somos sensibles a las formas y los colores, a las fábulas y las
modulaciones de la luz, las imágenes tienen el poder de reducirnos
a una total pasividad (Pellejero, 2014 p. 29).
En la producción y en la contemplación de las imágenes de la pintura, la
irrealidad, la irracionalidad y la pasividad se conjugan, hacen del mirar lo opuesto
a conocer y lo contrario de actuar. Más tales oposiciones no son privativas del
arte pictórico, ocurren siempre que se es, espectador.
Debord (1992) dice que la enfermedad del hombre espectador, puede resumirse
en una breve fórmula. “Cuanto más contempla, menos es.” A propósito del arte
dramático, sostiene que “la esencia del espectáculo, es la exterioridad. El
espectáculo es el reino de la visión, la visión es exterioridad, esto es,
desposeimiento de sí” (citado en Rancière, 2010 p. 14).
La contemplación denunciada por Debord es la de la apariencia separada de su
verdad, “el espectáculo de sufrimiento producido por esa separación;” alfa y
omega del espectáculo. Lo que el hombre contempla ahí, “es la actividad que le
ha sido hurtada, es su propia esencia, devenida extranjera, vuelta contra él,
organizadora de un mundo colectivo cuya realidad es la de ese desposeimiento”
(Rancière, 2010, p. 14).
El teatro al igual que la pintura, la escultura, la fotografía y el cine ciertamente
invitan a la contemplación, pero declarar inactivo al espectador es un tanto
radical. Aun cuando “el teatro se acuse a sí mismo de volver pasivos a los
espectadores” (Ranciere, 2010, p. 15) sentados en sus asientos, mirar, como
sostiene Rancière (2010), no quiere decir complacerse en la imagen y en la
apariencia.
Identificar la mirada con la pasividad al igual que asociar pasividad con escucha,
bajo el precepto de que la palabra es el corolario de la acción, es tanto como
ignorar la verdad que está detrás de la imagen y la realidad que está fuera de
arte. El mirar entendido como algo pasivo, descalifica al espectador, al colocarlo
en oposición a la actuación; denosta el placer que éste puede experimentar
ante la obra de arte.
El espectador no es un sujeto inocente, aplacado por la imagen. Aunque en
nuestros días las imágenes abunden y se produzcan si descanso y en forma
vertiginosa, para un sujeto, pueden resultar altamente seductoras e invitarlo de
alguna manera a la acción.
A donde quiera que se mire, las imágenes se registran, se transmiten y también
enceguecen; pero paradójicamente y en conjunto, al llenar el ojo, a la vez que
afirman una realidad en la que no se cree, tienen un efecto fuertemente efectivo,
porque las imágenes dan fisonomía al mundo y forma a nuestros deseos.
El poder de la imagen, no radica en su constante presencia, tampoco en la
pasivización de la que se supone es objeto el sujeto que las mira. Su fuerza está
más bien en el carácter enigmático que soportan; las imágenes del arte cumplen
especialmente ese cometido. Exigen que nos mantengamos lejos del desvío y de
la duda de la realidad que se ve y se siente y también de la forma en que nos
afectan. Según Merleau Ponty (1980); “puras o impuras, figurativa o no, las
imágenes del arte jamás celebran otro enigma a no ser el de la visibilidad, y
esperan que nos atengamos a eso.” (citado en Pellejero, 2014, p. 29).
A diferencia de la imagen corriente, la imagen artística se caracteriza por una
plusvalía. En este sentido y de acuerdo con Damish, (1977) la pintura, es una
imagen de tipo particular, que por un lado da a ver, y por otro, produce un
efecto de placer específico. “Las imágenes del arte ven (y dan a ver) de modos
que divergen de nuestros modos de ver (y de dar a ver). (citado en Pellejero,
2014, p. 29).
Como puede apreciarse, la imagen artística propone la insistencia del ver, más
con ello no se exenta al sujeto espectador, de actividad. El abanico de formas
simbólicas del trabajo pictórico, o de otras formas de arte, no ahorra un trabajo
de imaginación; y tampoco de emergencia de fantasías.
Lo imagético perverso, por lo tanto no está en las imágenes, se halla más bien en
el ejercicio de la mirada, porque en la mirada, hay acción y deseo.
El
atrapamiento del sujeto, por el objeto artístico no está dado propiamente por la
imagen; cada espectador decide qué hace, con lo que tiene delante y de qué
forma, eso se relaciona con su vida.
El ejercicio de la mirada y por lo tanto su carácter perverso, se pone en marcha
en cualquiera de las formas de arte, es aún más evidente en el arte
cinematográfico, campo privilegiado de producción de imágenes en movimiento
que por sí mismas resultan fascinantes.
El séptimo arte, es la forma perversa de arte, por excelencia. Perversa por
naturaleza, si se parte de la idea de que el cine impone a mirar. El lente de la
cámara a semejanza del ojo del espectador, en el cine está presta, cual
mecanismo que capta eso que más llama la atención, y que no es cualquier
cosa, no es azaroso detenerse en un punto, en una escena que cautiva y que
acaba siendo la que da sentido al filme y también a la historia puesta en ella, que
es recortada, e interpretada por la propia historia del espectador.
En el arte cinematográfico, es importante la ubicación de la cámara, desde el
punto de vista del cineasta y también del espectador. Uno y otro pueden colocar
el foco en el sujeto que cuenta la historia, o bien sobre los protagonistas. Las
distintas posibilidades se interjuegan porque como todo arte, está sujeto a los
recortes de la interpretación.
La cámara desde el sujeto de la historia, también tiene variantes: puede ser el
sujeto que se mira a sí mismo como en el “selfies” que utilizamos hoy, que es la
versión inmediata y directa de lo que en la historia de la humanidad ha sido el
autorretrato. La ubicación de la cámara desde la postura del cineasta, versus la
adoptada desde el espectador, voyeur pasivo, en tanto seducido por la imagen,
cumple un objetivo distinto, acorde con el arte: es ofrecer una verdad a la
manera de una ficción, o dicho, más propiamente testimoniar y denunciar
aquello que no puede verse o plantearse de otra manera.
Las historias que se cuentan en el cine son acordes con la vida cotidiana,
muestran los anhelos más sublimes y también los más obscenos, por ello desde la
visión de Zizek, la cinematografía, “es el arte privilegiado de las apariencias y las
fantasías.” (De los Ríos y Ayala,s/f). El cine, señala Zizek, puede decirnos como es
la realidad, cómo la construimos ideológica, social y simbólicamente los seres
humanos. La ficción puesta en el film cinematográfico es tan real o más que la
realidad misma, por eso el cine, nos es necesario para comprender el mundo de
hoy. En él encontramos esa dimensión crucial, para la cual sin estar listos,
podemos confrontar, lo que es nuestra propia realidad (Serrano, 2011).
Dicha realidad, desde luego tiene que ver con el deseo, y con las formas en que
se expresa en el mundo de la modernidad y en la posmodernidad donde, el arte
juega un papel fundamental.
La obra el arte moderna dice Zizek, ”muestra lo incomprensible y funciona como
un shock, como la irrupción de un trauma que socava la complacencia de
nuestra vida cotidiana, y se resiste a la integración en el mundo simbólico de la
ideología prevaleciente” (Zizek, 1994, p. 7). De este modo y tras ese encuentro
donde la interpretación entra en escena y nos permite integrar el shock, “nos
informa que el trauma se registra y señala la depravación chocante de nuestras
vidas cotidianas muy “normales” (Zizek, 1994, p. 7) . La situación es contraria, en el
posmodernismo, aquí se trata de separar el carácter familiar y hacer extraño el
contenido más trivial.
En la posmodernidad como bien sabemos, el ser ha devenido absolutamente
aparente, nos encontramos en la época de la omnipresencia de la imagen,
donde lo real mismo, deviene ficción. Como ejemplo de esto, podemos aludir a
que, la diferencia entre lo que se muestra en un documental y lo que vemos en el
cine de ficción, no es tal.
Las fronteras entre lo real y la ficción hoy por hoy aparecen borradas, las cámaras
de video toman escenas de la vida cotidiana. Ya no es necesario actuar, crear
personajes que representen los dilemas en los que estamos inmersos. La
posibilidad de tomar un video y circularlo cualquiera que sea el tema filmado,
están al alcance de todos.
Bajo esta circunstancia, de nuestro tiempo, no es sorprendente que sin ser
cineastas, fácilmente nos convertimos en filmantes, (film-antes, previos al film, a la
película, estamos antes que ella, prestos a hacerla,) videograbamos cualquier
acontecimiento. Todo suceso está dispuesto a ser grabado, filmado, y con ello
dejado como testimonio. El placer de ver no sólo está puesto ahí, también el de
recrear, el de re-producir, en la repetición está el goce, al igual que en la reproducción, cualquiera que sea la intención con la que voluntaria o
inconscientemente se haga. “Allí donde el mundo real se cambia en simples
imágenes —afirma Debord—, las simples imágenes se convierten en seres reales y
en las motivaciones eficientes de un comportamiento hipnótico” (Arias 2010
p.55).
Lo que vivimos hoy y que no está alejado de lo que podemos ver en algunas salas
de arte cinematográfico. La realidad supera la ficción Es claro que ninguno, sería
capaz de soportar y menos aún de disfrutar películas snuff que muestren
asesinatos, y crímenes reales. Como ficción en cambio pueden tolerarse y
algunos quizá es posible que algunos puedan disfrutarlas. En todo caso lo que
vemos en la pantalla es una elección. ¡Una verdad demasiado traumática sólo
puede aceptarse bajo apariencia ficticia!
Lo singular del cine
La imagen misma del film, imagen en movimiento y propia del arte
cinematográfico, requiere del paso de la película, y también de los
condicionamientos que lo rodean, entre ellos: la sala obscura, la gran pantalla, la
comunidad silenciosa del público, la luz a espaldas, la postura hiperpercetiva e
hipomotriz del espectador (Dubois, 2004) Todo ello, hace singular e
incomparablemente fuerte al cine.
Más su fuerza no radica en ser sólo una maquinaria productora de imaginario. El
cine es maquinación, según Dubois (2004) es una máquina de pensamiento,
experiencia psíquica, productora de imágenes, y generadora de afectos. Ejerce
un fantástico poder sobre el imaginario del espectador.
En consecuencia, crea ilusiones, que se apoyan por un lado en la imagen fílmica
y por otro en las circunstancias bajo las que se mira. Del lado de la imagen, su
función se vincula con el lugar desde donde se propone la mirada del productor
y del espectador. En ambos casos, dicha mirada está en el campo del Otro, no
del lado del sujeto. Puesta en el campo del objeto, en el cine se juega el orden
especular.
Del lado de los condicionamientos, tanto la proyección agrandada de la imagen,
como los efectos sonoros y la oscuridad de la sala, funcionan como artefactos
bajo los cuales se produce un efecto de “sutura” que análogamente a lo que
ocurre en el estadio del espejo, dan cuerpo a la narrativa fílmica.
El cine, sin duda y como sostiene Zizek, es el último arte perverso. No da lo que se
desea, dice, más bien cómo desear. El problema, como señala este autor, no
está en la insatisfacción de los deseos humanos, sino en cómo saber, qué es lo
que se desea. Para ser enseñados, a desear, está el cine. “El arte del cine consiste
en despertar el deseo, jugar con él, pero al mismo tiempo, domesticarlo, hacerlo
palpable y mantenerlo a una distancia prudente” (Del Río y Ayala s/f) .
El arte cinematográfico, y sus artefactos, permiten que observemos desde afuera
muchos de nuestros deseos, y que pongamos en marcha ilusiones placenteras
ancladas a nuestras fantasías. El cine nos somete, sin que nos demos cuenta. Lo
que habremos de ver en el cine, es una total elección, sin embargo como
espectadores, nos dejamos colocar en una posición inevitablemente voyeurista.
La oscuridad de la sala es un artificio, que incita a la contemplación secreta, a la
creación de fantasías voyeuristas de observar sin ser vistos, la vida secreta de una
serie de personajes.
La cinematografía, así empuja a los espectadores, a acceder a algunos de los
componentes de la sexualidad infantil. Ahí se satisface entre otras cosas, el deseo
de indagar sobre lo prohibido.
Con lo hasta aquí enunciado, como se habrán dado cuenta, no he respondido a
las preguntas planteadas al inicio. Han quedado propositivamente sin resolverse.
Es evidente que el campo del arte no está exento de las perversiones, y tampoco
está fuera del goce en sus diversas formas. El mundo cinematográfico es un tema
amplio que merece como muchos otros, en este sentido, exhaustivo análisis. Los
diversos géneros fílmicos, al igual que la evolución de la cinematografía misma y
su mercantilización, no pueden quedar fuera de algún tipo de práctica perversa,
porque todas ellas son parte del terreno de lo humano, y están ligadas al placer.
Referencias Bibliográficas
Arias, J. C. (2010) Las nuevas frontera del cine documental: La producción de lo
Real en la Epoca de la Imagen Omnipresente Aisthesis 48 pp. 40-65
Recuperado de http://dx.doi.org
De los Ríos, V. y Ayala M. (s/f)
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http://www.lafuga.cl/el-cine-segun-slavoj-zizek/18
Dubois, P. (2004) Video y teoría de las imágenes. Máquinas de imágenes: una
cuestión de línea. En Video, Cine, Godard. Buenos Aires: Libros de Rojas.
Pellejero, (2014). Ver para creer. El arte de mirar y la filosofía de las imágenes.
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Santiago de Chile http://www.redalyc.org
Rancière, J. (2010). El espectador emancipado. En el espectador emancipado, p.
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Serrano, M. (2011) El cine: una ventana a la realidad. Slavoj Žižek Recuperado de
http://textosfil.blogspot.mx/2011/01/el-cine-una-ventana-la-realidadslavoj.html
Zizek, S. (1994). Alfred Hitchcock, o la forma y su mediación histórica. En Slavoj
Zizek complilador Todo lo que usted quiso saber sobre Lacan y no se atrevió
a preguntarle a Hitchcock, p. 9-16 Argentina: Manantial
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