Pedro Martínez de Luna Papa Luna

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Hombres y Mujeres de Castellón por Salvador Bellés
PEDRO MARTÍNEZ DE LUNA
El Papa Luna
que murió en Peñíscola
E
l notable narrador australiano Morris West ha llenado de crónicas
algunas cadenas periodísticas del mundo estos días pasados, aprovechando tal
vez la autoridad de su libro Las sandalias del pescador y el enganche del mismo con los últimos vahídos y la propia
biografía del papa Juan Pablo II. Hay
quien ha pasado el tiempo contando Papas, aventurándolos o rezando por ellos,
inclinándose por aplaudirles o ignorarlos, que es propio de seres humanos,
aunque nadie puede negar que el mundo se convulsionó con el angustioso final de Karol Wojtyla y los millones de
sus habitantes fueron receptores de los
últimos gemidos del Papa que exploró
el valor del sufrimiento.
El gozo está en recuperar los ecos
de mi bloc de notas y poner al sol otra
vez las confidencias de hace tres años
de Monseñor Ignacio Pérez de Heredia,
alumno, compañero y profesor, primero en Múnich en tiempos del Concilio
Vaticano II y después en Roma, del Patriarca de Venecia, monseñor Angelo
Scola. Y quiero recordar el magisterio
en Teología que reconoció Scola en Joseph Ratzinger, que mañana ya ejercerá como Benedicto XVI. Y nuestro
Papa Luna se inspiró también en San
Benito para elegir su nombre. En resumen, que está justificado incluir en el
catálogo de Seres Humanos a Pedro
Martínez de Luna, el Papa que vivió el
Cisma de Occidente.
Y digo esto sabiendo que el Día del
Libro que es hoy, me cubre las espaldas. Porque todo cabe en un libro, los
sueños, el jugo de frutos sabrosos, colores singulares, músicas, truenos y melodías, matices nunca usados antes en
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A nombre de Papa Luna hay
una céntrica pero estrecha calle
en Castellón, situada entre las
de Colón y Morería, paralela a
Enmedio y Alloza. Es como una
calle de ‘puertas traseras’, aunque protagonista de cien historias de amor y de duelos en nuestra leyenda casera. Es el recuerdo del aragonés Benedicto XIII.
una conversación normal y todas las
utopías posibles de los humanos.
LA VIDA
Hijo de un matrimonio de la nobleza aragonesa, Juan Martínez de Luna y
María Pérez de Alagón y Gotor, nació
en Illueca en el año 1328. Su historia
personal está llena de fábulas tan propias de personajes solitarios y tenaces
como fue Pedro desde niño. Dicen algunos investigadores que era bajo de
estatura, pero de eximio talento y arrebatadora elocuencia; poseía finas maneras que daban mayor realce a su comportamiento.
Con su familia repleta de prelados y
príncipes, emprendió pronto la carrera
eclesiástica, aunque hay quienes apuntan que la abandonó rápidamente para
abrazar la de armas, como era habitual
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entre las gentes de su época y linaje.
Aunque así fuera lo cierto es que acabó como sacerdote y a los 20 años comenzó a ser propuesto para diversos
cargos eclesiásticos y fue canónigo en
Tarazona y en Huesca, también en la catedral de Tortosa y paborde (administrador de los bienes del Cabildo) de la
Seo de Zaragoza y de la catedral de Valencia donde comenzó a relacionarse de
una manera fecunda con los hermanos
Ferrer, el padre Jofre y el obispo de Segorbe, Diego de Heredia, con quien participó en varios actos y viajes a lo largo de la provincia de Castellón.
Doctorado en Derecho Canónigo fue
enviado a Francia para explicar la cátedra de esta asignatura en la Universidad de Montpelier, alcanzando gran renombre y prestigio. Tanto es así que
presidió una comisión de la universidad
en un viaje a Aviñón en la sede pontificia de Gregorio XI quien le concedió a
Pedro de Luna el capelo cardenalicio,
pasando al Colegio de Cardenales de
Roma cuando el Papa ordenó el traslado como final de los 68 años papales en
Francia.
Y en la vida de Pedro de Luna apareció el llamado Cisma de Occidente,
aquel conflicto que dividió a la Iglesia
de 1378 a 1417 y durante el cual hubo
varios papas a la vez. Ya es sabido que
se originó en una doble designación en
1378 cuando al papa electo, Urbano VI,
se opusieron la mayoría de los cardenales no italianos, que eligieron al francés Clemente VII, estableciendo de nuevo la sede en Aviñón. En el concilio de
Pisa, con la pretensión de resolver el
conflicto se eligió a Alejandro V y la
Iglesia llegó a ser tricéfala, puesto que
los tres papas defendieron su propia designación.
Con ese panorama, Pedro de Luna se
mostró siempre partidiario del papa Clemente VII y a su muerte, en Aviñón, el
cónclave lo designó a él en 1394 nuevo Papa con el nombre de Benedicto
XIII, cuya actitud obstinada le hizo renunciar a posibles vías conciliadoras
con Roma, algunas de marcado interés
político, lejos del espíritu del aragonés,
abierto y ecuménico. Y fue inevitable
la prolongación del cisma hasta su
muerte. Hubo un gran asedio de tropas
contra el palacio papal de Aviñón y en
las monarquías de Europa se dividieron
de tal manera las conveniencias que
también en España se tomó parte y no
siempre a favor del Papa Luna; solamente en el reino de Valencia hubo movimientos a su favor y fue decisiva la
actitud de los hermanos Bonifacio y Vicente Ferrer, de toda la familia de los
Borja y de los cardenales Ram y Jofre,
especialmente por la apuesta en el llamado Compromiso de Caspe, para la
paz en Aragón y en España.
Como es sabido, se retiró a Peñíscola, donde se vivió el único Cónclave de
la provincia de Castellón, en cuyo templo celebró algunas pontificales y en el
castillo estuvo también posteriormente
Clemente VIII, sucesor del Papa Luna.
Fue escenario de la consagración del
obispo de Valencia, Alfonso de Borja,
antes de su llegada al Papado convertido en Calixto III. Todo lo propició el
Papa Luna, que falleció en Peñíscola el
23 de mayo de 1423. ❖
TODOS LOS RECUERDOS
En este Día del Libro envuelvo la página con los recuerdos que me perfuman
los libros. Los Armengot y Sánchez Adell, Jaime Nos y don Carlos y don Angel. Y
Paco Pascual, con Chencho, Tronchet, Quiquet, Eduardo Codina, Miguel Bellido,
Arenillas, Miquel Peris... Todos han estado junto a mí en un Día del Libro, compartiendo tintas y páginas.
La Fiesta del Libro, con voces amigas hoy en el Teatro Principal y resonando todavía aplausos y suspiros desde toda la sala, ecos de músicas y de versos, alguien
depositará un libro en el vestíbulo, tal vez sobre un atril o una mesa cervantina,
no sé. Y desde buena mañana nos espera una edición del Quijote donde están todos los recuerdos, muchos sueños.
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